Capítulo 3

Henry se despertó la mañana siguiente con un intenso dolor de cabeza. Se tambaleó al salir de la cama y salpicó algo de agua en su cara, mientras tanto, se preguntaba por qué su lengua tenía esa textura pastosa. Efectivamente se sentía como si fuera de lana.

Ha debido ser el vino, pensó, chasqueando la lengua contra el paladar. No estaba acostumbrada a beber mientras cenaba, y Dunford la indujo a la fuerza a hacer ese brindis con él. Probó a restregarse la lengua contra los dientes. Todavía se sentía pastosa.

Se puso encima una camisa verde y unos pantalones, aseguró su pelo en una cola de caballo con una cinta verde, y bajo al vestíbulo del piso de arriba justo a tiempo para interceptar a una criada que parecía dirigirse hacia el cuarto de Dunford.

– Oh, hola, Polly, -dijo Henry, plantándose firmemente en el camino de la criada-. ¿Qué haces aquí a estas horas?

– Su Señoría tocó el timbre, Srta. Henry. Justamente iba a ver lo que desea.

– Me encargaré de ello. -Henry le dirigió a la criada una gran sonrisa.

Polly parpadeó.

– Está bien, -dijo lentamente-. Si usted piensa…

– Oh, yo definitivamente pienso, -Henry se interrumpió, colocando sus manos en los hombros de Polly y dando un vuelta alrededor de ella-. Pienso todo el tiempo, de hecho. Ahora mismo pienso ¿por qué no vas a encontrar a la Sra. Simpson? Creo que ella tendrá algo de trabajo para ti.

Le dio un empujoncito a Polly y observó como desaparecía escaleras abajo.

Henry respiró profundamente, como si decidiese qué hacer después. Estuvo tentada de ignorar la llamada de Dunford, pero el maldito hombre sólo tenía que tirar del cordón del timbre otra vez, y cuando preguntara por qué nadie contestó su llamada, Polly le diría que Henry la había interceptado.

Caminado lentamente para permitirse elaborar un plan, fue andando por el vestíbulo hasta llegar al cuarto de él. Levantó la mano para llamar a la puerta y entonces hizo una pausa. Los sirvientes nunca tocan antes de entrar en los cuartos. ¿Sólo debería entrar? Y si hacía eso, después de todo, estaba realizando la tarea de un criado. Pero no era una criada. Y con lo que sabía, él podría estar desnudo como el día que nació.

Tocó.

Hubo una breve pausa, entonces oyó su voz.

– Entre.

Henry abrió la puerta y desvió su cabeza a la esquina.

– Hola, Sr. Dunford.

– Simplemente Dunford, -él dijo automáticamente, antes de reaccionar con lentitud y cubrirse con una bata su cuerpo, y añadir-, estás aquí. ¿Qué motivo en particular te trae a mi recámara?

Henry se armó de valor y entró en el cuarto completamente, sus ojos brevemente se posaron sobre el ayuda de cámara, quien preparaba su espuma de afeitar en la esquina. Volvió su mirada a Dunford, que solo llevaba puesta una bata. Tenía unos tobillos muy bonitos. Ella había visto antes tobillos; Aún había visto piernas desnudas. Se había criado en una granja, después de todo. Pero era diferente ver el cuerpo de él, a ella le producía una sensación muy agradable.

– Henry, -gritó él.

– Oh, sí. -Ella se enderezó-. Usted tocó el timbre.

Él levantó una ceja.

– ¿Cuándo comenzaste a responder al timbre? Más bien pensé que ocupabas una posición en la que tú podías tirar de él también.

– Oh, sí. Por supuesto que la tengo. Sólo quería asegurarme de que te encuentras a gusto. Ha sido un viaje tan largo y como eres invitado aquí en Stannage Park.

– Especialmente si poseo el lugar, -le dijo secamente.

– Pues bien, sí. Por supuesto. No querría que pienses que faltamos a nuestras obligaciones en cualquier modo. Así es que pensé ocuparme de tus necesidades por mí cuenta.

Él sonrió.

– Qué intrigante. Ha pasado algún tiempo desde que me había bañado con una mujer.

Henry tragó saliva y empezó a retirarse. Su cara estaba cubierta de un rubor inocente.

– Perdóname.

– Toqué el timbre para pedirle a la criada agua para darme un baño.

– Pero pensé que tomaste ayer un baño, -dijo ella, intentando arduamente no sonreír. Oh, el hombre no era tan listo como pensaba. No le pudo haber dado una mejor oportunidad si lo hubiera intentado.

– Esta vez temo que yo tendré que pedirte perdón.

– El agua es muy necesaria aquí ¿sabes? -dijo ella dijo seriamente-. La necesitamos para los animales. Necesitan una cantidad para beber, y ahora que el clima se vuelve más seco, tenemos que asegurarnos que tenemos suficiente para enfriarlos.

Él no dijo nada.

– Ciertamente no tenemos suficiente agua para tomar un baño todos los días, -Henry continuó despreocupadamente, compenetrándose en el espíritu de su treta.

Dunford apretó los labios.

– Como evidenciaba tu admirable fragancia de ayer.

Henry reprimió su deseo de golpearlo en el estomago.

– Exactamente. -Ella miró al ayuda de cámara de Dunford, quién dio la apariencia de tener palpitaciones al pensar en su jefe con un mal peinado debido a no tener suficiente agua.

– Puedo asegurarte, -decía Dunford, evidentemente sin humor-, que no tengo ninguna intención de permitir a mi persona oler a chiquero durante mi visita en Cornualles.

– Estoy segura de eso, -contestó Henry.

– Ayer fue un caso excepcional. Yo estaba, después de todo, construyendo una porqueriza. Te consuelo diciendo que permitimos baños adicionales después del trabajo en la porqueriza. -

– Qué escrupulosamente aseada eres. -

Henry no ignoró el sarcasmo en su voz. Ciertamente, él estaba empezando a enojarse, no podría permitirse cometer un error

– Estás en lo correcto. Por lo tanto mañana, por supuesto, podrás tomar un baño.

– ¿Mañana? -

– Cuando regresamos del trabajo en la porqueriza. Hoy es domingo. Ni nosotros realizamos tareas exigentes el domingo. -

Dunford tuvo que esforzarse arduamente para no dejar otro comentario ácido atravesar sus labios. Miró a la jovenzuela, para ver si se estaba burlando de él. Disfrutando de su desasosiego, para ser preciso. Entrecerró sus ojos, para poder reflexionar sobre el asunto y se acercó a ella.

Ella parpadeó y le observó con expresión de pura confiabilidad.

Tal vez ella no disfrutaba de su desasosiego. Tal vez era cierto que no tenían suficiente agua para bañarse todos los días. Él nunca antes había oído de ese problema en una hacienda tan bien manejada, pero tal vez Cornualles estaba teniendo un leve periodo de sequía, que no ocurría en Inglaterra.

Espera un segundo, su cerebro gritó. Estamos en Inglaterra. Siempre llueve. En todas partes. Él la evaluó con una mirada sospechosa en su dirección.

Ella sonrió.

Él escogió sus palabras lenta y cuidadosamente.

– ¿Cuántas veces por semana puedo bañarme mientras resida aquí, Henry?

– Preferiblemente una vez a la semana. -

– Una vez a la semana no será adecuado, -él contestó con el tono de voz deliberadamente duro. La vio vacilar. Bien. -

– Entiendo. -Ella masticó su labio inferior por un momento-. Supongo que ésta es tú casa, así es que supongo que si quieres tomar un baño con mayor frecuencia, estás en tu derecho.

Él suprimió el deseo de decir "al bledo con mis derechos, me estas mintiendo".

Ella suspiró. Fue un suspiro grande, grande, grande y sentido. Como si sostuviera el peso de tres mundos sobre sus hombros.

– No debería querer quitarle el agua a los animales, -dijo ella-. Esta zona es muy caliente, y eso les hace daño, y…

– Lo, sé. Los animales necesitan permanecer fríos.

– Es su derecho. Una puerca murió el año pasado de agotamiento, por el calor. No me gustaría que eso ocurra de nuevo, así es que supongo que si quieres tomar un baño más seguido… -

Ella hizo una pausa, muy dramáticamente, y Dunford no quería saber que lo que iba a decir.

– …bien, supongo que podría recortar mis baños. -

Dunford recordó un olor muy bien definido cuando se encontraron.

– No, Henry, -dijo rápidamente-, ciertamente no deberías hacerlo. Una dama debería oler… Eso quiere decir… -

– Lo, sé. Eres todo un caballero hasta la punta de tus dedos. No quieres despojar a una dama. Pero te puedo reconfortar, yo no soy ninguna dama usual. -

– De eso no tengo dudas. Excepto que es lo mismo, no puedo…

– No, no, -dijo ella moviendo su mano-. No hay nada más que decir. No puedo tomar agua de los animales. Tomo mi posición aquí en Stannage Park muy seriamente, y no podría ser tan negligente en mis deberes. Me ocuparé de que tomes un baño todos los días, y yo…

Dunford se oyó sí mismo gemir.

– …Me bañaré cada quince días. No puede ser tan malo. -

– Para ti quizá, -él masculló.

– Es una cosa buena que me bañara ayer. -

– Henry, -comenzó él, preguntándose cómo abordar este asunto sin ser muy grosero-. En realidad no quiero despojarte de tus baños. -

– Oh, pero ésta es su casa. Si quieres puedes tomar un baño dos veces a la semana.

– Quiero tomar un baño todos los días, -gritó-, pero me contentaré con dos veces por semana, ya que tu haces lo mismo. Él dio por perdida toda esperanza de abordar el debate atentamente. Ésta era realmente la conversación más aterradora que alguna vez había tenido con una mujer.

No es que pudiera calificar a Henry como una mujer en cualquier sentido de la palabra, todas su acciones confirmaban lo contrario. Sin embargo ese hermoso cabello color café, por supuesto, no podría descartar fácilmente tampoco esos ojos grises…

Pero las damas no se involucraron en largos debates acerca de tomar un baño. Especialmente en el dormitorio de un caballero. Especialmente, especialmente, especialmente cuando el caballero en cuestión llevaba puesto nada menos que una bata. A Dunford le gustaba pensar acerca de sí mismo como un hombre compresivo y liberal, pero en realidad, no lo era demasiado.

Ella suspiró.

– Lo consideraré. Si te complace, podría averiguar como conseguir más agua. Si el suministro es más abundante, podría bañarse todos los días.

– Apreciaría eso. Muchísimo.

– De acuerdo. -Ella puso su mano en el pomo de la puerta-. Ahora que ya hemos decidido eso, te dejaré para que tus abluciones matutinas.

– O la falta de ellas -dijo él, incapaz de convocar entusiasmo hasta para sonreír irónicamente.

– No estamos en una situación tan mala. Ciertamente tenemos bastante agua para proveerte de una pequeña jarra cada mañana. Estarás sorprendido de cuánto puedes hacer con ella.

– Probablemente no estaría del todo sorprendido. -

– Oh, pero uno realmente puede lograr una correcta limpieza con solo un poquito de agua. Estaría encantada de darte instrucciones detalladas. -

Dunford empezó a tener ganas de reír. Se inclinó hacia adelante, sus brillantes ojos la miraban pícaramente.

– Eso podría resultar ser muy interesante. -

Henry inmediatamente se sonrojó.

Las instrucciones escritas detalladas, es decir. Yo… yo, yo…

– Eso no será necesario, -Dunford tuvo piedad, al ver su sonrojo, que la hacia más bella y desvalida de lo que hubiera pensado. Tal vez era una mujer de después de todo.

– Bien, -dijo agradecida-. Aprecio eso. No sé por qué subí. Yo… yo, yo simplemente bajaré a desayunar. Deberías venir pronto. El desayuno es la comida más importante y completa del día, y necesitarás fuerzas… -

– Lo, sé. Me lo explicaste con gran detalle anoche. Debería comer bien por la mañana, porque son gachas de avena a mediodía. -

– Sí. Pienso que tenemos un poquito del faisán de ayer, así es que nuestra comida no será tan austera, pero… -

Él sostuvo en alto su mano, no queriendo oír cualquier cosa más acerca de las torturas que ella había planificado hacia él.

– No digas más, no me lo repitas, Henry. ¿Por qué no bajas a desayunar? Me uniré a ti en poco tiempo. Todavía me hace falta arreglarme, si fueras tan amable.

– Sí, por supuesto. -Ella salió corriendo del cuarto.


Henry salió corriendo y casi se choca con la pared, logró por muy poco frenar y tuvo que apoyarse contra la pared. Su cuerpo entero temblaba de regocijo, y apenas podría estar parada. Mientras pensaba en la expresión en su cara cuando le dijo que se podría bañar solo una vez a la semana. ¡Sin precio! Sólo sobrepasada por la expresión cuando le dijo que ella tomaría un baño cada quince días.

Librarse de Dunford no era tan fácil como pensaba, reflexionó Henry.

Pasar sin darse un baño no iba a ser entretenido, Henry siempre había sido muy limpia, le encantaba bañarse todos los días. Pero no era demasiado grande el sacrificio por seguir en Stannage Park, y además, pensaba que iba ser más duro para Dunford que para ella.

Se abrió paso hasta el comedor pequeño. El desayuno aún no se había servido sobre la mesa, así que fue a la cocina. La señora Simpson estaba enfrente de la estufa, friendo tocino en una sartén plana, revolviéndolos para no quemarlos.

– Hola, Simpy.

El ama de llaves se dio la vuelta.

– ¡Henry! ¿Qué haces aquí? Habría pensado que estarías ocupada con nuestro invitado.

Henry puso sus ojos en blanco.

– Él no es nuestro invitado, Simpy.

– Somos sus invitadas. O por lo menos yo. Tú posición está garantizada.

– Sé que esto ha sido difícil para ti.

Henry simplemente sonrió, era imprudente dejar a la Sra. Simpson saber lo que ella había estado haciendo esa mañana. Después de una larga pausa dijo:

– Huele bien el desayuno, Simpy.

El ama de llaves le lanzó una mirada extrañada.

– Es la misma comida de todos los días. -

– Quizá estoy más hambrienta de lo usual. Y tendré que comer hasta llenarme, porque el nuevo Lord Stannage es algo tacaño, nuestras comidas serán… austeras.

La Señora Simpson dio lentamente la vuelta.

– Henry, ¿qué diantre estás tratando de decirme? -

Henry se encogió de hombros impotentemente.

– Él quiere gachas de avena para el almuerzo. -

– ¡Gachas de avena! Henry, si esté es uno de tus locos planes… -

– Realmente, Simpy, ¿piensas que haría eso? Sabes cuánto detesto las gachas de avena, él las adora.

– Supongo que podríamos tener gachas de avena. Tendré que hacer algo especial para la cena, sin embargo.

– Carne de cordero. -

– ¿Carne de cordero? los ojos de la señora Simpson se ampliaron con la incredulidad.

Henry se encogió de hombros y la miró inexpresivamente.

– A él le gusta la carne de cordero. -

– No lo creo por un segundo, Srta. Henrietta Barrett.

– Oh, está bien. La carne de cordero fue idea mía. No hay nada de malo en pueda comer sano aquí.

– Tus pequeños planes van a matarme a disgustos.

Henry se inclinó más cerca del ama de llaves.

– ¿Quieres avisarle, y que él me eche de aquí de una oreja?

– No veo…

– Puede hacer eso, lo sabes. Puede despedir a todos y cada uno de nosotros. Mejor estar libre de él antes de que él se libre de nosotros.

Hubo una larga pausa antes de que la Sra. Simpson dijese,

– Carne de cordero por ahora.

Henry hizo una pausa antes de abrir la puerta llevando una gran fuente de huevos revueltos al comedor.

– Y no lo cocines demasiado bien. Un poco seco quizá. O acompañado de un salsa muy espesa, o quizás hazlo muy salado.

– Estas pisando hielo muy delgado…

– Está bien, está bien, -Henry dijo rápidamente. Obligando a la Sra. Simpson a preparar carne de cordero cuando tenía a su disposición para cocinar carne blanca, carne roja, cordero, y jamón. La eliminación había sido suficiente batalla. Nunca iba a tener éxito obligándola a prepararlo mal.


* * * * *

Dunford la estaba esperando en el pequeño comedor. Estaba frente a una ventana, con la mirada fija sobre los campos. Obviamente no la oyó entrar, pues sólo se dio la vuelta cuando Henry se aclaró la voz.

Él la miró, sonrió, hizo una señal con una inclinación de su cabeza, y dijo,

– La tierra es preciosa. Has hecho un excelente trabajo administrándola.

Henry se sonrojó por ese cumplido inesperado.

– Gracias. Stannage Park significa mucho para mí. -Ella le dejó mover una silla y se sentó esperando a que les trajeran el desayuno.

Comieron en silencio. Henry era consciente de que necesitaba comer tanto como era posible, la comida de mediodía seguro que sería deprimente. Miró por encima a Dunford, quien comía con desesperación similar. Bien. Él por lo menos no se imaginaba las gachas de avena acechando en cualquier lugar de la mesa.

Henry cogió con su tenedor un último pedazo de jamón y se obligó a hacer una pausa, suspirando hondamente para asimilar toda la comida que había ingerido.

– Pensé que podría mostrarte los alrededores de Stannage Park esta mañana.

Dunford no le podría dar una respuesta inmediata, su boca estaba llena de huevos. Después de un momento él dijo,

– Es una idea excelente.

– Supuse que querrías entablar una mayor aproximación con tu nueva hacienda. Hay mucho qué aprender si quieres manejar esto correctamente.

– Es verdad, así que manos a la obra.

Esta vez Henry tuvo que hacer una pausa para terminar de masticar el último pedazo de tocino.

– Oh, sí. Estoy segura que tenemos mucho trabajo, me doy cuenta de que uno tiene que estar al día de alquileres y cultivos y las necesidades de los inquilinos, pero si uno quiere realmente tener éxito, uno debe hacer más de la cuenta.

– No estoy seguro de querer saber lo que conlleva “más de la cuenta".

– Oh, esto y aquello. -Henry sonrió. Miró hacia el plato vacío de Dunford-. ¿Salimos?

– Tú decides por donde comenzamos. -Él estuvo parado tan pronto como ella le indicó que era tiempo de salir.

– Pensé que podríamos comenzar con los animales, -dijo Henry.

– Supongo que tú los conoces por su nombre, -dijo él, medio bromeando.

Ella se dio la vuelta, su cara se iluminó con una sonrisa brillante.

– ¡Pero por supuesto! -realmente, este hombre le facilitaba las cosas. Continuaba dándole preciosas oportunidades-. Un animal feliz es un animal productivo.

– No estoy familiarizado con ese refrán en particular, -masculló Dunford.

Henry empujó un portón de madera, guiándolo a una huerta grande cuyo camino estaba delineado por setos.

– Obviamente has pasado demasiado tiempo en Londres. Es un pensamiento comúnmente expresado por aquí.

– ¿Se aplica también a los humanos?

Ella dio la vuelta para enfrentarle.

– ¿Disculpa?

Él sonrió inocentemente.

– Oh, nada. -Él se balanceó sobre sus talones, era exasperante tratar de sacar algo en claro de mujeres así de extrañas ¿era posible que no le mintiera? ¿Ella daba nombres a todos los animales? Allí había por lo menos treinta ovejas pastando en el campo. Él sonrió otra vez y apuntó a la izquierda.

– ¿Cómo se llama aquél?

Henry se vio un poco alarmada por su pregunta.

– ¿Ella? Oh, Margaret.

– ¿Margaret? -Él alzó sus cejas-. Qué nombre encantadoramente inglés.

– Es una oveja inglesa, -Henry dijo malhumoradamente.

– ¿Y aquél? -Él señaló a la derecha.

– Thomasina.

– ¿Y aquél?… ¿Y aquél?… ¿Y aquél?

– La de atrás, uh, Esther, uh, uh…

Dunford reclinó su cabeza hacia atrás, disfrutando de observarla tropezarse con su lengua.

– ¡Isósceles! -Terminó ella triunfalmente.

Él parpadeó.

– Supongo que uno de allí se llama Equilátero.

– No, -dijo con aire satisfecho ella, apuntando a través del campo-. Aquélla es la única. -Se cruzó de brazos-. Siempre he disfrutado con el estudio de la geometría.

Dunford guardó silencio por un momento, un hecho por lo cual Henry estuvo sumamente agradecida. No había sido fácil inventar tantos nombres en el acto. Él había estado intentando hacerla tropezar, pidiendo los nombres de todas esas ovejas. ¿Había descubierto su secreto?

– No crees que sabía todos los nombres, -ella le dijo, esperando que su enfrentamiento directo del asunto difundiría cualquier pensamiento sospechosos que él albergaba.

– No, -él admitió.

Ella sonrió abiertamente.

– ¿Ha estado prestando atención?

– ¿Imploro tu perdón?

– ¿Cuál es Margaret?

Su boca se abrió involuntariamente.

– Si debes administrar a Stannage Park, debes saber cuál es cuál. -Ella intentó duramente ocultar cualquier huella de sarcasmo en su voz. Opinaba que tuvo éxito. Se escuchó como alguien preocupada por el éxito de la granja.

Después un momento de concentración Dunford señaló a una oveja y dijo,

– Aquella.

¡Mierda! Él estaba en lo correcto.

– ¿Y Thomasina?

Él obviamente acogía con entusiasmo el ejercicio porque se vio bastante alegre cuando apuntaba con su dedo y dijo,

– Aquella.

Henry casi estuvo a punto de decir ofendida, "mentiroso," cuando se dio cuenta de que no tenía ni idea si él estaba equivocado o no. ¿Cuál era la Thomasina designada? Ella pensaba que era la que estaba en el árbol, pero se habían movido de aquí para allá y…

– ¿Estoy en lo correcto?

– ¿Perdón?

– ¿Esa oveja es o no es Thomasina?

– No, no es, -dijo Henry decisivamente. Si ella no podía acordarse de que cuál era Thomasina, dudó muchísimo de que él pudiera.

– Yo en realidad pienso que esa es Thomasina. -Él se apoyó contra el portón, viéndose muy confiado y muy masculino.

– Aquélla es Thomasina, -ella chasqueó, apuntando al azar.

A él se le escapó una sonrisa abierta muy amplia.

– No, aquélla es Isósceles. Estoy seguro de eso.

Henry tragó convulsivamente.

– No, no. Es Thomasina. Estoy segura de eso, -dijo-. Pero no te preocupes, estoy segura que aprenderás todos los nombres pronto. Solo necesitas tiempo y concentración. Ahora, ¿por qué no continuamos nuestra excursión?

Dunford fue hacia el portón.

– No puedo esperar.

Él silbaba alegremente, cuando dejaron la pequeña huerta. Ésta iba a ser una mañana muy interesante.


* * * * *

Interesante, no era la palabra correcta, reflexionaba sobre esa tarde mientras que Henry y él llegaron a la casa para el almuerzo, a comer un tazón de gachas de avena.

Había ayudado a mover el estiércol en el establo, ordeñado una vaca, había sido picoteado por tres gallinas en diferentes sitios, ayudó a quitar las malas hierbas en la huerta, y caído en un lavadero.

Y si el accidente del lavadero era o no a propósito, no lo podía probar. Henry se tropezó con la raíz de un árbol y lo hizo tropezar a él. Considerando que estar allí era lo más cercano a un baño que tendría en estos días, optó por no enfadarse por eso aún.

Henry se traía algo entre manos, y estaba condenadamente intrigando observándola, aunque aún no sabía que trataba de lograr.

Cuando se sentaron a comer, la Sra. Simpson trajo dos tazones de gachas de avena, llenos de vapor. Ella le dio el que tenía mayor contenido a Dunford, diciendo,

– Me llené con el suculento desayuno, además es su favorito.

Dunford inclinó su cabeza lentamente y miró a Henry, con una ceja alzada de una manera muy inquisitiva.

Henry miró con mordacidad a la Sra. Simpson, esperó a que el ama de llaves saliera de la habitación, y entonces susurró,

– Ella se sintió horrorizada porque tenemos que servirle gachas de avena. Me temo que le dije unas cuantas mentiras para apaciguarla, le dije concretamente que adoras las gachas de avena. A ella le hizo sentir un poco mejor. Seguramente una mentira inocente está justificada por un bien mayor.

Él sumergió su cuchara en el poco apetecible cereal.

– De alguna manera, Henry, tengo el presentimiento que tu compartes y comprendes mucho ese criterio.


* * * * *

Henry reflexionaba sobre los acontecimientos del día mientras se cepillaba el pelo antes de irse a la cama, había tenido muy poco éxito en su empresa. No quiso pensar si él se había dado cuenta que ella se tropezó con esa raíz del árbol y lo había metido al lavadero a propósito, sólo el episodio de las gachas de avena había sido, en su opinión, nada menos que brillante.

Pero Dunford era sagaz. Uno no podría estar en su compañía el día entero sin darse cuenta de ese hecho. Y por si eso fuera poco, él había estado actuando tan aniquiladoramente agradable con ella. En la cena había sido el perfecto compañero, preguntando tan atentamente acerca de su infancia y riéndose de sus anécdotas sobre la vida en la granja.

Si no tuviese tantas cualidades, sería mucho más fácil elaborar planes secretos para deshacerse de él.

Pero, Henry tenía que recordarse severamente, el hecho de que era una persona excelente de ningún modo disminuía el hecho aún más apremiante de que tenía el poder para echarla de Stannage Park. Se estremeció. ¿Qué haría ella fuera de su amada casa? No tenía nada más en el mundo, no tenía ni idea cómo sobrevivir fuera de la hacienda.

No, ella tenía que encontrar la manera de hacerle dejar Cornualles. Debía hacerlo.

Con su determinación otra vez firme, colocó el cepillo sobre su mesa de noche y se puso de pie. Comenzó a abrirse la cama para poder acostarse en ella pero su intención fue bloqueada por los patéticos sonidos de su estómago.

Válgame Dios, tenía hambre. Había parecido un gran plan esa mañana hacerle irse por falta de buena comida, pero había descuidado el hecho muy pertinente de que se mataría de hambre a sí misma también.

Ignora eso, Henry, se dijo a sí misma. Su estómago tronó.

Miró el reloj en la pared. Medianoche. La casa estaría desierta todos dormían. Podría avanzar a escondidas hasta la cocina, podía comer un poco allí, y consumir el resto en la seguridad de su cuarto. Ella estaría a salvo y bien comida en cuestión de algunos minutos.

No se molestó en cambiarse, anduvo de puntillas fuera de su cuarto y escalera abajo.


* * * * *

¡Carajo, tenía hambre! Dunford se quedó en cama, incapaz de dormir. Su estómago hacía los ruidos más horrendos. Henry lo arrastró por todo el campo todo el día, en una ruta diseñada a la medida para agotarle, y después había tenido la gran idea de culminar su obra alimentándolo de gachas de avena y fría carne de cordero.

¿Carne de cordero fría? ¡euch! Y si no supiese lo suficientemente mal caliente, encima no había suficiente. Seguramente tenía que haber alimentos en la casa que podría comer y no expondrían al peligro a sus preciosos animales. Una galleta, un rábano. Incluso una cucharada de azúcar.

Brincó de la cama, se puso encima una bata para cubrir su cuerpo desnudo, y salió a hurtadillas del cuarto. Anduvo de puntillas cuando paso el cuarto de Henry, no quería despertar a la pequeña tirana. Una tirana más bien agradable y cautivadora excepto cuando se trataba de la granja, no quería alertarla de su pequeña incursión a las cocinas.

¡Se abrió paso escaleras abajo, casi se resbaló a la vuelta de la esquina, y avanzó a rastras a través del pequeño comedor para encontrar algo inesperado! ¿Qué era eso? ¿Una luz en la cocina?

Henry. La maldita chica comía. Llevaba puesto un largo camisón, de algodón blanco, que flotaba seráficamente alrededor de ella.

¿Henry? ¿Un ángel?

¡Ja!

Se apoyó a toda prisa contra la pared y miró a hurtadillas a la vuelta de la esquina, cuidando de mantenerse en secreto.

– Dios mío, -ella mascullaba-, odio las gachas de avena.

Comía vorazmente un panecillo y tomaba un gran vaso de leche, ¿y ahora recogió una rebanada de… jamón?

Los ojos de Dunford se estrecharon. Ciertamente no era carne de cordero.

Henry tomó otro gran trago de leche y lanzó un suspiro de satisfacción antes de comenzar a hacer la limpieza.

El primer deseo de Dunford fue entrar en la cocina y demandar una explicación, pero entonces su estómago dejó salir otro fuerte estruendo. Con un suspiro se ocultó detrás de un armario y vio a Henry andado de puntillas a través del pequeño comedor. Él esperó hasta que la oyó subir las escaleras, entonces entró corriendo a la cocina y terminó el jamón.

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