La madre de Belle, como se esperaba, tomó a Henry firmemente debajo de su ala. Ella no podía lograr llamarla por su apodo, sin embargo, prefirió utilizar "Henrietta" en tono más formal.
Caroline le había dicho,
– No, no desapruebo tu apodo. Es simplemente que el nombre de mi marido también es Henry, y es más bien desconcertante para mí usarlo en una chica de tu edad.
Henry sólo había sonreído y le había dicho que eso no le importaba. Había pasado tanto tiempo desde que había tenido una figura maternal, que habría dejado a Caroline llamarla Esmeralda si ella lo deseaba.
Henry no había querido disfrutar de su tiempo en Londres, pero Belle y su madre le dificultaban en extremo mantenerse desanimada.
Conquistaron sus miedos con bondad, sus incertidumbres con chistes y buen humor. Henry extrañaba su vida en Stannage Park, pero tuvo que admitir que los amigos de Dunford habían traído cierta medida de felicidad en su vida que aún no se había dado cuenta que le faltaba.
Ella había olvidado lo que era tener una familia. Caroline tenía planes grandiosos para su nuevo cargo, y durante la primera semana Henry había visitado a la modista, el sombrerero, a la modista, la librería, a la modista, la tienda donde se venden guantes, y, por supuesto, a la modista. Más de una vez, Caroline había negado con la cabeza y había declarado que nunca había visto a una señorita que necesitara tantas prendas de vestir a la vez.
Lo cuál era cierto, Henry pensó con agonía, estaban en la tienda de la costurera por séptima vez en una semana. La primeras dos visitas la habían excitado, pero ahora era agobiante.
– La mayoría de nosotros, -decía Caroline palmeándole la mano-, intenta hacer esto con tiempo. Pero contigo, esa no es una opción.
Henry sonrió timidamente en respuesta mientras Madame Lambert le clavaba otro alfiler.
– Oh, Henry, -Belle se rió-. Has el intento de no verte tan adolorida".
Henry negó con la cabeza.
– Creo que me sacó sangre esta vez.
La costurera contuvo su indignación por Caroline, la Condesa era muy estimada. Ella escondió su sonrisa detrás de su mano. Cuando Henry entró en la trastienda para cambiarse, miro a su hija y susurró,
– Pienso que me gusta mucho esta chica.
– Sí, a mí también, -Belle contestó firmemente-. Y pienso que a Dunford también le gusta mucho.
– ¿Quieres decir que está interesado en ella?
Belle asintió con la cabeza.
– No sé si él lo sabe aún. Si lo hace, ciertamente no quiere admitirlo.
Caroline frunció la boca.
– Ya ha pasado algo de tiempo, ese joven necesita asentarse.
– Tengo mil libras apostadas a eso.
– ¡Apostaste!
– Lo hice. Aposté hace varios meses a que él estaría casado dentro de un año.
– Bien, indisputablemente tendremos que hacer a nuestra querida Henrietta florecer en una auténtica diosa. -Los ojos azules de Caroline se agrandaron con travesura por hacer de casamentera-. No querría que mi única hija pierda tal cantidad de dinero.
Al día siguiente Henry desayunaba con el conde y la condesa cuando Belle pasó de visita con su marido, Lord Blackwood. John era un hombre bien parecido con ojos marrones brillantes y el pelo grueso, oscuro. También, Henry se fijó con sorpresa, cojeaba.
– Así que esta es la dama que ha tenido a mi mujer tan ocupada toda la semana pasada, -dijo graciosamente, cogiendo y besando su mano.
Henry se sonrojó, no acostumbrada a ese gesto cortés.
– Prometo que la puede tener de regreso pronto. Estoy casi a punto de debutar, he hecho grandes progresos en mi formación gracias a ella.
John reprimió una risa.
– Oh, ¿y qué has aprendido?
– Cosas muy importantes, Su Señoría. Por ejemplo, si subo la escalera, debo seguir a un caballero, pero si bajo, él me debe seguir.
– " ¿te reconforto,?" -dijo él con una cara asombrosamente seria-, ese conocimiento es muy útil.
– Por supuesto. Y con horror por lo he hecho incorrectamente todos estos años y no lo sabía.
John logró permanecer con su expresión impasible por un momento más.
– ¿Y cuándo actuabas incorrectamente, cuando subías o bajabas?
– Oh, cuando subía, seguro. Verás, -ella dijo, inclinándose hacia adelante conspirativamente-, soy muy impaciente, y no espero a un caballero si quiero ir arriba.
John se echo a reír fuertemente.
– Belle, Caroline, pienso que tienen un éxito en sus manos.
Henry se dio la vuelta y le dio un codazo a Belle.
– ¿Notaste que bien me desenvolví? Creo que me puedo acostumbrar a tratar más fácilmente con las personas. No fue fácil, ¿sabes? Y creo que puedo empezar a flirtear. Estoy tan apenada de tener que utilizar a tu marido, pero es él único caballero que hay aquí.
Hubo uno ruidoso “mmm” proveniente de la cabecera de la mesa. Henry sonrió inocentemente cuando sus ojos se posaron en la cara del padre de Belle.
– Oh, perdóneme, Lord Worth, pero no puedo coquetear con usted. Lady Worth me mataría.
– ¿Y yo no lo haría? -Belle preguntó, con sus ojos azules brillando alegres por la risa.
– Oh, no, tienes demasiado buen corazón.
– ¿Y yo no? -bromeó Caroline.
Henry abrió la boca, y la cerró, la abrió otra vez para decir,
– Creo que me he metido en un pequeño aprieto.
– ¿Y qué aprieto es ese?
El corazón de Henry dio un salto dolorosamente familiar al oír la voz. Dunford que estaba en el portal, se veía impresionantemente apuesto, llevaba pantalones color de ante y una chaqueta verde de la botella.
– Pensé en hacerles una visita y averiguar sobre el progreso de Henry, -dijo.
– Está desempeñándose excelentemente, -Caroline contestó-. Y nos da mucho gusto tenerla. No me he reído así en años.
Henry sonrió descaradamente.
– Soy sumamente divertida.
John y el conde tosieron, ambos probablemente para cubrir sus sonrisas.
Dunford, sin embargo, no se molestó en esconder la suya.
– También me preguntaba si te gustaría dar un paseo esta tarde.
Los ojos de Henry se iluminaron.
– Oh, me gustaría eso sobre todo. -Entonces echó a perder el efecto dándole un codazo a Belle otra vez y diciendo-: ¿Oíste eso? Logré acostumbrarme a decir ”sobre todo”. Es una frase absurda, de seguro, pero pienso que finalmente comienzo a sonar como a un debutante. -Nadie pudo esconder su sonrisa esta vez.
– Excelente, -Dunford contestó-. Vendré por ti a las dos. -Asintió con la cabeza para despedirse del conde y la condesa, y se fue.
– Yo también voy a irme ahora, -dijo John-. Tengo mucho que hacer esta mañana. -Besó en la frente a su esposa y siguió a Dunford a la puerta principal.
Belle y Henry se excusaron y se retiraron a la sala de estar, donde podían hablar sobre títulos y reglas hasta el almuerzo. Henry no estaba muy excitada por volver a estudiar.
– ¿Qué te pareció mi marido? -le preguntó Belle una vez que estaban sentadas.
– Es muy apuesto, Belle. Obviamente es un hombre de gran bondad e integridad. Lo pude ver en sus ojos. Tienes mucha suerte por tenerle.
Belle sonrió y aún se sonrojó más cuando dijo.
– Lo sé.
Henry le dirigió una pequeña sonrisa.
– Es realmente guapo, también. Y a pesar de cojea camina con mucha decisión.
– Siempre lo he pensado así. Él solía ser terriblemente falto de naturalidad acerca de eso, pero ahora tengo la idea que él apenas lo nota ".
– ¿Se hirió en la guerra?
Belle asintió con la cabeza, sombría.
– Sí. Tuvo suerte de conservar su pierna después de todo.
Ambas guardaron silencioso por un momento, y Henry repentinamente dijo,
– Me recuerda un poquito a Dunford.
– ¿Dunford? -Belle parpadeó con sorpresa-. ¿De verdad? ¿Piensas eso?
– Absolutamente. El mismo color de pelo castaño y los ojos, aunque quizá el pelo de Dunford es un poco más grueso. Y pienso que sus hombros son un poco más anchos.
– ¿Realmente? -Belle se inclinó hacia adelante interesada.
– Mmmm. Y es muy guapo, por supuesto.
– ¿Dunford? ¿O mi marido?
– Ambos, -Henry dijo rápidamente-. Pero… -Sus palabras salieron casi de su boca, pero se percató que sería imperdonablemente rudo señalar que Dunford era obviamente el más bien parecido de lo dos.
Belle, por supuesto, sabía que su marido obviamente era el más gallardo de los dos, pero nada en absoluto la habría complacido más que oír a Henry disentir. Sonrió y murmuró suave sutilmente alentando a Henry a continuar hablando.
– Y… Henry -Belle agregó, completamente complacida" es simplemente fabuloso tener un marido que se despide con un beso. Aún cuando la nobleza no lo considera primordial.
Belle no tuvo que mirar a Henry para saber que ella esperaba que Dunford hiciese lo mismo.
Cuando el reloj golpeó las dos, Henry tuvo que ser disuadida de dejar de mirar cada momento a la puerta. Belle logró sentarla en la sala de estar e intentó aclararle que la mayoría de señoras eligen permanecer arriba y hacer esperar a sus visitas varios minutos. Henry no escuchó.
Parte de la razón de su excitación era ver si Dunford descubría sus cambios y si la vería como mujer. Belle y su familia parecieron aprobarlos tremendamente, fue su comprensión la que hizo que pensara que sería respetada por la nobleza. Y aunque la persistente Caroline se preocupaba por su rebelde pelo y su nueva ropa era un poco molesta. Henry comenzaba a tener esperanza que podía ser bonita después de todo. No arrebatadoramente bella como Belle, con su ondulado cabello rubio y los brillantes ojos azules y que inspiró sonetos entre algunos artistas de la nobleza , pero ella seguramente era un poco atractiva.
Con la autoestima alta Henry llegó a pensar que podía tener una probabilidad diminuta de inducir a Dunford a amarla. A él ya le gustaba ella; Seguramente esa era la mitad de batalla. Tal vez ella podría competir con las señoras sofisticadas de la nobleza, después de todo. No estaba realmente segura cómo hacer para lograr ese milagro pero supo que iba a tener que pasar mucho tiempo en su presencia si quisiera lograr cualquier progreso.
Y mientras pensaba en eso, fue cuando contempló el reloj y notó que eran las dos, su corazón comenzó a correr a velocidad.
Dunford llegó pasados dos de minutos la hora y descubrió a Belle y Henry estudiando una copia de Dignidad de la nobleza de Debrett. O más bien, Belle intentaba muy duramente obligar Henry a estudiarlo, y Henry intentaba muy duro lanzar el libro fuera de la ventana.
– Veo que disfrutan de su tiempo juntas, -Dunford habló arrastrando las palabras.
– Oh, muchísimo, -Belle logró arrebatar el libro antes de que Henry consiguiera dejarlo caer en una escupidera antigua.
– Muchísimo, Milord, -Henry se burló-. Se supone que debo llamarlo “Milord”, lo he descubierto.
– Ojalá tú lo quisieras decir, -él masculló en voz baja. Tal obediencia de Henry era algo por lo que estar agradecido, ciertamente.
– No el Barón o Barón Stannage, -ella continuó-. Aparentemente nadie utiliza la palabra “barón” excepto al hablar de alguien. El título es inservible y sangriento, pienso, si nadie sabe que tu lo posees.
– Er, Henry, tu podrías querer refrenar el uso de la palabra “sangriento”, -Belle se complació en señalar-. Y todo el mundo sabe que él tiene el título. De eso es lo que esto trata. -Señaló el libro en su mano.
– Lo sé. -Henry frunció la cara-. Y no te preocupes, no diré “sangriento” en público a menos que alguien me haya herido en una de mis arterias y esté en peligro de morir desangrada.
– Er, y otra cosa con respecto a eso, -añadió Belle.
– Lo sé, no debo mencionar ninguna parte de mi anatomía en público. Temo que me crié en una granja, y ahí no somos tan remilgados.
Dunford tomó su brazo y dijo a Belle:
– Mejor la sacaré de la casa antes de que ella la queme por aburrimiento.
Belle estuvo con ellos un buen rato, hasta que llego una criada y se marcharon con la sirvienta unos cuantos pasos detrás de ellos.
– Esto es muy extraño, -Henry susurró después de que habían alcanzado el borde de Grosvenor Square-. Me siento como si estoy siendo acechada.
– Te habituarás. -Él hizo una pausa-. ¿Te diviertes en Londres de verdad?
Henry pensó un poco antes de contestarle.
– Tú tenias razón acerca de entablar amistad con tus amigos. Adoro a Belle. Y Lord y Lady Worth tienen muy buen corazón. Supongo que no supe lo que me faltaba al pertenecer aislada en Stannage Park.
– Bien, -contestó él, palmeando su mano enguantada.
– Pero añoro Cornualles, – dijo ella dijo tristemente-. Especialmente el aire limpio y los campos verdes.
– Y a Rufus, -él bromeó.
– Y a Rufus.
– ¿Pero te alegras de haber venido?
Dunford dejó de caminar. No se dio cuenta de eso, pero contenía su respiración, ¿Eran tan importante para él que ella contestara afirmativamente?.
– Sí -dijo ella lentamente-. Sí, pienso que es así.
Él sonrió amablemente.
– ¿Sólo piensas que es así?
– Estoy asustada, Dunford.
– De qué, ¿Hen? -Él clavó los ojos en ella, e intento ver en sus ojos.
– ¿Qué ocurre si me equivoco? ¿Qué ocurre si hago algo fuera de los límites sin saberlo?
– No lo harás, Hen.
– Oh, pero podría. Es tan fácil.
– Hen, Caroline y Belle dicen que progresas a grandes pasos. Saben mucho acerca de la sociedad. Si dicen que estás lista para debutar, te aseguro, estás lista.
– Me han enseñado mucho, Dunford. Sé eso. Pero también sé que posiblemente no me pueden enseñar todo en unas dos semanas. Y si hago algo incorrectamente… -Sus palabras se desvanecieron, y sus ojos plateados resplandecieron, grandes y luminosos, con aprensión.
Él quiso acercarla a sus brazos, para descansar su barbilla en su cabeza y asegurarle que todo estaría bien. Pero estaban en un parque público, y tuvo que contentarse diciendo:
– ¿Qué ocurrirá si haces algo mal, bribona? ¿El mundo sufrirá una crisis nerviosa? ¿Los cielos caerán con estrépito sobre nosotros? Pienso que no.
– Por favor no menosprecies esto, -dijo ella con el labio inferior temblando.
– No lo hago. Hen, sólo quise decir…
– Lo sé, -ella interrumpió con voz inestable-. En el caso que… pues bien, sabes que no soy tan hábil en ser una chica, y si hago algo incorrectamente, rebota en contra tuya. Y en contra de Lady Worth y Belle y su familia entera, que se han portado tan bien conmigo, y…
– Henry, para, -él imploró-. Sólo se tu misma. Todo estará bien, te lo prometo.
Ella le contempló. Después de que lo pareció una eternidad, finalmente asintió con la cabeza.
– Si tú lo dices, sabes que confío en ti.
Dunford sintió algo adentro de él como un golpe y entonces miró perdidamente hacia las profundidades plateadas de sus ojos. Su cuerpo se contoneaba más cerca de ella, y él quiso solo restregarse el pulgar en contra de sus labios rosados, calentándolos para un beso.
– ¿Dunford?
El sonido suave de su voz lo sacó de su ensueño. Rápidamente reanudó el paseo, su paso repentinamente fue tan veloz que Henry prácticamente tuvo que correr para ponerse a la par. Maldita sea, él soltó en injurias contra sí mismo. No la había traído a Londres simplemente para continuar seduciéndola.
– ¿Cómo te va con tu nuevo guardarropa? -Le preguntó abruptamente-. Veo que llevas puesto uno de los vestidos que compramos en Cornualles.
Requirió un momento para que Henry pudiera contestar, tan confundida estaba por el cambio brusco de tema.
– Muy bien, -contestó-. Madame Lambert está por concluir las alteraciones de último momento a mis vestidos. La mayoría deberían estar listos a principios de la semana próxima.
– ¿Y tus estudios?
– No tengo la seguridad de que uno les pudiese llamar estudios. Ciertamente no parece que es una necesidad terriblemente noble aprender de memoria rangos y órdenes de preferencia. Supongo que alguien debe saber que los hijos menores de marqueses están por debajo de hijos mayores de condes, pero no veo por qué tiene que importarme eso a mí. -Ella abrió sus labios a la fuerza en una sonrisa, esperando restaurar su buen humor-. Aunque tú podrías estar interesado en el hecho que los barones están por encima del Presidente de la Cámara de Patrimonio Común, pero, me temo, que no por encima de hijos de marqueses, tanto mayores como menores.
– Como estaba por debajo de ellos cuando fui un mero señor, -él contestó, agradecido de que esa conversación había sido el regreso a una conversación mundana-, no me torturaré sobre el hecho que están todavía por encima de mí, por así decirlo.
– Pero debes adoptar una apariencia de arrogancia señorial la próxima vez que encuentres al Presidente de la Cámara de Patrimonio Común, -Henry le instruyó con una sonrisa.
– La jovenzuela es tonta.
– Lo sé. Probablemente debería aprender a comportarme con más solemnidad.
– No conmigo, espero que seas así. Me gusta tu forma de ser. -Ese sentimiento familiar regresó.
– Todavía tengo muchas cosas que aprender, sin embargo, -dijo ella, recorriéndole con la mirada.
– ¿Muchas?
– Belle me dice que necesito aprender a coquetear.
– Belle te dijo que hicieras qué, -él masculló.
– Practiqué un poco con su marido esta mañana.
– ¿Qué hiciste?
– Bien, lo que quise decir, -Henry añadió rápidamente-. Y por cierto, no habría hecho eso si no se notase que está completamente enamorado de Belle. Él pareció una elección segura para probar mis habilidades.
– Mantente lejos de hombres casados, -él dijo severamente.
– Tú no estás casado, -apuntó ella.
– ¿Qué diablos quieres decir?
Henry recorrió su mirada ociosamente en la ventana de una tienda que pasaban antes de contestar.
– Oh, no sé. Supongo que quiere decir que debería practicar contigo.
– ¿En serio quieres?
– Oh, vamos, Dunford. Sé un buen perdedor. ¿Me enseñarás cómo coquetear?
– Diría que lo haces muy bien por ti misma, -él masculló.
– ¿De verdad piensas eso? -Ella le preguntó, mientras su cara expresaba perfecto deleite.
Su cuerpo reaccionó instantáneamente a la alegría radiante en su expresión, y se indicó a sí mismo no volver a mirarla otra vez. Así de nuevo.
Pero ella estaba tirando fuertemente de su brazo, rogando, e implorando,
– ¿Por favor, me enseñarás? ¿Compláceme?
– Oh, está bien, -él suspiró, seguro de que ésta era una idea terrible.
– Oh, espléndido. ¿Cuándo empezaremos?
– Es un día precioso hoy, -dijo él, sin ser capaz de poner cualquier sentimiento a sus palabras.
– Sí, lo es, pero pensé que íbamos a concentrarnos en coquetear.
Él la miró y su deseo pudo más. Sus ojos lograron en cierta forma deslizarse hasta sus labios.
– La mayoría de flirteos, -le dijo, respirando profundamente-, comienza con trivialidades de una conversación educada.
– Oh, ya veo. Está bien. Comienza de nuevo, entonces.
Él aspiró hondo y dijo profundamente,
– Es un día precioso hoy.
– Ciertamente lo es. Uno desea pasar el tiempo al aire libre, ¿no piensas así?
– Estamos al aire libre, Henry.
– Finjo que estamos en un baile, -ella explicó-. ¿Y podemos ir al parque? Quizá encontremos un banco en el cual sentarnos.
Dunford la llevó silenciosamente a Green Park.
– ¿Podemos comenzar de nuevo? -Ella preguntó.
– No hemos progresado mucho.
– Tonterías. Estoy en lo cierto que tendremos éxito una vez que comenzamos. Ahora, acabo de decir que el día hace uno desear pasarlo al aire libre.
– Ciertamente, -él contestó lacónicamente.
– Dunford, no facilitas esto. -Ella divisó un banco y se sentó, haciendo sitio para él junto a ella. Su criada se quedó debajo de un árbol a unos diez pasos.
– No quiero facilitarlo. No quiero hacer esto, es todo.
– Sin duda alguna, ves mi necesidad de conocer como tratar con los caballeros. Ahora por favor ayúdame e intenta esforzarte.
La mandíbula de Dunford se cerró con fuerza. Ella iba a tener que aprender a que no podría empujar demasiado lejos. Él curvó sus labios en una malvada media sonrisa. Si ella quería que coquetease, coquetearía con ella.
– Bien. Deje a mí empezar nuevamente.
Henry sonrió felizmente.
– Eres hermosa cuando sonríes.
Su corazón cayó a sus pies. Ella no podría decir una sola palabra.
– Coquetear toma a dos, ¿sabes? -él habló arrastrando las palabras-. Consideraras en darme una respuesta o no tienes nada que decir.
– Se lo agradezco, milord, -dijo ella, excitada por su intrepidez-. Ese es ciertamente un cumplido, original en usted.
– Y simplemente un poco común.
– ¿Qué dices?
– No es precisamente un secreto que eres un experto en mujeres, Su Señoría.
– Has escuchado chimes sobre mí.
– De ningún modo. No puedo evitarlo si tu comportamiento es un tema frecuente de conversación.
– ¿Discúlpame? -Él dijo fríamente.
– Las mujeres se lanzan sobre ti, eso he escuchado. ¿Por qué no te has casado con una de ellas, me pregunto?
– Eso no es una pregunta para ti, querida.
– Ah, pero no puedo ayudar si mi mente vaga.
– Nunca dejes a un hombre llamarte querida, -él le pidió.
Requirió un segundo para darse cuenta de que él había cambiado de carácter.
– Pero sólo tú me llamas así, Dunford, -dijo en voz baja con un tono agudo.
En cierta forma administrado para hacerle sentirse a él como un hombre viejo débil, y con gota.
– Soy igual de peligroso que el resto de ellos, -dijo él con voz dura.
– ¿Para mí no? Tú eres mi tutor.
Si no hubieran estado en medio de un parque público, la habría agarrado y mostrado qué peligroso podía ser. Era asombroso cómo le podía descontrolar ella. Un momento él estaba tratando de ser un tutor sabio pero severo, y al siguiente estaba desesperadamente tratando de reprimirse para no tomarla en la calle.
– Está bien, -Henry dijo, prevenidamente evaluando su expresión escandalosa-. Qué tal esto. Milord, usted no debería llamarme querida.
– Es un principio, pero si sujetas un abanico, fuertemente te insto a atizarlo en el ojo del villano también.
Henry estaba un poco alentada por la nota de posesividad que sintió en su voz.
– Pero si eso ocurre, como ahora y yo no tengo un abanico, ¿qué haría si un caballero no presta atención a mi advertencia verbal?
– Entonces deberías correr en dirección opuesta. Rápidamente.
– Pero justamente para esclarecer el tema, digamos que estoy arrinconada. O quizá estoy en medio de un abarrotado salón de baile y no quiero hacer una escena. Si tú coqueteases con una señorita que acababa de decirte que no la llames cariño o querida, ¿qué harías?
– Accedería a sus deseos y me alejaría de ella dándole las buenas noches, -dijo calmado.
– ¡No lo harías! -Henry le acusó con una sonrisa juguetona-. Tú eres un seductor terrible, Dunford. Belle me lo dijo.
– Belle habla demasiado, -masculló él.
– Ella meramente me avisaba de los caballeros con quienes debo estar en guardia. Y, -añadió, encogiéndose de hombros delicadamente-, cuando nombró a los seductores, tú estabas al principio de la lista.
– Un poco de razón tiene ella.
– Por supuesto, tú eres mi tutor, -ella dijo pensativamente-. No arruinarías mi reputación. Por eso tengo suerte, en disfrutar de tú compañía.
– Qué dices, Henry, -Dunford dijo con uniformidad y lentitud deliberada-, Tú no necesitas mucha costumbre para coquetear.
Ella sonrió brillantemente.
– Tomaré eso como un cumplido, por originarse de ti. Entiendo que eres un maestro en el arte de la seducción.
Sus palabras le irritaron mucho, ciertamente.
– Sin embargo, pienso que eres excesivamente optimista. Yo probablemente necesito simplemente un poco de costumbre. Para confiar en mí y afrontar a la nobleza en mi primer baile, -ella explicó, con su cara viéndose maravillosamente fervorosa-. Quizá podría poder pedir ayuda al hermano de Belle. Llega de Oxford pronto, entiendo, y regresará a Londres por la temporada.
La opinión de Dunford era que el hermano de Belle, Ned era todavía un joven inexperto, pero estaba no obstante en camino de convertirse en un seductor. Y entonces allí se molesto pensando en el joven con los ojos azules y la estructura ósea maravillosa similar a la de Belle. Sin mencionar el hecho aún más molesto que residiría en la misma casa con Henry.
– No, Henry, -Dunford habló con voz baja y muy peligrosa-. No creo que debas practicar tus artimañas femeninas en Ned.
– ¿Por qué piensas eso? -Ella preguntó despreocupadamente-. Él parece una elección perfecta.
– Sería sumamente peligroso para ti.
– ¿Cómo podría lastimarme? No puedo imaginarme que el hermano de Belle alguna vez intente hacerme daño.
– Pero lo haría.
– ¿Tú lo harías? -Ella respiró-. ¿Qué harías tú?
– Si crees, -él ladró-, que voy a contestar esa pregunta, eres lenta de entendimiento, si no demente.
Los ojos de Henry se ensancharon.
– Ay de mí.
– Ay de mí, ciertamente. Quiero que me escuches, -le dijo, sus ojos penetrando peligrosamente los de ella-. Debes mantenerte lejos de Ned Blydon, debes mantenerte lejos de hombres casados, y debes mantenerse alejada de todo los seductores en la lista de Belle.
– ¿Incluyéndote?
– Por supuesto que no, maldición -él chasqueó-. Soy tú tutor ante la ley. -Cerró la boca, apenas capaz de creer que había perdido su calma hasta el grado que había soltado injurias contra ella.
Henry, sin embargo, pareció para no notar su lenguaje obsceno.
– ¿Todos los seductores?
– Todos ellos.
– ¿Entonces en quién puedo fijarme?
Dunford abrió su boca, completamente teniendo la intención de despachar una lista de nombres. Para su sorpresa, él no podría sacar de entre manos a nadie.
– Debe haber alguien, -aguijoneó ella.
Él la miró, pensando que le gustaría tomar su mano y pasar un paño sobre ese imposible expresión alegre fuera de su cara. O mejor que eso, lo haría con su boca.
– No me digas que voy a tener que pasar la temporada entera solamente contigo como compañero. -Fue difícil, pero Henry logró mantener el optimismo apartado de su voz.
Dunford se paró abruptamente, izándola prácticamente junto con él.
– Encontraremos a alguien. Mientras tanto vayamos a casa.
No habían caminado tres pasos cuando oyeron a alguien pronunciar en voz alta el nombre de Dunford. Henry miró hacia arriba y vio una mujer sumamente elegante, muy bien vestida, y muy bella dirigiéndose a ellos.
– ¿Una amiga tuya? -preguntó.
– Lady Sara Jane Wolcott.
– ¿Otra de tus conquistas?
– No, -él dijo malhumoradamente.
Henry rápidamente evaluó el brillo depredador en los ojos de la mujer.
– A ella le gustas.
Él se volvió contra ella.
– ¿Qué acabas de decir?
Se salvó de tener que contestar por la llegada de Lady Wolcott. Dunford la saludó y presentó a las dos mujeres.
– ¿Tú pupila? -Lady Wolcott trinó-. Qué encantadora.
¿Fascinante? Henry quiso hacer eco. Pero se calló la boca.
– Qué completamente doméstico estas, -Lady Wolcott continuó, cogiendo el brazo de Dunford, más bien sugerentemente, en opinión de Henry.
– No sé si llamaría a esto “doméstico”, -Dunford contestó atentamente-, pero ciertamente ha sido una experiencia nueva.
– Oh, estoy segura. -Lady Wolcott mojo sus labios-. No es tu estilo usual. Tu usualmente eres dado a búsquedas más atléticas – y masculinas – ".
Henry estaba pálida llena de ira, que pensó con admiración por que no comenzó protestar. Al ver las manos de la dama sobre él. Realmente quiso rasguñar el rostro de la dama.
– Pierda cuidado, Lady Wolcott, -Dunford contestó-, encuentro mi papel como tutor muy informativo y ayuda a forjar mi carácter.
– ¿Forjar tu carácter? Tedioso. Muy aburrido. Pronto te volverás un aburrido. Ven y llámame. Estoy segura que podemos encontrar formas para entretenernos.
Dunford suspiró. Normalmente él habría estado tentado a recordarle Sara Jane acerca de cómo acceder a su oferta más que evidente, pero con Henry en su compañía él repentinamente sintió la necesidad de tomar la vía más moral.
– Dime, -le dijo agudamente-. ¿Está viajando Lord Wolcott en estos días?
– Esta en Dorset. Como siempre. No le gusta estar en Londres. -Le dedicó a Dunford una última sonrisa seductora, asintió con la cabeza a Henry, y siguió su camino.
– ¿Es así cómo debo comportarme? -Henry preguntó incrédulamente.
– Por supuesto que no.
– Entonces…
– Simplemente sé tú misma, -él dijo lacónicamente-. Simplemente sé tú misma, y mantente alejada de…
– Lo sé. Lo sé. Mantente lejos de hombres casados, Ned Blydon, y toda variedad de seductores. Simplemente haz el favor de dejarme saber si piensas acerca de alguien más, a quien debo agregar a la lista.
Dunford miró con ceño.
Henry sonrió todo el trayecto a casa.