Capítulo 2

Dunford alzó una ceja. ¿Ésta chica era Henry?

– Usted es una chica, -dijo él, dándose cuenta de lo estúpidas que sonaron las palabras al salir de su boca.

– La última vez que me miré seguía siéndolo, -dijo ella descaradamente.

Algún miembro del personal de servicio gimió. Henry estaba prácticamente segura que era la Sra. Simpson.

Dunford parpadeó un poco mirando escrutadoramente a la joven que tenía frente a él. Ella llevaba puesto un pantalón holgado gastado, ligeramente salpicado de barro, una camisa blanca de algodón vieja pero en buen estado, que si el número de vetas enlodadas en su persona fuera cualquier indicación, recientemente había sido reparada. Su larga cabellera café estaba suelta, rozando libremente sus nalgas. Más bien su hermoso cabello era el único atributo femenino, en comparación con el resto de su apariencia. Él realmente no podría decidirse si ella era atractiva o meramente interesante o aún si podía ser bella, si no llevara ropa tan indefinida que no marcaba sus formas.

Una inspección más cercana podría realizarla en cualquier momento, porque la chica decididamente apestaba… Resaltando su lado no femenino.

Honestamente, Dunford, no quería estar cerca de ella.

Henry había estado llevando encima la fragancia del cerdito toda la mañana y lo había vuelto usar. Vio al nuevo Lord Stannage fruncir el ceño. Y estaba determinada a no preocuparse por la reacción de él, sabía que probablemente se sentía incomodo por su atavío fuera de lo normal. Ya que no podía hacer nada acerca de eso ahora, gracias a su llegada anticipada y a la apariencia inoportuna del cerdo gigante, decidió sacar partido de eso y sonrió otra vez, queriendo calmarle de lo agradable que a ella le resultaba su presencia.

Dunford se aclaró la voz.

– Perdone Srta. Barrett la sorpresa, pero…

– Henry. Por favor llámeme a Henry. Todo el mundo lo hace.

– Henry, entonces. Por favor perdone mi sorpresa, pero no fui informado que usted era una mujer, sólo sabía que alguien con el nombre de Henry estaba a cargo, y naturalmente asumí…

– No se aflija, -ella dijo moviendo sus manos-. Ocurre todo el tiempo. A menudo ese efecto surge a mi favor.

– Estoy seguro que ocurre, -se quejó él, caminando discretamente junto a ella.

Ella cruzó sus brazos y entrecerró los ojos mirando a través del césped hacia los establos para ver si el mozo de labranza aseguraba al cerdo correctamente. Dunford la observó suspicazmente, pensando que debía haber otro Henry, esta chica posiblemente no podía estar a cargo. Por el amor de Dios, ella no tenía un día por encima de quince.

Ella se dirigió hacia él con un movimiento más bien repentino.

– Éste no es un suceso común, tengo que decir. Construimos una porqueriza nueva, y los cerdos están en los establos sólo como una medida temporal.

– Entiendo. -Ella ciertamente sonaba como estuviera a cargo, pensó Dunford.

– Para que esté correctamente levantada faltan días, tal vez si contáramos con su ayuda, Su Señoría.

En alguna parte rezagada alguien tosió, y esta vez ella estaba segura que era la Sra. Simpson.

No era el momento adecuado para que Simpy entorpeciera sus planes, por un ataque de conciencia, Henry pensó en sacarle los ojos. Pero en vez de eso, le sonrió otra vez a Dunford y dijo,

– Me gustaría ver la porqueriza acabada tan pronto como sea posible. No queremos que se repita el terrible incidente de esta tarde, ¿y usted?

Esta vez a Dunford no le quedó nada más que admitir que esta criatura ciertamente tenía el control de la hacienda.

– Entiendo que usted está a cargo aquí, – dijo finalmente.

Henry se encogió de hombros.

– Más o menos.

– No es usted un poco, jo… ¿joven?

– Probablemente, -Henry contestó sin pensar. Pero se equivocaba por condenarla por eso, sería una excusa para deshacerse de ella.

– Pero soy realmente "el mejor hombre" para el trabajo, -argumentó ella rápidamente-. He administrando Stannage Park durante años.

– Mujer, -Dunford se quejó.

– ¿Discúlpeme?

– Es mujer. La mejor mujer para el trabajo. -Sus ojos brillaron con humor-. Usted es una mujer, ¿no?

Henry, se perdió completamente al darse cuenta que él estaba bromeando con ella, lo cual hizo que se sonrojase.

– No hay hombre en Cornualles que haga un mejor trabajo. -Masculló ella.

– Estoy seguro que está en lo correcto, -dijo Dunford-. A pesar del incidente del cerdo. La apariencia Stannage Park es espléndida. Estoy seguro que está haciendo un buen trabajo. De hecho, quizá debería mostrarme la hacienda. -Entonces él soltó una sonrisa. La que tenía que considerarse como un arma mortal.

Henry intentó en vano y con mucho esfuerzo no derretirse por su abierta sonrisa. Nunca había tenido ocasión para conocer a un hombre así, tan masculino y seguro de si mismo, era realmente un enigma y no le gustó la sensación en su estómago cuando la miraba. Él no se percato del efecto que su presencia ejercia sobre ella, notó con irritación, aparte de que esa sensación sería otro obstáculo para lograr sus objetivos. Bien, ella no se iba a desmayar por él después de todo.

– Ciertamente, -contestó con suavidad-, estoy complacida por su aprobación. ¿Empezamos a trabajar ahora mismo?

– ¡Henry! -la señora Simpson intervino para evitar cualquier problema-. Su Señoría recién ha llegado de Londres después de un largo recorrido. Estoy segura que él querrá descansar y también tendrá apetito.

Dunford les volvió a dedicar otras de sus mortíferas sonrisas.

– Muerto de hambre.

– Si yo hubiera recibido recientemente por herencia una hacienda, querría ver su funcionamiento de inmediato, por supuesto -Henry dijo exasperada-. Querría conocer todo sobre ella.

Los ojos de Dunford se estrecharon suspicazmente.

– Para ser sincero, yo quiero aprender todo acerca de Stannage Park, pero no veo por qué no puedo comenzar mañana por la mañana, después de haber comido y descansado. -Dijo mientras miraba fijamente a Henry y se inclinaba para estar muy cerca de ella-. Y mientras aprovecha el tiempo y se baña.

La cara de Henry se volvió roja como una remolacha al percatarse que el nuevo Lord Stannage le decía amablemente que apestaba.

– Por supuesto, Su Señoría, -le dijo en tono glacial-. Sus deseos son órdenes para mi. Usted es el nuevo señor aquí, por supuesto.

Dunford pensó que podría estrangularla si volvía decir otra vez “por supuesto”. ¿Simplemente ella estaba exagerando? o era algo más ¿Y por qué estaba tan resentida con él? Ella había sido toda sonrisas y amables bienvenidas simplemente algunos minutos antes.

– No puedo expresar lo agradecido, que estoy por tener su ayuda, Srta. Barrett. Lo siento, er… Henry. Y de su lindo discurso, sólo puedo deducir que está a mi completa disposición. Qué intrigante. -Sonrió secamente y siguió a la Sra. Simpson hacia la casa.

Henry pensó, llena de rabia, que era un condenado, condenado, condenado, insoportable mientras resistía el deseo a golpear el suelo con el pie. Ahora ella debía tener en cuenta moderar su carácter para obtener mejores resultados.

¿Qué pensaría de ella? Sabría él que no le quería aquí y sospecharía cada palabra y acción. Él no era alguien a quien se podría manejar fácilmente.

Ese era su primer problema. Supuso que él sería estúpido. Los hombres de su clase generalmente lo eran según lo que había escuchado.

El segundo problema: Era demasiado joven. No iba a tener cualquier problema manteniéndose al día con ella mañana. No iba agotarle fácilmente en su estadía en Stannage Park.

El tercer problema, por supuesto, era que realmente era el hombre más atractivo que alguna vez había visto. Ella no conocía a muchos hombres eso era cierto, pero eso no disminuyó el hecho de que él le gustaba… Henry frunció el ceño. ¿Qué le hizo él a ella para sentir esa gran atracción?

Suspiró y negó con la cabeza. Ella no quería saber.

Su cuarto problema era obvio. A pesar de no querer admitirlo el nuevo Lord Stannage tenía razón sobre ese tema.

Apestaba.

Ni si quiera se molesto en encubrir un gemido, Henry regresó rápidamente a la casa y subió las escaleras para ir su cuarto y darse un baño.


* * * * *

Dunford siguió a la Sra. Simpson a la mejor habitación.

– Espero que encuentre esta habitación confortable, -decía-. Henry se ha esmerado en mantener la casa en las mejores condiciones y con todos los adelantos posibles.

– Ah, Henry, -él dijo enigmáticamente.

– Ella es nuestro Henry, si.

Dunford le sonrió, con otra de esas combinaciones devastadoras de sus labios y dientes que habían hecho sucumbir a las mujeres durante años.

– Simplemente ¿quién es Henry?

– ¿Usted no lo sabe?

Él se encogió de hombros y alzó sus cejas.

– Ella ha estado viviendo aquí muchos años, desde que sus padres murieron. Y ha dirigido la hacienda… déjeme recordar, al menos seis años, desde que Lady Stannage murió, Dios bendiga su corazón.

– ¿Dónde estaba Lord Stannage? -Dunford preguntó curiosamente. Mejor enterarse de todo lo más pronto como fuera posible. Él siempre había creído que nada podría armar a un hombre como una buena investigación.

– Llevando luto por Lady Stannage.

– ¿Seis años?

La Sra. Señora Simpson suspiró.

– Fueron muy devotos el uno para el otro.

– Déjeme asegurarme que entiendo bien la situación. Henry, er, la Srta. Barrett ha estado administrando Stannage Park ¿Durante seis años? Eso no podría ser posible. ¿Asumió el control de las riendas cuando tenía diez años de edad? ¿Cuántos años tiene?

– Veinte, milord.

– Veinte. Ciertamente no aparenta esa edad.

– Comprendo. ¿Y cuál es su relación con Lord Stannage?

– ¿Quién?, usted es el nuevo Lord Stannage ahora.

– El anterior Lord Stannage, digo, -contestó Dunford, cuidadoso de no mostrar su impaciencia.

– Una prima distante de su esposa. Ella no tenía otro lugar a donde ir, pobrecita.

– Ah. Que generosos fueron. Perfecto, muchas gracias por conducirme a mi recamara, Sra. Simpson. Pienso que dormiré una corta siesta y después me cambiaré de ropa para la cena. ¿Ustedes cenan temprano, como frecuentemente se hace en estas regiones?

– Es el campo, después de todo, -dijo ella con aprobación. Entonces recogió sus faldas y salió del cuarto.

Una pobre huérfana, pensó Dunford. Qué intrigante. Una pobre huérfana, que se vestía como un muchacho, apestaba, se exaltaba fácilmente, y tenía funcionando Stannage Park con las mejores comodidades, como cualquier casa de un noble londinense. Su tiempo en Cornualles ciertamente no sería aburrido.

Ahora, si sólo pudiese averiguar como se vería ella con un vestido.


* * * * *

Dos horas más tarde Dunford deseaba no habérselo preguntado. Las palabras no podrían describir como se veía la Srta. Henrietta Barrett con un vestido. Nunca antes había visto a una mujer que se viera tan mal -y había visto a muchas mujeres que no sabían elegir su vestuario.

Su traje de noche era un grotesco oscuro e irritante vestido color lavanda con muchos arcos y encajes. Además de su fealdad general, obviamente también era incómodo porque ella se deslizaba torpemente mientras estaba vestida así. Ya fuera eso o el vestido simplemente, no era su talla, lo cuál Dunford notó haciendo una inspección más cercana. El largo del vestido era muy corto para ella, el corpiño le apretaba un poco, y si él lo hubiera examinado mejor habría visto un pequeño desgarro del encaje en la manga derecha.

Caramba, la observó mejor, juraría que el vestido estaba roto.

Cuando la Srta. Henrietta Barrett caminó hacia él, sintió explícitamente la incomodidad y el miedo en su semblante.

Aparte del recelo en su rostro su cabello se veía más brillante y despedía un agradable olor a limones.

– Buenas noches, Su Señoría, -dijo ella cuando lo encontró en la sala, antes de pasar al comedor-. Confío que se estableció cómodamente en sus nuevas habitaciones.

Él se inclinó graciosamente ante ella.

– Perfectamente, señorita Barrett. Permítame alabarle nuevamente por el ejemplar manejo de la casa y la hacienda.

– Llámeme a Henry, -le dijo automáticamente.

– Todo el mundo hace, -él terminó por ella.

A pesar de sí misma, Henry sintió una risa brotando de su interior. Dios mío, ella nunca había pensado en perder la razón y el dominio de sí misma por un hombre hasta que le conoció a él. Eso sería un desastre.

– ¿Puedo escoltarla adentro para cenar? -Dunford inquirió atentamente, ofreciéndole a ella su brazo.

Henry colocó la mano en su codo y dejo que la condujese al comedor, decidiéndose que no le haría daño pasar una noche agradable en la compañía de ese hombre -Aunque ella misma tendría que recordarse más tarde que era su enemigo. Después de todo, quería tranquilizarlo, esos eran los motivos que la habían impulsado a ofrecerle su amistad y amabilidad. ¿Era correcto lo que hacía? El Sr. Dunford no tenía la apariencia de ser un tonto, y tenía la pequeña impresión de que si sospechase que ella quería deshacerse de él, se requeriría a la mitad del ejército de Su Majestad para echarle de Cornualles. No, el mejor plan del que disponía era simplemente hacerle llegar a la conclusión que la vida en Stannage Park no era un paseo, nada agradable.

Además, ningún hombre hasta ese momento le había ofrecido a ella su brazo. Los pantalones y el carácter de Henry les asustaba. Y a pesar de si misma él la hacía sentirse muy femenina, para poder resistir a ese gesto cordial.

– ¿Disfruta de estar aquí, Su Señoría? -Le preguntó una vez que estuvieron sentados.

– Mucho, Aunque sólo he estado algunas horas. -Dunford sumergió su cuchara en su consomé de carne y bebió un sorbo-. Delicioso.

– Mmm, sí. La señora Simpson es un tesoro. No sé lo que haríamos sin ella.

– Pensé que la Sra. Simpson era el ama de llaves.

Henry, sintiendo la oportunidad de llevar al cabo su plan, intentó poner en su cara una máscara de inocencia fervorosa.

– Oh, tiene esa función, pero a menudo cocina también. No tenemos mucho personal aquí, en caso que usted no se hubiera fijado. -Sonrió, estaba casi segura que él se había fijado-. Más de la mitad de los sirvientes que se presentaron frente a usted esta tarde en verdad trabajan fuera de la casa, en los establos y el huerto y en actividades semejantes.

– ¿Y eso a qué se debe?

– Supongo que debemos intentar contratar a algunos sirvientes más, pero pueden ser terriblemente caros, usted sabe.

– No, -dijo él suavemente-, no lo se.

– ¿No lo sabe? -preguntó Henry, mientras su cerebro funcionaba muy, muy de prisa-. Eso debe ser porque usted nunca ha tenido que manejar una hacienda y una casa como esta.

– No una tan grande como ésta.

– Eso debe ser eso, entonces, -dijo ella-, si usted quiere contratar a más personal para que trabajen a veces en tareas insignificantes, tendríamos que hacer un recorte en otras áreas.

– ¿Tendríamos? -Una esquina de la boca de Dunford se inclino convirtiéndose en una perezosa sonrisa mientras tomaba un poco de vino.

– Sí. Tendríamos. En el estado actual de la hacienda, en realidad no tenemos el presupuesto para comida que deberíamos tener.

– ¿Realmente? Encuentro esta comida deliciosa.

– Bien, por supuesto, -Henry dijo fuertemente. Trató de suavizar su voz mientras decía-: Queríamos que su primera noche aquí fuera especial.

– Qué considerado de su parte.

Henry tragó un poco asustada. Él parecía tener la cualidad de leer todos sus pensamientos.

– A partir de mañana, -dijo, asombrada de que su voz no temblara-, tendremos que volver a nuestro menú normal.

– ¿Cuál es? -Él aguijoneó.

– Oh, esto y aquello, -ella dijo, moviendo su manos nerviosamente para no delatarse mientras mentía-. Casi siempre es mucha carne de cordero. Comemos a las ovejas una vez que su lana ya no es buena.

– No era consciente que la lana se descomponía.

– Oh, pero lo hace. -Henry sonrió sigilosamente, preguntándose si él podría distinguir que ella mentía más que un embaucador-. Cuando las ovejas envejecen, su lana llega a convertirse… Correosa, no podemos obtener un buen de ella. Así es que destinamos a los animales para comida.

– Carne de cordero.

– Sí. Hervido.

– Es asombroso que usted no este más delgada.

Reflexivamente, Henry miró hacia su persona. ¿Pensaba él que ella era flaca y huesuda? Sintió un tipo extraño de achaque, casi de gusto a su pesar, y después lo rechazó-. No escatimamos en la comida, -pronunció, renuentemente al pensar en dejar de comer sus huevos y embutido favoritos-. Después de todo, uno necesita la nutrición correcta sin pasar hambre, Aunque con comidas sencillas. Ya que necesitamos nuestra fuerza aquí en Stannage Park, debido a todas las tareas.

– Por supuesto.

– Así que tomamos un buen desayuno, -Henry dijo, mientras empezaba a pensar en más mentiras-, seguida por gachas de avena para el almuerzo.

– ¿Gachas de avena? -Dunford casi se atragantó con la palabra.

– Sí. Usted desarrollará el gusto hacia ellas. No hay cuidado. Y la cena es usualmente sopa, pan, y carne de cordero, si tenemos alguna oveja.

– ¿Si tenemos alguna oveja?

– Pues bien, no matamos todos los días una de nuestras ovejas. Tenemos que esperar a que sean viejas. Obtenemos un buen precio por la lana.

– Estoy seguro que la buena gente de Cornualles está agradecida con usted por arroparlos.

Henry trato de poner su en rostro una máscara perfecta de inocencia para responder tajantemente.

– Estoy segura que la mayor parte de ellos no saben de dónde viene la lana para sus prendas de vestir.

Él clavó los ojos en ella, obviamente intentando percibir si era tan ingenua para creer que él no se daba cuenta de sus mentiras.

Henry, incómoda con el repentino silencio, dijo,

– Esa es la razón por la que comemos carne de cordero. Algunas veces.

– Entiendo.

Henry intentó evaluar su tono evasivo pero se encontró con que no podía leer sus pensamientos. Ella caminaba por una cuerda floja y ambos lo sabían. Por un lado quería mostrarle lo adversa que podía ser la vida rural en especial en su hacienda. Por otra parte, si le mostraba que la vida en Stannage Park podía ser una pesadilla, él pensaría que estaba mal administrada, podría destruir todo su trabajo ¿cuál sería un desastre? Frunció el ceño. Él no la podría despedir, ¿verdad? ¿Podría deshacerse alguien de la hacienda?

– ¿Por qué tiene la cara tan larga, Henry?

– Oh, no es nada, -contestó rápidamente-. Estaba haciendo un poquito de cuentas en mi cabeza. Siempre frunzo el ceño cuando hago cuentas.

Ella realmente me esta mintiendo, pensó Dunford. Está rezando para que no me de cuenta,

– ¿En qué ecuaciones estaba concentrada?

– Oh, los alquileres y los cultivos, esa clases de cosas. Stannage Park es una granja en perfectas condiciones, cada uno de los que estamos en ella cumple una función, usted sabe. Todos nosotros trabajamos muy duro en ella.

Repentinamente la larga explicación acerca de comida cobró significado nuevo. ¿Ella estaba tratando de ahuyentarle?

– No, no lo sabía.

– Oh, sí. Tenemos un gran número de inquilinos, pero también tenemos a las personas que trabajan directamente para nosotros, cosechando cultivos y criando ganado y cosas semejantes. Es un montón de trabajo.

Dunford sonrió sigilosamente. Ella esta tratando de ahuyentarle. ¿Por qué? Iba encontrar su corta estadía allí muy interesante gracias a esa extraña mujer. Si ella quería una guerra, él estaría encantado de complacerla, de la misma forma dulce e inocentemente en que ella disfrazaba sus ataques.

Inclinándose hacia adelante, se dispuso a conquistar a la Srta. Henrietta Barrett de la misma manera que había conquistado a todas las mujeres de Gran Bretaña que había conocido. Simplemente siendo él mismo. Comenzó con otra de esas sonrisas devastadoras.

Henry no tenía ninguna posibilidad.

Ella pensó que estaba hecha de piedra, siempre enfrentada al trabajo. Aún logró decírselo a sí misma, " estoy hecha de piedra," pero la fuerza de su encanto la inundó. Obviamente no era tan dura como imaginaba porque su estómago dio un salto mortal, aterrizó en alguna parte de alrededor de su corazón, y para su horror absoluto, se oyó a sí misma suspirar, cuando el volvió a sonreírle.

– Cuénteme sobre usted, Henry, -dijo Dunford.

Ella parpadeó, como si repentinamente despertarse de un sueño más bien lánguido.

– ¿De mí? No hay mucho que contar, me temo. Mi vida es muy aburrida.

– Más bien dudo de eso, Henry. Usted es una mujer poco común.

– ¿Poco corriente? ¿Yo? -La última palabra salió como un chirrido.

– Bien, veamos. Obviamente viste generalmente pantalones más de lo que lleva vestidos, porque nunca he visto a una mujer que se sienta más incomoda en un traje de noche, que usted esta noche…

Ella sabía que era la verdad, pero era increíble cuánto la lastimó oírle decirlo.

– Por supuesto, sólo podría ser que el traje de noche le apriete un poco, o que el material le produzca picar…

A ella se le iluminó un poco el rostro. El vestido era de hace cuatro años, y había crecido considerablemente durante ese período.

Dunford extendió su mano derecha a la de ella a medida que contaba sus rarezas. El dedo índice se extendió hacia el suyo para señalar, mientras decía:

– Usted ha administrado sin ninguna ayuda esta hacienda, convirtiéndola en un negocio provechoso y aparentemente lo ha hecho desde muy joven. Por lo que sé lo ha hecho durante seis años.

Henry tragó y silenciosamente tomó su sopa y miró como otro de sus dedos se acercaba a ella.

– Sin ningún temor a ser mordida se acercó y controló al animal más inmenso de la variedad porcina que alguna vez he visto, la mayoría de mujeres que conozco se desmayaría sólo con ver a esa bestia mientras usted hasta se tutea con él.

Henry frunció el ceño, todo lo que él le decía era verdad pero no sabía como interpretar sus palabras. Otro dedo tocó uno de los suyos. Henry se sonrojó por todos los cumplidos que recibía, sin dejar de preguntarse por que él le tomaba su mano.

– Y finalmente… -Él alargó su pulgar-… responde al nombre improbable de Henry.

Ella sonrió débilmente.

Él miró hacia abajo a su mano, extendida encima de la de ella como si fuera una estrella de mar y la retiró.

– Si eso no le hace una mujer increíble, en realidad no sé qué otra cosa lo haría.

– Bien, -comenzó ella con vacilación-, quizá soy un pequeño fenómeno hombruno.

– Oh, no se llame a usted misma fenómeno, Henry. Aunque otros lo hagan deje de juzgarse a sí misma. Usted es original, es valiosa, pare de menospreciarse así.

A Henry realmente le agradó la forma en que la trataba. “Le gusto a alguien”.

– Su nombre es Porkus.

– ¿Discúlpeme?

– El cerdo. Me tuteo con él. -Ella sonrió tímidamente-. Su nombre es Porkus.

Dunford inclinó hacia atrás su cabeza y se rió.

– Oh, Henry, -se quedó sin aliento-. Usted es un tesoro.

– Tomaré eso como un cumplido, pienso.

– Por favor, hágalo.

Ella tomó un sorbo de su vino, sin percatarse que ya había bebido más de lo ordinario. El lacayo diligentemente le servía conforme bebía.

– Supongo que tuve una educación inusual -dijo imprudente-, probablemente, es por eso que soy tan diferente.

– ¿Oh?

– No hubo muchos niños cerca, y tenía aún menos probabilidad de estar cerca de otras niñas. La mayor parte de mi niñez jugué con el hijo del mayordomo.

– ¿Y él todavía sigue en Stannage Park? -Dunford se preguntó si quizá tenía un amante escondido en alguna parte. Pareció probable al ser una mujer tan independiente e inusual. Había despreciado muchos convencionalismos hasta ahora; ¿Cuánta diferencia sería tener un amante?

– Oh, no. Billy se casó con una chica de Devon y se fue. Usted no me pregunta todo esto sólo por ser cortés, ¿no es cierto?

– Absolutamente no. -Él sonrió diabólicamente-. Por supuesto espero estar siendo cortés, pero realmente la encuentro a usted muy intrigante y misteriosa. -Y así era. Dunford siempre había estado interesado en las personas que lo rodeaban, siempre se había preguntado lo que hacia funcionar a la raza humana.

En su casa, en Londres, a menudo se quedaba con la mirada fija fuera de la ventana durante horas, simplemente observando y reflexionando sobre la vida de quienes transitaban por las calles. Y en las fiestas siempre era un conversador genial, no porque hablara demasiado sino que se encontraba genuinamente interesado en lo que decían las otras personas. Esa era en parte la razón por qué tantas mujeres se habían enamorado perdidamente de él.

Después de todo, en verdad era algo raro en un hombre escuchar lo que una mujer tenía que decir.

Y Henry ciertamente no era insensible a sus encantos. Era cierto que los hombres la escuchaban todos los días, pero eran personas que trabajaban en Stannage Park, en efecto, trabajaban para ella. Nadie además de la Sra. Simpson alguna vez se tomó el tiempo para conversar con ella. Ligeramente confundida por el interés de Dunford hacia ella, escondió su ansiedad adoptando su usual actitud descarada.

– ¿Y qué hay acerca de usted, Su Señoría? ¿Tiene una educación inusual?

– Dentro de lo normal, me temo. Aunque mi madre y mi padre estaban realmente enamorados el uno del otro, algo inusual dentro de la nobleza, pero aparte de eso, fui un niño británico típico.

– Oh, dudo eso.

– ¿De verdad? -Él se inclinó hacia delante-. ¿Y por qué duda de mí, Srta. Henrietta?

Ella tomó otro sorbo de vino.

– Por favor, no me llame Henrietta. Detesto el nombre.

– Pero temo que cada vez que la llamo Henry, recuerdo a un compañero muy desagradable que estudió en Eton conmigo.

Ella le lanzó una sonrisa abierta y desenvuelta.

– Temo que sólo tendrá que acostumbrarse.

– Usted ha estado dando órdenes demasiado tiempo.

– Quizá, pero usted obviamente no las ha estado aceptando suficientemente durante mucho tiempo.

– Touché, Henry. Y aún no me ha dicho por qué cree que tuve una educación fuera de lo normal.

Henry frunció la boca y miró su copa que, paradójicamente, todavía estaba muy llena. Podía haber jurado que había bebido al menos más de la mitad. Tomó otro sorbo.

– Bien, usted no es exactamente un típico hombre.

– ¿Cómo es eso, que no soy como los otros hombres que conoce?

– Ciertamente. -Ella agitó su tenedor en el aire con énfasis antes de beber otro poquito de vino.

– ¿Y cómo de atípico soy?

Henry mordió su labio inferior, débilmente consciente de que acababa de quedar arrinconada.

– Bien, usted es muy amigable.

– ¿Y la mayoría de ingleses no lo son?

– No conmigo, casi siempre son distantes.

Sus labios se curvaron en una pequeña mueca.

– Obviamente no saben lo que se pierden al tratarla así.

– ¿Cómo dice? Preguntó ella, entrecerrando los ojos-, ¿no está siendo sarcástico, verdad?

– Créame Henry, no he sido menos sarcástico en mi vida. Realmente es usted la persona más interesante que he conocido en meses.

Ella escudriñó su cara para ver señales de burla o engaño y no pudo encontrar ninguna.

– Le creo.

Refrenó otra sonrisa, silenciosamente admirando a la mujer que estaba sentada frente a él. Su expresión era una combinación encantadora de arrogancia y preocupación, ligeramente mezclados todos esos elementos, por el hecho de que ella estaba un poco borracha.

Ella agitaba su tenedor en el aire cuando habló, aparentemente olvidando el bocado de faisán, agitándolo peligrosamente. Mientras él le preguntaba:

– ¿Por qué los hombres no son amigables con usted?

Henry se preguntó por qué era tan fácil hablar con ese hombre, ya fuera el efecto del vino o algo más complicado, se sentía a gusto con él. De una u otra manera, decidió que tomar vino no le haría ningún daño. Tomó otro sorbo.

– Pienso que creen que soy un fenómeno, -dijo ella finalmente.

Dunford hizo una larga pausa mientras trataba de ser sincero.

– Usted no es eso. Sólo necesita que alguien le enseñe cómo ser una mujer.

– Oh, sé cómo ser una mujer. Simplemente no soy el tipo de mujer que desean los hombres.

Su discurso era lo suficientemente subido de tono como para hacerle toser su comida. Se recordó a sí mismo que ella no tenía idea de lo que decía. Él tragó y se quejó,

– Estoy seguro usted exagera.

– Estoy segura que miente. Usted mismo acaba de decir que soy rara.

– Dije que era poco común. Y eso no quiere decir que nadie esté, o estuviese interesado en usted. -Entonces, para su horror, se percató que estaba empezando a interesarse en ella. Realmente, estaba pensado mucho en ella, más allá de lo razonable. Con un gemido mental, él empujó ese pensamiento fuera de su mente. Él tenía poco tiempo en su vida para quedarse allí mas allá de una semanas y cuando se fuera se olvidaría de ella. A pesar de su comportamiento, más bien extraño, Henry no era el tipo de mujer con quien pensaba que podía comprometerse y casarse. Aparte de eso no quería casarse y menos con ella. A pesar de estar muy intrigando acerca de ella. -Cállate, Dunford, -masculló.

– ¿Dijo algo, Su Señoría?

– De ningún modo, Henry, y por favor no se moleste con lo de “Su Señoría”. No estoy acostumbrado a ese trato, y me parece fuera de lugar ya que estoy llamándola por su nombre. ¿No es cierto Henry?

– ¿Entonces como debería llamarle?

– Dunford. Todo el mundo lo hace y por favor tutéame, -dijo, inconscientemente haciéndose eco de sus anteriores palabras.

– ¿No tienes un nombre de pila? -Ella preguntó, sorprendiéndose de su coquetería.

– No realmente.

– ¿Qué quiere decir eso, “no realmente”?

– Supongo que oficialmente sí, tengo uno, pero nadie lo usa.

– ¿Por qué?

Él se inclinó hacia adelante, matándola violentamente con otra de sus sonrisas letales.

– ¿Tiene importancia?

– Sí, -ella replicó.

– No para no mí, -dijo él despreocupadamente, masticando un trozo de faisán.

– Usted puede ser muy irritante, Sr. Dunford.

– Simplemente Dunford, por favor.

– Muy bien. Puede ser muy irritante, Dunford.

– Me lo han dicho alguna vez.

– De eso no tengo duda.

– Sospecho que la gente ocasionalmente también ha hecho comentarios sobre tus habilidades para irritar, Srta. Henry.

Henry tuvo que sonreír tímidamente. Él estaba absolutamente en lo correcto.

– Supongo por eso nos entendemos tan bien.

– Así que eso hacemos. -Dunford se preguntó por estaba un poco asombrado al darse cuenta de eso, entonces decidió no preguntarse.

– Un brindis entonces, -dijo él, tomando su copa-. Por la pareja más irritante en Cornualles.

– ¡De Gran Bretaña!

– Muy bien, en Gran Bretaña. Y porque nos irritemos por mucho tiempo.

Más tarde esa noche, Henry estaba cepillándose el cabello sobre su cama, mientras se preguntaba si Dunford era siempre así de divertido ¿Por qué estaba tan ansiosa de verlo mañana cuando deseaba fervientemente que se fuera de la hacienda?

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