Capítulo 11

Es muy, muy malo. muy, pero, muy malo.

Una hora más tarde Dunford todavía estaba muy despierto, su cuerpo entero estaba tan tieso como un palo por el miedo a propasarse accidentalmente contra de ella. Además, no podría arriesgarse a recaer y cambiar de posición tenia que dormir de espaldas a ella, ya que antes había subido muy cerca, él la podía oler en su almohada su olor.

Maldición, ¿por qué no podría permanecer ella simplemente en un lugar? Su olor estaba en todas partes por cualquier razón, ella debería haber yacido ahí, pero ahora se mudó al otro lado de la cama para dejar campo para él. ¿Por que entonces todas las almohadas tienen su olor ese perfume ambiguo a limones. ¿Que siempre flota en el aire alrededor de su nariz.? Y la maldita jovenzuela se movió tanto que interrumpió su sueño a pesar de que estaba de espaldas a ella para protegerla completamente.

No respires a través de tu nariz, él cantó internamente. No respires a través de tu nariz.

Ella se movió otra vez, emitiendo un suspiro suave.

Cierra tus oídos.

Ella hizo algo chistoso un pequeño chasquido de algo que se quiebra con sus labios, entonces se movió otra vez.

No es ella, su mente dio un pequeño gritó. Esto te ocurría con cualquier mujer.

Oh, deséchalo, el resto de su cerebro contesto. Tú quieres a Henry, y la deseas ardientemente.

Dunford apretó sus dientes y rezó para que le de sueño. Él rezó muy duro. Y no era un hombre religioso.


* * * * *

Henry sintió deseo. Caliente y suave y… con cuerpo. Sentía el sueño más bello. Aunque no sabia totalmente lo que ocurría en él, pero cualquier cosa que le dejaba un sentimiento completamente satisfecho y lánguido. Cambió de posición en su sueño, suspirando contentamente como el olor de madera caliente y el brandy fue a la deriva debajo de su nariz. Fue un olor. Delicioso. Igual al de Dunford. Él siempre olía a brandy y madera caliente, aún cuando él no había bebido. Era gracioso cómo olía a él. Era gracioso cómo su olor estaba en su cama. Los párpados de Henry se abrieron. Gracioso cómo que estaba él en su cama.

Ella dejó salir una boqueada involuntaria antes de que se acordase de, que estaba en una posada en camino a Londres y que había hecho lo que ninguna dama bien educada haría. Amablemente se había ofrecido a compartir su cama con un caballero.

Henry se mordió los labios y se puso derecha. Él se había visto tan incómodo. Sin duda alguna no era pecado tener piedad de él una noche, que dejar tenga dolor de espalda a la mañana siguiente o por varios días. Y el no la había tocado. Caramba, ella pensó indelicadamente, él no necesitó hacerlo. El hombre era ardiente. Ella probablemente habría sentido el calor de su cuerpo expandirse a través del cuarto.

El sol comenzaba a subir, y el cuarto entero fue bañado en un gran resplandor. Henry miró hacia abajo al hombre junto a ella. Más bien esperó que toda esta aventura no arruinase su reputación antes de que lograse adquirir una, pero si lo hiciese, pensó torcidamente, eso sería bastante irónico, considerando que no había hecho nada de lo cual estar avergonzada – además de quererle, por supuesto.

Por fin admitió eso para sí misma. Estas sensaciones extrañas que él le producía a ella – fueron deseo, simple y francamente. Aún si ella sabía que no podría actuar sobre estos sentimientos, no tuvo sentido mentirse acerca de ellos.

Esa honradez se estaba volviendo dolorosa, sin embargo. Sabía que no le podría tener. Él no la amaba, y no iba hacerlo. De hecho él la traía a Londres para que ella pudiera conseguir un marido. Esas eran sus intenciones.

Si tan sólo él no fuese tan agradable. Si ella le pudiese odiar, todo sería así más fácil. Ella podría ser malcriada y cruel y podría convencerlo de alejarse de su vida. Si él la ofendiera a ella, su deseo por él ciertamente se marchitaría y se desvanecería.

Henry descubría que el amor y el deseo estaban, para ella al menos, irrevocablemente entrelazados. Y parte de la razón que ella estaba así de loca por él consistía en que era un buen hombre. Si él no fuera un buen hombre, no reconocería su responsabilidad como su tutor, y no insistiría en llevarla a Londres y darle a ella una temporada.

Y él ciertamente no estaría haciendo todo esto porque quisiera que ella sea feliz. Claramente, él no era un hombre fácil para odiar. Con vacilación, ella tendió su mano y acaricio su cabello café oscuro e hizo un rizo con sus dedos mientras lo miraba. Dunford habló entre dientes con somnolencia y entonces bostezó. Henry sacudió con fuerza su brazo de regreso, espantada de que le hubiera despertado.

Él bostezó otra vez, esta vez muy fuerte, y perezosamente abrió sus ojos.

– Perdona, ¿te desperté? -dijo ella rápidamente.

– ¿Estaba dormido?

Ella asintió con la cabeza.

– Dios realmente no pasó nada, -él masculló.

– ¿Perdón?

– Simplemente una pequeña oración matutina de gracias, -él dijo secamente.

– Oh. -Henry parpadeó sorprendida- No tenia idea que eras tan religioso.

– No lo soy. Eso es – él hizo una pausa y suspiró-. Es notable lo que puede instigar a un hombre a descubrir la religión.

– Estoy segura, -se quejó, no sabiendo acerca de de lo que él hablaba.

Dunford giró su cabeza en la almohada a fin de estar frente a ella. Henry se veía condenadamente bien a primera hora de la mañana. Las etéreas guedejas de pelo se habían escapado de su trenza y se rizaban agradablemente alrededor de su cara. La luz suave de la mañana parecía convertir estas hebras errantes en oro trenzado. Respiró profundamente y se estremeció, deseando que su cuerpo no reaccionara. Este, por supuesto, no obedeció.

Henry, entretanto, repentinamente se había percatado que su ropa estaba en la silla al otro lado del cuarto.

– Digo, -ella se expreso nerviosamente-, ciertamente estas torpe.

– No tienes ni idea.

– Yo… um… Quiero mis ropas, y necesitaré levantarme para obtenerlas.

– ¿Sí?

– Pues bien, pienso que no debes verme en camisón, aún si te acostaste conmigo anoche. Oh, querido, -ella dijo con una voz sofocada-. Eso no es lo que quería decir. Lo que quise decir fue que pasamos la noche en la misma cama, lo cuál supongo que no es tan malo.

Dunford se manifestó – más bien dolorosamente apenado – y sintió que su vergüenza con la que casi no contaba.

– De todos modos, -ella siguió hablando con torpeza-, en realidad no puedo levantarme para obtener mi ropa, y mi bata de dormir parece estar justamente fuera de mi alcance. No estoy exactamente segura cómo paso eso, pero es, quizá tu debes levantarte primero, como ya te he visto…

– ¿Henry?

– ¿Sí?

– Cállate.

– Oh.

Él cerró sus ojos en agonía. No quería nada más que permanecer catatónico debajo de las mantas todo el día. Bien, eso no era totalmente cierto. Lo que él en realidad quería hacer involucraba a la joven que se sentaba junto a él, pero eso no iba a ocurrir, entonces optó por permanecer escondido. Desafortunadamente, una parte de su cuerpo realmente no quiso permanecer escondida, y no tenia ni idea cómo decirle lo que se levanto de él sin asustarla totalmente y quitarle diez años de su vida.

Henry se sentó, no podía aguantar más.

– ¿Dunford?

– ¿Sí? -Era asombroso cómo podría transportar una sola palabra tal sentimiento. Y no buenos sentimientos, en ese instante.

– ¿Qué vamos a hacer?

Él aspiró profundamente- posiblemente su veinteavo de la mañana.

– Tú vas a ocultarte debajo de las mantas, como hiciste anoche, y yo voy a vestirme.

Ella obedeció su orden con rapidez.

Él se levantó con un gemido imperturbable y cruzó el cuarto hacia donde había dejado su ropa.

– Mi ayuda de cámara tendrá un ataque, -masculló.

– ¿Qué? -Ella gritó de debajo de las cubiertas.

– Dije, -él habló más alto-, que mi ayuda de cámara tendrá un ataque.

– Oh, no -gimió, sonando considerablemente angustiada.

Él suspiró.

– ¿Qué sucede ahora, Hen"?

– Tu en realidad deberías tener a tu ayuda de cámara," vino la respuesta amortiguada por las cobijas. " me siento terrible".

– No lo hagas, -le pidió él sutilmente.

– ¿Qué no haga qué?

– No te sientas terrible -él prácticamente chasqueó.

– Pero no te puedo ayudar. Vamos a llegar a Londres hoy, y tu querrás lucir bien para tus amigos y… Y para cualquier otra persona para la que quieras verte agradable y…

¿Cómo es eso,? él se pregunto, ¿que ella lograse sonar como si estuviera irrevocablemente muy sentida si él no tenia a su ayuda de cámara?

– " No se como si no tengo a mi criado, voy de seguro a verme arrugado de cualquier manera, pero no hay necesidad que tu te preocupes por eso.

Él suspiró.

– Por eso debes regresar a la cama.

Eso, pensó él, era una idea muy mala.

– Apresúrate -dijo ella enérgicamente.

Él expresó sus sentimientos.

– Ésta es una idea muy mala, Hen.

– Confía en mí.

Él no podría ayudar mas que con un corto ladrido que se volvió en una risa lastimera que salio de su boca.

– Simplemente regresa a la cama y escóndete debajo de las mantas -explicó ella pacientemente-. Me levantaré y me vestiré. Entonces bajaré por la escalera y llamare a tu ayuda de cámara. Y tu te verás bello.

Dunford empezó a mirar hacia el montón de mantas que hablaba en la cama.

– ¿Bello? -Repitió.

– Bello, bien parecido, como quieras ser designado.

A él le habían llamado bien parecido muchas veces, muchas mujeres diferentes, pero nunca él se sintió tan contento con si mismo como en ese mismo momento.

– Oh, está bien, -suspiró-. Si insistes. -Unos segundos más tarde él estaba de regreso en la cama, y Henry corría a toda prisa fuera de ella a través del cuarto.

– No mires a escondidas, -ella gritó mientras se metía el vestido por la cabeza. Era el mismo que se había puesto el día anterior, pero lo había colocado cuidadosamente sobre una silla la noche antes, y supuso que estaba menos arrugado que los vestidos de su maleta de mano.

– Ni pensarlo, -él mintió insípidamente.

Algunos momentos más tarde ella dijo:

– Llamaré a tu ayuda de cámara. -Entonces él oyó el clic de la puerta.


* * * * *

Después de mandar subir a Hastings con su jefe, ella entró tranquilamente en el comedor, con la esperanza de poder ordenar algún desayuno.

Ella tuvo un sentimiento sabia que no debía estar sin acompañante, pero no podía hacer otra cosa. El hostelero la espió y se apresuro a su lado. Simplemente termino de hacer el pedido, cuando apareció una viejecita con cabellos grises azulados en la puerta de la esquina. Se vio increíblemente regia y arrogante. Debía ser la Duquesa de la Viuda de Beresford. Tenía que ser. Dunford le había advertido a ella para no dejarse ver por la señora cueste lo que cueste.

– En nuestra habitación, -Henry murmuró con voz forzada-. Nos gustaría el desayuno en nuestro cuarto. -Entonces se levantó rápido como una bala, rezando que la duquesa no la ha haya visto.

Henry subió corriendo las escaleras y entró violentamente en el cuarto, sin pensar quien lo ocupaba. Demasiado tarde vio con horror que Dunford estaba a mitad de vestirse.

– Oh, yo… respiró trabajosamente, clavando los ojos en su pecho desnudo-, estoy tan apenada.

– Henry, ¿qué sucedió? -Preguntó él urgentemente, olvidando la espuma de afeitar en su cara.

– Oh, querido. Lo siento. Esperaré en el pasillo. -Empezó a darse media vuelta.

– Henry, por el amor de Dios, ¿qué ha pasado?

Ella clavó sus ojos grandes de color plata. Él iba hacia ella, pensó. Iba a tocarla y no llevaba puesta una camisa. En ese momento, tardíamente notó la presencia del ayuda de cámara.

– No he debido haber entrado, -dijo precipitadamente-. Tienes razón no debí entrar. Fue justo… cuando vi. a la duquesa… Y…

– Henry, -dijo Dunford dijo con voz increíblemente paciente-. ¿Por qué no esperas en el pasillo? Casi estoy listo.

Ella asintió con la cabeza y volvió casi volando al vestíbulo. Algunos minutos más tarde la puerta se abrió para revelar a Dunford, viéndose maravillosamente gallardo. Su estómago dio un vuelco.

– Ordené el desayuno, -musitó-. Debería estar aquí de un momento a otro.

– Gracias. -Notando su incomodidad, él añadió-, me disculpo si nuestra estadía aquí, ha sido más bien poco convencional y te ha perturbado de cualquier forma.

– Oh, no, -ella dijo rápidamente, entrando al cuarto- no me has perturbado. Es simplemente… yo simplemente… Bien, tú me tienes pensando acerca de mi reputación y cosas semejantes ".

– Esta bien que lo hagas. Londres, me temo, no te permitirá la misma libertad que tenias en Cornualles.

– Lo sé. Es simplemente… -Ella hizo una pausa. Agradecida al observar a Hastings salir a hurtadillas del cuarto. Dunford cerró la puerta discretamente. Cuando ella continuó, susurrando-. El caso es que que no debo verte sin camisa, no importa cuán agradable es mirarte, porque me hace sentir muy abochornada,Y no sé como abordarlo después – "

– Suficiente, -él dijo en una voz constreñida, sosteniendo en alto una mano en ademán de detener las palabras inocentemente eróticas viniendo de su boca.

– Pero…

Dije basta.

Henry asintió y entonces el hostelero entró con el desayuno. Ella y Dunford observaron en silencio como puso la mesa y salió del cuarto. Una vez sentada, lo contempló y dijo:

– Digo, Dunford, te percatas…

– ¿Henry? -Él interrumpió, aterrorizado de lo que ella iba a decir, algo encantadoramente impropio y convencido de que no podría controlar su reacción.

– ¿Sí?

– Come tus huevos.


* * * * *

Muchas horas más tarde alcanzaron las afueras de Londres. Henry miraba prácticamente con la cabeza afuera del coche, estaba tan excitada. Dunford le enseñó unos pocos puntos de interés, asegurándole que le quedaría muchísimo tiempo para poder ver el resto de ciudad. Él la llevaría de visita por los lugares de interés tan pronto como hubieran contratado a una criada para actuar como su escolta. Hasta entonces haría que una de sus amigas le mostrase los lugares.

Henry tragó nerviosamente. Los amigos de Dunford indudablemente serían sofisticados y vestidos a la moda, con la mirada fija puesta en ella… Que no era nada más que una provinciana. Temía que al conocerlos metería la pata, no sabia que hacer cuando los conociera. Y el Señor sabía que no tenia ni idea qué decir.

Esto era en particularmente inquietante para una mujer que siempre tenia una réplica lista.

Cuando su carruaje dio la vuelta hacia Mayfair, las casas se volvieron progresivamente más grandiosas. Henry apenas podía cerrar la boca. Cuando ella se quedó con la mirada fija en las calles. Finalmente se voltio y dijo,

– Por favor dime que no vives en una de estas mansiones.

– No lo hago. -Él le dio a ella una sonrisa asimétrica.

Henry dio un suspiro de alivio.

– Pero tú si lo harás.

– ¿Discúlpame?

– No pensaste que vivirías en la misma casa conmigo, ¿verdad?

– Realmente no había pensado acerca de eso".

– Estoy seguro que podrás quedarte con alguno de mis amigos. Voy justamente a dejarte en mi casa, para que me esperes mientras hago los preparativos pertinentes…

Henry se sintió más bien como un pedazo de equipaje.

– ¿No seré una carga?

– ¿Tú te quedaras en una de estas grandes casas? -Señalo con su mano al frente a una de las opulentas mansiones-. Podrías apostar que podían pasar semanas antes que alguien note tu presencia.

– Es muy alentador, – masculló ella.

Dunford se rió ahogadamente.

– No te preocupes, Hen. No tengo intención de mandarte con una bruja miserable o con un viejo tonto y senil. Prometo que serás feliz con las disposiciones de tu domicilio.

Su voz fue tan profunda y reconfortante que Henry no podía mas que creerle.

El carruaje llegó a Moon Street y se paró delante de una limpia y pequeña casa de ciudad. El carruaje de Dunford se apeó, entonces él bajo para ayudar a Henry a bajar.

– Aquí es, -él dijo con una sonrisa-, donde vivo.

– ¡Oh, pero es precioso! -Henry exclamó, sintiéndose abrumadoramente aliviada de que su casa no era demasiado grandiosa.

– No es mía. Sólo la arriendo. Parece absurdo comprarme una casa cuando mi familia tiene una mansión aquí mismo en Londres.

– ¿Por qué no vives allá?

Él se encogió de hombros.

– Tengo pereza en mudarme supongo. Probablemente debería. La casa raras veces ha sido ocupada desde la muerte de mi padre.

Henry le dejó conducirla a una brillante y espaciosa sala de estar.

– Pero con toda seriedad, Dunford, -dijo ella-, ¿Una casa en Londres, por que no vives ahí? Ésta es una casa preciosa. Estoy segura que cuesta un ojo de la cara arrendarla. Podrías invertir esos fondos… -Dejó de hablar cuando se percató que Dunford se reía.

– Oh, Hen, -él se quedó sin aliento-. Nunca cambies.

– Puedes tener la seguridad de que no lo haré, -ella dijo impertinentemente.

Él le toco a ella debajo de la barbilla.

– Habrá en otro lugar una mujer tan práctica como tú, ¿me pregunto?

– La mayoría de varones no lo son, tampoco, -ella replicó-, y acierto a pensar que el sentido práctico es un buen rasgo.

– Y así es. Pero por lo que respecta a mi casa… – él le otorgó su sonrisa abierta y más cautivadora, enviando su corazón y mente en a un remolino de confusión-. A mis veinte y nueve años querrás que viva en casa de mis padres Y no deberías hablar de estos temas tan profundos con las señoras de nobleza".

– Pues bien, de qué puedo hablar, ¿entonces?

Él hizo una pausa.

– No lo sé.

– Tal como te he dicho no se de qué hablan de cuando se retiran después de cena. Es probable que sea algo horriblemente aburrido.

Él se encogió de hombros.

– No siendo una dama, nunca he sido invitado a escuchar sus conversaciones. Pero si es de tu interés, le puedes preguntar a Belle. Probablemente la conocerás esta tarde.

– ¿Quién es Belle?

– ¿Arabella? Oh, es una gran amiga mía.

Henry comenzó a sentir una emoción que se sintió misteriosamente como celos.

– Está recién casada. Antes era llamada Belle Blydon, pero ahora es Belle Blackwood. Lady Blackwood, supongo que la debería llamar.

Intentando ignorar el hecho de que se sintió más bien aliviada de que Belle era una persona casada, Henry dijo:

– ¿Y a ella"o Lady Belle Blydon me la presentarás, supongo?

– Es noble, verdad. -Ella tragó. Todos estos señores y estas señoras de alta alcurnia la alternaban.

– No dejes que la sangre azul de Belle te ponga nerviosa, -dijo Dunford enérgicamente, atravesando el cuarto. Puso su mano en el pomo y empujado abrió la puerta-. Belle es sumamente humilde, y además, tengo la seguridad de que con un poco de tiempo, tu podrás mezclarte sin avergonzarte con lo mejor de la nobleza.

– O con lo peor, -Henry masculló-, según el caso.

Si Dunford la oyó, simuló no hacerlo. Los ojos de Henry le siguieron cuando él entró en lo que parecía ser su estudio. Se inclinó sobre un escritorio y rápidamente rebuscó algunos papeles. Curiosa, ella le siguió hacia adentro, colocándose traviesamente al lado del escritorio.

– ¿Qué estas buscando?

– Pequeño diablillo curioso.

Ella se encogió de hombros.

– Simplemente alguna correspondencia que se acumuló mientras no estuve. Y algunas invitaciones. Quiero ser cuidadoso acerca de los acontecimientos que asistas al principio.

– ¿Asustado de que te podría hacer pasar vergüenza?

Él miró hacia arriba agudamente, y sintió alivio evidente cuando vio en su cara que ella sólo bromeaba.

– Algunos de los acontecimientos de la nobleza son totalmente aburridos. No querría causarte una mala impresión en tu primera semana aquí. Por ejemplo. -Él le paso una invitación blanca como la nieve-. Una velada musical.

– Pero pienso que disfrutaría de la velada musical, – dijo Henry. Sin mencionar el hecho que probablemente no tendría que conversar con nadie.

– No, -él dijo enfáticamente-, cuando está dada por mis primas las Smythe-Smith. Fuí a dos de ellas el año pasado, y sólo porque amo a mi madre. Creo que te he dicho que después de oír a mis estimadas Philippa, Mary, Charlotte, y Eleanor tocar a Mozart, sabía exactamente cómo sonaría una manada de ovejas. -Estremeciéndose con desagrado, miró la tarjeta y la descartó descuidadamente en el escritorio.

Henry, espiando una canasta pequeña cerca del escritorio, adivinó que era para poner las invitaciones descartadas, tomó la invitación arrugada y la lanzó en trayectoria elevada adentro. Cuando golpeó adentro, dejó salir un suave grito de triunfo, alzo sus brazos como saludo de victoria.

Dunford acababa de cerrar los ojos y meneó la cabeza.

– Bien, córcholis, -dijo ella impertinentemente-. No puedes esperar que abandone todos mis hábitos del pasado, ¿puedes?

– No, supongo que no. -Y, pensó con un tinte de orgullo, que realmente no quería eso.


* * * * *

Una hora más tarde Dunford se sentó en la sala de Belle Blackwood, contándole a ella sobre su pupila inesperada.

– ¿Y no tenias ninguna idea que eras su tutor hasta que el testamento de Carlyle llegó una semana y media después? -Belle preguntó incrédulamente.

– En absoluto.

– No puedo parar de reírme, Dunford, pensar acerca de ti como el tutor de una señorita. Tú, ¿como defensor de la virtud de una joven? Es un panorama más que improbable.

– No soy tal disoluto que no puedo encaminar a una señorita a la sociedad, -dijo, tensando su columna vertebral-. Y eso me hace volver a otros dos puntos. Primero, lo que corresponde a la frase “la señorita”. Bien, tengo que decir que Henry no es una mujer común. Y en segundo lugar, necesitaré tu ayuda, y no sólo para que me muestres tu apoyo. Necesito encontrar algún sitio donde pueda vivir. No puede hospedarse en mi apartamento de soltero.

– Estupendo, estupendo, -dijo Belle, agitando su mano ligeramente-. Por supuesto que te ayudaré, pero quiero saber por qué que ella es tan inusual. ¿Y por que la acabas de llamar Henry?

– Es diminutivo para Henrietta, pero creo que nadie la llamó así desde que era pequeña.

– Tiene algo de estilo, -Belle filosofó-. Si ella puede llevarlo.

– No tengo duda de que ella puede, pero necesitará un poquito de guía. Nunca ha estado en Londres. Y la mujer que la cuidaba murió cuando ella tenía sólo catorce años. Nadie le ha enseñado a Henry cómo ser una dama. Es completamente ignorante de la mayor parte de las costumbres de la nobleza.

– Pues bien, si ella es brillante, no debería ser demasiado reto. Y si a ti te gusta su presencia, estoy segura que no me necesitara mucho de mi compañía.

– No, estoy seguro tú y ella os llevareis muy bien. Quizá demasiado bien, -dijo sintiendo un poco de angustia. Tuvo la visión repentina de Belle y Henry juntándose y haciendo Dios sabe qué proyectos en su contra. No podría precisar que podrían lograr, o destruir, si trabajaban hombro con hombro. Ningún hombre estaría a salvo.

– Oh, no intentes herirme con la expresión propia de los hombres sitiados, -Belle dijo-. Cuéntame un poco sobre Henry.

– ¿Qué quieres saber de ella?

– No sé. ¿Qué apariencia tiene?

Dunford consideró cuidadosamente esto, preguntándose por qué era tan difícil describirla.

– Bien, su pelo es marrón, -comenzó-. En su mayor parte. Es decir. Hay vetas de oro también. Bien, realmente no son vetas, pero cuando le da el sol a su pelo, se ve muy rubio. No como el tuyo, sino… no sé, en un color mas oscuro.

Belle combatió el deseo de subirse de un salto a la mesa y bailar con regocijo, pero pensado estratégicamente se contuvo y disfrazó su rostro en para que él no vea sus deseos y pregunto,

– ¿Y sus ojos?

– ¿Sus ojos? Son grises. Bien, en verdad más plateados que gris. Supongo que la mayoría de la gente sólo les llamaría gris, sin embargo. -Hizo una pausa-. Plata. Son de plata.

– ¿Estás seguro?

Dunford abrió la boca, a punto de decir que debían ser grises en vez de plateados, cuándo notó el tono instigador en la voz de Belle y la cerró.

Los labios de Belle avanzaron a brincos cuando suprimió una sonrisa.

– Estaría encantada de que ella se quedase aquí. O mejor aún, la instalaremos en la casa de mis padres. Nadie se atrevería a herirla si mi madre le da su apoyo.

Dunford se paro.

– Bien. ¿Cuándo la puedo llevar?

– Cuanto antes mejor, pienso. No la queremos en tú alojamiento un minuto más de lo necesario. Visitaré a mi madre inmediatamente y la conoceré allí.

– Excelente, -dijo él lacónicamente, dándole a ella un pequeño beso.

Belle le observó caminar a grandes pasos fuera del cuarto, finalmente dejó su mandíbula abrirse asombrada por la manera que él había descrito a Henry. Las mil libras eran de ella. Prácticamente podía sentir el dinero en su mano.

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