Henry llevaba la cabeza muy alta cuando Dunford la ayudó a salir del carruaje. Casi se le rompió el corazón cuando su mano tocó la de ella, pero tendría que aprender a mantener sus emociones fuera de su cara. Si Dunford acertase a verla a los ojos, todo lo que vería sería un rostro perfectamente compuesto, sin señal de pena o cólera, pero sin señal de felicidad.
Acababan de salir cuando el carruaje de los Blackwoods llegó detrás de ellos. Henry observó como Belle ayudaba a John a bajar. Belle inmediatamente corrió hacia su lado, sin molestarse a esperar que saliera Alex.
– ¿Qué ha pasado? -exclamó, notando la cara inusualmente tensa de Henry.
– Nada, -Henry mintió.
Pero Belle la oyó expresar en voz muy baja. “Obviamente me equivoque”.
– No es nada, realmente. Estoy nerviosa, eso es todo.
Belle más bien dudó que Henry se hubiera puesto tan nerviosa durante el breve paseo del carruaje. Echó una mirada desdeñosa en dirección a Dunford. Él inmediatamente se marchó dando media vuelta y entabló una conversación con John y Alex.
– ¿Qué te hizo? -Belle susurró coléricamente.
– ¡Nada!
– Si eso es cierto, -dijo Belle cuando ella le devolvió la mirada, indicándole con su expresión que no le creía ni por un segundo-, debes tranquilizarte antes de que entremos.
– Estoy serena, -Henry protestó-. No creo que haya estado tan serena en toda mi vida.
– Entonces descontrólate. -Belle se acercó y la abrazó fuertemente.
– Henry, nunca te he visto así. Siento mucho tener que decirlo de este modo, pero pareces muerta, es la verdad. No hay nada que temer. Todo el mundo te amará. Simplemente ve allí.Y sé tu misma. -Hizo una pausa-. Pero no maldigas.
Una sonrisa renuente tembló en los labios de Henry.
– Y trata no habar de los procesos de cultivo y crianza de animales, -agregó Belle rápidamente-. Especialmente acerca de los cerdos.
Henry podría sentir un destello regresando a sus ojos.
– Oh, Belle, te quiero mucho. Eres muy buena amiga.
– Tú lo haces muy fácil, -Belle volvió a abrazarla cariñosamente-. ¿Estás lista? Bien. Dunford y Alex van a escoltarle adentro. Eso debería asegurar que tengas una gran aceptación. Antes de que Alex se casara, fueron los dos caballeros más deseados del país.
– Pero Dunford aún no tenia un título.
– No importaba. Las mujeres lo querían de todas formas.
Henry sabía demasiado bien por qué. Pero él no la quería. Al menos no de la misma forma que ella. Un nuevo sentimiento de humillación la inundó cuando lo miró. Repentinamente sintió una necesidad abrumadora para probarse a sí misma que era digna del amor de Dunford, aun si él no estuviera de acuerdo. Su barbilla se elevó y una sonrisa deslumbrante cruzó su cara.
– Estoy lista, Belle. Voy a divertirme mucho.
Belle se vio ligeramente asombrada por la vehemencia de sus palabras y el cambio repentino en la actitud de Henry.
– Vamos entonces. ¡Dunford! ¡Alex! ¡John! Estamos en condiciones de entrar.
Los tres caballeros suspendieron a regañadientes su conversación, y Henry se encontró flanqueada por Dunford y Alex. Se sintió terriblemente pequeña; Ambos hombres eran varias pulgada mas altos que ella mucho más anchos de hombros. Supo que iba ser la envidia de cada mujer del salón de baile; Ella no había conocido a más hombres de la nobleza,, pero seguramente a la mayor parte de ellos les faltaba la virilidad que estos tres hombres poseían.
Se abrieron paso al interior y esperaron a que el mayordomo los anunciase. Henry se dio cuenta que pronto era su turno, se acercó más a Alex y se alejó todo lo posible de Dunford. Finalmente Alex se apoyó y susurró:
– ¿Estas bien, Henry? Es casi nuestro turno.
Henry se dio la vuelta y le dedicó la misma sonrisa deslumbrante que acababa de usar con Belle.
– Estoy bien, Su Ilustrísima. Muy bien. Voy a conquistar Londres. Tendré la a nobleza a mis pies.
Dunford escuchó sus palabras y se puso rígido, la atrajo hacia él.
– Observa, bien lo que haces Henry, -susurró mordazmente-. No hace falta que entres del brazo de Ashbourne. Es sabido por todos que él adora a su esposa.
– No te preocupes, -ella respondió con una sonrisa ancha e hipócrita-. No te haré pasar vergüenza. Y prometo estar fuera de tus manos tan pronto como sea posible. Pondré empeño en tener docenas de propuestas de matrimonio. Para la semana próxima si puedo.
Alex tuvo una idea lo que estaba ocurriendo, y sonrió abiertamente. No era tan honorable como para no disfrutar del desasosiego de Dunford.
– ¡Lord y Lady Blackwood! -El mayordomo pronunció claramente. El aliento de Henry se atascó en su garganta. Eran los siguientes. Alex le dio un codazo juguetonamente y susurró,
– Sonríe.
– Su gracia, el Duque de Ashbourne! ¡Lord Stannage! y la ¡Srta. Henrietta Barrett!
Hubo un gran silencio en la fiesta, cuando anunciaron sus nombres la gente estaba pendiente. Henry no fue tan vana y ni se engañó en pensar que la nobleza se había quedado impresionada por su belleza incomparable, pero supo que todos ellos se morían por verla, ya que de alguna forma había logrado debutar en los brazos de dos de los hombres más deseables de Gran Bretaña.
Los cinco amigos se abrieron paso hacia donde estaba Caroline, asegurando el éxito de Henry proclamando al mundo que la Condesa Worth la patrocinaba.
En unos minutos Henry estaba rodeada de jóvenes hombres y mujeres, todos ansiosos por conocerla. Los hombres estaban curiosos… ¿quién era esa mujer desconocida y cómo pudo obtener la atención de ambos Dunford y Ashbourne? (Pocos sabían aún que ella era la pupila de Dunford.) Las mujeres estaban aún más curiosas. por exactamente la misma razón.
Henry se rió, coqueteó, bromeó y chispeó. Por pura fuerza de voluntad logró apartar a Dunford de su mente. Ella imaginaba que cada hombre que conocía era Alex o John, y cada mujer eran Belle o Caroline. Esta treta mental le permitió relajarse y ser ella misma, una vez que hizo eso las personas se mostraron atraídas hacia ella instantáneamente.
– Ella es un soplo de aire fresco, -declaró Lady Jersey, no muy compasiva con el resto de jóvenes a quienes las consideraba muy comunes.
Dunford oyó sin intención este comentario e intentó enorgullecerse de su pupila, pero no podía manejar la posesividad irritante que sentía todo el tiempo, cuando algún joven petimetre besaba su mano. Y eso no fue nada comparado con los grandes esfuerzos por aquietar sus ardientes celos, que surgían en el momento en que ella sonreía a sus admiradores, en especial algunos hombres mayores y más experimentados que también concurrieron a su lado.
Caroline en ese instante le presentaba al Conde de Billington, un hombre que a él normalmente le gustaba y al que respetaba. Maldita sea, esa era la misma sonrisa descarada que ella le daba a él. Dunford hizo una nota mental de no venderle a Billington el caballo árabe del que había estado interesado toda la primavera.
– Veo que tu pupila esta arrasando.
Dunford giró su cabeza para ver a Lady Sara Jane Wolcott.
– Lady Wolcott, -dijo, perezosamente inclinando su cabeza.
– Ella es realmente un éxito.
– Sí, lo es.
– Debes estar orgulloso.
Él manejó una brusca inclinación de cabeza.
– Debo decir, no lo habría predicho. No es que no sea atractiva, -Lady Wolcott se apresuró a añadir-. Pero no está dentro del estilo usual.
Dunford le lanzó una mirada asesina.
– ¿En la apariencia o en la personalidad?
Sara-Jane fue en extremo tonta, o no llegó a notar el brillo furioso en sus ojos.
– Ambas, supongo. Ella recién esta comenzando a conocer a las personas, ¿no piensas eso?
– No, -gruñó-, no lo hago.
– Oh. -Las esquinas de sus labios hicieron una mueca ligera-. Bien, estoy segura que todo el mundo se dará cuenta de eso pronto. -Le lanzó una sonrisa seductora y siguió adelante.
Dunford volvió la cabeza para mirar a Henry otra vez. ¿Estaba siendo demasiado impulsiva? Ella tenía una risa más bien vibrante. Él siempre lo había tomado como señal de una persona feliz y encantadora, pero un tipo diferente de hombre lo podría ver como una invitación. Se movió junto a Alex, donde podría vigilarla mejor.
Henry, entretanto, se había logrado convencer a si misma que pasaba un momento espléndido. Todo el mundo pareció pensar que ella era terriblemente atractiva y ocurrente. Para una mujer que se había pasado casi toda la vida sin amigos, ésta fue una combinación intoxicante, ciertamente.
El conde Billington le brindaba una atención particular, y podía distinguir sus miradas fijas en ella, él no cortejaba usualmente a las debutantes. Henry le encontró muy atractivo y bien parecido y llegó a pensar que si hubiese más hombres como él, podría poder encontrar alguien con quien ser feliz. Quizá casarse con el conde. Él le pareció inteligente, y aunque su pelo era negro, sus ojos café caliente le recordaron a Dunford.
Henry pensó que ese no debería ser un punto en el favor del conde. No obstante, decidió, en espíritu de la justicia, que no debería ser un punto en contra de él tampoco.
– ¿Monta usted, Srta. Barrett? -El conde decía.
– Por supuesto, -contestó-. Me crié en una granja, después de todo.
Belle tosió.
– ¿Realmente? No tenía ni idea.
– En Cornuales. -Henry decidió sacar a Belle de su agonía-. Pero usted no quiere saber de mi granja. Deben haber miles de ellas. ¿Usted monta? -Ella hizo esa última pregunta con una mirada instigadora en su ojos; Era costumbre que todos los caballeros montasen.
Billington se rió ahogadamente.
– ¿Puedo tener el placer de escoltarla en un paseo en Hyde Park pronto?
– Oh, pero no podría hacer eso.
– Estoy abatido, Srta. Barrett.
– Aún no sé su nombre, -Henry continuó, con su sonrisa iluminando su cara-. Posiblemente no podría hacer una cita para montar con un hombre al que solo me dirijo “como milord”. Es terriblemente atemorizante, sabe. Temblaré todo el tiempo por miedo a ofenderlo.
Esta vez Billington rió a carcajadas. Plantándose marcialmente le dijo:
– Charles Wycombe, señorita, a su servicio.
– Me debería gustar dar un paseo con usted, Conde de Billington".
– Dígame ¿me tomé el trabajo de presentarme a usted, y todavía tiene la intención de llamarme Conde de Billington?
Henry negó con su cabeza.
– En realidad no le conozco muy bien, milord. Sería horriblemente impropio para mí llamarle Charles, ¿no piensa usted eso?
– No, -dijo él con una sonrisa perezosa-, no lo hago.
Una sensación de bienestar fluyó de pronto a través de ella, casi, pero no idéntica, que la que sentía cuándo Dunford le sonreía. Henry se decidió que le gustaba este sentimiento aun más. Hubo todavía esa sensación de sentirse preciosa buscada, bien atendida, posiblemente amada, pero con Billington manejó tener en cierta medida el control. Cuando Dunford eligió otorgarle una de sus sonrisas abiertas a ella, era como pasar a través una cascada.
Le podía sentir cerca, y recorrió con su mirada hacia la izquierda. Él estaba allí, tal como lo suponía y le hizo a ella una burlona inclinación de cabeza. Por un momento el cuerpo entero de Henry reaccionó y olvidó cómo respirar. Entonces su mente volvió a tomar el control y se volvió resueltamente al Conde de Billington.
– Es bueno saber su nombre de pila, incluso si no tengo la intención de usarlo, -le dijo con una sonrisa misteriosa-. Pues es difícil pensar acerca de usted como el conde.
– ¿Quiere decir que pensará acerca de mí como Charles?
Ella se encogió de hombros delicadamente. Fue en ese momento que Dunford se decidió que debería intervenir. Billington miró como si no quisiera nada más que tomar la mano de Henry, conducirla fuera al huerto, y besarla sin sentido. Dunford encontró ese sentimiento desagradablemente fácil de entender. Dio tres pasos rápidos y estaba a su lado, tomando su brazo como si fuera su propiedad.
– Billington, -dijo de la forma más amistosa que podía lograr, la cuál, reconocidamente, no podría ser mucha.
– Dunford. Entiendo que eres el responsable de traer a esta criatura encantadora a la temporada.
Dunford asintió con la cabeza.
– Soy su tutor, sí.
La orquesta entabló los primeros acordes de un vals. La mano de Dunford tomo el brazo de Henry y la acomodó alrededor de su muñeca.
Billington ejecutó otra reverencia en la dirección de Henry.
– ¿Puedo tener el placer de este baile, Srta. Barrett?
Henry abrió la boca para contestar, pero Dunford fue más rápido.
– La Señorita Barrett ya me ha prometido este baile.
– Ah, sí, como su tutor, por supuesto.
Las palabras del conde hicieron a Dunford querer arrancar sus pulmones. Y Billington era un amigo. Dunford agarró con fuerza su mandíbula y resistió el deseo de gruñir. ¿Qué diablos iba a hacer cuándo los hombres que no eran sus amigos comenzaran a cortejarla?
Henry frunció el ceño con irritación.
– Pero…
La mano de Dunford se apretó considerablemente alrededor de su muñeca. Su protesta murió rápidamente.
– Fue muy agradable conocerle, Lord Billington, -le dijo con entusiasmo sincero.
Él asintió con la cabeza educadamente.
– Muy agradable, ciertamente.
Dunford miró con ceño.
– Si nos disculpas. -Comenzó a conducir a Henry hacia la pista de baile.
– Quizá no quiero bailar contigo, -Henry gruñó.
Él arqueó una ceja.
– No tienes ninguna elección.
– Pues ese era un hombre que está intensamente deseoso y puede que quisiera casarse conmigo, y tu estás haciendo un muy buen trabajo ahuyentando a mis pretendientes.
– No ahuyenté a Billington. Confía en mí, se pondrá en tu puerta mañana por la mañana, con flores en una mano y chocolates en la otra.
Henry sonrió soñadora, en su mayor parte simplemente por irritarle. Cuando alcanzaron la pista de baile, sin embargo, notó que la orquesta había empezado un vals. Era todavía un baile relativamente nuevo, y las debutantes no tenían permiso para bailar vals sin la aprobación de las matronas de la sociedad. Ella trató de detenerse.
– No puedo, -dijo-. No estoy autorizada.
– Caroline se encargó de ello, -él dijo intempestivamente.
– ¿Estás seguro?
– Si no comienzas a bailar conmigo en un segundo, te agarraré bruscamente en mis brazos, y creare tal escena que…
Henry le echó al hombro su mano con rapidez.
– No te comprendo, Dunford, -dijo cuando él comenzó a girarla en espiral a través de la pista.
– ¿Qué no comprendes? -Él dijo misteriosamente.
Sus ojos volaron hacia él.
– ¿Qué he hecho mal?
– Nada.
– No hecho nada. -Dijo con dignidad.
Él la agarro de la cintura, incapaz de resistir la tentación de tener su cuerpo suave debajo de su mano. Caramba, esto era el infierno.
– ¿Por qué todo el mundo nos mira? -Henry susurró.
– Porque, mi querida, eres el último grito de la moda. Ciertamente vas a ser la sensación de la temporada. Cuenta con eso.
Su tono y su expresión hicieron que ella tenga iras.
– Podrías intentar alegrarte un poco por mí. Pensé que el propósito de este viaje era darme algún brillo social. Ahora que lo tengo, no puedes apartar la vista de mí.
– Eso, -dijo él-, está casi tan lejos de la verdad como cualquier rumor que he oído".
– Entonces por qué… -Sus palabras se desvanecieron. Ella no supo cómo preguntar lo que estaba en su corazón.
Dunford podía sentir la conversación yendo hacia aguas peligrosas e intentó cambiar el tema rápidamente.
– Billington, -dijo lacónicamente-, tiene muy buena reputación.
– ¿Casi tan buena como la tuya? -Ella se burló.
– Mejor, supongo. Pero te aconsejo que vayas con cuidado alrededor de él. No es uno de esos caballeros con los que puedes jugar y manipular con un dedo.
– Eso es precisamente por qué me gusta él tanto.
Su mano apretaba otra vez alrededor de su cintura.
– Si le seduces puedes encontrarte obteniendo lo que tú pides.
Sus ojos plateados lo miraron duramente.
– No le seducía y tú lo sabes.
Él se encogió de hombros desdeñosamente.
– Las personas ya hablan.
– ¡No lo hacen! Sé que no. Belle me habría dicho algo.
– ¿Cuándo tuvo la oportunidad? ¿Antes o después de que tú le sedujeras sobre utilizar su nombre de pila?
– Eres un desgraciado, Dunford. No sé lo que te ha ocurrido, pero ya no me gustas.
Gracioso, por que a él le no gustó su actitud, Y se gusto menos cuando él dijo,
– Vi la forma en la que te miró, Henry. Habiendo tenido la misma expresión, sé exactamente lo que quiso decir. Él piensa que le deseas, y no es lo mismo que verte como su futura esposa.
– Eres un bastardo, -a rechifló, intentando apartarse de él. Su agarre empezó a fortalecer.
– No pienses dejarme en mitad de la pista de baile.
– Te dejaría en el infierno si pudiese.
– Estoy seguro que lo harías, -él dijo serenamente-, y no tengo duda de que conoceré al Diablo con el tiempo. Pero mientras este aquí en la tierra, bailarás conmigo, y sonreirás.
– Sonreír, -" ella dijo calurosamente-, no es parte del trato.
– ¿Y qué trato es ese, mi estimada Hen?
Ella entrecerró los ojos.
– Un día de éstos, Dunford, vas a tener que decidir si te gusta o no como soy, porque honestamente, no puedo anticiparme a tus estados de ánimo. Un momento eres realmente el hombre más agradable que conozco, y al siguiente eres el mismo Diablo.
– “Agradable” es una palabra tan blanda.
– No me apuraría sobre eso si fuera tu, porque ese no es el adjetivo que usaría para describirte ahora mismo.
– Te reconforto, no tengo palpitaciones sobre eso".
– Dime, Dunford. ¿Por qué ahora te comportas como un desgraciado? Antes, esta tarde fuiste tan agradable. -Sus ojos se entristecieron-. Tan amable para reconfortarme me sentí tan bonita ".
Él pensó torcidamente que ella se veía más que “bonita.” Y esa era la raíz del problema.
– Me hiciste sentir como una princesa, un ángel. Y ahora…
– ¿Y ahora qué? -le preguntó en voz baja.
Ella lo miró a los ojos.
– Ahora estás tratando de hacerme sentirme como una puta.
Dunford se sintió como si le hubieran dado de puñetazos, pero le dio la bienvenida al dolor. No merecía menos.
– Eso,Hen -él finalmente dijo-, es la agonía del deseo no satisfecho.
Ella se quedó quieta.
– ¿Queeee?
– Me oíste. Tu no te has podido dar cuenta que te deseo ".
Ella se sonrojó y tragó nerviosamente, preguntándose si las quinientas personas que estaban en la fiestas se dieron cuenta de su aflicción.
– Hay una diferencia entre el deseo y el amor, milord, y no aceptaré lo uno sin lo otro.
– Como desees. -La música cesó, y Dunford ejecutó una reverencia apropiada.
Antes de que Henry tuviese posibilidad de reaccionar, él desapareció con la muchedumbre. Guiada por instinto, logró llegar por medio de astucia fuera del perímetro del salón de baile, intentando encontrar un cuarto de aseo donde podría tener algunos momentos de privacidad para recobrar la compostura. Fue emboscada, sin embargo, por Belle, quien dijo que había algunas personas que quería que Henry conociera.
– ¿Podrías esperar algunos minutos? Necesito ir al tocador. Creo… creo que tengo un rasgado en mi vestido.
Belle sabía con quién Henry había estado bailando y especuló que algo estaba fuera de lugar.
– Iré contigo, -declaró, para la consternación de su marido, quien sintió la necesidad de interrogar a Alex sobre por que las mujeres siempre necesitaban ir al tocador juntas.
Alex se encogió de hombros.
– Está destinado a ser uno de los grandes misterios de la vida, pienso. Yo por ejemplo temo mortalmente enterarme de lo qué, exactamente, hacen en tocador.
– Es donde conservan todo el buen licor, -dijo Belle impertinentemente.
– Con razón, entonces. Oh, a propósito, ¿habéis visto a Dunford? Quiero preguntarle algo. -Miró a Henry-. ¿No estabais bailando juntos?
– No tengo la más mínima idea de donde está.
Belle sonrió rígidamente.
– Os veremos más tarde, Alex. John. -Ella recurrió a Henry-. Sígueme. Conozco el lugar. -Ella la guió alrededor del borde del salón de baile con velocidad notable, deteniéndose sólo a tomar dos copas de champaña de una bandeja-. Toma, -dijo, dándole uno a Henry-. Podríamos necesitarlas.
– ¿En el tocador?
– ¿Sin hombres cerca? Es el lugar perfecto para un trago.
– Yo no siento muchas ganas de celebrar algo ahora mismo.
– Ya pensé que no, pero una bebida podría venir de perlas.
Caminaron por un pasillo, y Belle seguida de Henry llegaron a una habitación pequeña que estaba alumbrada con media docena de velas. Tenia un gran espejo que cubría una pared. Belle cerró la puerta y aseguro la puerta con llave.
– Ahora, -dijo enérgicamente-, ¿qué paso?
– Nada…
– No me digas que no paso “nada” pues no lo creeré.
– Belle…
– Ya me lo puedes decir, porque soy horriblemente curiosa y siempre averiguo todo tarde o temprano. Si no me crees pregúntale a mi familia. Serán los primeros en confirmarlo.
– Es sólo la excitación de la velada, te digo.
– Es Dunford.
Henry apartó la mirada.
– Es realmente obvio para mí que estás enamorada de él, -Belle dijo a secas-, así es que puedes ser honesta.
La cabeza de Henry se volvió para afrontarla.
– ¿Lo saben los demás? -Ella preguntó en un susurro que revoloteó a alguna parte entre el terror y la humillación.
– No, creo que no, -mintió Belle-. Y si lo hacen, estoy segura que todos ellos te animan con aplausos.
– Es inútil. Él no me quiere.
Belle alzó sus cejas. Ella había visto la forma en que Dunford miraba a Henry cuando pensaba que nadie estaba mirando.
– Oh, pienso que él te desea.
– Lo que quise decir fue, él no lo hace… no me ama, -Henry tartamudeó.
– Esa cuestión está a debate, -Belle expresó prudente-. ¿Te ha besado?
El sonrojo de Henry fue suficiente respuesta.
– ¡Así que lo hizo! Ya me lo imaginaba. Es una señal muy buena.
– No pienso así. -Los ojos de Henry se deslizaron al piso. Ella y Belle se habían convertido en muy buenas amigas después de estas dos semanas, pero nunca habían hablado tan francamente-. Él, um, él, um…
– ¿Él qué? -Belle aguijoneó.
– Cuando estábamos en el carruaje pareció que me quería, luego se volvió completamente frió y quiso separarse de mi. Él ni siquiera sujetó mi mano.
Belle tenía más experiencia que Henry e inmediatamente reconoció que Dunford estaba aterrorizado de perder el control.
Ella no estaba enteramente segura de por qué él estaba tratando de comportarse tan honorablemente. Cuando cualquier tonto podría ver que eran la pareja perfecta. Una indiscreción pequeña antes del matrimonio fácilmente podría ser pasada por alto.
– Hombres, -declaró Belle finalmente, tomando un trago de champaña-, pueden ser idiotas.
– ¿Perdón?
– No sé por qué continúan la gente creyendo que las mujeres somos inferiores, cuando está realmente claro que los hombres son los más lentos de entendimiento de lo dos.
Henry clavó los ojos en ella inexpresivamente.
– Considere esto: Alex intentó convencerse de que no estaba enamorado de mi prima sólo porque pensó que no quería casarse. Y John, este fue aún más estúpido, quiso apartarme a la fuerza porque se le metió en la cabeza que algo que ocurrió en su pasado le hizo indigno de mí. Dunford obviamente tiene alguna razón igualmente tonta para intentar mantenerte a distancia.
– ¿Pero por qué?
Belle se encogió de hombros.
– Si supiese eso, probablemente sería Primer Ministro. La mujer que finalmente comprenda a los hombres regirá el mundo, toma nota de lo que digo. A menos que…
– ¿A menos que qué?
– No puede ser esa apuesta.
– ¿Qué apuesta?
– Hace algunos meses aposté a Dunford que él estaría casado dentro de un año. -Ella miró a Henry apologéticamente.
– ¿Qué hiciste?
Belle tragó con inquietud.
– Creo que le dije que estaría amarrado, sujetado con grilletes a la pierna, y amándolo.
– ¿Me hace sentir miserable por una apuesta?-La voz de Henry aumentó de volumen considerablemente en la última palabra.
– No puede ser la apuesta, -Belle dijo rápidamente, percatándose que no había mejorado la situación.
– Me gustaría estrujar… su… cuello. -Henry le puso signos de puntuación a la frase tomando el contenido de su copa de champaña.
– Tratarás de encararlo aquí en el baile.
Henry se puso de pie y plantó sus manos en las caderas.
– No te preocupes. No querría darle esa satisfacción, seré cautelosa.
Belle se mordió nerviosamente el labio cuando observó la figura de Henry salir del cuarto. A Henry le importaba. Muchísimo.