Capítulo 16

Aparentemente no podría. Dunford subía por Bond Street con la intención de comprar un ramillete a un vendedor de flores antes de ir para Grosvenor Square para visitar a Henry.

Entonces los vio. Henry y Ned, para ser preciso. Maldita sea, le había dicho a ella muy específicamente que se mantuviera lejos del joven Vizconde de Burwick. Henry era justamente el tipo de señorita que Ned encontraría fascinante, y probablemente completamente necesaria para su reputación como seductor.

Dunford se quedó atrás, para observarlos con atención desde la ventana de una librería. Parecía que se llevaban muy bien. Ned se reía de algo que Henry decía, y ella le cogía juguetonamente brazo. Se veían asquerosamente felices juntos.

Repentinamente le pareció muy lógico que Henry colocara su atención en Ned. Era joven, bien parecido, con gran personalidad y rico. Pero sobre todo, él era el hermano de la nueva mejor amiga de Henry. Dunford sabía que al Conde y a la Condesa de Worth les encantaría incluir a Henry en la familia.

Dunford había estado irritado por toda la atención puesta en Henry la noche anterior, pero nada en su vida, le había preparado para la oleada violenta de celos, que surgieron a través de él cuando ella apoyó su cabeza en el hombro de Ned y le susurró algo en la oreja.

Él actuó sin pensar. Reflexionaría más tarde por qué nunca se habría comportado tan grosero y tan idiota. Cuando su mente estuviera trabajando correctamente. En unos segundos logró plantarse firmemente entre ellos.

– Hola, Henry, -dijo, transmitiéndole a ella una sonrisa, blanca mientras la miraba duramente a los ojos.

Ella rechinó sus dientes, probablemente como preludio para una gran reprimenda.

– Bien me alegra de nuevo verte Ned, de vuelta de la universidad. -Él dijo esto sin mirar al hombre menor.

– Estaba haciéndole compañía a Henry, -contestó Ned con una inclinación de cabeza.

– No te puedo agradecer bastante por tus servicios, -Dunford contestó apretadamente, "pero son ya no necesarios”.

– Pienso que lo son, -Henry le respondió.

Dunford fijó una mirada mortífera en Ned.

– Me encuentro en la necesidad de hablar con mi pupila.

– ¿En mitad de la calle? -Ned preguntó, con sus ojos abiertos con falsa inocencia-. Sin duda alguna espera a que regresemos a la casa. Entonces podrás hablar con ella en la comodidad de nuestra sala de estar, con té y…

– Edward. -La voz de Dunford era dura como el acero, cubierto en terciopelo.

– ¿Sí?

– ¿Recuerdas la última vez que chocamos por tener el mismo deseo en mente?

– Ah, pero soy más viejo y más sabio ahora.

– Ni remotamente tan viejo y sabio como yo.

– Ah, pero considerando que tú en ese área eres legendario pero viejo, y yo soy todavía joven y fuerte.

– ¿A que están jugando? -preguntó Henry.

– Guarda silencio, -Dunford chasqueó-. Esto no es de tú incumbencia.

– ¿No lo es?

Incapaz de controlar sus nervios y la repentina reacción machista, estúpida, irreflexiva y arrogante de Ned. Ella lanzó hacia arriba sus brazos y se marchó dando media vuelta. La pareja probablemente aun no notaría su ausencia hasta que estuviese a mitad del camino calle abajo, tan obsesionados en su pelea como si fuesen gallos pavoneándose.

Estaba equivocada. Había dado sólo tres pasos cuando una mano firme se fue acercando a su cintura y la agarro por ahí.

– Tú, -Dunford dijo fríamente-, no vas a ningún lugar. -Volvió su mirada a Ned-. Y tú. Piérdete, Edward.

Ned miró a Henry, diciéndole con su expresión que si le daba la orden, la llevaría de regreso a casa en ese instante. Ella dudaba que pudiera superar a Dunford en una pelea consumada, aunque un empate era posible. Pero seguramente Dunford no quería causar tal escena en la mitad de Bond Street. Este la tomó de la barbilla.

– ¿Crees que no lo voy hacer, Henry? -Él le preguntó, con voz baja.

Ella negó con la cabeza.

Él se inclinó hacia adelante.

– Estoy enojado, Henry.

Sus ojos se agrandaron cuando ella recordó las palabras que dijo en Stannage Park.

No caigas en el error de enojarme, Henry.

¿Tu no estás enojado ahora?

Créame, cuando me enoje lo sabrás.

– Uhh, Ned, -ella dijo rápidamente-, quizá deberías irte.

– ¿Estás segura?

– No hay necesidad para jugar al caballero de brillante armadura, -Dunford chasqueó-. Mejor que te vayas.

– Estaré bien. -le dijo Henry.

Ned no se vio convencido, pero accedió a sus deseos y se marchó rígidamente, dando media vuelta.

– ¿Cuál es el significado de esto? -Henry exigió, volviéndose contra Dunford-. Fuiste terriblemente grosero, y…

– Cállate, -dijo él, viéndose asquerosamente sereno-. Causaremos una escena, si no lo hemos hecho ya.

– Tú eres el que acaba de decir que no te importaba si causamos una escena.

– No dije que no me importaba. Meramente expliqué que estaría dispuesto a causar una para obtener lo que quiero. -Tomó su brazo-. Ven conmigo, Hen. Necesitamos hablar.

– Pero mi criada…

– ¿Dónde está?

– Allí mismo. -Ella le hizo señales a una mujer que estaba algunos pasos atrás. Dunford habló con ella, y esta corrió a toda prisa lejos de ellos.

– ¿Qué le dijiste? -preguntó Henry.

– Solo que soy su tu tutor, y estarás a salvo conmigo.

– En cierta forma dudo de eso, -ella masculló.

Dunford estaba de acuerdo con ella respecto a eso, considerando que quería arrastrarla de regreso a su casa de la cuidad, subirla por las escaleras a su dormitorio y demostrarle toda su pasión. Pero guardó silencio, en parte porque a él no le importó asustarla, y en parte porque se percató que sus pensamientos parecían de una mala novela y él no quería que sus palabras hagan lo mismo.

– ¿Dónde vamos? -Ella preguntó.

– A dar un paseo en el carruaje.

– ¿Un paseo en el carruaje? -Ella hizo eco dudosamente, recorriendo la mirada a un carruaje.

Él comenzó a caminar, diestramente moviéndola adelante así es que ella no se percató que estaba siendo jalada.

– Vamos a mi casa, allí nos metemos en uno de mis carruajes y paseamos alrededor de Londres, porque es justamente el único lugar podemos estar solos completamente sin destruir tu reputación.

Por un momento a Henry se le olvidó que él la había humillado la noche anterior. Incluso olvidó que estaba completamente furiosa con él, tan animada estaba por su deseo de estar solo con ella. Pero entonces recordó. ¿Dios mío, Henry, piensa qué significa esto? No habían sido sus palabras; Había sido el tono de su voz y la expresión en su cara lo que la había asustado.

Mordisqueó nerviosamente su labio inferior cuando intento mantenerse a su ritmo mientras caminaba rápidamente junto a él.

No, él ciertamente no estaba enamorado de ella, y no debería estar un poco excitada por el hecho de que él quería estar a solas con ella. Lo más probable fuera que quisiera reprenderla severamente acerca de su comportamiento, supuestamente escandaloso, de la noche anterior. Henry, sinceramente, no pensaba que se hubiera comportado de cualquier forma impropia, pero Dunford pareció pensar que ella hubiera hecho algo incorrectamente, y sin duda quiso decirle precisamente lo qué había hecho.

Estaba con ese temor cuando subió las escaleras de la casa de él, y estaba aun con mayor temor que ella cuando algunos minutos más tarde se aproximo al carruaje. Dunford la ayudó a subir, y cuando se reacomodó encima del cojín suave, le oyó decirle al conductor,

– Llévenos donde quiera. Golpearé cuando estamos listos para regresar a Grosvenor Square a devolver a la dama a su casa.

Henry se alejó a toda prisa a la esquina, maldiciéndose por su desacostumbrada cobardía. No sabia por qué estaba tan asustada por una reprimenda; Más bien, temió la pérdida inminente de su amistad. La unión que habían labrado en Stannage Park estaba ahora sujeta por un frágil hilo, y tenía el presentimiento que se rompería totalmente esta tarde.

Dunford entró en el carruaje y se sentó al frente de ella. Él habló agudamente y sin preámbulo.

– Muy específicamente te dije que te mantuvieras lejos de Ned Blydon.

– Escogí no seguir tu consejo. Ned es una persona excelente. Bien parecido, tiene una gran personalidad. Es una escolta perfecta.

– Por eso es precisamente por qué quise que te mantengas a distancia.

– Qué quieres decirme, -ella preguntó, con sus ojos volviéndose como acero-, ¿que no puedo tener su amistad?

– Te digo, -gruñó él-, que no puedes juntarte con hombres jóvenes que han pasado el último año cambiando su manera de ser para convertirse en el peor tipo de seductor.

– En otras palabras, no puedo tener amistad con un hombre que sea tan seductor como tú.

Sus orejas enrojecieron.

– Lo que soy, mejor dicho lo que tú percibes, es irrelevante. No soy el único que te corteja.

– No, -ella dijo, incapaz de mantener una punzada de tristeza y dolor lejos de su voz-, no lo haces.

Quizá era la tristeza en su voz, quizá fue simplemente el hecho que allí no estaba el brillo más leve de felicidad en sus ojos, pero Dunford repentinamente quiso que más que cualquier cosa ladearla y tomarla entre sus brazos. No para besarla, meramente para confortarla. Él no pensó, sin embargo, que ella le daría la bienvenida a tal deseo. Finalmente respiro profundamente y dijo,

– No tenía la intención de actuar como un completo bastardo esta tarde.

Ella parpadeó.

– Yo… ah…

– Lo sé. No hay mucho que puedas decir que sea una respuesta adecuada.

– No, -ella dijo ofuscadamente-. No lo hay.

– Es sólo que te había dicho muy específicamente que te mantengas lejos de Ned, y pareció que lo habías conquistado a él como hiciste con Billington, Haverly y Tarryton, por supuesto, -agregó ásperamente-. Debería haberme dado cuenta que él estaba interesado cuando preguntó sobre ti mientras jugamos a las cartas.

Ella clavó los ojos en él con asombro.

– Aún no sé quién es Tarryton.

– Entonces verdaderamente nosotros, podemos contarte como un éxito, -dijo él con una risa cáustica-. Sólo las incomparables no saben cuántos pretendientes tienen.

Ella se adelantó una fracción de pulgada, acercó su rostro y lo miró con ojos perplejos.

Él no entendió su acción, así es que se inclinó hacia adelante, también, y dijo:

– ¿Sí?

– Tú estas celoso, -ella dijo, la incredulidad con palabras apenas audibles.

Él sabía que era cierto, pero alguna pequeña parte de su alma se resistió a su acusación, un pedazo de su alma muy arrogante y muy propia de los hombres, y dijo:

– No te halagues, Henry.

– No, -ella dijo, su voz creciendo más fuerte-. Lo estás.

Sus labios se separaron de asombro, y las esquinas comenzaron a doblarse hacia arriba en una sonrisa boquiabierta.

– Por, Cristo, Henry, ¿qué esperas? Coqueteas con cada hombre por debajo de treinta y al menos la mitad de ellos son más viejos que eso. Te acercas al lindo Ned y le susurras en la oreja…

– Tú estás celoso. -Ella no parecía capaz de decir cualquier otra cosa.

– ¿No es eso lo que intentaste? -Él escupió un rugido, furioso consigo mismo, furioso con ella, incluso furioso con los condenados caballos que tiraban de su carruaje.

– ¡No! -Ella dijo precipitadamente-. No. Yo… no quería eso…

– ¿Qué, Henry? -Él dijo urgentemente, colocando sus manos en sus rodillas-. ¿Qué querías tú?

– Me quería sentir querida, -dijo ella con una voz muy baja-. Tú ya no me querías y…

– ¡Oh, Cristo! -Él estaba en medio de un carruaje y junto a ella casi a punto de jalarla y abrazarla fuertemente en contra de él-. ¿Pensaste que ya no te quería? -Él dijo con una risa loca-. Dios mío, Hen, no he podido dormir por la noche de tanto desearte. No he leído un libro. No he ido a una carrera de caballos. Sólo descanso sobre mi cama, quedándome con la mirada fija en el cielo raso, imaginando en vano que tú estás conmigo.

Henry empujó contra su pecho, necesitando desesperadamente poner algún espacio entre ellos. Su mente se tambaleaba con la increíble declaración de él, y no sólo podría reconciliar sus palabras con sus acciones últimamente.

– ¿Por qué estuviste insultándome estos últimos días? -Ella preguntó-. ¿Por qué estuviste apartándome a la fuerza?

Él negó con la cabeza con auto-incriminación.

– Te había prometido el mundo, Henry. Te había prometido la oportunidad de conocer a cada soltero elegible en Londres, y repentinamente todo lo que quería hacer era esconderte y mantenerte para mí. ¿No lo entiendes? quise arruinarte, -le dijo, mientras sus palabras deliberadamente salían desbocadas por su boca-. Quise arruinarte a fin de que ningún otro hombre te tuviese.

– Oh, Dunford, -ella dijo suavemente, colocando su mano en la de él.

Él la asió como un hombre muerto de hambre.

– No estabas a salvo conmigo, -dijo roncamente-. No estás a salvo conmigo ahora.

– Creo que sí, -ella susurró, colocando su otra mano en la de él-. Sé que sí.

– Hen, te prometí… Dios maldición, te prometí.

Ella mojó sus labios.

– No quiero conocer a esos otros hombres. No quiero bailar con ellos, y no quiero sus flores.

– Hen, tú no sabes lo que dices. No soy justo. Deberías tener la oportunidad…

– Dunford, -ella profirió, dándole a sus manos un apretón urgente-. No siempre tienes que besar a una buena cantidad de ranas para reconocer a un príncipe cuando te encuentras uno.

Él clavó los ojos en ella como si fuera un tesoro sin precio, incapaz de creer la emoción brillando en sus ojos. Le envolvió, le calentó, le hizo sentir que podría conquistar el mundo. Colocó dos dedos en la parte inferior de su barbilla, elevando su cara hacia él.

– Oh, Hen, -él dijo, su voz comprendiendo sus las palabras-. Soy tan idiota.

– No, no lo eres, -dijo ella rápidamente, con lealtad irreflexiva-. Bien, tal vez uno poco, -enmendó-. Pero solamente muy poco.

Él podía sentir su cuerpo comenzar a temblar de risa silenciosa.

– ¿Es esa la admiración que necesito tanto de ti? Tú siempre sabes cuándo necesito ser recriminado. -Le dio un beso fugaz en los labios-. Y cuando necesito adulación y alabanza. -Su boca tocó la de ella otra vez-. Y cuándo necesito ser tocado…

– ¿Quieres eso ahora mismo? -Ella le preguntó, temblándole la voz.

– Especialmente ahora mismo.

Él la besó de nuevo, esta vez con una urgencia cortés a la que se entrego para eliminar cualquier duda de su mente. Ella abrigó los brazos alrededor de su cuello e inclinó su cuerpo hacia él, permitiéndole en silencio hacer más hondo el beso.

Y lo hizo. Había estado combatiendo esta necesidad de ella durante semanas, y no hubo negación a la tentación de su cuerpo anuente en sus brazos. Su lengua sumergida en el agua de su boca, indagando y saboreando, yendo corriendo por el borde de sus dientes – ella hizo cualquier cosa para acercarse a él. Sus manos se deslizaron alrededor de su parte trasera, desesperadas por sentir el calor y la forma de su cuerpo a través del material de su vestido.

– Henry, -le dijo con voz áspera, al atravesar su mejilla con los labios para llegar a su oreja-. Dios mío, cómo te deseo. -Atrapó el lóbulo entre sus dientes-. Sólo a ti.

Henry gimió, se inundó con una sensación, incapaz para hablar. La última vez que él la había besado, había tenido la sospecha de que su corazón no había estado tan emocionado por la intimidad como su cuerpo. Pero ahora podría sentir su amor. Estaba en sus manos, sus labios; un diluvió delante de sus ojos. Él no pudo haber dicho las palabras, pero la emoción estaba allí, casi palpable en el aire. Ella repentinamente se sintió que estaba autorizada a amarle. Estaba bien intentar mostrarle sus sentimientos porque él sentía lo mismo.

Ella se movió entre sus brazos, así podría besar la ruta hacia la oreja de él. Él se sobresaltó cuando ella corrió su lengua a lo largo del borde y se apartó rápidamente.

– Lo siento, -dijo ella, sus palabras apresurándose en una confusión nerviosa-. ¿Te desagradé? Pensé hacer eso. Desde que me lo hiciste la otra vez, creí que podía hacerlo me gustó ello. Yo sólo – "

Él colocó la mano sobre su boca.

– Calla, bribona. Fue hermoso. Sólo que no lo esperaba.

– Oh. Lo siento, -ella dijo tan pronto él apartó su mano.

– No te disculpes. -Él sonrió perezosamente-. Simplemente hazlo de nuevo.

Ella le contempló, con sus ojos diciendo, ¿Simplemente? Él asintió con la cabeza y para bromear giró su cabeza hasta que su oreja quedó a unos centímetros de ella. Ella sonrió para sí misma, se inclinó hacia adelante otra vez, recorriendo tentativamente su lengua a lo largo del lóbulo. En cierta forma parecía demasiado taimado usar sus dientes como había hecho él.

Él resistió la tortura encantadoramente inexperta, al menos un minuto, más tarde su deseo fue tan caliente que no pudo detenerse de asir su cara con las manos y tirar de ella para darle otro beso abrasador.

Sus manos clavadas en su pelo, jalando injustificablemente sus horquillas. Enterró la cara en su cabello, aspirando ese perfume intoxicante de limones que le había atormentado durante semanas.

– ¿Por qué hueles a eso? -Él se quejó, besando el nacimiento de su cabello-. ¿Por qué hueles…?

– ¿Qué?

Él se rió con el pasmo apasionado haciendo indistintos sus ojos. Ella era tal tesoro – sin artificio de cualquier clase. Cuando él la besó dejo su pelo suelto…Él tomo un rizo de su cabello con sus dedos y lo froto contra su nariz.

– ¿Por qué huele tu pelo a limones? -Para su sorpresa, ella se sonrojó.

– Uso jugo de limón cuando me lavo la cabeza, -admitió-. Viola siempre decía que lo aclararía.

Él la miró indulgentemente.

– Otra pequeña prueba de que posees las mismas fallas que el resto de nosotros, bribona. Utilizar limones para iluminar tu pelo. Tsk, tsk.

– Siempre ha sido mi mejor característica, -dijo ella tímidamente-. Habría sido mucho mejor llevarlo corto en Stannage Park, pero no podía resignarme a hacerlo. Pensé que podría tenerlo largo como un atributo, en vista de que el resto de mí es bastante ordinario.

– ¿Ordinario? -Él dijo suavemente-. Creo que no.

– No tienes que halagarme Dunford. Sé que soy pasablemente atractiva, y admitiré que lucí muy bien en mi vestido de noche blanco, pero…Oh, querido, debes pensar que voy tras de tus cumplidos.

– No. -Él negó con la cabeza-. No lo hago.

– Entonces debes pensar que soy una gansa, charlando acerca de mi pelo.

Él tocó su rostro, alisando sus cejas con los pulgares.

– Pienso que tus ojos son piscinas de plata liquida, y tus pestañas son como alas de ángel, alas suaves y delicadas. -Él se apoyó abajo y le dio un beso ligero en sus labios-. Tu boca es suave y rosada, perfectamente formada, con un labio inferior encantadoramente lleno y parece que siempre estas a punto de sonreír. Y tu nariz… pues bien, es una nariz, pero debo confesar que nunca he visto una que me agrade más.

Ella clavó los ojos en él, fascinada por el timbre ronco de su voz.

– ¿Pero sabes lo mejor de todo? -Él continuó-. Debajo de este paquete encantador hay un bello corazón, una bella mente, y sobre todo, presta atención, una bella alma.

Henry no supo qué decir, no supo lo que podría decir a eso, todavía sorprendida por la emoción de sus palabras.

– Yo… yo… gracias.

Él respondió besándola amablemente en la frente.

– ¿Te gusta el olor de limones? -Ella barbulló nerviosamente-. Podría dejar de ponérmelos.

– Adoro el olor de limones. Haz cualquier cosa que te complazca.

– No sé si surte efecto, -dijo ella con una sonrisa torcida-. Lo he estado haciendo tanto tiempo que no sé a lo que se parecería si dejara de hacerlo. Podría dejar de ser yo misma.

– Simplemente tus cabellos seguirían siendo perfectos, -él dijo solemnemente.

– ¿Pero qué ocurre si lo interrumpo y mi pelo se oscurece?

– Sería igual de perfecto, también.

– Hombre tonto. Las dos cosas no pueden ser perfectas.

Él sujetó su cara en sus manos.

– Mujer tonta. Tú eres perfecta , Hen. No tiene importancia cómo te veas.

– Pienso que tú eres perfecto también, -ella dijo suavemente, cubriendo sus manos con las de él-. Recuerdo la primera vez que te vi. Pensé que eras el hombre más bien parecido que alguna vez había visto.

Él la subió a su regazo, convenciéndose a si mismo de estar contento simplemente por abrazarla con suavidad. Él sabía que él no podía dejar por sí mismo de besarla una vez más. Su cuerpo ansiaba más, pero tendría que esperar. Henry era una niña. Aún más importante, era su niña, y merecía ser tratada con respeto.

– Sí recuerdo, -dijo, perezosamente haciendo círculos en su mejilla-, la primera vez que me viste prestaste considerablemente más atención al cerdo que a mí.

– Esa no fue la primera vez te vi. Te había estado observando desde mi ventana. -Su expresión repentinamente se volvió tímida-. En verdad, recuerdo pensar que tenías un par especialmente fino de botas.

Él dejó salir una carcajada.

– ¿Quieres decir que me amas por mis botas?

– Bien… Ya no, -dijo ella tartamudeando levemente.

¿Él estaba tratando de fastidiarla para que admitiera que lo amaba? Ella tuvo repentinamente miedo, temiendo por declararle su amor y que él no tuviera nada que decir a cambio. Oh, Así era de difícil. Ella sabía que él la amaba, lo podía ver en todo lo que hizo, pero no estaba segura de que él se diera cuenta de eso aún, y pensó que no podría soportar el dolor de oírle decir sin sentirlo, "yo también cariño".

Ella decidió que él no tenía un motivo oculto porque él le dio la apariencia de ser olvidadizo en su desasosiego interno. Intentando verse muy serio, se inclinó y alzó sus faldas arriba de un par de pulgadas.

– Tus botas son muy bonitas, también, -le dijo, admirablemente manejando una cara seria.

– Oh, Dunford, me haces tan feliz.

No lo miró cuando dijo eso, pero él podía oír su sonrisa al expresarlo.

– Tú también me haces feliz, bribona. Desafortunadamente, temo que te debería llevar a tu casa antes de que comiencen a entrar en pánico por tu ausencia.

– Prácticamente me secuestraste.

– Ah, pero el fin definitivamente justificó los medios.

– Probablemente estés en lo correcto, pero estoy de acuerdo contigo en que necesito regresar. Ned estará terriblemente curioso.

– Ah, sí, nuestro estimado amigo Ned. -Con una expresión de renuncia, Dunford golpeó en la pared, indicando al cochero que les condujera a la mansión Blydon en Grosvenor Square.

– Debes ser más amable con Ned, -le dijo Henry-. Es una buena persona, y estoy segura que será un buen amigo.

– Seré amable con Ned una vez que él haya encontrado a su mujer, -Dunford se quejó.

Henry no dijo nada, también se animó con sus obvios celos en vez enfadarse y regañarle duramente.

Se sentaron con un silencio satisfecho por varios minutos mientras el carruaje logró llegar rápidamente a Grosvenor Square. Finalmente llego a su destino.

– Desearía no tener que salir de aquí, -Henry dijo tristemente-. Me gustaría permanecer en este carruaje para siempre.

Dunford bajó de un brinco y puso sus manos alrededor de su cintura para ayudarla a bajar, agarrándola más tiempo de lo que era necesario una vez que sus pies tocaron el suelo.

– Lo sé, Hen, -le dijo-, pero tenemos el resto de nuestras vidas por delante para estar juntos.

Se inclinó sobre su mano, la besó osadamente, después la observo mientras ella subía las escaleras a la casa.

Henry se paró en el vestíbulo durante unos segundos, intentando comprender los acontecimientos de la última hora. ¿Cómo su vida podía cambiar de forma tan feliz en tan poco tiempo?

Tenemos el resto de nuestras vidas por delante para estar juntos. ¿Quiso decir él eso verdaderamente? ¿Quería casarse con ella? Su mano fue a su boca.

– ¡Dios Mío, Henry! ¿Dónde has ido?

Ella miró hacia arriba. Ned caminaba a grandes pasos resueltamente abajo del vestíbulo. No contestó, meramente estaba allí clavando los ojos en él, mientras su mano estaba todavía sobre su boca.

Ned se alarmó inmediatamente. Su pelo estaba hecho una calamidad, y ella era incapaz de hablar.

– ¿Por qué estas así? -Exigió-. ¿Qué diantres te hizo?

Tenemos el resto de nuestras vidas por delante para estar juntos. Su mano se desvió de su boca.

– Creo… -Su frente ligeramente contrariada y ella inclinó su cabeza hacia un lado. Sus ojos estaban completamente desconcertados, y preguntaba, por que ella no podía hablar. Probablemente aun no pudo haber identificado a la persona enfrente de ella sin mirar por segunda vez-. Creo…

– Qué, ¿Henry? ¿Qué?

– Creo que acabo de comprometerme en matrimonio.

– ¿Crees que te comprometiste en matrimonio?

Tenemos el resto de nuestras vidas por delante para estar juntos.

– Sí. creo que lo hice.

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