– ¡Adivina qué! -Bret, con voz cantarína, entró dando saltos en la oficina de J &L con aire desenfadado-. Resulta que Cam tenía razón sobre la reacción alérgica. Era… -Se detuvo en mitad de la frase, la alegría se borró de su cara, sus ojos azules se fijaron intensamente en la cara de Karen-. ¿Qué pasa?
Karen lo miraba sin palabras. Su rostro estaba blanco como el papel, su expresión demacrada y seria. Tenía en la mano el auricular del teléfono y lo volvió a colgar lentamente.
– Estaba a punto de llamarte -dijo. Su voz era débil, sin matices.
– ¿Qué?
– Es Cam.
Bret miró su reloj.
– ¿Ya ha llamado? Ha hecho un tiempo estupendo.
– No…, no ha llamado. -Karen hablaba como si casi no pudiera mover los labios. Tragó saliva-. No hizo la parada para repostar en Salt Lake.
Un tic nervioso hizo que se le moviera un minúsculo músculo en la barbilla.
– Se habrá detenido en otro lugar -dijo con tono neutro, después de un momento-. Antes de Salt Lake. Si hubiera algún problema habría dejado…
Lentamente, temblando un poco, Karen negó con la cabeza.
Bret se quedó inmóvil, mirándola fijamente mientras trataba de comprender lo que le estaba diciendo. Después salió disparado hacia su oficina, agarró su papelera y vomitó en ella.
– Dios -dijo con voz tensa, cuando pudo hablar. Apretó los puños sobre sus ojos-. Cielo santo. No puedo…, no puedo creer…
Karen apareció en la puerta de la oficina.
– Se ha emitido una alerta.
– Mierda, una alerta -dijo como loco, girando sobre sus pies-. Una búsqueda…
– Conoce el protocolo.
– ¡Están perdiendo tiempo! Tienen que…
La única respuesta de ella fue otra sacudida dolorosamente lenta de su cabeza.
Con toda su furia, le dio una patada a la silla, que fue a estrellarse contra la pared.
– ¡Mierda! -bramó-. ¡Mierda, mierda, mierda!
Después descolgó el teléfono y empezó a realizar algunas llamadas, sólo para que le dijeran una y otra vez que se seguiría el protocolo, que si Cam no se ponía en contacto desde alguna parte, en un par de horas se iniciaría su búsqueda.
Colgó el teléfono, se dirigió a un mapa que había en su pared y trazó una línea de Seattle a Denver, para señalar la ruta que Cam habría tomado.
– Más de mil quinientos kilómetros -murmuró-. Podría estar en cualquier parte. Ha podido ocurrir cualquier cosa. ¿Has hablado con Dennis? ¿Mike puso a punto el Skylane ayer por algo concreto?
Las dos preguntas estaban dirigidas a Karen, que había estado escuchando sus llamadas, deseando contra toda esperanza que él pudiera acelerar el comienzo de la búsqueda.
– Ya lo he revisado -dijo-. No había nada. Dermis ha dicho que no hizo nada en el Skylane aparte del mantenimiento normal. -Dudó-. Lo que haya pasado… no puede haber sido mecánico. Quizá chocaron contra un pájaro o se ha puesto enfermo y se ha desmayado… -Su voz se apagó.
Bret estaba todavía mirando el mapa. La ruta de Cam atravesaba parte del terreno más accidentado y remoto del país.
– Ha podido haber hecho un aterrizaje forzoso -insistió-. En una pradera, en un cañón, en un sendero de tierra para bicicletas…, en cualquier lugar. Si había alguna posibilidad, Cam lo habrá conseguido.
– Están haciendo un rastreo de comunicaciones -dijo ella-. Si ha podido aterrizar, estará emitiendo por radio. Una FSS recogerá su transmisión. -La voz de Karen tembló un poco mientras añadía-: Todo lo que podemos hacer es esperar.
Las FSS o Estaciones de Servicio de Vuelo eran una asistencia que cumplía muchas funciones diferentes; entre ellas estaba el control constante de la frecuencia de emergencias de los aviones. Cam había presentado un plan de vuelo ateniéndose a la Normativa de Vuelo Visual, lo que lo colocaba en el sistema FSS de niveles progresivos de emergencia. Al no llegar a Salt Lake en el tiempo estimado, el sistema había entrado en una fase de alerta. Un servicio de comunicaciones notificó a todos los puestos de comunicación y aeropuertos en su ruta que llevaba retraso en su llegada y pidió información.
El protocolo era que transcurrida una hora, si el avión no había sido encontrado, la búsqueda de comunicación se intensificaba y se ampliaba, revisando todos los posibles sitios de aterrizaje. Después de otra hora sin resultados, la FSS dejaría que el servicio de Búsqueda y Rescate se hiciese cargo de la tarea. Se llamaría a los amigos y parientes de Cam. Sólo se iniciaba una búsqueda real, física, después de tres horas; un satélite recogería la señal del transmisor-localizador de emergencia que había en el avión y guiaría al equipo de Búsqueda y Rescate hacia él, pero dependiendo de lo remota que fuera la localización, eso podía tardar varias horas más.
Karen tenía razón. Todo lo que podían hacer era esperar.
Bret se paseaba de un lado a otro. Karen volvió a su mesa y se quedó sentada mirando al vacío, moviéndose únicamente para contestar al teléfono cuando sonaba. Los minutos pasaban tan lentamente que el tiempo empezaba a parecerse a la tortura china de la gota de agua.
Entonces Karen contestó al teléfono otra vez para decir con voz ahogada:
– Sí, gracias -colgó y rompió a llorar.
Bret respiró profunda y entrecortadamente. Se quedó lívido, con los puños apretados.
– ¿Han encontrado los restos del aparato? -preguntó con voz ronca.
– No. -Se secó los ojos y apretó la mandíbula-. No han recibido llamadas de socorro ni ha habido contacto por radio. Si hubiera hecho un aterrizaje de emergencia en alguna parte… -No tuvo que decirlo. Si Cam hubiera aterrizado, se habría comunicado por radio, pero aterrizar y estrellarse eran dos cosas muy diferentes-. Se ha iniciado la búsqueda.
El semblante de Bret se había vuelto gris y tenía los hombros caídos.
– Mejor… Supongo que debería llamar a Seth Wingate. -Volvió a su mesa para dejarse caer pesadamente en la silla y se puso a rebuscar en la agenda de teléfonos. Karen sacó rápidamente el archivo de la familia del ordenador y le dijo el número en voz alta.
– ¿Sí? ¿Qué ocurre? -Una voz ligeramente arrastrada lo saludó. De fondo sonaba un televisor con el volumen bastante alto.
¿Estaba ya borracho? Era media tarde.
– ¿Seth?
– El mismo que viste y calza.
– Bret Larsen de J &L. -Bret apoyó los codos en la mesa y se tapó los ojos con una mano.
– Pensaba que iba a llevar a esa zorra, perdón, a mi querida madrastra, a Denver hoy.
– Cam, el capitán Justice, se ha encargado de ese vuelo en el último momento. -Notó que le faltaba el aire, así que tragó una bocanada rápida. Tenía que acabar con esto-. Hemos perdido contacto con el avión. No han llegado a repostar a Salt Lake.
Increíblemente, Seth se rió.
– Me está diciendo gilipolleces.
– No. Se ha puesto en marcha el equipo de Búsqueda y Rescate. Ellos…
– Gracias por llamar -dijo Seth, riéndose de nuevo-. Supongo que algunas de mis jodidas plegarias han sido escuchadas, ¿eh?
Bret escuchó de pronto el pitido de la línea telefónica.
– ¡Cabrón! -bramó, luchando contra el deseo irrefrenable de lanzar el teléfono contra la pared-. ¡Hijo de puta! ¡Bastardo!
– Deduzco que no está disgustado -dijo Karen. Estaba todavía pálida, pero tenía los ojos sin lágrimas y el aspecto ojeroso y perdido de alguien que estaba pasando por una gran conmoción.
– El hijo de puta se ha reído. Ha dicho que sus plegarias habían sido escuchadas.
– Quizá con algo de ayuda de su parte -apostilló ella con intenso odio.
Lo primero que hizo Seth fue quitarle el sonido al televisor y llamar a su hermana Tamzin. Cuando contestó pudo darse cuenta, por los gritos y el chapoteo que se oían de fondo, de que estaba al lado de la piscina vigilando a sus dosmocosos. No le gustaban sus sobrinos ni tampoco su hermana; pero en este frente, por lo menos, estaban unidos.
– No te lo vas a creer -ronroneó satisfecho-. Parece que el avión de Bailey se ha estrellado volando a Denver.
Al igual que él, su primera reacción fue de risa.
– ¡Me estás tomando el pelo!
– Acaba de llamar Bret Larsen. Se suponía que iba a ser él su piloto, pero en su lugar llevaba el avión el otro, el alto.
– ¡Oh, Dios mío, eso es estupendo! No puedo creer… Quiero decir, sé que no deberíamos celebrarlo, pero ella ha sido tan… ¿Cómo te las has arreglado?
Una furia instantánea lo invadió. Era tan malditamente estúpida… Tenía identificador de llamadas; sabía que él estaba llamando desde un móvil, que era evidentemente poco seguro, ¿y decía algo así? ¿Estaba tratando de que lo detuvieran?
– No sé de qué me estás hablando -dijo fríamente.
– Ah, vamos. ¡Madison, no hagas eso! Te dejaré sin ir a jugar si… -gritó de repente-. ¡Mira lo que has hecho ahora! ¡Mamá está toda mojada! ¡Ya está bien! ¡No puedes traer a nadie a casa durante un mes!
Incluso por el teléfono, Seth podía oír el odioso lloriqueo de su sobrina, un sonido particularmente irritante, mientras se lanzaba de forma inmediata a una campaña para agotar a su madre y restablecer sus derechos. Tamzin nunca cumplía ninguna de sus amenazas, y sus hijos lo sabían perfectamente. Todo lo que tenían que hacer era llorar el tiempo suficiente y Tamzin cedía sólo para que se callaran. Seth se pellizcó el puente de la nariz.
– ¿No puedes hacer que se calle? Suena como el silbato de una locomotora.
– Hoy están volviéndome loca.
«No se necesita mucho», pensó él, cínicamente.
– Entonces, ¿qué hacemos? -preguntó Tamzin-. ¿Tenemos que reclamar el cadáver o algo así? Porque no me importa si está enterrada o no. No voy a gastar un céntimo en su funeral.
– No haremos nada todavía. Están buscando el avión.
– ¿Quieres decir que ni siquiera saben dónde está?
– ¿Y por qué otra razón lo iban a estar buscando? -soltó él con furia.
– ¿Cómo saben que se ha estrellado si desconocen dónde está? Lo lógico es que alguien se dé cuenta cuando un avión desaparece de la pantalla del radar.
Él empezó a explicarle que los vuelos de este tipo no iban a la misma altura que los de la aviación comercial y no eran rastreados por radar hasta que se aproximaban a un espacio aéreo controlado; pero decidió ahorrarse el esfuerzo.
– No se ha presentado en la parada programada para repostar combustible.
– Entonces, ¿podría no haberse estrellado? ¿No están seguros? -En su voz se notaba la desilusión.
– Están todo lo seguros que se puede estar.
– Entonces, ¿cuándo tendremos el control del dinero?
– Cuando se encuentren los cadáveres y se expida un certificado de defunción, supongo. -En realidad no tenía ni idea; los asuntos legales podrían tardar algún tiempo antes de resolverse.
– ¿Cuánto llevará eso? Es ridículo que no tengamos control sobre nuestro propio dinero. Odio, odio absolutamente a papá por hacerme esto. Tengo que aparentar ante todos mis amigos que la dejamos vivir en la casa por la bondad de nuestro corazón y que soy cuidadosa con el dinero, cuando la verdad es que ella reparte cada céntimo como si fuera suyo.
– No lo sé -dijo él con impaciencia-. Llama a tu abogado si quieres averiguarlo ahora mismo.
– Además, no me voy a poner de luto, y no voy a aparentar que lo siento.
– Claro, claro, yo tampoco. -De repente no pudo soportar hablar con ella ni un minuto más-. Te avisaré cuando averigüe algo más concreto.
– Podías haber llamado antes. He tenido un día espantoso y si me hubieras dicho esto por la mañana habría estado de mejor humor.
Seth desconectó el teléfono y en un ataque de ira lo arrojó contra la pared. Lo que había empezado como pura satisfacción ahora le dejaba un sabor amargo en la boca. Se dirigió al baño para beber un vaso de agua y se quedó mirando fijamente al espejo como si no se hubiera visto nunca antes, preguntándose si los demás verían en él a alguien capaz de matar para conseguir sus fines. Su boca se hizo más fina cuando la apretó y se dio la vuelta, alejándose de su propia imagen en el espejo. Volvió al salón, tomó el whisky que estaba bebiendo, el tercero del día, y se lo llevó a la boca. Entonces, sin llegar a beber, lo volvió a dejar. Necesitaba tener la cabeza despejada, así que eso significaba que, de momento, ya había tenido suficiente whisky.
Tendría que ser muy, muy cuidadoso, o su deslenguada y estúpida hermana lo llevaría a prisión.