Capítulo 32

Durante su última incursión para avivar el fuego, Cam localizó el botiquín entre el revoltijo de ropa, lo desenvolvió y lo sacó para llenarlo una vez más de nieve. El ingenio de Bailey al usarlo como calentador de cama le hizo sonreír; tenía un talento endiablado para ver más allá del uso habitual de un objeto y adaptarlo a sus necesidades. Si se hubieran visto obligados a permanecer en el lugar del accidente mucho más tiempo, no dudaba de que su refugio de palos se habría metamorfoseado en una cabaña de barro, y habría construido un molino con los restos y el metal del avión para alimentar la batería de modo que pudieran disponer de todo el fuego que quisieran. Después de echar leña a la hoguera, puso la caja junto a los tizones humeantes. Tener algo caliente para beber por la mañana sería estupendo. Poder quedarse en la cama todo el día sería aún mejor, pero en su situación desesperada con respecto a la comida no tenían esa posibilidad.

Esperó mientras se derretía la nieve en el botiquín agachado tan cerca del fuego como pudo, pero aun así temblaba a causa del aire helado. Después de echar más nieve en la caja, así como un puñado de agujas de pino, se metió otra vez en el refugio con otra hora de sueño por delante antes de que amaneciera y empezara otro día agotador.

Bailey no se despertó, pero no lo había hecho ninguna de las veces que él había salido a alimentar el fuego durante la noche. Se tumbó a su lado y ella se le acercó como una paloma, abrazándose a él y acurrucándose sin despertarse. Con suerte, pasarían el resto de sus noches así, pero él no daba nada por sentado. Sabía perfectamente que a ella le costaba mucho trabajo avanzar en una relación. Dejarse arrastrar era un concepto extraño para ella, y la confianza emocional era algo que trataba de evitar.

Él tenía mucho trabajo que hacer. Podía esquivarlo o desmantelar los prejuicios de su infancia. Un divorcio era traumático para todo el mundo, especialmente para los niños, pero en la personalidad de Bailey había causado verdaderos estragos. Necesitaba una seguridad más profunda que la mayoría, y se había pasado su vida adulta procurando estar tan segura como fuera posible, aunque eso significara no permitirse mostrar interés por nadie.

Podía enfrentarse también a él, se dijo alegremente. Sus días de soltero habían terminado. Tendría que llegar hasta el final. Ella no toleraría que fueran sólo amantes durante mucho tiempo, pero, por otra parte, le entraría el pánico ante la idea de un matrimonio real, con un verdadero compromiso. No sabía cómo la convencería de aceptar ese riesgo, pero ya se las arreglaría, y se divertiría mucho en el proceso.


* * *

– Aquí tienes tu café de la mañana -dijo Cam, despertándola con un beso y ofreciéndole la tapa del desodorante llena hasta la mitad de la infusión de agujas de pino.

– ¡Hummm, café! -Medio dormida, se esforzó por sentarse girando el cuerpo para apoyarse contra la roca, y cogió la taza. El primer sorbo fue maravilloso, pero no por el sabor, sino por el calor y lo considerado de su gesto. Nadie le había traído nunca nada a la cama, siempre había ido ella a buscarlo. Tomó otro sorbo, después le ofreció la taza a él-. Está estupendo, hecho con las mejores agujas de pino crecidas en Estados Unidos.

Él negó con la cabeza mientras se instalaba a su lado.

– Yo ya he tomado. Eso es todo para ti.

Las agujas de pino no tenían el efecto estimulante del café o el té, pero no podía quejarse. Estaba contenta de poder beber algo. De hecho, se sentía absurdamente feliz esa mañana, sin más, lo cual era aterrador. Trató de alejar aquel pensamiento. Ya volvería a considerarlo más tarde.

– Entonces, ¿qué tenemos hoy en la agenda? ¿Compras, un poco de turismo y después la comida? -preguntó.

– Pensaba que podríamos hacer senderismo en las montañas. -Le pasó el brazo por los hombros y la atrajo hacia él mientras ponía algunas de las prendas de ropa revueltas sobre sus piernas. A pesar del fuego que ardía fuera y de la bebida caliente, el aire todavía era helado y su refugio estaba muy lejos de ser hermético.

– Parece un buen plan.

– Tenemos que hacer un enorme esfuerzo hoy. -Sonaba sombrío y ella le lanzó una mirada rápida-. Quizá tengamos que descolgarnos nosotros y el trineo por algunas paredes verticales. Eso nos haría ganar tiempo. Necesitamos alejarnos de esta zona de vientos hoy para poder señalar nuestra posición con humo.

Bailey no necesitó que le explicara por qué. Los piñones los mantendrían en pie, pero necesitaban algo más que un puñado de semillas un par de veces al día. No sabían cuántas veces más podría hacer fuego con la batería antes de que se le agotara la carga, y las piñas tenían que calentarse para soltar fácilmente los piñones, lo cual convertía en todavía más precaria aquella fuente de alimento. Aquél era un día decisivo para conseguirlo o perecer; esperaba que no literalmente, pero esa posibilidad estaba ahí, había estado ahí desde el primer día. Su situación era realmente desesperada.

Después de comer el puñado de piñones recogieron a toda prisa sus pertenencias, echaron piedras y tierra sobre la hoguera y empezaron a caminar. Ella casi se alegró de que no hubiera oportunidad de hacerse arrumacos o demostraciones amorosas, y menos aún de hacer el amor; bueno, estaba un poco dolorida, lo cual no era sorprendente si se tenía en cuenta todo el tiempo que había pasado sin mantener relaciones sexuales.

Además, necesitaba tiempo para procesarlo. Aunque se adaptaba fácilmente a cualquier situación, emocionalmente era mucho menos flexible. Le vendría bien un día de ejercicio físico sin tener que analizar o reflexionar sobre sus emociones.

Y eso fue exactamente lo que tuvo. Cam impuso un ritmo durísimo, tan duro que ella iba preocupada por él. Marchaba en cabeza, así que si daba un paso en un sitio aparentemente sólido y resultaba ser un banco de nieve que cedía bajo sus pies, se hundiría antes de que ella pudiera reaccionar, y arrastraría el pesado trineo, que caería encima de él.

De pronto esa posibilidad fue tan real que ella gritó pidiendo que se detuviese, y cuando él lo hizo se apresuró a ponerse al frente.

– Yo iré delante -dijo bruscamente, imponiendo el mismo ritmo que él había establecido.

– ¿Qué demo…? ¡Oye! -gritó tras ella, frunciendo el ceño mientras trataba de alcanzarla.

– Tú vas tirando del trineo. Yo iré comprobando la firmeza del suelo.

No le gustaba nada eso, pero hasta que pudiera alcanzarla, no había nada que hacer, y con el peso del trineo no tenía forma de conseguirlo. Ella ajustó las tiras improvisadas de la mochila en sus hombros y siguió abriendo camino.

Cogió una rama larga y resistente para clavarla en el suelo ante ella, sólo para estar segura de que la nieve no iba a hundirse; pero eso no hizo que aminorara mucho la marcha. La posibilidad de ser rescatados esa tarde o al día siguiente la impulsaba. ¡Dios, quería salir de esa montaña! Impuso un ritmo en el que el golpe del bastón sobre la nieve era seguido por sus raquetas, que se deslizaban sobre la endurecida capa superior. Los sonidos eran monótonos, adormecedores, lo cual representaba un peligro en sí mismo. Golpe, deslizarse, deslizarse, golpe, deslizarse, deslizarse. Tenía que obligarse a estar atenta.

Se deslizaron por pendientes que el día anterior habrían sorteado. La mayoría no habría podido superarlas sin el resistente bastón, y en todas tenían que quitarse las raquetas para tener mejor agarre. Ella bajaba primero y Cam hacía descender el trineo hasta ella, soltando con cuidado la cuerda que había hecho atando prendas de ropa. Después ella sujetaba el trineo mientras él descendía para encargarse de nuevo del trineo.

No mencionó que quería tomar la delantera, pero aquel ritmo, con ella tanteando el camino, estaba funcionando tan bien que habría sido estúpido que él quisiera ponerse en cabeza. Y ella pensaba que Cam podía tener muchos defectos, pero entre ellos no estaba la estupidez. Tenía un ego considerable, pero también cerebro, y eso supeditaba todo lo demás. Le gustaba; no, lo amaba. Repitió la palabra interiormente varias veces: «Amar, amar, amar». Le costaba acostumbrarse, pero ahora no sentía tanto pánico como al principio.

Justo antes del mediodía se rompió una de las tiras de su raqueta derecha. Se soltó a la mitad del paso y ella se tambaleó hacia delante, con una raqueta puesta y la otra no. El grueso bastón hundido en el suelo evitó que se cayera de bruces. Sólo dobló una rodilla, pero rápidamente se levantó. Bajó el pasamontañas y respiró profundamente.

– Estoy bien -dijo, mientras Cam la alcanzaba y la examinaba con atención en busca de algún daño, antes de inclinarse a recoger la raqueta.

– Puedo arreglarla -aseguró, después de echar una ojeada a la tira rota-. De todas formas, necesitamos un descanso.

Se sentaron en el trineo y se tomaron un respiro mientras se pasaban la botella de agua. Él quitó la tira rota y la reemplazó con otra de tela cortada de alguna prenda. A ese paso, pensó ella con humor, si no los rescataban pronto, no le quedaría ropa para taparse por la noche.

– Hemos avanzado bastante -dijo él, mirando a su alrededor-. Probablemente estamos ciento cincuenta metros más abajo que esta mañana.

– Ciento cincuenta metros -murmuró ella-. Estoy segura de que hemos caminado por lo menos ocho kilómetros.

Los dientes de él asomaron en una amplia sonrisa.

– No tanto, pero esos ciento cincuenta metros son significativos. ¿No notas la diferencia en el viento?

Ella levantó la cabeza. Ahora que lo mencionaba, sí. Los árboles no se zarandeaban tanto, y aunque notaba el aire frío, ya no tenía la punzante gelidez que habían estado soportando desde el accidente. Además, como no habían podido bajar en línea recta, sino que se habían visto forzados a cruzar la montaña de través, ahora parecían dirigirse en dirección este, alejándose de la ladera en que azotaba el viento. La temperatura probablemente había ascendido sólo uno o dos grados, pero la diferencia en la velocidad del viento hacía que pareciera casi agradable, en comparación.

Su ánimo, que hasta entonces había sido bueno, se volvió entusiasta. Le miró y sonrió.

– A lo mejor, después de todo, puedes encender esa señal de humo esta tarde, tonto.

El resopló y le dio un ligero pellizco en la pierna, después terminó de ponerle la nueva tira a la raqueta.

– Como nueva -dijo, y se acuclilló a su lado para atársela a la bota-. ¿Preparada para continuar?

– Preparada. -Tenía hambre y estaba cansada, pero no más que él, quizá menos, porque, con mayor masa muscular Cam debería quemar más calorías que ella incluso estando quieto. Aquél era su quinto día y suponía que había perdido casi cinco kilos por el frío y la falta de comida, pero él probablemente había perdido siete por lo menos. Se les había terminado toda la comida y empezarían a tener menos fuerzas, así que el tiempo jugaba en su contra para llegar a una zona más templada. Al esforzarse tanto estaban quemando más calorías, en efecto, pero si el resultado final era lograr que los rescataran esa misma tarde o a primera hora de la mañana, el esfuerzo merecía la pena.

Cuando se pusieron de pie, Cam flexionó los hombros y los brazos, estirando los músculos contraídos antes de ponerse el arnés. Bailey sólo podía imaginarse el esfuerzo que estaba haciendo al tirar del pesado trineo por el escarpado terreno. Podía ver la tensión de su rostro, las arrugas de cansancio. ¿Cuánto tiempo más podría continuar?

Se pusieron de nuevo en marcha, utilizando el mismo método que antes. A pesar del breve descanso, e incluso con todo el ejercicio que ella hacía normalmente, le quemaban los músculos. Pero si Cam podía continuar, ella también.

Al poco rato, Cam gritó, y ella miró hacia atrás y le vio intentando contrarrestar el empuje del trineo; uno de los esquíes había resbalado sobre el borde de una roca y la carga estaba a punto de volcar. La caída no era muy grande, quizá dos metros, pero era suficiente para que hubiera el riesgo de que el trineo se estropeara de tal modo que no pudiera arreglarse. Con mucha dificultad, ella dio la vuelta y corrió con el torpe paso que le imponían las raquetas en dirección al trineo. No tenía un sitio adecuado por donde agarrarlo, así que lo aferró simplemente por el borde del esquí que había resbalado y tiró de él hacia arriba y hacia atrás con todas sus fuerzas. Oyó un chasquido amenazador, pero no se atrevió a soltarlo, y aseguró las piernas y tiró hacia arriba mientras Cam utilizaba toda su fuerza y su peso para empujar hacia delante. Equilibrado otra vez, el trineo avanzó de nuevo mientras ella soltaba de inmediato el esquí antes de que le pillara los dedos.

No pudo evitar que sus pies patinaran hacia delante y con un grito resbaló justo por encima del borde de la roca.

Aterrizó con un golpe seco, lo suficientemente duro como para hacer crujir todos los huesos de su cuerpo, y después se dio la vuelta apoyándose sobre las manos y las rodillas.

– ¡Maldita sea!

– ¡Bailey!

En la voz profunda de Cam había una nota de temor.

– ¡Estoy bien, no me he roto nada! -gritó ella. Pero sin duda había aumentado su ya buena colección de cardenales. Se puso de pie y se sacudió la nieve de las manos y las rodillas; luego miró a su alrededor buscando la mejor manera de subir hasta donde él estaba. Desgraciadamente, tuvo que recorrer a duras penas unos treinta metros en dirección contraria, tras trepar por una cuesta empinada y accidentada llena de piedras sueltas que estaban ocultas bajo la nieve y que hacían traicionera la escalada. Cuando llegó hasta él, jadeaba por el esfuerzo.

Ninguno de los dos dijo nada, porque no tenía sentido desperdiciar su precioso aliento. Tanto él como ella estaban bien, al igual que el trineo. Siguieron adelante.

Poco antes de las cinco, ella se detuvo de repente, mirando con consternación el precipicio semicircular que se abría a sus pies. Las paredes eran losas verticales de roca, salpicadas aquí y allá de parches blancos donde la nieve que caía había encontrado un precario lugar para asentarse. Se habían aproximado desde un lateral del precipicio y durante un buen rato el camino se había vuelto cada vez más pendiente, tanto que en algunos tramos ella había tenido que caminar junto al trineo y empujar para que siguiera avanzando. Ahora no podían continuar, a menos que quisieran hacer los últimos trescientos metros de su viaje a la velocidad que adquiere un cuerpo en caída libre. A la derecha, el terreno descendía tan vertical que no había forma de cruzarlo con el trineo. Para bordear el barranco tendrían que subir, pero había tal pendiente que serían incapaces de hacerlo, al menos en ese momento. La única opción era retroceder.

– Supongo que tendremos que hacer aquí la hoguera -dijo Cam, apuntalando el trineo contra una gran roca para que no se deslizara montaña abajo. Con un gesto de agotamiento, se quitó el arnés y después se enjugó el sudor de la cara.

– ¿Aquí? -Aquello no iba bien. Si no los rescataban, no tendrían un buen emplazamiento para construir ni siquiera un refugio precario. Y para remate, los árboles eran relativamente escasos en esa zona, lo que haría más difícil recoger leña. Suspiró; no tenían muchas opciones. Aquél era el final de la ruta-. Aquí.

Él estiró los músculos de la espalda, giró la cabeza hacia delante y hacia atrás. Después soltó una carcajada y dijo:

– Mira.

Ella miró hacia donde señalaba y vio, no muy lejos, debajo de ellos, la zona donde terminaba la nieve. No había una línea clara de demarcación, sino una disminución gradual de la cantidad de nieve y una mayor concentración de árboles. Desgraciadamente no podían llegar allí en aquel momento.

Bailey levantó la cara hacia el viento y se dio cuenta de que apenas era una brisa. El humo de la hoguera podría mantenerse lo suficientemente compacto para que lo vieran; si no en ese momento, quizá al día siguiente. Harían una hoguera grande y humeante y la mantendrían encendida hasta que alguien la viera y viniera a investigar.

Cam ya estaba haciendo los preparativos, apartando la nieve y cavando un hoyo poco profundo. Bailey dejó caer la mochila de sus hombros y fue a buscar leña. No podía recoger mucha de una vez, porque tenía que dejar una mano libre para mantener el equilibrio y trepar; en uno de los viajes de vuelta se fijó en que él había cavado tres hoyos.

– ¿Por qué has hecho tres agujeros?

– Hay una señal universal de socorro: tres sonidos de silbato, tres hogueras, tres montones de piedras… utilices lo que utilices, tienen que ser tres elementos.

– Lo que he aprendido en estas vacaciones -dijo ella con ironía, y volvió a su tarea. En términos prácticos, hacer tres hogueras significaba que tenía que recoger el triple de leña. ¡Qué bien!

Con la leña en los tres agujeros y papel y virutas de corteza como yesca, Cam prendió fuego otra vez usando la batería. Hicieron crecer la llama con precaución, alimentándola hasta que la madera empezó a arder; después usaron un palo para llevar el fuego a las otras dos hogueras. Al poco rato, las tres estaban ardiendo con llamas altas, pero no parecían producir mucho humo. Ella quería enormes nubes de humo, una columna de un kilómetro de alto.

Cam estaba pensando lo mismo, evidentemente, porque echó leña verde a las tres hogueras. El humo que al poco tiempo empezó a elevarse resultó más gratificante.

– Ahora, a esperar -dijo él, rodeándola con el brazo y acercándola para darle un beso lento y profundo. Bailey se recostó contra él, demasiado agotada para hacer mucho más que simplemente ponerle los brazos en torno a la cintura.

Cam bajó las bolsas de ropa del trineo y las puso una al lado de la otra. Golpeando con los puños el contenido para acomodarlo de la forma adecuada, las bolsas hicieron más o menos las veces de sillones. Ambos se hundieron agradecidos en sus improvisados asientos. Durante unos minutos no pronunciaron ni una palabra, dedicándose a recuperar las pocas fuerzas que les quedaban. Cuando él habló, ella se quedó sorprendida por el derrotero que habían tomado sus pensamientos.

– Cuando volvamos -dijo-, no te atrevas a escaparte de mí.

No podía negar que aquella idea se le había ocurrido varias veces desde que se había dado cuenta de lo importante que Cam se estaba volviendo para ella. Sin embargo, cuando le entró verdadero pánico fue cuando supo que era demasiado tarde para escapar.

– No lo haré -dijo ella escuetamente, volviendo la cabeza para sonreírle. Le tendió la mano. Él la tomó, entrelazando sus dedos en los de ella y levantando la mano para apoyarla en la mejilla.

Justo antes de la puesta del sol -todavía estaban sentados en sus sillones de bolsas de basura mirando las montañas como dos turistas-, oyeron el ruido característico de las hélices de un helicóptero. Cam se puso de pie y agitó las manos cuando el aparato apareció ante sus ojos. Éste descendió en picado hacia ellos, como una polilla hacia las tres llamas.

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