– ¡Mierda!
El capitán Justice escupió la palabra entre dientes; movió las manos rápidamente mientras trataba de volver a arrancar el motor, de mantener el morro del aparato hacia arriba. Estaban tan cerca de las montañas que si el avión se inclinaba hacia abajo chocarían directamente contra ellas. El paisaje a sus pies presentaba un contraste duro e inhóspito: peñascos y pedruscos cubiertos de nieve, una nieve tan blanca que era casi azul, las sombras tan oscuras que eran negras. Las laderas eran tan pronunciadas y dentadas que caían en ángulos agudos, casi verticales. No había ningún lugar donde aterrizar, ningún terreno ni remotamente plano.
Bailey no se movía, no respiraba. No podía. Una horrible parálisis de absoluto terror e impotencia atenazaba su cuerpo, su voz. No había nada que pudiera hacer para ayudar, nada que pudiera hacer para cambiar lo que se avecinaba. No era capaz siquiera de gritar una protesta; todo lo que podía hacer era mirar y esperar la muerte. Iban a morir; no veía salida. En unos minutos, quizá incluso en unos segundos, se estrellarían contra la cima rocosa y cubierta de nieve de aquella montaña. De momento, durante un precioso instante congelado, parecieron flotar en el aire, como si el avión no se hubiera rendido a las leyes de la gravedad, o las montañas estuvieran jugando al ratón y al gato con ellos, dándoles una esperanza débil, irracional, antes de arrebatársela.
– Mayday, mayday, mayday!
Oyó vagamente a Justice gritando en la radio la señal de socorro, la denominación de su avión y su posición; después soltó una horrible maldición y se quedó callado mientras luchaba contra lo inevitable. El avión descendió bruscamente, un movimiento que le hizo saltar el estómago a la garganta, y ella cerró los ojos para no ver los picos rocosos acercándose apresuradamente a ellos. Entonces el ala izquierda se elevó mientras la derecha caía y las dos cayeron hacia la derecha, una maniobra que le causó náuseas y le hizo tragar saliva convulsivamente. Unos segundos después, se elevó el ala derecha y durante un momento breve -muy breve- estuvieron nivelados. Entonces cayó el lado izquierdo y se balancearon hacia la izquierda.
Ella abrió los ojos. Durante un momento no pudo fijar la vista en nada; su visión se volvió estrecha, borrosa, y le dolió el pecho. Se dio cuenta de que estaba conteniendo el aliento y exhaló con esfuerzo, después tragó oxígeno. Otra respiración, y su visión se aclaró un poco, lo suficiente para permitirle verlo a él. Era todo lo que podía ver, como si su imagen estuviera aumentada y el resto permaneciera sumergido en la niebla. Podía distinguir su mandíbula recta, los músculos apretados en tensión, la capa de sudor, incluso la curva de sus pestañas y la leve sombra de sus patillas recién afeitadas.
Por su mente cruzó un pensamiento angustiado: ¡él era la última persona que vería! Tomó otra bocanada de aire y la inhaló profundamente. Moriría con él, con aquel hombre al que ni siquiera le caía bien; uno debería morir por lo menos cerca de alguien a quien le importara. Sin embargo, lo mismo podría decir él. Sintió una profunda tristeza por ambos. Él estaba…, él estaba… Su pensamiento se dividió, captando su atención. ¿Qué demonios estaba haciendo? Comprendió con toda lucidez e incredulidad. Estaba pilotando el avión, con el timón y con una habilidad y determinación implacables, y también con todas las oraciones que sabía, probablementes. El motor estaba apagado, pero él todavía estaba haciendo volar el maldito avión, manteniéndolo de alguna forma bajo un control rudimentario.
– Agárrese -ordenó él ásperamente-. Estoy tratando de descender a la línea de árboles, pero no sé si lo conseguiremos.
Bailey sentía el cerebro como una losa, casi incapaz de moverse, de funcionar. ¿La línea de árboles? ¿Qué importaba eso? Pero sacudió la niebla de su mente inducida por el terror, lo suficiente como para ajustar más su cinturón de seguridad, apoyar con firmeza la cabeza contra el respaldo de cuero y agarrarse fuertemente a la parte inferior del asiento.
Cerró los ojos con fuerza para apartar la vista de la muerte que se acercaba, pero notaba cómo el avión se inclinaba primero a un lado, después al otro. «Térmicas», pensó; era la única palabra capaz de abrirse paso en su cabeza. Él estaba utilizando el movimiento de las corrientes de aire para elevarlos un poco, para ganar segundos preciosos. El avión era demasiado pesado para funcionar como un planeador, pero las capas de aire estaban haciendo algo más lento el descenso; si eso iba a ser suficiente para marcar una diferencia, no lo sabía, pero el capitán Justice debía tener algo en mente, ¿verdad? ¿Por qué otro motivo estaría luchando con tanto ahínco para controlar el avión? Si el resultado final era el mismo, entonces, ¿para qué molestarse?
Con una sensación de fatalidad, ella esperó el aplastante impacto, la última fracción de segundo de consciencia. Esperaba que morir no fuera muy doloroso. Esperaba que encontraran rápidamente sus cuerpos, de forma que su familia no tuviera que soportar una larga búsqueda. Deseaba… deseaba muchas cosas, ninguna de las cuales sucedería en aquel instante.
Le parecía que había transcurrido una hora desde que el motor se había detenido, aunque lógicamente sabía que sólo habían pasado minutos… No, ni siquiera minutos. Menos de un minuto seguramente, aunque ese minuto parecía interminable.
¿Por qué el maldito avión tardaba tanto tiempo en estrellarse?
Él. Justice. Él era la razón de que aquello se estuviera alargando. Todavía estaba luchando contra la ley de la gravedad, rehusando rendirse. Ella sintió una urgencia irracional de golpearlo, de decir: «¡Deje de prolongar esto!». ¿Cuánto terror se suponía que debía sentir antes deque su corazón sucumbiera bajo la presión? No es que eso significara ninguna diferencia, en esas circunstancias…
¡Zas!
La sacudida le hizo apretar los dientes; la siguió instantáneamente un chasquido horrendo y ensordecedor de metal chirriante y de crujidos atronadores, más ruidos raros y un impacto tan fuerte que todo se volvió negro. La cinta del cinturón de seguridad se tensó casi insoportablemente sobre su hombro. Fue consciente de inclinarse hacia la derecha y después caer; el cinturón de seguridad la mantuvo en su sitio aunque sus brazos y sus piernas se bamboleaban como los de una muñeca rota. Entonces, el lado derecho de su cabeza se golpeó contra algo rígido y la invadió la oscuridad.
Bailey tosió.
Su cerebro registró levemente la respuesta involuntaria. Algo iba mal; no estaba recibiendo suficiente oxígeno. Sintió una vaga sensación de alarma y trató de moverse, de levantarse, pero ni sus piernas ni sus brazos respondieron. Se concentró, con todo su ser centrado en moverse, pero el esfuerzo fue demasiado y derivó de nuevo hacia la nada.
La siguiente vez que volvió a la superficie, se esforzó y se concentró hasta que finalmente pudo doblar los dedos de la mano izquierda.
Al principio fue consciente sólo de cosas pequeñas, cosas inmediatas: lo difícil que era moverse, el brazo derecho como si algo lo estuviera cortando, la necesidad de toser de nuevo. Impregnándolo todo estaba el dolor, insistente e inquebrantable. Le dolía todo el cuerpo, como si hubiera caído…
No. El avión…, el avión se había estrellado.
La percepción de la realidad la invadió, mezclada con el asombro y la turbación. El avión se había estrellado, pero estaba viva. ¡Estaba viva!
No quería abrir los ojos, no quería ver la gravedad de sus heridas. Si le faltaba alguna parte del cuerpo no quería saberlo. Si era así, moriría de todos modos. Por conmoción y pérdida de sangre, en esa aislada cumbre a kilómetros y horas de cualquier posible rescate. Quería solamente quedarse allí con los ojos cerrados y dejar que ocurriera lo que tenía que suceder. Todo le dolía tanto que no podía imaginar moverse y arriesgarse a un dolor más intenso.
Pero había algo molesto que entorpecía su respiración, y el brazo derecho le dolía realmente en el lugar donde se le clavaba algo punzante. Tenía que moverse, tenía que alejarse de allí. Fuego. Siempre había riesgo de incendio en un accidente de avión, ¿verdad? Tenía que moverse.
Gimiendo, abrió los ojos. Al principio no pudo enfocar bien la mirada; todo lo que podía ver era una difusa mancha marrón. Parpadeó repetidamente y finalmente la mancha se convirtió en una especie de tela. Seda. Era su chaqueta de seda, que le cubría la mayor parte de la cabeza. Levantó el brazo izquierdo con esfuerzo y se las arregló para apartarla de los ojos. Sonaron unos trozos de cristal cuando el movimiento los desplazó.
Bien. Su brazo izquierdo funcionaba. Eso estaba bien.Trató de ponerse derecha, pero algo iba mal. Nada estaba en su sitio. Hizo algunos esfuerzos débiles e inútiles por sentarse y después emitió un sonido sordo de frustración. En vez de forcejear como un gusano en un anzuelo, tenía que analizar la situación, ver exactamente a qué se estaba enfrentando.
Era difícil concentrarse, pero tenía que hacerlo. Respirando profundamente, miró a su alrededor, tratando de entender lo que veía. Niebla, árboles, destellos ocasionales de cielo azul. Vio sus pies, el izquierdo sin zapato. ¿Dónde estaba su otro zapato? Entonces, como un relámpago, le golpeó el cerebro otro pensamiento. ¡El capitán Justice! ¿Dónde estaba? Levantó la cabeza lo más posible y lo vio inmediatamente. Estaba desplomado en su asiento, con la cabeza caída hacia delante. No podía distinguir sus rasgos; estaban cubiertos por lo que parecía ser un mar de sangre.
A toda prisa trató de enderezarse, sólo para volver a caer hacia atrás. Su posición la confundía. Estaba acostada en el suelo de la cabina… No, no era así. Se concentró todo lo que pudo, forzando a su cerebro a hacer un balance de la realidad tangible de su posición, y bruscamente las cosas cobraron significado. Estaba todavía sujeta a su asiento por el cinturón de seguridad y acostada contra el lado derecho del avión, que estaba apoyado en un ángulo bastante pronunciado. No podía levantarse porque tenía que impulsarse hacia arriba y hacia la izquierda, y le resultaba imposible hacerlo a menos que usara los dos brazos, pero tenía el brazo derecho atrapado y no podía liberarlo a menos que retirara el peso que había sobre él.
Si Justice no estaba muerto, lo estaría pronto si ella no conseguía ayudarlo. Salir del asiento. Eso era lo que tenía que hacer. Con la mano izquierda buscó a tientas el cinturón de seguridad y abrió la hebilla. Cuando el cinturón se liberó, la parte inferior de su cuerpo rodó sobre el asiento y cayó con un golpe doloroso que la hizo gemir de nuevo, pero el cinturón aún estaba enredado en el hombro. Forcejeó para liberarse y se las arregló para ponerse de rodillas.
Con razón sentía que algo se le clavaba en el brazo derecho: así era. De su tríceps sobresalía un fragmento triangular de metal. Sintiéndose irracionalmente ofendida por la herida, tiró del trozo y lo arrojó lejos, después reptó hacia delante hasta acercarse a Justice. El ángulo en que se encontraba apoyado el avión hacía difícil mantener el equilibrio aunque ella no hubiera estado mareada y soportando dolores y heridas, pero apoyó el pie derecho en el costado del aparato y se impulsó hacia arriba para llegar al escaso espacio que quedaba entre los asientos de los dos pilotos.
Oh, Dios, había tanta sangre… ¿Estaba muerto? Había luchado tan duramente para hacer caer el avión en un ángulo que les permitiera sobrevivir que ella no podría soportar que le hubiera salvado la vida y hubiera muerto en el intento. Con mano temblorosa se estiró y le tocó el cuello, pero su cuerpo estaba demasiado conmocionado por el esfuerzo que había supuesto dejar de temblar y no pudo saber si él tenía pulso o no. «No puedes estar muerto», susurró desesperadamente mientras colocaba la mano bajo su nariz para ver si podía sentir su respiración. Le pareció que sí respiraba y miró fijamente su pecho. Finalmente vio el movimiento ascendente y descendente, y el alivio que la invadió fue tan intenso que casi estalla en lágrimas.
Estaba todavía vivo, pero inconsciente y herido. ¿Qué debía hacer ella? ¿Debía moverlo? ¿Y si se había lesionado la columna? Pero ¿y si no hacía nada y se desangraba?
Apoyó la cabeza dolorida contra el lateral del asiento de él, sólo durante un momento. «¡Piensa, Bailey!», se ordenó. Tenía que hacer algo. Tenía que ocuparse de lo que sabía que estaba mal en él, no de lo que tal vez estuviera mal, y sabía con seguridad que estaba perdiendo mucha sangre. Así que lo primero era lo primero: detener la hemorragia.
Miró hacia arriba, buscando algo a lo que agarrarse mientras trepaba hacia delante, hacia el interior de la cabina del piloto; pero no había nada allí. El ala izquierda y la mayor parte del fuselaje de ese lado habían desaparecido, arrancados como si un abrelatas gigante hubiera abierto el aparato. No había nada a lo que asirse excepto los bordes de metal destrozado, afilados como una cuchilla. A través del agujero sobresalía parte de la rama tronchada de un árbol.
No había nada más al alcance, así que agarró la parte alta del asiento de Justice y se impulsó hacia arriba, deslizándose entre lo que quedaba del techo y la parte alta del asiento del copiloto. La mejor posición en la que podía ponerse era en cuclillas, con los pies apoyados contra la puerta derecha.
– Justice -dijo, porque había leído en alguna parte que las personas inconscientes a veces aún podían oír y responder a su nombre. No sabía si era verdad o no, pero ¿qué daño podría hacer?-. ¡Justice! -repitió más insistentemente, mientras le agarraba los hombros y trataba de ponerlo derecho. Era como tirar de un tronco. Su cabeza cayó hacia un lado, la sangre goteaba de su nariz y su mejilla.
Tirar de él no iba a servir de nada. Su cinturón de seguridad lo mantenía en su sitio, pero ella estaba trabajando contra la gravedad. Necesitaba liberar el cinturón y sacarlo del asiento, tratar de sacarlo del avión.
Como le había pasado a ella, él caería, del asiento en cuanto soltara el cinturón, pero era un avión pequeño; la distancia era de unos sesenta centímetros, como mucho. Aun así, el fuselaje se había plegado hacia dentro en el lado del copiloto y una rama de árbol había perforado todo el revestimiento de metal como una estaca a través del corazón de un vampiro. El extremo afilado de la rama formaba un ángulo hacia atrás, en vez de apuntar hacia arriba, pero no quería correr el riesgo de que él pudiera quedar empalado, así que miró a su alrededor buscando algo que poner sobre la rama.
Lo primero en lo que pensó fue en su bolso, pero no lo veía. Estaba a la izquierda del asiento, así que pudo haber salido volando cuando esa parte del avión se había partido. Todo lo que había disponible era su chaqueta de seda, sucia y manchada de sangre. Retorciéndose, gruñendo por el esfuerzo, se las arregló para agarrar una manga y arrastrarla hacia ella. La prenda era fina, casi no pesaba. La seda era fuerte, pero lo que necesitaba en esa situación era algo voluminoso para cubrir el extremo afilado de una rama, no una tela que se pudiera tensar.
Le llegó la inspiración. Rápidamente se inclinó hacia delante y se quitó el zapato que le quedaba, un mocasín de diseño muy caro, y lo metió en la punta que sobresalía. Después dobló su chaqueta y la puso sobre la rama como relleno adicional.
– Bueno, Justice, vamos a moverle de este asiento -dijo suavemente-. Después trataré de sacarle del avión, pero lo primero es lo primero. Cuando suelte tu cinturón de seguridad va a caer un poco, unos treinta centímetros. ¿Preparado? -Probablemente caería sobre ella, dado lo extremadamente limitado del espacio, y entonces quedaría apresada, sin espacio para escapar. Estaba realmente en una mala posición. Suspirando, trepó sobre el lado superior del asiento hacia la parte de atrás de nuevo.
En lo más profundo de la garganta de él sonó un gemido bajo.
Ella saltó, tan sobresaltada por el quejido que casi grita.
– Oh, gracias a Dios -susurró para sí misma mientras se ponía derecha. En un tono ligeramente más alto que el normal volvió a decir su nombre-: ¡Justice! Despierte si puede. No puedo sacarlo del avión sola; tiene que ayudarme todo lo que pueda. Ahora voy a soltar el cinturón, ¿de acuerdo?
Mientras hablaba extendió la mano hacia arriba y a su alrededor, buscando la hebilla, deslizando los dedos por el tejido del cinturón, hasta que encontró el metal. Un rápido movimiento en el cierre y él cayó como una piedra sobre su costado derecho, libre de la sujeción, con la cabeza y los hombros descansando en el suelo, sus largas piernas aún dobladas sobre el tablero y enredadas en los controles.
– ¡Maldita sea! -gimió ella. Aquella posición no era mejor; él le daba la espalda y aún no podía verle mucho la cara ensangrentada. Ni había espacio para que ella se metiera delante de él para descubrir de dónde venía la sangre.
Bailey respiró profundamente unas cuantas veces, preguntándose cómo iba a manejar aquella situación. El aire que inspiró era frío y cargado del aroma de los pinos. El efecto fue casi como una bofetada. Una vez más hizo balance de su situación. No podía arrastrarlo hacia arriba; era demasiado pesado y la inclinación del avión, excesiva. Por otra parte, si pudiera abrir la puerta del copiloto, podría sacarlo por ahí. Examinando la rama que sobresalía, vio que en realidad había entrado por la cabina frente a la bisagra de la puerta, así que no constituía un obstáculo. Pero por la forma en que estaba inclinado el avión, la portezuela podía estar bloqueada. Atisbo por las ventanas manchadas del lado derecho, que estaban tan rayadas que casi no podía ver a través de ellas, y mucho menos apreciar si algo obstruía el paso desde el exterior.
La ventana del copiloto tenía batiente. Si pudiera abrirla… La acción siguió directamente al pensamiento, pero el marco estaba curvado lo suficiente para que no funcionara el batiente de la ventana, y no podía apoyarse para hacer palanca sobre ella. Levantó el puño con frustración y golpeó la ventana, pero lo único que consiguió fue hacerse más daño.
– Maldita sea, maldita sea. ¡Maldita sea! -Soltó aire con desesperación. Si no podía abrir la ventana, probablemente tampoco conseguiría abrir la puerta-. Por otra parte -se dijo en voz alta-, ¿por qué estoy perdiendo tiempo con la ventana cuando necesito abrir la puerta? Si lograra empujar la portezuela, no necesitaría abrir la ventana.
Sentía como si estuviera pasando por alto unos cuantos aspectos obvios, que su cerebro estaba trabajando sólo a medio gas, pero estaba haciéndolo lo mejor que podía en esas circunstancias. Sentía todo el cuerpo como si la hubieran aporreado con ensañamiento, le dolía la cabeza y le sangraba el brazo. Pensaría lo mejor que pudiera, y al que no le gustara que se largara.
Largarse. Muy divertido. Ja, ja. No había nadie allí a quien le gustaran o le dejaran de gustar sus decisiones -aparte de Justice, y él no estaba en situación de hacer comentarios-, así que su retahila de lamentaciones era totalmente inútil.
Las piernas. Las piernas eran mucho más fuertes que los brazos, y ella era más fuerte que la mayoría de las mujeres gracias a todas las horas de ejercicio. Era capaz de levantar casi doscientos kilos con sus piernas. No era una enclenque y no debía actuar como si lo fuera. Si la puerta estaba atascada, tal vez pudiera empujarla y abrirla con las piernas.
El alto cuerpo de Justice le estorbaba, pero pensó que podía hacer palanca en algún sitio. Antes de colocarse en posición, sin embargo, se inclinó a un lado y tiró de la manilla para ver si el pestillo cedía. Notó resistencia, como de metal contra metal, pero había contado con ello y tiró más fuerte. Finalmente el pestillo cedió, pero la puerta permaneció en su sitio. Tampoco le sorprendió.
Tenía que encontrar una manera de sujetar la manilla en posición de apertura o si no nunca podría abrir la puerta de una patada. No había nada a lo que sujetarla, suponiendo que tuviera algo con qué atarla, que, evidentemente, no lo tenía. Tendría que colocar algo por debajo para mantenerla abierta, y por el momento no veía nada que pudiera servirle.
Quizá hubiera algo debajo de alguno de los asientos. La gente siempre metía cosas bajo ellos. Estirándose, tanteó la parte inferior de cada uno. Nada.
Tal vez sirviera un calcetín. Se quitó uno de sus finos calcetines de ejecutivo y lo retorció hasta hacer una especie de cuerda que enroscó en torno a la manilla; después volvió a torcerlo para mantenerla asegurada. Reptando se dobló en el asiento del copiloto, en un ángulo tan estrecho como pudo, y apoyó los dos pies contra la puerta. La postura era increíblemente incómoda, pero usar el calcetín para sujetar la manilla le daba unos cuantos centímetros preciosos. Forzando su hombro y su brazo, tiró del calcetín, sintiendo de nuevo el crujido del metal al ceder. Con la otra mano agarró el extremo delantero del asiento para no irse hacia atrás, en cuyo caso no lograría nada.
– Por favor -susurró mientras empezaba a empujar lentamente.
Los músculos de la cadera se tensaron; los músculos más pequeños en torno a sus rodillas se volvieron duros como una piedra cuando ejerció presión sobre ellos. Sus dedos, clavándose en el borde del asiento, empezaron a protestar y después a resbalar. Se agarró furiosamente y con un esfuerzo final hizo todo lo que pudo por estirar las piernas.
La puerta crujió al abrirse, su mano resbaló del asiento y ella cayó hacia atrás por el impulso. Rápidamente se levantó, con el corazón latiendo con fuerza por la euforia. ¡Sí! Desenroscó el calcetín de la manilla y se lo volvió a poner, después apoyó los pies contra la puerta y empujó un poco más, logrando una apertura de unos treinta centímetros. Podía pasar por ahí, pensó triunfante, y se inclinó hacia delante para ver si había algo estorbando, como un árbol o un pedrusco. No vio obstáculos, así que maniobró hasta que se quedó tumbada sobre el vientre, después se deslizó más allá de Justice y, poniéndose de lado, se abrió camino a través de la puerta. El metal raspó su espalda y sus caderas, pero logró pasar y llegar al suelo cubierto de nieve.
El frío helado le traspasó los delgados calcetines. Necesitaba ponerse zapatos y calcetines secos, casi inmediatamente, para evitar el peligro de congelación. Pero sus pies tendrían que esperar hasta que se hubiera ocupado de Justice.
Observando el hueco, analizó el tamaño del cuerpo del piloto. No cabría; su pecho era probablemente más ancho. Tendría que abrir más la puerta. Agarrando el borde tiró de él hasta conseguir arrancar unos cuantos centímetros al metal deforme y casi inamovible. Eso tendría que servir, pensó, con la respiración más agitada de lo que quisiera. A esa altitud tenía que tener cuidado de no hacer demasiado esfuerzo, o podría verse afectada de un letal mal de altura. Ya sudaba un poco, y eso era peligroso en el frío. Llevaba sólo unos pantalones finos y holgados y una camiseta de seda, además de la ropa interior y los calcetines, y ninguna de aquellas prendas la ayudaba demasiado a mantenerse caliente. Tenía un montón de ropa en las maletas, pero sacarlas supondría un esfuerzo y primero tenía que ocuparse de Justice.
El piloto gimió de nuevo. Recordando lo lentamente que ella había recuperado el sentido, lo difícil que había sido incluso la más leve respuesta, empezó a hablarle mientras se agachaba en la puerta abierta y se estiraba hacia dentro, agarrándolo por debajo de los brazos.
– Justice, trate de despertar. Voy a sacarlo ahora del avión. No sé si tiene algún hueso roto, así que tendrá que hacerme saber si le estoy haciendo daño, ¿de acuerdo?
No hubo respuesta.
Bailey tensó los músculos de sus piernas y tiró hacia atrás. Desde su posición agachada no podía conseguir hacer palanca, pero estaba tirando de él pendiente abajo, así que la gravedad ayudaba. Cuando la cabeza y los hombros de él pasaron por la abertura, cambió de posición hasta colocarse debajo; el hombre era un peso muerto, completamente inerte e incapaz de ayudar, así que ella tendría que protegerle la cabeza. Hizo una breve pausa para recuperar el aliento, después levantó las rodillas, clavó los talones en el suelo y se empujó hacia atrás otra vez, arrastrándolo con ella. Justice resbaló hacia delante hasta caer fuera del avión, aterrizando sobre ella y hundiéndola en la nieve helada.
Oh, Dios. Ahora podía ver su cara: la horrible herida que empezaba unos diez centímetros atrás en el cuero cabelludo formaba un ángulo por toda la frente y terminaba justo sobre su ceja derecha. No sabía mucho de primeros auxilios, pero era consciente de que un mal corte en el cuero cabelludo podía ocasionar una grave pérdida de sangre. Prueba de ello es que le cubría toda la cara empapando su camisa y sus pantalones.
Pesaba una tonelada. Jadeando, culebreó para salir de debajo de él y luchó por ponerlo de espaldas. Su energía se estaba desvaneciendo rápidamente y se sentó un momento, con la cabeza hacia abajo mientras trataba una vez más de recuperar el aliento. Sus pies estaban sufriendo, estaban muy fríos, y ahora su ropa había quedado cubierta de nieve y se empapaba a pasos agigantados. El accidente no la había matado, pero la altitud y la hipotermia podrían hacerlo muy pronto.
Justice empezó a respirar más pesadamente, induciendo el movimiento de la garganta.
– ¿Justice? -dijo Bailey.
Él tragó y murmuró pesadamente:
– ¿Qué diablos?
Ella se rió fugazmente y sin aliento. Su situación no era menos grave, pero por lo menos él estaba recuperando la consciencia.
– El avión se ha estrellado. Los dos estamos vivos, pero usted tiene una fea herida en la cabeza y necesito detener la hemorragia.
Lentamente se puso de rodillas y se estiró hacia la cabina del piloto, buscando a tientas su único zapato y su chaqueta. Estaba helada, pero aunque la chaqueta fuera fina, era mejor que nada. Empezó a ponérsela, después se detuvo y extendió la mano. En lugar de eso, le dio la vuelta a una manga para buscar la costura y empezó a tirar de ella. Necesitaba algo que pudiera usar como venda para ponerlo sobre la herida y hacer presión, y eso era todo lo que tenía.
Él tosió y murmuró algo más. Ella se detuvo. No había entendido todo lo que él había dicho, pero le había parecido captar: «Botiquín de primeros auxilios».
Se inclinó sobre él.
– ¿Qué? No le entiendo. ¿Hay un botiquín de primeros auxilios?
Él tragó de nuevo. No había abierto los ojos todavía, pero estaba luchando por mantenerse consciente.
– Guantera -murmuró.
¡Gracias a Dios! Un botiquín sería la salvación. Si podía abrir la guantera, pensó. Se acurrucó y volvió a retorcerse para entrar por la puerta abierta. La guantera estaba frente al asiento del copiloto. Deslizando los dedos bajo el pestillo, tiró de él, pero no tuvo tanta suerte como con la puerta. La golpeó con el puño frío y tiró de nuevo. Nada.
Necesitaba algo resistente con un borde afilado para abrirla. Miró a su alrededor por enésima vez. Debía haber algo entre los restos que pudiera usar, como…, como esa palanca sujeta al borde delantero inferior del asiento del copiloto por un par de grapas. Miró hacia ella incrédula. ¿Ya estaba alucinando? Parpadeó, pero la palanca todavía estaba ahí. La tocó y sintió el metal frío y áspero. Era corta, de unos treinta centímetros, pero real, y justo lo que necesitaba.
Quitándola de las sujeciones, incrustó el extremo afilado en el medio, donde estaba el mecanismo de la cerradura, y empujó hacia arriba. La tapa se combó un poco y después saltó.
Agarró la caja de color verde oliva con una cruz roja y una vez más se abrió paso hacia el exterior. Se arrodilló junto a él en la nieve y forcejeó con los cierres de la caja. ¿Por qué todo tenía que tener una maldita cerradura? ¿Por qué las cosas no podían simplemente abrirse?
Él abrió los ojos sólo un poquito y se las arregló para levantar la mano hacia la cabeza. Bailey le agarró la muñeca.
– No. No lo toque. Está sangrando mucho, así que tengo que hacer presión sobre la herida.
– Claro -dijo con voz quebrada, cerrando los ojos para protegerse de la sangre que goteaba sobre ellos.
– ¿Qué?
Él respiró unas cuantas veces; hablar todavía le resultaba complicado.
– En la caja. Suturas.
Ella lo miró fijamente, espantada. Podía presionar la herida, limpiarla, poner esparadrapo para mantener juntos los bordes del corte. Podía también echarle pomada. ¿Pero él pretendía que lo cosiera?
– ¡Ah, mierda! -soltó ella.