Charles MaGuire tenía unas orejas peludas como las de un lince, pero ahí empezaba y terminaba su parecido con un gato. Era de estructura tan sólida como una boca de incendios, con una espesa mata de pelo gris y astutos ojos azules. Bailey no podía imaginar cómo había llegado allí tan rápido, pero sospechaba que cuando uno trabajaba para el NTSB podía coger un vuelo a cualquier sitio en cualquier momento.
Nadie parecía saber qué hacer con ellos, y aunque muchas personas en el acogedor pueblecito querían dar hospitalidad a los dos extraños, al final el jefe de policía, Kyle Hester, les había ofrecido su oficina en el ayuntamiento, y aquélla parecía la mejor opción de todas. Hester era una persona práctica, rondaba los cuarenta años y había sido militar como Cam, así que daba la sensación de que estaban en la misma longitud de onda. Cam le dijo a Bailey que había explicado a Hester que alguien había saboteado el avión, así que éste era muy consciente de que el caso acarrearía más complicaciones que el típico revuelo que traía consigo un rescate. El jefe era una de esas personas que solucionan los problemas con rapidez. Al cabo de una hora, Cam y Bailey tenían cada uno en el ayuntamiento un móvil nuevo programado con su antiguo número de teléfono. También hizo que les trajesen comida; aunque les habían alimentado en el hospital, él parecía saber que no habrían podido comer mucho al principio y que necesitaban reponer fuerzas. Así que les había enviado fruta, chocolate, cuencos de sopa de patatas que podían calentar en el microondas que había en la sala de descanso, galletas saladas y crema de queso. Bailey parecía no poder dejar de comer. Todo lo que podía tolerar era un par de bocados cada vez, pero a los cinco minutos volvía a por más.
El reportero del periódico había querido entrevistarlos, pero ni Cam ni Bailey estaban interesados en darse ninguna publicidad. Ninguno quería divulgar las razones por las cuales se habían estrellado. Hester se ocupó de eso también, protegiéndolos de llamadas y evitando que los molestaran. En pocas palabras, el jefe de policía se estaba convirtiendo rápidamente en una de las personas favoritas de Bailey.
Cuando llegó Charles MaGuire, Hester les cedió su oficina. El investigador del NTSB se mostró asombrado de que estuvieran vivos y algo desconcertado por el lugar donde se habían estrellado. En el mapa topográfico colgado en la pared del jefe Hester, Cam señaló el punto donde habían sido rescatados y trazó una línea hasta el lugar en que estimaba que se habían estrellado.
– Aproximadamente es aquí donde estábamos cuando nos quedamos sin combustible -dijo, marcando otro punto en las montañas.
MaGuire miró el mapa.
– Si se quedaron sin combustible aquí, ¿cómo demonios llegaron hasta aquí?
– El aire asciende en la vertiente ventosa de las montañas -dijo Cam-. Quise llegar hasta la línea arbolada para que la vegetación amortiguara el choque, en vez de estrellarme contra la ladera rocosa. Como regla básica, cuando vas planeando avanzas siete metros hacia delante por cada treinta centímetros que pierdes de altura, ¿de acuerdo? -Deslizó el dedo por el mapa-. Aprovechando las corrientes ascendentes de aire, hicimos unos tres o cuatro kilómetros en esta dirección, hasta aquí exactamente, y hacia abajo hasta la línea de bosque. Lo dejé caer donde juzgué que los árboles eran suficientemente grandes para amortiguar el impacto pero no tanto como para que el choque fuera demasiado violento. Tuve que buscar una extensión de árboles que fuera lo bastante densa, porque cuando empieza el bosque están menos apiñados.
MaGuire midió visualmente la distancia; parecía perplejo.
– Su compañero Larsen dijo que si alguien podía hacer un aterrizaje forzoso con un mínimo de garantías, ése era usted. Y que no le dominaría el pánico.
– Yo estaba lo bastante atemorizada por los dos -dijo Bailey con ironía.
Cam soltó un chasquido burlón.
– No gritaste.
– Mi pánico es silencioso. También estaba rezando todo lo que podía.
– ¿Qué pasó después? -preguntó MaGuire. Miró el vendaje que Cam tenía en la frente-. Es obvio que usted resultó herido.
– Me quedé inconsciente -dijo Cam, encogiéndose de hombros-. Y sangrando como un cerdo degollado. El ala izquierda y parte del fuselaje se desprendieron, así que no había protección contra el frío. Bailey me arrastró fuera, detuvo la hemorragia y me cosió la cabeza. -La sonrisa que le dirigió estaba tan llena de orgullo que casi la cegó-. Me salvó la vida en un primer momento y volvió a salvármela construyendo un refugio para pasar la noche. Si no nos hubiéramos podido proteger del viento, no habríamos sobrevivido.
MaGuire se volvió entonces y la observó con gran curiosidad, porque había recopilado muchos datos sobre los Wingate en los últimos días y tenía algunas dificultades para relacionar la idea que se había formado previamente sobre Bailey como una simple mujer-trofeo de Jim Wingate con aquella mujer tranquila y poco vanidosa, vestida con un traje verde de quirófano, sin maquillaje y con un ojo amoratado.
– ¿Tiene usted conocimientos médicos?
– No. El botiquín de primeros auxilios del avión tenía un manual de instrucciones que explicaba detalladamente cómo suturar una herida, así que lo hice. -Arrugó la nariz-. Y no quiero volver a repetirlo. -Estaba orgullosa de aquel episodio, pero no deseaba recordar los detalles sangrientos.
– Yo había perdido mucha sangre y tenía una conmoción, así que no podía ayudar. Ella sacó del avión las cosas que podíamos necesitar. Utilizó prácticamente todo su guardarropa para taparme, para mantenerme caliente…, y permítame decirle que era mucha ropa: tres maletas grandes llenas. Gracias a Dios.
– ¿Cuándo empezaron a caminar para tratar de salir de allí?
– Al cuarto día. Bailey tenía un brazo herido: se le había clavado un trozo de metal y no se había preocupado por cuidárselo. El segundo día ninguno de los dos era capaz de hacer gran cosa. Dormimos. Yo estaba tan débil que casi no me podía mover. El brazo de Bailey estaba infectado y le subía la fiebre. El tercer día los dos nos sentíamos mejor y yo pude levantarme. Revisé el ELT, pero la batería estaba casi descargada, así que me di cuenta de que si no nos habían localizado ya no lo harían, y no había forma de saber si el ELT había funcionado en algún momento o no.
– No funcionó -dijo MaGuire-. No hubo señal.
Cam miraba el mapa, pero mentalmente estaba de nuevo en la cabina del Skylane con la mandíbula tensa y cerrada con fuerza.
– Cuando el aparato falló, todos los indicadores marcaban exactamente los datos correctos. Nada parecía ir mal, pero el motor se detuvo. El tercer día encontré el ala izquierda. Había una bolsa de plástico transparente colgando del depósito de combustible. Cuando la vi, supe que alguien había provocado el accidente deliberadamente.
MaGuire suspiró y apoyó una cadera contra la esquina del escritorio del jefe de policía.
– Al principio no sospechamos nada. Larsen repasó una y otra vez los registros de mantenimiento del Skylane, los informes sobre el combustible y cualquier apunte que pudiera referirse al avión. Finalmente se dio cuenta de que los registros mostraban que el depósito del avión había sido recargado sólo con ciento cincuenta litros de gasolina esa mañana. Hablamos con la persona que lo había llenado y recordaba haber comprobado que estaba lleno. Hasta esta mañana no hemos recibido una orden judicial para revisar las grabaciones de las cámaras de seguridad del aeropuerto, pero sospechábamos que el avión había sido manipulado.
– Seth Wingate -gruñó Cam-. Llamó a la oficina el día anterior al vuelo para asegurarse de que Bailey iba a Denver. Puede que tenga suficiente influencia para que un juez le haga el favor de retrasar una orden judicial, aunque no sé qué lograría a la larga con eso, a menos que necesitara tiempo para meter la mano en alguna cinta de las cámaras de seguridad y destruirla, o algo así.
– Su secretaria insistió precisamente en eso. Él actuó de manera sospechosa, pero esa conducta resulta también estúpida. Una cosa son las sospechas y otra las pruebas. Hasta ahora no tenemos ninguna prueba, únicamente una anomalía en los registros de llenado de combustible.
– Ya nos imaginábamos algo así. A menos que las cintas de las cámaras de seguridad lo hayan pillado manipulando el avión, todas las evidencias están en el lugar del accidente, y recogerlas sería muy difícil. Allí arriba el viento es brutal, no hay posibilidad de que un helicóptero pueda aterrizar. La única forma de subir es a pie.
– No sabía que Seth supiera cómo sabotear el depósito de combustible de esa forma -dijo Bailey-. Tiene un carácter horrible y me desprecia, pero nunca creí que tratara de hacerme daño físicamente. La última vez que hablé con él me amenazó con matarme, pero… -se mordió el labio, preocupada- no le creí. ¡Seré tonta!
– Una bolsa de plástico en el tanque de combustible es tecnología casera -dijo Cam-. No se necesita mucha habilidad para hacer eso.
– Eso en concreto no -asintió MaGuire-. Sin embargo, el transpondedor y la radio… Sabe de aviones más de lo que usted cree.
Cam se fue poniendo lentamente rígido, sus ojos grises se volvieron fríos.
– ¿Qué? ¿Qué pasa con el transpondedor?
Bailey lo miró inquisitivamente. Su voz había cambiado a algo oscuro y amenazante.
MaGuire volvió la vista al mapa.
– Aquí -dijo, señalando un lugar en el mapa-, justamente al este de Walla Walla, es donde usted perdió la señal del transpondedor. Quince minutos más tarde, un FSS captó una transmisión de auxilio confusa, luego el radar dejó de detectarlos y desaparecieron. Si él también manipuló todo eso, fue muy concienzudo. No quería que se encontrara el lugar del accidente… o quería retrasar el hallazgo hasta que cualquier prueba forense hubiese desaparecido.
Cam se quedó muy quieto mientras estudiaba el mapa.
– Hijo de puta -dijo suavemente.
– Una opinión que todo el mundo parece tener de él. Odio decirlo, pero tal vez salga impune de esto. -MaGuire suspiró-. Mi mayor preocupación ahora no es localizar el lugar del accidente, sino garantizar su seguridad, señora Wingate.
– Bailey está conmigo -dijo Cam sin mirar alrededor-. Yo la cuidaré.
Bailey hizo una mueca ante aquella actitud propia de un cavernícola y le dijo a MaGuire:
– Tengo intención de decirle a Seth que sabemos que intentó matarme, aunque no podamos probarlo, pero que también se lo hemos dicho a alguien sin especificar, de modo que si vuelve a intentarlo se encontrará con que es el primero en la lista de sospechosos. No se me ocurre nada más que podamos hacer.
– A mí sí -dijo Cam, con la frialdad todavía reflejada en sus ojos-. MaGuire, ¿hay alguna manera de que podamos salir hacia Seattle inmediatamente? Quiero ocuparme de este asunto cuanto antes.
La expresión de MaGuire era de curiosidad, pero se limitó a asentir.
– Claro que sí -afirmó.
Aterrizaron en Seattle hacia las ocho de la noche, más o menos, aunque Bailey siempre se había preguntado cómo podía llamársele «noche» cuando el sol aún tardaría una hora más en ponerse. Sus fuerzas todavía flaqueaban y todo lo que quería hacer era meterse en la cama y dormir, pero deseaba que en esa cama estuviera Cam, y no había podido cruzar con él más que unas pocas palabras desde que se había vuelto tan frío y reservado, cuando MaGuire le contó todo lo que Seth había hecho. En cierta forma, eso no le molestaba. Ella también tenía momentos de frialdad y silencio. Que Seth tratara de matarla no estaba bien, por supuesto, pero ese hijastro era la carga que ella tenía que soportar y le enfurecía que hubiera dado por supuesto que la vida de Cam no valía nada. Si Cam moría o no, simplemente le había importado poco.
Volvía a un mundo que había cambiado. No podía reanudar su vida anterior como si no hubiera pasado nada. Independientemente del acuerdo al que había llegado con Jim, ya no podía tratar con Seth. Sería una estúpida si arriesgaba su vida y la de Cam por un acuerdo con alguien que ahora estaba muerto. Tendría que haber otra persona diferente que se encargara de los fideicomisos, quizá uno de los funcionarios del banco donde había invertido Jim. Se oponía firmemente a pasarle el control a Seth, porque no le parecía que debiera ser recompensado después de lo que había tratado de hacer; pero alguien diferente podía hacerse cargo de aquel asunto.
Habían volado a Seattle en un avión de un tamaño muy parecido al del desafortunado Skylane. Sin dudar, Cam se había puesto en el asiento del copiloto, sin pensar siquiera en sentarse atrás con ella, lo que le hizo poner los ojos en blanco y sonreír. Pensó que aquello era normal en un piloto. La mayoría vivían y respiraban volando, hasta el punto de que a menudo descuidaban todo lo demás. MaGuire se sentó atrás con ella, y algo en su expresión le decía que hubiera preferido estar en el puesto del copiloto, pero Cam había sido más rápido.
– Está desesperado -dijo ella divertida-. No ha puesto las manos en los controles desde hace seis días.
– Pero es mi avión -dijo el otro, un poco enfurruñado a juzgar por su tono de voz. Después se encogió de hombros y le lanzó una sonrisa algo avergonzada-. Supongo que debía haberlo adivinado y haber sido más rápido. La mayoría de los pilotos que conozco preferirían volar que comer.
Ella trató de mantener la calma mientras se aproximaban a Seattle, pero iba a enfrentarse a tantos cambios que tenía dificultad para asimilarlos todos, y, como siempre, cualquier cambio la incomodaba. Generalmente no tomaba una decisión importante sin haber reflexionado sobre ella, haberla examinado y sentirse preparada para seguirla. Si algo sufría modificaciones en su vida, quería controlar la forma en que ocurría. De repente no tenía el control, y prácticamente todo había cambiado: se mudaría de esa enorme casa tan pronto como pudiera, y poco le importaba lo que Seth y Tamzin hicieran con ella. Se negaba a tratar con ellos más, lo que significaba que tenía que encontrar otro empleo.
El cambio más drástico, por supuesto, era Cam. Se había movido tan rápidamente que ella se sentía como el Coyote, dando vueltas impotente en el polvo mientras el Correcaminos lo adelantaba en la carrera. En menos de una semana, había pasado de que no le gustara en absoluto a amarlo; incluso había aceptado casarse con él. Lo extraño era que, aunque reconocía que el cambio más profundo era ése, estaba encantada con él. Una vez superado el pánico inicial, supo que se sentía bien a su lado, de una forma que jamás había imaginado.
Como si hubiera leído sus pensamientos, él miró por encima del hombro hacia ella. Había conseguido un par de gafas de sol en alguna parte, así que no podía verle los ojos, pero aquella prueba del vínculo que se había establecido entre ellos la ayudó a tranquilizarse. Ya no estaba sola. No importaba que su vida cambiara, Cam estaría ahí, con ella.
El avión aterrizó, y el piloto accionó los frenos cuando rodaban por la pista. Bailey se inclinó hacia delante para mirar el edificio de la terminal. Había gente saliendo por una puerta hacia el asfalto, donde se quedaron de pie esperando. No eran muchas personas y desde esa distancia no podía distinguir sus caras, pero sabía que Logan y Peaches estaban allí y su corazón saltó de dicha.
A medida que se acercaban, pudo vislumbrarlos con claridad; Logan rodeaba a Peaches con el brazo. Los dos sonreían ampliamente y Peaches daba algunos saltitos de emoción. Sabía que probablemente no podían verla, pero les saludó de todas formas. Pudo distinguir también a Bret y a Karen, pero no reconoció a nadie más. Quizá se trataba de los amigos y parientes de Cam, aunque él había hablado con sus padres y habían dicho que no podrían llegar a Seattle antes que él porque viajaban en una aerolínea comercial y tenían que esperar a un vuelo regular. Tal vez habían podido anticipar el viaje.
El piloto se detuvo. Cam soltó su cinturón de seguridad y se levantó. Después de cruzar unas breves palabras con el piloto, MaGuire hizo lo mismo. Entonces Cam se abalanzó hacia el interior y ayudó a Bailey a levantarse agarrándole la cintura con sus cálidas manos.
– ¿Cómo estás? -preguntó mientras se dirigían hacia la pequeña multitud que avanzaba con impaciencia, esperando sólo a que estuvieran a una distancia segura del avión para salir disparados.
– Cansada, pero bien. ¿Y tú?
– Igual. ¡Prepárate! -Pronunció aquellas palabras mientras los rodeaba la gente. Logan y Peaches abrazaron a Bailey, que se sintió zarandeada por ambos lados. Peaches se echó a llorar, y Bailey estuvo a punto de hacerlo también, pero se contuvo. Logan la estrechó con fuerza rodeando a las dos con los brazos, pero ella pudo sentir que temblaba. Miró fugazmente hacia Cam, que también estaba siendo rodeado por el grupo de bienvenida. Vio a Karen darle un puñetazo en el pecho, como castigándolo por haberla preocupado; después, con una sonrisa, Cam abrió los brazos y ella estalló en llantos mientras se dejaba abrazar.
– Estás muy delgada -estaba diciendo Peaches mientras se secaba las lágrimas.
– Es la nueva dieta -dijo Bailey-. La Dieta del Accidente de Avión. Siempre funciona.
– ¿Tienes hambre? -preguntó Logan deseoso de poder hacer algo, y traer comida entraba en esa categoría.
– Me estoy muriendo de hambre. Creo que he comido una tonelada de comida hoy, pero unos minutos después de comer tengo otra vez hambre.
– Entonces salgamos. Compraremos algo de camino a tu casa. Te pondré al tanto de lo que pasó con Tamzin y tú puedes contarnos lo del accidente. Tengo un millón de preguntas.
Bailey miró a su alrededor buscando a Cam de nuevo.
– Todavía no. No sin Cam, en todo caso. Ni siquiera os he presentado. -Pudo ver que Logan mostraba cierta reticencia, y era natural que tuviera reservas con respecto a la rapidez con que ella y Cam se habían comprometido, pero Bailey le palmeó el brazo-. No te preocupes tanto. En realidad vamos por… nuestra cita número veinticinco. O quizá sea la trigésima en este momento, no he echado las cuentas. Pero nos conocemos mucho mejor de lo que crees.
– ¿La trigésima cita? ¡No sabía que estuvieras saliendo con él! -exclamó Peaches desconcertada mientras todo el mundo empezaba a entrar en el edificio-. ¡Nunca dijiste ni una palabra!
Bailey vio que Cam estaba organizando las cosas, enviando a la mayoría de la gente de vuelta a sus ocupaciones después de agradecerles que le hubieran dado la bienvenida y diciéndoles que tenía mucho trabajo por delante. Aunque no lo hacía abiertamente, ahora que lo conocía, ella veía esa actitud tranquila pero férrea de mando que le resultaba tan natural como respirar. Incluso con la cara llena de cardenales y la cabeza vendada, llevaba la autoridad como una segunda piel y la gente seguía sus instrucciones sin dudar, sin notarlo siquiera.
Sin embargo, unos cuantos elegidos entraron en la oficina de J &L: Bret, Karen, MaGuire. Cam dejó la puerta abierta y, con la mano tendida, invitó a pasar a Bailey, así que Logan y Peaches entraron también. Ella se dirigió inmediatamente hacia Cam y le presentó a su familia. Él y Logan se estrecharon las manos, con cautela por parte de Logan, con tranquilidad por la de Cam. A pesar de todo lo que les quedaba todavía por resolver, Bailey en ese momento se sentía inmensamente feliz.
Cam vio que Bailey se encontraba bien. Parecía tan frágil esa mañana… Le dio la sensación de que se había agotado hasta la extenuación y que no había podido sacudirse la preocupación, aunque la comida había ayudado mucho a revivirla.
– ¿El café está recién hecho? -le preguntó a Karen. Quería que se atendiera a Bailey antes de ocuparse de sus otros asuntos urgentes.
– Acabo de hacerlo. -Sus ojos todavía estaban brillantes por las lágrimas, pero resplandecía-. ¿Quieres un poco?
¿Karen le estaba ofreciendo café? Debería morirse más a menudo, pensó Cam.
– Ahora mismo. Pero si no te importa, asegúrate de que Bailey tenga algo de comer y beber, cualquier cosa de la máquina será suficiente.
Karen sonrió abiertamente.
– ¿Bailey? -preguntó en voz baja, acercándosele para que nadie más oyera-. ¿Ya no es la señora Wingate?
– Me dio parte de la comida y del agua que teníamos para mantenerme vivo -dijo él-, privándose ella. Así que ahora la llamo Bailey. -Al menos eso es lo que había sucedido durante el primer día. Después, él ya se había asegurado de que ella comiera y bebiera tanto como él.
Vio un destello repentino en los ojos de Karen y supo que había añadido mentalmente a Bailey en la lista de las personas que estimaba, lo que significaba que Bailey comería aunque Karen tuviera que sentarse sobre ella y obligarla. Considerando que se había pasado el día comiendo sin parar, no creía que hubiera que llegar a esos extremos.
Se acercó a Bailey y le rozó el brazo para llamar su atención.
– Voy a hablar con Bret unos minutos -dijo.
Ella apretó suavemente la mano, examinando su expresión, lo mismo que él había hecho, preocupándose de él. Él suponía que esa costumbre se relajaría cuando pasaran unos días, pero ahora estaban todavía demasiado cerca de su calvario, y en cierto sentido se encontraban aún en una situación de supervivencia, lo que significaba que tenían que ocuparse el uno del otro.
Llamó la atención de Bret con un ligero movimiento de cabeza. La oficina de su socio estaba más cerca, así que se dirigieron allí. Cam cerró la puerta tras ellos. Probablemente era la primera vez que esa puerta se cerraba desde que empezaron el negocio.
Se volvió hacia su mejor amigo, el hombre que había sido como un hermano para él durante años.
– ¿Por qué lo has hecho? -preguntó.
Bret se derrumbó en su silla, cerró los ojos y hundió la cabeza entre las manos. Su cara había envejecido mucho desde que Cam lo vio por última vez, tenía arrugas que no estaban allí hacía seis días.
– Mierda -dijo con tono sombrío-. Por dinero. Ha sido por dinero. Tengo unos problemas serios con unos matones… -Se interrumpió, sacudiendo la cabeza-. Sabía que lo descubrirías. Cuando esta mañana nos hemos enterado de que estabas vivo y habías salido de esas malditas montañas, lo supe. Era imposible que no hubieras escarbado por allí examinado los restos del avión, que no hubieras buscado la razón que había provocado el accidente.
Cam mantuvo su cólera bajo control con voluntad de hierro. Aunque deseaba golpear a Bret, hacerlo trizas literalmente, quería más respuestas. El dolor vendría después, lo sabía, dolor por la pérdida de la amistad que habían tenido, pero tendría que esperar el momento oportuno.
– Creí que había sido Seth hasta que MaGuire me habló del transpondedor y la radio. Eso era demasiado complicado, tenía demasiadas implicaciones, era más de lo que él podía haber hecho. Se te fue la mano.
– Sí, tengo la costumbre de pasarme. -Bret levantó la cabeza; en la expresión de sus ojos se vislumbraba la profundidad del remordimiento-. Fue un impulso. Cuando Seth llamó ese día, vi una oportunidad, y estaba desesperado, así que la aproveché.
– ¿Cómo simulaste tu enfermedad?
– Soy alérgico a los gatos, ¿recuerdas? Me mantengo alejado de ellos, ni siquiera salgo con una mujer que tenga uno. Así que fui a un refugio de animales, cogí un gato y lo acaricié, me froté la cara contra él.
Cam sabía que Bret era alérgico a los gatos, lo sabía desde hacía tanto tiempo que no pensó en ello; Bret era tan cuidadoso en evitarlos que Cam nunca lo había visto con una reacción alérgica hasta el día en que había ocupado su lugar en el vuelo de Bailey. Aunque hubiera pensado de inmediato en una alergia, no habría sospechado, porque una reacción alérgica no es algo fuera de lo normal.
– No me paré a reflexionar -dijo Bret con aire cansino-, simplemente lo hice. Era mi única salida. El dinero de tu seguro de vida me sacaría del apuro. Era como… No podía pensar en otra cosa, sólo en conseguir ese dinero. Pero cuando Karen me dijo que el avión se había perdido de repente, fue real. Te había matado. Había asesinado a mi mejor amigo. Eso me impactó, y todo lo que pude hacer fue vomitar bilis.
Lo extraño era que Cam le creía. Bret era impulsivo, tendía a concentrarse en metas a corto plazo.
– Pensé que el avión se incendiaría -continuó Bret-. Siempre hay unos litros de combustible que se quedan en el depósito sin poderse utilizar. Y aunque hubiera alguna evidencia, sabía que Seth sería el sospechoso, por esa estúpida llamada telefónica, pero además de eso no había nada que lo relacionara con el avión. No creía que pudieran arrestarlo.
– MaGuire dijo que fuiste tú el que señaló que el avión no llevaba suficiente combustible.
– Sí. Pensé que si era yo el que hacía esa observación, nadie sospecharía que había provocado el accidente. -Bret se pasó las manos por la cara, después se enfrentó a la mirada de Cam-. ¿Y ahora qué? -preguntó, poniéndose de pie-. Cuando creí que estabas muerto, que te había asesinado, hice lo que pude para cubrirme las espaldas. Pero tú eres un piloto demasiado bueno para morir fácilmente, ¿verdad? No sabía si reírme o llorar cuando recibimos la noticia. Supongo que hice las dos cosas. Pero estaré de acuerdo con la forma en que quieras llevar este asunto. Me entregaré, si eso es lo que quieres.
– Eso es lo que quiero. -Cam no se doblegaba. No había forma de echarse atrás, no dejaría que los años de amistad y los buenos tiempos lo ablandaran, porque algunos caminos sencillamente no pueden volverse a recorrer-. Intento de asesinato, fraude al seguro… Pagarás en la cárcel durante algún tiempo.
– Sí. Si no me liquidan antes. Pero ya da lo mismo. -Bret tenía el aspecto de un hombre que nunca se perdonaría a sí mismo. Eso era bueno para Cam, porque él tampoco le perdonaría nunca.
– Hay algo más -dijo.
– ¿Qué? -preguntó Bret.
Cam le dio un puñetazo en la cara con tanta fuerza como pudo, poniendo en él toda la rabia que había ido conteniendo. La cabeza de Bret se movió con un chasquido y su cuerpo se estrelló contra la silla, volcándola junto a la papelera. Terminó tirado en el suelo en medio de la basura esparcida.
– Eso es por haber intentado matar a Bailey también -dijo Cam.
De todas las personas que Bailey esperaba ver ese día, Seth Wingate no era precisamente una de ellas. Pero allí estaba, de pie en el umbral de la casa de su padre justo antes de la medianoche.
Ella estaba haciendo la maleta, o más bien estaba buscando los pocos objetos personales que le quedaban en la casa, porque Tamzin había vaciado el armario de Bailey y había tirado su ropa, y todo aquello que sabía con seguridad que pertenecía a Bailey. También había destrozado la casa. Bailey se encontraba tan furiosa que estaba barajando la idea de llamar a la policía, pero se estaba dando tiempo para tranquilizarse antes de hacerlo.
Las últimas horas habían sido un auténtico cataclismo. Todavía le costaba aceptar que Bret hubiera intentado matar a su socio a causa del dinero del seguro, y si a ella le costaba pensar en ello, podía imaginarse lo duro que era para Cam. Bret parecía abrumado por la culpa, pero eso no cambiaba los hechos. MaGuire se había ocupado de todo, aunque se había quedado tan conmocionado como los demás. Bret había ido voluntariamente con MaGuire a la policía para entregarse. Pero los aspectos legales que implicaba deshacer la sociedad y la posibilidad o no de continuidad de Executive Air Limo estaban aún en el aire. Si sobrevivía sería simplemente como Executive Air Limo, porque ya no habría J &L.
Bailey tenía algunas ideas sobre eso, pero, por otra parte, quería pensarlo más a fondo. También tenía que reconsiderar su decisión sobre la administración de los fideicomisos, ahora que sabía que Seth no había sido el que había tratado de matarlos. Por otra parte, cuando descubrió lo que Tamzin había hecho le entraron ganas de cometer un asesinato y desentenderse de ambos. La única decisión que no había cambiado era que no quería pasar otra noche en aquella casa que no era suya.
Logan y Peaches la acompañaban, al igual que Cam. Habían venido a ayudarla a hacer las maletas, pero quedaba muy poco de sus pertenencias. Cam también estaba lívido de ira, pero tanto Logan como Cam se controlaban. Peaches era la única que parecía al borde de un serio ataque de nervios, y Logan la estaba vigilando mientras se movía furiosa de una habitación a otra.
Ahora Seth estaba allí, y aunque sabía que no había tratado de matarla, no le apetecía lidiar con él en ese momento. Abrió la puerta de un tirón y se quedó plantada en la entrada, sin invitarlo a entrar. Detrás de ella, oyó a Cam, que se acercaba y se ponía a su lado.
Pero Seth no hizo ningún intento de entrar. A pesar de que habitualmente a aquella hora ya debería haber estado en su segundo o tercer bar, no tenía aspecto de venir borracho. De hecho parecía sobrio, lo cual la asombró. Iba vestido de un modo sencillo, con pantalones y un jersey, su pelo negro estaba bien cortado y peinado y su aspecto era inexpresivo.
– Mucha gente cree que yo causé el accidente -dijo con brusquedad-. Sólo quería decirte que no lo hice.
– Ya lo sé -dijo ella, tan sorprendida que casi no podía hablar.
En los ojos de él también se vislumbró un brillo de sorpresa. Vaciló y después se dio la vuelta para irse. Bailey empezó a cerrar la puerta, pero se detuvo porque él también lo hizo antes de descender el primer peldaño. Se giró.
– ¿Quién lo hizo? -preguntó. Bailey podía percibir que odiaba tener que hablar con ella, pero quería saber-. ¿Fue Tamzin?
¿Tamzin? Tamzin era malintencionada y mezquina, pero no tenía la suficiente capacidad organizativa para hacer algo así.
– No, fue el socio de Cam.
– ¿Bret? -Seth se quedó desconcertado-. ¿Estás segura?
– Estamos seguros. Ha confesado -intervino Cam.
– Hijo de puta -murmuró Seth. Una sonrisa sin alegría se dibujó en sus labios-. Supongo que Tamzin y yo nos parecemos más de lo que creía. Ella supuso que lo había hecho yo. Yo creía que lo había hecho ella. -Respiró profundamente-. Mereces oír esto: entré en crisis cuando me di cuenta de que mi hermana automáticamente supuso que yo era un asesino. Me miré a fondo y no me gustó lo que vi. -Se cruzó con la mirada sorprendida de Bailey y soltó una carcajada triste-. He empezado a trabajar en el Grupo Wingate. En el departamento de la correspondencia. Grant quiere ver si puedo aguantar.
Bailey se agarró con fuerza a la puerta. Tuvo que hacerlo, o sus rodillas se le habrían doblado por la conmoción. No sabía qué decir, así que farfulló:
– Voy a entregar la administración del fideicomiso a otra persona, probablemente a un funcionario del banco. -No podía creer que Seth, entre todas las personas posibles… ¿Jim había estado en lo cierto con respecto a Seth, después de todo?
Seth tensó su mandíbula y fulminó a Bailey con la mirada.
– No lo hagas -dijo secamente-. Quiero que continúes haciéndolo tú. Si otro lo hace, no podré odiarlo tanto, y te necesito ahí como motivación. Ese era el plan de papá, ¿verdad? Me lo imaginé. Pensó que odiaría que controlaras mi dinero y que te odiaría tanto que haría lo posible para enderezar mi vida. Tenía razón, el muy maldito. Siempre tenía razón. Probablemente te dijo que valoraras tú, siguiendo tu criterio, cuándo debías devolverme el control, ¿verdad?
Ella no pudo hacer nada más que asentir con la cabeza.
Seth torció la boca.
– Confiaba en ti, y nadie calaba tan bien a las personas como mi padre. Así que voy a confiar en él, voy a confiar en que sabía lo que estaba haciendo. Sigue administrando los fondos para que yo pueda demostrar que no tienes razón. Un día me darás el control, entonces saldrás de mi vida y no tendré que volver a verte.
– Estoy deseando que llegue esa fecha -dijo ella sinceramente.
Seth fijó la vista más allá de ella y Cam, hacia el vestíbulo. Frunció el entrecejo cuando se dio cuenta de los daños, los cristales rotos, las paredes destrozadas.
– ¿Qué demonios ha sucedido aquí?
– Tamzin -gruñó Cam.
– Denunciadla y que la detengan -dijo Seth fríamente, después dio media vuelta y bajó los peldaños, desapareciendo en la oscuridad.
Cam apartó la mano de Bailey de la puerta y la cerró; después la atrajo hacia él.
– Vámonos -dijo, besándola en la boca cuando levantó la vista hacia él-. Ya no tienes nada que hacer aquí. De ahora en adelante vas a vivir conmigo.
Bailey sonrió, pasando las yemas de los dedos sobre los cardenales de su cara. Ya no sentía ninguna angustia con respecto a esa decisión.
– Muy bien -dijo. Se sentía repentinamente tan feliz que le dio la sensación de poder elevarse del suelo-. Vamos. Estoy lista.