Para contar con tiempo suficiente para construir un refugio sólido, dieron por finalizada la caminata a las tres de la tarde. Todavía estaban muy arriba en las montañas, a merced de los vientos helados, de temperaturas bajo cero y posiblemente de más nieve, aunque el cielo por el momento estaba despejado. Las borrascas podían llegar de improviso y ellos no tenían la información meteorológica necesaria para poder preverlas. Otra razón para detenerse fue que se habían encontrado un árbol grande que había caído atravesado sobre unas rocas y les podía proporcionar un apoyo central a su medida, ahorrándoles mucho trabajo. Si continuaban caminando una hora, quizá no encontraran algo tan adecuado.
Bailey estaba agotada, pero para su consuelo no había vuelto a notar el mal de altura. Pensaba que al día siguiente podrían caminar un poco más de tiempo, un poco más lejos tal vez. Casi no tenían comida, y cuando se acabara la última chocolatina sus energías también bajarían en picado. Tenían que descender lo suficiente para empezar a encontrar bayas, nueces, hojas comestibles -cualquier cosa-, o su situación empeoraría rápidamente.
– Supongo que lo primero que haremos será una hoguera -dijo ella, deseando ardientemente el calor y la reanimación psicológica.
– Sólo esta noche -dijo él distraídamente, mirando hacia la ladera escarpada-, porque después sería mejor no hacer fuego. Preferiría ahorrar el líquido para cuando estemos más abajo, lejos de todo este viento.
Ella cerró un ojo, mirándolo con desconfianza. Eso le parecía totalmente ilógico.
– ¿No necesitamos más una hoguera ahora?
– Para el calor, sí, pero hemos sobrevivido sin hoguera durante dos noches, así que sabemos que no es estrictamente necesaria. Estaba pensando en usar el fuego para señalar nuestra posición. No podemos hacerlo ahora porque el aire dispersa el humo y no hemos encontrado una ubicación completamente resguardada, si tenemos en cuenta esas ráfagas de viento.
Bailey se dio la vuelta y miró en la misma dirección en que él lo hacía. El día era claro, y el aire tan frío y seco que todo parecía más claro. Las enormes montañas se recortaban contra el cielo, picos blancos delineados por un azul puro. Podía ver la cota de nieve, y bajo ella la fértil tierra verde, que prometía temperaturas más cálidas y al menos la posibilidad de encontrar comida.
– ¿Cuánto tendremos que bajar?
Él se encogió de hombros.
– No lo sé. Me temo que la cota de nieve llega bastante abajo. Este es un parque natural federal, así que el servicio forestal vigila para prevenir incendios. Cualquier cosa que parezca obra del hombre se investiga.
Así que podían ser rescatados en un día o dos, dependiendo del tiempo que les llevara salir de la zona con vientos más fuertes. Hacía dos días, incluso uno, ella hubiera entrado en éxtasis ante esa posibilidad, pero ahora…
Ahora era demasiado tarde. Hacía dos días ella tenía el corazón henchido. Bueno, estar caliente y bien alimentada sería agradable, pero ¿y si al desaparecer el vínculo de unión que había establecido la necesidad el interés de Cam por ella se desvanecía? De todos modos, no confiaba en las emociones, y sobre todo no confiaba en ellas en situaciones de emergencia.
Estaba dividida, y lo odiaba. Por una parte, cuanto antes pudiera separarse un poco de él, mejor. Por otra, quería que esto durara. Quería creer en un final feliz para siempre, un amor para toda la vida. Conocía gente que parecía amarse todo ese tiempo, de la manera en que Jim había amado a Lena, pero ¿y si Lena no había amado a Jim? Jim era sumamente rico; quizá Lena había buscado pero no había encontrado nada mejor. A Bailey no le gustaba ser tan cínica, pero había visto demasiado para creer en una versión más justa del amor.
Bailey pensaba que el amor era un golpe de suerte, y ella nunca había sido jugadora. No tenía ni idea de qué hacer, cómo manejar esta situación. Una parte de ella quería abandonarse y disfrutar con él mientras durara; después de todo, no era realista esperar toda una vida de felicidad, y probablemente era imposible. Sólo un idiota era feliz siempre. ¿El periodo de felicidad merecía la pena a cambio de la infelicidad que seguía a la ruptura? La mayoría de la gente parecía creer que sí, porque se subían al tren del amor una y otra vez. Cuando todo acababa, andaban como alma en pena durante algún tiempo, quizá montaban algún numerito y hacían algo estúpido, pero finalmente volvían a la misma estación, billete en mano, listos para subir. Ella nunca había creído que la ganancia momentánea mereciera el dolor, así que había visto al tren dar vueltas a su alrededor sin ella. Ahora había caído en una emboscada y la habían montado en el vagón del equipaje, y ya no parecía tener derecho a elegir.
Cam le pasó un dedo por el cuello.
– Te has quedado ensimismada. Llevas cinco minutos mirando al vacío.
Arrastrada de nuevo a la realidad, su mente se quedó momentáneamente en blanco.
– Eh…, estaba pensando en lo que va a pasar cuando volvamos a casa. -Se aplaudió mentalmente. ¡Buena forma de librarse! Esa era una respuesta muy razonable, dadas las circunstancias.
Él parecía sombrío.
– No puedo decírtelo. Sin pruebas de lo que hizo, probablemente nada, y no podemos ponernos a presentar cargos sin algo que los sustente, o puede acusarnos de calumnias.
– Eso le encantaría. Le daría audiencia para airear todas las cosas que ha dicho sobre mí, y puedes apostar que Tamzin lo respaldaría. -Se sintió enferma ante la idea de un pleito que sacara a la luz cada gramo de basura que Seth pudiera encontrar o inventar. No tenía miedo a la basura real, porque la gente que no corría riesgos rara vez se ensuciaba. No había asuntos sombríos en su pasado, ninguna aventura con amantes casados, nada de drogas, ningún expediente policial de ningún tipo.
Pero nada de esto detendría a Seth. Probablemente colocaría en el estrado a cincuenta personas que jurarían que se habían acostado con ella, que tomaba drogas, o que les había contado un plan sórdido para casarse con un moribundo y engatusarlo con el fin de conseguir el control de su fortuna. De hecho, probablemente la única razón por la que no lo había hecho ya era porque el control de los fideicomisos no estaba en el testamento de Jim, donde podía ser impugnado. Jim había constituido los fondos antes de morir -antes de que se casaran, de hecho- y la había puesto a cargo de ellos, y su actuación había sido excelente. Seth aparecería como un tonto si cuestionaba eso. Más aún, el desembolso mensual era considerable. Nada comparado con todo el fideicomiso, pero muy considerable.
– Creo que tenemos que demostrarle que lo sabemos -dijo Cam-. Y que hemos hablado de nuestras sospechas con una tercera persona, de modo que si nos sucediera cualquier cosa extraña el dedo de la justicia señalaría directamente hacia él. A menos que se haya vuelto loco con el alcohol o algo similar, comprenderá perfectamente que no puede hacer nada. -Se inclinó y la besó, después mordisqueó suavemente su labio inferior, dándole un delicado tirón-. También sugiero que te vengas a vivir conmigo, para que no sepa exactamente dónde encontrarte. Tendrías que estar chiflada para quedarte en esa casa completamente sola.
Los latidos de su corazón se aceleraron de emoción y el estómago se le contrajo de miedo. Divertida tanto por la proposición de él como por sus reacciones contradictorias ante ella, replicó:
– Hay un gran abismo entre besarse unas cuantas veces e irse a vivir juntos, Justice. Trasladarme tiene sentido. Trasladarme a tu casa, no tanto.
– Yo creo que tiene mucho sentido -dijo él suavemente-. Pero hablaremos de ello más tarde. Ahora mismo necesitamos ponernos a trabajar o tendremos que dormir al aire libre.
Cavó un hoyo para la hoguera mientras ella recogía piedras y madera para el fuego y para construir el refugio. El árbol caído proporcionó la mayor parte de la madera, porque llevaba en el suelo el tiempo suficiente para que estuviera seca por dentro y las ramas se partían fácilmente. Siguieron el mismo procedimiento que el día anterior con la batería, y en media hora había pequeñas llamas lamiendo alegremente la leña.
Como eran dos trabajando y Cam tenía más idea de lo que estaba haciendo que Bailey el primer día, el refugio estuvo montado rápidamente. El ángulo del árbol donde estaba apoyado sobre la gran roca formaba en el punto más alto un espacio lo suficientemente amplio para que pudieran estar sentados. Cam había situado la hoguera de forma que parte del calor irradiara contra la roca, y de esa manera en el refugio. Proteger el fuego del viento seguía siendo un problema, así que amontonó ramas para formar un parapeto al otro lado de la hoguera, levantándolo más hasta que las llamas dejaron de bailar tan salvajemente.
Al final estaban un poco sudorosos y muy sucios. El asunto de la suciedad hizo arrugar la nariz a Bailey, pero lo peligroso era el sudor. Cam se sentó junto al fuego mientras ella se arrastraba al interior de su nuevo «hogar», rematado con los trozos de gomaespuma que Bailey había insistido en traer -por lo menos no pesaban casi nada-. Dentro del refugio, se aseó y se secó lo mejor que pudo.
Cuando salió, una vez más envuelta en capas de ropa, Cam estaba poniendo unas piñas cuidadosamente en torno a los bordes de la hoguera.
– Qué bien -dijo ella-. Ahora el campamento olerá muy navideño. Ese es un toque en el que no había pensado.
– Listilla, cuando las piñas estén tostadas podemos comer los piñones. Ojalá me hubiera acordado de esto ayer.
– ¿De verdad? ¿Piñones? ¿De verdad salen de las piñas?
Siempre había pensado que los piñones se llamaban así por alguna razón desconocida. Le resultó divertido averiguar la verdad. Agachada junto al fuego, tocó con un dedo las piñas. ¿Quién lo hubiera creído? Entró en éxtasis ante la idea de tener comida, comida caliente. Unos frutos secos, cualquier tipo de fruto seco, ayudarían mucho a aliviar su hambre.
– Sí, de ahí salen. Vigílalas y no dejes que se quemen -le dijo Cam mientras se deslizaba dentro del refugio-. Voy a secarme antes de que este sudor se congele sobre mi cuerpo.
Ella se sentó y estiró las manos hacia el fuego. Transcurrido un instante, se dio cuenta de que estaba escuchando atentamente los sonidos que hacía Cam mientras se quitaba la ropa y se secaba enérgicamente, imaginándoselo desnudo, aunque sabía que no lo estaba, como tampoco ella se había desnudado. ¿La había oído él moverse mientras se quitaba capas de ropa y se la había imaginado desnuda? ¿O había estado demasiado ocupado recogiendo las piñas?
Bruscamente se dio cuenta de que su limpieza podía casi interpretarse como un preludio para el sexo, como si se hubieran estado preparando el uno para el otro. No se había sentido incómoda con él en absoluto durante las tres noches que habían pasado juntos, pero entonces el sexo no estaba sobre el tapete. Ahora sí. Y aunque el sexo en sí no la hacía sentirse incómoda, la perspectiva de sexo con él era suficiente para que se sintiera nerviosa y cohibida.
Quizá estaba viendo en la situación más de lo que realmente había. Después de todo, él todavía estaba recuperándose de una herida grave en la cabeza. Era un hombre inteligente; sabía que no debía hacer demasiados esfuerzos ahora.
«Sí, sí -pensó irónicamente-. Por eso ha estado arrastrando un trineo por la nieve todo el día».
Por otra parte, había estado arrastrando un trineo todo el día. Probablemente estaba agotado. El sexo era casi con certeza lo último que tendría en mente.
Claro. Era el mismo hombre que había tenido una erección el primer día, cuando estaba medio muerto, y esa situación se había repetido varias veces. Por lo que había visto, el sexo era la última cosa en su mente… antes de quedarse dormido, y la primera cuando despertaba.
Se percató de que había sido muy discreto. No la había presionado en absoluto, a pesar de no ser precisamente moderado. Era tranquilo pero decidido y de fuerte determinación. Tomaba la decisión de hacer algo y lo hacía contra viento y marea. Eso no era ser discreto.
Pero, en el fondo, la cuestión era si ella quería tener sexo con él. ¡Sí! Y no. Estaba aterrorizada de que las cosas hubieran llegado tan lejos entre los dos, pero su objeción era a un nivel mental y emocional. En el plano puramente físico, quería sentir su peso sobre ella y sus caderas apretadas entre las piernas. Quería sentirlo en su interior.
Tenía que decidir: ¿sí o no? Si decía no, Cam se detendría. Confiaba en él absolutamente en ese aspecto.
Una mujer inteligente diría no. Una mujer cauta se negaría. Bailey siempre había sido inteligente y cauta.
Hasta ese momento. Miró hacia la entrada del refugio y todos sus instintos susurraron: «Sí».