La oficina de J &L parecía una morgue. La pura necesidad física había forzado a Bret y a Karen a ir a casa a dormir la segunda noche.
– Siento que estamos abandonándolo -dijo Karen cuando se iba.
Las redes de búsqueda de la Patrulla Aérea Civil no habían encontrado nada. Bret había solicitado todos los archivos del servicio del Skylane, y él y Dennis, el mecánico-jefe, los habían revisado una y otra vez, buscando algún problema no resuelto que pudiera haber producido la catástrofe. No había nada; el Skylane era seguro, había entrado en el taller para el mantenimiento normal y cosas sin importancia, como arreglar el sistema antivaho de la ventana del piloto.
El encargado de la búsqueda, un hombre achaparrado de pelo gris llamado Charles MaGuire, era diligente pero pesimista. Veterano en estas búsquedas, era consciente de que casi nunca salían bien. Si había supervivientes, se sabía casi inmediatamente. De lo contrario, si el choque se había producido en un lugar remoto, los cuerpos, o lo que quedara de ellos, serían recuperados… la mayoría de las veces.
– La señal del transpondedor se perdió… aquí -dijo, señalando un punto al este de Walla Walla-. En la zona del parque nacional de Umatilla. Hemos concentrado la red de búsqueda ahí. Pero la FSS recogió una transmisión de socorro confusa aproximadamente quince minutos después. Había muchas interferencias, así que sólo se entendían unas cuantas palabras. No sabemos si es el mismo avión, pero no tenemos ningún otro relacionado con un mensaje de socorro. Evidentemente, no conocemos los datos de velocidad o altura, pero tenemos que suponer que el avión tenía problemas desde el momento en que se perdió la señal del transpondedor.
– Cam habría enviado el mensaje por radio entonces, no habría esperado quince minutos -señaló Bret.
– Quizá lo intentó. Por lo que parece, también tenía problemas con la radio. No conozco ningún problema eléctrico que inutilice la radio y el transpondedor, pero un accidente de algún tipo…, quizá algo chocó contra el aparato.
– Si el avión se hubiese mantenido en el aire todo ese tiempo, Cam habría intentado un aterrizaje -dijo Bret optimista-. Estamos hablando de un tipo con nervios de acero que prácticamente nació con alas.
– Si algo golpeó al aparato, pudo resultar herido -dijo MaGuire-. La pasajera, la señora Wingate…, ¿era una persona histérica, totalmente inútil, o podría haber empuñado los mandos y evitado que el avión cayera en picado?
– Habría cogido el timón -dijo Karen inmediatamente. Como de costumbre, estaba ahí, escuchando cada palabra-. Y la radio. No se necesita ser un genio para manejar la radio. Pero estaba en el asiento de atrás; tendría que inclinarse sobre los asientos y estirarse por encima de Cam para agarrar el timón.
– Pudo haber ocurrido cualquier cosa allí arriba. Si, por ejemplo, perdieron el parabrisas, la fuerza del viento sería tremenda, pero no se puede disminuir la velocidad lo suficiente para contrarrestarlo, o uno se estrella. De todos modos probablemente no habría sabido cómo reducir la potencia. -MaGuire se encogió de hombros-. El caso es que algo fue mal en el avión. Podemos imaginarnos todas las situaciones posibles, pero, en realidad, no sabemos lo que pasó, sólo que ocurrió algo. Si tomamos el punto en el que se perdió la señal del transpondedor y estimamos la distancia que pudieron volar antes de que se recibiera la llamada de socorro, entonces se amplía el área de búsqueda a todo el Cañón del Infierno. Esa es una zona inmensa, y tiene el terreno más abrupto del país. Mis chicos están en el aire todo el día de sol a sol, pero esto va a llevar tiempo.
Bret había sido miembro de la Patrulla Aérea Civil, pero fue excluido de la búsqueda por varias razones, la más convincente de ellas era que J &L Executive Air Limo no había cerrado sus puertas cuando desapareció el avión de Cam. Todavía había un negocio que dirigir, y personas que dependían de ese negocio para vivir. No había volado el día anterior porque no había dormido nada, pero hoy tenía que hacerse cargo de un charter. Karen se opuso a que el negocio se detuviera, aunque tenía los ojos hinchados de llorar y de vez en cuando salía disparada al baño para entregarse de nuevo al llanto. Bret se encargaría del vuelo que ella había programado o respondería ante ella.
– Existe también la posibilidad de que el avión fuera manipulado -dijo Karen a MaGuire, lanzando una mirada desafiante a Bret. Se aferraba a esa teoría, independientemente de lo que él dijera. Él se pellizcó el puente de la nariz, agotado.
MaGuire pareció sobresaltarse.
– ¿Qué la impulsa a decir eso?
– El hijastro de la señora Wingate llamó el día antes, interesándose por ese vuelo. Nunca lo ha hecho antes. No se llevan bien, por decirlo de alguna forma. Ella controla todo el dinero y él no lo acepta.
Rascándose la mejilla, MaGuire miró a Bret.
– Eso es interesante, pero por sí solo no significa nada. ¿Pudo tener el hijastro acceso al avión y habría sabido cómo sabotear un aparato para que no pudiera ser detectado?
– Tiene algunos conocimientos sobre aviones -dijo Bret-. Ha recibido algunas clases de vuelo, creo. Pero si podría saber lo suficiente o no… -Se encogió de hombros.
– Pudo haber contratado a alguien -interrumpió Karen con irritación-. No he dicho que tuviera que hacerlo él mismo.
– Cierto -admitió MaGuire-. ¿Y con respecto al acceso al aparato?
Bret se frotó la cara con la mano.
– Este es un campo de aviación pequeño. Fundamentalmente presta servicios de vuelos privados y a nuestra compañía charter. Hay una cerca alrededor y cámaras de vigilancia, pero nada parecido a lo que puede haber en un aeropuerto comercial.
MaGuire se dirigió a la ventana y miró hacia fuera con las manos en los bolsillos.
– No quiero pensar que alguien haya jugado sucio, y he de decir que en todos los años que llevo haciendo esto jamás he visto nada que me haya hecho pensar que un avión hubiera sido saboteado deliberadamente. Mientras que nadie presente alguna prueba de que ha habido manipulación, no veo la necesidad de preocuparnos por ello. Por otra parte, siempre es bueno pensar en la seguridad. ¿Hay alguien aquí las veinticuatro horas del día?
Bret le lanzó una mirada a Karen. Había entrecerrado los ojos y tenía un aspecto beligerante, pero no dijo nada. Imaginó que si MaGuire trabajara allí, su correo personal desaparecería durante el próximo milenio.
– A veces, pero depende. Los mecánicos en ocasiones trabajan hasta tarde, y nosotros podemos tener programado algún vuelo de madrugada. Puede aterrizar o despegar un avión privado. Pero no hay nada establecido que siga un patrón fijo.
– Si puede aparecer alguien en cualquier momento, resultaría difícil planear algo semejante. En ausencia de, digamos, un agujero en la cerca o un allanamiento aquí, en la terminal, no creo que debamos continuar con esta línea de investigación. Será mejor que nos concentremos en los recursos de que disponemos para localizar el lugar del accidente.
Esa era la respuesta correcta de un hombre que había tenido que tomar decisiones difíciles antes, pero a Karen no le gustaba que tiraran por tierra su teoría. Había aceptado que Cam estaba muerto, pero todavía no estaba dispuesta a admitir que no había nadie a quien culpar por ello.
– Bien, escondan la cabeza en la arena, como el avestruz -dijo de forma cortante, y salió airadamente de la oficina de Bret.
Bret suspiró y se dejó caer pesadamente en su silla.
– Discúlpela -murmuró-. Le cuesta trabajo aceptar esta situación. A los dos nos cuesta, supongo. He sacado todos los archivos de servicios e informes de reparación del Skylane, y el mecánico y yo los hemos revisado buscando algo, cualquier cosa que pudiera indicar qué pudo haber salido mal. Resulta duro no saber lo que ocurrió.
– Lo siento -dijo MaGuire-. Ojalá pudiera hacer más. Estos casos en que sabemos que se han ido, pero no podemos encontrarlos, son los más difíciles de controlar. La gente necesita saber. En un sentido o en otro, necesitan saber.
– Sí -dijo Bret con pesadumbre.
Como impulsado por algo, cogió el archivo del Skylane y lo abrió de nuevo, hojeando cada copia de los informes de mantenimiento, los recibos de combustible, los mil papeles que se requerían para cada aparato. Karen lo tenía todo en el ordenador, con copia de seguridad en una base de datos en línea, pero hacía ya tiempo habían perdido todos sus archivos por culpa de un lamentable problema informático y rellenar los formularios de Hacienda había sido una pesadilla. Desde entonces mantenían también un archivo en papel, independientemente de lo anticuado que resultara. Bret y Dennis habían comparado incluso cada informe con el archivo del ordenador para ver si habían pasado algo por alto o se había introducido algún dato incorrectamente. Pero sobre eso no habían dicho ni una palabra a Karen, porque les habría arrancado la cabeza por sugerir que podía haber cometido un error.
MaGuire lo miraba con gesto condescendiente, sabiendo lo difícil que era aceptar que a veces las tragedias sencillamente ocurrían, sin razón aparente.
De repente, Bret se puso tenso y volvió al principio del archivo. MaGuire frunció el entrecejo, interpretando su lenguaje corporal, y se acercó a él.
– No me diga que ha encontrado algo.
– No lo sé -dijo Bret-. Quizá he leído mal. -Era la factura de combustible de esa mañana. Hojeó el archivo de nuevo, sacó el papel que ocupaba el tercer lugar y se quedó mirándolo-. ¡Esto está mal! -exclamó de forma impetuosa-. ¡Esto está rematadamente mal!
– ¿Qué?
– ¡Esto! Mire la cantidad de litros introducidos. No es posible.
MaGuire miró la factura de combustible.
– Ciento cincuenta litros.
– Sí. La capacidad del Skylane es de trescientos treinta litros. Esto no tiene sentido. La orden era llenar los tanques de combustible. Con el depósito lleno, tendría que volver a repostar en Salt Lake City, así que es absurdo que despegara con menos de la mitad de lo que necesitaba para llegar allí. Aunque lo hubiera hecho, cuando hubiera visto el indicador de combustible habría enviado un mensaje de radio y habría repostado en Walla Walla, no habría pasado de largo.
– Sí. -MaGuire frunció el entrecejo ante estos datos, intentando concentrarse mientras pensaba. Karen se había acercado a la puerta y estaba allí de pie, mirando y escuchando, con cada célula de su cuerpo en estado de alerta-. Necesitamos ponernos en contacto con la empresa de combustible, comprobar lo que muestran sus archivos. Tal vez esto sea un error.
La operación de repostar combustible se la encargaban a un contratista con licencia. Con una llamada telefónica les informaron de que sus archivos indicaban que se habían introducido ciento cincuenta litros en el Skylane a las 6.02 la mañana del vuelo, y los informes de ese día aseguraban que se había llenado el depósito de combustible. Con otra llamada se pusieron en contacto con el operario del camión, que dijo simplemente:
– Yo llené el depósito, exactamente como decía la orden. Revisé la válvula y la verifiqué visualmente. Incluso pensé que no era muy frecuente que hubiera en los tanques tanto combustible, pero supuse que podría haberse cancelado un vuelo después de haber repostado el avión.
Un avión, especialmente un charter o uno comercial, no llevaba combustible innecesario. El combustible pesa y cuanto más se lleve, más energía se necesitaba para impulsarlo. Habitualmente, se ordenaba repostar la cantidad necesaria para que el avión llegara a su destino, con un poco más por si había algún cambio de ruta o las circunstancias requirieran un retraso al aterrizar. «Un poco» era un término relativo, por supuesto, pero Mike, que había pilotado el Skylane hasta Eugene el día anterior, nunca hubiera repostado el doble de lo necesario. Para asegurarse, Bret sacó las facturas de combustible del día en que Mike había pilotado el avión. Era imposible que después de haber volado a Eugene y vuelto le sobrara tanto combustible.
– Entonces, ¿qué significa esto? -preguntó Karen con fiereza-. ¿Cam pensó que tenía suficiente combustible para llegar a Salt Lake City, pero no fue así? ¿Alguien manipuló su indicador de gasolina? -Tenía los puños apretados, los nudillos blancos.
A MaGuire parecía que le hubieran salido más arrugas en la cara.
– Significa que hay una posibilidad de que los tanques de combustible parecieran llenos cuando no lo estaban.
Bret cerró los ojos. Parecía enfermo.
– La forma más sencilla es meter una bolsa de plástico transparente en el depósito -le dijo a Karen-. Llénala con aire, así nadie puede verla y el tanque no llevará tanto combustible como debiera. No es complicado.
– ¡Te lo dije! -exclamó ella, temblando con furia contenida-. ¡Tenía que estar tramando algo o no habría llamado ese día!
– Creo que deberíamos ver si las cámaras de video-vigilancia han grabado algo sospechoso -dijo MaGuire con tono enérgico.