Capítulo 8

Con cuidado, Bailey salió a gatas de debajo del enorme montón de ropa. Justice se había dormido, y aunque pensaba que debía mantenerlo despierto por la herida en la cabeza, también creía que el sueño podría ser lo mejor para él. Debía de haberse quedado agotado tras las convulsiones y la tiritona.

Ella también se sentía mejor. Tenía los pies fríos todavía, pero en general había entrado en calor, aunque echaba de menos el chaleco de plumas que ahora cubría al piloto. Para compensar su pérdida, cogió una tercera camisa del montón y se la puso.

Acostarse un rato había contribuido a mitigar su dolor de cabeza y sus náuseas. Si tenía cuidado y no olvidaba moverse lentamente, quizá la altura no le afectara tanto.

Aunque ya sabía lo que iba a ver, se tomó un momento para mirar a su alrededor de nuevo, a las inmensas montañas con los blancos picos alzándose frente a ella. Si no hubiera sido por Justice, se habrían estrellado contra esas extensiones desnudas de roca dentada, con escasaso más bien ninguna posibilidad de supervivencia. Una vez más sintió la inmensidad de la tierra salvaje que los rodeaba y una aplastante sensación de soledad.

Se detuvo a escuchar buscando el sonido característico de un helicóptero o el zumbido distante de un avión, buscó el humo que pudiera señalar un campamento, pero… no había nada. ¿No deberían estar ya buscándolos a esas alturas? Justice había lanzado una llamada de socorro, seguramente alguien la había oído y había avisado a la FAA, la Administración Federal de Aviación o a cualquier otra institución. Por ella, como si habían alertado a la Sociedad para la Prevención de la Crueldad con los Animales, con tal de que alguien los estuviera buscando.

El silencio total la ponía nerviosa. No esperaba pitidos de coches o bengalas sobre su cabeza, pero cualquier indicio de que había otros seres humanos en el planeta le habría parecido una bendición.

La ausencia de sonido y movimiento, de cualquier actividad que le diera una pizca de esperanza, sólo reforzaba su profunda sensación de aislamiento. ¿Cómo sobrevivirían a la noche allí arriba, sin agua y sin posibilidad de hacer fuego?

Pues haciendo lo que había hecho hasta entonces. Tenía una tonelada de ropa que podían usar para abrigarse, un poco de comida y había también nieve. Tenía asimismo la navaja de Justice.

Ah, mierda. ¿Dónde estaba la navaja?

Todavía en su bolsillo, pensó aliviada. Con ella podía arreglárselas para improvisar una especie de refugio para los dos, suficiente al menos para protegerlos del viento. Lo primero en su lista de tareas, sin embargo, era dar de comer al piloto.

Subió otra vez al avión, terminó de sacar toda su ropa de las maletas y separó las chocolatinas cuando finalmente las encontró, así como los paquetes de toallitas que había metido. Cuando sus maletas quedaron vacías y las bolsas de basura repletas con sus pertenencias estuvieron en el suelo, doblando las tapas hacia atrás tuvo suficiente espacio para arrastrarlas sobre los respaldos de los asientos. Las maletas podían tener alguna utilidad, ya se le ocurriría más tarde a qué destinarlas.

Se dirigió de nuevo a donde estaba Justice, se arrodilló a su lado y examinó concienzudamente el contenido del botiquín. Además de la manta había tijeras, que serían de gran utilidad; montones de gasas y vendas adhesivas; un rollo de esparadrapo; algodón y bastoncillos; un tubo de pomada bactericida; toallitas de alcohol y yodo; toallitas antisépticas; guantes de plástico; analgésicos y -qué alegría- suturas. Había también otras cosas, como tablillas para dedos y una linterna con autonomía para doce horas, pero su preocupación inmediata era que el equipo contuviera lo básico para curar el profundo corte de la cabeza de Justice. Y, afortunadamente, así era. Eso significaba que no tenía excusa para acobardarse. Para sellar más su destino, había también una guía de primeros auxilios.

Hojeó la guía buscando instrucciones para poner puntos. Las había, completas y con ilustraciones. Desafortunadamente la primera línea decía: «Enjuague la herida minuciosamente con agua durante cinco minutos, luego lávela suavemente con jabón».

Sí, claro; ni siquiera tenía agua para limpiarla, mucho menos para hacerlo «minuciosamente». Tendría que hacerlo lo mejor que pudiera y rezar para que no hubiera suciedad en el corte.

Un momento. ¡Tenía colutorio bucal!

Rápidamente abrió la bolsa de basura que contenía sus productos de aseo y sacó el neceser en el que había puesto su champú y su colutorio. Lo sacó, le dio la vuelta y leyó su composición, aunque no sacó nada en claro, porque no entendía nada de química. En la parte delantera, sin embargo, decía que mataba los gérmenes. Era líquido, mataba los gérmenes y había casi medio litro.

También tenía la bolsa de plástico en la mano. Rápidamente llenó la bolsa de nieve, la cerró y la puso encima de una piedra. Si tenía suerte, mientras revisaba la herida de Justice el sol calentaría la piedra lo suficiente para derretir la nieve y tendrían agua. No mucha, la verdad, pero cualquier cantidad era imprescindible.

Con todo lo que necesitaba extendido sobre una de las bolsas de basura, estaba a punto de despertar a Justice cuando cayó en la cuenta de que él probablemente también tendría colutorio. Buscó su maletín, abrió la cremallera y encontró sus útiles de afeitar encima de una única muda y ropa interior, tal y como había esperado. El neceser tenía dos cremalleras; abrió la de la izquierda y encontró un cepillo de pelo, un bote de champú de tamaño de viaje y una docena de condones. «Hombres». El lado derecho tenía un cepillo de dientes, un tubo de pasta minúsculo, una maquinilla desechable y un pequeño frasco de colutorio.

– Maldita sea -dijo suspirando. Ya había usado el colutorio al menos una vez; no era mucho y ya había gastado la mitad. Un poco más no iba a suponer ninguna diferencia, así que dejó el frasquito en su sitio, cerró la cremallera del neceser y volvió a colocarlo en su maletín.

Tendría que trabajar con lo que tenía. Esperaba que aquello fuera suficiente para evitar una infección aguda.

No obstante, lo primero de todo era hacerle tomar algo de azúcar. Después, suponía que probablemente le vendrían bien un par de analgésicos preventivos.

Apartó cuidadosamente la camisa que le cubría la cara; aunque sabía cuál era su aspecto, enfrentarse a la realidad casi le hizo dar un respingo. Tenía el rostro cubierto de sangre seca, apelmazada en sus ojos, en sus fosas nasales, en las comisuras de la boca. Peor aún, se le estaba inflamando la frente y abriéndosele los bordes de la herida. No había previsto la hinchazón e hizo una mueca de dolor ante la idea de coserlo en aquel momento. Pero con toda probabilidad la inflamación empeoraría, así que esperar tampoco era una buena opción.

– Justice -dijo mientras metía una mano bajo el montón de ropa para tocarlo-, despierte. Es la hora de la función.

Él cogió aire, una respiración rápida y profunda.

– Estoy despierto.

Su voz era más fuerte, así que quizá había hecho la elección correcta al hacerle entrar en calor antes de intentar curar la herida.

– Tengo una chocolatina aquí. Quiero que coma un par de bocados, ¿de acuerdo? Dentro de poco, si tenemos suerte, podremos beber un trago o dos de agua cada uno. Después quiero que tome dos pastillas de ibuprofeno. ¿Es capaz de tragárselas sin agua? Si no puede, le pongo un poco de nieve en la boca, pero no podemos comer mucha nieve porque hará descender la temperatura de nuestro cuerpo. Ah, pensándolo bien, quizá debería tomar el ibuprofeno primero, para que empiece a actuar.

– Lo intentaré.

Abrió la caja que contenía dos pastillas de ibuprofeno genérico y deslizó una entre sus labios. Vio que su mandíbula se movía un poco mientras introducía la pildora, producía un poco de saliva y tragaba. Le dio la otra; él repitió el proceso.

– Misión cumplida -dijo finalmente.

– Bien. Ahora a por la comida. -Rasgó el envoltorio de la chocolatina, partió un trozo y se lo acercó a los labios. Obedientemente él abrió la boca y empezó a masticar.

– Snickers -dijo, identificando el sabor.

– Eso es. Normalmente como chocolate solo, pero pensé que los cacahuetes eran una buena idea, por las proteínas, así que traje Snickers. Inteligente, ¿no cree?

– En mi caso funciona.

Esperó un minuto para ver si el chocolate le sentaba mal. Para ella, aquél era un terreno desconocido y no sabía si él iba a empezar a vomitar o no. Sabía que cuando se va a donar sangre a la Cruz Roja después te suelen dar algo de beber para ayudar a reemplazar el líquido perdido y unas galletas para combatir la debilidad. Con los Snickers se imaginó que tenía la mitad del problema resuelto.

Después de unos minutos le dio otro pedazo de chocolate.

– Desearía tener algo para anestesiar su cuero cabelludo y su frente -murmuró-. Incluso un gel de dentición para bebés sería mejor que nada, pero el botiquín de primeros auxilios no parece estar preparado para bebés.

Él masticó, tragó y dijo:

– Hielo.

El botiquín, de hecho, tenía uno de esos paquetes de hielo instantáneo, pero ella dudaba si debía usarlo.

– No sé. Si no estuviera ya un poco conmocionado, si el frío no fuera ya un problema, no me preocuparía. Pero un paquete de hielo sobre su cabeza le destemplará todo el cuerpo, y no quiero que eso ocurra. -Se mordió el labio un momento, pensando-. Por otra parte, el dolor causa también una conmoción en el organismo. Si el efecto va a ser el mismo, ¿por qué hacerle sufrir?

– Voto por disminuir el dolor.

Sacó el paquete de hielo del botiquín, leyó las instrucciones y empezó a apretar el tubo de plástico. El paquete no era lo suficientemente grande para cubrir todo el corte, pero si lo colocaba bien podía tapar la mayor parte de la hinchazón y el cuero cabelludo en la parte en la que la laceración era más profunda. Cuando el paquete estuvo tan frío que casi no podía soportar agarrarlo, cortó algo de venda del rollo y cubrió la herida con una sola capa; después colocó delicadamente el paquete de hielo sobre la venda.

Él soltó un resoplido al sentir el frío. Bailey imaginó que el dolor se había vuelto insoportable, pero él no se quejó.-Mientras esto hace efecto, voy a lavarle algo de esa sangre seca. Apuesto que le gustaría abrir los ojos, ¿eh?

Continuó haciendo comentarios mientras abría un paquete de sus toallitas de aloe, sacaba una y se ponía a manipular alrededor de los ojos de él. Descubrió que la sangre seca no era fácil de quitar. Una toalla, que era más áspera, habría funcionado mejor. La sangre estaba apelmazada en sus cejas y pestañas, dos zonas donde no podía restregar; no quería provocar que el corte empezara a sangrar otra vez, así que tenía que actuar con delicadeza alrededor de las cejas, y no podía restregar en torno a sus ojos aunque allí no hubiese corte alguno. Así que limpió hacia fuera y cuando la toallita estuvo completamente roja la tiró y cogió otra limpia.

Cuando se giró de nuevo hacia él, con la toallita limpia en la mano, sus ojos estaban entreabiertos y la estaba mirando. El color gris pálido azulado de sus pupilas era asombroso en contraste con lo oscuro de sus pestañas.

– Bueno, hola. Cuánto tiempo sin vernos -dijo.

Esbozó otra de sus débiles sonrisas. Lentamente, como si le doliera mover incluso los párpados, miró a su alrededor todo lo que pudo en aquella postura y sin girar nada la cabeza. Cuando alejó su mirada de ella y vio el avión destrozado, abrió un poco más los ojos.

– Santo cielo -exclamó.

– Sí, ya lo sé. -Ella estaba de acuerdo con esa opinión. El hecho de que estuvieran vivos y de una pieza, aunque no completamente ilesos, era un auténtico milagro si se tenía en cuenta el impacto que había sufrido el aparato. Bailey trataba de controlar la situación sin abarcar la totalidad de los hechos, concentrándose en los detalles necesarios para la supervivencia y en las tareas que le esperaban. Los detalles, por definición, eran cosas pequeñas, y era mejor tratarlos de uno en uno.

Gradualmente, fue limpiando hacia abajo su cara, por detrás y dentro de las orejas, su cuello, los hombros y el pecho. Incluso sus brazos y sus manos estaban ensangrentados. Lo mantenía lo más tapado posible, descubriendo una parte cada vez y volviendo a taparla en cuanto la limpiaba. Sus pantalones también estaban ensangrentados, pero pensó que podían esperar hasta que él se las arreglara por sí mismo. La primera capa de ropa que había puesto sobre él estaba ya manchada; la sangre se había secado y no podía hacer nada al respecto. Pero necesitaba limpiarle los pies y ponerle calcetines secos para evitar la congelación.

Se movió hacia abajo hasta el fondo del montón, dobló la ropa hacia atrás, le quitó los zapatos y los calcetines ensangrentados y le limpió y le secó los pies tan rápidamente como le fue posible. Limpios de las manchas rojizas, estaban blancos por el frío. Preparándose para el escalofrío, se levantó los faldones de las múltiples camisas que llevaba puestas y se inclinó hacia delante para que los pies de él se apoyaran en su estómago. Estaban tan fríos que se estremeció al contacto, pero no se retiró. Empezó a frotarle los dedos a través de su ropa.

– ¿Puede sentir esto?

– Sí, claro. -Había una nota profunda en su voz, una especie de ronroneo sutil; sonaba como un tigre recibiendo un masaje.Tardó un segundo en darse cuenta de que sus fríos dedos estaban apoyados contra sus senos desnudos. No había forma de remediarlo porque sus pies eran grandes, probablemente de la talla cuarenta y cinco o incluso más, y ella no podía apartarse, así que, lógicamente, los dedos tendrían que descansar en sus pechos. Le dio una palmada en la pierna.

– Compórtese -dijo con dureza- o dejaré que se congele.

– No lleva sujetador -observó él, en lugar de responder a lo que ella había dicho, o quizá ésa era su respuesta, como si el hecho de que no llevara sujetador fuera suficiente excusa para que él estuviera retorciendo un poco los dedos.

– Me mojé cuando lo arrastré fuera del avión a través de la nieve, así que me lo quité. -Mantuvo el tono severo.

Él dedujo que ella estaba sin sujetador sólo por lo que había hecho para rescatarlo, e hizo una ligera mueca.

– Bueno, bueno. Pero, maldición, tetas desnudas. No puede culparme.

– ¿Quiere apostar? -Se le ocurrió que el frío y huraño capitán Justice no le hablaría de semejante forma en condiciones normales, y que aquellas palabras eran producto de la conmoción, el mareo y el dolor. No se lo imaginaba actuando con picardía y hablando francamente, pero desde el momento en que había recuperado la consciencia, su lenguaje había sido tan coloquial como si estuviera hablando con otro hombre. Pensó que eso debía significar que el golpe había mejorado su personalidad-. Y no me gusta la palabra «tetas».

– Pechos, entonces. ¿Está mejor así?

– ¿Qué hay de malo en «senos»?

– Nada, en lo que a mí respecta. -Sus dedos se curvaron de nuevo.

Ella volvió a darle un manotazo en la pierna.

– Estése quieto o se va a tener que calentar usted mismo los pies.

– No tengo pechos para apoyarlos en ellos, y aunque los tuviera no podría levantar los pies hasta esa altura. No practico yoga.

Definitivamente se sentía mejor y estaba más despejado; era capaz de articular frases completas en lugar de respuestas con monosílabos. El chocolate tenía que ser una medicina milagrosa.

– Bueno, le diré una cosa: hágase un implante de senos, empiece a practicar yoga y estará preparado para la vida. -Considerando que ya había tenido suficiente diversión, sacó los pies de debajo de sus camisas, le puso el par de calcetines limpios y volvió a arroparlo de nuevo con una buena capa de ropa-. Se acabó la diversión. ¿Ya tiene la frente congelada?

– Parece que sí.

– Déjeme terminar de leer las instrucciones y acabemos con esto de una vez. -Agarró de nuevo el folleto-. A propósito, puesto que no tenemos agua para limpiar la herida, voy a usar colutorio. Puede que escueza.

– Estupendo. -Un tono de ironía se dejó vislumbrar en esa única palabra.

Bailey ocultó una sonrisa mientras leía.

– Bien…, bla, bla, bla…, ya he entendido esta parte. «Agarre la aguja con pinzas de modo que la punta se curve hacia arriba». -Miró la curvada aguja de sutura y luego al resto del contenido del botiquín de primeros auxilios. No había pinzas-. Esto es estupendo -dijo con sarcasmo-. Necesito unas pinzas. Suelo llevar un par en mi neceser de maquillaje, pero, caramba, nunca se me había ocurrido que las necesitara en vacaciones.

– Hay una pequeña caja de herramientas en el avión.

– ¿Dónde?

– Asegurada en el compartimento del equipaje.

– No la he visto cuando he sacado las maletas -dijo ella, pero se levantó para volver a asegurarse-. ¿Cómo es de grande?

– Como la mitad de un maletín. Sólo tiene unas cuantas herramientas básicas: martillo, alicates, un par de llaves inglesas y destornilladores.

Sintiéndose como si hubiera entrado y salido de los restos del avión tan a menudo como para haber dejado un surco en la tierra, Bailey volvió a entrar en el aparato, trepó al asiento de los pasajeros y miró por encima del respaldo en el compartimento del equipaje. El suelo del avión estaba combado por el impacto, así que allí todo estaba revuelto, pero la red de carga se había quedado en su sitio y había evitado que nada saliera despedido como había sucedido con su bolso. Justo cuando abría la boca para decirle que no encontraba nada, él dijo:

– Debería estar sujeta en unos ganchos contra la pared de atrás, justo en la parte interior de la puerta del compartimento. ¿La ve?

Ella miró hacia donde él le indicaba y allí estaba, convenientemente asegurada. Qué tonta era. Se había dedicado a mirar en el suelo del avión, no en las paredes.

– Sí. La tengo. -Con la caja de herramientas en la mano, salió del aparato.

Se sintió un poco mareada cuando se puso de pie, así que se quedó quieta un momento. ¿Era el mal de altura otra vez, aunque hubiera tenido cuidado de moverse lentamente? ¿O necesitaba un poco de azúcar? Tras un instante, el mareo pasó, así que se dirigió hacia el chocolate.

– Creo que necesito comer también -dijo, arrodillándose junto a él y dando un mordisco a la barra de Snickers-. No quiero desmayarme mientras le estoy clavando una aguja. -A este paso, le iría bien tenerlo cosido para la puesta del sol.

Pensar en la puesta del sol le recordó la hora, y se dio cuenta de que no había mirado el reloj ni una vez. No tenía ni idea de cuánto hacía que había recuperado la consciencia, o cuánto tiempo había transcurrido desde entonces, y mucho menos de lo que quedaba de día. Automáticamente se subió los puños de las camisas y se quedó mirando la muñeca izquierda, donde había estado su reloj.

– Mi reloj ha desaparecido. Me pregunto cómo ha sucedido.

– Probablemente se golpeó el brazo contra algo y se soltó el broche o se rompió un eslabón. ¿Era caro?

– No. Era uno barato sumergible que compré para las vacaciones. Voy a…, iba a hacer rafting con mi hermano y su mujer.

– Puede incorporarse al grupo mañana o pasado.

– Quizá. -Masticó lentamente la chocolatina, sin compartir con él su terrible sensación de aislamiento, como si el rescate estuviera muy lejano.

Sólo se permitió dar un mordisco, para ahuyentar el mareo, pero después se obligó a volver a lo que se traía entre manos. Tras envolver cuidadosamente el trozo de chocolate que quedaba y dejarlo a un lado, le quitó el paquete helado de la cabeza.

– Tengo que darle la vuelta, para que se quede con la cabeza mirando hacia la colina, al menos hasta que limpie la herida; salvo que quiera que el colutorio le empape toda la cara y le resbale hacia abajo.

– No, gracias. Pero puedo hacerlo yo; únicamente dígame qué quiere que haga.

– Primero deslícese hacia mí; no quiero que se salga de la manta a la nieve. Bien, bien. Ahora gire sobre el trasero, espere un momento, déjeme ponerle este trozo de hule bajo la cabeza. Eso es.

Sus giros provocaron que buena parte del montículo de ropa se cayera y ella se tomó un momento para ponerla en su sitio.

Para evitar que el colutorio le cayera en los ojos le inclinó la cabeza hacia atrás todo lo posible.

– Bueno. Allá va -dijo Bailey, utilizando la mano izquierda como barrera contra cualquier probable salpicadura, y empezó a verter cuidadosamente el líquido sobre la herida. Él se movió inquieto una vez, después se mantuvo inmóvil.

Examinó la herida en busca de cualquier resto de suciedad, pero todo lo que pudo ver fue la sangre que limpiaba. Las instrucciones decían que no se arrancaran los coágulos, así que ella trataba de no dejar que el colutorio cayera directamente en la cortadura. Cuando se acabó todo el líquido puso la tapa otra vez en la botella vacía y la dejó a un lado, entonces abrió una de las toallitas con alcohol y empezó a limpiar los bordes del corte.

No se permitió pensar en la gravedad de la herida, ni en lo fácil que sería que se infectara en aquellas circunstancias tan poco higiénicas. En vez de eso, se concentró en lo que tenía que hacer, paso a paso. Limpió sus manos, la aguja y los alicates con otra toallita. Después se puso los guantes desechables de goma y limpió todo de nuevo. Limpió su frente con un disco de algodón con yodo. Cuando había hecho todo lo que estaba en su mano para eliminar todos los gérmenes, preparó una sutura, respiró profundamente y empezó.

– Las instrucciones dicen que se empiece en el medio -murmuró mientras perforaba su piel con la aguja curvada y la empujaba hasta el otro extremo del corte-. Supongo que es para que no termine usted con un gran bulto de piel en un extremo si no lo coso como es debido.

Él no contestó. Tenía los ojos cerrados y estaba respirando acompasadamente. A pesar del hielo y el ibuprofeno, Bailey sabía que aquello tenía que resultar muy doloroso, pero evidentemente no era el martirio que ella temía causarle. En todo caso, él no se ponía tenso cada vez que lo pinchaba. Ella iba despacio, con miedo a cometer un error. Cada punto debía ser atado y cortado, de modo que cada uno de ellos fuera independiente de los otros, y las instrucciones decían que había que asegurarse de que el nudo se apoyara en la piel, no directamente en la herida. Se obligó a pensar que aquello era como coger el dobladillo a un par de pantalones, aunque no la consoló demasiado, porque coser no era su ocupación favorita y debía reconocer que tampoco era demasiado buena en esas lides.

La herida tenía unos veinte centímetros de largo. No tenía ni idea de cuántos puntos debía dar, así que simplemente cosió empezando por el medio y puso los que le pareció bien. Cuando terminó, le temblaban las manos y estaba segura de que le había llevado por lo menos una hora. Secó cuidadosamente la línea de puntos negros, limpiando las gotas de sangre donde la aguja había perforado la piel. Después dudó. ¿Debería aplicar una pomada antibiótica antes de poner un vendaje sobre la herida? Pensaba que los médicos no lo hacían ahora, pero, por otra parte, normalmente daban puntos en un ambiente estéril, con todos los medicamentos y la parafernalia necesaria. Ella y Justice estaban atrapados en la ladera de una montaña, en medio de la nieve, con muy poca comida. Pensó que su sistema inmunológico podría necesitar toda la ayuda posible.

Aplicó cuidadosamente la pomada, que también contenía un analgésico suave. Supuso que debía de ser bueno. Después cubrió la herida con gasas estériles y enrolló una venda alrededor; cuando terminó, usó la venda elástica para cubrir su cabeza. El resultado final le pareció bastante pulcro, si podía usar esa palabra, y la venda preservaría la herida de la suciedad.

– Listo -dijo finalmente, desplomándose sobre su trasero junto a él.

– Ya está hecho. Lo siguiente en la agenda: un refugio.

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