Capítulo 19

La tercera mañana, el día amaneció soleado y brillante. Cuando Cam se arrastró fuera del refugio descubrió que se sentía considerablemente más fuerte que el día anterior, y además su dolor de cabeza había disminuido. No estaba precisamente para saltar obstáculos o correr una maratón, pero caminaba sin ayuda, aunque lentamente, y sin tener que agarrarse a nada.

Bailey también se sentía mejor; le había subido la fiebre durante la noche, empapándola en sudor. Eso no era bueno, al menos en un clima de varios grados bajo cero. Había obligado a Cam a darse la vuelta y a mirar para el otro lado, para ella poder quitarse la ropa empapada y ponerse una seca. Considerando el espacio tan limitado del refugio, a él le habría gustado ver cómo se contorsionaba, pero no había hecho trampa y no había echado ni una ojeada. Desde que la había sorprendido, dejándola petrificada al besarla, no quería asustarla de nuevo. Por esa misma razón se había asegurado de no rozarla con una erección, aunque se había despertado varias veces con verdadera urgencia. Sin embargo, estaba llegando el momento…

Pero primero tenían que salir de aquella maldita montaña.

Con respecto a la comida, su situación se estaba volviendo crítica. Quedaban dos chocolatinas, y ellos estaban cada vez más débiles por falta de alimento. El hecho de haber dormido la mayor parte de las últimas treinta y seis horas les había ayudado, porque no habían quemado muchas calorías, pero si no los rescataban hoy…

No le había revelado a Bailey lo preocupado que estaba al ver que el día anterior no los habían rescatado. Un satélite debería haber detectado la señal de su ELT, y aunque la montaña había estado cubierta de nubes todo el día, podían haber dejado un equipo de rescate en un lugar más bajo y accesible para que llegara hasta ellos.

El problema era que el ELT funcionaba con baterías y transmitiría sólo entre veinticuatro y cuarenta y ocho horas. Habían pasado veinticuatro horas el día anterior por la mañana y estaban llegando a las cuarenta y ocho; si no detectaban la señal antes, ya no podrían hacerlo nunca. Al no ver llegar el día anterior al equipo de rescate, había empezado a temer que las baterías se hubiesen descargado antes incluso de que hubieran empezado la búsqueda.

Levantó la vista cuando Bailey volvió desde los árboles al refugio. Ella se detuvo delante y lo miró con decisión.

– Tienes que quedarte fuera un rato -dijo, con un tono que no admitía objeciones-. No puedo soportarlo más. Apesto. No me importa el frío que haga, tengo que lavarme y ponerme ropa limpia. Y cuando termine, tú también tienes que asearte.

– Tú te pusiste ropa limpia anoche -señaló él, sólo para irritarla-. Y yo no tengo ropa limpia.

– Eso es culpa tuya -soltó ella-. No sé cómo se te ocurrió pensar que sólo ibas a necesitar una muda para un viaje en el que ibas a pasar la noche.

– Quizá el hecho de que siempre llevo lo mismo.

– Sí, bueno, pero tienes que tener en cuenta las emergencias. ¿Y si se te hubiera caído café sobre tu camisa limpia en el desayuno? Estarías en un aprieto.

Él quiso reírse, pero no lo hizo. Tal vez fuera la forma en que se erguía con la espalda recta o la expresión testaruda en su rostro mientras levantaba la barbilla lo que le hizo pensárselo mejor. Pero le resultó divertido escuchar aquel sermón sobre la ropa. Si ella todavía llevara puestos los sofisticados pantalones y la chaqueta que vestía cuando se subió al avión, aquel rapapolvo no le habría parecido tan fuera de lugar, pero su aspecto en aquel momento hacía parecer elegantes a las pordioseras.

Llevaba tanta ropa que no se podía adivinar su silueta, y la camisa de franela anudada a la cabeza era el toque final. No. Tal vez lo eran los calcetines que llevaba puestos en las manos. Pero, por otra parte, él estaba arropado con las camisas y los pantalones de ella, pues evidentemente no podía ponérselos. Si ella tenía mejor aspecto que él, la cosa andaba realmente mal. Y si él hubiera podido ponerse unos calcetines en las manos, también lo habría hecho sin dudarlo.

– Tú ganas -dijo sonriendo-. Debería haber traído más ropa. Voy a hurgar en el avión mientras te aseas, así que tómate tu tiempo.

Inmediatamente sus ojos verdes se ensombrecieron con preocupación.

– ¿Estás seguro de que estás lo bastante fuerte…?

– Estoy seguro -la interrumpió-. Hoy me siento mucho mejor. -Bueno, «mucho» era exagerar, pero ya no aguantaba más acostado y quería revisar algunas cosas.

Ella se mordió el labio inferior.

– Grita si te mareas o te sientes mal -dijo finalmente, y se dejó caer para deslizarse en el interior del refugio.

Cam se dio la vuelta y echó una mirada general a los restos del avión con ojo experto. Miró la trayectoria, señalada por los árboles destrozados. Vio el lugar en que el ala izquierda había bajado y tropezado con un saliente escarpado de roca; seguramente fue allí donde había perdido el ala. El avión se había torcido violentamente hacia la derecha y casi había salido de los árboles hacia la pendiente rocosa, lo cual habría sido un desastre.

Lo que les había salvado el pellejo era que el combustible no había ardido. Se podía sobrevivir al impacto del choque muy a menudo, pero no al incendio. Incluso con el motor apagado el cableado eléctrico podía haber producido un incendio. Quizá Bailey podría haber salido viva, pero él con seguridad no.

El fuselaje no descansaba sobre la tierra, sino que estaba medio apoyado en el ala derecha rota y empalado en un árbol. La rama se había clavado en el fuselaje, anclando el avión y evitando que diera la vuelta. Mientras la rama resistiera, el aparato no se movería. Esperaba con todas sus fuerzas que no se rompiera mientras él estaba en la cabina; ¿no sería eso un golpe de mala suerte?

Tomó impulso para subir a lo que había sido el asiento del copiloto, antes de que Bailey le quitara los cojines de gomaespuma y la tapicería de cuero, y que ahora era poco más que un armazón. Lo primero que revisó fue el ELT.

– Mierda -dijo suavemente, en cuanto accionó el interruptor.

El indicador estaba apagado, la batería estaba muerta. Se hizo la gran pregunta: ¿Habría recibido el satélite la señal antes de que la batería se agotara o había dejado de funcionar desde el principio? Los ELT eran inspeccionados una vez al año, mediante un código. La batería podía haber estado descargada durante meses, porque la verdad era que, además de la inspección anual, nadie revisaba aquel maldito aparato.

Si el satélite hubiera recibido la señal, estaba casi seguro de que el equipo de Búsqueda y Rescate los habría localizado el día anterior. Pero no había llegado, y ahora ya no creía que lo hiciera, al menos no a tiempo. Lo que más le preocupaba era que no había oído ningún avión de la Patrulla Aérea Civil volando en su búsqueda, ni helicópteros. Había transmitido por radio su posición, y aunque en realidad no habían caído exactamente en ese punto, estaban lo bastante cerca para haber oído un helicóptero de rescate en aquella zona.

Sabía que se había organizado una búsqueda. Un avión no desaparecía durante dos días sin que nadie se molestara en buscarlo. Entonces, ¿dónde demonios estaban?

Se preguntaba si su transmisión por radio habría llegado. ¿Y si la Patrulla Aérea no tenía ni idea de dónde buscarlos? El área podía ser localizada matemáticamente utilizando como variables la cantidad de combustible y la distancia de vuelo máxima, pero eso significaba un territorio enorme. Empezaba a pensar que Bailey y él tendrían que salir de la montaña por sus propios medios, algo que era más fácil de decir que de hacer.

La pantalla de la cabina estaba destrozada y la radio rota, lo que no le causó ninguna sorpresa. Rebuscó por allí, tratando de encontrar algo útil que Bailey hubiera pasado por alto, pero había sido concienzuda. Lo único que quedaba en la cabina que pudiera usarse eran los cinturones de seguridad. Estiró las cintas tanto como pudo antes de cortarlas. Las del regazo no eran tan largas, pero podían usarse. Eran fuertes, y podían convertirse en redes para llevar cosas. No era como hacer de nuevo las maletas de Bailey y echarlas a rodar por la montaña, pero quizá pudieran usar los cinturones de seguridad para convertir una de las maletas en una especie de mochila y transportar los objetos más esenciales. Si su maletín era suficientemente grande, sería del tamaño ideal.

La linterna que siempre tenía en la cabina había desaparecido. Estaba seguro de que tenía que estar en alguna parte, pero probablemente cubierta por la reciente nevada que había caído, y era imposible saber a qué distancia había salido disparada con el impacto. Si iban a salir caminando de allí, la necesitarían, pero las probabilidades de encontrarla no eran muchas.

También necesitaba la chaqueta de su traje y las barritas de cereales que tenía en el bolsillo, aunque eran más importantes las barritas. La chaqueta sería de agradecer, pero podría arreglárselas tal y como andaba ahora; sin embargo, necesitaban urgentemente las barritas.

Ahora que sabía la prueba a la que se enfrentaban, miró los restos del avión con ojos diferentes. Los afilados trozos de metal o de cristal podían convertirse en cuchillos rudimentarios, por si acaso se perdía la navaja de bolsillo o se le rompía la hoja. Nunca estaba de más tener un repuesto. Quizá pudiera hacer raquetas para andar por la nieve. En teoría era bastante fácil. El asunto era saber si el terreno era demasiado accidentado, porque las raquetas entorpecían la marcha.

Cuanto más descendieran, más abundancia de comida habría. Él era un chico de Texas; había crecido poniendo trampas para conejos y ardillas. Podría encontrar comida para ellos entonces, pero necesitaban alimento de forma inmediata.

Se dirigió al otro lado del avión. Allí la pendiente era mucho más pronunciada, con superficies de roca viva que le habrían hecho imposible moverse sin agarrarse a los árboles. Siguió el sendero ascendente que había dejado el avión al caer, utilizando la fuerza de la parte superior de su cuerpo para impulsarse hacia arriba donde no podía apoyar los pies.

La nieve se hundía bajo sus zapatos, sobresalía por los lados y se metía en su interior, mojándole los calcetines y helándole los pies. No podría alejarse de allí con aquel calzado, pero no sabía qué podía hacer. Podía ignorar el frío por ahora; demonios, quizá Bailey quisiera calentarle de nuevo los pies con sus senos. Eso hacía que mereciera la pena tener los pies fríos.

Había restos del avión diseminados por toda la pendiente: trozos de metal retorcido, cables rotos, ramas destrozadas. Si encontraba un trozo de cable lo suficientemente largo para ser útil, lo recogía, lo enrollaba y se lo metía en el bolsillo. Encontró un puntal de un ala combado, después la puerta torcida y doblada del lado del piloto. Considerando los daños, lo único que podía pensar era que había salido muy bien parado con una conmoción y una brecha en la cabeza. Más lejos, hacia un lado, pudo descubrir una forma redondeada que tenía que ser una de las llantas, cubierta de nieve.

Llegó a un árbol que parecía que hubiera sido partido por un rayo, con la corteza reventada y las ramas rotas, sólo que las brechas de la madera eran recientes. El daño estaba aproximadamente a seis u ocho metros de la base del árbol. Miró a su alrededor y vio pequeños trozos del avión, pero nada lo bastante grande para ser el ala.

Subió más, impulsado por la curiosidad, pero no encontró nada. Finalmente, sintió un frío intenso que le obligó a dar la vuelta. También le faltaba el aliento y notaba escalofríos, algo normal considerando la cantidad de sangre que había perdido. Lo único bueno de aquella inmovilidad forzosa que había tenido que soportar a causa de su herida era que el tiempo que había pasado le había permitido acostumbrarse a la altura.

Se detuvo un momento para orientarse. Estaba arriba y a la izquierda del lugar del impacto, su pequeño refugio se encontraba sólo un poco más arriba y a la derecha. Bailey no había salido todavía, así que estaría dentro con sus toallitas húmedas, quitándose el pegajoso sudor provocado por la fiebre. Sonrió, preguntándose si saldría corriendo desnuda si él gritaba pidiendo ayuda. Puede que sí, pero después lo mataría, así que se contuvo. La vería desnuda, pero a su tiempo.

Recorrió con la mirada el terreno por encima del refugio, hacia la parte alta de la montaña, buscando la cumbre… y vio el ala, a unos diez o quince metros.

– ¡Maldición! -exclamó.

Había estado buscando en el lado izquierdo del accidente; supuso que, como se trataba del ala izquierda, habría caído allí, porque no recordaba haber pensado realmente en otro lugar que no fuera el sitio donde había golpeado el árbol. Pero en lugar de eso, cuando fue arrancada, el ala había dado muchas vueltas hasta caer hacia la parte derecha. Estaba, de hecho, casi detrás del refugio, pero más allá de donde había ido caminando.

Con precaución, se abrió camino hacia ella. Cuando llegó estaba muy cansado, pero respiraba con bastante facilidad.

En un accidente aéreo se desarrollan fuerzas inimaginables. El metal se veía retorcido y doblado como si fuera una tela ligera, los remaches habían reventado, y las tuercas y los tornillos estaban arrancados tan limpiamente como si los hubieran cortado. El ala había quedado doblada en dos por la fuerza con la que había golpeado el árbol, y el metal se había resquebrajado y abierto por la línea de tensión. Podía ver la estructura, los metros de cableado que colgaban de la parte donde el ala había estado sujeta al avión, el depósito de combustible roto.

Le llamó la atención algo que parecía un globo desinflado, y que colgaba del depósito roto.

Se quedó parado allí, mirándolo fijamente, con un cosquilleo en la nuca que le advertía de la presencia repentina del peligro. Le invadió la furia, una rabia tan fuerte que se le cegó la vista con una nube roja.

No había sido un fallo mecánico. El avión había sido saboteado.

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