El frío la despertó. Bailey salió tiritando de un sueño inquieto. Le dolía todo el cuerpo y notaba una sensación de malestar. La rodeaba una completa oscuridad y casi le entra el pánico, y así habría sido si no hubiese notado la sensación inconfundible de estar abrazada estrechamente por alguien. En su subconsciente reconoció el olor, el tacto, y supo que no había razón para asustarse.
O quizá sí, ya que la mano izquierda de él estaba metida dentro de la cinturilla elástica de su chándal y de su ropa interior, apoyada en sus nalgas desnudas.
De la misma manera que las manos de ella estaban metidas bajo su camisa, según se percató, buscando el calor de su piel.
A través de las pesadas capas de ropa que los cubrían se colaba un aire helado. ¿Se había destapado? Estiró la mano por detrás de su espalda para ver si se había descolocado alguna prenda.
– ¿Estás despierta? -preguntó Cam en voz baja, para no despertarla si aún dormía. Pudo sentir la débil vibración que produjo el sonido en su pecho, casi como un profundo ronroneo masculino. Hizo que deseara acurrucarse más cerca todavía, si eso fuera físicamente posible.
– Tengo frío -respondió en un murmullo-. ¿Y quieres quitar la mano, por favor?
– ¿Qué mano? ¿Esta? -Los dedos se deslizaron por su trasero, peligrosamente cerca de… bueno, peligrosamente cerca.
– ¡Justice! -le advirtió enérgicamente, mientras lo miraba con los ojos entrecerrados, aunque la espesa oscuridad hacía inútil el gesto.
– Tengo daño cerebral, ¿recuerdas? No soy responsable de mis actos, ni de los actos de mi mano, que ha actuado por voluntad propia y sin mi consentimiento.
A ella se le escapó un sonido burlón, pero estaba tratando de no sonreír. Se dio cuenta de que estar acostada con él así en la oscuridad resultaba estimulante. Estaban haciéndolo para sobrevivir, pero la razón que había tras aquella acción no debilitaba de ninguna manera la sensación de intimidad que las circunstancias habían forjado entre ellos. Su cautela innata hizo que se disparara una alarma en su interior. Si no tenía cuidado, podría encontrarse dirigiéndose hacia el tipo de relación impulsiva que había visto causar tantos problemas en numerosas vidas, incluidas las de sus padres. Con semejante experiencia de primera mano con respecto a los estragos que una mala relación personal podía provocar en una familia, siempre había sido extremadamente cuidadosa, negándose a permitir que sus emociones nublaran su mente.
Bailey no actuaba impulsivamente, ni en su vida financiera ni en su vida personal. No conocía a Cam Justice; tenía una relación superficial con él desde hacía unos cuantos años, pero no podía decirse que lo conociera. Dudaba de que él hubiera cambiado mucho en las últimas doce horas, y sabía que ella no lo había hecho. Pasar de apenas soportarse a dormir juntos -en sentido literal, por supuesto- en un periodo tan corto de tiempo ya era bastante inquietante en sí mismo como para permitir que la situación la impulsara a tomar decisiones estúpidas.
Así que en lugar de reírse, dijo:
– Apártala o piérdela.
– ¿El dicho no es «Úsala o piérdela»? -Sonaba divertido, pero apartó la mano, sacándola de la parte posterior de sus pantalones y metiendo los dedos bajo su camisa. Ella no puso ninguna objeción; después de todo, todavía se estaba calentando las manos sobre su piel.
Y le gustaba tocarlo. Ese pensamiento disparó otra alarma, pero no reconocer el hecho cuando lo estaba mirando de frente parecía aún más peligroso. ¿Qué podía no gustarle? Era alto y delgado, de cuerpo musculoso. No era guapo, pero la dura masculinidad de sus rasgos la atraía. De repente se imaginó aquel rostro sobre ella en la cama, y sus brazos fuertes apoyados a cada lado mientras sus piernas se enroscaban en torno a sus caderas…
Apartó bruscamente sus pensamientos de esa fantasía. «No vayas por ahí». No era partidaria de actuar basándose en la atracción sexual, porque si había una situación en la que las hormonas se apoderaban del cerebro en la toma de decisiones, era ésa. Cuanto más fuerte era laatracción, más control ejercía. De hecho, procuraba evitar a los hombres hacia los que se sentía muy atraída. Nunca había sentido un amor apasionado ni había estado enamorada, y no pretendía empezar ahora. El amor y la pasión deberían venir marcados claramente con avisos que dijeran: «Precaución, puede producir estupidez».
Le dolían tanto la espalda y las piernas que no era capaz de encontrar una postura cómoda. Trató de acomodarse mejor. Después del accidente, seguramente estaba cubierta de cardenales, y no era sorprendente que se sintiera dolorida. Tembló cuando otro escalofrío la recorrió.
– ¿Qué hora es? -preguntó. Cuando amaneciera podría moverse y la temperatura empezaría a subir.
El movió de nuevo la mano izquierda, la levantó y apretó un botón de su reloj, de modo que la esfera se iluminó brevemente.
– Casi las cuatro y media. Hemos dormido unas cuatro horas. ¿Cómo te sientes?
¿Él le preguntaba eso a ella? Era Justice el que tenía un corte enorme en la cabeza, el que casi se había desangrado, el que había sufrido hipotermia. Tenía una conmoción y casi no podía moverse por sí mismo; dudaba de que pudiera caminar diez metros sin ayuda. Quizá esa desconexión de la realidad era un defecto del cromosoma masculino.
– Tengo dolor de cabeza, me duelen todos los músculos y estoy helada -dijo ella brevemente-. Por lo demás estoy bien. ¿Y tú?
En vez de contestar le tocó la cara, sintió sus dedos fríos sobre la piel.
– Creo que tienes fiebre. Dices que tienes frío, pero te noto la piel caliente. De hecho, yo probablemente tendría frío si no estuvieras despidiendo tanto calor.
– No tengo fiebre -aseguró ella, sintiéndose irracionalmente insultada por la sugerencia-. Para tener fiebre tendría que estar enferma, y no lo estoy. Enferma de verdad, en todo caso. Padezco mal de altura, y de acuerdo con ese folleto tan útil, el mal de altura no causa fiebre. Produce dolor de cabeza y mareo, síntomas que tengo. Que tenía. Ahora no estoy mareada, pero bueno, tampoco estoy de pie.
No podía estar enferma. Tenía cosas que hacer. Estaba de vacaciones. En cuanto los rescataran de aquella estúpida montaña, iba a practicar rafting con Logan y Peaches, y se negaba a permitir que un ridículo virus le destruyera los planes.
– Como decía, creo que tienes fiebre -repitió, ignorando su protesta-. ¿Has estado expuesta últimamente a algún riesgo, que tú sepas?
– No, y si tengo algún virus tú también te habrías contagiado, porque hemos estado bebiendo de la misma botella, así que es mejor que no lo tenga. -Enfadada, se volvió hacia el lado derecho para no estar cara a cara con él. Al hacerlo, sintió un dolor intenso en su brazo derecho-. ¿Qué demonios…? Mierda-murmuró, y después exclamó más alto-: ¡Mierda!
– ¿Mierda qué? ¿Algo va mal? -Encendió la linterna y la brillante bombilla casi la ciega durante un segundo.
– Te has salvado, no tengo un virus. Tenía un trozo de metal clavado en el brazo esta mañana…, ayer por la mañana. Me lo saqué y lo olvidé. Ahora me duele el brazo. Supongo que está infectado -dijo con abatimiento. Sí, entonces tenía fiebre. Maldita sea.
– Así que me curaste a mí y no te ocupaste de ti. -Había una nota severa en su voz-. ¿Qué brazo?
– El derecho.
– Vamos a ver.
– Puedo esperar hasta que sea de día. No podemos ni sentarnos aquí, así que…
El empezó a desabrocharle la camisa exterior que llevaba puesta. Viendo que no iba a atender a razones, ella le apartó las manos de un empujón y emprendió la tarea ella misma.
– Está bien, está bien. No veo qué diferencia pueden suponer unas cuantas horas, pero si poner un poco de pomada antibiótica y una tirita en mi brazo va a hacer que te sientas mejor…
– Dios, eres una gruñona. ¿Tienes siempre tan mal despertar?
– No, sólo cuando tengo fiebre -le respondió cortante mientras forcejeaba por quitarse la primera camisa y comenzaba a desabrochar la segunda-. Maldita sea. ¡Mierda! No tengo tiempo para ponerme enferma. -Se quitó la segunda camisa.
– Qué curioso -comentó él sin dejar de observar con interés-. ¿Cuántas camisas llevas encima?
– Tres o cuatro. Tenía frío, y te di a ti mi agradable y cálido chaleco de plumas.
– Lo cual agradecí profundamente.
– ¡Que me lo voy a creer, Justice! -murmuró ella-. Apenas estabas consciente y no sabías lo que estaba pasando.
Cuando llegó a la última camisa se detuvo. No llevaba sujetador y no estaba dispuesta a desnudarse hasta la cintura para que él disfrutara de la vista. Con incomodidad, forcejeó para darse la vuelta y quedar echada sobre el vientre. Teniendo en cuenta las muchas capas de ropa que los cubrían, era mucho más fácil pensarlo que hacerlo. Finalmente, sintiéndose como un pez que cayera en la orilla de un arroyo, se las arregló para acostarse sobre el vientre y sacar el brazo dolorido de la manga de la camisa.
– Ahí está -murmuró contra la manta.
– ¡Demonios, Bailey, ni siquiera la limpiaste! -Su voz mostraba un cierto fastidio.
– No, estaba ocupada en otras cosas, como evitar que te murieras desangrado y después evitar que muriéramos congelados -replicó con sarcasmo, tan fastidiada como él-. La próxima vez pondré en el orden correcto mis prioridades.
– ¿Dónde guardaste las gasas?
Con la mano izquierda buscó a tientas por el refugio, localizó el paquete y lo tiró por encima de su espalda.
– Ahí van. -La gasa estaba fría, pero notó una cierta sensación agradable en su brazo. Hizo una mueca cuando él frotó la herida y el dolor se extendió por el músculo-. ¡Ay!
– Sin bobadas. ¿Parece que algo te está pinchando?
– Sí, pero…
– Es porque te está pinchando. Sacaste el trozo más grande, supongo, pero te dejaste otro dentro. Parece como una aguja… Aguanta…, ya lo tengo.
Ella apretó los dientes ante el dolor punzante. Ahora estaba pinchando con fuerza en su tríceps, haciendo sangrar la herida y empapando de sangre su mano libre. Aquello no era divertido, pero él había permanecido en silencio mientras ella le cosía la cabeza, así que podía quedarse callada mientras él se ocupaba de su brazo.
– La piel está caliente y un poco inflamada -dijo él-. Así que, en efecto, yo diría que esto es lo que te está produciendo la fiebre. No veo ninguna estría roja, sin embargo. -Ella sintió la frescura de la pomada, y después una ligera presión cuando él puso un par de vendas adhesivas sobre la herida… o las heridas. No sabía si había una perforación o dos-. Esperemos que esto sea suficiente para mantener controlada la infección.
Ella volvió a ponerse la camisa con esfuerzo, de espaldas a él mientras se abrochaba. Pensó en tomar algo de ibuprofeno para mantener la fiebre baja y sentirse algo mejor, pero al final decidió que no. La fiebre no era muy grave sólo lo bastante alta para tener dolor; pero el calor era una de las armas de su cuerpo contra la infección. Podía soportar un poco de incomodidad mientras su sistema inmune y las bacterias invasoras hacían la guerra.
– Bebe el resto del agua -le ordenó él, sacando la botella-. Sin discusiones. Con fiebre, te deshidratarás gravemente si no bebes.
Ella no discutió, y se limitó a beber el agua sin hacer comentarios. Faltaban sólo un par de horas para el amanecer; entonces derretirían más nieve. Por ahora, quería descansar, y quizá empezara a sentir un poco más de calor.
Se enroscó de medio lado, acercando los pies al cuerpo. Justice empezó a amontonar más ropa sobre ella, hasta que el montículo resultó tan pesado que casi no podía moverse. Entonces le puso el brazo en torno a la cintura y la aproximó tanto a su cuerpo como le fue posible, con la espalda de ella apoyada contra su pecho, su trasero en su entrepierna, las caderas de él acunando las de ella.
Acurrucarse era… agradable, pensó ella. Y sorprendentemente cálido. Podía soportar eso durante un par de horas…, únicamente hasta que saliera el sol.
Pero era estupendo que él estuviera herido, y estupendo que probablemente los fueran a rescatar al día siguiente, porque en caso contrario su resistencia necesitaría un enorme refuerzo.