Capítulo 13

– Mierda -dijo Bailey con tono de culpabilidad, exagerando sólo un poco-. Necesita orinar, ¿verdad? Lo siento, debería haber preguntado hace mucho.

Pasaron un par de segundos antes de que él dijera:

– Estoy bien, puedo esperar.

– Bueno, si está seguro de que…

– Estoy seguro. -Su tono era ligeramente enfadado.

No se permitió ni siquiera insinuar una sonrisa, porque tal y como estaba estaba con la cara apretada contra él habría notado moverse sus músculos faciales. Si a Justice se le había pasado por la cabeza tener una relación sexual -ella era la única persona disponible-, haber atribuido su erección a una función corporal y no a una de índole sexual seguramente le daría a entender que ella no estaba pensando en él en esos términos. En cualquier caso, no podía entender cómo en tales circunstancias se le podía pasar por la cabeza algo semejante, pero se había dado cuenta de que los hombres perdían la noción de la realidad cuando se trataba de su pene.

Sin embargo, ella tenía una fuerte noción de la realidad y sabía que estaban en una difícil situación. Aunque él no hubiera estado herido, ella no tenía tiempo ni espacio en su lista de tareas pendientes para implicarse en juegos. Y, además, siempre podía esgrimir la clásica excusa para negarse: tenía un dolor de cabeza real, y tan fuerte que lo único que la había mantenido activa había sido la urgente necesidad de hacer un refugio para pasar la noche.

Hablando de eso… A por ello, vamos, se dijo a sí misma, dejando a un lado sus quejas con respecto a su estado físico.

– Si está seguro de que no necesita orinar…

– Estoy seguro -bramó él. Ahora parecía definitivamente molesto.

– Entonces pongámonos en funcionamiento, capitán Justice.

Más de una hora después, se arrastró literalmente dentro del destartalado refugio junto a él y se derrumbó sobre los trozos de gomaespuma, que había cubierto con la manta térmica, basándose en la teoría de que el calor siempre ascendía, así que estarían más calientes acostados sobre la manta que debajo de ella. Le había parecido lógico, así que lo había puesto en práctica.

Justice estaba pálido a causa del agotamiento y el dolor cuando ella logró hacerle subir la pendiente. Recorrer esa corta distancia, avanzando centímetro a centímetro con enorme esfuerzo, había sido una pesadilla que los dejó temblorosos a los dos. Antes, con la ayuda de él, le había puesto ropa limpia. Había hecho varios viajes arriba y abajo de la pendiente, arrastrando las bolsas de ropa y otras provisiones, pero por fin todo había finalizado y había caído la noche.

Otra vez se encontró tiritando de frío, pero se las arregló para estirarse y arrastrar una de las bolsas de basura llenas más cerca hasta tapar la mayor parte de la abertura de entrada al refugio. Se quedaron acostados en la oscuridad total unos segundos, con el único sonido del áspero jadeo de la respiración de ella; entonces él encendió la linterna de ella. La pequeña luz arrojó sombras dentadas sobre su cara de huesos fuertes mientras se esforzaba por acercarse a Bailey, sin que su expresión revelara nada de lo que debía costarle ese movimiento.

Silenciosamente, la acurrucó en sus brazos de nuevo, para estar lo más cerca posible, y arregló los montones de ropa sobre los dos. Entonces apagó la luz para ahorrar pilas, y se quedaron allí juntos hasta que la respiración de ella fue menos dificultosa y ambos casi habían cesado de tiritar.

– Cuando le apetezca -dijo él con voz profunda y tranquilizadora en la total oscuridad que los rodeaba-, terminaremos ese Snickers y beberemos el resto del agua. Creo que a los dos nos vendrían bien un par de aspirinas también.

– Ajá. -Fue la única palabra que pudo articular Bailey. Estaba tan cansada que le dolía todo el cuerpo. Sí, tenía hambre, pero si tomar alimento requería moverse, entonces podía pasar sin comer. Los trozos de gomaespuma eran tan mullidos para su cuerpo maltratado como cualquier cama en la que hubiera dormido, y había algo profundamente reconfortante en estar acostada tan cerca de él que podía sentir su aliento agitándole el pelo y su pecho moverse mientras respiraba. Su aroma y su calor la envolvían. Apoyando la cabeza dolorida sobre su hombro, se durmió.

Cam fue consciente del momento en que ella se quedó dormida; la tensión de sus músculos desapareció, su respiración se hizo más regular y profunda, y se quedó completamente relajada contra él. Él apoyó los labios en su frente fría un instante, después giró un poco la cabeza de modo que su mejilla quedara contra la de ella y pudiera compartir el poco calor que tenía. Si sobrevivían a la noche sería por la determinación tenaz de ella… y gracias a la enorme cantidad de ropa que había metido en su maleta.

La había contemplado tanto como le había sido posible, aunque el más mínimo giro hacía que su dolor de cabeza casi le cegara. Cuando estaba en su campo de visión la había visto tambalearse, luego gatear, y le enfurecía no poder ayudarla, tener que quedarse allí acostado como un inútil mientras ella se mataba tratando de ocuparse de los dos. Se había esforzado más allá del límite en el que la mayoría de la gente se habría sentado y dicho: «No puedo más», y al preocuparse por él había descuidado su propia salud.

Sospechaba que estaba deshidratada, porque si se había detenido para acudir a las llamadas de la naturaleza durante el día, él no se había dado cuenta, y desde que había recuperado la consciencia le había prestado mucha atención, pendiente de sus movimientos incluso cuando no la podía ver. Se había permitido tomar solamente unos sorbos de agua, pero al mismo tiempo se había exigido mucho físicamente durante todo el día.

Por otra parte, él había tratado de recuperar el volumen de líquido que había perdido. Había bebido regularmente, aunque no mucho de cada vez, de la botella de colutorio, a medida que se derretía la nieve que había dentro, rellenándola de nuevo con la nieve que podía alcanzar. Hubo un momento en que se había puesto de lado a pesar del dolor y había echado una meadita -tratando de apuntar lejos de la zona donde estaba recogiendo la nieve-, y Bailey había estado tan concentrada en terminar el trabajo que ni siquiera se había dado cuenta.

Estaba tan agotada que la había dejado dormir un rato antes de despertarla para comer y beber. Tenerla en brazos no era exactamente un sufrimiento. Incluso con todas las capas de ropa que había entre ellos podía sentir la firmeza de su cuerpo, la elasticidad de sus senos. Se mantenía en forma, un poco delgada para su gusto, pero su tono muscular indicaba que lo lograba con ejercicio y no matándose de hambre.

La buena masa muscular también la ayudaría a mantener algo la temperatura corporal esa noche, pero aun así tendría más dificultad en luchar contra el frío que él. Ésa era otra razón para dejarla dormir ahora, mientras pudiera. A medida que hiciera más frío, la temperatura corporal de ambos bajaría también, incluso con toda aquella ropa encima. Compartir su calor corporal podía ser suficiente para mantenerlos más o menos cómodos, pero sospechaba que en torno a la madrugada la temperatura estaría alrededor de los dieciocho grados bajo cero, con una sensación térmica por el viento de unos treinta bajo cero. Eso resultaría endemoniadamente frío para la tolerancia de cualquiera. El refugio podía protegerlos hasta cierto punto, aunque no era hermético. Pero no podía decírselo. Tendría que abrazarse a ella toda la noche.

Qué sufrimiento.

No estaba en condiciones de sacar ventaja de la intimidad forzosa. A decir verdad, no estaba en condiciones de sacar ventaja de nada. De momento era suficiente con que pasaran la noche uno en brazos del otro, literalmente. Aunque los rescataran a primera hora de la mañana, cosa que no creía posible, esa noche se establecería para siempre un vínculo entre ellos. Habrían dormido juntos, se habrían dado mutuamente calor para mantenerse vivos, habrían hablado durante las largas horas de oscuridad. No sería posible volver al frío trato anterior que ella mostraba hacia él. No creía que lo intentara, pero si se le ocurría hacerlo, no se lo permitiría.

Cam no iba detrás de muchas mujeres; en realidad, nunca había tenido que hacerlo. La mayoría de los pilotos no lo necesitaban, a menos que fueran de una fealdad extrema. Habiendo crecido en Texas, había jugado al fútbol americano en el instituto, y eso garantizaba la popularidad entre las chicas. Luego había ido directamente a la Academia de las Fuerzas Aéreas -bonitos uniformes y todo el machismo militar-, así que no había tenido problemas. Después había ido a la escuela de vuelo, había obtenido sus alas, empezando a ascender. Se había casado con la hija de un coronel, así que hacía caso omiso a cualquier atención femenina que se cruzaba en su camino. Más tarde, tras abandonar la vida militar y divorciarse, no había experimentado muchos cambios. Ahora era piloto y dueño de un negocio, y aunque no era un perro de caza como Bret, cuando quería sexo pocas veces le resultaba difícil encontrarlo.

Bailey, sin embargo, tenía todo el aspecto de ser difícil. No se había sentido acobardada por su erección, pero tampoco había mostrado el menor interés. Puesto que había estado casada tenía que suponer que no era lesbiana, así que o bien no sentía el más mínimo interés por él o eran esos malditos muros que había construido a su alrededor. De todas formas, él presentía que iba a ser un reto. Poco le faltó para sonreír con satisfacción depredadora.

Cuando calculó que habría dormido aproximadamente una hora, encendió la linterna para que pudiera ver quién era él y no se sobresaltara y después la sacudió delicadamente para despertarla.

– Bailey, es hora de comer. -Ella se espabiló un poco, sólo para caer de nuevo cuando él dejó de moverla. La sacudió con más fuerza-. Vamos, cariño, necesitas beber un poco de agua aunque no quieras comer.

Ella abrió los ojos, parpadeó lentamente y miró a su alrededor un momento como si no supiera dónde estaba. Después dirigió la mirada hacia él, y debajo del montículo de ropa que los cubría su mano libre se agarró a su cintura.

– ¿Justice?

– Cam. Ahora que estamos durmiendo juntos, creo que deberías llamarme por mi nombre.

Una pequeña sonrisa soñolienta apareció en su boca.

– No te pongas avasallador. Esas cosas llevan su tiempo.

– No lo haré. -Observó su rostro lo mejor que pudo con la poca luz. No había forma de asegurarlo, pero le pareció que todavía estaba pálida. Su mejilla derecha estaba algo inflamada y bajo su ojo un cardenal le oscurecía la piel. También se había llevado un golpe, pero había seguido en pie-. Tienes un ojo morado -dijo, sacando la mano de debajo de las mantas para tocar delicadamente su mejilla.

– ¿Y qué? Tú tienes los dos.

– No es la primera vez.

Ella bostezó.

– Estoy tan cansada… -dijo adormecida-. ¿Por qué me has despertado?

– Necesitas agua; estás deshidratada. Y necesitas comer algo, si puedes.

– Eres tú el que ha perdido mucha sangre. Necesitas el agua más que yo.

– He estado bebiendo algo todo el día, a medida que se derretía la nieve. Vamos, no discutas. Bebe. -Levantó la botella del colutorio del lugar donde la tenía junto a su cadera. La observó mientras tragaba un par de sorbos obedientemente, pero estaba tan agotada que podía ver que incluso eso le suponía un esfuerzo. La botella se tambaleó en su mano, amenazando con derramar el precioso líquido, y él la cogió apresuradamente y la volvió a tapar.

– Eso está bien -dijo para animarla-. ¿Y qué tal el resto de la barra de Snickers? ¿Quieres compartirla conmigo?

– Sólo quiero dormir -dijo ella de mal humor-. Me duele la cabeza.

– Ya lo sé, cariño. ¿Recuerdas esas aspirinas que íbamos a tomarnos? Necesitas tener algo en el estómago para que no te siente mal la aspirina. Muerde. -Puso la barra de chocolate en sus labios y ella dio un pequeño mordisco. La observó mientras masticaba y tragaba, antes de comer él algo de la chocolatina. Después la obligó a dar otro mordisco. Un último trozo para él y se acabó la chocolatina.

A continuación tenía que abrir el equipo de primeros auxilios, que ella había puesto en el refugio, y eso exigía alzarse sobre el codo. Todos los músculos de su cuerpo protestaron, pero su cabeza parecía negarse rotundamente a moverse. Hizo una breve pausa, luchando contra la náusea hasta que el dolor martilleante pasó de insoportable a simple sufrimiento.

Cuando pudo abrir los ojos, que estaban llenos de lágrimas a causa del dolor, vio que ella había cerrado los suyos de nuevo.

– Bailey, despierta. Aspirina.

Una vez más, ella hizo el esfuerzo de abrir los ojos. Cuidadosamente él rebuscó en el botiquín hasta que encontró las dos dosis de aspirina, selladas en sus cuadrados individuales de plástico. Usando los dientes, rasgó ambos envoltorios, tragó dos pastillas y le dio después las otras dos a Bailey. Cada uno tomó otro sorbo de agua, para hacer bajar las aspirinas, y después colocó la botella bajo la ropa para que el agua no se congelara durante la noche.

Apagó la luz. La oscuridad los rodeó de nuevo. La atrajo hacia él, dándole la vuelta para quedarse cara a cara, con las piernas enlazadas. Recordó la forma en que ella había cubierto antes sus cabezas, e hizo lo mismo, echándose una prenda encima. Habían dejado una abertura para que entrara el aire. Podía sentir el hueco helado tan claramente como si fuera hielo sólido, pero el aire que estaban respirando era ligeramente más cálido.

– Hasta mañana -murmuró ella arrastrando las palabras, mientras se acurrucaba más cerca, apretando la cara contra su hombro.

– Hasta mañana -dijo él, y besándole la frente le puso un brazo sobre la cadera y se dispuso a dormir lo máximo posible.

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