Bret se había quedado toda la noche en la oficina, apoyando de vez en cuando la cabeza en el escritorio para echar un sueñecito. Karen se había ido a casa a cambiarse de ropa y a coger algo de comida; volvió en vaqueros y camiseta y con comida china. También venía acompañada de su novio barbudo, tatuado, perforado y vestido de cuero, cuyo nombre era Larry.
Larry estaba allí, evidentemente, para cuidar de Karen, porque le llevaba café cuando ella quería, le hacía masajes en el cuello y en los hombros, la abrazaba cuando lloraba. Karen, que era habitualmente la más ruda entre los rudos, estaba destrozada ante la posibilidad de la muerte de Cam.
El pequeño aeropuerto cerraba habitualmente a medianoche, pero ante la noticia de que había desaparecido el avión de Cam algunas personas seguían allí. Parecía imposible marcharse a casa como si todo fuera normal, a hacer cosas rutinarias, sin averiguar con certeza lo que había pasado. El mecánico jefe, Dennis, se paseaba arriba y abajo con aspecto abatido, preguntándose si había pasado algo por alto durante el mantenimiento de rutina.
La situación se discutió a fondo mientras daban cuenta de la comida china. Todos estaban convencidos de que el accidente tenía que haberse debido a un fallo mecánico; había habido una borrasca que habría producido alguna turbulencia, pero no lo suficientemente grave para hacer caer al avión. Cam no cometía errores en el aire; no leía incorrectamente su altímetro ni olvidaba la altitud de una montaña. Tampoco hacía acrobacias. Era concienzudo y tranquilo. Así que o había pasado algo que lo había dejado inconsciente o había habido un fallo en el avión.
El accidente de un avión pequeño garantizaba una operación de búsqueda y rescate, pero no una investigación total por parte del NTSB, el Consejo de Seguridad de Transporte Nacional, como ocurriría con el accidente de un avión comercial. La búsqueda tampoco se emprendería fuera de Seattle, así que Bret no entendía qué estaba haciendo todo el mundo rondando por la terminal, a menos que, como a él, los nervios les impidieran dormir y, por tanto, prefirieran estar allí.
Conocía la rutina. El primer paso era encontrar el avión. Hasta que se localizara el lugar del accidente, nadie sabría a qué se enfrentaba. No se enviaban equipos de búsqueda a ciegas, porque la zona que había que cubrir era demasiado extensa. Pero esperar era angustioso, esperar a tener noticias, esperar a saber algo con certeza.
Hacia las nueve de la mañana, cuando todos estaban histéricos a causa del agotamiento, Karen recibió una llamada telefónica. Fuese quien fuese el que había llamado, provocó que sus músculos faciales se contrajeran antes de tragar saliva y recuperar el control.
– Es para ti -le dijo a Bret, con voz apagada-. Es el hermano de la señora Wingate.
Bret hizo una mueca de dolor y fue a su oficina a recibir la llamada.
– Bret Larsen al habla.
– Soy Logan Tillman, el hermano de Bailey Wingate. ¿Qué demonios está pasando? -rugió una voz en su oído-. Aquí no hemos conseguido averiguar nada, y cuando he llamado a casa de Bailey para ver si alguien tenía alguna noticia, me ha contestado su hijastra y se rió de mí, diciendo que mi hermana ha tenido lo que se merecía. ¿Qué ha querido decir con eso? ¿Sospechan ustedes que el avión fue manipulado, que esto pudo haber sido deliberado?
Las preguntas llegaban demasiado rápidas y furiosas para que Bret pudiera contestarlas.
– ¡Alto, alto! -dijo-. Nadie ha mencionado la posibilidad de que el avión pudiera haber sido manipulado. No sé lo que ha querido decir Tamzin, pero no creo que se refiriera a eso. -Con el rabillo del ojo, Bret vio a Karen de pie junto a la puerta de su oficina, sin tratar de ocultar que estaba escuchando. Tampoco Dennis, ni los otros dos que estaban en ese momento en la oficina, a la espera de alguna noticia.
– Ella se ha descubierto, lo ha dicho. -Logan Tillman estaba furioso; su voz resonaba a través de la línea telefónica-. Y ha añadido algo sobre que sólo los locos se oponen a su hermano.
Bret se pellizcó el puente de la nariz.
– Tamzin está…, bueno…, un poco mal de la azotea. Dice lo primero que se le viene a la cabeza, esté basado en algo real o no. En este momento no tenemos sospechas de juego sucio, sabotaje o cualquier otra cosa similar. Por cierto, ¿dónde está usted ahora?
– En Denver, donde se suponía que debíamos encontrarnos con Bailey.
– ¿Se ha registrado en un hotel?
– No, hemos estado aquí en el aeropuerto toda la noche, esperando… -La voz de Logan se quebró.
– Sí, nosotros también llevamos aquí toda la noche. Oiga, vaya a un hotel, descanse un poco. Agotarse no servirá de nada. Sí, ya lo sé, debería seguir mi propio consejo. Déme el número de su móvil y lo llamaré cuando tenga alguna noticia. Le daré el mío también. Llámeme a cualquier hora. -Soltó su número de teléfono y después garabateó el de Logan-. Mire, no pierda la esperanza. Cam, mi socio, ha superado muchas situaciones difíciles antes. Es el mejor.
Cuando colgó, apoyó la cabeza en las manos. Dios, estaba agotado. Si por lo menos pudiera hacer algo, cualquier cosa que lo mantuviera ocupado… Esperar era una mierda y, sin embargo, era lo único que podía hacer, lo único que todos ellos podían hacer.
– Es una posibilidad -dijo Karen desde la puerta.
Bret levantó la cabeza.
– ¿De qué hablas?
– De que el avión fuera manipulado. Sabes que Seth Wingate llamó anteayer para preguntar por el vuelo de la señora Wingate, y cuándo se iba. Nunca ha hecho eso antes. -Tenía la mandíbula apretada y los ojos le echaban chispas.
– Ten cuidado con lo que dices -le advirtió Bret-. No hay ni la más mínima prueba de que alguien haya manipulado el avión. Y si hubiera sido así, ¿crees que Tamzin se lo estaría contando a la gente?
– Como tú mismo has dicho, jefe, está algo mal de la azotea, ¿verdad? Podría estar bajo la influencia de cualquier sustancia, legal o ilegal, cuando lo dijo. Eso no significa que no sea verdad.
«Jefe». La palabra se quedó flotando en el aire como una espada ardiente. Ese era un título que ella había reservado para Cam, lo mejor para pinchar a Bret en sus continuos desafíos verbales. Bret apretó las manos y dio la vuelta para mirar ciegamente por la ventana.
Habían estado durmiendo y despertándose todo el día, saliendo del refugio cuando era necesario para conseguir más nieve que derretir u ocuparse de sus necesidades físicas. Parecía que cada vez que Bailey se despertaba Justice le hacía beber agua, aunque ella insistía en que él bebiera su parte también. Hubo un momento en que él también insistió en que intercambiaran los puestos en el refugio, que ella ocupara el lado que quedaba contra la pared, mientras que él se colocaría frente a la entrada. Ella no veía qué diferencia podría suponer, pero se arrastró hacia el interior para que él se colocara en el otro lado.
Se dio cuenta de la diferencia que suponía cuando él tuvo que salir a recoger más nieve.
– Yo debería estar haciendo eso -protestó ella cuando volvió-. Cambia de sitio conmigo otra vez.
– No -dijo él tranquilamente-. Estoy bien, sólo débil. Tú deberías quedarte quieta, dejar que tu cuerpo se acostumbre a la altura.
Ella quiso preguntar cuándo iban a rescatarlos, pero dudó, porque aún no habían oído los helicópteros cuyo sonido trataban de detectar. Las horas iban agotándose de nuevo y Bailey empezó a mentalizarse de que se enfrentaban a otra noche en la montaña. Sintió ganas de llorar, pero eso no habría servido para nada y no podía permitirse esa pérdida de líquido.
– Tú has sufrido una conmoción -le señaló a Justice-. Deberías permanecer quieto el máximo tiempo posible.
– No ando trotando por ahí, créeme. Y no tengo fiebre.
Bailey protestó un poco, porque tener fiebre aún le parecía una enorme injusticia, pero estaba verdaderamente cansada y al poco rato se durmió de nuevo.
Al final de la tarde Cam dijo:
– Necesito revisarte el brazo mientras todavía haya luz.
Ella lo miró de reojo, porque si se trataba de que hubiera luz diurna, eso significaba salir del refugio.
– ¿Quieres que me quite las camisas ahí fuera?
– Sí. Hay que cambiar el vendaje. Puedes sacar algo de esta ropa y abrigarte con ella para tener cubierto todo excepto el brazo.
Se arrastró al exterior con el botiquín. Bailey forcejeó para quitarse a medias sus tres camisas mientras aún estaba dentro del refugio tirando del brazo derecho por las mangas. Trató de mirar por encima del hombro su tríceps para ver si había estrías rojas, pero en la penumbra era imposible saberlo. Arropándose con otras prendas para no enseñarle los pechos, salió arrastrándose también.
No había dónde sentarse sin mojarse los pantalones, así que se quedó de pie dándole la espalda mientras él le descubría el brazo y le quitaba el vendaje.
– No tiene peor aspecto -dijo él, para alivio de ella-. Todavía está rojo alrededor del pinchazo, pero el enrojecimiento no se ha extendido. -Puso más pomada en la herida y le colocó otra venda. Ella volvió a meter el brazo en la manga de la camisa y se abrochó.
– Ya que estamos aquí fuera debería revisar tu herida -dijo ella.
Él se tocó el grueso vendaje que le cubría la cabeza.
– ¿Hay suficientes vendas para rehacer esto?
Sí las había, pero para una sola vez. ¿Y si no los rescataban al día siguiente? Esa idea le produjo un escalofrío, o quizá fuera la fiebre. En cualquier caso, pensar en pasar una tercera noche en la montaña le resultó aterrador.
No obstante, necesitaba cambiar el vendaje.
– No necesitaré tanta cantidad esta vez -dijo finalmente-. Colocaré una gasa sobre la herida y enrollaré la venda en torno a tu cabeza para estar seguros de que no entre suciedad en los puntos.
Continuaba el problema de que no había dónde sentarse, y él era bastante más alto que ella, lo que dificultaba la operación de desenrollar la venda. Finalmente extendió una de las bolsas de basura y se arrodilló, mientras ella se quedaba de pie.
– ¿Así está mejor?
– Mucho mejor. -Quitó cuidadosamente el resto del vendaje, confiando en que la pomada antibiótica que había puesto sobre los puntos hubiera evitado que la gasa se pegara. Así había sido, en su mayor parte, aunque en alguna zona tuvo que tirar de la gasa para soltarla, pero nada grave. Él ni gritó ni soltó ninguna maldición, algo que ella agradeció.
La sutura tenía casi tan mal aspecto como la herida, pensó mientras se mordía el labio. La sangre seca formaba costras alrededor de los agujeros donde estaban los puntos y en una delgada línea a lo largo del corte, haciéndole preguntarse si había juntado los bordes lo suficiente. Entonces se dio cuenta de que la hinchazón había bajado algo, lo que significaba que los puntos no estaban tan apretados como deberían.
– Va a quedar una cicatriz horrible -advirtió ella-. Puede que necesites cirugía plástica.
La mirada que le lanzó él era ligeramente incrédula.
– ¿Por una cicatriz?
– No soy médico, ¿recuerdas? Éste no es exactamente el trabajo de un profesional. -Se sentía avergonzada, como si hubiera fallado en una prueba, aunque no sabía qué otra cosa podía haber hecho. ¿Dejar la herida abierta hasta que la hinchazón hubiera bajado? No parecía una alternativa viable. No sólo habría habido más probabilidades de infección, sino que posiblemente habría quedado una cicatriz mayor dejándola sin coser.
– ¿Te molesta la cicatriz? -preguntó él.
– Oye, no está en mi cabeza. Si no te molesta a ti, entonces no te preocupes por eso.
Él sonrió ampliamente mientras ella le limpiaba la sangre seca con alcohol.
– No eres un dechado de compasión, ¿eh?
– No soy un dechado de nada. Lo siento.
– Lo que quiero decir es si te molesta mirarla.
– No la miraré, porque voy a taparla con una venda. Pero, en general, las cicatrices no me molestan, si es eso lo que preguntas. -Agarró el tubo de pomada y extendió un poco sobre los puntos, de un extremo al otro. Para cubrir la herida necesitó dos gasas estériles; utilizó tiras de esparadrapo para mantenerlas en su lugar, después volvió a enrollar la venda en torno a su cabeza-. Ahí lo tienes. No estás como nuevo, pero estás mejor que ayer.
– Gracias a ti -dijo él según se incorporaba.
Ella extendió el brazo para ayudarle, sosteniéndolo hasta que estuvo segura de su estabilidad. Él la rodeó con su fuerte brazo, le levantó la barbilla y la besó.