Cuando Bailey salió del refugio, no vio a Cam. Se había limpiado tanto como había podido, y se notaba un poco temblorosa, pero inmensamente mejor. Todavía tenía dolor de cabeza, pero no era tan fuerte como lo había sido los dos últimos días. Con la fiebre superada finalmente, los únicos sitios que le dolían eran donde estaba magullada. El mareo y las náuseas no habían desaparecido por completo, y se sentía débil por la fiebre y la falta de comida. Sin embargo, en general, podía decir que su estado físico había mejorado notablemente.
– ¿Cam? -llamó. No hubo respuesta. Un escalofrío de preocupación recorrió su espalda. Estaba demasiado débil para andar solo. ¿Y si se había caído? Asustada, siguió sus huellas hasta el avión, después vio por donde había pasado dando la vuelta al aparato. No lo veía por ningún lado.
– ¡Cam! -gritó de nuevo, esta vez más alto-. ¡Cam!
– Estoy aquí arriba.
Su voz venía de la parte alta de la pendiente. Dio la vuelta y lo vislumbró entre los árboles, abriéndose camino hacia abajo.
– ¿Qué estás haciendo ahí arriba?
– Buscando el ala.
¿Qué importaba el ala? No podía volver a sujetarla al avión para sacarlos de allí volando. A lo mejor se trataba de una manía de piloto, que quería saber adónde habían ido a parar todas las piezas de su avión. Lo que a ella le preocupaba era que se había alejado mucho del campamento, solo, con lo débil que estaba… y con aquellos zapatos. Tendría las piernas mojadas hasta las rodillas y los pies helados.
Molesta, empezó a subir por la empinada pendiente para encontrarse con él, en parte para ayudarlo si lo necesitaba, pero también para echarle una bronca por haber sido tan descuidado. Su mal humor crecía a cada paso que daba, porque le resultaba muy dificultoso caminar; tenía que agarrarse a los árboles y arrastrarse prácticamente sobre las piedras, y en una ocasión pisó un hoyo y se le hundió una pierna en la nieve hasta el muslo. Aulló por la impresión mientras exclamaba:
– ¡Maldita sea!
– ¿Qué ha pasado? -preguntó Cam con rudeza. Estaba abriéndose paso entre las rocas, y en ese momento estaba fuera de su campo de visión.
– He metido el pie en un agujero -respondió ella, frunciendo el ceño en dirección a él, aunque no podía ver su expresión. Salió del hoyo y se sacudió la nieve de los pantalones. Le había entrado algo en la bota; pudo sentir el frío intenso extendiéndose por su pierna. Se quitó el calcetín de la mano derecha y empezó a escarbar por el borde de la bota, quitando la nieve que quedaba para no mojarse más.
Cam dio unos pasos rodeando la roca, utilizando los árboles para agarrarse, como ella.
– ¿Te has torcido el tobillo?
– No, sólo se me ha colado nieve en la bota -dijo ella, contrariada. Se enderezó y se puso otra vez el calcetín en la mano, mientras le echaba una ojeada. Lo que vio hizo que se pusiera rígida, como preparándose para un golpe.
Había visto su cara fría e inexpresiva, había visto la forma en que se le curvaba la boca cuando algo le divertía, lo había visto sonreír abiertamente, había visto la chispa pícara de sus ojos cuando hacía un comentario sarcástico. Sin embargo, la expresión que contemplaba ahora mostraba a otra persona completamente diferente. Su boca era una línea sombría, los ojos entrecerrados e iluminados con una furia fría que le hizo sentir un escalofrío en la espalda. Tenía el rostro blanco de ira, lo que hacía que sus ojos fueran más incisivos y echaran chispas. Estaba contemplando a alguien con una expresión asesina en el rostro.
– ¿Cuál es el problema? ¿Qué ha sucedido? -Se quedó allí, inmóvil, abriendo los ojos cada vez más a medida que lo veía acercarse.
Al llegar hasta ella, la agarró por el codo, dándole la vuelta y arrastrándola con él.
– Alguien ha tratado de matarnos -dijo secamente-. Más bien, creo que alguien ha tratado de matarte a ti. Yo era un daño colateral.
Bailey dio un traspiés, muda por la impresión durante un instante.
– ¿Qué? -preguntó con incredulidad y en un tono que ahora era un aullido. Su corazón latía acelerado.
La fuerte mano de él la sujetó mientras recuperaba el equilibrio, con los dedos apretados en su codo.
– Han saboteado el depósito del combustible para que marcara más del que tenía realmente.
Los pensamientos de ella se dividieron en dos direcciones. Parte de su mente se concentró en el depósito de combustible tratando de entender cómo, mientras el resto de su cerebro estaba preocupado por aquella simple afirmación que había hecho él de que alguien había tratado de matarla.
– ¿A mí? ¿Cómo? ¿Por qué…? -Apretó los labios ante el balbuceo incoherente y tomó una profunda bocanada de aire-. Empieza otra vez. ¿Qué te hace pensar que sabotearon el depósito de combustible y por qué crees que yo era el objetivo?
– Cuando se desprendió el ala, se rompió el tanque de combustible. -Hizo una pausa-. Sabías que los tanques de combustible están en las alas, ¿verdad?
– Nunca he pensado en ello -dijo sinceramente-. No me importa dónde estén, siempre que sirvan para llevar combustible. -Llegaron al refugio y se detuvieron casi sin aliento por el esfuerzo.
Cam le hizo girar la cara hacia él y le sujetó los dos codos. Su boca sombría se curvó en una breve sonrisa fría, mientras la miraba.
– Había una bolsa de plástico transparente en el depósito. Tecnología muy casera. Llenas la bolsa de aire, la cierras, y ocupa volumen en el tanque. Así haces que el indicador marque que el tanque está lleno cuando en realidad la mayor parte del espacio lo ocupa la bolsa. Y como es transparente, no se puede ver cuando hay combustible en el depósito.
– Pero…, pero ¿por qué? -Su tono estaba lleno de una angustia contenida. Toda aquella experiencia había sido una pesadilla, pero se había sobrepuesto. Había soportado el terror de estrellarse; había asumido ser la única responsable de su supervivencia el primer día. Había aguantado el frío gélido, el viento implacable, la falta de comida, la enfermedad y la fiebre, incluso la suciedad; no sabía si podría sobreponerse a la idea de que alguien había tratado de matarlos deliberadamente-. ¿Por qué crees que yo soy la que…? -Las palabras se atascaron en su garganta.
– Porque Seth Wingate llamó a J &L el día antes de irnos preguntando por tu vuelo -dijo él sin rodeos-. Nunca lo había hecho antes.
Aquellas palabras la golpearon como una bofetada.
– Seth… -A pesar de toda la hostilidad que había entre los dos, nunca pensó que le haría daño físico. Nunca le había tenido miedo, aunque sabía que tenía muy mal carácter. Incluso entendía la hostilidad de él y de Tamzin contra ella, porque estaba segura de que si ella misma se hubiera encontrado en su lugar se habría sentido igual. Eso no quería decir que le gustara, ni que le gustaran ellos, pero los entendía. Saber que alguien la odiaba lo suficiente como para tratar de matarla le revolvía el estómago. No era un ángel, pero tampoco era una escoria de la sociedad que mereciera que la mataran-. No -dijo ella paralizada, negando con la cabeza. No era que no le creyera, es que aquella situación era más de lo que podía asumir-. Oh, no… -En su recuerdo oyó el eco de la voz de Seth gritándole: «Zorra, te mataré», la última vez que había hablado con él, cuando había permitido que la provocara, amenazándolo con una posible reducción del pago de su fideicomiso. Jamás había respondido a sus burlas y acusaciones, siempre actuaba como si no hubiera dicho nada. Si aquello había sido la gota que desbordó el vaso…, todo era culpa suya.
Trató de encontrar cualquier inconsistencia en la teoría de Cam, cualquier resquicio en su lógica.
– Pero…, pero tienes más de un avión… ¿Cómo podía saber cuál ibas a utilizar?
– Si tienes una ligera idea de aviones, se puede deducir cuál usaríamos para tu vuelo a Denver. El Lear no, es el más grande y lo utilizamos para cruzar el país. El Skyhawk no alcanza la altura necesaria para atravesar las montañas, así que tenía que ser el Skylane o el Mirage. Yo habría usado el Mirage, pero estaban reparándolo…, y ahora eso me hace preguntarme si no fue dañado deliberadamente para forzarnos a usar el Skylane.
– Pero ¿por qué? ¿Qué diferencia habría?
– Quizá está más familiarizado con los Cessnas. Sé que le preguntó a Bret dónde daban clases de vuelo, y Bret le recomendó un instructor. Volar no es lo mismo que sabotear, pero confirma que estaba interesado. Y, demonios, no es difícil conseguir información. No sé cómo lo ha hecho, si él mismo averió el Mirage o habló con Dennis y averiguó que el Mirage estaba en reparación. La única forma de enterarse con seguridad es preguntándole a Dennis… o yendo directamente a la policía y dejando que ellos hagan las pesquisas, que es lo que prefiero.
– Cuando nos rescaten… -empezó ella, pero él negó con la cabeza interrumpiéndola.
– Bailey…, nadie va a venir a buscarnos. Nadie sabe dónde estamos.
– El ELT. Dijiste que el ELT…
– Está inactivo. La batería está descargada. Quizá también fue manipulado el ELT. En cualquier caso, no funciona. Tampoco estoy seguro de que mi radio funcionara cuando transmití la posición. Sé que estaba operativa al principio, pero pensándolo bien, no recuerdo exactamente cuándo fue la última vez que oí un informe por radio.
– Pero ¿cómo puede programarse eso? -preguntó ella con vehemencia-. ¿Cómo consigues que una radio se detenga en un momento dado? ¿Cómo alguien puede saber dónde estaríamos cuando se nos acabara el combustible?
– Nuestra posición sería una sencilla cuestión matemática. Un informe del tiempo indicaría los vientos. Yo estaría volando con un nivel de combustible normal, el Skylane tiene una autonomía conocida. Nuestra posición exacta no podría ser determinada, pero alguien listo podría calcular el tamaño de la bolsa de plástico para desplazar una cierta cantidad de litros de combustible, y asegurarse de que tuviéramos suficiente para llegar a las montañas. -Levantó la cabeza y miró a su alrededor, al paisaje silencioso, majestuoso, increíblemente escarpado-. Yo diría que llegar a las montañas era fundamental para el plan…, un lugar remoto donde probablemente no se encontrarían los restos del avión. El cañón del Infierno es bastante remoto. Los caminos para senderistas y montañeros ni siquiera se abren hasta dentro de un mes, así que no hay nadie en estas montañas que pudiera haber visto caer el avión y alertar a alguien, indicando dónde buscar.
– ¿Cómo sabes que yo soy el objetivo? -preguntó apesadumbrada, porque por dentro la había invadido un frío glacial-. ¿Cómo sabes que no eres tú?
– Porque era Bret el encargado del vuelo -señaló él-. Quería pilotar pero estaba enfermo. Karen me llamó a casa en el último minuto para que lo sustituyera, porque era demasiado testarudo para admitir que no debía volar. Enfréntate a los hechos, Bailey -remató con un ligero tono de impaciencia.
– Entonces tú… -Su garganta se cerró, sintió náuseas. Tragó saliva, tratando de controlar la voz-. Así que tú eres el…
– Yo soy el infeliz hijo de puta que tenía que morir contigo, sí.
Ella retrocedió ante esas palabras, las lágrimas le quemaban los ojos. No iba a llorar, no iba a hacerlo.
– Demonios -dijo él con aspereza, tomándole la barbilla con la mano fría y levantándola-. Quería decir que él me consideraría así, no que yo lo piense.
Bailey logró esbozar una tensa sonrisa que no duró mucho, aunque el sentimiento herido se había congelado en ella como una bola gigante. Lo encajó como hacía siempre, rechazándolo.
– Tienes que verlo así, al menos yo lo haría: tuviste la mala suerte de reemplazar a un amigo y casi mueres por ello.
– Hay otro punto de vista.
– ¿Ah, sí? No lo creo.
No estaba en absoluto preparada para el cambio que se produjo en su expresión, la ira fría y tensa de los últimos minutos se metamorfoseó en algo que le pareció casi más alarmante. Su mirada se hizo más intensa, la curva de su boca se convirtió en la de un depredador que acorrala a su presa. Corrigió la forma de agarrarle la barbilla de modo que el pulgar se apoyó en su labio inferior, abriéndolo un poco.
– Si no hubiera estado a punto de morir -dijo arrastrando las palabras-, puede que nunca hubiera descubierto que esa actitud de bruja fría que pretendes mostrar es sólo una actuación. Pero ahora estás desenmascarada, cariño, y no hay forma de retroceder.