Capítulo 12

Bailey dio un paso atrás para inspeccionar el resultado de su trabajo; y no porque estuviera entusiasmada por su belleza. El «refugio» -esperaba que fuera lo suficientemente resistente para denominarlo así- era una colección tan variopinta de cosas sin orden ni concierto y de forma tan extraña, que hasta un país del Tercer Mundo lo hubiera rechazado. Le temblaban las rodillas; después de aquel enorme esfuerzo estaba al borde del desmayo.

Sentía latir sus sienes y tenía tanta sed que la boca parecía de algodón. Derretir nieve en la boca sólo le proporcionaba un breve alivio, y además le hacía sentir más frío aún. También tenía hambre. Le dolía todo el cuerpo, y cada movimiento provocaba una protesta de sus músculos. Estaba tan mareada que, al final, se había visto obligada a andar a gatas, lo que significaba que los pantalones de su chándal se habían mojado con la nieve y ahora le restaban aún más calor de su cuerpo.

Pero al menos había terminado, y ella y Justice tenían un lugar donde dormir que, si no se les venía abajo, les proporcionaría algo de protección contra el frío nocturno. Y eso no había sido fácil.

Pertrechada únicamente con la navaja de Justice para cortar, había tenido que usar todos los troncos y ramas rotos que pudo encontrar. El avión había destrozado muchas ramas, pero no todas habían sido cortadas de cuajo. Algunas las había podido arrancar, pero no pudo permitirse el lujo de gastar demasiada energía o tiempo en ninguna de ellas. Recoger un par de ramas rotas del suelo, aunque no fueran tan fuertes como una que aún estaba colgando, era mucho más fácil que intentar cortarlas con una navaja.

Tras elegir un espacio alargado entre unos cuantos árboles que se apretujaban hacia el lateral cóncavo de una roca, bastante recomendable sobre todo porque era plano y no había raíces que sobresalieran del suelo, había retirado tanta nieve como le había sido posible y cubierto el espacio limpio con un entramado formado con las ramas más flexibles. Los árboles parecían todos abetos de hoja perenne, así que las ramas con sus agujas formarían una buena capa acolchada entre sus cuerpos y el suelo.

Probablemente lo había empezado al revés, pero en aquel momento creyó que era mejor empezar por la cama y después construir el refugio a su alrededor para poder visualizar mejor el tamaño que debería tener. Como él había dicho, cuanto más pequeño, mejor. Como estaba concentrada en hacer el refugio lo suficientemente largo para que él pudiera estirar las piernas, se puso de pie junto a Justice y midió su estatura cuidadosamente poniendo un pie delante del otro. Era un poco más largo que siete de sus pies desde el talón hasta el dedo.

Él no dejó de mirarla durante todo el proceso, con el ceño ligeramente fruncido.

– ¿Está haciendo alguna especie de prueba de alcoholemia?

– Estoy midiéndolo. Tiene aproximadamente un par de centímetros más de siete pies; de mis pies reales, no de los pies de treinta centímetros. No quiero hacer un refugio demasiado corto para usted.

Trató de hacer la cama unos centímetros más larga que esa medida, o habría que decir más bien que intentó hacer un lado más largo, porque el espacio libre estaba ligeramente torcido a causa de la colocación de los árboles. Imaginó que ella ocuparía el lado más corto.

Sobre el entramado de ramas y agujas puso el almohadillado de gomaespuma que había quitado de los asientos del avión e imaginó que estaría más mullido que los sacos de dormir. Dadas sus preferencias, sin embargo, había cogido el saco, al menos así tendría más calor. Permanecer caliente durante la noche sin una hoguera sería un verdadero desafío.

Cuando tuvo el almohadillado en su sitio, empezó a trabajar con las ramas más largas. Obviamente necesitaba una especie de armazón, por lo que precisaría el rollo de cinta para sujetar las ramas, pero se sintió un poco reacia a usarlo. El rollo era pequeño y se acabaría pronto. Si usaba tiras de ropa para atar el armazón y no daba resultado, al menos podría volver a utilizarlas, mientras que la cinta, una vez usada, ya no servía para nada.

La chaqueta de seda estropeada era perfecta para hacerla jirones.

Al principio, trató de hacer un armazón en forma de V invertida, pero aquello resultó estar más allá de su capacidad constructora, lo cual no era sorprendente. Cuando la rudimentaria estructura se desplomó por tercera vez, decidió dejar de perder el tiempo en aquel empeño.

Volvió al lugar donde se encontraba Justice acostado bajo el montículo de ropa y se agachó junto a él.

– ¿Recuerda cuando dije que era un desastre como constructora? -preguntó.

Él entreabrió los ojos.

– ¿Es ésa su forma de decirme que vamos a dormir a la intemperie esta noche?

– ¡No, es mi forma de pedirle ayuda! Déme algunas instrucciones, sugerencias, algo. Si tiene alguna experiencia en esto, ya sabe más que yo.

– Creía que había ido a hacer rafting antes.

– Sí, pero me gustaría señalar que no se hace rafting en la cumbre de una montaña nevada.

– ¿No ha montado nunca una tienda de campaña?

Ella soltó un sonido burlón.

– Era estudiante. Por supuesto que no. Dormíamos en sacos de dormir en torno a una hoguera.

– Bien. -Pensó durante un momento-. ¿Qué tipo estaba tratando de construir, con armazón en «A» o de apoyar?

– Un armazón en «A». No puedo lograr que se tenga en pie.

– Haga primero la base. Trace los lados más prolongados con dos ramas largas paralelas, después ponga encima las ramas cruzadas para apuntalar, una a cada lado, y asegure las cuatro esquinas.

Eso parecía bastante fácil. Volvió al lugar del refugio. Escogió entre la variedad de troncos, palos y ramas los dos más adecuados para la longitud de lo que iba a ser la cama, y después colocó uno a cada lado. Luego puso en su sitio dos ramas más cortas, una a cada extremo, y utilizó las tiras de seda para atar cada una de ellas a las dos más largas. Cuando terminó, sacudió el armazón para comprobar su consistencia, apretó más fuerte los nudos y volvió a sacudirlo. Parecía suficientemente bueno.

– ¿Y ahora qué? -preguntó en voz alta.

– Ahora necesita establecer la altura. Consiga cuatro ramas que sean más que la altura que quiera darle al refugio.

Eso era fácil, pero las cuatro ramas tenían todavía un montón de ramitas y agujas. Utilizando la navaja, quitó lo que pudo.

– Ya las tengo.

– Coja dos y haga una X desigual con ellas. El punto donde se crucen debe marcar la altura del refugio. Debe atar el segundo par, donde se cruzan, a la misma altura que el primer par. Después consiga dos trozos más cortos y póngalos debajo del punto de cruce de las X, como tirantes.

Hummm. Ya se imaginaba adónde quería llegar él con eso. Se puso a trabajar con sus tiras de seda y cuando hubo terminado tenía algo parecido a dos letras A con cuernos que sobresalían por arriba.

– Ahora las ato a la base, ¿verdad?

– Primero consiga otra rama larga y póngala en el empalme de las dos X, y átela en los dos extremos de forma que el marco superior sea tan largo como la base. Después fíjelo todo a la base.

A pesar de las instrucciones, el armazón del refugio se inclinaba un poco a la izquierda y se combaba en la parte de atrás, pero cuando buscó el sol vio que se había ocultado tras las montañas y tenía muy poco tiempo para mejorar su obra. En lugar de eso, ató otros trozos de rama como tirantes en los lugares donde parecían ser más necesarios, que era prácticamente en todas partes. Cuando lo consideró suficientemente resistente para tenerse en pie, al menos durante una noche, empezó a trabajar en recubrirlo.

Supuso que las bolsas grandes de basura sujetas en la parte superior no podían considerarse propiamente un tejado, pero eran lo más parecido a una lona que tenía. Aseguró con cinta las bolsas a la estructura de madera, después echó la red de carga encima para fijarlas en el caso de que se levantara viento, y para añadir peso y aislamiento entrecruzó las ramas flexibles con las agujas entre la red.

Las bolsas de basura no cubrían completamente los lados de la estructura en A, pero no disponía de suficientes para completar la tarea. Añadió más ramas para cubrir los huecos, y después tapó todos los espacios libres con montones de agujas. Con la mirada puesta en la luz que iba declinando lentamente se percató de que la temperatura descendía, y olvidó moverse con lentitud. La sensación de urgencia la llevó a ir cada vez más rápido, hasta que empezó a respirar jadeando.

Cuando se puso de pie para alcanzar otra rama con la que cubrir un pequeño hueco que acababa de descubrir, se le nubló la vista. Se tambaleó, se estiró llena de pánico para agarrar algo, cualquier cosa, pero su mano se agitó inútilmente en el aire mientras se iba de cabeza contra uno de los árboles.

Cuando recuperó la visión, estaba de rodillas en la nieve, sujeta con un brazo a un delgado árbol, y el corazón le martilleaba de pánico. No queriendo arriesgarse a caer, permaneció de rodillas, apretando los dientes mientras cubría torpemente el pequeño hueco. La náusea, aceitosa y amarga, le subió a la garganta e hizo esfuerzos por tragar.

Todavía tenía que cerrar los extremos, y la única forma de hacerlo era gateando. Después de poner rectas las ramas para cubrir la parte de atrás, amontonó nieve contra ellas; estaba segura de que la nieve no se iba a derretir, y formaba una barrera efectiva contra el viento arremolinado. La parte frontal sólo podía cerrarse parcialmente, porque ellos tenían que entrar de alguna manera; colocó más ramas, empezando en los extremos y trabajando hacia dentro, dejando apenas el espacio suficiente para que Justice se arrastrara a través de él. Para cubrir la entrada, sujetó torpemente el trozo más grande de cuero en la estructura, dejando que el faldón colgara hacia abajo; no tapaba completamente la entrada, pero tampoco era necesario. El hueco que quedaba podía llenarlo empujando contra él una de las bolsas de basura que contenía su ropa.

El mayor problema al que se enfrentaba ahora era ponerse de pie, mantenerse derecha y meter de alguna manera a Justice en el refugio; no podía arrastrarlo, porque ella también se estaba arrastrando. Se levantó cuidadosamente, agarrándose a uno de los árboles para ayudarse. Sus rodillas parecían flaquear y su cabeza latía de un modo despiadado, tanto que casi se desmaya de nuevo. Cuando pasó la amenaza, miró con cansancio la estructura destartalada y torcida. Serviría porque tenía que servir; no tenían más opciones.


* * *

Temblando y tambaleándose, se dirigió pendiente abajo hacia donde se encontraba acostado Justice. Se trataba de una distancia corta, no más de diez metros, sólo lo suficiente para quedar fuera del camino del avión si éste empezaba a deslizarse. Aun así, a juzgar por el esfuerzo que tuvo que hacer para recorrer esa distancia, le pareció un kilómetro.

– Está listo -jadeó, bamboleándose hasta caer de rodillas junto a él. Tenía las manos entumecidas y torpes por el frío, las montañas estaban girando lentamente en torno a ella y estaba luchando por alejar la náusea de nuevo-. Sin embargo, no sé cómo va a llegar allí, a menos que pueda gatear.

Él abrió los ojos, pálidos en medio de los oscuros cardenales que se le habían formado ya.

– Creo que puedo ponerme de pie. Si no puedo, gatearé. -Se dio cuenta de la palidez de su piel, de la forma en que estaba tiritando y temblando, de lo empapado que tenía el chándal de rodilla para abajo, y frunció el entrecejo-. ¿Qué demonios le ha pasado? -preguntó con dureza-. No importa; ya lo sé. Se ha estado matando para hacernos un refugio. Maldita sea, Bailey…

Ella se sintió ridículamente herida, como si lo que él pensaba le importara, y aquel sentimiento hizo que se enfadara. Su tono fue también duro.

– ¿Sabe? No tiene por qué dormir en él. Puede congelarse el culo aquí fuera, si quiere.

Un brazo desnudo y musculoso salió disparado de debajo de la ropa, una fuerte mano le agarró el antebrazo y lo siguiente que supo fue que estaba acostada sobre la manta térmica. La enfurecía que, a pesar de que él estaba débil y herido, ella, agotada tras el tremendo esfuerzo que había hecho, ofrecía la misma resistencia que una muñeca de trapo.

Sus ojos grises se habían vuelto helados.

– Vamos a dormir juntos, ya sea en el refugio o aquí fuera. Sin embargo, primero -dijo sombríamente- se va a meter debajo de esta ropa conmigo y a acostarse un rato, antes de que se desmaye. -A medida que hablaba, se iba girando lenta y trabajosamente hacia su lado izquierdo para ponerse de cara a ella.

Acostarse les sentó estupendamente a su cuerpo dolorido y a su cabeza que daba vueltas; la idea de entrar en calor era un sueño tan delicioso que casi se echa a llorar. La ira y el sentimiento herido le hacían desear apartarse y salir airadamente para meterse en el refugio en gloriosa soledad, pero la realidad era que no se sentía capaz de ir a ningún lado. Al no poder ofrecer resistencia física, recurrió a las palabras:

– Gilipollas ingrato. Siempre creí que era un burro, y ahora estoy segura de ello. Tenga por seguro que no le daré ni una onza más de mi chocolate.

– Sí, sí-dijo él, acercándola más, luchando con las pesadas capas de ropa para poder ponerlas sobre ella. Una vez que lo logró, la aproximó aún más, hasta que estuvo refugiada en sus brazos, contra su cuerpo medio desnudo.

Le pareció que la invadía una sensación de inmenso calor. Pero, para ser realista, sabía que no era así, que, en el mejor de los casos, él estaba sólo moderadamente tibio, pero, en comparación, ella estaba tan fría que Justice parecía estar ardiendo. Su cara helada se apretó contra la cálida curva de su cuello y su hombro, el brazo de él le rodeó la espalda abrazándola con fuerza, y la sensación de calor sobre sus manos heladas y temblorosas fue al mismo tiempo tan dolorosa y maravillosa que poco le faltó para ponerse a llorar. Empujó sus manos contra los costados desnudos de él en busca de más calor. Él se estremeció y soltó una palabrota, pero no las apartó.

Bailey continuó soltando improperios, murmurándolos contra su cálida garganta.

– Cuando se duerma le voy a quitar todos esos puntos de la cabeza. Ya lo verá. Y me voy a llevar la ropa también, puede calentarse con la suya, con las tres prendas que tiene. Y quiero que me devuelva la botella de colutorio.

– Shhh -murmuró él. Movía la mano en lentas caricias sobre su columna, arriba y abajo, arriba y abajo-. Descanse ahora. Puede continuar enviándome al infierno cuando se sienta mejor.

– Le enviaré al infierno cuando me dé la gana y no cuando a usted le venga bien. ¿Se está riendo? -preguntó furiosa, levantando la cabeza para ver si estaba en lo cierto, porque habría jurado que había oído una nota delatora en su voz.

Si lo había hecho, se las arregló para borrar la evidencia antes de que ella pudiera verla.

– ¿Quién, yo? Jamás. Vamos, baje la cabeza -dijo, moviendo la mano hacia la parte de atrás de su cabeza, para aplicar una pequeña presión-. Acerqúese más.

¿Más cerca? La única forma de acercarse más a él era quitándose también la ropa. Se rindió a la insistencia de su mano, apretando una vez más la cara contra la calidez de su piel.

– Deje de reírse de mí. Odio eso y no funcionará.

– Nunca pensé que lo hiciera.

Maldito sea, seguía riéndose. Pensó en pellizcarlo, pero eso requeriría un enorme esfuerzo y estaba empezando a relajarse por completo. No deseaba otra cosa que estar allí acostada ante la perspectiva que se les presentaba, con la dolorida cabeza sobre la cálida almohada de su hombro.

No se atrevía a quedarse dormida. La oscuridad estaba acercándose a toda velocidad, y aún le quedaba mucho que hacer.

– Tengo que levantarme. Está oscureciendo…

– Nos queda casi una hora de luz diurna. Podemos permitirnos cinco minutos para que descanse y entre un poco en calor. He estado añadiendo nieve a la botella según se derretía, así que tenemos como medio litro de agua si necesita beber.

Vaya. No lo había visto moverse, pero había estado concentrada, así que eso no era sorprendente. Sacó la botella de debajo de las mantas. Pudo ver algunas minúsculas manchas oscuras de suciedad flotando en la nieve derretida, pero, francamente, le importaba un bledo. Tenía tanta sed que habría podido beber toda el agua, pero sólo se permitió tres sorbos, moviendo el maravilloso líquido en la boca hasta que se calentó antes de tragarlo.

– Está buena -dijo en un suspiro, volviendo a poner la tapa a la botella. Cam la devolvió a su sitio bajo la ropa, y de nuevo la atrajo hacia él.

Acurrucada fuertemente entre sus brazos, rodeada por su calor, Bailey dejó salir toda la tensión de sus músculos. Qué demonios; a pesar de que la había hecho enfadar, la dura realidad era que estaban juntos en esto. Enfrentados al frío brutal de una noche a gran altitud, podían sobrevivir juntos o morir separados. Era sólo una noche; al día siguiente serían rescatados. Se reuniría con Logan y Peaches, que en aquel momento estarían locos de preocupación, y quizá aún pudieran sumarse a la partida de rafting más abajo, en la ruta planeada. Medio dormida pensó que ahora el rafting en agua dulce le parecía algo suave después de haber sobrevivido a un accidente de avión. Había aventura; nada como una situación de vida o muerte para producir adrenalina.

Gradualmente, se percató de otra dura realidad.

Justice estaba medio muerto por la pérdida de sangre, tenía la cabeza abierta, e indudablemente tenía una conmoción. Había estado cerca de morir de hipotermia y sólo Dios sabía qué otras heridas tenía. Había pasado por todo eso… y el muy maldito tenía una erección.

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