La comisaría de policía era muy pequeña. A Jordan le recordó el escenario de una vieja película del Oeste. Había dos mesas con una barandilla alta de madera entre ellas y una puerta de vaivén que daba al sanctasanctórum, con una diminuta oficina para el jefe en el fondo de la sala. Una puerta situada a la izquierda daba a un pasillo que conducía a un cuarto de baño y a una única celda.
Sólo había una persona en la comisaría, una mujer joven que lloraba sentada delante de un ordenador. Cuando la jefa y Jordan entraron, se secó las lágrimas con el puño de la blusa y agachó la cabeza. Jordan oyó cómo la jefa maldecía entre dientes.
– ¿Todavía tienes problemas, Carrie?
– Ya sabe que no lo soporto.
– Claro que lo sé -afirmó la jefa-. No has hecho más que quejarte desde que aceptaste este empleo.
– Yo no lo acepté -murmuró Carrie-. Me lo impusieron. Y tampoco me he quejado tanto.
– No discutas conmigo delante de una sospechosa.
– ¿Soy sospechosa? -preguntó Jordan.
Esperaba que la jefa le confirmara que lo era. Después de todo, el cadáver estaba en su coche. La jefa le leería entonces sus derechos y ella pediría un abogado.
No pasó nada de eso.
– ¿Es sospechosa? -repitió la jefa. Ladeó la cabeza y frunció el ceño como si no pudiera acabar de decidirse-. Lo decidiré después de interrogarla.
Jordan creyó que bromeaba, pero la expresión de su cara indicaba que, en realidad, hablaba en serio. ¿Creía que Jordan iba a responder encantada a todas sus preguntas y se incriminaría para que pudiera detenerla? Le pareció irreal. Todo lo que estaba pasando era irreal.
Pero la celda era real. Estaba a un lado de la sala principal de la comisaría.
La jefa llevó a Jordan hasta ella y, acto seguido, salió y cerró la puerta.
– Voy a dejarla aquí dentro para que no se vaya mientras regreso para hablar con los de la científica. También me llevo la llave -añadió-. Por si alguien viniera y quisiera llevársela.
Jordan no dijo nada. No podía. Estaba sin habla. Tenía que tranquilizarse y recobrar el dominio de sí misma, así que se sentó en la cama con la espalda erguida, las manos en las rodillas, palmas arriba, y la mirada fija en la pared de piedra que tenía delante. Pasados unos minutos, cerró los ojos y procuró recordar algunos de los ejercicios de yoga que hacía para conseguir lo que su profesora denominaba «paz interior». De acuerdo, la paz interior era imposible, pero si podía lograr que su corazón y su respiración recuperaran el ritmo normal, quizá podría dejar de estar asustada por dentro.
Pasaron dos horas enteras y algo más de tiempo antes de que la jefa volviese a la comisaría. Abrió la celda y entró con una silla. Jordan podía oír a la auxiliar, que murmuraba en la otra habitación, pero no distinguía qué estaba diciendo.
– ¿Está llorando su auxiliar? -preguntó.
– Claro que no -aseguró, tensa, la jefa-. Sería una falta de profesionalidad.
Se oyó un sollozo.
– He debido oír mal -dijo Jordan.
– Voy a grabar esta conversación -anunció Haden mientras mostraba una pequeña grabadora y la dejaba encima de la cama.
La jefa de policía era de lo más inepto. Jordan quería preguntarle si había investigado algún homicidio antes, pero esa pregunta sólo serviría para enojarla, sobre todo si Jordan le indicaba que no le había leído sus derechos.
– Tengo unas preguntas para usted. ¿Está dispuesta a contestar con sinceridad? -No esperó a que Jordan respondiera-. Dígame cómo es posible conducir un coche sin saber que se lleva un cadáver dentro.
Su tono acusador no le gustó nada a Jordan.
– Ya se lo he dicho, recogí el coche en el taller y no miré en el maletero hasta que estuve en el supermercado.
– Y ese amigo suyo, el profesor MacKenna, se ve con usted un día, aparece muerto dos días después, y usted no tiene idea de cómo ha sucedido, ¿es así?
– Creo que si va a seguir con estas preguntas, debería haber presente un abogado -comentó Jordan con educación.
La jefa Haden fingió no haberla oído.
Así que Jordan decidió seguir su ejemplo, y fingió no comprender nada de lo que le preguntó a partir de entonces.
Al final, la jefa paró, frustrada.
– Creía que podríamos mantener una conversación amigable -dijo.
– Me ha encerrado en una celda y está grabando todo lo que digo -replicó Jordan, que había ladeado la cabeza para examinar a la mujer-. No me parece una actitud demasiado amigable.
– Escúcheme bien. A mí no me va a intimidar como a los hermanos Dickey con todo eso del FBI y del Departamento de Justicia. Podrá tener abogado cuando yo le diga que puede, y será mejor que sepa que, como no está colaborando, se ha convertido en sospechosa de la investigación de este homicidio.
Apagó la grabadora y se decidió por fin a leerle los derechos a Jordan. Luego, sacó la silla de la celda y cerró la puerta de golpe.
Una hora después asomó la cabeza y dijo:
– Aquí tiene una guía telefónica. Puede buscar en ella un abogado. Puede incluso elegir uno del este si así lo desea, pero se quedará en esta celda hasta que conteste a mis preguntas. No me importa lo que tarde. -Le pasó el listín a través de las rejas-. Avíseme cuando quiera hacer su llamada.
¿Podían condenarla injustamente por asesinato? Si supiese la hora aproximada en que había muerto el profesor, podría decir dónde estaba y si alguien la había visto. Esperaba que no lo hubieran matado por la noche, porque no podría demostrar que había permanecido en la habitación del motel. Podrían decir que había ido corriendo a casa del profesor y lo había asesinado. Pero, en ese caso, ¿cómo había metido el cadáver del profesor en el maletero de su coche, que estaba encerrado en el taller de Lloyd? ¿Y qué móvil tenía? ¿Se inventarían uno?
Eso no la llevaba a ninguna parte. No tenía información suficiente para preparar ninguna clase de defensa… ni coartada. Ni siquiera sabía cómo habían asesinado al profesor. Se había quedado demasiado atónita al verlo metido en una bolsa como si fuese las sobras de la cena.
Estaba totalmente fuera de su ambiente… o fuera de su burbuja, como diría Noah. Decidió que era culpa suya por haberle señalado lo aburrida que era su vida. Ella estaba feliz sin percatarse de ello. Ahora se sentía impotente. Para sobrevivir, el cuerpo necesitaba agua y comida, pero Jordan también necesitaba un ordenador y un teléfono móvil. Sin ninguno de sus artilugios tecnológicos, estaba perdida.
Detestaba la sensación de no controlar la situación. Cuando saliese de allí… si es que salía… se tomaría un par de años y volvería a la facultad de derecho. No se sentiría tan vulnerable si conociese las leyes, ¿no?
La jefa interrumpió sus lamentaciones.
– ¿Va a llamar a un abogado o no?
– He decidido esperar a mi hermano.
La jefa resopló.
– ¿Va a seguir con ese cuento? Sólo pretende ganar tiempo. Pero pronto cambiará de parecer, porque no le voy a dar nada de comer ni de beber hasta que empiece a colaborar. No me importa lo que tarde. La mataré de hambre si es preciso -la amenazó.
– ¿Es eso legal? -preguntó Jordan con dulzura.
Haden tenía una vena realmente perversa.
– Puedo hacer lo que quiera en este pueblo, ¿comprende? -aseguró mientras se daba unos golpecitos en el pecho-. No soy tan blanda como parezco.
Jordan no pudo resistirse a replicar.
– Nadie podría considerarla blanda.
Había logrado fastidiarla.
– Me gustaría saber lo descarada que sería si decidiese entregarla a los hermanos Dickey -soltó la jefa, roja de ira.
Señaló con el dedo a Jordan, y cuando iba a amenazarla de alguna otra forma, Carrie la interrumpió.
– ¿Maggie?
– Te he dicho que me llamaras jefa Haden -bramó.
– ¿Jefa Haden?
– ¿Qué quieres?
– El FBI está aquí.