Capítulo 18

Aunque los agentes Chaddick y Street de la oficina regional del FBI no estaban asignados oficialmente al caso, hacían todo lo que podían para ayudar a Noah a averiguar qué estaba pasando.

Los dos les llevaron otro coche a Noah y a Jordan, un Toyota Camry. Jordan, que llegados a ese punto, estaba más que asustada, insistió en que uno de ellos abriese el maletero y echase un vistazo dentro antes de subirse al Toyota. El agente Street tenía un sentido del humor bastante retorcido. Le pareció gracioso que la hermana de Nick hubiese encontrado otro cadáver y dijo, entre risas, que atraía «a los fiambres».

Chaddick le entregó a Noah un sobre grande.

– Aquí tienes todo lo que pediste -aseguró-. Hay copias de los extractos bancarios de MacKenna del año pasado, pero puedo conseguirlos todavía más antiguos si quieres.

– No hay duda de que MacKenna estaba metido en algo -afirmó Street-. Estuvo ocho meses ingresando dinero en efectivo. Cinco mil dólares cada quince días.

– E iba hasta Austin a hacer esos ingresos -intervino Chaddick-. También se compró un coche nuevo hace ocho meses, y el cuentakilómetros indica que lo había utilizado mucho desde entonces. Uno de los ayudantes de la universidad donde daba clases me dijo que el profesor había recibido una herencia.

– Una herencia extraña -comentó Street-. Dinero en efectivo, cuya procedencia resulta imposible de rastrear, cada quince días.

– ¿Y el registro de sus llamadas telefónicas? -preguntó Noah.

– También está en el sobre -dijo Chaddick-. En los seis meses que vivió en esa casa, sólo recibió un par de llamadas de telemarketing. Tampoco aparecen llamadas salientes, salvo una muy corta a alguien media hora antes del momento en que J.D. Dickey afirma haber recibido el soplo de que había un cadáver en el coche de Jordan.

– ¿Me estás diciendo que alguien llamó a J.D. desde la casa de MacKenna?

– Pues sí.

– Pero yo llamé al profesor -intervino Jordan-. Cuando llegué a Serenity. Me había dado su número. Esa llamada tiene que figurar en alguna parte.

– ¿Y las llamadas del móvil? -comentó Noah a los agentes.

– No encontramos ningún móvil registrado a nombre de MacKenna -contestó Street-. Si me das el número al que llamaste, Jordan, lo comprobaremos.

– Fuimos más allá y pedimos a dos de los nuestros que procesaran el coche de MacKenna. Me apuesto lo que sea a que las únicas huellas dactilares que encontrarán serán las suyas -soltó Chaddick-. Joe Davis está desbordado, pero no quiere pedirnos ayuda. ¿Quieres que nos impongamos? Podríamos asumir el caso y sacaros de aquí.

– Todavía no -respondió Noah a la vez que sacudía la cabeza. Entonces, dirigió una mirada a Jordan y lo reconsideró-. No sé. Quizá fuera buena idea llevarla…

– Yo me quedo aquí contigo, Noah -lo interrumpió Jordan, que sabía qué iba a decir y decidió cortarlo de raíz-. Además, le prometí al jefe Davis que estaría aquí un día más. Hasta donde sabemos, podría decidir detenerme.

– No lo hará, y creo que…

– No es negociable -se negó Jordan-. No voy a marcharme. -Y, para subrayar su decisión, se lo quedó mirando fijamente.

– Se parece mucho a su hermano -comentó Chaddick con una sonrisa.

– Es mucho más bonita -observó Noah. Después de agradecer a los dos hombres su ayuda y de prometerles estar en contacto con ellos, le abrió la puerta a Jordan, rodeó después el automóvil y se sentó al volante-. Vamos a dar un paseo -anunció.

– Qué bien -dijo Jordan-. Si tenemos tiempo, me gustaría ir a Bourbon a comprar un móvil.

– ¿No puedes prescindir un par de días más del teléfono?

– Tú no lo entiendes. Es mi PDA, mi cámara, mi fichero Rodolex, mi GPS y, lo más importante, mi PC. Puedo acceder a Internet y a mi correo electrónico. También puedo enviar imágenes, texto o vídeo electrónicamente.

– ¿Sabes qué más puedes hacer? Llamar por teléfono.

– Sí, eso también -se rio Jordan-. Y después de comprar un móvil, me gustaría ir a la comisaría de policía y hablar con los inspectores para averiguar qué ha pasado con mi portátil.

– Nick ya habló con ellos. Afirmaron que no lo han visto.

– No se marchó sólito. Estaba en el coche de alquiler, en el asiento del copiloto. Maggie Haden debió de verlo cuando me registró el bolso para buscar mi identificación. Seguro que ella se lo llevó. Regresó al estacionamiento del supermercado cuando me encerró en la celda. Pudo llevárselo entonces.

– Seguiremos buscándolo, pero, de momento, vamos a casa de MacKenna para encontrarnos allí con Joe Davis, ¿recuerdas?

– Después de que hable con el sheriff Randy -le recordó Jordan-. Me sorprende que no insistieras en estar presente cuando hable con él.

– Estoy más interesado en su hermano. -Le entregó un pedazo de papel, donde había dos direcciones con indicaciones para llegar a ellas.

– ¿Qué es esto?

– Había pensado que podríamos ir a casa de J.D. Dickey para ver si está allí.

– ¿Y si está?

Noah puso el motor en marcha y arrancó.

– Me gustaría saludarlo -dijo.

– ¿Y eso?

– Soy muy educado, cariño.

– ¿De quién es la otra dirección? -preguntó Jordan.

– De tu vieja amiga Maggie Haden.

– ¿Por qué quieres ir a su casa?

– Tengo la matrícula de J.D. Conduce una furgoneta roja. Podría estar con ella. Me dijiste que había tenido algo con los dos hermanos Dickey.

– ¿Y si está allí? -preguntó Jordan mientras conectaba el aire acondicionado.

– Ya veremos.

– ¿Te importa? -dijo Jordan con el sobre que Chaddick le había dado a Noah en la mano-. Me gustaría echar un vistazo a sus extractos bancarios.

– Adelante. Suma todos los ingresos en metálico -sugirió Noah.

– Si ingresó cinco mil dólares cada quince días durante seis meses, son sesenta mil dólares.

Después de sumar todos los ingresos, el total ascendía en realidad a noventa mil dólares.

– Los últimos dos meses que vivió el profesor, aumentó tanto el importe como la frecuencia de los ingresos. ¿De dónde procedía el dinero?

– Ésa es la pregunta de los noventa mil dólares.

– ¿En qué crees que andaba metido, Noah? ¿Tal vez drogas? ¿O juego? No parecía la clase de hombre que cae en ninguna de esas dos cosas.

– ¿Cómo es la clase de hombre que juega? ¿Era la clase de hombre que miente sobre haber recibido una herencia?

– Tienes razón.

– Léeme las indicaciones para llegar a casa de Dickey, Jordan.

Jordan hizo lo que le pedía, detectó Hampton Street e indicó:

– Gira a la derecha. -A continuación, siguió especulando-: El profesor me contó que había cambiado de planes y se iba a Escocia antes de lo que había previsto inicialmente.

– ¿Algo más?

– Estaba muy nervioso durante la cena, cuando vio que el restaurante se había llenado. Pensé que podía tener claustrofobia.

– Ahí está la casa de Dickey, en la esquina. -Noah redujo la velocidad.

Era una casa de una sola planta, ni más grande ni más pequeña que las demás de la calle, pero sin duda, la más bonita. Estaba recién pintada de gris oscuro, y las persianas negras también habían recibido hacía poco una mano de pintura. El tejado era nuevo, y el jardín estaba muy bien cuidado. Hasta había un parterre con caléndulas en flor a lo largo de los arbustos de la entrada.

– No puede ser su casa. Es muy bonita -comentó Jordan.

– Ésta es la dirección que me dio el agente Street. Es la casa de Dickey. Supongo que cuando no está pegando a una mujer, se dedica a cuidar del jardín.

La furgoneta de Dickey no estaba estacionada en el camino de grava.

– No esperarías encontrarlo en casa, ¿verdad? -bromeó Jordan.

– No, pero quería ver dónde vivía. Me encantaría echar un vistazo dentro.

– A mí también -susurró Jordan, como si admitir tal cosa fuese a meterla en apuros-. Ni siquiera podemos mirar por las ventanas porque tiene las persianas bajadas. -Se mordió el labio inferior-. Me gustaría saber si mi portátil está ahí dentro.

Habló con tanto fervor que Noah tuvo que esforzarse para no reír.

– Tienes que olvidarte de él, cariño.

– ¿De mi portátil? Imposible. Quiero recuperarlo.

– Podrías comprarte otro.

Él no lo entendía. Había programado el portátil, le había cambiado todos los chips, añadido un montón de memoria. Tenía toda su vida en él.

– Si perdieses la pistola, ¿cómo te sentirías si te dijera que te olvidases de ella y te comprases otra?

Era evidente que su portátil era un tema sensible, así que Noah lo dejó correr.

– Dame las indicaciones para llegar a casa de Haden -pidió.

Sólo tenían que desplazarse un par de manzanas. Era exactamente como Jordan esperaba: barata y fea. El jardín era una combinación de tierra, grava y malas hierbas. Como la casa de Dickey, la de Haden carecía de garaje, y no había coches ni furgonetas en el camino de entrada.

– No me apetece nada echar un vistazo en el interior de su casa -comentó Noah-. Es probable que duerma dentro de un ataúd.

– Con mi portátil.

– Jordan, de veras que tienes que calmarte un poco. La policía lo está buscando.

Tenía razón. Se estaba obsesionando con eso.

– A lo mejor Haden se ha ido del pueblo -dijo ella.

– Lo dudo. No, no se dará por vencida tan fácilmente. Tenía demasiado poder para dejarlo sin presentar batalla.

– Tiene que saber que le será imposible recuperar el cargo -insinuó Jordan.

– Es probable que haya ido a algún sitio a preparar una estrategia para obligar a los concejales a volver a nombrarla jefa de policía.

Noah dobló la siguiente esquina y volvió hacia el centro del pueblo.

– ¿Dónde quieres comer?

– Sólo podemos ir a un sitio. Al restaurante de Jaffee. Hay otros locales, pero si comemos en cualquier otro sitio, se enterará porque esta gente se lo cuenta todo.

– ¿Y qué si se entera? ¿Cuál es el problema?

– Heriremos sus sentimientos. -No bromeaba.

– ¿Por qué te importa que…?

– Ha sido muy amable conmigo -dijo Jordan-. Y me cae bien. Además, te gustó la comida, ¿no?

– Sí, de acuerdo -asintió Noah-. Iremos al restaurante de Jaffee.

Condujo el coche de vuelta al motel y lo dejó en el estacionamiento de la parte posterior. Cuando se dirigían al restaurante, Jordan llevaba en la mano el sobre que Chaddick les había entregado. Al pasar por delante del taller de Lloyd sintió que un escalofrío le recorría la espalda.

– Pensaba que Lloyd había matado al profesor y me había metido su cadáver en el coche, y que por eso estaba tan nervioso. No sabía cuál habría sido el móvil, pero estaba segura de que, tarde o temprano, Joe lo averiguaría. Ahora Lloyd está muerto. ¿Quieres oír mi nueva teoría?

– Claro -ronroneó Noah.

– Lloyd vio cómo el asesino me ponía el cadáver del profesor en el maletero del coche. ¿Crees que fue eso lo que ocurrió?

– Podría ser.

– No pareces demasiado entusiasmado, pero sé lo que estás pensando. ¿Por qué no mató el asesino a Lloyd de inmediato? ¿Por qué esperó? Creo que no sabía que Lloyd lo había visto, pero si es así, ¿cómo lo descubrió?

Noah no tenía que responder a sus preguntas. Ella misma lo hacía. Planteaba la pregunta, reflexionaba y aportaba lo que consideraba una explicación plausible.

El Jaffee's Bistro estaba casi vacío. Sólo había unos cuantos hombres de negocios tomando un café con hielo o comentando las noticias del día. Uno de ellos era Kyle Heffermint, el hombre al que había conocido en la aseguradora.

– ¿Conoces a alguno de estos hombres? -preguntó Noah cuando pasaron por delante de la ventana del restaurante.

– Sólo a uno -contestó-. Kyle Heffermint. Es una de esas personas que no para de decir los nombres de la gente que conoce.

A Noah no le convencía alguien cuya importancia consistía en conocer a gente importante.

– No me gusta esa clase de personas -comentó mientras le abría la puerta a Jordan.

El grupo dejó de hablar cuando Jordan y Noah pasaron a su lado. Jordan le sonrió a Kyle después de que éste la saludara con la cabeza, y siguió avanzando hacia su mesa en el rincón. Angela les llevó su habitual té helado mientras los hombres continuaban observándolos. La camarera se puso una mano en la cadera, volvió un momento la cabeza y miró de nuevo a Jordan.

– No les hagas caso -dijo Angela-. Están exagerando las noticias del día.

– ¿Por qué no dejan de mirarme? -preguntó Jordan.

– En primer lugar -explicó Angela-, no es extraño que te miren, porque eres muy bonita. Y en segundo lugar, eres la noticia del día. Nos hemos enterado de que encontraste a Lloyd y todo eso.

– He traído una plaga a Serenity.

– Bueno, yo no diría eso. Sólo tienes por costumbre encontrar cadáveres, nada más. Es como esa película. ¿Sabes aquella en que los muertos hablan con el niño? Salvo que a ti no te hablan. ¿Os apetece comer ternera? Jaffee está preparando hamburguesas. También hay estofado de ternera.

Angela regresó a la cocina para pedir sus hamburguesas y, entonces, Kyle se dirigió tranquilamente a su mesa. El reflejo de la luz en su cinturón, grande como la rejilla de un Cadillac, señaló que se acercaba.

– Hola, Jordan.

– Hola, Kyle. Me alegro de volver a verte.

– ¿Quién es tu amigo?

Jordan le presentó a Noah. Y, después de estrecharle la mano, Kyle se dirigió de nuevo a ella:

– Tengo entendido que te quedarás un poco más en el pueblo, Jordan. ¿Crees que podríamos cenar juntos esta noche?

– No, lo siento. Tengo planes con Noah. Pero gracias por pedírmelo.

Esta vez no insistió.

– He oído lo que te pasó, Jordan, y debo decirte que no sé qué haría si encontrase un cadáver en mi coche. Y tú, en cambio, has encontrado dos cadáveres, Jordan. Debe de ser alguna clase de récord, ¿no crees, Jordan? -preguntó con una ceja arqueada.

Mientras Kyle hablaba, Noah había apoyado el brazo en el respaldo de la silla de Jordan y le tiraba de un mechón de pelo cada vez que el hombre decía su nombre.

– Agente Clayborne, puede que tenga información para usted. Resulta que la otra noche pasaba en coche por delante del taller de Lloyd y observé que había luz en su oficina. Pensé que era muy extraño que hubiera alguien en ella tan tarde porque Lloyd no se quedaba nunca pasado el horario de cierre.

– ¿Viste a Lloyd? -preguntó Jordan.

– Vi la sombra de un hombre, Jordan, pero no creo que fuera Lloyd. Sólo lo vi uno o dos segundos. La sombra no parecía ser tan grande como Lloyd. -Arqueó las cejas para preguntar-: ¿Le resulta útil esa información, agente Clayborne?

– Sí, gracias -respondió Noah.

– De verdad que me encantaría volver a verte, Jordan. Hay un…

Noah lo interrumpió antes de que pudiera añadir otra palabra.

– Tiene planes conmigo -sentenció.

– Gracias, Kyle -dijo Jordan para intentar suavizar la rudeza de Noah. Y, en cuanto Kyle se marchó, susurró-. Has sido muy grosero con él. ¿Qué te ha pasado?

– Nada, Jordan. Nada en absoluto, Jordan.

– Ya te había dicho que le encanta decir los nombres de la gente -rio.

– Le gustas -soltó Noah muy serio-. De hecho, parece que le gustas a la mitad de los hombres que has conocido desde que llegaste a Serenity.

Alargó la mano y le apartó un mechón de pelo que le caía sobre la cara de modo que le rozó suavemente la mejilla al hacerlo.

Jordan contuvo el aliento. Apenas la había tocado, y había reaccionado. Siempre se había creído inmune a sus encantos, pero le estaba empezando a preocupar no serlo.

– ¿Yo? -preguntó incrédula-. Tú eres la gran atracción y no yo. En la comisaría de policía, Carrie ya no sabía qué más hacer para llamar tu atención. ¿Y qué me dices de Amelia Ann con sus botellas de cerveza y sus bollos de canela? Está loca por ti.

– Ya lo sé -admitió Noah con una sonrisa de oreja a oreja-, pero creo que tú también.

– Por favor. No todas las mujeres se hincan de rodillas ante ti.

No se dio cuenta de lo que había dicho exactamente hasta que ya era demasiado tarde. Y sabía con certeza que Noah no lo dejaría pasar.

– ¿De veras? Es una bonita fantasía. ¿Crees que tú…?

– Nunca -aseguró sonrojada.

A Noah, su rubor le pareció encantador. Le encantaba avergonzarla porque entonces mostraba otra cara; la cara que era vulnerable, tierna e inocente. Era hermosa, de eso no había ninguna duda, y todos los hombres de Serenity parecían darse cuenta.

¿Por qué le molestaba eso? No era celoso. Y, desde luego, no tenía ningún motivo para estar celoso. Jordan era una buena amiga, nada más. ¿Por qué le inquietaba estar cerca de ella entonces? No tenía respuesta a esa pregunta. ¿Cómo podía explicar lo que no entendía? Pero sabía algo: no le gustaba que otro hombre se acercara a ella.

La deseaba, caray.

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