Nick se había apoderado de una de las salas de espera del hospital y la estaba utilizando como puesto de mando desde donde llamar para pedir todo tipo de favores. Había sacado a Pete Morganstern de la cama para que hiciera algunas llamadas, porque sabía que el eminente médico podría conseguir la información mucho más deprisa que él o que Noah.
Noah también hablaba por teléfono. En su caso, con Tejas. Chaddick no le había fallado. No sabía cómo lo había conseguido, pero había entrado en el despacho de Trumbo y se había llevado de él varios objetos en los que estaba seguro que encontrarían sus huellas dactilares. Uno de esos objetos era una taza que llevaba inscrito: «El mejor papá del mundo.».
Chaddick informó de las novedades a Noah mientras se dirigía al laboratorio.
– Deberíamos tener algo en un par de horas… espero -puntualizó-. ¿Cómo está Jordan?
– Bien -respondió Noah-. Está dormida.
– La situación es grave -comentó Chaddick-. Street va de camino a la oficina. Hará una búsqueda informática para ver qué averigua sobre Trumbo.
En aquel momento había por lo menos cuatro agentes buscando en los enormes archivos informáticos del FBI, pero el doctor Morganstern fue el primero en darle la extraña noticia a Noah.
– La vida de Dave Trumbo empezó hace quince años. Según los registros, antes no existía. Un número de la seguridad social nuevo, un nombre nuevo, todo nuevo.
– ¿Protección de testigos?
– Puede -Morganstern estuvo de acuerdo-. Estoy esperando a saber algo más. Si tuviéramos sus huellas dactilares, nos ahorraríamos algo de tiempo. ¿Hay alguna posibilidad de…?
Noah le contó lo que había hecho Chaddick.
– Llamará en cuanto sepa algo. Me juego lo que sea a que sus huellas están en nuestros archivos.
Noah fue a buscar a Nick y le explicó lo que había averiguado Morganstern. Nick no se sorprendió. Otra fuente le había dado la misma información hacía un rato.
Cada pocos minutos. Noah iba a ver a Jordan para asegurarse de que dormía profundamente. Estaba empezando a familiarizarse tanto con los aparatos de monitorización que ya no tenía que preguntar cómo estaba evolucionando. Tenía el pulso y la tensión arterial regulares. Los pitidos rítmicos de su corazón lo reconfortaban.
No durmió nada en toda la noche y, cuando había ido a ver a Jordan hacia las siete, iban a trasladarla a una habitación privada.
– Es el primer paso después de la UCI -le informó la enfermera-. Va muy bien. Cuando la tengamos instalada, podrá sentarse en la habitación con ella.
Era una noticia fantástica. Cuando salía de la unidad, se le acercó la enfermera.
– Disculpe, agente Clayborne.
– ¿Sí?
– ¿Todavía hay que informar de que el estado de la paciente es crítico?
– Así es -dijo Noah.
– Me temo que se sabrá -comentó con aire preocupado-. Alguien lo filtrará a los medios de comunicación. Siempre pasa.
Noah estuvo de acuerdo con ella.
– Sólo estoy intentando ganar algo más de tiempo -explicó.
Estaba desesperado por averiguar quién era Trumbo antes de que la noticia se filtrara a la prensa.
Nick había cambiado de opinión durante la noche. Ahora quería pegar la cara y el nombre de Trumbo por todas partes.
– Creo que sería lo mejor.
– Es evidente que hace quince años cambió de identidad. Puede volver a hacerlo -lo contuvo Noah, que indicó-: Y nunca sabríamos si podría volver a atacar a Jordan ni cuándo. Tenemos que esperar a tener noticias de Chaddick. Los dos sabemos que ese individuo se está escondiendo de algo, de modo que sus huellas dactilares tienen que aparecer en algún sitio.
Noah caminó arriba y abajo, y fue después a la nueva habitación de Jordan. Se quedó a los pies de su cama observándola con las manos en los bolsillos.
Nick entró al cabo de un minuto.
– Caray -susurró-. Tienes peor aspecto que ella.
Ambos la vieron sonreír. Fue un instante, pero ocurrió.
– ¿Nos oyes, Jordan? -preguntó Noah.
Volvió a sonreír, y se durmió de nuevo.
– ¿Cómo está? -preguntó el juez Buchanan desde la puerta.
– Bien -aseguró Noah.
– Me sentaré un rato con ella -dijo el juez, que acercó una silla a la cama sin hacer ruido-. Id a descansar un poco -les ordenó a los dos jóvenes, plenamente consciente de que ninguno de los dos lo haría. Cuando Nick se volvió para seguir a Noah fuera de la habitación, su padre lo llamó.
– Nicholas.
– ¿Sí, padre?
El juez se levantó y salió al pasillo para no molestar a su hija.
– Tu mujer quiere hablar contigo.
– ¿Está despierta? -preguntó Nick, sorprendido. Miró rápidamente qué hora era-. ¿Ya son más de las siete? Creía que eran… -sacudió la cabeza-. Se me han pasado unas cuatro horas sin darme cuenta. ¿Sabe Laurant lo de Jordan?
– Sí. Estaba viendo las noticias cuando tu madre y yo entramos.
– Desenchufé el televisor.
– Al parecer, alguien lo volvió a enchufar. Tu madre está con ella, y las dos quieren saber cómo sigue Jordan. De aquí a un ratito me cambiaré de sitio con tu madre. Querrá estar con Jordan.
Nick se dirigió a las escaleras para ir a ver a Laurant mientras Noah volvía a la sala de espera para llamar a Chaddick. Se ponía en contacto con él cada media hora. Lo más probable era que lo estuviera volviendo loco, pero le daba lo mismo. Dejaría de perseguirlo cuando obtuviera la información que necesitaba.
El doctor Morganstern apareció en el umbral. Noah levantó el dedo índice para pedirle que esperara mientras contestaba a Chaddick.
– Muy bien, ya tengo su nombre -soltó Chaddick.
– ¿Quién es?
– Paul Newton Pruitt. -Noah repitió el nombre a Morganstern-. ¿Sabes algo de él? -preguntó Chaddick.
– No. Cuéntame -le ordenó.
– Para empezar, lleva muerto quince años. Sí, ya sé que no está muerto -se apresuró a decir Chaddick-. Sólo te digo lo que he leído. Pruitt tenía conexiones con un grupo mafioso. Testificó en contra de un capo llamado Chernoff. Ray Chernoff. Seguro que has oído hablar de él. La declaración de Pruitt le valió tres cadenas perpetuas. Pruitt tenía que estar en prisión preventiva y declarar en dos juicios más, y después iban a incluirlo en el programa de protección de testigos.
– ¿Y qué pasó? -inquirió Noah mientras se frotaba la nuca para aliviar la tensión.
– Pruitt desapareció -prosiguió Chaddick-. Eso es lo que pasó. Los agentes que se encargaban de él encontraron sangre en su casa. Mucha sangre, y toda era suya. Pero no había ningún cadáver. Tras una larga investigación, concluyeron que uno de los socios de Chernoff lo había asesinado. También concluyeron que jamás encontrarían su cadáver.
– Fingió su propia muerte y empezó de cero.
– Y le fue muy bien hasta ahora -añadió Chaddick.
– ¿Fue importante el juicio de Chernoff? -preguntó Noah.
– Ya lo creo.
– ¿Y tuvo mucha presencia de cámaras?
– Que yo recuerde, no -comentó Chaddick-. Trataron de alejar a la prensa para proteger a su testigo, pero ya sabes cómo van estas cosas. ¿Por qué?
– Jordan me contó que el profesor MacKenna se había jactado delante de ella de no olvidar nunca una cara. Seguro que vio a Pruitt y lo reconoció. ¡Por supuesto! -soltó Noah.
– Los ingresos en efectivo: MacKenna le hacía chantaje. Malo -murmuró Chaddick-. Me parece que J.D. hacía chantaje a medio Serenity. No conseguía imaginar qué llevaba entre manos el profesor, pero da la impresión de que también tenía una lucrativa actividad adicional.
Noah se dejó caer en el sofá y se inclinó hacia delante.
– Pues sí.
– Te aseguro que todo el mundo perseguirá a este individuo. Habrá muchísimos agentes que querrán participar en este asunto. Y si la banda de Chernoff se entera de que Pruitt ha aparecido, también intentará encontrarlo. Espero que todavía no se haya escondido.
– No -replicó Noah-. Sigue aquí.
– ¿Estás seguro? -Chaddick no esperó a que se lo confirmara-. Tomaré el próximo vuelo a Boston. Yo también quiero participar. Hablé con Trumbo. Quiero decir, con Pruitt. Hasta le di la mano, coño.
– ¿Lo dices en serio? ¿Vienes para acá? -preguntó Noah.
– Ya lo creo. Espera a matarlo, ¿de acuerdo?
En realidad, tenía gracia que Chaddick supusiera que Noah encontraría a Pruitt y también que supusiera que lo mataría. Pero, de hecho, era exactamente lo que pensaba hacer.