Noah se había pasado los dos últimos días metido en diversos seminarios con el doctor Morganstern y había detestado hasta el último minuto. No era la clase de agente que asiste contento a un seminario, y lo mencionó varias veces, pero el doctor había hecho oídos sordos a sus quejas.
Morganstern quería un presupuesto mayor. El programa de búsqueda de desaparecidos que había creado unos años atrás había tenido muchísimo éxito, y con sus impresionantes historiales, Noah y Nick eran la mejor propaganda para lograr ampliar el programa.
Cada uno de los interminables seminarios se cerraba con un período de preguntas y respuestas. En ausencia de Nick, todas las preguntas iban dirigidas a Noah. Si Nick hubiese estado allí, habría asumido esa parte del programa. Era mucho más diplomático y refinado. Pero como su mujer, Laurant, estaba en el hospital, Nick tenía permiso para no asistir a la conferencia.
«El muy cabrón.»
Al final del segundo día, Noah apenas lograba ser amable con los demás asistentes. Sentado con el doctor en una mesa situada al final de un largo pasillo, esperaba a que empezara el siguiente seminario. Observó que Morganstern parecía estar totalmente relajado, pero Noah sabía que no había nada que alterara al doctor.
El venerable doctor Peter Morganstern insistía en que Nick y Noah lo llamaran por su nombre de pila, pero los agentes sólo lo hacían cuando estaban a solas con él.
– Oiga, Pete -susurró Noah-, quiero preguntarle algo. ¿Cree que le concederán igualmente ese presupuesto mayor cuando empiece a disparar a la gente? Porque si tengo que escuchar otro discurso enrevesado de otro conferenciante aburrido, le juro por Dios que le dispararé a alguien… y, después, me suicidaré. Y puede que me lo lleve conmigo por obligarme a ponerme traje y corbata.
– Mi formación como psiquiatra me permite captar insinuaciones sutiles, y lo más probable es que debiese alarmarme…
– ¿Insinuaciones sutiles? -Noah se echó a reír.
– Pero como pienso exactamente lo mismo sobre los conferenciantes -sonrió Pete-, no me preocuparé demasiado, a pesar de que algunos de tus comentarios durante nuestra última charla me han dejado algo intranquilo.
Noah sabía que «charla» era la palabra en clave que Morganstern utilizaba para referirse a sus reuniones privadas. Como psiquiatra, el objetivo de Pete era meterse en la cabeza de Noah y asegurarse de que no iba a perder la chaveta. El doctor siempre encontraba una forma de conseguirlo.
– ¿Está preocupado por mí? -le preguntó Noah.
– En absoluto. ¿Qué tal tu viaje a Tejas?
– La mantuve viva -dijo a la vez que se encogía de hombros-. Nada más. Seguro que sabe qué pasó.
– Sí, lo sé.
– Los agentes Chaddick y Street han asumido la investigación del caso.
– Tal como tenía que ser -aseguró Pete-. Está en su zona.
– No me apetecía nada dejarlo -admitió Noah.
– ¿Y Jordan?
– ¿Qué pasa con ella? -preguntó con brusquedad.
Pete arqueó una ceja.
– Me preguntaba cómo ha llevado la tensión.
– Muy bien. La ha llevado muy bien. -Había cierto orgullo en la voz de Noah.
– Jordan siempre ha ocupado un lugar especial en mi corazón. Mi mujer y yo no tenemos preferidos, pero si los tuviéramos… -añadió-: Tiene un gran corazón, ¿verdad?
– Sí -afirmó Noah con dulzura.
– ¿Has hablado con ella desde que volvisteis?
– No.
La brusquedad de la respuesta no le pasó inadvertida a Pete, que no dijo nada. Tomó un lápiz y lo giró entre los dedos mientras esperaba a que su subordinado le hablara. No tardó demasiado en hacerlo.
– ¿Qué quiere de mí? -preguntó Noah.
Pero Pete siguió sin hablar.
– ¿Qué está intentando averiguar? -soltó Noah, frustrado.
– He observado que, desde que volviste, estás nervioso -explicó Pete-. Tengo curiosidad por saber por qué.
– Creía que lo había dejado perfectamente claro. No soporto los seminarios.
– Pero ése no es el motivo de tu ansiedad, ¿verdad?
– Caray, Pete. ¿Ansiedad? No lo dirá en serio.
– Cuando estés dispuesto a hablar de lo que te pasa, lo haremos -sonrió Pete.
Lo estaba dejando correr. Noah podría haberse levantado y marchado, pero no lo hizo. Se recostó en la silla y, mientras observaba cómo Pete dibujaba algo en su bloc, pensó en lo nervioso que había estado últimamente.
– ¿Qué está dibujando? -dijo pasado un minuto.
Pete también estaba pensando en otra cosa. Miró unos segundos su dibujo.
– No estoy seguro. Podría ser un calendario. -Asintió con la cabeza-. Mi subconsciente debe de querer que recuerde una fecha.
– ¿Los psiquiatras creen realmente que esos garabatos significan algo?
– Yo no -aseguró Pete-. Pero un dibujo o un garabato que se repite con insistencia… sí, lo tendría en cuenta. -Consultó su reloj-. Creo que no tenemos que asistir a esta última reunión.
Noah se sintió como si el gobernador le hubiera conmutado la pena en el último minuto. Se dirigió con Pete al aparcamiento del edificio. Cuando llegaron a la tercera planta, Pete tomó una dirección, y Noah, otra.
Cuando estaba abriendo la puerta del coche, Pete oyó que Noah lo llamaba.
– ¿Sí? -preguntó por encima del automóvil.
– ¿Por qué decidió dejarme en Serenity y hacer volver a Nick? ¿Tenía que asistir Nick a alguna reunión o evaluación? ¿O fue por otra razón?
– ¿Tú qué crees? -Pete sonrió de oreja a oreja, se sentó en el coche y cerró la puerta.
Noah se quedó de pie en un extremo del estacionamiento viendo cómo Pete se marchaba. La verdad casi lo había tumbado al suelo. Le había manipulado… y se suponía que era un agente entrenado y astuto al que no se le escapaba nada. Qué perspicacia, la suya.
– Será cabrón -susurró.
Pete lo había engañado. Noah no se había planteado ni por un segundo la posibilidad de que el psiquiatra pudiera tener una segunda intención. Era increíble. Cuando se había enterado de la situación de Jordan en Serenity, Pete había decidido ser astuto. Dejaría allí a Noah y ordenaría a Nick que regresara a casa.
«Será cabrón.» Pete había estado haciendo de casamentero.
Noah llamó a Nick desde el coche. Cuando su compañero le contestó, pudo oír de fondo la risa de Samantha, la hija de dos años de Nick.
– Voy al hospital a intentar ligar con tu mujer -dijo.
– Recógeme cuando vayas de camino -pidió Nick-. Deja eso, Sam. -Noah oyó un golpe y, a continuación, un suspiro de Nick-. Te juro que no sé cómo se las arregla Laurant. Es mucho más fácil negociar con un secuestrador que lidiar con una niña de dos años.
El tráfico era terrible, pero eso era normal en Boston. Noah pensó en Serenity. Allí no había tráfico. Sólo asesinatos y caos.
Nick lo esperaba en el porche delantero con la pequeña Sam en brazos. Una morena imponente cogió a la niña cuando Noah detuvo el coche en el camino de entrada.
– ¿Es una nueva canguro? -preguntó Noah-. No la había visto nunca.
– Es la sustituta -explicó Nick.
– ¿Le gusta a Sam?
– Sí. -Nick esperó un momento y soltó, perplejo-: ¿No me vas a preguntar si está casada? No lo está. ¿Quieres su número de teléfono?
– No es mi tipo -dijo Noah a la vez que negaba con la cabeza.
Aunque estaba felizmente casado y le era fiel al amor de su vida, Nick se había percatado, por supuesto, de lo atractiva que era la canguro.
– ¿Cómo que no es tu tipo, Noah?
– No lo es -insistió Noah-. Tienes pinta de no haber dormido en un mes, Nick. ¿Te impide Sam conciliar el sueño?
– No, le leo un cuento y duerme toda la noche de un tirón. Soy yo quien tiene problemas. Es extraño. Cuando estoy fuera trabajando en un caso, duermo la mar de bien, pero cuando estoy en casa, necesito tener a Laurant a mi lado. Ahora no lo está, y no consigo dormir.
Noah lo entendió. Él tampoco estaba durmiendo demasiado desde que había vuelto a casa.
– ¿Alguna sugerencia? -preguntó Nick.
– Sí. Deja de portarte como una chica.
Nada de lo que dijera Noah le molestaba nunca a Nick. Es probable que se debiera a que tenían sentido del humor y personalidades muy similares.
– ¿Qué tal la conferencia? -soltó Nick con la expresión muy seria. Sabía lo mucho que Noah detestaba cualquier cosa que recordara, aunque fuera remotamente, a la burocracia-. Me ha sabido muy mal tener que perdérmela.
– Muy gracioso.
Nick soltó una carcajada.
– ¿Cómo es que no me has comentado nada sobre el veredicto del caso que juzgaba mi padre?
– ¿Qué? ¿Ya ha habido veredicto? -se sorprendió Noah.
– Ha salido en las noticias de todas las cadenas. Culpable de todos los cargos.
– He ido de reunión en reunión y no me había enterado. Tu padre debe de sentirse aliviado. ¿Cuánto duró la deliberación?
– Un par de horas solamente. Y no es la única buena noticia. Uno de los inspectores me llamó para decirme que sospechan que quien forzó la entrada en Nathan's Bay fue el primo de ese individuo.
– ¿Tienen pruebas?
– Suficientes para detenerlo -dijo Nick.
Cuando Nick aparcó el coche en el estacionamiento subterráneo del hospital, seguían hablando del caso.
– Tu padre estará contento de librarse de los guardaespaldas. Sé que le estaba volviendo loco que lo siguieran a todas partes -comentó Noah.
– Estoy seguro de que ya los ha relevado.
Noah se quitó la chaqueta y la corbata y las dejó en el coche. Se subió las mangas de la camisa mientras caminaba.
Una rubia alta con unas piernas preciosas se acercaba deprisa hacia ellos. Al verlos, redujo el paso como si esperase una reacción, le sonrió a Noah, le echó un vistazo a la pistola que llevaba en el costado y siguió adelante.
Nick observó que Noah no se había dado cuenta. Ni siquiera había cambiado de ritmo al andar.
– ¿Te pasa algo? -dijo.
– La he visto -aseguró Noah a la vez que se encogía de hombros-. Tampoco es mi tipo.
El ascensor estaba delante del servicio de urgencias. Nick pulsó el botón de llamada.
Entonces sonó el móvil de Noah y éste miró quién llamaba.
– Es Chaddick -anunció mientras descolgaba. Una enfermera y un guardia de seguridad fruncieron el ceño en su dirección. La enfermera señaló la pared y sacudió la cabeza. El cartel que colgaba junto a los botones del ascensor decía que estaba prohibido utilizar el móvil. También había el contorno de un teléfono tachado con una X roja.
– ¿Sí? -contestó Noah.
– ¿Noah? Soy Chaddick -el agente federal fue directo al grano-. La muerte de J.D. Dickey fue un homicidio.
Noah maldijo en voz alta. El guardia de seguridad avanzó hacia él, de modo que sacó la placa del FBI y la sostuvo en alto mientras escuchaba la explicación de Chaddick. El guardia retrocedió.
Noah cerró el móvil de golpe justo cuando las puertas del ascensor se abrían. Las ideas se le agolpaban en la cabeza. En la lista de los chantajes de J.D. había muchos sospechosos, y Serenity estaba a más de mil kilómetros de distancia. Aun así, había aprendido a prestar atención a su instinto, y de repente se sentía muy intranquilo.
Con un asesino suelto, ¿dónde estaba Jordan?