El bar-restaurante Cripple Creek ostentaba el récord oficial del condado de cabezas de animales colgadas de las paredes. Había, incluso, dos serpientes de cascabel disecadas colgadas de las vigas. Tiempo atrás, había habido más, pero los ventiladores del techo hacían estragos en ellas, y a los clientes no les gustaba que de vez en cuando les cayera del techo piel de serpiente cortada mientras bebían en el bar.
El agente Street le había indicado a Noah cómo llegar al local, le había sugerido que Jordan y él prescindiesen de la decoración y le había prometido que comerían la mejor pizza del estado. Le había explicado que el cocinero era originario de Chicago.
La fachada del restaurante parecía la de una enorme cabaña de troncos lo bastante espaciosa como para que cupiera un gigante. El interior le recordó a Jordan un centro de esquí. Los techos, altos y abiertos con las vigas al descubierto, y un balcón que daba a la pista de baile eran de madera de pino. Unos ambientadores dotaban al local de una agradable fragancia de pino, y un grupo interpretaba canciones country desde una pequeña tarima situada en el rincón.
Noah tomó la mano de Jordan para guiarla a través de la gente como si fuese lo más natural del mundo.
El agente Street estaba en una mesa hacia el fondo del local. Noah esperó a que Jordan se sentara y se situó a su lado.
– ¿Qué hay en la carpeta, agente Street? -preguntó Jordan.
– Por favor, llámame Bryce -respondió, e iba a responder a su pregunta cuando llegó el camarero para tomar nota de lo que querían beber-. No estás de servicio, ¿verdad? -le comentó Bryce a Noah.
– No lo estoy oficialmente desde hace un par de días. Sólo estoy ayudando a una amiga.
– ¿Una cerveza entonces?
– Sí -contestó-. ¿Jordan?
– Una cola light, por favor.
Cuando el camarero se marchó, Bryce empezó a ponerlos al corriente.
– Tengo mucha información sobre los hermanos Dickey. Randy está limpio, pero hace años que J.D. tiene sus más y sus menos con la ley. Ha estado en muchas peleas, pero hubo una en concreto en un bar que lo mandó directo a la cárcel. -Noah esperó para oír algo nuevo-. Lo que es interesante es que el compañero de celda de J.D. -prosiguió Bryce-, un individuo llamado Calvin Mills, sigue cumpliendo cadena perpetua por asesinato.
»Cal, como lo llaman, trabajaba para una empresa de seguridad. Dominaba toda clase de equipo de vigilancia y conocía la última tecnología. A Cal le gustaba conducir por delante de su casa un par de veces al día para escuchar las conversaciones telefónicas de su mujer.
– No confiaba en ella -supuso Jordan.
– Y resultó que Cal tenía motivos para no hacerlo -explicó Bryce-. Una tarde aparcó en la calle y la oyó teniendo una conversación íntima con un hombre al que había conocido en el trabajo. Cal le dijo después a los inspectores que podría haberle perdonado la aventura si no se hubiera estado burlando de su… aparato. -Dirigió una mirada rápida a Jordan antes de proseguir-. Según Cal, su mujer llamó «salchichita» a sus atributos viriles.
– Eso debió de provocarlo -soltó Noah a la vez que se recostaba en la silla-. Así que la mató, ¿no?
– Ya lo creo que la mató -respondió Bryce-. Por suerte para él, el juez era un hombre, de modo que la condena de Cal fue menor de lo que podría haber sido.
– El juez se solidarizó con él -asintió Noah.
– Pero mató a su mujer… -intervino Jordan, que no sabía si hablaban en serio o en broma.
– Sí, ya lo sé -contestó Noah-, pero es que no hay que bromear sobre el aparato de un hombre.
Bryce estuvo totalmente de acuerdo. Y hasta que Noah le guiñó el ojo, Jordan no supo que la estaba pinchando.
Llegaron las bebidas, y después pidieron un par de pizzas.
– Cal le enseñó a J.D. todo lo que sabía sobre vigilancia -prosiguió Bryce-. Se interesó por J.D. de verdad. Uno de los funcionarios de prisiones dijo que Cal se considera una especie de experto tecnológico.
– ¿Has averiguado algo sobre los recursos financieros de J.D.? -intervino Jordan.
– Sí -contestó Bryce-. Los últimos seis meses ha hecho muchos ingresos en efectivo pero, a diferencia de los de MacKenna, los de J.D. no han ascendido nunca a más de mil dólares cada uno.
– Chantaje. Eso es lo que estaba haciendo -sugirió Jordan-. Escuchaba las conversaciones de la gente y, después, la chantajeaba.
– Es lo que he deducido-coincidió Bryce.
– Ojalá pudiese entrar en su casa -comentó Noah.
– Sí, bueno, pero no puedes sin una orden de registro -dijo Bryce. Y, a la vez que le entregaba a Noah sus notas, añadió-: Es todo lo que tengo hasta ahora. Si quieres algo más, avísame.
– Gracias por ayudarme -contestó Noah.
– De nada. Es un placer trabajar por fin contigo -aseguró Bryce-. Nick Buchanan y tú sois casi unas leyendas en la agencia. He oído hablar de algunos de vuestros casos, y tenéis un historial sorprendente.
– Me gustaría que fuera mejor. -La expresión de Noah se había vuelto lúgubre-. No todos los casos se resuelven como queremos.
– Ya lo sé -asintió Bryce-. Pero algunos sí. Me han contado lo que hicisteis en el caso de Bains en Dallas. Durante cierto tiempo, en la agencia no se hablaba de otra cosa. También me enteré hace poco de que este año Jenna Bains está estudiando en la universidad.
Una sonrisa hizo aparecer unas arruguitas junto a los ojos de Noah.
– Sí, y le va muy bien.
– ¿Quién es Jenna Bains? -preguntó Jordan, que había estado escuchando la charla con mucho interés.
– Una muchacha que no se merecía lo que le pasó -explicó Noah.
Bryce vio la mirada sorprendida de Jordan al oír la vaga respuesta que le había dado Noah y aclaró:
– Jenna Bains era una muchacha cuyos padres murieron cuando era pequeña, de modo que su único familiar, un tío, que resulto ser traficante de crack, se hizo cargo de ella. La situación se complicó mucho en casa del tío. La mayoría del tiempo estaba colocado, y unos individuos intervinieron y se apoderaron de su negocio. Jenna pasó un par de años con esos indeseables. Cuando no la tenían encerrada en un armario, la utilizaban como esclava personal. Finalmente, las autoridades se enteraron de la operación de narcotráfico e intervinieron, pero, por desgracia, el jefe de la banda recibió el soplo y huyó antes de la redada. Se llevó a Jenna con él para usarla como baza.
»Entonces entraron en escena Noah y tu hermano. El hombre retuvo a Jenna más de dos meses sin dejar de ir de un sitio a otro, de modo que era prácticamente imposible seguirle la pista, pero por fin lo localizaron en un edificio de pisos abandonado. Según tengo entendido, cuando llegaron, Jenna estaba muy golpeada y apenas podía hablar. -Le dirigió una mirada a Noah para que lo confirmara.
– Estaba aterrada -dijo Noah, que volvía a sentir parte de la rabia que había sentido entonces-. Se aferraba a mí como si le fuera la vida en ello, y lo único que alcanzaba a decir era: «No te vayas. No te vayas.»
Bryce volvió a mirar a Jordan y prosiguió su relato.
– Cuando Jenna fue dada de alta del hospital, intervinieron los servicios sociales, pero Noah le encontró un hogar espléndido con una buena familia.
– Eran amigos míos -explicó Noah-. Sabía que estaría en buenas manos. Después de haber tenido que pasar por todo aquello, no quería que quedase atrapada en el sistema.
– Bueno, por lo que me han dicho, un donante anónimo le está pagando los estudios universitarios. Y corre el rumor de que eres tú.
Noah no respondió al comentario de Bryce.
– Jenna es una chica estupenda -se limitó a decir-. Quiere ser profesora.
– Lo que hiciste está muy bien -aseguró Bryce.
– Mucha gente habría hecho lo mismo en mi lugar -soltó Noah a la vez que se encogía de hombros.
La llegada de las pizzas interrumpió la conversación. Jordan sólo pudo comerse un trozo, y mientras Bryce y Noah devoraban el resto, siguieron hablando sobre los hermanos Dickey.
Jordan se recostó en el asiento de madera para escucharlos, pero en realidad no oía lo que decían. Estaba mirando a Noah. Siempre había sabido lo entregado que estaba a su trabajo, y conocía, sin duda, lo mucho que le gustaba divertirse, pero era evidente que había muchas cosas de él que ignoraba.
Noah terminó la cerveza y pidió una botella de agua. Jordan contempló cómo cruzaba los brazos y apoyaba los codos en la mesa para escuchar atentamente las sugerencias de Bryce acerca de la investigación. Pensó que tenía un perfil encantador. Y cuando sonreía…
Vaya por Dios, sabía lo que estaba pasando. ¿Dónde estaba Kate cuando la necesitaba? De luna de miel, por supuesto. Kate podría hacerle entrar en razón, pero no estaba allí, y Jordan se percató de repente de que estaba en serios apuros. Se estaba convirtiendo en una fan de Noah Clayborne.
Se preguntaba cómo serían sus besos. Sus caricias… Abrazarlo…
– ¿Estás preparada, Jordan?
– ¿Para qué? -La pregunta la había sobresaltado.
– Para irnos -dijo Noah.
– Sí, claro. Ha sido un placer, Bryce -aseguró Jordan con una sonrisa-. Sé que estás haciendo gran parte del trabajo de campo en tu tiempo libre, y quiero que sepas lo mucho que agradezco tu ayuda.
– No tienes por qué agradecérmelo. Eres hermana de Nick. -Salieron los tres juntos del local-. ¿Cuándo has dicho que vencía el plazo? -preguntó Bryce en la puerta.
– Mañana a mediodía -dijo Noah-. Si para entonces no he hablado con los hermanos Dickey, asumís vosotros el caso.
– Me parece bien.
Jordan no dijo nada durante el trayecto de vuelta al motel. Noah la miró un par de veces y le preguntó si le pasaba algo.
– Estoy bien -contestó.
Pero no lo estaba. Estaba hecha un lío. Sólo podía pensar en Noah. Tenía que recuperar el rumbo. Basta de tener ideas descabelladas sobre él. Basta de preguntarse cómo sería dormir con él. Se dijo que debía quitárselo de la cabeza. Pero cuanto más se advertía a sí misma que no debía obsesionarse, más pensaba en él.
Yoga. Eso era lo que necesitaba. Cuando llegase al motel se daría una ducha rápida, se pondría el pijama y se sentaría en mitad de la cama en la postura del loto. Respiraría hondo y ordenaría sus pensamientos. Y él no interferiría en ellos. Ella sería quien los controlara, no él.
– ¿Qué te pasa? -preguntó Noah.
– ¿Por qué crees que me pasa algo?
– Me estás fulminando con la mirada, cariño -soltó con una carcajada.
Dio una mala excusa y se pasó el resto del trayecto hasta el motel mirando por la ventanilla del coche.
Entró en su habitación con el maletín en la mano y se detuvo en seco. A través de la puerta interior que comunicaba las dos habitaciones pudo ver que la cama de Noah estaba abierta y que tenía unos bombones en la almohada. Su cama, en cambio, estaba intacta.
– Me sorprende que Amelia Ann no te esté esperando en la cama -rio tras sacudir la cabeza.
– No es mi tipo -replicó Noah mientras entraba en su habitación.
Quiso preguntarle cuál era su tipo pero se contuvo; en lugar de hacerlo, tomó el pijama y se dirigió al cuarto de baño.
Cuando terminó de ducharse y de lavarse el pelo, se sentía mejor y tenía las ideas más claras. Hasta se entretuvo utilizando el secador.
Mientras quitaba la colcha, vio que Noah hablaba por teléfono. Oyó que reía de vez en cuando y pensó que estaría hablando con Nick. Cuando acababa de instalarse en la cama con el montón de fotocopias, Noah entró en su habitación.
– Nick quiere que lo llames al móvil. Pero espera un par de minutos. Tenía a Morganstern por la otra línea. -Le pasó su teléfono-. Voy a ducharme. Pase lo que pase, no le abras la puerta a nadie. ¿Entendido?
– Sí.
Se metió en el cuarto de baño antes de que recordara preguntarle si le había contado a Nick lo de Lloyd. Claro que se lo habría contado. Pero podría haber dejado que lo hiciera ella. No quería que Nick volviese a Serenity. Si todo salía bien, al día siguiente regresaría a Boston.
Después de haber organizado el resto de las fotocopias de la investigación, marcó el número de su hermano. Nick contestó al segundo timbre.
– Has encontrado otro, ¿eh? -soltó sin perder el tiempo en saludarla.