Tenía que ajustar bien el tiempo. En cualquier momento, el mensajero que había pagado estaría dejando la caja envuelta para regalo en la puerta de Jordan. Fuego líquido; así era como él pensaba en su mezcla especial. Había funcionado de maravilla en casa del profesor MacKenna. Y volvería a hacerlo. La caja contenía suficientes productos químicos como para hacer saltar hacía la estratosfera la planta superior del edificio de pisos y reducir a cenizas lo que quedara. Era posible que fuese una destrucción excesiva, pero así no tendría que preocuparse por que el ordenador de Jordan Buchanan pudiera seguir operativo de algún modo.
Había puesto un temporizador y tenía exactamente una hora antes de que explotara. Tenía que acabar con Jordan antes de ese momento. En cuanto su piso saltase por los aires, la policía y el FBI acudirían al hospital como moscas. Sabrían entonces que ella había sido el objetivo de los disparos. Pero si Pruitt podía acabar ese día con ella, nadie sabría nunca por qué.
Menos mal que en el pueblo la gente cotilleaba. Cuando acababa de volver al motel con la destructora de papel en las manos, Pruitt recibió la llamada telefónica de su mujer, Suzanne. Lily, la mujer de Jaffee, le había contado que Angela le había contado que la vida de Jordan Buchanan pendía de un hilo. Era tan triste que algo así de trágico le ocurriera a una chica tan joven, y tan simpática. ¿Adónde iríamos a parar? Habían asesinado a tres personas en Serenity y, después, esa joven encantadora, que ya había quedado lo bastante traumatizada, volvía a Boston para que le disparara un loco que pretendía vengarse de su padre. Y ese agente tan atractivo del FBI, Noah Clayborne, que estuvo con ella en Serenity, resultó ser algo más que un simple amigo. Había llamado a Angela y apenas podía hablar de lo desconsolado que estaba. Angela le había dicho que ella había recibido la última llamada telefónica que Jordan hizo antes de recibir ese balazo. El pobre hombre parecía estar totalmente desorientado. No había demasiadas probabilidades de que Jordan sobreviviera pero intentaba no perder las esperanzas. Intentaba tener pensamientos positivos; planear el regreso de Jordan a casa desde el hospital. Lo último que Jordan le había dicho era algo sobre esos documentos que había ido a buscar a Serenity. Estaba impaciente por enseñarle una información sorprendente que había guardado en su ordenador; algo que había encontrado en los papeles que el difunto profesor le había entregado. Según todo el mundo, esa chica era una especie de genio de la informática. Pero quizá Noah no sabría nunca lo que Jordan quería decirle. Era todo tan triste…
Suzanne siguió parloteando, pero Pruitt había dejado de prestarle atención. ¿Qué otra información habría encontrado Jordan en las notas del profesor MacKenna? ¿Qué habría en su ordenador? Quizá ya lo había deducido todo.
Entró en el hospital sin que nadie se diera cuenta. Se miró los pies por si las cámaras de seguridad lo estaban enfocando. No temía que lo reconocieran. La policía buscaba a unos gángsters relacionados con el caso de crimen organizado del que se había encargado el juez Buchanan, ¿no? Y aunque Jordan pudiera identificar a Dave Trumbo, no lo vería de cerca, no hasta que fuera demasiado tarde.
El personal de seguridad tampoco se fijó demasiado en él. No había ninguna razón para que lo hiciera. Se había parado en un supermercado donde podía comprarse de todo, desde pasta de dientes a piezas de recambio de un automóvil o uniformes profesionales. Había elegido un par de guantes quirúrgicos. El hospital era un enorme complejo médico, y había tantos médicos y enfermeras que iban y venían que nadie le prestaría ninguna atención.
El ascensor se abrió en cuanto pulsó el botón, y subió solo hasta la quinta planta, mientras repasaba mentalmente lo que diría si una enfermera lo detenía. Al salir del ascensor, echó un vistazo a los números que había junto a las puertas en busca del que le habían dado cuando llamó a recepción. Una flecha indicaba que la habitación de Jordan Buchanan estaba en el pasillo que iba a la derecha después de la esquina. Dobló la esquina y se detuvo. Había un policía uniformado delante de la puerta. Pruitt cambió de dirección, y también tuvo que cambiar de planes.
No había previsto que habría un guardia, lo que había sido un descuido por su parte. Era lógico que su padre quisiera reforzar la seguridad.
De nuevo en el ascensor, consultó el directorio del hospital que estaba grabado en la pared. Pulsó el botón de la segunda planta para dirigirse a radiología. Cuando salió al pasillo vacío, no había nadie a la vista. Sólo tuvo que hacer un par de llamadas con el móvil para conseguir el nombre del cirujano y del internista de Jordan Buchanan. A continuación, llamó a la quinta planta y le dijo a la enfermera que el doctor Emmett había ordenado que se hicieran más radiografías a la paciente.
Por su voz, la enfermera debía de ser joven e inexperta. No hizo preguntas. Se limitó a colgar el teléfono para llamar de inmediato a radiología y transmitirles las órdenes verbales del médico.
Pruitt oyó cómo el celador atendía la llamada. Por suerte, era una noche tranquila y el departamento de radiología estaba vacío. Aun así, Pruitt tuvo que esperar diez minutos antes de que el auxiliar rubio tomara lentamente el ascensor para ir a buscar a Jordan. Con un iPod en el bolsillo de la camisa y los finos cables de los auriculares colgándole de las orejas, tarareaba una canción irreconocible.
A Pruitt le gustaba la soledad de su escondrijo. Había habitaciones oscuras, pasillos más oscuros aún y una recepción vacía. No tenía que preocuparse por que nadie lo interrumpiera.
Echó un vistazo a la planta de radiología y encontró el sitio perfecto en un cubículo situado tras la puerta de vaivén de la sala de rayos.
¿Acompañaría el guardia a Jordan? Era lo más probable. Tendría que encargarse de él primero. Golpearlo con fuerza desde detrás. Y mientras cayera al suelo, se apoderaría de su arma. A no ser que el auxiliar del iPod estuviese por ahí. Pruitt esperaba poder dejar a Jordan inconsciente e ir entonces a por el técnico radiólogo. En caso contrario, también tendría que encargarse antes de él. No sería difícil, y no haría ningún ruido. Seguía recordando las técnicas que utilizaba para someter a sus antiguos clientes. Era curioso cómo esas cosas no se olvidan nunca.
Pasada la puerta de vaivén, había varios vestuarios, donde los pacientes se cambiaban para ponerse una bata antes de hacerse las radiografías. Todos tenían puertas que cerraban de golpe. Dentro de cada vestuario, había un estante con un montón de batas limpias y ¡vaya!, una barra de metal con perchas de plástico.
Había pensado que tendría que forzar el armario de material para encontrar algo que pudiera utilizar para golpear al guardia, pero la barra de metal ya le valía. Tardó unos minutos en desatornillarla con una moneda. La barra, de unos veinticinco o treinta centímetros de longitud, tenía el peso perfecto para lo que la quería. Y el grosor ideal para sujetarla bien con la mano.
Tiró de la puerta del vestuario hacía él y la dejó un poco entreabierta para ver cuándo llegaba Jordan en silla de ruedas. Habría algo que lo avisaría antes. Había observado que cuando se pulsaba el botón desde el otro lado de la puerta de vaivén para que se abriera, en ése lado se encendían las luces.
Se le habían adaptado los ojos a la oscuridad. No sabía cuánto rato pasó antes de que se oyeran voces. Un minuto después, las luces parpadearon, y oyó el ruido sordo de la puerta que se abría despacio hacia dentro.
Se tranquilizó para no apresurarse. Tenía que atacar en el momento preciso.
Y ahí estaban. Primero vio a Jordan y, después, al auxiliar que empujaba la silla de ruedas. El guardia los seguía de cerca. Qué suerte había tenido. El guardia iba el último, pero sería el primero en caer.
Con la barra en la mano, Pruitt empujó despacio la puerta y salió. El guardia no le oyó acercarse. Pruitt le sacudió con fuerza en la nuca, y le quitó el arma cuando cayó al suelo.
El auxiliar logró oír el ruido por encima de la música y se volvió, confundido.
– ¿Pero qué…?
Eliminado. La barra le había acertado en la cara, justo encima de la oreja. Ocurrió tan deprisa que no tuvo tiempo de agacharse. El auxiliar cayó sobre Jordan, y la tiró de la silla de ruedas al suelo.
Pruitt dio un puntapié a la silla para apartarla de su camino y levantó el arma. Su mirada era fría y diabólica. Jordan se preguntó si sería lo último que vería antes de morir. Gritó y se acurrucó para intentar protegerse.
De repente, Noah cruzó con estrépito la puerta. Pruitt apenas tuvo tiempo de volver la cabeza antes de que una bala del arma de Noah le atravesara el hombro. Hizo un movimiento para intentar alcanzar a Jordan, pero Noah le disparó entonces en el pecho, y Pruitt cayó al suelo con una expresión de sorpresa en su cara agonizante. Trató de levantar el arma, pero Noah disparó de nuevo. La detonación fue ensordecedora y retumbó por el pasillo vacío.
Jordan se desmayó al oír su eco.