Capítulo 5

Tenía que estar loca. ¿Ir a buscar un tesoro? ¿En qué había estado pensando? Al parecer, le había interesado más demostrar a Noah Clayborne que no era un muermo, que utilizar su sentido común.

Jordan sabía que ella misma era la única culpable de su situación actual, pero seguía queriendo culpar a Noah, sólo porque así se sentía mejor.

Se apoyó en el tronado coche de alquiler, parado en la cuneta de la deteriorada carretera de dos carriles en medio de la nada, en Tejas, mientras esperaba impaciente a que el motor se enfriara para poder echar algo más de agua en el depósito del refrigerador. Gracias a Dios que se había detenido hacía un rato en la interestatal para comprar un par de botellas de agua para el resto del viaje. Estaba bastante segura de que el radiador perdía, pero tenía que lograr que el motor siguiese funcionando el tiempo suficiente para poder llegar a la siguiente población y que un mecánico le echara un vistazo. Estaba a cuarenta grados a la sombra por lo menos y, por supuesto, el aire acondicionado del automóvil se había estropeado hacía más o menos una hora, junto con el magnífico GPS que la agencia de alquiler le había entregado como premio de consolación por haberse hecho un lío con su reserva y haberle dado, a sabiendas, una cafetera.

El sudor le resbalaba entre los pechos; las suelas de las sandalias se le pegaban al asfalto, y la crema solar que se había puesto en la cara y en los brazos estaba perdiendo la batalla. Jordan tenía el cabello color caoba, pero la complexión de una pelirroja, y el sol la quemaba y la llenaba de pecas enseguida. Suponía que podía elegir entre sentarse en el coche y morir deshidratada mientras esperaba a que el motor se enfriara, o quedarse fuera y achicharrarse lentamente.

De acuerdo. Estaba exagerando un poco. Pero pensó que era debido al calor.

Por suerte, llevaba el móvil. No salía nunca de casa sin él. Por desgracia, como estaba temporalmente perdida en mitad de una llanura inmensa, no tenía cobertura.

Serenity, Tejas, estaba a unos noventa o cien kilómetros. No había podido averiguar demasiado sobre la población; sólo sabía que era tan pequeña que su nombre aparecía con las letras más pequeñas en un mapa del estado tejano. El profesor le había dicho que Serenity era un oasis. Pero cuando lo conoció, vestía un grueso blazer de tweed en pleno verano. ¿Qué sabría él de oasis?

Había investigado al profesor antes de salir de Boston y, aunque extraño y excéntrico, era auténtico. Tenía varios títulos universitarios y estaba capacitado para dar clases. Una empleada del edificio de administración del Franklin College, una mujer llamada Lorraine, había expuesto con entusiasmo sus habilidades docentes. Según ella, el profesor hacía que la historia cobrara vida. Le había asegurado que sus clases eran siempre las primeras en llenarse.

A Jordan le resultó difícil creerlo.

– ¿De veras? -se extrañó.

– ¡Ya lo creo! A los estudiantes no les importa su acento, y no deben de querer perderse ni una palabra porque nadie falta nunca a sus clases.

– Nadie falta…

Ah, ya lo entendía. Era una asignatura fácil.

La mujer también mencionó que se había jubilado anticipadamente, pero que esperaba que lo reconsiderase y volviera.

– Los buenos profesores no abundan -comentó-. Y con el sueldo que les pagan, la mayoría no pueden permitirse jubilarse tan pronto. El profesor MacKenna tiene poco más de cuarenta años.

Era evidente que a Lorraine no le importaba proporcionar información personal sobre un ex profesor, y ni siquiera le había preguntado a Jordan por qué estaba tan interesada en él. Era cierto que Jordan había mentido y le había dicho que era una pariente lejana del profesor, pero Lorraine no le había solicitado nada para verificarlo.

Le gustaba hablar, de eso no cabía duda.

– Seguro que creía que era mucho mayor, ¿verdad?

– Pues sí -admitió Jordan.

– Yo también -aseguró Lorraine-. Puedo buscarle la fecha de nacimiento si quiere.

¡Madre mía, qué servicial era!

– No será necesario -respondió Jordan-. ¿Ha dicho que se había jubilado? Creía que se había tomado un año sabático.

– No, se jubiló -insistió Lorraine-. Nos encantaría que regresara. Pero dudo que vuelva a la enseñanza. Cobró una herencia -prosiguió-. Me dijo que no tenía ni idea de que iba a recibirla, que el dinero le había llegado por sorpresa. Entonces tomó la decisión de comprar unas tierras lejos del ruido y del bullicio de la ciudad. Estaba investigando la historia de su familia, y quería encontrar un sitio donde pudiera trabajar tranquilo.

Al echar ahora un vistazo a su alrededor, Jordan imaginó que el profesor había encontrado ese sitio. No había nadie a la vista, y tenía la sensación de que Serenity era tan inhóspito como el paisaje que la rodeaba.

Pasó media hora, el motor se enfrió y Jordan salió de nuevo a la carretera. Como no disponía de aire acondicionado, llevaba las ventanillas bajadas, y el aire abrasador del exterior le azotaba la cara como si estuviese asomada a un horno. El terreno era tan plano como uno de sus soufflés, pero cuando salió de una curva enorme y vio las cercas a cada lado de la carretera, la zona le pareció menos desolada. Por lo menos, había señales de que estaba habitada. Una cerca de alambres oxidados, que daba la impresión de haber sido levantada hacía un siglo, acotaba unos pastos vacíos. Como no se veía ningún cultivo, supuso que los cercados eran para caballos y vacas.

Recorrió kilómetros sin que el paisaje cambiara demasiado. Por fin, llegó a un par de pendientes suaves y a continuación la carretera empezó a serpentear. Después de una curva pronunciada divisó una torre a lo lejos. Una señal de tráfico anunciaba que Serenity estaba a un kilómetro y medio de distancia. Al tomar el desvío, cogió el móvil y vio que tenía cobertura. La carretera descendía y después ascendía una colina. Una vez en la cima, observó que delante de ella se extendía el extremo oeste de Serenity.

Tenía el aspecto de un lugar dejado de la mano de Dios.

El límite de velocidad se redujo a cuarenta kilómetros por hora. Pasó delante de varias casas pequeñas. En el jardín delantero de una de ellas, había una furgoneta oxidada que descansaba sobre unos ladrillos. Le faltaban las ruedas. Otra casa tenía una lavadora desechada en un jardín lateral. El escaso césped que crecía entre las malas hierbas estaba sin cuidar y quemado por el sol. Una manzana después, pasó ante una gasolinera abandonada en la que todavía se veía un surtidor. El edificio vacío estaba recubierto de plantas trepadoras, y no quiso imaginarse los bichos que vivirían en él.

– ¿Qué estoy haciendo aquí? No debería de haber vendido mi empresa -susurró. El orgullo. Eso era lo que la había metido en aquella ridícula aventura. No quería que Noah Clayborne se burlase de ella-. Burbuja -murmuró-. ¿Qué tiene de malo querer vivir en mi burbuja?

Pensó en cruzar Serenity para dirigirse a la ciudad más próxima, devolver el coche de alquiler con algunas palabritas de queja y tomar el primer vuelo para Boston, pero no podía hacerlo. Le había prometido a Isabel que vería al profesor y que después la llamaría para explicarle lo que hubiese averiguado.

Tenía que admitir que también sentía algo de curiosidad por sus antepasados. No se creía eso de que los Buchanan eran unos salvajes y quería demostrarlo. También quería saber qué había provocado la enemistad entre los Buchanan y los MacKenna. ¿Y el tesoro? ¿Sabía el profesor en qué consistía el tesoro?

Siguió conduciendo y llegó a la calle principal. Las casas parecían habitadas, pero los jardines se veían secos y amarronados, y las persianas estaban bajadas.

Serenity era tan acogedor como el purgatorio.

La luz roja del salpicadero empezó a parpadear para indicar que el motor volvía a calentarse. Un par de manzanas más adelante, encontró una tienda abierta y estacionó el coche. Hacía tanto calor que tenía la sensación de estar pegada al asiento. Dejó el automóvil en la sombra, apagó el motor para que se enfriara, sacó el bloc donde llevaba anotado el teléfono del profesor y marcó el número.

Tras el cuarto timbre, saltó el buzón de voz. Dejó su nombre y su número, y cuando se estaba guardando el móvil en el bolso, sonó. El profesor debía de haber recibido su llamada.

– ¿Señorita Buchanan? Soy el profesor MacKenna. Tengo que darme prisa. ¿Cuándo quiere que nos veamos? ¿Le va bien a la hora de la cena? Sí, cenemos. Nos encontraremos en The Branding Iron. Está en Third Street. Vaya hacia el oeste; no tiene pérdida. Es un motel muy bonito. Puede registrarse, refrescarse y reunirse conmigo a las seis. No llegue tarde.

Colgó antes de que pudiera decir nada. Parecía nervioso, quizá preocupado. Jordan sacudió la cabeza. Había algo que la inquietaba. No estaba segura de si se trataba simplemente de que era un hombre tan nervioso que siempre miraba hacia atrás como si esperase que alguien fuera a atacarlo o si había algo más; algo que no sabría definir. Daba igual, su filosofía era sencilla: más vale prevenir que curar, así que sólo se reuniría con él en un lugar público.

Y, para ser más concretos, en un lugar público con aire acondicionado. Tenía calor, estaba sudada y procuraba con todas sus fuerzas no sentirse abatida. Se dijo que tenía que pensar en cosas positivas. Después de ducharse y cambiarse de ropa, se sentiría mucho mejor.

Continuaba deseando volver a conducir para regresar antes a Boston, pero lo descartaba. El coche alquilado tenía muchas probabilidades de averiarse en la carretera, e imaginarse tirada en mitad de la noche le daba escalofríos. No, lo descartaba totalmente. Además, se lo había prometido a Isabel, y no podía faltar a su palabra. De modo que vería al profesor chiflado, hablaría con él sobre su investigación durante la cena, obtendría fotocopias de sus documentos y se iría de Serenity a primera hora de la mañana.

Perfecto, ya se sentía mejor. Ya se había decidido y tenía un plan.

– Oh, no -susurró.

El plan se desmoronó cuando llegó al estacionamiento del motel y echó un buen vistazo al antro que el profesor MacKenna le había recomendado. Estaba segura de que Norman Bates dirigía el negocio.

El camino de entrada era un foso de grava que conducía hasta cada una de las unidades. Había ocho en total, situadas unas junto a otras como las cajas de un almacén. Tenían la pintura blanca desconchada, y la única ventana de cada una de ellas estaba recubierta de mugre. No quería imaginar lo horrendas que debían de ser las habitaciones. Hasta las chinches huirían de un lugar así. No tenía la categoría suficiente para ellas.

Pero podría soportarlo una noche, ¿no?

– No -dijo en voz alta.

Seguro que encontraría algo mejor; un lugar donde no le diera miedo ducharse.

Jordan no se consideraba una niña mimada ni una esnob. No le importaba que el motel fuese un poco ruinoso, pero lo quería limpio y seguro. Y ese sitio no cumplía ninguno de esos dos requisitos. Como no tenía intención de pasar la noche en él, no necesitaba ver las habitaciones.

Detuvo el coche y se asomó por la ventanilla para echar un buen vistazo al restaurante situado en la acera de enfrente. Cometió el error de apoyar el brazo en el borde caliente de metal. Dio un respingo y metió el brazo de golpe en el coche.

The Branding Iron le recordó un tren porque el edificio era largo y estrecho, y tenía el techo cóncavo. Junto a la calle había un rótulo con una herradura de neón púrpura. Supuso que quería ser un hierro de marcar en referencia al nombre del local, que significaba eso en inglés.

Ahora que ya se había orientado y que sabía dónde estaba el restaurante, salió del estacionamiento y siguió adelante. Estaba casi segura de que la empresa de alquiler de automóviles no tenía ninguna sucursal en Serenity, lo que significaba que tendría que apechugar con esa cafetera hasta llegar a una ciudad más grande, y la más cercana estaba a más de ciento cincuenta kilómetros de distancia. Decidió que en cuanto se hubiese registrado en un motel, llamaría a la agencia de alquiler, buscaría un mecánico para que le arreglara el radiador y compraría diez litros de agua antes de marcharse del pueblo. La idea de conducir un coche que tenía problemas mecánicos en medio de la nada la ponía nerviosa. Se dijo que primero iría al mecánico. Y, después, decidiría. Podría dejar el coche allí y tomar el tipo de transporte público que existiera. Seguro que habría autobuses de línea o trenes, o algo.

Pronto llegó a un puente de madera con una señal que anunciaba que estaba cruzando Parson's Creek. El riachuelo no contenía una sola gota de agua, y cuando recorría el puente, leyó un aviso colocado en la barandilla que indicaba que el paso estaba prohibido cuando el río estaba crecido. Pensó que ese día no había de qué preocuparse; el riachuelo estaba tan vacío como parecía estarlo el pueblo.

Al otro lado del puente, la saludó una señal de madera pintada de verde bosque con unas llamativas letras blancas: BIENVENIDOS A SERENITY, CONDADO DE GRADY, TEJAS. POBLACIÓN: 1,968 HABITANTES. En letras más pequeñas, pintadas a mano, se leían las palabras: «Nueva ubicación del Instituto "Bulldogs", del Condado de Grady».

Cuanto más al este conducía, más grandes eran las casas. Se paró en una esquina, oyó risas y gritos de niños, y se volvió hacia el origen del sonido. A su izquierda había una piscina.

«Por fin», pensó. Había dejado de sentir que estaba en un cementerio. Había gente, y ruido. Las mujeres tomaban el sol mientras sus hijos retozaban en el agua, y el vigilante, achicharrado, estaba sentado en su puesto de observación, medio dormido.

La transformación después de cruzar el puente de un condado a otro era asombrosa. En este lado del pueblo, la gente regaba el césped. El área estaba limpia, las casas bien conservadas, las calzadas y las aceras, nuevas. Había signos evidentes de comercio, con tiendas abiertas a ambos lados de la vía pública. A la izquierda, una tienda de belleza, una ferretería y una aseguradora, y a la derecha, un bar y un anticuario. Al final de la manzana, el restaurante Jaffee's Bistro tenía mesas y sillas fuera, bajo un toldo verdiblanco, pero Jordan no se imaginaba que nadie quisiera sentarse en ellas con el calor que hacía.

El cartel de la puerta anunciaba «Abierto». Sus prioridades cambiaron al instante. En ese momento, las palabras «aire acondicionado» sonaban a gloria, lo mismo que una buena bebida fresca. Ya encontraría después un mecánico y un motel.

Estacionó el coche, tomó el bolso y el maletín con el portátil, y entró. La ráfaga de aire fresco hizo que le temblaran las rodillas. Fue una sensación maravillosa.

Una mujer que enrollaba cubiertos con servilletas alzó los ojos al oír abrirse la puerta.

– La hora del almuerzo se ha acabado, y todavía no servimos cenas. Le puedo preparar una buena taza de té helado si quiere.

– Sí, por favor. Eso sería estupendo -respondió Jordan.

El lavabo de señoras estaba en un rincón. Después de lavarse las manos y la cara, y de pasarse un peine por el pelo, volvió a sentirse humana.

Había unas diez mesas con manteles a cuadros y cojines a juego en las sillas. Eligió una mesa en el rincón. Podía mirar por la ventana, pero el sol no le daba en la cara.

La camarera regresó un minuto después con una taza de té helado, y Jordan le preguntó si tenía una guía telefónica.

– ¿Qué está buscando, preciosa? -preguntó la mujer-. Quizá pueda ayudarla.

– Necesito encontrar un taller mecánico -explicó-. Y un motel limpio.

– Eso es bastante fácil. Sólo hay dos talleres en el pueblo, y uno de ellos está cerrado hasta la semana que viene. El otro es el taller de Lloyd, y está a sólo un par de manzanas de aquí. El hombre tiene un carácter algo difícil, pero trabaja bien. Le traeré la guía para que busque su número.

Mientras esperaba, Jordan sacó el portátil y lo puso en la mesa. La noche anterior había tomado algunas notas y preparado una lista con las cosas que quería preguntarle al profesor, y pensó que podría repasarlas.

La camarera le trajo una delgada guía abierta por la página donde figuraba el taller de Lloyd.

– Me he tomado el atrevimiento de llamar a mi amiga Amelia Ann, que dirige el Home Away From Home Motel -explicó-. Le está preparando una habitación.

– Ha sido muy amable -dijo Jordan.

– Es un sitio encantador. El marido de Amelia Ann murió hace unos años y no le dejó nada, ni un triste seguro de vida, así que ella y su hija Candy se trasladaron al motel y empezaron a llevarlo. Lo han dejado muy acogedor. Creo que le gustará.

Jordan llamó al taller mecánico desde el móvil y le informaron con brusquedad que nadie podría echar un vistazo a su coche hasta el día siguiente. El mecánico le indicó que lo llevara a primera hora de la mañana.

– Faltaba más -soltó Jordan con un suspiro mientras cerraba el móvil.

– ¿Está de paso o se ha perdido? -quiso saber la camarera-. Si no le importa que se lo pregunte -se apresuró a añadir.

– No me importa. He venido a ver a alguien.

– Oh, preciosa. No será ningún hombre, ¿verdad? Espero que no haya venido siguiendo a ningún hombre. Dígame que no. Es lo que yo hice. Lo seguí desde San Antonio. Pero no duró, no mucho por lo menos, y se largó y me dejó. -Sacudió la cabeza a la vez que chasqueaba la lengua-. Y ahora estoy atrapada aquí hasta que reúna el dinero suficiente para volver a casa. Me llamo Angela, por cierto.

Jordan se presentó y estrechó la mano de la mujer.

– Encantada de conocerte. Y no, no he venido siguiendo a ningún hombre. Voy a reunirme con uno para cenar, pero es por un asunto de negocios. Me va a entregar unos documentos y cierta información.

– ¿Nada romántico entonces?

– No. -Se había imaginado al profesor y casi se había estremecido.

– ¿De dónde eres?

– De Boston -dijo Jordan.

– ¿De veras? No tienes acento de por ahí, por lo menos no mucho.

Jordan no sabía si el comentario era bueno o malo, pero Angela sonreía. Tenía una sonrisa encantadora y parecía una persona agradable. Jordan supuso que, en su juventud, habría adorado el sol, porque tenía unas arrugas muy marcadas en la cara, y su piel recordaba un poco al cuero.

– ¿Hace mucho que vives en Serenity?

– Cerca de dieciocho años -contestó Angela. Jordan pestañeó. ¿Llevaba ahorrando dieciocho años y todavía no había conseguido reunir el dinero suficiente para regresar a su casa?-. ¿Dónde vas a cenar con ese hombre de negocios? No tienes que decírmelo si no quieres. Es sólo curiosidad.

– Vamos a cenar en The Branding Iron. ¿Has comido alguna vez allí?

– Oh, sí -aseguró-. Pero la comida no es tan buena como la de aquí, y está situado en una zona del pueblo nada recomendable. Sigue abierto porque es una referencia local, y trabaja mucho los fines de semana. No es un sitio seguro después del anochecer. Tu hombre de negocios debe de ser de aquí, o alguien de aquí le habló sobre ese local. Nadie que no fuera de Serenity sugeriría The Branding Iron.

– Se llama MacKenna -dijo Jordan-. Es profesor de historia y va a entregarme los documentos de una investigación que ha llevado a cabo.

– No lo conozco -comentó Angela-. No conozco a todos los del pueblo, claro, pero diría que debe de haber llegado hace poco. -Se volvió para marcharse-. Te dejo sola para que disfrutes del té. Todo el mundo piensa que hablo demasiado.

Jordan supo que la camarera esperaba que expresara su discrepancia.

– Yo no lo pienso.

Angela se volvió con una sonrisa enorme en los labios.

– Yo tampoco. Sólo soy amable, eso es todo. Es una lástima que no puedas cenar aquí. Jaffee está preparando su plato especial de gambas.

– Creo que el profesor sugirió ese restaurante porque está justo delante de un motel que me recomendó.

– ¿El Excel? -dijo Angela con las cejas arqueadas-. ¿Te sugirió el Excel?

– ¿Es así como se llama el motel? -sonrió Jordan.

– Antes había un rótulo luminoso enorme -asintió la camarera-. La palabra «excelso» parpadeaba toda la noche. Pero las dos últimas letras ya no se encienden, y por esta razón la gente lo llama Excel. Trabajan mucho por la noche… toda la noche, en realidad. -Y, tras una pausa, añadió casi en un susurro-: El individuo que lo regenta cobra por horas, no sé si me entiendes. -Debió de parecerle que Jordan no la seguía porque se apresuró a explicarse-: Es un prostíbulo, eso es lo que es.

– Comprendo -aseguró Jordan para que no creyera que tenía que explicarle qué era un prostíbulo.

Angela apoyó una cadera en la mesa para acercarse más a ella y seguir hablando en voz baja.

– Además de ser muy peligroso si hubiese un incendio, si quieres que te lo diga. -Miró rápidamente a un lado y a otro para comprobar que no hubiese entrado nadie en el restaurante vacío sin que se hubiera dado cuenta y pudiera escuchar lo que decía-. Deberían haberlo derribado hace años, pero lo dirige J.D. Dickey, y nadie se atreve a meterse con él. Creo que también es el chulo de algunas de las prostitutas, ¿sabes? Ese tipo da miedo de verdad. Es un hombre perverso.

Angela era un pozo de información, y no le daba ningún apuro contar todo lo que sabía. Jordan estaba fascinada. Casi envidiaba la franqueza y la sinceridad de esa mujer. Ella era todo lo contrario. Se guardaba las cosas dentro. Estaba segura de que Angela podía dormir por la noche. Ella, en cambio, llevaba más de un año sin disfrutar de una buena noche de descanso. Siempre le daba vueltas a la cabeza, y había noches en las que caminaba arriba y abajo por su casa, preocupada por algún que otro problema. Por la mañana, ninguna de esas preocupaciones parecía tan importante, pero en mitad de la noche adquirían dimensiones descomunales.

– ¿Por qué los bomberos o la policía no han cerrado el motel? Si hay riesgo de incendio… -se preguntó en voz alta.

– Oh, ya lo creo.

– Y la prostitución es ilegal en Tejas…

– Sí que lo es -corroboró de nuevo Angela, antes de que Jordan pudiese proseguir-. Pero eso no importa demasiado. Tú no comprendes cómo van las cosas por aquí. A cada lado de Parson's Creek el pueblo pertenece a un condado distinto, y las cosas funcionan de modo tan diferente como la noche y el día. En este momento, estás en el condado de Grady, pero el sheriff que está al mando en el condado de Jessup es uno de esos que cree que puede hacer la vista gorda. ¿Sabes a qué me refiero? Vive y deja vivir; ése es su lema. En mi opinión, le da miedo enfrentarse con J.D. ¿y sabes por qué? Yo te lo diré: El sheriff del condado de Jessup es hermano de J.D. Sí, señor. Su hermano. ¿Qué te parece?

– ¿Y tú? -preguntó Jordan-. ¿Le tienes miedo a ese hombre?

– Mira, preciosa. Cualquiera con dos dedos de frente se lo tendría.

Загрузка...