Por fin, la terrible experiencia de Jordan había terminado, y a las siete y media de esa misma tarde habían retirado todos los cargos en su contra. En cuanto el nuevo jefe de policía había recibido la hora oficial de la muerte (con un margen de tres horas de error), y había comprobado su coartada, la había dejado en libertad.
Jordan había explicado dónde había estado cada momento de la noche anterior. Se dio cuenta entonces de la suerte que había tenido de no haber estado nunca sola hasta que se fue a dormir. A esa hora, ya hacía rato que el profesor MacKenna había fallecido.
El alcalde insistió en despedir a Maggie Haden mientras todavía estaba entre rejas. También insistió en que el jefe Davis no dejara salir a la mujer hasta que él se hubiese ido de la comisaría.
Maggie no se tomó bien la noticia de su cese.
– Tendrías que habértelo imaginado -le indicó Davis.
Su reacción fue, como era de esperar, infame, y mientras recogía sus objetos personales y los echaba en una caja de cartón, soltó una diatriba sobre discriminación sexual.
– La gente se ha quejado de mí al Ayuntamiento porque soy mujer. Tú jamás has podido soportar que me dieran a mí el cargo en lugar de a ti. No has parado de pinchar a los concejales para que me despidieran.
– ¿No vas a asumir ninguna responsabilidad por lo sucedido hoy? -preguntó Davis.
– Voy a buscarme un abogado y a denunciaros a todos. No tendréis dónde caeros muertos cuando acabe con vosotros.
– Oye, no deberías amenazarnos. Me ha costado mucho convencer al agente Clayborne para que te retirara el cargo por agresión. Todavía podría cambiar de opinión.
– Era un cargo inventado.
La caja que había llenado ocupaba el centro de la mesa. Bajó los ojos para mirar su contenido, la levantó y la lanzó contra la pared.
– No necesito esta basura -dijo Haden.
– Tienes que irte de aquí. -Davis intentó sujetarle un brazo.
– No te acostumbres demasiado a mi silla -soltó mientras se apartaba de él-. No serás jefe de policía mucho tiempo. Mi abogado obligará a los concejales a devolverme mi puesto. Volveré a llevar la placa y el arma antes de que te des cuenta. Y entonces estarás oficialmente acabado. Lo primero que haré será librarme de ti.
Jordan había llegado hasta el final de la acera con Max para despedirse, pero todavía podía oír perfectamente la voz de Haden. Max le dio a Jordan su tarjeta de visita con todos sus números de teléfono, incluido el móvil particular. Le dijo que lo llamase a cualquier hora, de día o de noche, si tenía cualquier otro problema.
– Te sugiero que te vayas de Serenity lo antes posible -le aconsejó-. Quien puso el cadáver en tu coche lo hizo por algún motivo, Jordan. Yo, en tu lugar, no me quedaría a averiguar por qué. Deja la investigación en manos de la policía local. Si el jefe Davis necesita ayuda, sabe que puede pedírsela a Noah o a tu hermano. -De repente, cambió de tema-. Tengo que irme, pero quería preguntarte algo…
– ¿Sí? -dijo Jordan sin imaginarse por qué vacilaba tanto.
– El mes que viene asistiré a una conferencia en Boston, y si puedes, me encantaría llevarte a cenar.
Noah ya le había dado las gracias al abogado y estaba esperando en la puerta a que Jordan se despidiera de él. Vio cómo la joven le sonreía a Max, pero también captó algo más en su expresión. Le pareció que era sorpresa. Sintió curiosidad y quiso averiguar qué le estaba diciendo Max. Pero el móvil se lo impidió. Habría ignorado la llamada, pero vio el número y cambió de opinión. Era Nick.
Jordan se metió la tarjeta de visita de Max en el bolsillo y observó cómo se iba en su coche. Lo saludó con la mano. Por alguna razón, el gesto le molestó a Noah. Le pareció demasiado… personal, demasiado amistoso. Se preguntó si Max habría intentado ligar con ella y decidió que sí, sin lugar a dudas. Jordan era una mujer hermosa, y Noah había observado que el abogado lo había notado. Eso también le molestaba. No era nada profesional que su abogado mostrara un interés tan personal por el físico de Jordan. Sí, él también se había fijado, claro. Pero eso era distinto.
La puerta se abrió de golpe detrás de Noah, y Maggie Haden salió como una exhalación. Cuando vio a Jordan al final de la acera, se dirigió hacia ella.
Jordan se volvió y vio la rabia en los ojos de Haden, pero no retrocedió ni buscó ayuda. Podía defenderse sola. Se mantuvo firme y esperó a ver qué hacía la mujer enloquecida. Estaba preparada para cualquier cosa.
No tuvo la oportunidad de averiguarlo. Estaba viendo cómo Haden se acercaba a toda velocidad y, de repente, vio la espalda de Noah. No podía imaginar cómo se había colocado delante de ella tan deprisa.
– Esto no se ha acabado aquí -gritó Haden a modo de despedida. Era evidente que la culpaba de todo menos del calor.
– Sí que se ha acabado -aseguró Noah.
Jordan le dio unos golpecitos en el hombro, pero Noah no se volvió hasta que Haden se perdió de vista.
– ¿Sí?
– No era necesario que te pusieses delante de mí. Puedo cuidar de mí misma.
– ¿De veras? -Noah Clayborne le dirigió su famosa sonrisa. Le apartó el cabello del hombro y le acarició la cara-. Si puedes cuidar de ti misma, ¿cómo es que tienes la mejilla hinchada?
Ahí la había pillado.
– Fue un ataque por sorpresa -replicó ella con afán-. No estaba preparada.
Cuando terminó de hablar, se dio cuenta de lo ridícula que sonaba su explicación.
– Comprendo. Así que cuando estás preparada y no es por sorpresa ¿puedes cuidar de ti misma? ¿Con cuánto tiempo de antelación te gusta que te adviertan?
No le pareció necesario contestar el comentario sarcástico. Además, no se le ocurrió nada.
– ¿No te enseñaron a defenderte tus hermanos mayores? -prosiguió Noah.
– Por supuesto que sí. Nos enseñaron a Sidney y a mí a disparar y pelear, y a luchar de forma limpia y de forma sucia -concluyó-. Y un montón de cosas más que no nos interesaban en absoluto.
– ¿Por qué no?
– Porque éramos chicas, y nos gustaban cosas de chicas.
– ¿Es idear un ordenador una cosa de chicas? -preguntó Noah con una sonrisa-. Nick me contó que siempre estabas dibujando y diseñando.
– Hacía cosas de chicas -insistió ella-. Pero, de todas formas, Sidney y yo prestamos atención a lo que nos enseñaban nuestros hermanos. De verdad.
– ¿Tienes hambre? -soltó Noah, que había cambiado de repente de tema.
– Muchísima -aseguró-. Y conozco el restaurante perfecto para llevarte a cenar. Te encantará la comida. ¿Pero podemos irnos sin más? ¿Te ha dicho el jefe Davis…?
– Sabe dónde te alojarás esta noche. Podemos irnos.
El restaurante estaba a un par de manzanas de allí.
– Tengo las gafas en el bolso, y el bolso en el coche de alquiler -comentó Jordan durante el camino-. ¿Crees que Nick me las podría traer cuando vuelva?
– Nick no va a volver a Serenity.
– ¿Por qué no?
Cruzaron la calle y se dirigieron al sur.
– El doctor Morganstern lo llamó porque quiere que se reúna con él en Boston. Nick no sabe por qué.
– ¿Tú también tienes que ir?
– No -contestó-. Tengo órdenes de quedarme contigo.
– No hace falta que lo digas tan contrariado -le recriminó Jordan con un empujón cariñoso en el costado-. ¿Tan pesada soy? -Noah se la quedó mirando. Normalmente, esa situación le habría entusiasmado y no habría dejado escapar la oportunidad de pasar la noche vigilando a una mujer hermosa, pero no era una situación normal, y Jordan no era una mujer normal-. ¿Lo soy? -insistió Jordan al ver que no le contestaba. Y cuando Noah se encogió de hombros a modo de respuesta, añadió-: ¿Por qué te ha pedido Nick que…?
– Nick no me ha pedido que me quede -explicó Noah-. Morganstern me ha ordenado que me quedara contigo.
– ¿Por qué? -Jordan ladeó la cabeza para mirarlo-. Han retirado todos los cargos en mi contra. Sí, ya sé que metieron al profesor en mi coche, y sé lo que estás pensando…
– Creo que no -la interrumpió con una sonrisa burlona.
– ¿Y sobre el coche de alquiler? ¿Sabes cuándo me lo devolverán?
– No lo sé. Un agente del FBI de este distrito nos está trayendo otro coche y recogerá antes tus cosas en Bourbon -dijo Noah-. Un amigo suyo lo sigue y lo llevará de vuelta a casa. Me llamará cuando llegue al pueblo.
– ¿Y el coche de alquiler?
– Tendrán que encontrar una forma de recuperar el coche desde Bourbon. Ya no es problema tuyo.
– ¿Y eso? -preguntó Jordan.
– Nick habló con el propietario de la agencia. En cuanto le mencionó una demanda, el hombre se doblegó. La licenciatura en derecho de tu hermano resulta práctica a veces.
Habían llegado al restaurante de Jaffee. Noah le abrió la puerta. Sólo había dos mesas ocupadas y las dos estaban junto a la ventana delantera.
– Hola, Jordan.
– Hola, Angela -respondió.
– Tienes tu mesa a punto -indicó la camarera, que volvía con una bandeja vacía hacia la cocina.
– ¿Tienes una mesa fija? -le preguntó Noah mientras la seguía hacia la mesa del rincón.
– Sí.
Noah soltó una carcajada.
– ¡Vaya!
– Hablo en serio. Esta es mi mesa habitual. Y ya verás. Va a traerme lo que suelo beber.
Noah eligió las dos sillas que estaban de espaldas a la pared. Jordan se fijó y pensó que tomar esa clase de medidas era algo instintivo en él. Estaba convencida de que a él no lo pillarían nunca desprevenido.
Angela se acercó a la mesa con un vaso de té helado y dos vasos de agua con hielo.
– ¿Qué le sirvo? -le preguntó a Noah con una sonrisa.
– Un té helado, por favor.
Fue a buscarle la bebida, pero se detuvo en la puerta. Desde ahí, con los ojos puestos en Jordan, señaló con la cabeza a Noah y levantó el pulgar en señal de aprobación.
– Me imagino que no se da cuenta de que puedo verla -comentó Noah en un tono divertido.
– No lo hace con mala intención.
– Hola, Jordan -la saludó Jaffee al acercarse a toda prisa a su mesa con un par de cartas.
– Hola, Jaffee.
– ¿Quién es? -preguntó directamente cuando se las entregaba. Jordan le presentó a Noah-. ¿Es el agente del FBI?
– Sí.
Jaffee asintió con la cabeza.
– ¿Va a venir también tu hermano? -le preguntó a continuación a Jordan.
– ¿Sabes que Nick ha venido?
– Por supuesto -contestó-. ¿Te olvidas de lo pequeño que es este pueblo?
– Nick ha tenido que volver a Boston.
– ¿Es su guardaespaldas? -le dijo a Noah.
– Es un amigo mío -aclaró Jordan.
– ¿Un amigo armado? -observó Angela, que se incorporaba entonces al grupo.
Jordan se lo tomó con calma al ver que tanto Angela como Jaffee corrían una silla y se sentaban.
– Empieza por el principio y no te dejes nada -le pidió Angela.
– Estoy segura de que sabéis más que yo -contestó Jordan.
– Es probable -estuvo de acuerdo Angela-. Pero quiero oírte contar a ti lo que ha pasado. Ha tenido que ser horroroso encontrarte lo que te encontraste en el coche.
– Antes, deberían poder cenar en paz -comentó Jaffee-. Ya nos contará después lo que ha pasado.
Angela asintió. Corrió la silla hacia atrás y se levantó.
– El ayudante Joe Davis vino a vernos -soltó.
– Ahora es el jefe Davis -le recordó Jaffee.
– Es verdad. Y ya era hora -añadió Angela-. El jefe Davis vino para comprobar tu coartada, Jordan, y le dijimos que estuviste aquí hasta casi las diez y que después Jaffee te acompañó andando al motel.
– Le dijimos la verdad -aseguró Jaffee a la vez que le dirigía una mirada a Noah.
– No tuvimos que mentir -corroboró Angela.
– Va bien saberlo -asintió Noah.
– Miraros la carta. La carne a la cazuela está muy rica, si os apetece.
– Joe Davis me pidió que mañana por la mañana lo acompañara a casa del profesor MacKenna -dijo Noah en cuanto Angela y Jaffee regresaron a la cocina-. Espera que vea algo que se le haya escapado a él.
– ¿Podría ir contigo? -Jordan parecía desearlo mucho.
– No veo por qué no. Dudo que a Davis le importe. Los inspectores de Bourbon ya han revisado la casa, pero no encontraron nada importante. Dime: ¿qué opinabas del profesor?
– Supongo que querrás la verdad.
– Sí, quiero la verdad.
– Era repugnante, basto, pesado y testarudo.
– No te reprimas -soltó Noah con una carcajada.
– No exagero -insistió Jordan.
Le habló entonces sobre la cena que había tenido que soportar y recalcó los espantosos modales del profesor en la mesa.
– Tengo entendido que discutiste con él.
– ¿Quién te ha dicho eso, Noah?
– La camarera del restaurante le mencionó a Davis que gritaste, y él me lo mencionó a mí.
– No grité. Oh, espera. Sí que lo hice. Es decir, alcé la voz. Pero no grité. El profesor estaba insultando de un modo horrible a los Buchanan, y me pareció que tenía que defender nuestro buen nombre.
– ¿No crees que quizá reaccionaste de modo exagerado?
– No. Te leeré parte de su investigación y podrás opinar por ti mismo. De su sesgada investigación -le pareció oportuno añadir.
Angela les sirvió la comida, y los dejó solos para que disfrutaran de la cena. Noah no podía creerse lo rico que estaba todo.
– Jaffee podría triunfar en cualquier parte -comentó-. Me gustaría saber qué lo retiene en Serenity.
– La tarta de chocolate -dijo ella.
– ¿Cómo?
Mientras cenaban, le explicó lo que Jaffee le había contado. También le mencionó que Trumbo, de Trumbo Motors, y Whitaker, un ranchero acaudalado, habían entrado en el restaurante a saludar a Jaffee y habían tomado tarta de chocolate con ella.
– ¡Pero bueno! -exclamó Noah-. ¿Cuánto tiempo llevas en Serenity, cariño?
– Dos días.
– ¿Y cómo es que todos te llaman por el nombre de pila?
– Me estoy integrando. Adaptándome a mi entorno -explicó, y añadió-: y no soy tu «cariño».
– Eres muy descarada, ¿verdad? -Noah sonreía de oreja a oreja.
Angela les retiró los platos, les llenó los vasos y se sentó de nuevo a su mesa. Para no quedarse al margen, Jaffee se reunió enseguida con ellos.
– La cena estaba estupenda -comentó Jordan, y cuando Noah no habló, le dio un golpecito bajo la mesa.
Noah recordó sus modales y alabó la comida, pero no miraba a Jaffee. Tenía los ojos puestos en la puerta. El restaurante se estaba llenando rápidamente de gente del pueblo. No le gustaba nada esa aglomeración. Se recostó con aire despreocupado, se acercó un poco más a Jordan y puso la mano al alcance de su arma. Estaba preparado para cualquier cosa. Una reunión municipal o un linchamiento.
Jordan observó lo tenso que estaba y le puso una mano en el muslo.
– Hola, Jordan -la saludó una mujer joven.
– Hola, Candy -sonrió Jordan.
– Hola, Jordan.
– Hola, Charlene.
– Hola, Jordan.
– Hola, Amelia Ann.
Y así sin parar. Saludó a cada persona que se acercaba a la mesa. Poco después, se había formado una multitud.
– Recuerdas a Steve, ¿verdad? -preguntó Charlene-. Es mi jefe en la aseguradora.
– Lo recuerdo. Me alegro de volver a verte, Steve.
– Me encanta la vajilla, Jordan. Muchas gracias -prosiguió Charlene.
– De nada. Espero que la disfrutes.
– ¿Vajilla? -le susurró Noah.
– De Vera Wang -sonrió Jordan.
Jaffee giró una silla para sentarse a horcajadas en ella.
– Muy bien, ya hemos esperado bastante. Queremos saber qué pasó.
– Hemos oído lo que pasó. Todo el mundo en el pueblo lo comenta -indicó Angela-. Pero no conocemos tu versión. ¿Qué sentiste al ver ese cadáver?
– Fue asqueroso -contestó Candy por ella.
Todo el mundo empezó a hacer preguntas a la vez. A Noah le pareció interesante que Jordan no tuviera que contestar ninguna. Siempre había una o dos personas en el grupo que ya conocían la respuesta y estaban encantadas de darla en su lugar.
El teléfono de Noah sonó a mitad de la sesión de preguntas y respuestas. Todos dejaron de hablar para poder oír lo que decía.
– Espera aquí, Jordan -pidió Noah pasados unos segundos-. El agente del FBI que nos ha traído el coche está delante de la puerta con él. Sólo tardaré un minuto.
Charlene esperó a que Noah hubiera salido del restaurante para comentar:
– Es muy atractivo.
– Es amigo de Jordan -anunció Angela.
– ¿Un amigo especial? -quiso saber Amelia Ann.
Las mujeres observaron expectantes a Jordan.
– Sólo un amigo -les aseguró ésta.
– ¿Te quedarás en el pueblo esta noche? -preguntó Amelia Ann.
– Sí.
– ¿Él también?
– Sí -contestó de nuevo.
– ¿En tu habitación o en otra parte? -prosiguió Amelia Ann en un susurro.
– En otra parte.
– Pero en mi motel, ¿no?
– Supongo que sí… si tienes una habitación libre -indicó Jordan.
– Te diré qué haré -comentó Amelia Ann-. Te ayudaré porque tengo habitaciones disponibles.
– ¿Cómo vas a ayudarme? -se extrañó Jordan.
– Lo instalaré en la habitación que se comunica con la tuya.
Charlene le guiñó un ojo a Jordan.
– Tú verás si quieres dejar abierta la puerta interior.
– ¡Charlene! -susurró Candy enojada-. Ese hombre podría estar saliendo con alguna mujer… en plan serio.
«Más bien con muchas», pensó Jordan.
Charlene le dio un codazo juguetón.
– Lástima que no esté aquí Kyle Heffermint -aseguró-. Esta mañana parecía muy interesado.
– Si habéis acabado de avergonzar a Jordan con vuestras tonterías sobre su alojamiento, me gustaría saber qué ocurrió cuando despidieron a Maggie Haden. -Fue Keith, el prometido de Charlene, quien hizo la pregunta.
Todo el mundo especuló y explicó lo que había oído.
– Tu amigo, el agente del FBI, le prometió a Joe Davis que iba a quedarse -dijo Keith entonces.
– ¿Por qué le prometió eso? -preguntó Charlene.
– Joe le pidió que echara un vistazo a la casa del difunto. Como tiene experiencia y todo eso, Joe creyó que quizá podría hacerle algunas sugerencias, o tal vez ver algo en esa casa que sirviera para que Joe encontrara al asesino.
Amelia Ann se llevó una mano a la garganta.
– No puedo creer que haya un asesino en Serenity -soltó-. Quienquiera que asesinara a ese hombre tuvo que ser un forastero. Aquí somos demasiado agradables para matar a alguien.
– Si tan agradables somos, ¿no te parece extraño que ninguno de nosotros conociera a ese tal MacKenna? -preguntó Jaffee.
– Eso es porque él guardaba las distancias -aseguró Keith-. Me han dicho que tenía alquilada una casa a un kilómetro de aquí.
– No vino nunca a comer al restaurante -dijo Jaffee-. Ni una sola vez. Ni siquiera entró a probar mi tarta de chocolate.
– Jordan me contó que antes era profesor de universidad.
– ¿Conseguiste fotocopiar todos los documentos de la investigación? -preguntó Jaffee a Jordan.
– No -contestó la joven-. Todavía me falta una caja.
– Ahora que el hombre está muerto podrás llevarte las cajas, ¿no? -supuso Candy-. Él ya no va a quererlas.
– Ahora ese material forma parte de la investigación -aclaró Jordan a la vez que negaba con la cabeza-. Y también forma parte del patrimonio del profesor MacKenna. No puedo llevarme las cajas.
– Tal vez puedas leer esta noche el resto de los documentos -sugirió Jaffee.
Jordan pensó que era un detalle que se preocupara por su proyecto. Pero dudaba poder leer demasiado esa noche. Estaba agotada después de un día largo y estresante, y sabía que se quedaría dormida en cuanto su cabeza tocara la almohada.
Noah volvió a entrar en el restaurante, pero Steve Nelson y otro hombre lo detuvieron. Steve era quien más hablaba y parecía ansioso. Jordan se preguntó si estaría intentando venderle un seguro a Noah. Éste asentía de vez en cuando. Poco después se había formado un grupo a su alrededor, y la discusión se había vuelto más animada. Oía cómo bombardeaban a Noah con preguntas y le ofrecían sus conjeturas. Noah parecía tomárselo con calma, y escuchaba pacientemente el punto de vista de cada persona. En un momento dado, la miró y sonrió. Era evidente que Serenity no había vivido momentos tan apasionantes en años. También le pareció evidente que Noah era muy complaciente. Querían hablar y él estaba dispuesto a escuchar.