Un ruido estrepitoso despertó a Jordan de un sueño profundo. Se incorporó en la cama temiendo que la habitación del motel se hubiera partido por la mitad. Estaba muy oscuro. Medio dormida y desorientada, no entendía nada.
Un rayo cayó cerca e hizo estremecer la cama. Dio un brinco y, después, se relajó. Sólo era una tormenta. Un relámpago iluminó la habitación y lo siguió otro estallido. La radio despertador de la mesita de noche indicaba que eran las cinco de la madrugada. Demasiado temprano para levantarse.
La tormenta era preocupante. Parecía aumentar de violencia. La lluvia golpeaba los cristales como un desconocido que llamara desesperado a la puerta, y el viento cobró fuerza y empezó a rugir.
¿Se acercaría un tornado? Jamás había vivido uno, pero había visto varios por televisión. ¿Les avisarían con una sirena? ¿Tendría Serenity una sirena? Se apartó un mechón de pelo de los ojos y procuró pensar en ello.
Se oyó otro trueno, y su sonido rebotó por la habitación. Pensó que hasta las tormentas eran más grandes en Tejas.
– No pasa nada -susurró Noah-. Vuelve a dormirte.
La recostó con cuidado a su lado, le rodeó la cintura con un brazo y la acercó hacia él hasta que tuvo la espalda contra su tórax.
¿Qué volviera a dormirse? Imposible. Estaba totalmente desnuda en la cama con Noah. Dormir era lo último en lo que pensaba. Tenía en la cabeza el recuerdo de lo que había pasado antes. Dios santo, había practicado el sexo con Noah… una y otra vez. Suspiró bajito. Había sido asombroso… e increíble… y perfecto, pero también había sido una revelación. ¿Quién se habría imaginado que el sexo pudiera ser tan maravilloso? Desde luego, ella no lo había sabido hasta haber estado con Noah. Bastaba que pensara en la forma en que la había tocado para que le temblase todo el cuerpo… y desease más.
Le había parecido lo más natural del mundo dormirse en sus brazos. Se había sentido segura y protegida. Y amada. Admitió que se había sentido amada. Si que Noah la amase, aunque sólo fuera una noche, era una quimera, no quería privarse de tenerla. ¿Qué daño había en eso? Era una mujer adulta. Podía protegerse a sí misma.
Recordó todas las cosas esplendidas que habían hecho, las diferentes formas en que habían hecho el amor, y se le aceleró el pulso. Noah era un amante insaciable. No había nada que no hiciera o que no le hiciese hacer a ella. No era nada tímido con ella, como le había demostrado una y otra vez. Hacia las dos, la había despertado… ¿O lo había despertado ella? No creía que quedara ni un centímetro de su cuerpo que Noah no hubiese besado o tocado.
Al parecer, ella también era insaciable. Se había vuelto loca en sus brazos, y conociendo a Noah, Jordan jamás podría olvidarlo.
Se giró y le besó el cuello. Dejó que sus labios descansaran sobre su pulso. Le encantaba su olor, tan sexy y tan masculino, y el sabor de su piel cálida. Lo besó de nuevo, pero no pareció obtener demasiada reacción hasta que empezó a acariciarlo. Le recorrió el tórax con los labios y las yemas de los dedos, se entretuvo en el ombligo y siguió hacia abajo.
– Me estás matando, cariño -gimió Noah.
¿Quería que parara? Se separó de él.
– ¿Quieres…?
– Oh, ya lo creo.
La tumbó boca arriba y la cubrió con su cuerpo. La besó apasionadamente y le demostró lo mucho que la deseaba. Hicieron el amor con la misma fuerza que la tormenta que se desataba sobre ellos.
Totalmente saciada, Jordan se desplomó sobre él y se durmió.
Cuando se despertó eran las nueve de la mañana. Se volvió para besarlo, abrió los ojos y vio cómo se alejaba. Ya vestido.
– Levántate, Jordan -dijo-. Tenemos que irnos.
Sin beso. Sin palabras cariñosas. Sin un «buenos días» siquiera. Vio cómo desaparecía en su dormitorio y se puso boca arriba para mirar el techo. ¿Por qué no la había besado?
Se dijo que era mejor no preguntárselo. No debía permitir que lo que había ocurrido la noche anterior pasase a formar parte de algo más grande… como enamorarse locamente de un hombre que jamás se comprometería a tener una relación estable con alguien. La noche anterior había sido increíble, pero las cosas solían verse de otro modo con la luz del día.
Gimió en voz alta mientras se desperezaba y se obligaba a salir de la cama y dirigirse tambaleante hacia el cuarto de baño.
Ducharse le aclaró las ideas. No había duda de que Noah se había mostrado displicente. De hecho, su actitud había rozado la indiferencia. Pensó en ello mientras se secaba el pelo. Le había pedido que se levantara, pero nada más. Ni siquiera le había dicho adónde iban. ¿Se marchaban del pueblo? Se puso una falda y una blusa entallada de color azul cielo. Ojalá se fuesen del pueblo. Tenía que alejarse de Serenity y de ese hombre antes de implicarse tanto emocionalmente con él y acabar convertida en lo que más despreciaba: una FNC que se pegaba a él como una lapa. No iba a permitirlo. Cuando se hubo aplicado el filtro solar, un poco de maquillaje y brillo de labios, estaba muy decidida. Tomó el estuche de las lentillas y regresó a la habitación. Noah hablaba por teléfono.
Esperó en la puerta a que terminase la llamada.
– ¿Adónde vamos? -preguntó sin moverse del sitio-. ¿Debo hacer el equipaje y pagar la cuenta?
Noah sacudió la cabeza y no alzó los ojos mientras se colocaba el arma en la pistolera.
– Vamos a vernos con el sheriff Randy a las diez -explicó-. Dejaremos el hotel cuando volvamos.
– Permíteme que tome la llave y las gafas.
– Están en la mesita de noche -comentó Noah.
Y ese comentario fue la única admisión de haber estado en su cama que iba a oírle.
– ¿Estás lista? -preguntó antes de tomar la llave de su habitación y dirigirse a la puerta.
Jordan metió las cosas en el bolso. ¿Cómo podía mostrarse tan frío sobre lo que había pasado la noche anterior? ¿Y cómo podía afectarle tanto a ella? Sintió que se le caía el alma a los pies, pero se sobrepuso y lo siguió.
Sabía lo que le diría Kate. Su amiga aseguraría que era simplemente la diferencia entre los hombres y las mujeres. Y puede que tuviera razón. Pero no importaba. La conducta de Noah le dolía, y su actitud no sólo era insensible, sino de lo más borde. El muy imbécil. Bueno, ya se sentía mejor. Había culpado a quien correspondía. Noah era quien tenía un problema, no ella. Lo observó con el ceño fruncido cuando salió por la puerta. Él no parecía notar que no estaba de buen humor o, si lo hacía, no lo decía.
Rompieron el protocolo y desayunaron en una cafetería destartalada de la zona este del pueblo. Todo tenía un aspecto grasiento, hasta el zumo de naranja. Jordan pidió una tostada y té caliente. Noah, por su parte, se decidió por un desayuno de tamaño tejano.
Lo observó mientras mordisqueaba la tostada.
– ¿Te preocupa algo? -preguntó Noah y ella asintió despacio-. ¿Me dirás qué, o tengo que adivinarlo? -insistió con una sonrisa.
– Ayer por la noche practicamos el sexo. Muchas veces.
Por desgracia, había hecho esa afirmación tan rotunda cuando la camarera dejaba la cuenta en la mesa. La mujer mayor se echó a reír entre dientes como una adolescente. Jordan, avergonzada, notó que se ponía colorada. Noah sonrió de oreja a oreja, con un brillo burlón en los ojos. Se lo estaba pasando en grande con su desasosiego. Seguro que en cuanto estuviera en la cocina, la camarera les hablaría a los demás empleados sobre la puta de la mesa tres.
– Sí -confirmó Noah.
– De acuerdo -dijo Jordan a la vez que se recostaba en su silla.
– ¿De acuerdo? -repitió Noah.
– Es lo único que quería -asintió-. Que reconocieses que había pasado.
En lo que a ella respectaba, el asunto estaba zanjado. Dobló la servilleta y la dejó en la mesa, miró la hora y comentó:
– Será mejor que nos demos prisa. Casi son las diez.
El cocinero la estaba mirando a través de la ventanita de la cocina, y también las dos camareras, juntas detrás de la barra. Jordan salió del local con la cabeza alta.
Sabía que Noah no entendía por qué necesitaba que reconociera lo que había pasado, pero no le importaba. A partir de entonces, las cosas volverían a ser como antes. Él sería el amigo y compañero de su hermano, y ella sería una mujer aburrida, pero feliz, que vivía metida en una burbuja.
Noah acababa de sentarse al volante cuando se percató de que tenía el ceño fruncido.
– ¿Qué te pasa? -le preguntó a Jordan.
– Acabo de tener una revelación.
– ¿Sí? ¿Cuál?
– Estaba pensando en burbujas… en mi burbuja. Ese sitio que dijiste que era tan aburrido y tan seguro, ¿recuerdas?
– Y lo es. Recuerdo lo que dije.
– Y me estaba preguntando qué no había en mi monótona y aburrida vida.
– Sexo.
Interiormente, Jordan admitió que eso también.
– Además del sexo -soltó, contrariada.
– ¿Diversión? ¿Risa? ¿Sexo apasionado?
– Ya habías mencionado el sexo -replicó Jordan, que lo encontró exasperante.
– Perdona.
– Te diré qué no había -prosiguió Jordan sin prestar atención a su sarcasmo-. Cadáveres, Noah. En mi burbuja, no había ningún cadáver.