Noah no había visto tanto equipo de vigilancia junto desde que estuvo en Quántico.
– Por lo que me habían contado de este individuo, lo tenía catalogado de idiota -comentó el agente Street, asombrado-. Pero ahora… -Recorrió con la mirada los equipos de espionaje que ocupaban la habitación-. Hay aparatos muy sofisticados y difíciles de utilizar. Por lo que se ve, diría que sabía lo que hacía.
– ¿Y qué hacía exactamente? -Jordan observaba desde la puerta los artilugios que Chaddick había sacado de una caja y depositado en el suelo.
Street le lanzó un par de guantes a Noah mientras respondía la pregunta de Jordan. Señaló lo que parecía una pequeña antena parabólica.
– Eso es un micrófono parabólico. Te permite oír conversaciones a unos trescientos metros de distancia.
– Lleva una grabadora incorporada y una toma de corriente -dijo Noah, después de acercarse para observarlo mejor.
– Me gustaría saber cuántas conversaciones privadas escuchó -comentó Jordan.
– No se limitaba a escuchar -explicó Street-. Esperad a ver su colección de videos. Tenía cámaras instaladas en una habitación de ese sórdido motel que dirigía y grababa a los clientes con sus chicas. Seguramente encontraremos cámaras en los detectores de humo o en las lámparas del techo.
– ¿Has visto algún video? -quiso saber Chaddick después de asentir a modo de conformidad.
– Sólo uno -contestó Street-. Buena calidad. La imagen no tenía nada de nieve. -Hablaba con mucha frialdad-. Material gráfico.
– Qué bonito -susurró Jordan, que tenía la impresión de poder pillar algo por el mero hecho de estar dentro de la casa de J.D.
– Mirad estos prismáticos. -Noah los levantó para examinarlos-. Llevan un amplificador incorporado. Es alta tecnología.
– Sí -coincidió Chaddick-. J.D. podía ver y oír a la vez.
– Y grabar -añadió Street-. Parte de este equipo es totalmente nuevo. Las pilas todavía están envueltas. Diría que se estaba preparando para trabajar en serio. Es evidente que se dedicaba a chantajear. Y, con todo este equipo, debía de tener una lista de clientes, ¿no? ¿Cómo, si no, sabría quién pagaba qué y cuándo?
– Puede -contestó Chaddick-. ¿Has encontrado alguna libreta o algún documento?
– Imagino que lo guardó todo en su ordenador -dijo tras negar con la cabeza.
– ¿Tenía ordenador? -exclamó Chaddick, que parecía sorprendido-. ¿Dónde está?
– En el estudio que hay detrás de la cocina. ¿No lo has visto?
– Me he quedado mirando estos artilugios.
Jordan no prestaba demasiada atención a la conversación. Estaba pensando en los ingresos en efectivo que J.D. había hecho en su cuenta bancaria. El profesor también ingresaba grandes cantidades en metálico en su cuenta, pero J.D. jamás ingresó más de mil dólares de una sola vez. ¿Acababa de empezar su negocio? ¿Y de dónde había sacado el dinero para comprar esa clase de equipo? Tenía que ser caro.
Se acercó a la ventana y echó un vistazo a la calle mientras intentaba deducir la relación que habría entre el profesor y J.D.
Después de haber registrado la última caja, Noah se incorporó y le preguntó a Street si había tenido tiempo de revisar la información del ordenador.
– Lo he puesto en marcha, pero no he podido ver ningún archivo. Son de acceso restringido. Tendremos que llevárnoslo y pedir a uno de nuestros técnicos que lo revise. Nos llevará tiempo.
– Quizá no -sonrió Noah, y se volvió hacia la ventana-. Jordan, ¿te importaría entrar en un ordenador por nosotros?
– Lo haré encantada -respondió Jordan, contenta de poder ayudar-. No será un portátil, ¿verdad?
– ¿No habíamos quedado que lo dejarías correr, cariño?
– Sólo preguntaba -sonrió Jordan, que no había podido contenerse.
– ¿De veras crees que puedes hacerlo? -quiso saber Street.
– Sí.
Siguió a Noah al estudio. El ordenador era un modelo nuevo, lo que impresionó a Jordan. Carrie le había dicho que en la cárcel le habían ofrecido hacer cursos de informática pero no le había interesado. Puede que el centro donde J.D. había cumplido condena le hubiera ofrecido los mismos cursos. Si era así, parecía que había prestado atención.
Noah le acercó una silla al teclado.
– Adelante -pidió.
Sólo tardó un segundo en recuperar los archivos de J.D. Abrirlos le llevaría más tiempo.
– Llámame cuando lo tengas -le pidió Noah.
Volvió al salón con Chaddick. Street se quedó con Jordan, viendo cómo sus dedos volaban sobre el teclado. La pantalla se llenó de símbolos y de números. No sabía qué estaba haciendo Jordan, pero lo estaba haciendo, y eso era lo único que importaba.
Jordan se concentró tanto en la tarea que tenía entre manos que perdió la noción del tiempo. Por fin, lo consiguió.
– ¡Lo tengo! -exclamó.
– ¿Qué has encontrado? -Noah le puso las manos sobre los hombros justo cuando abría una carpeta.
– Una lista -contestó. Se inclinó hacia la pantalla-. Llevaba un registro.
Se levantó para que Street pudiera sentarse. Tenía la espalda tensa, y observó que estaba oscureciendo. ¿Cuánto rato se había pasado ahí sentada? Se echó hacia atrás para estirarse.
Chaddick se apoyó en un lado de la mesa.
– ¿Hay algo?
– Diría que sí -respondió Street-. Sólo tengo los nombres de pila, sin fechas pero con días de la semana, hechos, pagos y algunos sitios. -Se echó a reír-. ¿Sabéis qué os digo? Si toda esta gente vive en Serenity, este pueblo es un hervidero de actividad.
– ¿Quién aparece en la lista? -preguntó Noah.
– Tengo a una tal Charlene que le pagó cuatrocientos dólares un viernes en una compañía aseguradora.
– ¿Charlene? ¿Por qué le pagó cuatrocientos dólares a J.D.? -se extrañó Jordan.
– Tenía un video de ella en la cama con alguien -sonrió Street.
– ¿Con su prometido?
Los tres agentes la miraron, y se dio cuenta de lo estúpida que había sido su pregunta. Si Charlene apareciese acostándose con su prometido, J.D. no la habría estado chantajeando.
– Bueno, estoy cansada -se excusó-. Engañaba a su prometido. -De repente, se indignó-. ¡Le regalé piezas de una vajilla! ¡De Vera Wang!
– Llevaba cierto tiempo pagando -indicó Chaddick tras dirigir de nuevo la vista hacia la pantalla.
– Llevaba cierto tiempo acostándose con alguien -añadió Street-. Supongo que no le importaba pagar.
– ¿Con quién se acostaba? -preguntó Jordan-. No, no me lo digas. No quiero saberlo. Sí que quiero. ¿Quién era?
– Alguien llamado Kyle…
Jordan se llevó una mano a la garganta.
– ¡No me digas que era Kyle Heffermint!
Noah encontró cómica la reacción de Jordan. Se acercó ella y la rodeó con un brazo.
– Es ese individuo que no paraba de decir tu nombre, ¿verdad? E intentaba ligar contigo.
– El mismo -confirmó Jordan.
– Hay un tal Steve N. -prosiguió Street.
– Podría ser Steve Nelson -sugirió Noah-. Lo conocí en el restaurante. Dirige la compañía aseguradora.
– Es el jefe de Charlene -le indicó Jordan.
– Es algo más -sonrió Street.
– ¡Por favor, no se estaría acostando también con Steve! No, no me lo creo.
– ¿Quieres ver el video?
– ¡Oh, Dios mío, sí lo hacía! Y Steve está casado.
– Sí -comentó Noah con ironía-. Por eso pagaría para mantener el asunto en secreto.
– Voy a imprimirlo -anunció Street a la vez que movía el ratón por la alfombrilla-. Haré dos copias. Así podrás llevarte una, Noah.
– ¿Sabes qué? Antes de irme de Serenity, quiero conocer a la tal Charlene -soltó Chaddick.
Noah oyó que un automóvil se detenía fuera de la casa. Se dirigió al salón y echó un vistazo por la ventana.
– Ya han llegado los de la científica.
– Estupendo -dijo Street-. Podrán llevarse todo esto.
Se dirigió hacia la impresora, separó las copias y le entregó un ejemplar a Noah.
– Saldremos mañana temprano -le comunicó Noah-. Si necesitáis algo, decídmelo. Y, por favor, mantenedme informado.
Jordan estaba más que dispuesta a irse de la casa de J.D. Dickey.
– Crees que conoces bien a alguien, y va y descubres que es una maníaca sexual -comentó una vez en la calle.
– Pero, en realidad, no conocías bien a Charlene. Acababas de conocerla -replicó Noah.
– Es verdad. Pero, aun así, es descorazonador.
– A no ser que se te ocurra otro restaurante, supongo que nos tocará volver al de Jaffee. ¿Te parece bien?
– Depende -respondió Jordan-. ¿Está en la lista?
– ¿Quieres mirarlo? -dijo Noah, riendo.
– Hazlo tú.
Noah se arrimó a la acera, paró el coche y repasó rápidamente la lista. Vio el nombre de Amelia Ann y se preguntó cómo reaccionaría Jordan si lo supiera.
– No sale Jaffee -aseguró.
– Menos mal -suspiró Jordan.
Noah pensó en el largo día al que la había sometido.
– Aguantas muy bien las situaciones adversas, ¿lo sabías? -La miró un largo instante y, a continuación, alargó la mano para tomarla por la nuca y acercarla hacia él.
– ¿Qué…? -empezó a decir Jordan.
Noah le había puesto los labios con firmeza sobre los suyos. Jordan no se lo esperaba, pero abrió instintivamente la boca, y él lo aprovechó para introducirle la lengua y aumentar la intensidad del beso. Noah no hacía las cosas a medias. El beso no duró mucho, pero fue apasionado. Cuando por fin la soltó, a Jordan le latía con fuerza el corazón. Se recostó de nuevo en su asiento e intentó recobrar el aliento.
Noah no parecía tener dificultades para recobrar el aliento. Arrancó el coche y prosiguió la marcha.
– Me apetece pescado -comentó-. Y una cerveza fría.
Ninguna mención al beso, nada de gracias, ni siquiera un comentario del tipo: «ha estado bien, ¿no?».
– ¿Pasa algo? -preguntó Noah a pesar de que sabía muy bien que sí pasaba. Jordan lo fulminó con la mirada-. Te noto un poco irritada.
– ¿Tú crees? No, no pasa nada.
– De acuerdo.
– Sólo me preguntaba cómo puedes ser tan frío, tan indiferente, ya me entiendes -dijo Jordan.
– Frío e indiferente son dos cosas distintas.
– Pues tú eres ambas cosas, Noah. Acabas de besarme. -Ya estaba, lo había soltado, y ahora podrían discutirlo.
– Ya lo creo -respondió él.
– ¿Es eso todo? ¿Ya lo creo?
Parecía tan furiosa que Noah no pudo evitar sonreír. Jordan estaba extraordinaria cuando se alteraba.
– ¿Qué querías que dijese?
No estaría hablando en serio. Sabía muy bien qué quería que dijera. Que ese beso significaba algo. Que era importante. Pero, al parecer, no lo era. Había besado a muchas mujeres. ¿Qué era para él: más de lo mismo?
Pensó en recordarle los buenos ratos que habían pasado la noche anterior. También podría comentarle que por la mañana se había comportado como si no hubiese sucedido nada fuera de lo normal. Sabía que si Noah le replicaba preguntándole qué quería que hubiese dicho, podría darle un puñetazo al estilo de J.D. y dejarlo sin sentido.
Seguro que eso sí lo recordaría.
Pero, a pesar de que en aquel momento la idea parecía estupenda, la violencia no era nunca la respuesta.
– ¿En qué estás pensando, cariño? -soltó Noah cuando se pararon en un semáforo en rojo, y tras echarle un vistazo, añadió-: Pareces perpleja.
– En la violencia -contestó ella de inmediato-. Estaba pensando en la violencia.
– ¿En qué sentido? -preguntó Noah, que nunca sabía con qué le saldría.
– En que jamás es la respuesta. Es lo que mis padres nos enseñaron a Sidney y a mí.
– ¿Y a tus hermanos?
– Se pasaban el rato intentando pelearse entre ellos. Creo que por eso se les daban tan bien los deportes. Podían enfrentarse con otros equipos.
– ¿Cómo te librabas entonces de tus tendencias agresivas? -preguntó Noah con auténtica curiosidad.
– Desmontaba cosas.
– ¿De veras?
– No era un acto vandálico -explicó-. Desmontaba cosas para poder volver a montarlas. Era un… aprendizaje.
– Volverías locos a tus padres, Jordan.
– Es probable -ella estuvo de acuerdo-. Pero tenían paciencia conmigo, y pasado cierto tiempo, se acostumbraron.
– ¿Qué clase de cosas desmontabas?
– Recuerda que era una niña, así que empecé con cosas pequeñas. Una tostadora, un ventilador viejo, una segadora de césped…
– ¿Una segadora? -Noah se sorprendió.
– A mi padre todavía le duele recordarlo -sonrío ella-. Una tarde llegó temprano a casa del trabajo y se encontró todas las piezas de la segadora, hasta las tuercas y los tornillos, esparcidas por el camino de entrada. No le hizo ninguna gracia.
A Noah le costaba imaginársela con la cara y las manos llenas de grasa atornillando cosas. Jordan era ahora tan femenina. No conseguía verla así.
– ¿Volviste a montar la cortadora de césped?
– Con la ayuda de mis hermanos. Una ayuda que, por cierto, no necesitaba. La semana siguiente, mi padre trajo a casa un viejo ordenador averiado. Me dijo que podía quedármelo, pero tuve que prometer que no tocaría ningún otro aparato, segadora o coche.
– ¿Coche?
– Jamás toqué ninguno -afirmó Jordan-. No me interesaban. Y en cuanto tuve un ordenador…
– Descubriste tu vocación.
– Supongo que sí. ¿Y tú? ¿Cómo eras de niño? ¿Llevabas pistola entonces?
– Era irascible -contestó Noah-. Supongo que me peleé lo mío, pero vivíamos en Tejas -le recordó-, y eso significaba jugar a fútbol americano en secundaria. Lo hice, y terminé consiguiendo una beca de deporte para ir a la universidad. Siempre fui un estudiante modelo. -No pudo mantenerse totalmente serio al soltar esa mentira-. Entonces no me gustaban las normas.
– Y ahora sí te gustan.
– Supongo que no.
– Eres rebelde -sentenció Jordan.
– Así es como me llama el doctor Morganstern.
– ¿Puedo preguntarte algo?
Noah detuvo el coche en el estacionamiento del patio trasero del motel Home Away From Home.
– Claro -respondió-. ¿Qué quieres saber?
– ¿Has tenido alguna relación que durara más de una o dos semanas? ¿Te has comprometido realmente con una mujer, aunque sólo fuera por poco tiempo?
– No. -No había tardado ni un segundo en contestar.
Si creía que hablar con tanta brusquedad y en un tono tan enérgico haría que Jordan se olvidase del tema, estaba muy equivocado.
– Dios mío. Eres la sensibilidad en persona.
– No tengo un solo hueso sensible en el cuerpo, cariño -comentó Noah a la vez que abría la puerta.
No era verdad, pero ella no iba a discutírselo.
– ¿Y tú? -preguntó Noah entonces-. ¿Has tenido alguna relación larga?
Antes de que pudiera responder, rodeó el coche para abrirle la puerta. Le tomó la mano y se dirigió hacia la calle. Había una farola en el extremo opuesto que iluminaba tenuemente el estacionamiento, y el único sonido era el de la noche que los envolvía.
Noah se detuvo un momento y la miró fijamente a los ojos.
– Te tengo calada, Jordan Buchanan.
– ¿Quieres explicarme eso?
– No.
Y el tema quedó zanjado.