– No puedo creer que admita esto delante de ti, pero voy a echar de menos Serenity.
Cuando Jordan hizo ese comentario, Noah y ella estaban pasando por delante del Jaffee's Bistro. Una tenue luz matinal iluminaba el cielo, y un suave resplandor dorado los envolvía. El interior del restaurante estaba a oscuras. Jaffee no lo abriría hasta pasadas unas cuantas horas.
– ¿Qué vas a echar de menos exactamente? -preguntó Noah.
– He tenido una experiencia que ha cambiado mi vida.
– ¿Tan bueno ha sido el sexo? -Noah no pudo resistirse.
Jordan, exasperada, sacudió la cabeza.
– No estaba hablando de eso. Pero ya que lo mencionas…
– Estuvo bien ayer por la noche, ¿verdad? Me dejaste agotado.
Jordan pensó que no sólo había estado bien. Había sido asombroso, increíble y maravilloso, pero si se lo decía, no habría quien aguantase su engreimiento.
– Deja de intentar avergonzarme. No lo lograrás -le advirtió.
Noah no la contradijo. Pero se equivocaba. Lo había logrado: se había ruborizado.
– ¿Cuál es esa experiencia que ha cambiado tu vida? -preguntó Noah.
– Supongo que más bien es una decisión que ha cambiado mi vida. Me he dado cuenta de que era una esclava de la tecnología, y eso va a cambiar. La vida no es sólo diseñar ordenadores para que tengan más capacidad y sean mejores y más rápidos… -Soltó un largo suspiro-. Quiero más de la vida.
– Es bueno saberlo -dijo Noah con una sonrisa.
– Lo primero que voy a hacer cuando llegue a casa es una lista de todas las cosas que quiero hacer. Cocinar es la primera -indicó, y asintió-. Me apuntaré a unas clases de cocina. Se acabó lo de comer platos preparados.
– Una lista, ¿eh?
– Sí.
El trayecto al aeropuerto de Austin era largo y tuvieron tiempo para hablar de varias cosas. Una de ellas fue lo distinta que había sido su educación. Noah era hijo único, mientras que Jordan tenía un montón de hermanos. Noah no se había dado cuenta de lo importante que era gozar de su propio espacio porque siempre lo había tenido. Jordan le explicó lo mucho que ansiaba disponer de algo de intimidad. Pero su mayor queja era que sus hermanos no dejaban de fastidiarle. Noah soltó una carcajada cuando le contó algunas de las bromas que les habían gastado a su hermana y a ella cuando eran pequeñas. Noah pensó que crecer en una familia tan numerosa debía de ser una bendición: una fiesta continua.
De vez en cuando hubo pausas en la conversación, pero Jordan se sentía tan cómoda con él que no necesitaba llenar los silencios con comentarios banales. Habían pasado un par de horas en el coche antes de que tuviera por fin el valor de pedirle que le explicara un comentario que había hecho la noche anterior y que la había inquietado.
– ¿Recuerdas haberme dicho que me tenías calada? ¿Qué quisiste decir con eso?
Noah le dirigió una mirada rápida.
– ¿Estás segura de que quieres saberlo? -preguntó.
– Sí -respondió Jordan, que creyó que no podía ser nada demasiado malo.
– Hace mucho que te conozco, y sé cómo piensas, sobre todo en lo que a hombres se refiere. Te gusta tener el control. Te gusta controlarlo todo y a todos.
– No es verdad.
– Te gusta, especialmente, controlar a los hombres con los que sales -prosiguió, sin prestarle atención cuando Jordan lo negó-. He conocido a algunos, cariño, y sé de lo que estoy hablando. Te decides por los débiles. Pero, apenas compruebas que puedes pisotearlos, ya no los quieres. Me apuesto lo que quieras a que no te has acostado con ninguno de ellos. Puede que sea la razón de que elijas ese tipo de hombre, que lo hagas para no tener una relación seria con ellos. ¿A que tengo razón?
– No, te equivocas -insistió Jordan-. Me gustan los hombres sensibles.
– Pero te has acostado conmigo. Y estoy seguro de que no soy nada sensible.
– Haces que yo parezca terrible -comentó Jordan.
– No eres terrible, eres un cielo. Un cielo mandón -comentó él con una sonrisa burlona.
– Yo no quiero controlar a nadie -aseguró Jordan con vehemencia.
– Eso no me preocupa. Nunca me controlarás.
– ¿Por qué crees que iba a querer hacerlo? -Cruzó los brazos-. Y no te atrevas a decirme que no puedo evitarlo.
– Te estás alterando, cariño.
Bah.
– Y en cuanto al sexo… -empezó a decir Jordan.
– ¿Qué?
– ¿Conoces la expresión «Lo que pasa en Las Vegas se queda en Las Vegas»?
– Sí -respondió Noah.
– Muy bien. Te propongo que lo que ha pasado entre nosotros en Serenity se quede en Serenity. Vamos a coincidir en algún momento en Nathan's Bay. Tú irás a pescar con uno de mis hermanos y yo habré ido a visitar a mi familia, y no quiero que estés incómodo… -Se detuvo al darse cuenta de lo que estaba diciendo-. De acuerdo, tú jamás estarías incómodo, pero no quiero que te preocupes porque yo esté incómoda -aseguró, pero vio que se estaba liando-. ¿Comprendes lo que estoy intentando decir?
– Sí -contestó-. ¿Por qué te preocupa que…?
– Me preocupa -lo interrumpió-. La pregunta es: ¿estamos de acuerdo?
– Si eso te hace feliz…
– ¿Estamos de acuerdo?
– Sí.
A Jordan le pareció que sería demasiado sugerir que se dieran la mano, pero estaba contenta de haberlo dejado resuelto. No debería ser demasiado difícil fingir que no había ocurrido nada extraordinario. Se le daba muy bien fingir. Hasta podía fingir que no se había enamorado de él… ¿No?