Capítulo 13

J.D. estaba histérico. Sabía que necesitaba estar un rato solo para dominar su furia antes de hacer algo que después lamentaría. Iba a toda velocidad por un camino de tierra en una zona aislada de las afueras de Serenity con las manos aferradas al volante mientras derrapaba en una curva tras otra a punto de perder el control de la furgoneta. El vehículo levantaba una nube de tierra a su paso, y apenas podía ver por dónde iba debido a la suciedad que cubría el parabrisas. Casi se precipitó por un barranco, pero giró a la derecha sobre dos ruedas y volvió a incorporarse al camino. Entonces, frenó, bajó de la furgoneta y empezó a dar puntapiés a la puerta mientras maldecía su propia estupidez.

Estaba tan asustado que le costaba pensar con claridad. Sabía que había metido la pata, pero no podía hacer nada al respecto. Era demasiado tarde. Randy estaba muy enojado con él, pero le había prometido que trataría de suavizar las cosas.

Controlar los daños. Era lo único que podía hacerse ya.

Sabía que eso era lo que le diría Cal si conociera la terrible situación en la que se encontraba. Su compañero de celda en la cárcel le aconsejaría que asumiera la responsabilidad de su error y que intentara averiguar qué había ido mal. «Aprende de tus errores. Cuando algo sale mal, es imprescindible averiguar qué se ha torcido antes de emprender otra cosa.» Eso lo sabía cualquiera. Sí, eso es lo que Cal le diría. Era un hombre muy inteligente.

¿Y qué había aprendido J.D.? Había aprendido que había sido demasiado codicioso. Estaba muy contento con su nueva fuente de ingresos hasta que había llegado el profesor y había despertado su ambición.

No había querido que esa vida tan bonita se acabara y, desde luego, no quería volver a la cárcel y acabar tal vez condenado a la pena capital por asesinato premeditado.

No había tenido suerte, eso era todo. Había vuelto dos veces a la habitación de Jordan Buchanan pero no había podido entrar. La primera vez, Amelia Ann estaba fuera pasando la aspiradora. La segunda, había una pareja de electricistas instalando unos focos delante de su puerta.

Dejó de dar patadas a su furgoneta nueva y se dejó caer sobre el guardabarros. Se secó el sudor de la frente y procuró concentrarse. Esa puta lo había estropeado todo. No, eso no era verdad. Le había complicado la vida, pero no se la había arruinado. Todavía podía arreglar las cosas. Decidió que, además, le ajustaría las cuentas. Sí, eso haría.

Pero primero, lo más importante. Tenía que terminar el trabajo, y eso significaba que Jordan Buchanan siguiera en el pueblo hasta que pudiera averiguar qué sabía. ¿Qué posibilidades había de que supiera por qué había sido necesario hacer callar al profesor? Imaginaba que entre cero y ninguna.

Aun así, tenía que asegurarse.

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