Los buenos ciudadanos de Serenity siguieron comentando los acontecimientos que habían conmocionado de repente a su pueblo, pero pasada una hora, Noah se disculpó e insistió en que él y Jordan tenían que irse. Seguía haciendo calor y bochorno cuando salieron. Noah conectó el aire acondicionado del nuevo coche, y Jordan soltó algún que otro «¡Oh!» de placer al notar el frescor del aparato.
Vio el bolso en el asiento trasero y se volvió para recuperarlo. Después, quiso hacer lo mismo con el portátil, pero no estaba. Miró en el suelo del coche. Nada.
– ¡Oh, no! -exclamó.
– ¿Qué pasa? -preguntó Noah.
– Me falta el portátil. -Se giró hacia delante y miró debajo de su asiento-. Estaba en el coche de alquiler esta mañana.
– ¿Viste que se lo llevara alguien en el estacionamiento del supermercado? -dijo Noah.
– No. Cuando la jefa Haden me llevó a la comisaría de policía no me permitió sacar nada del coche.
– Mañana haremos algunas llamadas para enterarnos -le aseguró Noah.
Aparcó el sedán en el fondo del patio del motel. Accedieron al vestíbulo, donde los estaba esperando Amelia Ann con una llave para Noah. Éste no comentó nada cuando vio que su habitación era contigua a la de Jordan. Abrió la puerta, se dirigió hacia la puerta interior que comunicaba las dos habitaciones, la abrió y, a continuación, siguió a Jordan a su habitación.
– Ten esta puerta abierta de par en par -indicó, y esperó a que ella asintiera.
– Muy bien, pero no quiero sorpresas -lo pinchó Jordan-. Tú te quedas en tu habitación, y yo en la mía.
– No tienes que preocuparte por eso -rio Noah mientras se dirigía a su cuarto.
A Jordan le sorprendió lo mucho que le dolieron esas palabras. Si Noah se hubiese molestado en mirarla, se lo habría visto en los ojos. Por suerte, no lo había hecho. Su reacción la desconcertó. No tenía sentido. No quería atraerlo, ¿verdad?
No, claro que no. Sólo tenía esas ideas extrañas y disparatadas porque estaba cansada y estresada. Eso era todo.
No podía dejarlo correr. Noah había dicho que no tenía que preocuparse. ¿Por qué no? ¿Por qué no tenía que preocuparse? ¿Qué tenía ella de malo? Según se decía, Noah intentaba ligar con casi todas las mujeres con las que estaba en contacto, y no tener que preocuparse porque lo intentara con ella sólo podía significar que no le interesaba. ¿Pero por qué no le interesaba?
Se metió en el cuarto de baño, se miró en el espejo y se encogió de hombros. Bueno, tenía que admitir que no era ninguna reina de la belleza, y desde luego, esa noche no lucía su mejor aspecto. Tenía los ojos irritados por haber llevado las lentillas demasiado rato, el pelo enmarañado de modo que le caía sobre la cara, y la tez sin el menor color salvo el enorme cardenal situado bajo el ojo.
Se acabó. No podía hacer nada por mejorar su aspecto, por lo menos esa noche. Además, si quería leer algo, sería mejor que intentara reanimarse.
Quitarse las lentillas y darse una larga ducha fue bueno. Se lavó el pelo, pero no dedicó demasiado tiempo a secárselo y rizárselo. Seguía húmedo cuando se lo peinó hacia atrás. Se puso una camiseta de algodón gris y un pantalón corto a rayas grises y blancas. Después de cepillarse los dientes, se puso las gafas con la montura de carey y se miró de nuevo en el espejo.
Estupendo, parecía el anuncio de una pomada para la psoriasis. Se había frotado la cara con tanta energía que se le había quedado totalmente colorada.
Se rio de sí misma. Sí, estaba de lo más sexy, pero por lo menos ya no tenía sueño. Quizá podría leer un poco después de todo.
Volvió a la habitación, retiró la colcha, la dobló y la dejó en un rincón, junto a la mesita de noche. Extendió bien la sábana de arriba, tomó de la tercera y última caja un montón de documentos sin fotocopiar, y se sentó a leer en medio de la cama de matrimonio.
Dirigió la mirada a la habitación contigua, pero Noah no estaba a la vista. Tenía la cama en paralelo a la suya, lo que significaba que, si quisiera, podría verlo dormir. Se obligó a concentrarse en la investigación y tomó el primer papel.
Volvía a tener anotaciones en el margen. Y había, por segunda vez, un número que ya había visto antes: 1284. Algo importante debía de haberles ocurrido ese año a los Buchanan y los MacKenna. ¿Pero qué? ¿Fue entonces cuando se inició la enemistad o cuando se robó el tesoro? ¿Qué pasó en 1284?
Su frustración aumentó. Si hubiese tenido portátil y hubiese podido acceder a Internet, habría podido empezar su propia investigación en ese mismo momento. Como no lo tenía, tendría que esperar a estar de vuelta en Boston.
– Muy bien -susurró, después de suspirar profundamente, y empezó a leer-. ¿Qué han hecho los Buchanan esta vez?
La historia transcurría en 1673. Lady Elspet Buchanan, la única hija del despiadado terrateniente Euan Buchanan, asistía a la fiesta anual cerca de Finland Ford. Por casualidad, conoció a Allyone MacKenna, hijo favorito del justo y honorable terrateniente Owen MacKenna. Más adelante, los Buchanan acusaron a Allyone de entrar a hurtadillas en su campamento para hechizar a la joven doncella, pero los MacKenna sabían con certeza que había sido la mujer, Elspet, quien había embrujado al hijo de su terrateniente.
Fuera como fuera, la suerte quiso que apenas un par de miradas bastaran para que Elspet se enamorara locamente de Allyone. Al fin y al cabo, el joven era, según los descendientes del clan MacKenna, el guerrero más atractivo del mundo.
Como estaba hechizado, Allyone amaba a Elspet tanto como ella a él, pero ambos sabían que jamás podrían estar juntos. Aun así, no podían separarse. Elspet le suplicó a Allyone que abandonase a su familia, renunciase a su posición y a su honor, y huyera con ella.
La noche antes de su encuentro en el bosque para escaparse juntos, el terrateniente Buchanan se enteró de los planes de su hija. Enfurecido, la encerró en la torre de su castillo y reunió a sus guerreros para que encontraran y mataran a Allyone.
Elspet, aterrada porque su padre sabía dónde la estaría esperando Allyone, estaba decidida a avisar a su enamorado, pero cuando bajaba los resbaladizos peldaños, perdió pie y sufrió una caída mortal.
Estaba escrito que murió susurrando su nombre.
Cuando Jordan leyó que la pobre Elspet había fallecido llamando a su enamorado, empezaron a saltársele las lágrimas. Quizá fuera porque estaba exhausta. No era propio de ella emocionarse así.
– ¿Qué diablos…? -La voz de Noah la sobresaltó. Alzó los ojos y vio que estaba en la puerta con el ceño fruncido. Era evidente que acababa de salir de la ducha. Llevaba puestos los vaqueros y nada más-. ¿Qué ha pasado? -preguntó mientras entraba en su habitación pasándose una camiseta blanca por la cabeza.
– Nada. -Jordan se giró y tomó una caja de pañuelos de papel de la mesita de noche.
– ¿Te encuentras mal?
Jordan intentó dejar de llorar, sin conseguirlo. Tiró de un pañuelo de papel y se secó las mejillas.
– Me encuentro bien.
– Entonces, ¿qué diablos te pasa, Jordan?
Se pasó los dedos por el pelo y se quedó ahí parado, mirándola, unos quince segundos sin moverse. Finalmente se sentó en la cama y la acercó hacia él.
– Es sólo que…
– Cuéntamelo -insistió.
– Es sólo que… -Dejó de hablar para sacar otro pañuelo de papel de la caja-. Fue tan…
Noah creía haber adivinado cuál era el problema y se agachó hacia ella.
– No pasa nada, cariño. Sé que has tenido un día terrible. Debes de estar reaccionando. Adelante, llora. No te lo quedes dentro. Sé que ha sido horroroso.
Jordan empezó a darle la razón, se detuvo y exclamó:
– ¿Qué? No, no estoy reaccionando. Pero fue tan triste…
– ¿Triste? Yo no diría eso. Más bien diría que ha sido duro.
– No… la historia…
Le estaba acariciando el brazo y eso la distraía. De repente, se le ocurrió que estaba tratando de consolarla. ¿No era adorable? Y tierno, y cariñoso… y… vaya.
Oh, Dios mío, estaba empezando a gustarle, y no del modo aceptable en que a una le gusta un buen amigo. Noah podía ser sensible. No se había fijado nunca en eso. Recordó lo amable que había sido con Carrie esa tarde en la comisaría de policía. Le había hecho sentirse importante y bonita. Jordan comprendió que ahora estaba intentando hacer que se sintiera mejor y no tan sola.
– ¿Crees que podrás dejar de llorar pronto?
Alzó la cara hacia él y le sonrió tímidamente. Estaba a pocos centímetros de sus espectaculares ojos… de sus labios…
Jordan se apartó de golpe y desvió la mirada.
– Ya está -anunció-. ¿Lo ves? Ya no lloro.
– ¿Ya está? ¿Y qué son entonces esas lágrimas que te salen de los ojos?
– Deja de ser amable conmigo -le pidió a la vez que le daba un golpecito cariñoso en el hombro-. Me pone nerviosa.
– ¿Sabes qué? -rio Noah-. Cuando te vi llorando en la boda, creí que era algo esporádico, pero ahora vuelves a hacerlo. Aquí eres distinta -concluyó.
– ¿Distinta?
– Cada vez que te he visto en Nathan's Bay, estabas concentrada en un libro o en un ordenador. Siempre muy seria.
«Y aburrida», añadió Jordan en silencio por él.
– Bueno, puede que aquí también tú seas distinto -replicó en voz alta.
– ¿En qué sentido? -quiso saber Noah.
– No lo sé. Supongo que pareces un poco más… dulce. Puede que sea porque estás cerca de tu casa. Creciste en Tejas, ¿no?
– Mi familia se mudó a Houston cuando yo tenía ocho años. Antes estuvimos viviendo en Montana.
– Tu padre era abogado.
– Exacto.
– Y tu abuelo y su padre…
– Procedo de una larga dinastía de juristas -admitió Noah.
Empezó a acariciarle otra vez el brazo, pero ahora no la distraía. Le gustaba.
– Nick me contó que siempre llevas encima una brújula que era de tu tatarabuelo.
– Se llamaba Cole Clayborne, y era abogado en Montana. Mi padre me dio la brújula cuando empecé a trabajar para el doctor Morganstern.
– Para que no pierdas nunca el rumbo. Me lo dijo mi madre.
– ¿Ah, sí?
– ¿Sabes qué más me dijo de ti? -preguntó Jordan.
– ¿Qué?
– Que es la única mujer en el mundo que puede decirte qué hacer.
– Tiene razón -rio él.
Una llamada a la puerta de la otra habitación los interrumpió. Noah se fue a su cuarto para abrirla y se encontró a Amelia Ann con un cubo que contenía varias botellas de cerveza sumergidas en cubitos de hielo.
– Hola -dijo Amelia Ann tras vacilar un segundo-. Esto… Sé que ha tenido un día muy largo… con el viaje y todo eso… y… he creído que podía tener sed. -Le alargó la cubitera.
Noah se la tomó de las manos y le dirigió una sonrisa afectuosa.
– Es muy amable por su parte. Gracias.
– Si quiere, podría preparar unas palomitas de maíz o algo para picar.
– No, gracias. Pero le agradezco mucho la cerveza. -Empezó a cerrar la puerta-. Buenas noches -dijo.
Amelia Ann inclinó la cabeza para asomarse por la rendija que dejaba la puerta.
– Si puedo hacer algo más… lo que sea… llame a recepción.
– Lo haré. Gracias -aseguró Noah, y cerró la puerta.
Cuando volvió a la habitación de Jordan, desenroscaba el tapón de una cerveza.
– La mujer que dirige el motel… ¿cómo se llamaba? -dijo.
– ¿Amelia Ann? -le ayudó Jordan.
– Eso, Amelia Ann. Nos ha traído unas cervezas. Qué amable, ¿no te parece? ¿Quieres una? -ofreció.
– No, gracias -contestó Jordan-. Y no creo que quisiera ser amable con los dos.
– Todavía no me has contado por qué llorabas -le recordó después de dar un trago.
– Es una tontería.
– Dímelo igualmente.
– Leí esta historia que el profesor había transcrito y me afectó. ¿Te gustaría que te la leyera? Así me entenderás.
– Claro. Adelante -dijo Noah mientras se sentaba en la cama.
Jordan empezó a leer de modo claro y conciso, pero cuando llegó al final de la trágica historia, le tembló la voz y se le volvieron a saltar las lágrimas.
Noah se rio de ella. No pudo evitarlo.
– Eres una cajita de sorpresas -comentó mientras le pasaba los pañuelos de papel-. No lo habría dicho nunca.
– ¿El qué?
– Que fueras romántica.
– Eso no tiene nada de malo, ¿sabes?
Jordan volvió a los papeles de la investigación y leyó otro relato ridículo sobre los bárbaros y sanguinarios Buchanan. Esta leyenda no era nada romántica, sino una detallada descripción de una cruenta batalla que, según el profesor MacKenna, originaron los Buchanan.
– Qué sorpresa -murmuró Jordan.
– ¿Has dicho algo?
– Ese hombre enseñaba historia, por el amor de Dios. Historia medieval. Su clase tendría que haberse llamado «fantasías», porque eso era lo que enseñaba.
Noah sonrió. Cuando Jordan se apasionaba por algo, se le iluminaba la cara. ¿Cómo era posible que no se hubiera fijado antes?
– ¿Y cómo constaría en el currículum? ¿Fantasías de primero? -preguntó Noah.
– No, yo lo llamaría «Vamos a contar mentiras» de primero.
– Yo me apuntaría -rio Noah-. Los exámenes estarían chupados. ¿Hay alguna parte de la investigación que sea fidedigna? -quiso saber. Dio un trago a la cerveza y se recostó en la cabecera de la cama.
– No lo sé -contestó Jordan-. Cuanto más retrocede en el tiempo, más disparatadas se vuelven las leyendas. Pero mencionan una y otra vez el robo de un tesoro.
– Ya sabes lo que dicen.
Jordan alargó la mano para tomar la botella que sostenía y beber un poco de cerveza.
– ¿Qué dicen?
– Que cuando el río suena, agua lleva -formuló Noah-. ¿Alguna referencia al contenido del tesoro?
Jordan tomó otro sorbo de cerveza y le devolvió la botella antes de contestar.
– Se menciona varias veces en diversas historias una corona adornada con piedras preciosas, pero también se hace mención de una espada adornada asimismo con piedras preciosas.
Le tomó la botella de nuevo, la vació de un largo trago y se la devolvió. Noah no dijo nada. Se limitó a levantarse y a regresar con dos botellas más.
– Hazme sitio, cariño -dijo cuando se dejó caer a su lado.
Jordan se apartó enseguida y cuando le ofreció una botella, sacudió la cabeza.
– No, gracias. No estoy de humor para tomar cerveza.
– No me digas.
Jordan ordenó los papeles para volverlos a meter en la caja.
– Aunque la investigación del profesor es muy sesgada, estaba realmente convencido de que había un tesoro. Estoy segura de que creía que los Buchanan se lo robaron a los MacKenna.
– Y tú, ¿crees que había un tesoro?
– Sí -asintió Jordan aunque le daba vergüenza admitirlo, y se apresuró a agregar-. Me he dejado cautivar por todo este asunto. Puede que esté haciendo volar la imaginación. -Se recostó y extendió las piernas en la cama-. Pero algunas de las historias… resultan muy entretenidas porque son tan… auténticas.
– ¿De veras? Cuéntame una historia auténtica para dormir. -Noah dejó la botella de cerveza intacta en la mesita de noche junto a la que le había ofrecido a Jordan, cruzó los tobillos y cerró los ojos-. Adelante, cariño. Érase una vez… Léeme algo sangriento.
Jordan revolvió los papeles hasta que encontró un relato especialmente cruento. Era muy detallado, y es probable que ésa fuera la razón de que a Noah le gustara tanto. Cuando terminó, le contó otro sobre otra batalla.
– La leyenda describe cómo dos ángeles descienden a la Tierra para acompañar a un guerrero al cielo. Su muerte se produjo durante un combate encarnizado. En su día se aseguró que todos los guerreros de ambos bandos que estaban en el campo de batalla vieron llegar a los ángeles. De repente, el tiempo se detuvo. Algunos guerreros tenían la espada en alto, otros iban a disparar las flechas o a asestar un golpe con las mazas, pero se habían quedado inmovilizados en esas posturas. Observaban paralizados cómo los ángeles elevaban al guerrero hacia el cielo.
– ¿Qué pasó después?
– Supongo que recobraron el movimiento y siguieron con la batalla.
– Me gustan estas historias. Léeme otra -pidió.
– ¿Quieres oír una romántica o una sangrienta?
– Deja que me lo piense -comentó sin abrir los ojos-. Estoy en la cama y tengo a mi lado a una mujer ligera de ropa que necesita desesperadamente algo de acción…
– No voy ligera de ropa -replicó Jordan tras darle un golpecito amistoso en el costado-. Llevo puestos un pantalón corto y una camiseta. Esto no es ir ligera de ropa.
Noah siguió con los ojos cerrados pero sus labios esbozaban una sonrisa burlona.
– Pero resulta que sé que no llevas nada debajo de ese pantalón corto y esa camiseta.
Jordan bajó de inmediato los ojos hacia su pecho. La tela no transparentaba nada, gracias a Dios.
– Sólo tú pensarías en algo así.
– Cualquier hombre lo haría -admitió él.
– No me lo creo -se mofó Jordan.
– Es lo que hacemos -se rio Noah.
Jordan trató de taparse con la sábana, pero estaba atrapada bajo las piernas de Noah.
– ¿Por qué no dejas de pensar en eso?
– ¿Que no lo piense? -soltó él con un ojo abierto.
– ¿Quieres oír otra historia o no?
– Ah.
– Ah, ¿qué? -suspiró Jordan.
– No has negado que necesitases un poco de acción.
Ahí la había pillado.
– No me ha parecido necesario contradecir una suposición tan incorrecta. ¿Qué historia te gustaría oír?
La había sulfurado de nuevo. Noah no sabía por qué le gustaba tanto indignarla, pero lo cierto era que le encantaba.
– ¿Te estoy molestando, cariño?
«Vaya», pensó Jordan con los ojos entornados.
– No me estás molestando en absoluto. Voy a guardar estos papeles -advirtió.
– Perdona. Es que eres una chica muy fácil de…
– Sí, todos los hombres me lo dicen -lo interrumpió Jordan.
– Ya. Pero ¿se te da bien?
– ¿Tú qué crees? -Los ojos de Jordan brillaron con picardía.
Noah no contestó. Se quedó mirando sus increíbles ojos azules y perdió el hilo.
Noah siempre había dominado las bromas sexuales pero, de repente, no sabía qué decir. Imaginarse a Jordan sin la camiseta ni el pantalón corto, haciendo el amor, lo había dejado sin habla.
Tomó las botellas de cerveza de la mesita de noche y se dirigió a su habitación.
– Creo que será mejor que me largue -respondió por fin con brusquedad.