Capítulo 28

Y ya eran tres.

J.D. Dickey apareció entre las cenizas. Los bomberos encontraron lo que quedaba de él bajo un montón de escombros que aún ardían cerca de lo que había sido la puerta trasera de la casa del profesor MacKenna. Detectaron sus restos cuando estaban empapando los últimos rescoldos del incendio. Supieron con certeza que se trataba de J.D. gracias a la llamativa hebilla de su cinturón. Tenía los bordes fundidos y ennegrecidos, pero todavía podían leerse las iniciales talladas.

Jordan estaba sentada en el coche delante del humeante edificio en ruinas contemplando a Noah, que hablaba con el agente Chaddick y con Joe en el jardín delantero, mientras esperaban a que llegaran los agentes de la científica del FBI. De vez en cuando, Noah la miraba para asegurarse de que estaba bien.

Tres cadáveres en una semana. El profesor MacKenna. Lloyd. Y ahora, J.D. Dickey. La teoría de que Serenity era un lugar seguro y tranquilo donde vivir se había ido al carajo. Y el pueblo culpaba de ello a Jordan Buchanan. Después de todo, ella era la única relación entre los asesinatos y el incendio. No le sorprendería nada que los vecinos se presentasen en su habitación del motel con horcas y antorchas para echarla del pueblo.

Todavía podía oír las acusaciones de la vieja señora Scott. No había habido ningún asesinato antes de que ella llegara al pueblo… no había habido nunca ningún incendio como el que había consumido la casa del profesor MacKenna. Oh, y no habían tenido nunca maleteros llenos de cadáveres… antes de que Jordan hiciera presencia en el lugar.

Las estadísticas no engañan. No era una simple racha de mala suerte. Era una maldición de proporciones bíblicas. Hasta ella misma quería huir de la evidencia. Jordan sabía que esa superstición carecía de lógica, pero su situación actual no tenía nada de lógico. Sólo había una cosa segura: desde que había conocido al profesor, se había convertido en una plaga humana.

Era imposible predecir qué iba a pasar a continuación, pero mientras esperaba a Noah, intentó hacerlo. Era frustrante, porque no disponía de datos suficientes, y las espantosas imágenes de los últimos días no dejaban de acudirle a la cabeza. Para volver a pensar con claridad, tenía que borrarlas de su mente. Alargó la mano hacia el asiento trasero para tomar una carpeta de la investigación del profesor MacKenna y empezó a leer.

Noah le dirigió una mirada y vio que estaba con la cabeza gacha repasando un papel. Le había dicho que se quedara en el coche, que no quería que viese los restos incinerados de J.D. Creía que no iba a olvidar nunca su reacción. Se había quedado pasmada y le había preguntado en voz muy baja qué le hacía pensar que querría ver un cadáver carbonizado.

Sí, qué. Era algo horrible. Y aunque no le afectaba a Noah y ni a Chaddick en lo más mínimo, Joe tenía dificultades para aguantar el tipo. La cara del jefe había adoptado una tonalidad gris que Noah no le conocía, y no dejaba de tener arcadas.

– Te sentirás mejor si no lo miras -se compadeció Noah.

– Sí, pero es como un accidente automovilístico. No quiero mirar, pero lo hago de todos modos.

– Es policía -le recordó, Chaddick, exasperado-. Si hay un accidente, tiene que mirar, ¿no?

– Ya sabe a qué me refiero.

Uno de los bomberos voluntarios le hizo gestos desde el jardín delantero. Se llamaba Miguel Moreno, y era un bombero jubilado de Houston que había decidido comprarse un rancho al terminar su vida laboral. Había entrenado a los voluntarios, y ésa era la razón de que estuvieran tan bien organizados, reaccionaran tan deprisa y fueran tan eficientes. Desde que estaba al mando, ninguno de sus hombres había sufrido ningún daño. Había recorrido varias veces los escombros y ya estaba preparado para decirle a Noah lo que pensaba.

– No hay ninguna duda de que J.D. provocó el incendio, pero me apuesto lo que quiera a que no dominaba un acelerador tan volátil. Si lo hubiese hecho, no lo habría encendido cuando todavía estaba en el interior de la casa.

– Podría haber prendido fuego demasiado pronto sin quererlo -sugirió Joe mientras se alejaba del cadáver-. Tal como yo lo veo, entró y lo empapó todo muy bien con la idea de salir por la puerta trasera por donde había entrado para, una vez fuera, lanzar algo para prender fuego, como un trapo sumergido en queroseno o un papel enrollado y encendido.

– Es posible -asintió Moreno-. Bastaba una chispa para obtener una llamarada.

– Cualquier cosa pudo hacer saltar una chispa -dijo Joe, ansioso por exponer su teoría-. Quizá cuando abrió la puerta para salir, la fricción de sus botas en el umbral de metal hiciera saltar una chispa… que habría prendido fuego.

– Sólo un experto puede indicar qué pasó con exactitud -comentó Moreno-. ¿Ha pedido que venga alguno a Serenity, agente Chaddick?

– Por supuesto -respondió el agente-. ¿Cree que podrá encargarse de esto con Moreno, Davis? ¿Podrá mantener la zona precintada hasta que lleguen mis hombres? Me gustaría ir a casa de Dickey con Noah.

– Puedo encargarme -le aseguró Joe-. ¿Ha encontrado algo interesante el agente Street?

– Lo sabré en cuanto llegue.

– ¿Tienes un segundo, Noah? -pidió Joe en un aparte.

– Dime.

– ¿Crees que los agentes querrán que me mantenga al margen ahora que han asumido el caso? -preguntó en voz baja-. No quiero entrometerme pero… -terminó la frase encogiéndose de hombros.

– ¿Por qué no lo averiguas ahora mismo? -dijo Noah a la vez que señalaba a Chaddick con la cabeza.

Joe parecía incómodo al planteárselo al agente. Chaddick, que era muy diplomático, dirigió una mirada a Noah antes de responder.

– Estoy seguro de que ha oído historias sobre cómo nos imponemos y dejamos de lado a los agentes locales cuando nos hacemos cargo de un caso, y es probable que la mayoría de esas historias sean ciertas -añadió con una sonrisa enorme-. No nos gusta que los agentes locales interfieran, pero Noah me ha contado que esta situación es distinta. Street, usted y yo trabajaremos juntos en el caso.

– Se lo agradezco -dijo Joe tras asentir de inmediato-. Es una gran oportunidad de aprender de los expertos.

Una vez solucionado el problema, Noah volvió a su coche. Las ventanillas estaban bajadas, y pudo ver que Jordan leía algunos papeles mientras tomaba sorbos de una botella de lo que, sin duda, sería agua tibia. La pobre Jordan lo había esperado una eternidad, pero no se había quejado ni había intentado apresurarlo.

Jordan le vio acercarse y recogió rápidamente los papeles que había extendido en el asiento. Tenía tanto calor que tuvo la sensación de que iba a sufrir una insolación en cualquier momento. No había querido tener el motor en marcha tanto rato para disfrutar del aire acondicionado, así que lo había apagado y había esperado que soplara algo de viento para no pasar demasiado calor.

Antes, a pesar de las órdenes de Noah, había salido un momento del coche para sentarse a la sombra de un nogal, pero las miradas de las personas que se habían congregado al otro lado de la calle la habían intranquilizado. No le quitaban los ojos de encima mientras susurraban entre sí. ¿Qué estarían diciendo? Quizás algo sobre emplumarla o quemarla en la hoguera.

Cuando ella y Noah habían ido de la casa de J.D. a la del profesor, se había ofrecido a regresar al motel para esperarlo allí. Sólo tendría que llamarla y volvería a recogerlo en el coche, pero Noah no había querido oír hablar del asunto. No quería perderla de vista, y por la firmeza de su voz, supo que no tendría sentido discutir.

Noah se sentó al volante, puso en marcha el motor y conectó el aire acondicionado. Luego, se volvió hacia ella. Jordan tenía la cara colorada. Se había recogido el pelo, pero tenía húmedo el vello de la nuca. La ropa se le pegaba al cuerpo y le marcaba las formas, y le brillaba la piel. Se veía preciosa y desfallecida a la vez. Hizo que se sintiera culpable por lo que iba a hacer.

– ¿Cómo lo llevas? -preguntó.

– Bien -contestó Jordan-. Estoy bien.

– Detesto pedirte esto, pero tengo que volver a casa de Dickey. Quiero registrarla para…

– No te preocupes -lo interrumpió ella-. No tienes que explicarme nada. Tienes que hacerlo, y yo estoy bien, de verdad.

No le presionó para que la llevara de vuelta al motel porque sabía que volvería a negarse. Había insistido en que se quedara con él, y si eso le facilitaba el trabajo, iba a colaborar.

Noah no vio la hora que era hasta que estuvo estacionando delante de la casa de J.D. El día estaba llegando a su fin. No podía creerse que hubiera estado tanto rato en casa del profesor MacKenna, y sabía que pasaría el mismo tiempo, puede que más, registrando la casa de J.D.

– Puede que tengamos que pasar otra noche aquí -insinuó tras aparcar detrás del coche de Chaddick.

– Ya lo sé.

– ¿No te importa?

– No -le aseguró Jordan-. Podemos irnos a primera hora de la mañana. -¿Cuántas veces había pensado eso?

– Esto te va a encantar -gritó Chaddick, que ya llevaba un rato dentro, desde la puerta principal de la casa.

Noah lo saludó con la cabeza antes de hablar de nuevo con Jordan.

– Puedes entrar si quieres, pero no toques nada.

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