A Paul Newton Pruitt le encantaban las mujeres. Le encantaba todo lo referente a ellas: su piel suave y lisa; su fragancia femenina; el roce delicioso de sus cabellos sedosos cuando le acariciaban el tórax; los sonidos eróticos que emitían cuando las tocaba. Le encantaba su risa contagiosa, sus gritos estimulantes de placer.
No hacía distinciones. Daba igual el color del pelo, de los ojos o de la piel; le gustaban todas. Altas, bajas, delgadas, gordas. No importaba. Todas eran maravillosas, y para él, cada una era única y excepcional.
Tenía que admitir que sentía una especial debilidad por la forma en que algunas le sonreían. Era una sonrisa que no sabría describir. Lo único que sabía era que cuando la veía, se le aceleraba el corazón. La atracción era así de fuerte. Sencillamente, no podía resistirse; no podía negarse. Esa sonrisa, seductora y tentadora, no dejaba nunca de cautivarlo.
Antes de que tuviera que enmendarse y cambiar de conducta para sobrevivir, había sido un donjuán. Y no era su ego quien hablaba. Era así. Entonces, era irresistible. Pero ahora las cosas eran distintas. En su vida anterior, si se aburría, se despedía con regalos caros para que no le guardaran ningún rencor. No soportaba la idea de que ni siquiera una de sus mujeres llegase a detestarlo alguna vez. No podía pasar a la siguiente mujer encantadora, a menudo cautivadora, hasta tener la certeza de haber complacido a la actual. Y siempre había una siguiente.
Hasta Marie. Se había enamorado de ella, y su vida había cambiado para siempre. La vida que conocía se había terminado. Paul Newton Pruitt había desaparecido. Un nuevo nombre. Una nueva identidad. Una nueva vida. Nadie lo encontraría jamás.