Al día siguiente Phil invitó a Sarah a desayunar al Rose's Café de la calle Steiner. Se sentaron en la terraza, bajo los calentadores y el sol del invierno. Él se puso a leer el periódico y ella no dijo nada. Comieron en silencio. No habían hecho el amor por la noche. Habían visto una película en la tele y se habían acostado temprano. Había sido un día agotador para ambos y Sarah estaba extenuada.
No volvió a invitarle a ver la casa. No quería oír lo que Phil tuviera que decir de ella. Era demasiado doloroso, y echaba por tierra su entusiasmo. Esta vez, cuando le dijo que después de desayunar tenía que trabajar, no intentó retenerle. De hecho, sentía su marcha como un alivio, y eso la entristeció. Era consciente de que su relación estaba en las últimas, aunque Phil no lo supiera o no quisiera admitirlo. Apenas quedaba nada entre ellos, salvo resentimiento y reproches. Sus vehementes comentarios sobre la casa lo habían dejado bien claro. Sarah sabía que el problema, en realidad, no era la casa sino ellos. Él estaba cansado de que lo presionara, de que le pidiera más, y ella estaba cansada de pedir. Se hallaban en un punto muerto. Y por alguna razón, la compra de la casa de la calle Scott era una amenaza para Phil, como para ella lo eran sus ausencias y su distanciamiento.
Fiel a su promesa, llamó a Jeff a las doce. Estaba en su despacho, esperando la llamada.
– Te veré en la casa dentro de media hora -dijo Sarah, y él comprendió, por el tono apagado de su voz, que el fin de semana no había ido bien. No sonaba como una mujer reconfortada y amada. Sonaba triste y decaída.
Sarah se emocionó cuando Jeff llegó a la casa con una cesta de picnic. Dentro había paté, queso, pan, fruta y una botella de vino tinto.
– Pensé que sería una buena idea picar algo -dijo, con una sonrisa.
No le preguntó cómo le había ido el fin de semana. Podía verlo en sus ojos. Salieron con la cesta al jardín y se sentaron en un muro de piedra. Hacía mucho que en ese jardín ya solo crecían hierbajos. Después del picnic Sarah parecía más animada. Jeff le mostró entonces sus nuevas ideas para la cocina. Su visión fue cobrando vida a medida que la describía.
– Me encanta -dijo ella con la mirada brillante. No parecía la misma persona que una hora atrás. Durante el fin de semana se había sentido muerta. Ahora, contemplando la casa con Jeff, volvía a sentirse viva. No estaba segura de si era por él, por la casa o por ambas cosas. En cualquier caso, era mucho mejor que el trato que había recibido de Phil. Estaba empezando a resultar intolerable. Una guerra de poder donde no habría vencedores.
Sarah y Jeff recorrieron de nuevo las plantas superiores y él la rozó mientras intentaban decidir qué hacer con los armarios del vestidor. Sarah dijo que no tenía tanta ropa.
– Pues cómprala -bromeó él.
Marie-Louise ocupaba casi todos los armarios de su casa. Siempre regresaba de París con maletas cargadas de ropa nueva y docenas de zapatos. Ya no sabían dónde meterlos.
– Lamento mi estado de ánimo cuando llegué -se disculpó Sarah mientras deambulaban por lo que había sido la habitación de su abuela-. He tenido un fin de semana horrible.
– Lo imaginaba. ¿Apareció Phil?
– Sí. Siempre aparece los fines de semana. Se puso furioso cuando le conté lo de la casa. Cree que estoy loca.
– Y lo estás. -Jeff sonrió con dulzura. Había muchas cosas que le gustaban de Sarah-. Pero es una locura buena. No hay nada de malo en tener un sueño, Sarah. Todos necesitamos soñar. No es ningún pecado.
– Lo sé. -Sarah le sonrió con tristeza. Lo sentía como un amigo. Pese a lo poco que sabía de él, tenía la sensación de que se conocían desde hacía años, y a él le pasaba lo mismo-. Pero tienes que reconocer que es un sueño bastante grande.
– No hay nada de malo en ello. La gente grande tiene sueños grandes. La gente pequeña ni siquiera sueña. -Ya odiaba a Phil por la expresión de su cara. Era evidente que la había herido. Por lo poco que ella le había contado el jueves por la noche, pensaba que Phil era un imbécil. A Sarah tampoco le caía bien Marie-Louise, pero no se lo dijo.
– Las cosas no van bien -confesó mientras bajaban.
Hoy habían trabajado menos, pero estaban relajándose y familiarizándose con la casa. Habían explorado hasta el último rincón y la última grieta. A Jeff le gustaba tener la posibilidad de hacer esas cosas con Sarah. Marie-Louise le había telefoneado esa mañana. Jeff le explicó que iba a comer con un cliente, pero no desveló su identidad. Era la primera vez que hacía una cosa así y no estaba seguro de por qué lo había hecho, como no fuera porque a Marie-Louise tampoco le caía bien Sarah. El día que se conocieron había hecho comentarios desagradables sobre ella, y también en Venecia. Era demasiado estadounidense para su gusto. Y odiaba la casa. Jeff no tenía intención de proponerle que trabajaran juntos. No sería justo para Sarah tener una arquitecto que detestaba la casa. Marie-Louise decía que era un reforma imposible y que lo mejor sería derribar el edificio, pero Jeff sabía que no lo pensaba en serio.
– Lo noté en cuanto llegaste -dijo Jeff al tiempo que guardaban las sobras de la comida en la cesta de picnic. La había comprado en el rastro de París y era muy antigua.
– No sé por qué sigo con él. Ayer reaccionó tan mal con lo de la casa que decidí que debíamos separarnos, pero cuando llegué a mi apartamento por la noche me lo encontré preparando la cena. Había ordenado la casa, me había comprado una docena de rosas y me pidió disculpas. Era la primera vez que hacía una cosa semejante. Es difícil romper después de algo así.
– Puede que intuyera que estabas harta. Algunas personas poseen un instinto de supervivencia extraordinario. Es probable que lo hiciera por él más que por ti. Seguramente tampoco esté preparado para renunciar a ti. Tengo la impresión de que le da pánico dar el paso.
Sarah sonrió al escuchar su evaluación masculina.
– Ojalá lo supiera. Habría preferido que me animara con lo de la casa a que me comprara rosas. Dijo cosas muy feas. Me siento como una idiota por seguir a su lado.
– Lo dejarás cuanto estés preparada para hacerlo, si es lo que te conviene. Cuando llegue el momento lo sabrás.
– ¿Cómo sabes tanto de esas cosas?
Jeff sonrió.
– Soy mayor que tú y ya he pasado por todo eso. Pero eso no significa que sea más listo ni más valiente. Marie-Louise me telefoneó esta mañana. -No le contó lo de la mentira-. Y no hizo otra cosa que quejarse porque tenía que volver y recordarme lo mucho que odia esto. A veces me canso de escucharla. Si tanto le disgusta vivir aquí, probablemente debería quedarse allí. En cualquier caso, sé que un día de estos lo hará. -Era la segunda vez que lo decía y parecía triste. Marie-Louise siempre estaba amenazando con no volver.
– Entonces, ¿por qué sigues con ella? -quiso saber Sarah, pensando que la respuesta podría enseñarle algo sobre sí misma.
– No es fácil dejar atrás catorce años de relación y reconocer que has estado equivocado todo ese tiempo. Además, nunca sé hasta qué punto lo estoy.
– Dejar atrás cuatro años ya resulta duro -admitió ella.
– Pues añade a eso otros diez. Cuanto más lo alargas, peor.
– Pensaba que para poder mejorar las cosas tenías que aguantar.
– Solo si estás con la persona adecuada.
– ¿Y cómo demonios puedes saberlo?
– Lo ignoro. Mi vida sería mucho más fácil si lo supiera. Yo también me hago un montón de preguntas. A lo mejor la relación entre dos personas nunca puede ser fácil. Eso es lo que me digo.
– Y yo. Busco muchas excusas para justificar la horrible conducta de Phil.
– Pues no lo hagas. Como mínimo, observa las cosas tal y como son.
Sarah asintió mientras reflexionaba sobre lo que acababa de escuchar. Estaba contemplando el jardín desde el salón cuando sintió a Jeff muy cerca y se volvió para mirarle. Era más alto que ella, y Sarah tenía el rostro alzado cuando sus ojos se encontraron. Los labios de él hallaron fácilmente los de ella, unieron sus cuerpos en un abrazo y se fundieron en un beso eterno. Tanto ella como él habían olvidado lo que podía sentirse. Aquello no era difícil. Era fácil. Pero también era nuevo, y fruta prohibida. Los dos tenían otra relación, por compleja que esta fuera.
– Creo que esto ha sido un error -dijo suavemente Sarah. Se sentía culpable, pero no demasiado. Jeff le gustaba. Era mucho más tierno que Phil.
– Me lo estaba temiendo -repuso Jeff-. Pero no estoy seguro de que haya sido un error. Yo no lo he sentido como un error. ¿Tú sí?
– No lo sé. -Sarah parecía desconcertada.
– Quizá deberíamos probar de nuevo para asegurarnos. -Volvió a besarla y esta vez ella se apretó aún más contra su cuerpo. Él se sintió poderoso, y ella segura y reconfortada-. ¿Te parece esto un error? -susurró él, y Sarah rió.
– Nos vamos a meter en un buen lío con Phil y Marie-Louise -dijo mientras él seguía abrazándola. Era una sensación maravillosa.
– Quizá no se merezcan otra cosa. No está bien tratar a la gente con tanta dureza. -Jeff también estaba harto de su problemática relación.
– En ese caso, ¿no deberíamos tener el valor de dejarles? -razonó Sarah. Habría sido lo más honesto.
– Ah, eso -dijo Jeff, sonriendo. Había terminado por ser una tarde encantadora, sobre todo en los últimos minutos-. Lo he intentado un montón de veces, y también ella, pero siempre acabamos volviendo.
– ¿Por qué?
– Hábito, miedo, pereza, familiaridad.
– ¿Amor? -preguntó Sarah. Era la pregunta que ella se hacía con respecto a Phil. ¿Le amaba? Ya no estaba tan segura.
– Tal vez. Después de catorce años no siempre es fácil saberlo. Creo que en nuestro caso seguimos juntos principalmente por una cuestión de hábito y de trabajo. Sería muy complicado dividir el negocio. Nosotros no vendemos zapatos. La mayoría de nuestros clientes nos contratan como equipo. Y somos buenos trabajando juntos. Me gusta trabajar con Marie-Louise.
– Esa no es razón para seguir juntos -observó Sarah-, por lo menos como pareja. ¿Podríais trabajar juntos si os separarais? -Estaba tanteando el terreno, como él.
– No lo creo, y en cualquier caso Marie-Louise volvería a París. Su hermano también es arquitecto y posee un despacho importante. Siempre me está diciendo que acabará trabajando con él.
– Me alegro por ella.
– No me asusta trabajar solo, pero no me gusta todo el jaleo que supondría cambiar esa situación. -Sarah asintió con la cabeza. Comprendía a Jeff pero, por otro lado, no quería ser «la otra». Las cosas ya eran lo suficientemente complicadas sin eso-. A veces hay que confiar en la vida -continuó filosóficamente-. Confiar en que las cosas llegarán cuando tengan que llegar. Creo que cuando tienes algo bueno, lo sabes. Yo siempre he sentido una terrible atracción por aquello que no me conviene -reconoció con cierta vergüenza-. De joven me gustaban las mujeres peligrosas o de temperamento difícil. Marie-Louise es ambas cosas.
– Yo no -dijo Sarah con cautela, y Jeff sonrió.
– Lo sé, y me gusta eso de ti. Puede que finalmente esté madurando.
– Y tú no eres un hombre cruel. -Sarah reflexionó sobre ello-. Pero no estás disponible, vives con otra mujer. He ahí mi especialidad. Creo que no es una buena idea para ninguno de los dos ahora mismo. Es peligroso para ti e insatisfactorio para mí.
Sarah tenía razón y ambos lo sabían, pero era una situación muy tentadora, y los besos había sido muy dulces. Así y todo, si lo que había entre ellos era bueno, podría esperar.
– Dejemos que el tiempo hable -dijo, sensatamente, Jeff. Iban a pasar muchas horas trabajando juntos en la casa. Era preferible para ambos que las cosas sucedieran poco a poco.
– ¿Cuándo vuelve Marie-Louise? -preguntó Sarah mientras salían de la casa.
– Dentro de una semana, dice. Pero probablemente será dentro de dos, tres o incluso cuatro.
– ¿Estará aquí para Navidad?
– No lo había pensado -dijo pensativamente Jeff mientras la acompañaba al coche-. No estoy seguro. Con ella nunca se sabe. Siempre aparece de repente, cuando se le han acabado las excusas para seguir en París.
– Marie-Louise me recuerda a Phil. Si no ha vuelto, ¿te gustaría pasar la Navidad con mi familia? Seremos solo mi abuela, mi madre, yo y seguramente también el novio de mi abuela. Hacen una pareja encantadora.
Jeff rió.
– Es probable que pueda ir aunque Marie-Louise haya vuelto. Odia la Navidad y se niega a celebrarla. A mí, en cambio, me encanta.
– Y a mí. Pero si ella ha vuelto para entonces, prefiero no invitarte. Sería una descortesía no invitarla a ella, y lo cierto es que no querría hacerlo. Espero que no te parezca mal.
Jeff la besó suavemente en los labios mientras Sarah subía a su coche.
– Cualquier cosa que decidas me parecerá bien, Sarah.
Había tanto que le gustaba de ella… Era una mujer con principios, integridad, cerebro y un gran corazón. En su opinión, una combinación perfecta.
Sarah le dio las gracias por el picnic y se alejó agitando una mano. Camino de su apartamento se preguntó qué debería hacer con Phil. No quería que la decisión que tomara estuviera influida por lo que había sucedido con Jeff. La cuestión en ese asunto no era Jeff sino Phil. Además, Jeff estaba con Marie-Louise. En ningún momento debía olvidar eso. No estaba dispuesta a tener otra pareja no disponible aunque las circunstancias fueran diferentes. Jeff era un hombre adorable, pero no estaba disponible. De ningún modo quería caer de nuevo en eso. Esta vez haría lo que fuera mejor para ella. Phil, en su opinión, no era lo mejor para ella. Y todavía no sabía si lo era Jeff.