Sarah dedicó todas sus vacaciones navideñas a trabajar en la casa y Audrey adquirió la costumbre de pasar a verla. Había estado en la biblioteca indagando sobre la historia de la casa y había encontrado interesantes detalles que compartió con su hija. Además, tenía propuestas sobre decoración sorprendentemente buenas. Sarah estaba disfrutando de la compañía de su madre por primera vez en muchos años. Mimi también se dejaba caer algunas veces por la casa, con sándwiches para asegurarse de que Sarah se alimentaba como es debido mientras clavaba, lijaba y serraba. La librería empezaba a tomar forma, y estaba dando barniz a los paneles y el artesonado con sumo cuidado. Ya casi relucían.
Jeff pasó varias tardes en la casa con ella cuando Marie-Louise se fue a esquiar. Le cobraba solo por los diseños, los dibujos y la coordinación de los contratistas, no por el tiempo que pasaba allí. Decía que trabajar en la casa lo relajaba. Una noche que estaban trabajando en habitaciones separadas fue a comprobar cómo le iba a Sarah con la nueva cera que estaba probando en los paneles. Parecía agotada, tenía las manos hechas un desastre y el pelo recogido de cualquier manera en la coronilla. Llevaba puesto un pantalón de peto y botas de trabajo. Detuvo su trabajo cuando él le tendió una cerveza.
– Tengo la sensación de que se me van a caer los brazos -dijo mientras se sentaba en el suelo. Jeff la miró con una sonrisa. Habían compartido una pizza para cenar.
– ¿Sabes qué día es hoy? -dijo, dejando su lijadora en el suelo y dando un sorbo a su cerveza.
– Ni idea. -Sarah perdía la noción del tiempo cuando trabajaba en la casa. Habían instalado lámparas provisionales en las zonas donde estaban trabajando. El resto de la habitación estaba bañada en sombras, pero no la asustaban. Nunca tenía miedo en esa casa, ni siquiera de noche, cuando trabajaba a solas. Pero le gustaba tener allí a Jeff.
Jeff acababa de comprobar la fecha en su reloj.
– Es Nochevieja -dijo, sonriendo.
– ¿En serio? -Sarah lo miró atónita-. Eso significa que he de volver al despacho dentro de dos días. Ha sido fantástico poder disponer de todo este tiempo para trabajar en la casa. Voy a detestar volver a tener solo los fines de semana para venir aquí. Quizá pueda hacer algunas cosas por las noches, al salir del despacho.
Cuanto más deprisa trabajara, y cuantos más días dedicara a la casa, antes terminarían. Estaba impaciente por mudarse. Entonces recordó lo que Jeff le había dicho.
– ¿Qué hora es?
– Las once cincuenta y tres. Faltan siete minutos para Año Nuevo. -Sarah alzó la cerveza y brindó con él. Ambos pensaron que era una forma agradable de celebrar la entrada del año. Relajada y tranquila, con un buen amigo, que era en lo que se habían convertido-. Confío en que sea un buen año para los dos.
– Yo también. El año que viene, por estas fechas, estaré viviendo en esta casa y podré dar una gran fiesta de Fin de Año en mi salón de baile. -No le parecía un escenario probable, pero le gustaba imaginarlo.
– Espero que me invites -dijo Jeff con una sonrisa burlona.
– Desde luego. A ti y a Marie-Louise. Os enviaré una invitación.
– Hazlo. -Jeff hizo una elegante reverencia. Marie-Louise estaba esquiando en Squaw Valley. La Nochevieja le traía sin cuidado, y a él también. Phil seguía en Aspen con sus hijos. Había llamado a Sarah el día anterior, pero ninguno de los dos mencionó la Nochevieja. Tenía previsto regresar esa semana, cuando sus hijos tuvieran que volver al colegio-. Once cincuenta y ocho -anunció Jeff, mirando de nuevo su reloj.
Sarah se levantó, dejó la cerveza sobre su caja de herramientas y se limpió las manos en el peto. Tenía mugre de los pies a la cabeza y manchas de polvo y cera hasta en la cara. Al verse en un espejo empotrado en un panel, se echó a reír.
– Precioso modelito para Nochevieja, ¿no crees?
Jeff rió y Sarah se alegró de estar allí con él. Sin su presencia la noche habría sido demasiado tranquila. Se sentía mucho menos sola trabajando allí que cuando estaba en su apartamento.
– Once cincuenta y nueve. -Jeff mantuvo la mirada fija en el reloj y avanzó un paso hacia ella. Sarah no retrocedió-. Feliz Año Nuevo, Sarah -susurró. Ella asintió con la cabeza, como si con ello estuviera dándole permiso. Solo por esa vez. Porque era Nochevieja.
– Feliz Año Nuevo, Jeff -susurró a su vez. El la rodeó con sus brazos y la besó. Hacía mucho tiempo que no se besaban y tampoco había sido esa su intención. Permanecieron abrazados largo rato, luego se separaron lentamente y se miraron a los ojos-. Gracias por estar aquí.
– No querría estar en ningún otro lugar.
Poco a poco regresaron a sus respectivas tareas, sin mencionar el beso, sin mencionar si debería haber sucedido o no. Salieron juntos de la casa a las tres de la madrugada.
Cuando Sarah llegó a su apartamento encontró un mensaje de Phil en el contestador. La había llamado a medianoche, hora de San Francisco, para desearle feliz Año Nuevo. No la había llamado al móvil, a pesar de que Sarah se lo había llevado a la casa por si acaso. Phil la despertó a las ocho del día siguiente.
– ¿Dónde estabas anoche? -preguntó. Llamaba con su móvil desde lo alto de un telesilla y la comunicación se perdía constantemente.
– Trabajando en la casa. Volví a las tres y encontré tu mensaje. Gracias por llamar. -Sarah se desperezó con un bostezo.
– Tú y esa casa. Te echo de menos. -La voz de Phil se perdió y volvió al cabo de unos segundos.
– Yo también. -Era cierto. Pero al dar las doce había besado a Jeff y le había gustado.
– Nos veremos a mi regreso. -Phil llegó a la cima de la montaña y la comunicación se cortó. Sarah se levantó y a las diez estaba de nuevo en la casa.
Jeff llegó a las doce. No le contó que esa mañana había discutido por teléfono con Marie-Louise. No le llamó cuando dieron las doce, pero así y todo quería saber dónde había estado. Él le contó la verdad y le dijo que fue algo inocente. Pero ella no creía en su inocencia en lo que a su dedicación a Sarah y a la casa se refería. Jeff le recordó que no había tenido nada mejor que hacer en Nochevieja que trabajar en la casa. Ella lo mandó al cuerno y colgó. Tenía planeado regresar por la noche. Jeff pasó el resto del día con Sarah y se marchó a las seis. Ninguno de los dos mencionó el beso, pero ella lo tenía presente. Por la mañana se había recordado severamente a sí misma que Jeff no estaba disponible. Pero lo encontraba tan sexy y atractivo… Le encantaba su manera de pensar, su corazón, su físico. Y quizá el hecho de que viviera con otra mujer. Sarah siempre era muy dura consigo misma.
Pese a sus inquietudes con respecto a Jeff, lo pasó muy bien trabajando con él en la casa, como siempre. Los paneles que había encerado estaban preciosos, y había decidido hacer lo mismo con todos los demás.
– Supongo que ya puedo olvidarme de mis uñas durante un año -rió mientras se miraba las manos-. Tendré que buscar una excusa para mis clientes o pensarán que por las noches me dedico a cavar hoyos con las manos a la luz de la luna. -Ahora nunca conseguía tener las manos limpias, pero no le importaba. Merecía la pena.
Esa noche se quedó hasta las nueve y al llegar a su apartamento se derrumbó en el sofá, delante de la tele. Ese año había tenido unas vacaciones perfectas. O casi perfectas. Habrían sido mejores con Phil, o a lo mejor no. Lo había pasado muy bien trabajando en la casa con Jeff. Habían sido afortunados de que Marie-Louise también se hubiera ausentado.
Sarah volvió al despacho al día siguiente y Phil regresó a la ciudad un día después. La llamó en cuanto entró en su apartamento pero no se ofreció a pasar por su casa para verla. Y ella no se lo pidió. Conocía la respuesta. Phil le diría que tenía un montón de trabajo aguardándole sobre la mesa y que necesitaba ir al gimnasio. Estaba cansada de llevarse chascos. Era más sencillo esperar al fin de semana. Phil dijo que se verían el viernes, y por muchas veces que se lo hubiera hecho, a Sarah seguía produciéndole una sensación extraña saber que estaba en su apartamento, a unas manzanas de su casa, y que no podía verle. La rabia solía durarle varios días.
Procuraba ir a la casa todas las noches después del trabajo para dar cera a los paneles, y el jueves se dedicó a la librería que estaba construyendo. Creó un caos en unos minutos y tuvo que extraer todos los clavos y empezar de nuevo. Se sentía frustrada y torpe, y en torno a las once decidió abandonar. Cuando se dirigía a casa cayó en la cuenta de que estaba a solo una manzana del apartamento de Phil. Habían quedado para el día siguiente, pero de repente le pareció una buena idea pasar un momento por su casa para darle un beso o esconderse en su cama y esperar a que llegara del gimnasio. No era dada a hacer esa clase de cosas, pero tampoco sería la primera vez. Y llevaba encima las llaves de su apartamento. Hacía un año que Phil había accedido finalmente a dárselas, después de que ella le hubiera dado las suyas un año antes. Él siempre era más lento en corresponder. Y sabía que Sarah no abusaría de ese privilegio. Ella nunca se presentaría en su casa sabiendo que no estaba a menos que quisiera darle una sorpresa, como hoy. Respetaba su intimidad, como él la de ella. Raras veces aparecían en casa del otro sin llamar primero. Ese respeto mutuo era una de las razones de que llevaran casi cinco años de relación.
Estacionó delante de la casa de Phil, todavía con el peto y las botas de trabajo puestas. El peto estaba cubierto de cera, y llevaba el pelo recogido en la coronilla para que no le molestara cuando trabajaba.
Al dirigirse al edificio advirtió que en el apartamento de Phil no había luz, y de repente la entusiasmó la idea de esperarlo escondida en su cama. Rió para sus adentros mientras entraba en el portal, subía hasta el primer piso y abría la puerta del apartamento. Estaba a oscuras. Sarah no encendió la luz, pues no quería que Phil se diera cuenta de que estaba allí cuando llegara del gimnasio, en el caso de que mirara hacia las ventanas.
Avanzó a oscuras por el pasillo hasta el dormitorio, abrió la puerta y entró. En la penumbra advirtió que la cama estaba sin hacer, y se apresuró a quitarse el peto y la camiseta. En ese momento oyó un gemido y pegó un salto. Parecía el gemido de una persona herida, y se volvió aterrorizada hacia el lugar de donde provenía. De debajo del edredón asomaron inopinadamente dos siluetas humanas y una voz masculina dijo «¡Mierda!». Encendió la luz y vio a Sarah en bragas y sujetador, con las botas de trabajo puestas, y ella lo vio en toda su maciza desnudez, con una rubia al lado también desnuda. Presa del desconcierto, Sarah se quedó mirándolos el tiempo suficiente para percatarse de que la chica aparentaba unos dieciocho años y era un bombón.
– Santo Dios -dijo, mirando a Phil y sosteniendo la camiseta y el mono con mano temblorosa. Por un momento creyó que iba a desmayarse.
– ¿Qué cojones haces aquí? -gritó él con cara de pasmo y un deje despiadado en la voz. Sarah comprendió de repente que podría haber sido peor, aunque no mucho peor. Podría habérselo encontrado montando a la espectacular rubia, en lugar de lo que fuera que estuvieran haciendo bajo el edredón. Por suerte, era una noche fría y el apartamento de Phil siempre estaba helado, de modo que estaban metidos bajo las sábanas.
– Quería darte una sorpresa -tartamudeó Sarah, esforzándose por contener las lágrimas de dolor, rabia y humillación.
– Pues no hay duda de que me la has dado -espetó Phil al tiempo que se atusaba el pelo y se incorporaba. La chica permaneció tumbada, no sabiendo muy bien qué hacer. Sabía que Phil no estaba casado. Y no le había contado que tuviera novia. La mujer que tenía delante en ropa interior estaba hecha un asco-. ¿Qué crees que estoy haciendo? -No sabía qué otra cosa decir. La rubia núbil tenía los ojos clavados en el techo, esperando a que la escena terminara.
– Yo diría que ponerme los cuernos -dijo Sarah, mirándolo directamente a los ojos-. Supongo que esta es la razón de que solo nos veamos los fines de semana. Eres un cabrón de mierda. -Desplegó la camiseta con manos temblorosas y logró ponérsela al revés. Estaba deseando largarse pero no quería salir a la calle en bragas y sujetador. A renglón seguido se puso el peto y solo se molestó en engancharlo por un lado.
– Oye, será mejor que te vayas a casa. Luego hablamos. Esto no es lo que parece. -Phil miró a la rubia y luego a Sarah, pero, por razones obvias, no podía salir de la cama. Estaba desnudo y probablemente todavía le durara la erección.
– ¿Me tomas el pelo? -preguntó Sarah, temblando de la cabeza a los pies-. ¿Que no es lo que parece? ¿Tan estúpida me crees? ¿Estaba en Aspen contigo? ¿Has estado metido en esta mierda estos cuatro años?
– No… Yo… Oye, Sarah…
La chica se sentó en la cama y miró a Phil con rostro inexpresivo.
– ¿Quieres que me vaya?
Sarah respondió por él.
– No te molestes. -Y dicho eso se alejó por el pasillo, abrió la puerta con fuerza, tiró las llaves al suelo y echó a correr escaleras abajo. Temblaba tanto que apenas podía conducir. Había desperdiciado cuatro años de su vida, pero por lo menos ahora sabía la verdad. No más manipulaciones ni mentiras. No más decepciones. No más angustiosos exámenes de por qué toleraba esa situación. Finalmente todo había terminado. Se dijo que se alegraba, pero entró llorando en su apartamento. Había sido un duro golpe. El teléfono estaba sonando. No contestó. No había nada más que decir. Le oyó dejar un mensaje en el contestador. Conocía el tono. El tono de la reconciliación. Fue hasta el contestador y borró el mensaje sin escucharlo. No quería oírlo.
Esa noche pasó varias horas despierta en la cama, reproduciendo en su cabeza la desagradable escena, el increíble momento en que Phil asomaba por debajo del edredón y ella se percataba de que estaba con una mujer. Era como ver el derrumbe de un edificio o el estallido de una bomba. Sus propias Torres Gemelas. Aunque insuficiente, el mundo de fantasía que había compartido con él durante cuatro años se había venido abajo. Y nada podía reconstruirlo. Sarah no quería reconstruirlo. Y pese a su abatimiento, en el fondo sabía que lo ocurrido era una bendición. De lo contrario, probablemente se habría pasado años aceptando esa relación de fin de semana.
El teléfono estuvo sonando toda la noche. Finalmente optó por desconectarlo, y también el móvil. Le producía satisfacción comprobar que Phil estaba preocupado. Por lo visto, no quería quedar como un cabrón. O puede que, después de todo, lo de los fines de semana le fuera cómodo y no deseara perderla. A Sarah ya no le importaba. La infidelidad era algo que no estaba dispuesta a tolerar. Había tolerado muchas cosas. Esa era la gota que colmaba el vaso.
Por la mañana intentó convencerse de que estaba un poco mejor. No era cierto, pero no le cabía duda de que con el tiempo lo estaría. Al final, Phil no le había dado opción. Se vistió y llegó puntual al despacho. Su madre la llamó diez minutos más tarde. Sonaba preocupada.
– ¿Estás bien?
– Sí, mamá. -La mujer poseía un maldito radar.
– Ayer intenté llamarte. La compañía telefónica me dijo que tu teléfono estaba estropeado.
– Estaba trabajando en un caso y lo desconecté. En serio, estoy bien.
– Me alegro. Solo quería estar segura. Tengo hora con el dentista. Te llamaré más tarde.
En cuanto Audrey hubo colgado, Sarah telefoneó al apartamento de Phil, consciente de que ya se habría marchado a trabajar, y dejó un mensaje. Le pedía que le devolviera las llaves por medio de un mensajero. «No las traigas a mi casa. No las dejes en el buzón. No las envíes por correo. Envíalas con un mensajero. Gracias.» Eso fue todo. Phil la llamó seis veces al despacho ese día. Sarah rechazó todas las llamadas, hasta la séptima. Se dijo que no tenía por qué esconderse. Ella no había hecho nada malo. Él, en cambio, sí.
Cuando su secretaria le pasó la llamada se limitó a decir hola. Phil parecía aterrado y eso la sorprendió. Era tan gallito que seguro que intentaba sacarle hierro al asunto, pero no lo hizo.
– Escucha, Sarah… lo siento… es la primera vez en cuatro años… estas cosas pasan… no sé… quizá era la última llamada a mi libertad… tenemos que hablar… tal vez deberíamos empezar a vernos un par de veces durante la semana… quizá tengas razón… esta noche iré a tu casa y hablaremos… nena, lo siento… sabes que te quiero…
Finalmente ella lo interrumpió.
– ¿En serio? -dijo con frialdad-. Curiosa forma de demostrarlo. Amor por poderes. Supongo que ella me estaba representando.
– Vamos, nena… te lo ruego… soy humano… y tú también… podría pasarte algún día… y yo te perdonaría…
– No, no podría pasarme, porque soy una completa estúpida. Me he tragado todas tus chorradas. Dejaba que te fueras fines de semana y vacaciones enteras con tus hijos. Durante los últimos cuatro años he pasado cada maldita Navidad y Nochevieja sola, y escuchado lo ocupado que estabas durante la semana con el gimnasio cuando en realidad te estabas tirando a otra. La diferencia entre tú y yo, Phil, es que yo soy una persona honesta e íntegra y tú no. A eso se reduce todo. Lo nuestro ha terminado. No quiero volver a verte. Envíame mis llaves.
– No seas estúpida, Sarah. -Phil empezaba a irritarse. No le costaba mucho llegar a ese estado-. Hemos invertido cuatro años en esto.
– Haberlo pensado anoche, antes de meterte en la cama con ella, no después -repuso Sarah fríamente. Estaba temblando otra vez. Lamentaba lo que estaba pasando, pero no había vuelta atrás. Finalmente deseaba liberarse de esa relación.
– ¿Tengo yo la culpa de que te metieras en mi apartamento sin avisar? Debiste llamar primero.
– No debiste estar follando con otra mujer, independientemente de que «me metiera» en tu apartamento. Pero me alegro de haberlo hecho. Debí hacerlo hace mucho tiempo. Podría haberme ahorrado mucho sufrimiento y cuatro años de mi vida malgastados. Adiós, Phil.
– Lo lamentarás -le previno-. Tienes treinta y ocho años y acabarás sola. Maldita sea, Sarah, no seas tan idiota. -Casi sonaba como una amenaza, pero a esas alturas Sarah no habría querido a Phil aunque fuera el último hombre del planeta.
– Estaba sola cuando estaba contigo, Phil -replicó con calma-. Ahora, simplemente, estoy libre. Gracias por todo. -Y sin detenerse a escuchar lo que él tuviera que decir al respecto, colgó.
Phil no intentó llamar de nuevo. Probó algunas veces por la noche, después de que Sarah conectara de nuevo el teléfono, pero en esa ocasión había desconectado el contestador. No quería volver a oír su voz nunca más. Habían terminado para siempre. Esa noche derramó algunas lágrimas por Phil y trató de borrar de su mente la terrible escena de la noche anterior. Al día siguiente, sábado, un mensajero le trajo las llaves. Phil se las había enviado con una nota en la que decía que podía llamarle cuando quisiera y que esperaba que lo hiciera. Sarah tiró la nota después de leerla por encima y reunió todas las cosas de Phil. No eran muchas. Artículos de tocador, vaqueros, ropa interior, camisas, unas Nike, unas zapatillas, unos mocasines y una chaqueta de cuero que dejaba allí para los fines de semana. Mientras las guardaba cayó en la cuenta de que Phil había sido en su vida una fantasía más que una realidad. La encarnación de una esperanza y la culminación de su propia neurosis, de su pánico a estar sola, a ser abandonada por un hombre, como había hecho su padre. Por eso se conformaba con las migajas que él le daba, sin exigir más. Pedía, pero estaba dispuesta a aceptar que él le diera menos de lo que se merecía. Y para colmo le era infiel. Phil le había hecho un gran favor metiéndose en la cama con esa rubia. De hecho, le sorprendía comprobar que no se sentía tan mal como había temido. Esa misma tarde fue a la casa a pegar martillazos a la librería. Pensó que le sentarían bien, y así fue. Ni siquiera oyó el timbre de la puerta al principio, y cuando finalmente lo oyó, temió que pudiera ser Phil. Miró con cautela por una ventana del primer piso y vio a Jeff. Bajó corriendo y abrió.
– Hola -dijo él-. Vi tu coche en la entrada y decidí pasar un momento. -Advirtió que Sarah estaba distraída y la observó con detenimiento-. ¿Estás bien?
– Sí -le tranquilizó ella, pero no lo parecía. Algo pasaba. Jeff no sabía decir exactamente qué, pero podía verlo en sus ojos.
– ¿Una semana dura en el despacho?
– Sí, más o menos.
Subieron para examinar la librería. Sarah estaba haciendo un trabajo excelente para tratarse de una aficionada. Trabajaba con minuciosidad. Finalmente se miraron y Jeff sonrió.
– ¿Qué ocurre, Sarah? No tienes que contármelo si no quieres, pero algo te pasa.
Sarah asintió.
– Hace dos días rompí con Phil. Debí hacerlo hace mucho tiempo. -Dejó el martillo y se apartó el pelo de la cara.
– ¿Por qué? ¿Discutisteis cuando llegó de Aspen?
– No exactamente -respondió con calma-. Me lo encontré con otra mujer. Fue toda una experiencia, novedosa y diferente. -Lo dijo sin emoción, y dada la gravedad del asunto, Jeff pensó que lo llevaba bastante bien.
– ¡Uau! -silbó-. Debió de ser horrible.
– Lo fue. Yo parecía una idiota y ella parecía una puta. Y él parecía un completo gilipollas. Tal vez haya estado haciéndolo todos estos años. Arrojé sus llaves al suelo y me marché. Esta mañana le envié todas sus cosas. Y ahora no para de llamarme.
– ¿Realmente piensas que todo ha terminado? ¿O crees que le dejarás volver?
Años atrás Marie-Louise le había sido infiel y él había cedido cuando ella volvió suplicando perdón. Al cabo de un tiempo lo lamentó, porque Marie-Louise volvió a engañarle. Pero después de eso nunca más lo hizo. Jeff le había dado un ultimátum. Habían pasado por muchas cosas en esos catorce años.
– No pienso perdonarle -dijo, apesadumbrada, Sarah. Le dolía más lo estúpida que había sido que la separación en sí-. Se ha acabado. Debí dejarle hace mucho tiempo. Phil es un imbécil. Y un mentiroso. Y un tramposo.
– No te dejará ir tan fácilmente -predijo Jeff.
– Puede, pero lo tengo decidido. Nunca podría perdonarle. Fue horrible. Estaba a punto de meterme en su cama para darle una sorpresa cuando me di cuenta de que alguien se me había adelantado. En mi vida me he sentido tan idiota ni tan paralizada. Pensé que iba a darme un infarto. Sea como fuere, todo ha terminado y aquí estoy, trabajando en la casa. ¿No es fantástico? Estoy deseando mudarme -dijo para cambiar de tema, y él asintió, preguntándose si Sarah iba a ser capaz de mantenerse alejada de Phil. Parecía muy decidida, pero solo habían pasado dos días desde el desgraciado suceso. Se dijo que debió de ser terrible para ella.
– ¿Cuándo crees que podrás mudarte?
– No lo sé. ¿Cuándo crees tú?
El trabajo de electricidad debía comenzar en una semana, y el de fontanería en dos. Durante algunos meses habría obreros deambulando por toda la casa. Tenían previsto empezar con la cocina en torno a febrero o marzo, cuando el resto del trabajo estuviera terminado o, al menos, bastante adelantado.
– Puede que en abril -respondió Jeff pensativamente-. Depende de la regularidad con que trabajen. Si se emplean a fondo, podrías acampar aquí en marzo, siempre que el polvo y el ruido no te molesten.
– Eso sería genial. -Sarah sonrió-. Estoy deseando dejar mi apartamento. -Estaba empezando a detestarlo, sobre todo ahora que había roto con Phil. Quería mudarse. Desesperadamente. Había llegado el momento.
Jeff le hizo compañía un rato mientras ella trabajaba. Tenía un día atareado y no podía trabajar en la casa, pero no le hacía gracia dejarla sola después de lo que le había ocurrido. Finalmente, dos horas más tarde, dijo que intentaría volver al día siguiente y la dejó dando martillazos. Sarah trabajó hasta cerca de medianoche y luego regresó a su apartamento vacío. El contestador y el móvil seguían desconectados. No había nadie con quien le apeteciera hablar, ninguna razón para atender las llamadas. Esa noche, cuando se deslizó en su cama sin hacer, pensó en Phil y en la mujer con quien lo había pillado haciendo el amor. Se preguntó si salía con ella, o con alguna otra. Se preguntó, también, con cuántas mujeres la había engañado a lo largo de esos cuatro años mientras le decía que solo podían verse los fines de semana. La deprimía percatarse de lo ingenua que había sido. Ahora ya no podía hacer nada al respecto, salvo asegurarse de tener a Phil bien lejos. No quería volver a verlo en su vida.