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Ese año el día de Acción de Gracias fue más movido de lo habitual. Acudieron Mimi y George, con sus compinches de siempre, y Audrey y Tom volaron desde St. Louis. Sarah amamantaba al pequeño en tanto que Jeff preparaba el pavo con ayuda de Audrey. Cenaron en la gran mesa de la cocina mientras William dormía en su moisés. Sarah tenía mejor aspecto que nunca, Jeff tenía los ojos enrojecidos por la falta de sueño y todo el mundo estaba de acuerdo en que William era el bebé más guapo del mundo. Era un niño sano y precioso. Los padres habían esperado mucho tiempo para tenerlo, pero había llegado en el momento idóneo. A Mimi le encantaba ir a verlo a su antigua habitación. Sarah la había pintado de azul, con ayuda de Jeff para que no tuviera que subirse a la escalera, justo antes de que William naciera.

El banquete, para no romper la tradición, era el mismo de todos los años, y Mimi dijo que las tartas estaban deliciosas.

– Es el bebé más bueno del mundo -declaró con orgullo.

William durmió durante toda la cena y únicamente se despertó cuando Jeff y Sarah subieron después de que Audrey les ayudara a recoger la cocina. El pequeño apenas tenía unas semanas de vida. Pesaba cinco kilos y medio y había nacido pesando algo más de cuatro. George dijo que parecía que tuviera seis meses, y Tom lo acunó con suma destreza, como el gran abuelo que era.

La abuela y la bisabuela cuidaron de William al día siguiente mientras Sarah se vestía. Jeff se estiró en la tercera habitación de invitados para tratar de dormir un poco. No tenía que vestirse hasta las seis. Sarah casi se olvidó de despertarlo, y pidió a Tom que lo hiciera por ella. Tuvieron que zarandearlo dos veces. La paternidad era mucho más agotadora de lo que había imaginado, pero también mucho más bonita. Jeff amaba a Sarah más de lo que la había amado nunca.

Sarah todavía se estaba vistiendo cuando Audrey entró con el bebé para que le diera el pecho. Eso la retrasó media hora, y cuando bajó ya la estaban esperando todos. Mimi tenía al bebé en los brazos. Jeff llevaba un traje azul marino y parecía completamente recuperado. Tom y George estaban a su lado y todas las cabezas se volvieron cuando Sarah descendió lentamente con un vestido blanco hasta los pies. Era una talla más de la que le habría gustado, pero estaba preciosa. El vestido, de un encaje sencillo con manga larga y cuello alto, realzaba su figura, más bonita que nunca aunque algo más voluminosa. Tenía el pelo recogido en un moño suelto adornado con lirios de los valles, a juego con el ramo que llevaba en las manos. Al verla, los ojos de Jeff se llenaron de lágrimas. Llevaba tanto tiempo esperando ese momento… Y la espera había merecido la pena.

Los dos lloraron cuando pronunciaron sus votos y las manos les temblaban cuando se pusieron los anillos, y mientras lo hacían William se despertó y miró a su alrededor. El pastor lo bautizó al mismo tiempo. Como Jeff diría más tarde, fue una boda con servicio completo.

Después comieron, bailaron, bebieron champán y sostuvieron al bebé por turnos. Y finalmente Jeff bailó con su esposa en el salón de baile. Era la primera vez que lo usaban. Ese año tenían previsto celebrar en él una gran fiesta de Navidad. Poco a poco se estaban haciendo a la casa y a su nueva vida. Sarah se había convertido en la señora de Jefferson Parker. Había alargado su permiso de maternidad a un año y acababan de comprar una casa pequeña para reformarla juntos a modo de prueba. Ya verían qué harían después de eso, y cuánto dinero ganaban. Si todo iba bien, Sarah dejaría el bufete. Estaba harta de estudiar leyes tributarias y redactar testamentos.

Mientras bailaba con Jeff pensó en las palabras de Stanley, cuando le decía que no malgastara su vida, que la disfrutara y la saboreara, que mirara hacia el horizonte y no cometiera los errores que había cometido él. Stanley le había dado la posibilidad de hacer las cosas bien. Gracias a la casa Jeff había entrado en su vida… y William… y Tom en la de su madre… Tantas vidas se habían visto afectadas por Stanley y esa casa…

– Gracias por hacerme tan feliz -susurró Jeff mientras el salón de baile giraba a su alrededor, con sus espléndidos dorados y espejos.

– Te quiero, Jeff -dijo sencillamente Sarah. Podía oír a su hijo llorar en los brazos de alguien mientras sus padres bailaban en su noche de bodas. El hijo nacido en casa de Lilli.

Al final todos habían recibido el influjo de Lilli. La mujer que había huido tantos años atrás había dejado una leyenda y un legado tras de sí. Una hija a la que apenas conoció, una nieta que era una gran mujer, una bisnieta que había devuelto la vida a la casa de Lilli con infinita ternura y amor. Y un tataranieto cuyo viaje acababa de comenzar. Las generaciones habían seguido adelante sin ella. Y mientras Sarah bailaba en los brazos de Jeff, sintió que la misteriosa criatura que había sido Lilli descansaba finalmente en paz.

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