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En el último minuto habían decidido que la boda fuera de etiqueta. Las tres mujeres llevarían vestidos largos, y también las cinco o seis amigas que Mimi había invitado. Los hombres llevarían esmoquin. El novio estaba muy elegante con su pajarita roja y los gemelos de rubí heredados de su abuelo. Para deleite de todos, Jeff se había ofrecido a entregar a la novia y ella había aceptado. Tenía miedo de caerse o de tropezar con el vestido si bajaba sola por la majestuosa escalera. Se sentía más segura con un brazo fuerte en el que apoyarse. No querían ningún percance durante la boda.

– Y dado que no quieres casarte conmigo, Mimi, lo que demuestra tu falta de juicio, he decidido ser generoso y entregarte a George. Aunque debo decir que deberías estar avergonzada por haberme dado falsas esperanzas durante los últimos seis meses. Estaré a tu lado por si cambias de opinión y recuperas la sensatez en el último momento. -A Mimi le encantaban las bromas de Jeff.

La estaba esperando fuera del dormitorio cuando terminó de arreglarse. Salió al pasillo luciendo su vestido de noche color champán y oro claro y sus zapatos de salón dorados. Portaba un ramo de lirios de los valles, la flor favorita de su madre. El novio aguardaba en el vestíbulo con un lirio en la solapa. Audrey y Tom advirtieron con una sonrisa que estaba nervioso.

Estaban charlando en voz baja con el pastor, esperando a Mimi, cuando empezó a sonar música de arpa y violines. Sarah lo había iluminado todo con velas y apagó las luces. Y entonces la vieron llegar. Mimi lucía todavía una figura estupenda y parecía una auténtica princesa cuando descendió lentamente del brazo de Jeff, que tenía un aspecto solemne y distinguido. Mimi le miró y sonrió mientras él le daba palmaditas en la mano. Luego sus ojos encontraron a George y le sonrió. Entonces Sarah se dio cuenta de que Mimi se parecía mucho a Lilli, que simplemente era mayor, pero igual de bella. Poseían la misma chispa picara en la mirada, la misma pasión por la vida. Era como si la fotografía que Sarah tenía de Lilli hubiera cobrado vida y madurado. Sara sintió de súbito la fuerza de las generaciones que la habían seguido como ondas en el océano. Mimi, su madre, ella y, precediéndolas a todas, Lilli.

Serena, Mimi abandonó elegantemente el brazo de Jeff para tomar el del hombre que estaba a punto de convertirse en su marido. Intercambiaron sus votos delante del pastor con voz clara, firme y tranquila. Luego George besó a la novia, la música sonó de nuevo y todo el mundo rompió a reír, a llorar y a celebrar el acontecimiento, como habían hecho unos meses antes por Audrey.

Jeff besó a la novia y le dijo que la cosa ya era oficial. Le habían plantado en el altar. Mimi le besó y procedió a repartir besos a los presentes, en especial a Audrey y Sarah.

Comenzaron a cenar a las nueve y el champán corrió hasta la medianoche. Las tres descendientes de Lilli besaron a sus hombres al dar las doce y bailaron al son de los violines. No se acostaron hasta pasadas las dos. Había sido una boda perfecta.

Sarah se tumbó en la cama junto a Jeff y sonrió.

– Estoy empezando a sentirme como una organizadora de bodas profesional -rió-. Ha sido precioso, ¿no crees? Estabas muy guapo cuando descendías por la escalera con Mimi.

– Tu abuela ni siquiera temblaba. Estaba más nervioso yo que ella -confesó Jeff.

– El pobre George sí que estaba nervioso. -Sarah le miró fijamente-. Feliz Año Nuevo, cariño.

– Feliz Año Nuevo, Sarah.

Se durmieron abrazados y al día siguiente se levantaron juntos para preparar el desayuno. Fue una mañana festiva y después de desayunar los dos matrimonios ya lo tenían todo listo para partir. Mimi se encontraba en la escalera cuando recordó que había olvidado algo. Los demás estaban en el vestíbulo, charlando, cuando regresó con su ramo de lirios de los valles.

– Anoche olvidé lanzar el ramo -dijo con una sonrisa.

Se detuvo en medio de la escalera. Llevaba puesto un traje de chaqueta rojo, con zapatos de tacón bajo, y el abrigo de visón colgado del brazo. Daba gusto verla. Parecía mucho más joven mientras aspiraba el aroma de las delicadas flores por última vez y se las lanzaba a su nieta. Sarah atrapó el ramo antes de que cayera al suelo, puso cara de sorpresa y luego, como si quemara, lo arrojó de nuevo en dirección a Mimi, que lo agarró con una mano y se lo lanzó a Jeff, que lo cogió con las dos manos y sonrió mientras los demás aplaudían.

– Buena parada -le felicitó George.

Cuando Mimi llegó al pie de la escalera, miró fijamente a Jeff.

– En vista de que Sarah no sabe qué hacer con el ramo, espero que tú sí -dijo, y después de repartir besos, ella y George subieron al taxi que aguardaba fuera, rumbo al aeropuerto. La luna de miel había comenzado. Audrey y Tom se marcharon cinco minutos después a Pebble Beach para jugar al golf en Cypress Point.

Sarah y Jeff se quedaron en el vestíbulo, mirándose. Él todavía tenía el ramo en las manos, y lo dejó lentamente sobre una mesa.

– Se te dan bien las bodas -dijo con una sonrisa, y la rodeó con los brazos.

– Gracias, a ti también -respondió Sarah mientras él la besaba.

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