18

Durante el resto de su estancia en París Sarah visitó monumentos, iglesias y museos, comió en restaurantes y se sentó en cafés. Paseó, descubrió parques, se asomó a jardines y exploró anticuarios. Hizo todo lo que siempre había deseado hacer en París y cuando llegó el momento de regresar a Estados Unidos tenía la sensación de que llevaba un mes en la ciudad.

Pierre la llevó una noche a cenar a la Tour d'Argent y a bailar a Bain Douche, y se divirtió como no lo había hecho en su vida. En su propia salsa, Pierre era un hombre cautivador y un auténtico playboy, mas no con ella. Volvió a despedirse con dos besos en la mejilla cuando la dejó en el hotel a las cuatro de la mañana. Dijo que le encantaría volver a verla, pero que tenía que irse a Londres para ver a unos clientes. Sarah opinaba que ya había contribuido con creces al éxito de su viaje. Le prometió que le enviaría fotos de la casa de Lilli en San Francisco y él prometió a su vez mandarle fotos del castillo para Mimi. Sarah le hizo prometer que la llamaría si alguna vez iba a San Francisco. Y no dudaba de que lo haría. Lo habían pasado muy bien juntos y Sarah abandonó París sabiendo que tenía un amigo en esa ciudad.

Al salir del hotel para tomar un taxi sintió que estaba dejando un hogar. Ahora entendía por qué Marie-Louise deseaba tanto regresar a París. Ella habría hecho lo mismo de haber podido. Era una ciudad mágica y Sarah acababa de pasar las dos mejores semanas de su vida. Ya no le importaba lo más mínimo haber hecho el viaje sola. En lugar de sentir que le faltaba algo, se sentía más rica. Y las palabras de Pierre, como en su momento las de Stanley, resonaban constantemente en sus oídos: «Encuentra un buen hombre». Era fácil decirlo. Pero a falta de un «buen hombre» se tenía a sí misma, y eso le bastaba por el momento y puede que para siempre. Quería volver pronto a París. La ciudad le había dado cuanto esperaba y más.

En todo el viaje solo había tenido dos mensajes de Jeff. Uno por un problema eléctrico sin importancia y el otro porque la nevera que habían encargado iba a tardar meses en llegar y era preciso elegir otra. Los e-mails eran breves. Y el bufete nunca la llamó. Habían sido unas vacaciones de verdad y aunque le apenaba marcharse, también tenía ganas de volver. No le apetecía regresar al trabajo, pero estaba impaciente por mudarse. Jeff decía en su correo que la casa estaba lista y esperándola.

Despegó de Charles de Gaulle a las cuatro y aterrizó en San Francisco a las seis de la tarde hora local. Era un bonito y cálido día de abril. Era viernes, y tenía planeado mudarse el lunes y regresar al trabajo el martes. Disponía de todo el fin de semana para embalar el resto de sus cosas y trasladar algunas personalmente. Tenía pensado dormir ese fin de semana en su nueva dirección aunque los de la mudanza no aparecieran hasta el lunes, primero de mayo, como Jeff le había prometido. Lo tenía todo organizado.

Estaba deseando ver a su abuela para contarle todo lo que había visto y oído, pero su madre le había enviado un correo electrónico donde le decía que Mimi seguía en Palm Springs con George y que ella lo había pasado divinamente en Nueva York con sus amigas. Audrey se había convertido en la reina de la comunicación moderna y ahora le encantaba comunicarse por e-mail. Sarah no acababa de acostumbrarse. Se preguntó si su madre seguía en contacto con Tom o si la cosa se había ido apagando. Las relaciones a distancia no solían funcionar. Sarah lo había intentado en la universidad y nunca le gustó. Desde entonces la distancia geográfica siempre había sido un gran inconveniente para ella.

Tomó un taxi del aeropuerto a su apartamento y cuando cruzó la puerta le pareció más ajeno que nunca. Tenía la sensación de que ya no vivía allí. Estaba deseando largarse. Estaba lleno de cajas que había embalado antes del viaje y el resto de sus pertenencias descansaban apiladas en el suelo. Goodwill iría el martes para recoger todo lo que no quisiera. No pensaba llevarse muchas cosas. De hecho, casi le daba vergüenza donarlo a Goodwill. Tenía la sensación de que en los últimos seis meses, desde que compró la casa, había madurado.

Por la noche telefoneó a su madre. Audrey parecía tener prisa y dijo que estaba a punto de salir. Se iba a Carmel a pasar el fin de semana. Últimamente visitaba muchos lugares y lo pasaba muy bien. Le contó que Mimi regresaba el miércoles. Sarah quería invitarlas a cenar a su casa el siguiente fin de semana. Después de su visita a Dordogne, tenía muchas cosas que contarle a su abuela.

Le sorprendió no recibir una llamada de Jeff esa noche. Sabía cuándo llegaba, pero probablemente tenía mucho trabajo. Se acostó temprano, todavía con la hora de París, y se despertó a las cinco de la mañana a causa del desfase horario. Se duchó, se vistió, preparó un café y a las seis se marchó a la casa. Era una mañana preciosa.

Cuando entró tuvo la sensación de que ya vivía en ella. Se paseó por sus dominios con deleite. Todas las luces funcionaban, las cañerías estaban bien y los paneles relucían. Y la cocina le encantó. Era aún más bonita de lo que había imaginado. Y la nueva nevera le gustaba aún más que la que había elegido primero. La próxima semana empezaría a pintar las habitaciones pequeñas, y una semana después los pintores profesionales se pondrían con las estancias grandes. En junio la casa estaría casi terminada. Tenía pensado ocuparse del resto de los detalles poco a poco, sin prisas, y empezar a buscar muebles en ventas públicas y subastas. Supondría más tiempo, pero iba bien de dinero gracias a la ayuda de Jeff a la hora de controlar los gastos y conseguirlo todo a precio de mayorista. El ascensor podía esperar, porque en realidad no lo necesitaba. Jeff hasta le había pasado a su jardinera de Potrero Hills. La mujer había limpiado todo el jardín y plantado macizos de flores, y setos alrededor de la casa.

– ¡Uau! -exclamó con una sonrisa radiante mientras se sentaba frente a su nueva mesa de la cocina-. ¡Uau, uau! -Estaba encantada.

Llevaba dos horas en la casa cuando llamaron a la puerta. Se asomó a una ventana y vio a Jeff con dos tazas de Starbucks.

– ¿Qué haces aquí tan pronto? -preguntó a Sarah con una sonrisa. Parecía relajado y contento cuando le tendió el capuchino doble con espuma desnatada, como a ella le gustaba.

– Estoy en el huso horario de otro planeta. -Pero no había más que verle la cara para saber que había disfrutado del viaje.

– ¿Lo has pasado bien?

– Genial… y la cocina ha quedado preciosa -dijo Sarah mientras Jeff entraba y miraba a su alrededor. El equipo de limpieza había estado en la casa el día antes para que cuando Sarah llegara lo encontrara todo perfecto. Dirigía una oficina con todos los servicios, bromeó.

Estaban charlando relajadamente, disfrutando del café, cuando Jeff le preguntó en broma si había visto a Marie-Louise en París. A Sarah le extrañó la pregunta.

– No. ¿No es pronto todavía para su viaje de verano?

– Este año no. Me ha dejado. -Jeff lo dijo mirando fijamente a Sarah.

– ¿Que te ha dejado? -repitió ella, atónita-. ¿Dejado para siempre o solo unas semanas para disfrutar de París?

– Ha vuelto a su país. Voy a comprarle su parte del negocio. Y vamos a vender la casa. No puedo permitirme comprarle también esa parte. Con el dinero que reciba podré comprar la parte del negocio que le corresponde. -Parecía tranquilo. Sarah no podía ni imaginar cómo se sentía. Catorce años tirados por la ventana era algo difícil de digerir. Así y todo, se le veía bien. En cierto modo, era un alivio.

– Lo siento mucho -dijo suavemente-. ¿Cómo ha ocurrido?

– Estaba cantado desde hace tiempo. Marie-Louise no era feliz aquí. E imagino que tampoco lo era conmigo, o de lo contrario seguiría aquí. -Jeff sonrió con ironía. Que lo llevara bien y supiera que era lo mejor no significaba que no le doliera. Desde Navidad las peleas habían sido continuas. Estaba agotado y casi se alegraba de que todo hubiera terminado.

– No creo que tú fueras el problema -le consoló Sarah-. Creo que el problema era ella y el hecho de tener que vivir aquí en contra de sus deseos.

– Hace unos años le propuse trasladarnos a Europa, pero tampoco quiso. Marie-Louise es, sencillamente, una persona insatisfecha. Está muy enfadada. -Lo había estado hasta el último momento y se había marchado dando un portazo. Jeff habría querido terminar de otra forma, pero ella no sabía hacerlo de otro modo. Las personas se marchaban de casa de maneras diferentes, unas con serenidad, otras con rabia.- ¿Y qué me dices de ti? ¿Conociste al hombre de tus sueños en París? -La miró con cierta inquietud.

– Hice un amigo. -Sarah le habló de su visita al castillo de Mailliard, de Pierre Pettit y de su abuela, y le contó todo lo que había visto y oído. En su interior resonaron las palabras de Pierre: «Encuentra a un buen hombre cuando regreses». Esto último no se lo mencionó. Jeff ya tenía suficiente en qué pensar y lo de Marie-Louise era aún muy reciente. Probablemente se sentía como cuando ella terminó con Phil. Sabía que era lo mejor, pero dolía de todos modos-. Lo he pasado de maravilla -dijo con voz queda mientras terminaba su capuchino. No quería restregárselo. Era evidente que Jeff lo había pasado mal en su ausencia.

– Eso supuse. No me escribiste ni un solo e-mail. -Sonrió compungido. Eso lo había tenido algo preocupado.

– Estaba saboreando cada minuto, y di por sentado que estabas muy ocupado. -Sarah le dijo de nuevo lo mucho que lamentaba lo de Marie-Louise, y después pasearon por la casa mientras él le enseñaba los nuevos detalles. La casa había adelantado mucho en esas dos semanas, tal como él le había prometido-. Esta noche dormiré aquí -dijo con orgullo.

Jeff sonrió al verla tan contenta. Tenía mejor aspecto que nunca y se alegraba de que hubiera vuelto. La había echado de menos, sobre todo esos últimos días. Marie-Louise llevaba ausente una semana, pero Jeff había querido esperar a que Sarah volviera para contárselo. Necesitaba tiempo para hacerse a la idea. Todavía le resultaba extraño regresar a su casa y encontrarla vacía. Marie-Louise se había llevado consigo cuanto había querido y le había dicho que el resto podía quedárselo o venderlo. No sentía un gran apego por nada, ni siquiera por él, y eso le dolía. Catorce años era mucho tiempo. No iba a ser fácil adaptarse a la nueva situación. Los dos primeros días casi se rió de sí mismo al darse cuenta de que echaba de menos las peleas. Durante catorce años habían sido la base de su relación.

– ¿Qué planes tienes para hoy?

– Embalar y traer algunas cosas. Quiero empezar a trasladar la ropa. -No tenía mucha. Había descartado una gran parte. Sus purgas estaban siendo despiadadas. Tiraba todo aquello que no quería o ya no necesitaba.

– ¿Necesitas ayuda? -preguntó Jeff, esperanzado.

– ¿Lo dices en serio o solo intentas ser amable? -Sarah sabía que tenía mucho trabajo.

– Lo digo en serio. -No tenía tanto trabajo como ella pensaba y quería ayudarla.

– En ese caso, acepto. Podemos traer las cosas que necesito para dormir. No pienso pasar otra noche en mi apartamento. -Eso había terminado. Ni siquiera había querido dormir en él la noche antes. Su nueva cama había sido enviada a la calle Scott. Era preciosa, y muy femenina, con el cabecero rosa. Casi era digna de Lilli.

Jeff la acompañó al apartamento y la ayudó a bajar cajas y bolsas de ropa. Después de cuatro viajes con cada coche, la ayudó a subirlo todo al dormitorio. Para él era terapéutico. Sarah lo notaba distraído y algo conmocionado.

– ¿Crees que esta vez volverá? -le preguntó, refiriéndose a Marie-Louise, cuando pararon para comer. Estaba hambrienta. En París eran nueve horas más tarde. Advirtió que Jeff apenas comía.

– No -respondió él, jugando con el sándwich que le había preparado. Sarah se había comido el suyo en dos minutos-. Los dos estuvimos de acuerdo en que tenía que ser una separación definitiva. Hace muchos años que debimos separarnos, pero éramos demasiado tercos y cobardes. Me alegro de que al fin lo hayamos hecho. Esta semana pondré la casa en venta.

Sarah sabía que amaba su casa de Potrero Hill y que había puesto mucha energía en ella. Sintió pena por él. Al menos les darían un buen dinero. Jeff le explicó que Marie-Louise quería sacar hasta el último céntimo posible. Iba a pagarle una suma sustanciosa por su parte del negocio.

– ¿Y dónde vivirás? -preguntó Sarah.

– Buscaré un apartamento aquí, en Pacific Heights, cerca del despacho. Es lo más lógico. -Él y Marie-Louise no podían tener el despacho en la casa de Potrero Hill porque a los clientes les caía demasiado lejos-. Podría quedarme con el tuyo.

– Ni se te ocurra. Es horrible. -Aunque seguro que ganaría mucho con sus muebles.

– Mañana he quedado en ver un par de apartamentos. ¿Te gustaría acompañarme?

Jeff parecía sentirse solo y perdido, lo cual era muy normal. Marie-Louise no pasaba mucho tiempo con él, pero ahora que sabía que no iba a volver, la sensación era distinta. Por difícil que hubiera sido la convivencia, Marie-Louise había dejado un vacío que todavía no sabía cómo llenar. Ahora que ya no estaba, era como un miembro amputado. A veces dolía, pero podía vivir sin ella.

– Me encantaría. ¿No vas a comprarte otra casa?

– Todavía no. Quiero que la situación se estabilice, vender la casa y ver cuánto nos dan por ella. Después de comprarle su parte del negocio, probablemente aún me quedará suficiente para adquirir un apartamento con terraza. Pero no tengo prisa.

– Me parece una decisión acertada -convino Sarah. Jeff estaba siendo prudente, práctico y, típico de él, generoso con Marie-Louise.

Jeff le ayudó a trasladar algunas cosas más y para cenar encargaron comida china. Luego se marchó y al día siguiente pasó a recogerla para ira a ver los apartamentos.

– ¿Qué tal tu primera noche? -le preguntó. Estaba sonriendo y tenía mejor aspecto que el día anterior, aunque se había alegrado mucho de verla. La había echado mucho de menos durante su ausencia. En los últimos meses se habían hecho muy amigos.

– Fantástica. Adoro mi nueva cama, y el cuarto de baño es increíble. En esa bañera podría meter a diez personas. -Durante toda la noche sintió que ese era su hogar. Lo había sentido desde el primer día que vio la casa. Su sueño se había cumplido al fin.

Por la tarde encontraron un apartamento para Jeff. Pequeño y sencillo, no era nada del otro mundo pero estaba limpio y en buen estado, y se hallaba a una manzana de su despacho. Tenía hasta una pequeña terraza. Y estaba a cuatro manzanas de la casa de la calle Scott. La ubicación era ideal. Tenía una chimenea, y ese detalle le gustó. Cuando se iban, Jeff comentó que iba a resultarle raro vivir en un apartamento después de haber vivido tantos años en una casa.

Después dejó a Sarah en la calle Scott. Tenía que volver a su casa para empezar a embalar. La llamó por la noche.

– ¿Cómo estás? -le preguntó ella con dulzura.

– Bien. Se me hace cuesta arriba embalar todas estas cosas. Intentaré vender todo lo que pueda con la casa, pero me temo que acabaré metiendo muchas cosas en un guardamuebles.

El apartamento que había alquilado era pequeño, justamente lo que deseaba en ese momento. Tenía intención de comprar otra casa, aunque más adelante. La situación también era extraña para Sarah. Después de su flirteo de los últimos cinco meses y de algún que otro beso apasionado, ninguno de los dos sabía en qué punto se encontraban. Con el tiempo se habían hecho amigos y ahora él, de repente, estaba libre. Los dos estaban yendo con pies de plomo. Sarah no quería estropear su amistad por un idilio que quizá no fuera a ningún lado, ni destruir la camaradería que ahora compartían.

No supo nada de él hasta el martes. La llamó al despacho y le dijo que tenía una reunión en el centro y que la invitaba a comer. Quedaron en el Big Four a la una. Él llevaba una americana y un pantalón deportivos, y estaba muy guapo. Ella lucía el alfiler de la casita de oro en la solapa.

– Quería preguntarte algo -dijo Jeff, con voz cauta, a media comida. Ese había sido el propósito de su invitación. Ella no había sospechado nada-. ¿Qué te parecería la idea de tener una cita?

Sarah no entendió la pregunta.

– ¿En general, en concreto o como costumbre social? En estos momentos creo que he olvidado cómo se hace. -No tenía una cita desde hacía cuatro meses, desde que terminó con Phil, de hecho no había tenido una cita con otro hombre desde hacía cuatro años-. Estoy un poco oxidada.

– Yo también. Me refería concretamente a nosotros.

– ¿Nosotros? ¿Ahora?

– Bueno, si quieres considerar esto como una cita, podríamos declararla nuestra primera cita. Pero estaba pensando más bien en cenar juntos, ir al cine, besarnos, ya sabes, esas cosas que hacen las parejas.

Sarah sonrió. Jeff parecía nervioso. Ella alargó un brazo y le cogió una mano.

– La parte que más me gusta es la de los besos, pero cenar e ir al cine tampoco estaría mal.

– Estupendo -dijo Jeff con cara de alivio-. En ese caso, ¿consideramos esta nuestra primera cita o solo una sesión de práctica?

– ¿Tú qué opinas?

– Sesión de práctica. Creo que deberíamos empezar con una cena. ¿Qué me dices mañana?

– Mañana sería perfecto -aceptó Sarah con una sonrisa-. ¿Tienes algo que hacer esta noche?

– No quería parecer agobiante, ni demasiado impaciente.

– Lo estás haciendo muy bien.

– Me alegra oír eso. En realidad no he hecho nada parecido en catorce años. Ahora que lo pienso, ya era hora. -Jeff esbozó una sonrisa radiante y salieron del restaurante cogidos de la mano. Acompañó a Sarah hasta el despacho caminando y la recogió de nuevo a las ocho. Fueron a un pequeño restaurante italiano de la calle Fillmore, muy cerca de casa de Sarah. Ese también sería pronto el barrio de Jeff.

Cuando la dejó en casa, se detuvo delante de la puerta y la besó.

– Creo que este beso convierte esta noche en nuestra primera cita oficial. ¿Estás de acuerdo?

– Completamente -susurró ella, y él volvió a besarla. Sarah abrió la puerta y él la besó una última vez antes de subir al coche y alejarse, sonriendo para sí. Estaba pensando que Marie-Louise le había hecho el mayor favor de su vida regresando a París.

Mientras subía a su nuevo dormitorio, Sarah pensó en las palabras de Pierre. «Encuentra a un buen hombre. Te lo mereces.» Ahora sabía, sin sombra de duda, que acababa de encontrarlo.

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