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La boda de Audrey llegó más deprisa de lo que nadie esperaba. Costaba creer que junio estuviera tocando a su fin. Un momento antes estaban organizando la boda y ahora los camareros del catering trajinaban en la cocina, el hombre del vídeo estaba instalando su cámara, la florista había traído los arbolitos y había guirnaldas en la escalera y en la puerta principal. El fotógrafo seguía a todo el mundo por la casa como un misil termodirigido, fotografiando la decoración, los preparativos y a los invitados que iban llegando. Los músicos estaban tocando. Tom y sus hijos se encontraban en el vestíbulo charlando con Sarah y Jeff. Fred había traído a su nueva novia, lo que hizo sonreír a Sarah. No le importaba, ella tenía ahora a Jeff. Y Mimi y George llegaron como salidos de un anuncio de revista para ancianos vitalistas. Mimi lucía un vestido de seda azul celeste con una chaqueta a juego, a tono con el azul más oscuro de Sarah.

Y sin apenas darse cuenta, estaban aguardando a que Audrey descendiera por la gran escalera. Bajó sola, acompañada por la Música acuática de Haendel, mirando a Tom con las mejillas surcadas de lágrimas. Estaba tan bonita que dejó a todos sin respiración. Mimi la observaba orgullosa, Sarah estrujó el brazo de Jeff, y Tom, de pie entre sus dos hijos, rompió a llorar mientras contemplaba a la mujer con la que estaba a punto de casarse. Audrey se acercó a él y le tomó del brazo.

El juez que dirigía la ceremonia habló sabiamente de los retos del matrimonio y de la dicha que proporcionaba cuando se trataba de la unión correcta, de su sabiduría cuando era entre dos personas buenas que habían sabido elegir bien. La comida estaba deliciosa. El vino era excelente. La casa estaba espectacular y el mobiliario alquilado por Audrey parecía que formaba parte de ella. A Sarah le cayeron muy bien los hijos de Tom y los varones congeniaron divinamente con Jeff. Era el día idóneo, el momento idóneo, y antes de que nadie pudiera darse cuenta, Audrey apareció de nuevo en lo alto de la escalera con su precioso vestido de raso. El ramo de orquídeas blancas salió volando y aterrizó en el pecho de Mimi. Sarah soltó un suspiro y su madre le lanzó un guiño. El novio arrojó la liga a Jeff y a renglón seguido los invitados se concentraron delante de la casa para lanzar pétalos de rosa a los novios mientras se alejaban en un Rolls alquilado en dirección al Ritz-Carlton, donde pasarían su noche de bodas antes de viajar a Londres. De allí volarían a Montecarlo y luego a Italia para una luna de miel de tres semanas que Tom había organizado minuciosamente mientras seguía las numerosas instrucciones de Audrey. No le molestaba lo más mínimo. De hecho, le encantaba.

Cuando Sarah y su nueva familia política entraron de nuevo en casa, Mimi estaba sentada en el sillón alquilado con una sonrisa en los labios y el ramo todavía en las manos.

– ¡Soy la próxima! -exclamó alegremente mientras George fingía un desmayo.

– ¡Ni hablar, George! -replicó Jeff con cara de pánico-. Fui yo quien atrapó la liga. ¡Mimi se casará conmigo!

Mimi soltó una risita ahogada y todos rieron al tiempo que los camareros les servían más champán. Ella y George disfrutaron de un último baile mientras la gente joven conversaba.

A Sarah le gustaban sus nuevos parientes y los invitó a hospedarse en su casa siempre que quisieran. Había dos casados y un divorciado, y todos habían acudido con sus hijos, los cuales se estaban portando de maravilla. Audrey tenía ahora una nueva familia al completo que incluía seis nietos, y por un momento Sarah casi sintió celos al pensar que a partir de ese momento la verían con más frecuencia que ella. Mimi era la única familia que le quedaba en San Francisco. Audrey había dejado su apartamento y enviado todas sus cosas a St. Louis para buscarles un sitio en casa de Tom. Había regalado unos pocos muebles a su hija y conservado el resto. Sarah sabía que ella y Mimi iban a notar su ausencia, pero se alegraban por ella. Cuando se alejaba en el Rolls parecía una novia feliz, y Tom un novio orgulloso.

Era tarde cuando los últimos invitados se marcharon. Los camareros seguían limpiando y los arbolitos los recogerían al día siguiente. Sarah subió las escaleras lentamente con Jeff.

– Ha sido una boda preciosa, ¿verdad? -dijo con un bostezo mientras Jeff le sonreía. Le encantaba el vestido de Sarah. Hacía que sus ojos parecieran aún más azules. Sarah se apoyó felizmente en su hombro.

– Preciosa. Fue conmovedor verlos llorar durante la ceremonia. Casi se me saltaron las lágrimas.

– Yo siempre lloro en las bodas, de puro pánico. -Sarah soltó una risita y Jeff meneó la cabeza.

– Eres incorregible.

– Y tú un romántico incurable, por eso te quiero -dijo ella antes de besarle en lo alto de la escalera y subir otro tramo hasta su dormitorio.

Había sido un día perfecto. Para Audrey y Tom y para todas las personas que les querían. Sarah estaba feliz por su madre. Jamás había imaginado que su estrategia tendría semejante resultado y estaba encantada. Les deseaba una larga y feliz vida juntos. Su madre la llamó antes de acostarse para darle las gracias por haberle dejado la casa y decirle lo mucho que la quería. Sonaba increíblemente dichosa.

Esa noche Sarah se apretó con fuerza contra Jeff. Adoraba dormir abrazada a él, y hacer el amor, algo que ocurría con mucha frecuencia. La relación iba viento en popa. Se habían adaptado a una agradable rutina y ella estaba encantada con lo a gusto que Jeff se sentía con su familia, sobre todo con Mimi, a la cual adoraba. Decía que, ya que se negaba a casarse con él, quería que lo adoptara.

– Buenas noches, cielo -susurró Jeff antes de sumergirse en un sueño profundo.

– Te quiero -dijo Sarah, y sonrió al pensar en el ramo que no había cogido porque había rebotado en Mimi.

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