En el que nuestro héroe y heroína tienen la más intrigante de las conversaciones.
En un momento Lucy estaba caminando por el corredor, arrugando la nariz pensativamente, al intentar recordar la ubicación del lavabo más cercano, y en el siguiente había sido tirada rápidamente a través del aire, solo para chocarse contra un inconfundiblemente enorme, inconfundiblemente caluroso, e inconfundible cuerpo humano.
– No grite -dijo una voz. Una que ella conocía.
– ¿Sr. Bridgerton? -Cielo santo, esto parecía tan raro en él. Lucy no sabía si debía estar asustada.
– Tenemos que hablar -dijo él, soltándole el brazo. Pero cerró la puerta con seguro y se guardó la llave en el bolsillo.
– ¿Ahora? -preguntó Lucy. Ajustó los ojos en la tenue luz del cuarto y comprendió que estaban en la biblioteca-. ¿Aquí? -y entonces una pregunta más pertinente se le ocurrió-. ¿Solos?
Él frunció el ceño.
– No voy a seducirla, si eso es lo que le preocupa.
Ella sentía su mandíbula apretada. No había pensado que él lo haría, pero no era necesario que reafirmara su honorable comportamiento como si fuera un insulto.
– Bien, ¿de qué tenemos que hablar? -le exigió-. Si alguien me encuentra aquí en su compañía, me arruinará. Estoy prácticamente comprometida, lo sabe.
– Lo sé -dijo él. En esa clase de tono. Como si le hubiera dicho algo extremadamente irritante, cuando ella sabía de hecho, que no lo había mencionado más de una vez. O quizás dos veces.
– Bueno, lo estoy -refunfuñó ella, sabiendo que podría pensar en una perfecta réplica mordaz dos horas después.
– ¿Qué -le exigió él-, está sucediendo?
– ¿Qué quiere decir con eso? -preguntó ella, aunque sabía muy bien a qué se estaba refiriendo.
– Con la Srta. Watson -ladró él.
– ¿Hermione? -Como si existiera otra Srta. Watson. Pero eso le daría un poco más de tiempo.
– Su consejo -dijo él, con los ojos clavados en los suyos-. Fue desastroso.
Tenía razón, por supuesto, pero había esperado que él no lo hubiera notado.
– Bien -dijo ella, mirándolo cautelosamente mientras se cruzaba de brazos. Ese no era el mejor de los gestos, pero tenía que admitir que lo había hecho muy bien. Había escuchado que su reputación era jovial y divertida, ninguna de las cuales estaba actualmente en evidencia, pero, bueno, tampoco estaba furioso ni nada parecido. Supuso que uno no necesitaba ser una mujer para sentirse un poco fracasado ante la perspectiva de un amor no correspondido.
Y cuando miró con vacilación su hermoso rostro, se le ocurrió que él probablemente no tenía ninguna experiencia con el amor no correspondido. En realidad, ¿Quién le diría no a ese caballero?
Aparte de Hermione. Pero ella le decía no a todo el mundo. Él no debería tomárselo personalmente.
– ¿Lady Lucinda? -dijo lentamente, esperando su respuesta.
– Claro -dijo dudosamente, deseando que él no se viera tan grande en el cuarto cerrado-. Bien. Bien.
Él alzó una ceja.
– Bien.
Ella tragó saliva. Su tono era de una indulgencia vagamente paternal, como si lo estuviera divirtiendo ligeramente, pero no lo suficiente para ser notado. Conocía ese tono muy bien. Era el que solían usar los hermanos mayores, con las hermanas menores. Y con las amigas que traían a la casa para pasar las vacaciones escolares.
Odiaba ese tono.
Pero no obstante dejó de pensar en eso y dijo:
– Sé que mi plan no ha resultado tan efectivo, pero sinceramente, no creo que pudiera hacer algo diferente para lograr un resultado positivo.
Eso no parecía ser lo que él deseaba escuchar. Se aclaró la garganta. Dos veces. Y continuó:
– Lo siento muchísimo -agregó, porque se sentía muy mal, y sabía por experiencia que las disculpas funcionaban cuando no tenía nada más que decir-. Pero realmente creí que…
– Ya me lo dijo -la interrumpió-. Que si ignoraba a la Srta. Watson…
– ¡Yo no le dije que la ignorara!
– Claro que lo hizo.
– No. No, no lo hice. Solo le dije que se apartara un poco. Para tratar de no ser demasiado obvio en su cortejo.
Eso no había sido muy conciso, pero en realidad, Lucy no podría molestarse.
– Muy bien -contestó él y su tono pasó de un ligero a un supremo tono de hermano-mayor-con-sincera-condescendencia-. Si eso no significaba que debía ignorarla, ¿podría decirme exactamente que se supone que debía haber hecho?
– Bueno… -se rascó la nuca, sintiéndose como si de repente hubiera emergido de la más horrorosa de las colmenas. O quizás solo eran los nervios. Casi preferiría a las colmenas. No le gustaba esa sensación de nauseas creciendo en su estómago, mientras intentaba pensar en algo razonable que decir.
– De todas maneras, lo hecho, hecho está -dijo él.
– No lo creo -soltó ella-. No tengo océanos de experiencia en esta clase de cosas.
– Oh, y ahora es cuando va a decírmelo.
– Bueno, valía la pena probar -ladró-. Solo Dios sabe, que usted no lo iba a lograr por sí mismo.
Su boca se apretó en una línea, y ella se permitió una pequeña sonrisa de satisfacción, por haber tenido el valor de decírselo. No era normalmente una persona maliciosa, pero la ocasión parecía requerir un poco de auto felicitación.
– Muy bien -dijo él, y si bien, había preferido que él se disculpara y dijera -explícitamente- lo que había hecho bien, y lo que había hecho mal, ya que suponía que en algunos círculos, «Muy bien», podría ser un reconocimiento de error.
Y a juzgar por su cara, era más probable que eso era lo que ella iba a recibir.
Asintió suntuosamente. Parecía que era lo mejor que podía hacer. Si actuaba como una reina quizás podría ser tratada como una.
– ¿Tiene otra idea brillante?
O no.
– Bueno -dijo ella, simulando que él realmente había sonado como si le importara su respuesta-. No creo que deba preguntarme que hacer, sino la razón del por qué lo que usted hizo no funcionó.
Él pestañeó.
– Nunca nadie se ha rendido con Hermione -dijo Lucy con un toque de impaciencia. Odiaba cuando las personas no entendían inmediatamente lo que había querido decir-. Su desinterés solo les hacer redoblar sus esfuerzos. En realidad, eso es vergonzoso.
Él parecía un poco insultado.
– ¿Discúlpeme?
– No estoy hablando de usted -dijo Lucy rápidamente.
– Mi alivio es muy obvio.
Lucy debió haberse ofendido por su sarcasmo, pero su sentido del humor era tal, que no podía evitar disfrutarlo.
– Como le estaba diciendo -continuó ella, porque siempre le había gustado no desviarse del tema-, nunca nadie parecer admitir su derrota y se dirigen hacia otra dama más asequible. Una vez que comprenden que alguien más la quiere a ella, parecen enfadarse. Es como si ella no fuera más que un premio que debe ser ganado.
– No para mí -dijo él en voz queda.
Lo miró a la cara, y comprendió instantáneamente que lo que él quería decir, era que Hermione era mucho más que un premio. La quería. La quería de verdad. Lucy no estaba segura del por qué, o incluso como, ya que él apenas si conocía a su amiga. Y Hermione no había sido muy comunicativa en sus conversaciones, ni siquiera cuando estaba con los caballeros que la perseguían. Pero el Sr. Bridgerton quería a la mujer que había en su interior, no solo a su perfecto rostro. O por lo menos, él creía que lo hacía.
Asintió lentamente, absorbiendo ese nuevo conocimiento.
– Pensé que quizás si alguien dejaba de rondarla, ella podría sentirse intrigada. Y no es -se apresuró en asegurárselo-, que Hermione vea todas esas atenciones de los caballeros hacia ella como si se lo mereciera. Realmente, es todo lo contrario. Para ser honestos, en su mayoría es una molestia.
– Sus cumplidos me abruman. -Pero él estaba sonriendo -solo un poco- cuando lo dijo.
– Nunca he tenido mucha experiencia con los cumplidos -admitió ella.
– Aparentemente no.
Ella sonrió socarronamente. Él no había querido insultarla con sus palabras, y no iba a tomarlas como tal.
– Ella volverá en sí.
– ¿Lo cree?
– Claro. Tendrá que hacerlo. Hermione es una romántica, pero entiende como funciona el mundo. En su interior sabe que no puede casarse con el Sr. Edmonds. Simplemente no puede hacerlo. Sus padres la repudiarán, o en el menor de los casos la amenazarán, y ella no es de las que se arriesgarían a algo así.
– Si ella realmente amara a alguien -dijo él suavemente-. Se arriesgaría a todo.
Lucy se heló. Había algo en su voz. Algo rudo, algo poderoso. Un escalofrío recorrió su piel, poniéndole la carne de gallina, dejándola extrañamente incapaz de moverse.
Tenía que preguntarle. Tenía que hacerlo. Tenía que saber.
– ¿Usted lo haría? -susurró ella-. ¿Lo arriesgaría todo?
Él no se movió, pero sus ojos ardían. Y no dudó cuado dijo:
– Todo.
Sus labios se apartaron. ¿Con sorpresa? ¿Temor? ¿Algo más?
– ¿Lo haría usted? -repuso él.
– Yo… no estoy segura. -Agitó la cabeza, y tenía el extraño presentimiento de que realmente no se conocía así misma. Porque esa debía haber sido una pregunta fácil. Lo habría sido, hace unos días. Le podría haber dicho que por supuesto que no, y le podría haber dicho que ella era demasiado práctica para algo tan tonto.
Y en general, le habría dicho que esa clase de amor no existía, de cualquier modo.
Pero algo había cambiado, y no sabía qué. Algo había cambiado en su interior, dejándola desequilibrada.
Insegura.
– No lo sé -dijo ella otra vez-. Supongo que eso depende.
– ¿De qué? -Y su voz se suavizó incluso un poco más. Era increíblemente suave, pero aún así, ella podía entender cada palabra.
– De… -no lo sabía. ¿Cómo podía saber de que dependería? Se sentía perdida, y hundida, y… y… y las palabras apenas si salieron. Se resbalaron suavemente de sus labios-. Del amor, supongo.
– Del amor.
– Sí. -Cielo santo, ¿Cuándo había tenido una conversación como esta? ¿Las personas realmente hablaban de esas cosas? ¿Y acaso había alguna respuesta?
Algo se atoró en su garganta, y Lucy se sintió repentinamente demasiado sola en su ignorancia. Él sabía, Hermione sabía, y los poetas hablaban sobre ello también. Ella parecía ser la única alma perdida, la única persona que no entendía lo que era el amor, quién ni siquiera estaba segura que existía, o si incluso, existía para ella.
– De cómo se siente -dijo ella finalmente, porque no sabía que más podía decir-. De cómo se siente el amor. En lo que se siente.
Sus ojos se clavaron en los suyos.
– ¿Cree que hay alguna diferencia?
Ella no había esperado otra pregunta. Todavía estaba devanando la última.
– Como se siente el amor -clarificó él-. ¿Usted cree que posiblemente podría ser diferente para cada persona? ¿Si usted ama a alguien, verdadera y profundamente, no lo sentiría como… si lo fuera todo?
No sabía que decirle.
Él se volvió y avanzó unos pasos hacia la ventana.
– La consumiría -dijo-. ¿Cómo no podría hacerlo?
Lucy solo miraba su espalda, hipnotizada por la forma en que su chaqueta exquisitamente cortada, se extendía en sus hombros. Era la cosa más extraña, pero parecía no poder apartar su mirada del pequeño punto en donde su cabello tocaba su cuello.
Casi saltó cuando él se dio la vuelta.
– No habría ninguna duda -dijo él, su voz era baja con la intensidad de un verdadero creyente-. Usted simplemente lo sabría. Sentiría como si fuera todo lo que había soñado en la vida, y luego sentiría que incluso ese sentimiento lo supera.
Caminó hacia ella. Una vez. Luego otra vez. Y entonces dijo:
– Eso, creo yo, es como debe ser el amor.
Y en ese momento Lucy supo que no estaba destinada a sentirse de esa manera. Si eso existía -si el amor existía, de la forma en que Gregory Bridgerton imaginaba- no esperaba por ella. No podría imaginar tal vorágine de emociones. Y no lo disfrutaría. Estaba segura de ello. No quería sentirse perdida en un torbellino, a merced de algo que estaba más allá de su control.
No quería la miseria. No quería la desesperación. Y si eso significaba que también tenía que desterrar la felicidad y el éxtasis, entonces así sería.
Alzó la vista hacia la suya, lo que la hizo jadear por la gravedad de sus propias revelaciones.
– Es demasiado -se escuchó decir-. Eso sería demasiado. Yo no podría… no podría…
Lentamente, él negó con la cabeza.
– No tendría elección. Estaría más allá de su control. Solo… ocurre.
Abrió la boca sorprendida.
– Eso fue lo que ella dijo.
– ¿Quién?
Cuando respondió, su voz sonaba extrañamente distante, como si estuviera extrayendo las palabras directamente de su memoria.
– Hermione -dijo-. Eso fue lo que Hermione dijo sobre el Sr. Edmonds.
Los labios de Gregory se apretaron en las esquinas.
– ¿Lo hizo?
Lucy asintió lentamente.
– Casi exactamente. Dijo que eso solo ocurría. En un instante.
– ¿Dijo eso? -las palabras sonaban como un eco, y de hecho, eso era todo lo que él podía hacer -susurrar preguntas insustanciales, buscando su verificación, esperando que quizás él hubiera escuchado mal, y ella podría replicar con algo completamente diferente.
Pero claro, ella no lo hizo. De hecho, era peor de lo que había temido. Dijo:
– Ella estaba en el jardín, eso fue lo que dijo, simplemente mirando las rosas, y entonces fue cuando lo vio. Y lo supo.
Gregory solo la miraba fijamente. Sentía un vacío en el pecho, la garganta apretada. Eso no era lo que quería escuchar. Maldición, esa era la última cosa que quería oír.
Ella levantó la mirada hacia él, y sus ojos, grises en la tenue luz de la noche, se encontraron con los suyos de una manera extrañamente íntima. Era como si la conociera, como si supiera lo que iba a decirle, y como sería la expresión de su rostro cuando se lo dijera. Era extraño, y aterrador, y más que todo, incómodo, porque esta no era la Honorable Srta. Hermione Watson.
Esta era Lady Lucinda Abernathy, y ella no era la mujer con la quien pensaba vivir el resto de su vida.
Ella era completamente agradable, completamente inteligente, y seguramente más que atractiva. Pero Lucy Abernathy no era para él. Y casi sonrió, porque todo hubiera podido ser más fácil si su corazón hubiera latido rápidamente cuando la vio por primera vez. Quizás estuviera prácticamente comprometida, pero no estaba enamorada. De eso estaba seguro.
Pero Hermione Watson…
– ¿Qué dijo ella? -susurró él, temeroso de la respuesta.
Lady Lucinda inclinó la cabeza a un lado, y parecía estar muy confundida.
– Dijo que ni siquiera le había visto su cara. Solo su nuca…
Solo su nuca.
– … y entonces él se volvió, y ella escuchó música, y todo lo que pudo pensar fue…
Estoy arruinado.
– … estoy arruinada. Eso fue lo que me dijo. -Lo miró, todavía tenía la cabeza inclinada curiosamente a un lado-. ¿Puede imaginarlo? ¿Arruinada? De todas las cosas que podría haber dicho. Ni siquiera puedo comprenderlo.
Pero él podía. Podía.
Exactamente.
Miró a Lady Lucinda, y se dio cuenta que ella estaba mirándole la cara. Todavía parecía confundida. E interesada. Y un poco desconcertada cuando le preguntó:
– ¿No le parece extraño?
– Sí. -Solo era una palabra, pero todo su corazón estaba envuelto con ella. Porque eso era extraño. Lo cortaba como si fuera un cuchillo. No se suponía que ella debía sentirse así por alguien más.
Esa no era la forma en que se suponía que pasaba.
Y entonces, como si el hechizo se hubiera roto, Lady Lucinda se volvió y caminó hacia la derecha. Le echó un vistazo a los estantes de los libros -y no era como si pudiera distinguir los títulos con tan poca luz- y pasó los dedos por los lomos.
Gregory observó su mano; no sabía por qué. Solo la miró mientras la movía. Ella era muy elegante, comprendió. Al principio no era muy notable, porque su apariencia era muy sana y tradicional. Uno esperaba que la elegancia brillara como la seda, que resplandeciera, que te dejara atontado. La elegancia era una orquídea, no una simple margarita.
Pero cuando Lady Lucinda se movió, se veía diferente. Parecía… fluir.
Debía ser una excelente bailarina. Estaba seguro de eso.
Aunque no estaba completamente seguro del por qué, eso le importaba.
– Lo siento -dijo ella, dándose la vuelta de repente.
– ¿Por lo de la Srta. Watson?
– Sí. No quise herir sus sentimientos.
– Usted no lo hizo -dijo él, quizás demasiado fuerte.
– Ah. -Pestañeó, quizás con sorpresa-. Me alegro. De verdad no quise hacerlo.
No quiso hacerlo, comprendió él. Ella no era de esa clase de personas.
Sus labios se apartaron, pero no habló en seguida. Sus ojos parecían concentrados en un punto más allá de su hombro, como si estuviera buscando detrás de él las palabras correctas.
– Es solo que… Bueno, cuando usted dijo lo que dijo sobre el amor -empezó-, sonaba tan familiar. Realmente no podría entenderlo.
– Yo tampoco puedo -dijo él suavemente.
Ella permaneció en silencio, mirándolo simplemente. Sus labios estaban fruncidos -solo un poco- y de vez en cuando pestañeaba. No era un movimiento de coquetería, pero era algo bastante deliberado.
Estaba pensando, comprendió. Era de la clase de mujer que pensaba en las cosas, probablemente por la frustración interminable de alguien que se ocupaba de la tarea de guiarse en la vida.
– ¿Qué hará ahora? -preguntó ella.
– ¿Sobre la Srta. Watson?
Ella asintió con la cabeza.
– ¿Qué piensa usted que debo hacer?
– No estoy segura -dijo-. Podría hablarle en su nombre, si le parece.
– No. -Algo así le parecía demasiado juvenil. Y Gregory apenas había empezado a sentirse como un verdadero hombre, maduro, preparado para hacer su propio camino.
– Entonces, puede esperar -dijo ella con un diminuto encogimiento de hombros-. O puede proceder e intentar cortejarla de nuevo. Ella no tendrá la oportunidad de ver al Sr. Edmonds durante por lo menos un mes, y yo creo que… eventualmente… ella podría darse cuenta…
Pero ella no terminó. Y él quería saber.
– ¿Darse cuenta de qué? -la presionó.
Lo miró, como si acabara de despertar de un sueño.
– De que… que usted… que usted… que usted es mucho mejor que el resto. No sé por qué ella no puede darse cuenta de eso. Es demasiado obvio para mí.
Si viniera de alguien más, eso podría haber sido una extraña declaración. Quizás, demasiado lanzada. Tal vez era una coqueta señal de disponibilidad.
Pero no viniendo de ella. No era una persona manipuladora, era la clase de mujer en la que un hombre podría confiar. Se parecía a sus hermanas, supuso, con un ingenio perspicaz y un marcado sentido del humor. Quizás Lucy Abernathy nunca inspiraría a los poetas, pero podría ser una excelente amiga.
– Pasará -dijo ella, con la voz suave pero segura-. Ella lo comprenderá. Usted… y Hermione… Estarán juntos. Estoy segura.
Él observó sus labios mientras hablaba. No sabía la razón, pero la forma de ellos era repentinamente intrigante… la forma en la que se movían, formando las consonantes y las vocales. Eran labios comunes. Nada en ellos le había llamado su atención antes. Pero ahora, en la oscuridad de la biblioteca, con nada en el aire aparte del suave susurro de sus voces…
Se preguntó que pasaría si la besaba.
Se apartó, sintiéndose de repente, abrumadoramente mal.
– Debemos regresar -dijo él abruptamente.
Un parpadeo de dolor pasó por sus ojos. Maldición. No había querido sonar como si estuviera deseoso de librarse de ella. Nada de eso era su culpa. Solo estaba cansado. Y frustrado. Y ella estaba allí. Y la noche era oscura. Y estaban solos.
Y eso no había sido deseo. No podría haber sido deseo. Había esperado toda su vida por reaccionar ante una mujer, de la forma en que lo había hecho con Hermione Watson. Posiblemente no podía sentir deseo por otra mujer después de eso. Ni por Lady Lucinda, ni por nadie
Eso no era nada. Ella era nada.
No, eso no era justo. Ella era algo. En realidad, muy importante. Pero no para él.