En el que nos enteraremos lo que pasó, solo diez minutos antes.
¿Había pasado una hora? Seguramente había pasado una hora.
Lucy inhaló profundamente e intentó calmar sus nervios alocados. ¿Por qué nadie había pensado en instalar un reloj en el baño? ¿Alguien no debería haber comprendido que en el futuro alguien se encontraría como ella, atada al baño, y podría desear saber que hora era?
De verdad, era solo cuestión de tiempo.
Lucy tamborileó los dedos de su mano derecha contra el suelo. Rápidamente, rápidamente, de índice a meñique, de índice a meñique. Su mano izquierda estaba atada para que las almohadillas de sus dedos quedaran enfrentadas, por eso se flexionó, luego se inclinó, luego se flexionó, luego se inclinó, luego…
– ¡Eeeeeuuuuuhhh!
Lucy gimió frustrada.
¿Gemido? Gruñido.
Gemido.
Esa debería ser una palabra.
Seguramente había pasado una hora. Debió haber pasado una hora.
Y entonces…
Pasos.
Lucy concentró toda su atención, mientras miraba la puerta. Estaba furiosa. Y esperanzada. Y nerviosa. Y…
Dios Santo, no quería poseer tantas emociones simultáneas. Una a la vez, era todo lo que podía manejar. Quizás dos.
El pomo de la puerta se giró, y la puerta fue tirada hacia atrás, y…
¿Tirada? Lucy tenía aproximadamente un segundo para notar el error en eso. Gregory no le daría tirones a la puerta para abrirla. Él le daría…
– ¿Tío Robert?
– Tú -dijo, su voz era baja y furiosa.
– Yo…
– Pequeña prostituta -ladró él.
Lucy se encogió. Sabía que él no sentía ningún afecto por ella, pero aún así, eso le dolió.
– No entiendes -dijo ella bruscamente, porque no tenía idea de lo que iba a decir, y se negaba -se negaba absolutamente a decir: «lo siento».
Estaba harta de disculparse. Harta.
– Oh, ¿de verdad? -le gritó él, agachándose para ponerse a su nivel-. ¿Qué no entiendo? ¿Esa parte sobre escapar de tu boda?
– No escapé -le espetó ella-. ¡Fui raptada! ¿O es que no te has dado cuenta que estoy atada en el baño?
Sus ojos se entrecerraron amenazadoramente. Y Lucy empezó a sentirse asustada.
Se echó para atrás, conteniendo el aliento. Le había temido a su tío -a su temperamento hostil, a su fría y llana mirada de desdén- por mucho tiempo.
Pero nunca se había sentido asustada.
– ¿Dónde está? -le exigió su tío.
Lucy no fingió no comprenderlo.
– No lo sé.
– ¡Dímelo!
– ¡No lo sé! -protestó ella-. ¿Crees que me hubiera atado si hubiera confiado en mí?
Su tío se puso de pies y maldijo.
– Esto no tiene sentido.
– ¿Qué quieres decir? -preguntó Lucy cuidadosamente. No estaba segura de lo que estaba pasando, y de quien iba a ser esposa, al final del día proverbial, pero estaba bastante segura de que debía intentar ganar tiempo.
Y no decir nada. Nada de importancia.
– ¡Esto! ¡Tú! -ladró su tío-. ¿Por qué te raptaría y te dejaría aquí, en Fennsworth House?
– Bueno -dijo Lucy despacio-. No creo que pudiera sacarme sin que nadie me viera.
– Él tampoco podría entrar a la fiesta sin que nadie lo viera.
– No estoy segura de lo qué quieres decir.
– ¿Cómo -le exigió su tío, apoyándose hacia abajo, y poniendo su cara demasiado cerca de la suya-, hizo para agarrarte sin tu consentimiento?
Lucy soltó un corto resoplido. La verdad era fácil. E inocua.
– Fui a mi cuarto a acostarme -dijo ella-. Él estaba esperando allí por mí.
– ¿Él sabía cual era tu cuarto?
Ella tragó saliva.
– Aparentemente.
Su tío la miró, en un momento incómodamente largo.
– Las personas han empezado a notar tu ausencia -murmuró él.
Lucy no dijo nada.
– Aunque, eso no puede evitarse.
Ella parpadeó. ¿De qué estaba hablando?
Él negó con la cabeza.
– Es el único camino.
– ¿Dis… discúlpame? -y entonces comprendió, que no estaba hablando con ella. Estaba hablando consigo mismo.
– ¿Tío Robert? -susurró ella.
Pero él ya estaba cortando sus ataduras.
¿Cortando? ¿Cortando? ¿Por qué tenía él un cuchillo?
– Vamos -gruñó.
– ¿De regreso a la fiesta?
Él soltó una pequeña sonrisa.
– Eso te gustaría, ¿verdad?
El pánico comenzó a crecer en su pecho.
– ¿A dónde me llevas?
Le dio un tirón para ponerla de pies, envolviendo uno de sus brazos fuertemente, alrededor de ella.
– A tu esposo.
Ella consiguió apartarse lo suficiente para mirarlo a la cara.
– ¿A mi… Lord Haselby?
– ¿Acaso tienes otro marido?
– ¿Pero acaso él no está en la fiesta?
– Deja de hacerme tantas preguntas.
Ella lo miró frenéticamente.
– ¿Pero a donde me llevas?
– No vas a arruinar esto -siseó él-. ¿Entiendes?
– No -le declaró. Porque no lo hacía. No entendía nada.
Se retorció contra él.
– Quiero que me escuches, porque solo diré esto una vez.
Ella asintió con la cabeza. No estaba mirándolo a la cara, pero sabía que él podía sentir a su cabeza moviéndose contra su pecho.
– Este matrimonio continuará -dijo él, en voz mortal y baja-. Me encargaré personalmente de ver que sea consumado esta noche.
– ¿Qué?
– No discutas conmigo.
– Pero… -hincó los talones cuando empezó a arrastrarla hacia la puerta.
– Por el amor de Dios, no luches conmigo -murmuró él-. De todas formas, no es nada que no tengas que hacer. La única diferencia es que tendrás público.
– ¿Un público?
– Es poco delicado, pero tendré mi prueba.
Ella empezó a retorcerse en serio, logrando liberar un brazo con el suficiente tiempo para girarlo ferozmente en el aire. Él la refrenó rápidamente, pero su cambio momentáneo de postura le permitió darle un fuerte puntapiés en las espinillas.
– Dios, maldita seas -murmuró él, asiéndola fuertemente-. ¡Detente!
Lanzó otro puntapié, golpeando un bacín vacío.
– ¡Detente! -puso algo contra sus costillas-. ¡Ahora!
Lucy se calmó al instante.
– ¿Es un cuchillo? -susurró.
– Recuerda esto -dijo él, sus palabras eran calientes y horribles contra su oreja-. No puedo matarte, pero puedo causarte un gran dolor.
Ella sofocó un sollozo.
– Soy tu sobrina.
– No me importa.
Ella tragó saliva y preguntó, con voz queda:
– ¿Cuándo te ha importado?
Él la guió hacia la puerta.
– ¿Importado?
Ella asintió con la cabeza.
Por un rato solo hubo silencio, y Lucy se quedó sin ideas para interpretarlo. Podía no ver la cara de su tío, pero podía notar que no había ningún cambio en su posición. No podía hacer otra cosa más que mirar hacia la puerta, y a su mano cuando alcanzó el pomo.
Y entonces dijo:
– No.
Ya tenía su respuesta.
– Eras un deber -le aclaró él-. Uno que cumplí y uno que me complació mucho terminar. Ahora ven conmigo, y no digas ni una palabra.
Lucy asintió con la cabeza. Su cuchillo la estaba presionando más duro que nunca contra sus costillas y ya había escuchado el suave sonido que hacía al rozar con el tejido firme de su corpiño.
Le permitió conducirla a lo largo del corredor y por las escaleras. Gregory estaba aquí, seguía diciéndose así misma. Él estaba aquí, y la encontraría. Fennsworth House era grande, pero no enorme. No había muchos lugares en donde su tío podría esconderla.
Y había centenares de invitados en la planta baja.
Y Lord Haselby, seguramente no consentiría algo así.
Por lo menos, había una docena de razones por las cuales, su tío no tendría éxito en su empresa.
Una docena. Doce. Quizás más. Y ella solo necesitaba una, solo una para frustrar su plan.
Pero ese fue solo un pequeño consuelo cuando él se detuvo y le puso de un tirón una venda sobre sus ojos.
E incluso, disminuyó cuando él la tiró en el cuarto y la ató.
– Regresaré -ladró él, mientras la dejaba al fondo de una esquina, atada de manos y pies.
Ella escuchó sus pasos desplazándose por el cuarto, y estalló de sus labios, una singular palabra, la única palabra que importaba…
– ¿Por qué?
Sus pasos se detuvieron.
– ¿Por qué, tío Robert?
Esto no podía ser solo por el honor de la familia. ¿Acaso ya no se lo había demostrado en ese punto? ¿No debería confiar en ella por eso?
– ¿Por qué? -preguntó de nuevo, orando para que tuviera conciencia. Seguramente él no los hubiera cuidado a ella y a Richard durante tantos años sin tener algún sentido de lo correcto y lo incorrecto.
– Tú sabes por qué -dijo él finalmente, pero ella sabía que estaba mintiendo. Había esperado demasiado tiempo antes de contestarle.
– Vete, entonces -dijo ella amargamente. No tenía sentido retenerlo. Sería mucho mejor si Gregory la encontrara sola.
Pero él no se movió. E incluso a través de la venda, ella podía sentir su sospecha.
– ¿Por qué estás esperando? -gritó ella.
– No estoy seguro -dijo él despacio. Y lo escuchó volverse.
Sus pasos se acercaban.
Lentamente.
Lentamente…
– ¿Dónde está? -dijo Hermione casi sin resuello.
Gregory caminó dentro del pequeño cuarto, con los ojos puestos en todo, las ataduras cortadas, el bacín volcado.
– Alguien se la llevó -dijo él severamente.
– ¿Su tío?
– O Davenport. Son los únicos que tienen razones… -agitó la cabeza-. No, ellos no pueden hacerle daño. Necesitan que el matrimonio sea legal y obligatorio. Y duradero. Davenport quiere un heredero de Lucy.
Hermione asintió con la cabeza.
Gregory se volvió hacia ella.
– Conoce la casa. ¿Dónde podría estar?
Hermione estaba negando con la cabeza.
– No lo sé. No lo sé. Si fue su tío…
– Asuma que fue su tío -le ordenó Gregory. No estaba seguro de que Davenport fuera lo suficientemente ágil como para raptar a Lucy, y además de eso, si Haselby había dicho la verdad sobre su padre entonces, Robert Abernathy era el hombre con los secretos.
Era el hombre que tenía algo que perder.
– Su estudio -susurró Hermione-. Él siempre está en su estudio.
– ¿Dónde queda?
– En el piso inferior. En la parte trasera.
– No se arriesgaría -dijo Gregory-. Esta muy cerca del salón de baile.
– Entonces en su alcoba. Si quiere evitar los lugares públicos, es a donde la llevaría. Allí o al cuarto de ella.
Gregory la agarró por el brazo y la precedió para salir de la puerta. Bajaron corriendo las escaleras, deteniéndose antes de abrir la puerta que conducía de las escaleras de los sirvientes hasta el rellano del segundo piso.
– Señáleme su puerta -dijo él-, y luego váyase.
– No voy…
– Encuentre a su esposo -le ordenó-. Tráigalo aquí.
Hermione parecía indecisa, pero asintió e hizo lo que le pidió.
– Vaya -dijo él, una vez que sabía a donde dirigirse-. Rápido.
Ella bajó corriendo las escaleras mientras Gregory se arrastraba a lo largo del vestíbulo. Llegó a la puerta que Hermione le había indicado y cuidadosamente presionó su oreja contra ella.
– ¿Por qué estás esperando?
Era Lucy. Su voz se escuchaba amortiguada a través de la pesada puerta de madera, pero era ella.
– No lo sé -se escuchó a una voz masculina, y Gregory comprendió que no podía identificarlo. Había conversado muy pocas veces con Lord Davenport y ni una vez con el tío de Lucy. No tenía ni idea de quien la tenía retenida.
Contuvo el aliento y lentamente giró el pomo de la puerta.
Con la mano izquierda.
Con la derecha sacó el arma.
Que Dios los ayudara a todos si tenía que usarla.
Logró abrir la puerta un poco, solo lo suficiente para asomarse sin ser notado.
Su corazón dejó de latir.
Lucy estaba atada y vendada, encogida en la esquina más apartada del cuarto. Su tío estaba de pie delante de ella, apuntándole con un arma entre los ojos.
– ¿Qué pretendes? -le preguntó él, su voz era fría en su suavidad.
Lucy no dijo nada, pero su barbilla se agitó, como si estuviera intentando mantener su cabeza erguida con mucho esfuerzo.
– ¿Por qué deseas que me vaya? -le exigió su tío.
– No lo sé.
– Dímelo. -Arremetió, metiendo el arma entre sus costillas. Y cuando ella no le respondió lo suficientemente rápido, le dio un tirón a su venda, dejándolos con las narices frente a frente-. ¡Dímelo!
– Porque no puedo soportar la espera -susurró ella, su voz era temblorosa-. Porque…
Gregory entró silenciosamente en el cuarto, y apuntó con su arma el centro de la espalda de Robert Abernathy.
– Suéltela.
Él tío de Lucy se congeló.
La mano de Gregory se apretó alrededor del gatillo.
– Suelta a Lucy y apártese lentamente.
– Creo que no -dijo Abernathy, y se volvió solo lo suficiente para que Gregory pudiera ver que su arma estaba descansando ahora, sobre la sien de Lucy.
De algún modo, Gregory se mantuvo firme. Nunca podría saber como, pero su brazo se mantuvo quieto. Su mano no tembló.
– Baje su arma -le pidió Robert.
Gregory no se movió. Sus ojos se enfocaron en Lucy, y luego regresaron hacia su tío. ¿Podría él hacerle daño? Gregory todavía no estaba seguro de por qué, precisamente, Robert Abernathy necesitaba que Lucy se casara con Haselby, pero estaba claro que así era.
Lo que significaba que no podía matarla.
Gregory rechinó los dientes, y apretó su dedo en el gatillo.
– Suelte a Lucy -dijo, su voz era baja, fuerte y firme.
– ¡Baje su arma! -rugió Abernathy, y un horrible y estrangulado sonido salió de la boca de Lucy cuando uno de sus brazos, la golpeó en las costillas.
Dios santo, el tipo estaba enfadado. Sus ojos eran salvajes, lanzaban dardos alrededor del cuarto, y su mano -la que sostenía el arma- estaba temblando.
Él podría dispararle. Gregory comprendió eso en un desquiciante destello. Robert Abernathy estaba acabado, pensaba que no tenía nada que perder. Y no le importaría a quien se llevaría con él.
Gregory empezó a doblar las rodillas, sin apartar los ojos de Lucy.
– No lo hagas -gritó Lucy-. Él no me hará daño. No puede.
– Oh, claro que puedo -replicó su tío, y sonrió
La sangre de Gregory empezó a correr más despacio en sus venas. Intentaría -Dios Santo, intentaría con todo lo que tenía el asegurarse que ambos salieran vivos e ilesos de esto, pero si tenía que escoger -si solo uno de ellos podría salir por la puerta…
Sería Lucy.
Esto, comprendió, era el amor. Era el sentido de la rectitud, sí. Y también era la pasión, y el maravilloso conocimiento de que podría despertarse alegremente al lado de ella por el resto de su vida.
Pero era algo más que todo eso. Era este sentimiento, este conocimiento, esta certeza de que daría su vida por ella. No había interrogantes. No había ninguna duda. Si bajaba su arma, Robert Abernathy seguramente le dispararía.
Pero Lucy podría vivir.
Gregory se agachó.
– No le haga daño -dijo él suavemente.
– ¡No la sueltes! -gritó Lucy-. Él no…
– ¡Cállate! -chasqueó su tío, y el cañón de su arma se apretó aún más fuerte contra ella.
– No digas nada más, Lucy -le advirtió Gregory. Todavía no estaba seguro de cómo infiernos iba a salir de esto, pero sabía que esa era la clave para mantener a Robert Abernathy tan calmado y tan cuerdo como fuera posible.
Los labios de Lucy se apartaron, sus ojos se encontraron…
Y ella los cerró.
Confiaba en él. Dios Santo, ella confiaba en él para que la mantuviera a salvo, para mantenerlos a ambos a salvo, y él se sentía como un fraude, porque todo lo que estaba haciendo era ganar tiempo, manteniendo a todas las balas en las armas hasta que llegara alguien más.
– No voy a herirlo, Abernathy -dijo Gregory.
– Entonces baje el arma.
Él mantuvo su brazo extendido, posicionando el arma a un lado, para poder bajarla.
Pero no la soltó.
Y no apartó los ojos de la cara de Robert Abernathy cuando le preguntó:
– ¿Por qué necesita que ella se case con Lord Haselby?
– ¿Acaso no se lo dijo? -sonrió él con desprecio.
– Ella solo me contó lo que usted le dijo.
El tío de Lucy comenzó a temblar.
– Hablé con Lord Fennsworth -dijo Gregory con voz queda-. Él estaba muy sorprendido por la descripción que usted hizo de su padre.
El tío de Lucy no respondió, pero su garganta se movió, la manzana de Adán se desplazaba de arriba abajo, como una golondrina convulsiva.
– De hecho -continuó Gregory-, estaba convencido de que usted debía estar en un error. -Mantuvo la voz suave. Sin burlas. Habló como si estuviera en una cena. No deseaba provocarlo; solo deseaba conversar.
– Richard no sabe nada -replicó el tío de Lucy.
– También hablé con Lord Haselby -dijo Gregory-. También estaba sorprendido. No comprendía que su padre estuviera chantajeándolo a usted.
El tío de Lucy lo miró con furia.
– Debe estar hablando con él ahora -dijo Gregory suavemente.
Nadie habló. Nadie se movió. Los músculos de Gregory estaban gritando. Había estado agachado mucho tiempo, balanceándose sobre las puntas de los pies. Su brazo, todavía extendido, sostenía aún el arma a un lado, y se sentía como si estuviera encendido.
Miró al arma.
Miró a Lucy.
Ella estaba agitando la cabeza. Lentamente, y con pequeños movimientos. Sus labios no hacían ningún sonido, pero fácilmente podía distinguir sus palabras.
Vete.
Por favor.
Increíblemente, Gregory se sintió sonreír, y susurró:
– Nunca.
– ¿Qué dijo? -le exigió Abernathy.
Gregory dijo la única cosa que se le vino a la mente.
– Amo a su sobrina.
Abernathy lo miró como si se hubiera vuelto loco.
– No me interesa.
Gregory aprovechó la oportunidad.
– La amo lo suficiente para guardar sus secretos.
Robert Abernathy empalideció. Estaba completamente pálido y absolutamente quieto.
– Era usted -dijo Gregory suavemente.
Lucy se volvió.
– ¿Tío Robert?
– Cállate -chasqueó él.
– ¿Me mentiste? -preguntó ella, y su voz parecía casi herida-. ¿Verdad?
– Lucy, no -dijo Gregory.
Pero ella ya estaba agitando la cabeza.
– No era mi padre, ¿verdad? Eras tú. Lord Davenport estaba chantajeándote por tus propias fechorías.
Su tío no dijo nada, pero ambos vieron la verdad en sus ojos.
– Oh, Tío Robert -susurró ella tristemente-. ¿Cómo pudiste?
– Yo no tenía nada -siseó él-. Nada. Solo las limosnas de tu padre y los sobrantes.
Lucy se puso cenicienta.
– ¿Lo mataste?
– No -contestó su tío. Nada más. Solo no.
– Por favor -dijo ella, con voz baja y dolida-. No me mientas. No sobre esto.
Su tío soltó una molesta exhalación y dijo:
– Solo sé lo que las autoridades me contaron. Él fue encontrado cerca de una maldita sala de juegos, le habían disparado en el pecho y robado todos sus objetos valiosos.
Lucy lo miró por un momento, y con los ojos brillantes por las lágrimas, le ofreció un pequeño asentimiento.
Gregory se incorporó despacio.
– Todo a terminado, Abernathy -dijo él-. Haselby y Fennsworth ya se enteraron de todo. Usted no puede obligar a Lucy a que cumpla sus órdenes.
El tío de Lucy la apretó más fuerte.
– Puedo usarla para escapar.
– Claro que puede. Solo debe soltarla.
Abernathy se rió de eso. Era un sonido amargo y cáustico.
– No ganaremos nada con exponerlo -dijo Gregory cuidadosamente-. Es mejor permitirle que salga del país sin ningún tipo de escándalo.
– Nunca permanecerá en silencio -se mofó el tío de Lucy-. Si ella no se casa con ese petimetre caprichoso, Davenport lo gritará de aquí hasta Escocia. Y la familia estará arruinada.
– No -Gregory negó con la cabeza-. No será así. Usted nunca fue conde. Usted no fue su padre. Será un escándalo; eso no podrá evitarse. Pero el hermano de Lucy no perderá su título, y todo se olvidará cuando las personas empiecen a recordar que usted nunca les cayó bien.
En un parpadeo, el tío de Lucy movió el arma de su estómago hacia su cuello.
– Se da cuenta de lo que dice -chasqueó.
Gregory se puso pálido y retrocedió un paso.
Y entonces todos lo escucharon.
Un ruido de pasos. Corriendo rápidamente por el vestíbulo.
– Suelte el arma -dijo Gregory-. Solo tiene un momento antes de que…
La puerta se llenó de personas. Richard, Haselby, Davenport, Hermione- todos irrumpieron, sin saber que se estaba llevando a cabo una confrontación mortal.
El tío de Lucy retrocedió, apuntando con el arma ferozmente hacia todos ellos.
– ¡Salgan! ¡Todos ustedes! -sus ojos se encendieron como los de un animal acorralado, y su brazo se movió de un lado a otro, sin apuntar directamente sobre nadie.
Pero Richard avanzó.
– Bastardo -siseó-. Te veré en…
Un arma fue disparada.
Gregory miró con horror como Lucy caía en el piso. Un lamento gutural salió de su garganta; y levantó su propia arma.
Apuntó.
Disparó.
Y por primera vez en la vida, dio en el blanco.
Bueno, casi.
El tío de Lucy no era un hombre grande, pero no obstante, cuando aterrizó sobre ella, la hirió. El aire salió completamente de sus pulmones, dejándola boquiabierta y ahogada, cerró los ojos del dolor.
– ¡Lucy!
Era Gregory, mientras quitaba a su tío de encima de ella.
– ¿Dónde estás herida? -exigió él, y sus manos estaban por todas partes, sus movimientos eran frenéticos, mientras buscaba una herida.
– No estoy… -luchó por respirar-. Él no… -logró mirar su pecho. Estaba cubierto con sangre-. Oh, cielos.
– No puedo encontrarla -dijo Gregory. La tomó por la barbilla, posicionando su cara para que lo mirara directamente a los ojos.
Y ella casi no lo reconocía.
Sus ojos… sus hermosos ojos color avellana… parecían perdidos, casi vacíos. Y parecía llevarse cualquier cosa que lo hacía ser él… él.
– Lucy -dijo él, su voz estaba ronca con la emoción-. Por favor. Háblame.
– No estoy herida -consiguió decir ella finalmente.
Sus manos se helaron.
– La sangre.
– No es mía. -Levantó la mirada hacia él y llevó su mano hasta su mejilla. Él estaba temblando. Oh, Dios santo, estaba temblando. Nunca lo había visto así, nunca imaginó que él podía ser llevado hasta ese punto.
La expresión de sus ojos, ahora lo comprendía. Había sido terror.
– No estoy herida -susurró ella-. Por favor… no… todo está bien, querido. -No sabía lo que estaba diciendo; solo quería consolarlo.
Su respiración era irregular, y cuando habló, sus palabras eran rotas, inacabadas.
– Yo pensé… yo… yo no sé que pensé.
Algo mojado tocó su dedo, y ella lo apartó suavemente.
– Ya todo ha terminado -dijo ella-. Todo ha terminado, y…
Y de repente se dio cuenta de la presencia de las demás personas en el cuarto.
– Bueno, creo que ha terminado -dijo ella dudosamente, mientras se sentaba. ¿Su tío estaba muerto? Sabía que le habían disparado. Gregory o Richard, no sabía quien había sido. Los dos habían disparado sus armas.
Pero el tío Robert no estaba mortalmente herido. Se había alejado a un lado del cuarto y se sostenía contra la pared, asiendo su hombro y mirando hacia delante con una expresión de derrota.
Lucy frunció el ceño hacia él.
– Tienes suerte de que no sea un buen tirador.
Gregory hizo un sonido de resoplido bastante extraño.
En la esquina, Richard y Hermione estaban abrazados, pero ambos parecían ilesos. Lord Davenport estaba bramando sobre algo, no estaba segura de qué, y Lord Haselby -Dios santo, su esposo- estaba apoyado ociosamente contra la jamba de la puerta, mirando la escena.
Él llamó su atención y sonrió. Solo un poco. No se le veía ni un diente, por supuesto; nunca sonreía ampliamente.
– Lo siento -dijo ella.
– No lo haga.
Gregory se incorporó al lado de ella, envolviendo un brazo protectoramente sobre su hombro. Haselby observó la escena con patente entretenimiento, y quizás también con un toque de placer.
– ¿Todavía desea la anulación? -preguntó él.
Lucy asintió con la cabeza.
– Mañana tendré los papeles preparados.
– ¿Está seguro? -preguntó Lucy, preocupada. Él era un hombre encantador, de verdad. No quería que su reputación quedara arruinada.
– ¡Lucy!
Ella se volvió rápidamente hacia Gregory.
– Lo siento. No quise… yo solo.
Haselby le hizo un gesto con la mano.
– Por favor no se preocupe. Posiblemente es lo mejor que podría pasar. Los tiroteos, chantajes, traición… Nadie me verá a mí, como la causa de la anulación.
– Oh. Bien, eso es bueno -dijo Lucy sonriente. Se puso de pies porque, bueno, parecía ser lo educado, dado lo generoso que estaba siendo-. ¿Pero aún no desea tener una esposa? Porque puedo ayudarlo a encontrar una, una vez esté establecida, claro está.
Gregory puso los ojos en blanco.
– Dios santo, Lucy.
Ella lo observaba mientras se ponía de pie.
– Siento que debería hacer algo bien. Él pensó que estaba consiguiendo una esposa. En cierto modo, esto no es precisamente justo.
Gregory cerró los ojos por un buen rato.
– Es algo muy bueno que te ame tanto -dijo él fatigadamente-. Porque de otro modo, tendría que ponerte un bozal.
Lucy estaba boquiabierta.
– ¡Gregory! -y después-. ¡Hermione!
– ¡Lo siento! -dijo Hermione, con una mano colocada aún sobre su boca para silenciar su risa-. Pero ustedes hacen buena pareja.
Haselby se paseó por el cuarto y le dio un pañuelo al tío de Lucy.
– Querrá ser fiel a eso -murmuró él. Se volvió hacia Lucy-. En realidad no quiero una esposa, como estoy seguro usted es consciente. Pero supongo que debo encontrar alguna manera de procrear o el título irá parar a las manos de mi odioso primo. Lo cual sería una vergüenza, de verdad. La Cámara de los Lores seguramente elegiría disolverse si alguna vez él decide ocupar su escaño.
Lucy solo lo miró y pestañeó.
Haselby sonrió.
– Así que, sí, le agradecería si encuentra a alguien conveniente.
– Claro -murmuró ella.
– También necesitarás mi aprobación -dijo Lord Davenport tajantemente, marchando hacia delante.
Gregory se volvió hacia él sin simular su aversión.
– Usted -ladró él-, puede callarse. Inmediatamente.
Davenport retrocedió enfadado.
– ¿Tiene alguna idea de a quien le está hablando, pequeño cachorro?
Los ojos de Gregory se entrecerraron y se incorporó.
– A un hombre en una posición muy precaria.
– ¿Qué dice?
– Usted cesará su chantaje inmediatamente -dijo Gregory.
Lord Davenport señaló con su cabeza al tío de Lucy.
– ¡Él era un traidor!
– Y usted eligió no delatarlo -chasqueó Gregory-, lo cual, imagino que el rey encontrará igualmente recriminable.
Lord Davenport se tambaleó como si algo lo hubiera golpeado.
Gregory continuó, y puso a Lucy a su lado.
– Usted -le dijo al tío de Lucy-, se marchará del país. Mañana. Y no regresará.
– Pagaré su pasaje -soltó Richard-. Nada más.
– Usted es más generoso de lo que yo habría sido -murmuró Gregory.
– Quiero que se marche -dijo Richard en voz firme-. Si puedo acelerar su partida, estoy contento de correr con el gasto.
Gregory se volvió hacia Lord Davenport.
– Usted nunca dirá una palabra de esto. ¿Me entiende?
– Y usted -dijo Gregory, mientras se volvía hacia Haselby-. Gracias.
Haselby le hizo su reconocimiento con una inclinación cortés.
– No puedo evitarlo. Soy un romántico. -Se encogió de hombros-. De vez en cuando eso me mete en problemas, pero no podemos cambiar nuestra naturaleza, ¿verdad?
Gregory dejó que su cabeza se agitara despacio de lado a lado, mientras una amplia sonrisa empezaba a extenderse en su cara.
– No tiene ni idea -murmuró él, tomando a Lucy de la mano. Ya no podía soportar estar separado de ella, ni siquiera unos centímetros.
Sus dedos se entrecruzaron, y bajó la mirada hacia ella. Sus ojos brillaban con amor, y Gregory tenía el más aplastante y absurdo deseo de reírse. Simplemente porque podía.
Simplemente porque la amaba.
Notó que sus labios estaban apretados también. Alrededor de las esquinas, ahogándose con su propia risa.
Y allí, delante del grupo más impar de testigos, la tomó en sus brazos y la besó con cada última gota de su alma desesperadamente romántica.
Eventualmente -muy eventualmente- Lord Haselby se aclaró la garganta.
Hermione pretendió mirar a otro lado, y Richard dijo:
– Sobre esa boda…
Con gran reticencia, Gregory se apartó. Miró a la izquierda. Miró a la derecha. Y volvió a mirar a Lucy.
Y la besó de nuevo.
Porque, de verdad, había sido un largo día.
Y merecía un poco de indulgencia.
Solo Dios sabía cuanto tiempo pasaría antes de que pudiera casarse con ella realmente.
Pero sobre todo, la besó porque…
Porque…
Sonrió, tomando la cabeza de ella en sus manos y dejó que su nariz descansara contra la suya.
– Te amo, sabes.
Ella sonrió en respuesta.
– Lo sé.
Finalmente comprendió porque iba a besarla otra vez.
Solo porque sí.