En el que nuestra historia da un giro.
A la noche siguiente fue el baile de máscaras. Iba a ser una gran celebración, no demasiado grande, por supuesto -Anthony, el hermano de Gregory no toleraba la interrupción de su cómoda vida en el campo. Pero no obstante, iba a ser el pináculo de los eventos de la casa de fiestas. Todos los invitados iban a estar allí, junto con otro centenar de acompañantes extras- algunos venían de Londres, otros directamente de sus casas en el campo. Todas las alcobas se habían aireado y se habían preparado para los ocupantes, e incluso con eso, un buen número de asistentes a la fiesta se estaban quedando en las casas de los vecinos, o, desafortunadamente para unos pocos, en las posadas cercanas.
La intención original de Kate había sido una fiesta de disfraces -ella había anhelado disfrazarse de Medusa (lo que para nadie fue una sorpresa)- pero finalmente había abandonado la idea, luego de que Anthony le había informado que si ella seguía con eso, él escogería su propio disfraz.
La mirada que le dio fue al parecer bastante clara para ella, ya que su retirada fue inmediata.
Luego le había dicho a Gregory que todavía no la había perdonado por haberlo disfrazado de Cupido en la fiesta de disfraces de Billington, el año pasado.
– ¿Lo disfrazaste demasiado querúbico? -murmuró Gregory.
– Pero en el lado luminoso -había contestado ella-. Ahora sé exactamente que debió haber lucido como un bebé. Bastante adorable, en realidad.
– Hasta este momento -dijo Gregory con una mueca de dolor-, estoy seguro que he entendido exactamente lo mucho que mi hermano te ama.
– Bastante en realidad. -Sonrió y asintió con la cabeza-. Muchísimo, sin duda.
Y habían hecho el compromiso. Nada de disfraces, solo máscaras. A Anthony no le importó ese detalle, ya que le permitiría abandonar sus deberes como anfitrión completamente, si así lo decidía (¿quien notaría su ausencia, después de todo?) Y Kate se puso a trabajar, con la intención de diseñar una máscara con serpientes de Medusa, saltando en todas las direcciones. (Para lo cual no tuvo éxito)
Ante la insistencia de Kate, Gregory llegó al salón de baile precisamente a las ocho y media, el comienzo anunciado del baile. Lo que significaba, por supuesto, que los únicos invitados que estaban allí, eran él, su hermano, y Kate, pero había bastantes sirvientes caminando por todos lados, para que no se sintieran tan vacíos, y Anthony se había declarado muy encantado con la reunión.
– La fiesta es mucho mejor si no hay nadie más empujándote -dijo él alegremente.
– ¿Cuándo te volviste tan contrario a la conversación social? -preguntó Gregory, mientras tomaba una copa de champaña de la bandeja de un sirviente.
– No es eso en absoluto -respondió Anthony con un encogimiento de hombros-. Simplemente he perdido mi paciencia para todo tipo de estupidez.
– Él no está envejeciendo muy bien -confirmó su esposa.
Si Anthony había tomado cualquier apunte de su comentario, no lo demostró.
– Simplemente me niego a tratar con los idiotas -le dijo a Gregory. Su cara se iluminó-. He cortado mis obligaciones sociales por la mitad.
– ¿Qué sentido tendría poseer un título si uno no puede rechazar sus propias invitaciones? -murmuró Gregory irónicamente.
– Efectivamente -fue la respuesta de Anthony-. Efectivamente.
Gregory se volvió hacia Kate.
– ¿No tienes nada que decir ante eso?
– Oh, tengo mucho que decir -contestó ella, mientras levantaba su cuello para examinar el salón de baile, para ver si había ocurrido un desastre de último minuto-. Siempre tengo algo que decir.
– Eso es cierto -dijo Anthony-. Pero también sabe cuando no puede ganar.
Kate se volvió hacia Gregory, aunque sus palabras claramente estaban dirigidas a su marido.
– Lo que sé es como escoger mis batallas.
– Es porque no le conviene -dijo Anthony-. Esa es simplemente su manera de admitir la derrota.
– Y él sigue en su empeño -dijo Kate sin dirigirse a nadie en particular-. Aunque sabe que yo siempre gano al final.
Anthony se encogió de hombros y le ofreció a su hermano una atípica mueca de timidez.
– Ella tiene razón, por supuesto -terminó su bebida-. Pero no tiene ningún sentido rendirse sin haber luchado.
Gregory sólo podía sonreír. No habían nacido aún dos tontos enamorados más grandes que ellos. Era muy admirable verlos, aun cuando lo dejaba con una ligera punzada de celos.
– ¿Cómo va tu cortejo? -le preguntó Kate.
Las orejas de Anthony se irguieron.
– ¿Tu cortejo? -repitió, asumiendo en su rostro su usual expresión de obedéceme-que-yo-soy-el-vizconde-. ¿De quien se trata?
Gregory le disparó a Kate una mirada irritada. No había compartido sus sentimientos con su hermano. No estaba seguro del por qué; seguramente era porque en realidad no había visto mucho a Anthony en los últimos días. Pero había algo más. No parecía ser esa clase de cosa que uno desea compartir con su hermano. Especialmente cuando uno lo consideraba más como un padre que como un hermano.
Sin mencionar… que no había tenido éxito…
Bueno, particularmente no deseaba que su familia lo supiera.
Pero tendría éxito. ¿Por qué lo dudaba? Incluso más temprano, cuando la Srta. Watson lo estaba tratando mucho mejor, había estado seguro del resultado. No tenía ningún sentido que ahora -que estaba creciendo la amistad entre ellos- repentinamente dudara de sí mismo.
Kate, ignoró a propósito, la irritación de Gregory.
– Me encanta cuando no sabes algo -le dijo a su esposo-. Especialmente cuando yo si estoy enterada.
Anthony se volvió hacia Gregory.
– ¿Estás seguro que quieres casarte con una de estas?
– No con esa precisamente -respondió Gregory-. Creo que con alguien mucho mejor, supongo.
La expresión de Kate se tornó un poco malhumorada, por haber sido llamada con un «esa», pero se recobró rápidamente, volviéndose hacia Anthony para decirle:
– Él ha declarado su amor por… -dejó que una mano flotara en el aire como si estuviera apartando una idea tonta-. Oh, no importa, creo que no te lo diré.
Su expresión había sido muy sospechosa. Probablemente había querido mantenerlo apartado desde el principio. Gregory no estaba seguro de que se encontraba más satisfecho -de que Kate había guardado su secreto, o de que Anthony había quedado perplejo.
– Ve si puedes suponerlo por ti mismo -le dijo Kate a Anthony con una sonrisa astuta-. Tal vez eso le de algún sentido de propósito a tu noche.
Anthony se volvió hacia Gregory con una mirada nivelada.
– ¿Quién es?
Gregory se encogió de hombros. Siempre se ponía del lado de Kate cuando se trataba de frustrar a su hermano.
– Ni soñaría con negarte un sentido de propósito.
Anthony murmuró:
– Cachorro arrogante -y Gregory supo que la noche había tenido un excelente comienzo.
Los invitados comenzaron a llegar poco a poco, y en una hora, el salón de baile estaba invadido con el bajo zumbido de las conversaciones y las risas. Todos parecían sentirse un poco más aventureros con las máscaras en sus rostros, ya que las burlas comenzaron a ponerse más escabrosas, y los chistes más groseros.
Y las risas… era muy difícil encontrar las palabras correctas, pero eran diferentes. Había más alegría en el aire. Se sentía un filo de excitación, como si los asistentes a la fiesta supieran, que de algún modo, esta noche era atrevida.
Para liberarse.
Porque en la mañana, nadie lo sabría.
Todo era perfecto, a Gregory le gustaban las noches como esa.
Sin embargo, a las nueve y media, sentía como su frustración crecía. Tal vez no tenía razón, pero estaba casi seguro que la Srta. Watson no había aparecido todavía. Incluso con una máscara, era imposible que mantuviera oculta su identidad. Su cabello era demasiado deslumbrante, demasiado etéreo bajo la luz de las velas como para confundirse con alguien más.
Pero por otro lado, Lady Lucinda… no tendría ningún problema en mezclarse con los demás. Su cabello era con seguridad de un adorable color rubio miel, pero no era nada raro o único. La mitad de las damas de la ton, probablemente tenían el mismo color de cabello.
Echó un vistazo alrededor del salón de baile. Bueno, tal vez no era la mitad. Y quizás ni siquiera un cuarto. Pero no era como los mechones de luz de luna de su amiga.
Frunció el ceño. La Srta. Watson ya debería estar presente. Como miembro de la casa, no tenía que lidiar con los caminos embarrados, los caballos cojos, o incluso la enorme línea de carruajes que esperaban al frente, en el sitio de llegada de los invitados. Y mientras dudaba que ella hubiera deseado llegar temprano al igual que él, seguramente no llegaría con una hora de retraso.
Eso, no podría ser tolerado por Lady Lucinda. Claramente era de las que les gustaba la puntualidad.
En el sentido bueno.
Como opuesto era de un sentido inaguantable, regañón.
Sonrió. Ella no era así.
Lady Lucinda se parecía a Kate, o por lo menos así sería, cuando fuera un poco mayor. Inteligente, sin decir cosas sin sentido, solo un poco traviesa.
En realidad, sería muy divertida. Lady Lucinda, era una persona muy alegre.
Pero no la había visto entre los invitados, tampoco. O por lo menos, pensó que no lo había hecho. No estaba muy seguro. Había visto a muchas damas con casi el mismo color de cabello que el suyo, pero ninguno parecía ser el correcto. Uno de ellos no se movía del modo correcto -demasiado soso, quizás un poco torpe. Y otro no tenía la misma altura. No estaba mal, probablemente le faltaban unas pulgadas. Pero podía afirmarlo.
No era ella.
Seguramente estaría dondequiera que estaba la Srta. Watson. Lo encontró bastante tranquilizador. La Srta. Watson posiblemente no estaría en problemas si Lady Lucinda estaba con ella.
Su estómago gruñó, y decidió abandonar su búsqueda por el momento, y en su lugar fue en busca de su sustento. Kate los había, como siempre, proveído de una cordial selección de comida para que sus invitados mordisquearan en el transcurso de la noche. Se dirigió directamente hacia el plato de sándwiches -parecidos a los que había servido la noche en la que había llegado, y esos le habían gustado mucho también. Se comería diez de ellos.
Hmmm. Vio el pepino -era una perdida de pan cada vez que veía uno. Queso-no, no era lo que estaba buscando. Quizás…
– ¿Sr. Bridgerton?
Lady Lucinda. Conocería esa voz en cualquier parte.
Se volvió. Allí estaba. Se felicitó a sí mismo. Había estado en lo correcto, con relación a los otros rubios miel enmascarados. Definitivamente no se había encontrado con ella esa noche.
Sus ojos se abrieron de par en par, y él comprendió que su máscara, cubierta con una pizarra de fieltro azul, era del mismo color de sus ojos. Se preguntó si la Srta. Watson tenía una parecida, en un tono verde.
– Es usted, ¿verdad?
– ¿Cómo lo supo? -le contestó.
Ella pestañeó.
– No lo sé. Solo lo hice -sus labios se separaron- solo lo suficiente para revelar un diminuto destello de sus dientes blancos, y dijo-: Soy Lucy. Lady Lucinda.
– Lo sé -murmuró él, aún mirando su boca. ¿Qué efecto tenían las máscaras? Era como si al cubrirse con ella, el fondo se hiciera más intrigante.
Casi hipnotizante.
¿Cómo es que él no había notado la forma en la que sus labios se inclinaban ligeramente en las esquinas? O las pecas en su nariz. Tenía siete de ellas. Precisamente siete, todas tenían forma ovalada, salvo esa última que se parecía a Irlanda, en realidad.
– ¿Tiene hambre? -le preguntó ella.
Él pestañeó, forzado sus ojos de vuelta hacia ella.
Ella hizo señas hacia los bocadillos.
– El jamón está bueno. Igual que el pepino. Nunca me han gustado mucho los sándwiches de pepino -nunca parecen satisfacerme, aunque me gusta el crunch- pero estos tienen un poco de queso derretido en lugar de solo mantequilla. Fue una sorpresa muy agradable.
Hizo una pausa para mirarlo, inclinando su cabeza a un lado para esperar su respuesta.
Él sonrió. No pudo evitarlo. Había algo muy entretenido cuando parloteaba sobre la comida.
Extendió la mano y puso un sándwich de pepino en su plato.
– Con esa recomendación -dijo él-. ¿Cómo podría negarme?
– Bueno, los de jamón están buenos, si no le gusta.
Otra vez, así era ella. Queriendo la felicidad de todo el mundo. Pruebe esto. Y si no le gusta, pruebe esto, o esto, o esto, o esto. Y si tampoco le gusta, tenga el mío.
Claro, ella nunca lo había dicho, pero de alguna manera sabía que lo haría.
Ella bajó la mirada hacia las fuentes de comida.
– Me hubiera gustado que no los hubieran revuelto todos.
La miró inquisidoramente.
– ¿Discúlpeme?
– Bueno -dijo ella -con esa singular clase de bueno, que predecía una explicación larga y cordial-. ¿No cree que tendría más sentido separar los diferentes tipos de sándwiches? ¿Poner cada uno en su propio plato más pequeño? Así, si usted ha encontrado el que le gusta, sabría donde conseguir otro. O -en ese momento se puso más animada, como si estuviera hablando de un tema de gran importancia-, escogería otro. Considérelo. -Había señalado la fuente-. No habría ningún sándwich de jamón fuera de la pila. Y usted, no podría cernirse sobre todos ellos, buscándolos. Sería muy mal educado.
La miró pensativamente, y entonces dijo:
– Le gusta que las cosas estén ordenadas, ¿no es verdad?
– Oh, claro -dijo ella con sentimiento-. De verdad, me gusta mucho.
Gregory consideró sus propias costumbres desorganizadas. Echaba los zapatos en el armario, las invitaciones dispersas por todas partes… el año pasado, le había dado una semana de permiso a su valet secretario, para que visitara a su padre enfermo, y cuando el pobre hombre había regresado, el caos en el escritorio de Gregory casi lo vuelve loco.
Gregory observó la expresión seria de Lady Lucinda y se rió entre dientes. Probablemente también la volvería loca en menos de una semana.
– ¿Le gusta su sándwich? -le preguntó ella, una vez que había tomado un bocado-. ¿El pepino?
– Muy intrigante -murmuró él.
– Me pregunto, ¿la comida puede ser intrigante?
Terminó con su sándwich.
– No estoy seguro.
Ella asintió ausentemente, entonces dijo:
– El jamón está bueno.
Permanecieron en un afable silencio mientras le echaban un vistazo al cuarto. Los músicos estaban tocando un vals muy animado, y las faldas de las damas ondulaban como campañillas de seda mientras daban vueltas y vueltas. Era imposible mirar la escena y no sentirse como si la noche estuviera viva… llena de energía… esperando hacer su movimiento.
Algo pasaría esa noche. Gregory estaba seguro de ello. La vida de alguien cambiaría.
Si tenía suerte, sería la suya.
Sus manos le empezaron a picar. Sus pies, también. Le estaba costando mucho quedarse quieto. Quería moverse, quería hacer algo. Quería poner su vida en movimiento, extender la mano y capturar sus sueños.
Quería moverse. No podía quedarse quieto. Él…
– ¿Le gustaría bailar?
No había querido pedírselo. Pero se había dado la vuelta, y Lucy estaba allí, a su lado, y las palabras simplemente se le salieron de los labios.
Sus ojos se iluminaron. Incluso con la máscara, podía notar que ella estaba encantada.
– Sí -dijo, casi suspirando-. Me encanta bailar.
La tomó de la mano y la llevó a la pista. El vals estaba en su mejor momento, y rápidamente encontraron el paso. Parecía elevarlos, unirlos. Gregory solo tuvo que apretar la mano en su cintura, y ella se movió, en el instante en el que él se lo anticipó. Giraron, dieron vueltas, el aire azotaba sus rostros tan rápidamente que los hacía reír.
Era perfecto. Era jadeante. Era como si la música se hubiera arrastrado bajo sus pieles y estuviera guiando todos sus movimientos.
Y entonces todo llegó a su fin.
Tan rápidamente. Demasiado rápidamente. La música terminó, y por un rato se quedaron de pie, aún abrazados, envueltos en el recuerdo de la música.
– Oh, eso fue maravilloso -dijo Lady Lucinda, y sus ojos brillaron.
Gregory la soltó y le hizo una reverencia.
– Es usted una bailarina extraordinaria, Lady Lucinda. Sabía que lo sería.
– Gracias, yo… -sus ojos se clavaron en los suyos-. ¿Lo sabía?
– Yo… -¿Por qué le había dicho eso? No había querido decirle eso-. Usted es muy elegante -dijo él finalmente, conduciéndola hacia el perímetro del salón de baile. En realidad, era más elegante que la Srta. Watson, aunque eso tenía sentido ya que Lucy le había comentado sobre las habilidades de baile de su amiga.
– Es por la forma en la que usted camina -agregó él, ya que ella parecía estar esperando una explicación más detallada.
Y tendría que conformarse con eso, porque él no iba a darle más vueltas a esa impresión.
– Oh. -y sus labios se movieron. Solo un poco. Pero fue lo suficiente. Y eso lo afectó -ella parecía feliz. Y comprendió que la mayoría de las personas no se expresaban de ese modo. Ellos se veían divertidos, o entretenidos, o satisfechos.
Lady Lucinda se veía feliz.
Prefería eso.
– Me pregunto, donde estará Hermione -dijo ella, mirándolo de esa forma tan suya.
– ¿Ella no vino con usted? -preguntó Gregory, sorprendido.
– Lo hizo. Pero entonces nos encontramos con Richard. Y él le pidió que bailara. Y no -agregó con énfasis-, lo hizo porque está enamorado de ella. Simplemente estaba siendo cortés. Eso es lo que uno hace por la amiga de una hermana.
– Yo tengo cuatro hermanas -le recordó-. Lo sé -pero entonces recordó-. Pensé que la Srta. Watson no sabía bailar.
– No sabe. Pero Richard no lo sabe. Nadie lo sabe. Excepto yo. Y usted. -Lo miró con un poco de urgencia-. Por favor no se lo diga a nadie. Se lo ruego. Hermione se mortificaría mucho.
– Mis labios están sellados -le prometió.
– Me imaginó que ellos fueron en busca de algo de beber -dijo Lucy, apoyándose ligeramente a un lado, como si tratara de vislumbrar la mesa de la limonada-. Hermione hizo un comentario sobre el calor. Esa es su excusa favorita. Casi siempre funciona cuando alguien le pide un baile.
– No los veo -dijo Gregory, siguiendo su mirada.
– No, usted no podría. -Se volvió hacia él, con un pequeño temblor en su cabeza-. No se por qué los estoy buscando. Eso fue hace rato.
– ¿Tan largo para que uno pueda beberse a sorbos una bebida?
Ella se rió entre dientes.
– No, Hermione puede demorarse bebiendo un vaso de limonada toda una noche cuando lo necesita. Pero pienso que Richard podría haber perdido su paciencia.
Gregory opinaba que su hermano se cortaría alegremente su brazo derecho, solo por tener la oportunidad de mirar fijamente a la Srta. Watson mientras ella pretendía beber su limonada, pero no ganaría nada al intentar convencer a Lucy de eso.
– Imagino que decidieron dar un paseo -dijo Lucy, con mucha indiferencia.
Pero Gregory inmediatamente se sintió ansioso.
– ¿Afuera?
Ella se encogió de hombros.
– Supongo. No creo que estén aquí en el salón de baile. Hermione no puede pasar desapercibida en una muchedumbre. Es por su pelo, ya sabe.
– ¿Pero usted cree que es prudente que hayan salido solos? -le insistió Gregory.
Lady Lucinda lo miraba como si no pudiera entender la urgencia en su voz.
– Ellos no están solos -dijo-. Por lo menos hay dos docenas de personas afuera. Yo eché un vistazo hacia el exterior de las puertas francesas.
Gregory se obligó a permanecer perfectamente quieto mientras consideraba que hacer. Claramente necesitaba encontrar a la Srta. Watson, y rápidamente, antes de que le ocurriera algo que pudiera ser irrevocable.
Irrevocable.
Jesús.
Las vidas podían cambiar en un solo instante. Si la Srta. Watson realmente hubiera salido con el hermano de Lucy… si alguien los sorprendía…
Un calor extraño comenzó a invadirlo, algo de rabia y celos, y completamente desagradable. La Srta. Watson podría estar en peligro… o quizás no. Quizás no le hubiera dado la bienvenida a los avances de Fennsworth…
No. No, no pudo haberlo hecho. Prácticamente se tragó ese pensamiento. La Srta. Watson pensaba que estaba enamorada de ese ridículo Sr. Edmonds, quienquiera que fuera. No recibiría con beneplácito los avances de Gregory o de Lord Fennsworth.
¿Pero si el hermano de Lucy estuviera aprovechando la oportunidad que no había tenido? Eso le dolió, y se alojó en su pecho como una bala de cañón -ese sentimiento, esa emoción, esa sangrienta… horrible… molesta…
– ¿Sr. Bridgerton?
Asquerosa. Definitivamente asquerosa.
– Sr. Bridgerton, ¿le pasa algo?
Él movió su cabeza, solo la pulgada que necesitaba para enfrentar a Lady Lucinda, pero aún así, le tomó varios segundos concentrarse en sus rasgos. Sus ojos se veían llenos de preocupación, su boca estaba apretada en una línea angustiada.
– Usted no se ve bien -dijo.
– Estoy bien -ladró él.
– Pero…
– Bien -le chasqueó evidentemente.
Ella se echó para atrás.
– Claro que lo está.
¿Cómo pudo haber hecho eso Fennsworth? ¿Cómo había logrado salir con la Srta. Watson? Él todavía era un bebé, por el amor de Dios, apenas si acababa de salir de la universidad, y nunca había estado en Londres. Y Gregory era… Bueno, era más experimentado que eso.
Debió haber prestado más atención.
Nunca debió haber permitido que sucediera esto.
– Quizás, debo ir en busca de Hermione -dijo Lucy, apartándose-. Al parecer usted prefiere estar solo.
– No -dijo él bruscamente, con un poco más de fuerza que lo estrictamente cortés-. Iré con usted. La buscaremos juntos.
– ¿Usted cree que eso es prudente?
– ¿Por qué no sería prudente?
– Yo… no lo sé. -Se detuvo, lo miró fijamente, sin parpadear, y finalmente dijo-: No creo que debamos hacerlo. Usted acaba de cuestionar la prudencia de Richard y Hermione por haber salido solos.
– Seguramente usted no debe buscar en la casa sola.
– Claro que no -dijo, como si él fuera un tonto por siquiera haber pensado en ello-. Voy a buscar a Lady Bridgerton.
¿Kate? Buen Dios.
– No haga eso -le dijo rápidamente. Y quizás un poco desdeñosamente, también, aunque esa no había sido su intención.
Pero ella claramente se dio cuenta porque su voz sonaba cortante cuando le preguntó:
– ¿Y por qué no?
Él persistió, con su tono bajo y urgente.
– Si Kate los encuentra, y están donde no deben estar, estarán casados en menos de una quincena. Tome nota de mis palabras.
– No sea absurdo. Por supuesto, que estarán donde deben estar -le siseó ella, y eso lo tomó desprevenido, porque nunca se le ocurrió que podría defenderse con tanto vigor.
– Hermione nunca se comportaría inapropiadamente -continuó con furias-. Y tampoco Richard, por si acaso. Él es mi hermano. Mi hermano.
– Él la ama -dijo Gregory.
– No. Él. No lo hace. -Buen Dios, parecía a punto de explotar-. Y aún cuando lo hiciera -le espetó-. Lo cual no hace, él nunca la deshonraría. Nunca. Jamás lo haría. No lo haría…
– ¿No haría qué?
Ella tragó saliva.
– No me haría eso a mí.
Gregory no podía creer en su candidez.
– Él no está pensando en usted, Lady Lucinda. De hecho, podría afirmar que usted no se le ha pasado por la mente ni una vez.
– Es horrible lo que me ha dicho.
Gregory se encogió de hombros.
– Él es un hombre enamorado. Por lo tanto, es un hombre insensible.
– Oh, ¿es así como funciona? -le espetó ella-. ¿Es lo que hace que usted sea insensible también?
– No -dijo él concisamente, y comprendió que en realidad era verdad. Ya se había acostumbrado a ese extraño fervor. Había recobrado el equilibrio. Y como un caballero de considerable experiencia, él era, aún cuando la Srta. Watson no estaba enterada, más fuerte para controlar sus impulsos que Fennsworth.
Lady Lucinda lo miró con desdeñosa impaciencia.
– Richard no está enamorado de ella. No se de que otra manera puedo explicárselo.
– Está equivocada -dijo él rotundamente. Había observado a Fennsworth durante días. Él había estado mirando a la Srta. Watson. Riéndose de sus chistes. Buscándole una bebida.
Tomando una flor silvestre, envolviéndosela detrás de la oreja.
Si ése no era amor, entonces Richard Abernathy era el más atento, cariñoso, y desinteresado hermano mayor en la historia del hombre.
Y como el también era una hermano mayor -quien había sido frecuentemente presionado a ser la pareja de baile de las amigas de sus hermanas- Gregory podía decir categóricamente, que no existía un hermano mayor, con tales niveles de atención y devoción.
Por supuesto, uno adoraba a su hermana, pero no sacrificaba cada minuto por causa de su mejor amiga, sin recibir a cambio algún tipo de compensación.
A menos que un patético y no correspondido amor factorizara en la ecuación.
– No estoy equivocada -dijo Lady Lucinda, luciendo muy a gusto al cruzar sus brazos-. Y voy a buscar a Lady Bridgerton.
Gregory cerró la mano alrededor de su muñeca.
– Ese sería un error de proporciones proverbiales.
Ella dio un tirón para zafarse, pero él no la soltó.
– No sea condescendiente conmigo -siseó ella.
– No lo soy. La estoy instruyendo.
Su boca literalmente cayó abierta. Realmente, de verdad, completamente abierta.
Gregory habría disfrutado de la vista, por lo tanto no estaba tan furioso con todo lo demás en el mundo.
– Usted es insoportable -dijo ella, una vez se hubo recobrado.
Él se encogió de hombros.
– De vez en cuando.
– Y equivocado.
– Bien hecho, Lady Lucinda. -Como de costumbre, Gregory no podía evitar admirar a alguien capaz de defenderse con el sarcasmo y una replica mordaz-. Pero probablemente admiraría mucho más sus habilidades verbales si no estuviera tratando de impedir que hiciera algo monumentalmente tonto.
Lo miró con los ojos entrecerrados, y dijo:
– No quiero volver a hablarle.
– ¿Nunca?
– Voy a buscar a Lady Bridgerton -anunció.
– ¿Me está buscando? ¿Para qué?
Esa era la última voz que Gregory quería escuchar.
Se volvió. Kate estaba de pie delante de ellos, mirando la escena con una ceja levantada.
Nadie dijo nada.
Kate miraba significativamente a la mano de Gregory, la cual estaba todavía envuelta alrededor de la mano de Lady Lucinda. La dejó caer, apartándose rápidamente.
– ¿Hay algo que deba saber? -preguntó Kate, y su voz era una mezcla absolutamente horrible de pregunta culta y mortal autoridad. Gregory recordó que su cuñada podía ser una formidable presencia cuando se lo proponía.
Lady Lucinda -por supuesto- habló inmediatamente.
– El Sr. Bridgerton parece creer que Hermione podría estar en peligro.
La conducta de Kate cambió al instante.
– ¿Peligro? ¿Aquí?
– No -chasqueó Gregory, aunque lo que en realidad quería decir era -voy a matarla. A Lady Lucinda, para ser preciso.
– No la he visto durante algún tiempo -continuó la irritante tonta-. Llegamos juntas, pero eso fue hace como una hora.
Kate echó un vistazo, su mirada se detuvo finalmente en las puertas que conducían al exterior.
– ¿No estará en el jardín? La mayor parte de la fiesta se ha movido hacia el exterior.
Lady Lucinda negó con la cabeza.
– No la he visto. La estaba buscando.
Gregory no dijo nada. Era como si estuviera mirando la destrucción del mundo ante sus propios ojos. Y en realidad, ¿Qué podría decir para detenerla?
– ¿No está afuera? -dijo Kate.
– No pensé que algo estuviera mal -dijo Lady Lucinda, muy oficiosamente-. Pero el Sr. Bridgerton se preocupó inmediatamente.
– ¿Lo hizo? -Kate se volvió rápidamente para mirarlo-. ¿Lo hiciste? ¿Por qué?
– ¿Podríamos hablar de esto en otro momento? -espetó Gregory.
Kate inmediatamente lo rechazó y miró directamente a Lucy.
– ¿Por qué se preocupó?
Lucy tragó saliva. Y entonces susurró:
– Pienso que ella podría estar con mi hermano.
Kate empalideció.
– Eso no es algo bueno.
– Richard nunca haría algo inapropiado -insistió Lucy-. Se lo prometo.
– Él está enamorado de ella -dijo Kate.
Gregory no dijo nada. La vindicación nunca se había sentido tan amarga.
Lucy miró a Kate y luego a Gregory, su expresión prácticamente rayaba en el pánico.
– No -susurró-. No, usted está equivocada.
– No estoy equivocada -dijo Kate seriamente-. Y tenemos que encontrarlos. Rápidamente.
Ella se volvió e inmediatamente y se dirigió hacia la puerta. Gregory la siguió, sus piernas largas mantenían el paso con la facilidad. Lady Lucinda parecía estar momentáneamente helada, y luego, saltando a la acción, se echó a correr detrás de los dos.
– Él nunca obligaría a Hermione a hacer nada -dijo ella urgentemente-. Se lo prometo.
Kate se detuvo. Se dio la vuelta. Miró a Lucy, su expresión era franca y quizás un poco triste también, como si reconociera que la mujer más joven estuviera, en ese momento, perdiendo una parte de su inocencia y que ella, Kate, sentía que tenía que ser la que le diera el golpe.
– Él podría no hacerlo -dijo Kate con voz queda.
Forzarla. Kate no lo dijo, pero las palabras quedaron en el aire de todas maneras.
– Él no podría hacerlo… Que…
Gregory se dio cuenta del momento en que ella lo comprendió. Sus ojos, siempre tan cambiantes, nunca le habían parecido más grises.
Heridos.
– Tenemos que encontrarlos -susurró Lucy.
Kate asintió con la cabeza, y los tres salieron del cuarto silenciosamente.