Capítulo 4

En el cual nuestra heroína ofrece su consejo, nuestro héroe lo toma, y todos comen mucho pastel.


Él estaba haciéndolo todo mal.

Lucy miró sobre le hombro del Sr. Berbrooke, intentando no fruncir el ceño. El Sr. Bridgerton estaba haciendo un valiente esfuerzo por ganarse el favor de Hermione, y Lucy tenía que admitir que bajo circunstancias normales, con una mujer diferente, él seguramente habría tenido éxito. Lucy pensó en muchas de las muchachas que conocía de la escuela, cada una de ellas estaría completamente enamorada de él. Todas, de hecho.

Pero no Hermione.

Él se estaba esforzando mucho. Estaba siendo demasiado atento, demasiado concentrado… demasiado… demasiado… Bien, demasiado enamorado, bastante francamente, o por lo menos estaba demasiado encaprichado.

El Sr. Bridgerton era encantador, era guapo, y obviamente también muy inteligente, pero Hermione había visto todo eso antes. Lucy ni siquiera podía empezar a contar el número de caballeros que habían perseguido a su amiga de la misma manera. Algunos eran ingeniosos, otros serios. Le daban flores, poesías, dulces, incluso uno le había traído un cachorro (que al instante había sido rechazado por la madre de Hermione, quien le había informado al pobre caballero que el hábitat natural de los perros no incluía alfombras Aubusson, porcelanas de oriente, o a ella misma)

Pero al final, todos eran lo mismo. Eran concientes de cada palabra suya, la miraban fijamente como si fuera una diosa griega que hubiera bajado a la tierra, y todos caían los unos sobre otros en un esfuerzo de ofrecer los más ingeniosos y románticos cumplidos para derramarlos sobre sus hermosas orejas. Y nunca parecían notar lo poco originales que eran.

Si el Sr. Bridgerton verdaderamente deseaba conseguir el interés de Hermione, tenía que hacer algo diferente.

– ¿Más pastel de grosellas, Lady Lucinda? -preguntó el Sr. Berbrooke.

– Sí, por favor -murmuró Lucy, solo para mantenerlo ocupado en rebanar mientras ella reflexionaba lo que iba a hacer después. Realmente no quería que Hermione desperdiciara su vida con el Sr. Edmonds, y de verdad, el Sr. Bridgerton era perfecto. Es solo que necesitaba un poco de ayuda.

– ¡Oh, mire! -exclamó Lucy-. Hermione no tiene nada de pastel.

– ¿Nada de pastel? -jadeó el Sr. Berbrooke.

Lucy batió sus pestañas hacia él, no era una actitud con la que tuviera mucha práctica o habilidad.

– ¿Sería tan amable de servirle un poco?

Cuando el Sr. Berbrooke asintió, Lucy se puso de pies.

– Creo que voy a estirar las piernas -anunció ella-. Hay unas flores preciosas en el lado más apartado del campo. Sr. Bridgerton, ¿conoce algo sobre la flora local?

Él la miró, sorprendido por su pregunta.

– Un poco -pero no se movió.

Hermione estaba ocupada asegurándole al Sr. Berbrooke que adoraba el pastel de grosellas, entonces Lucy se aprovechó del momento, y señaló con la cabeza a las flores, dándole esa clase de mirada urgente al Sr. Bridgerton, que generalmente significaba: «Venga conmigo ahora».

Por un momento él parecía estar un poco confundido, pero se recuperó rápidamente y se incorporó.

– ¿Me permite hablarle un poco del paisaje, Lady Lucinda?

– Eso sería maravilloso -dijo ella, quizás con un toque demasiado entusiasta. Hermione la miraba fijamente con mucha sospecha. Pero Lucy sabía que no iba a ofrecerse a acompañarlos; eso animaría al Sr. Bridgerton a creer que ella deseaba su compañía.

Así que Hermione se quedaría con el Sr. Berbrooke y el pastel. Lucy se encogió de hombros. Era lo justo.

– Esa, creo, que es una margarita -dijo el Sr. Bridgerton, una vez habían cruzado el campo-. Y esa de hojas azules, realmente, no se como se llama.

– Delphinium -dijo Lucy animadamente-. Y sepa que no lo llamé para que hablara de flores.

– Tenía esa impresión.

Ella decidió ignorar su tono.

– Deseo darle un consejo.

– De verdad -pronunció él con lentitud. Pero no había sido una pregunta.

– De verdad.

– ¿Y cual puede ser su consejo?

Realmente no había forma de hacerlo sonar mejor de lo que era, por eso lo miró a los ojos y le dijo:

– Lo está haciendo todo mal.

– Perdón -dijo él rígidamente.

Lucy sofocó un gemido. Ahora había pinchado su orgullo, y él seguramente se pondría insufrible.

– Si desea conquistar a Hermione -dijo-, tiene que hacer algo diferente.

El Sr. Bridgerton la miró fijamente con una expresión que prácticamente rayaba en el desprecio.

– Soy capaz de hacerme cargo de mis propios cortejos.

– Estoy segura de que lo es… con otras damas. Pero Hermione es diferente.

Él permaneció en silencio, y Lucy sabía que había ganado un punto. Él también pensaba que Hermione era diferente, hacerlo comprender el resto no iba a ser tan difícil.

– Todos han hecho lo que usted hace -dijo Lucy, echando un vistazo hacia el picnic para asegurarse de que ni Hermione, ni el Sr. Berbrooke pudieran unírseles a ellos-. Todos.

– A un caballero le encanta ser comparado con la manada -murmuró el Sr. Bridgerton.

Lucy tenía un sinnúmero de respuesta para eso, pero las guardó en su mente, para ocuparse de la tarea que estaba llevando a cabo y dijo:

– Usted no puede actuar como ellos. Necesita apartarse.

– ¿Y como propone que yo haga eso?

Ella tomó aliento. A él no le iba a gustar su respuesta.

– Usted debería dejar de ser… tan devoto. No la trate como una princesa. De hecho, lo mejor sería que la dejara sola un par de días.

Su expresión se tornó desconfiada.

– ¿Y permitir que otro caballero se aproveche?

– De cualquier modo, lo harán -dijo ella en una voz confiada-. No hay nada que usted pueda hacer.

– Estupendo.

Lucy avanzó laboriosamente.

– Si usted se retira, Hermione tendrá curiosidad de conocer la razón.

El Sr. Bridgerton parecía dudoso, por eso ella continuó con:

– No se preocupe, ella sabrá que usted está interesado. Cielos, después de hoy, tendría que ser una idiota para no notarlo.

Él frunció el ceño ante eso, y la propia Lucy no podía creer que estuviera hablándole con tal franqueza a un hombre que apenas conocía, pero los momentos desesperados requerían medidas… o discursos desesperados.

– Lo sabrá, se lo prometo. Hermione es muy inteligente. Aunque nadie parece notarlo. La mayoría de los hombres no ven más allá de su rostro.

– Me gustaría conocer lo que piensa -dijo él suavemente.

Algo en su tono golpeó a Lucy directamente en su pecho. Levantó la mirada, se encontró con sus ojos, y tenía el extraño presentimiento de que estaba en otra parte, y él estaba en otra parte, y el mundo giraba alrededor de ellos.

Él no se parecía a los otros caballeros que ella conocía. No estaba segura por qué, con exactitud, solo que había algo más en él. Algo diferente. Algo que le hacía sentir un dolor, en lo más profundo de su pecho.

Y por un momento pensó que podía llorar.

Pero no lo hizo. Porque, en realidad, no podía. De cualquier modo, no era esa clase de mujer. No deseaba hacerlo. Y seguramente no quería llorar, cuando parecía no conocer la razón para hacerlo.

– ¿Lady Lucinda?

Había permanecido en silencio demasiado tiempo. Era muy extraño en ella, y:

– Ella no deseará permitirle a usted -dijo bruscamente-, conocer su mente, quiero decir. Pero usted puede… -se aclaró la garganta, pestañeó, recobró su concentración, y entonces puso los ojos firmemente sobre el pequeño lugar lleno de margaritas que chispeaban bajo el sol-. Usted puede convencerla de otra manera -continuó-. Estoy segura de que usted puede. Si es paciente. Y es auténtico.

Él no le dijo nada inmediatamente. No se escuchaba más que el sonido débil de la brisa. Y entonces, con voz queda, preguntó:

– ¿Por qué me está ayudando?

Lucy se volvió hacia él y se aseguró que en esa ocasión la tierra permaneciera firme bajo sus pies. Se sentía ella misma de nuevo, rápida, sin decir cosas sin sentido, y práctica con sus defectos. Y él simplemente era otro caballero en disputa por la mano de Hermione.

Todo era normal.

– Si no es usted, será el Sr. Edmonds -dijo ella.

– Entonces ese es su nombre -murmuró él.

– Es el secretario de su padre -le explicó-. No es un mal hombre, y no piense que él simplemente está detrás de su dinero, pero cualquier tonto podría darse cuenta que usted es un mejor partido.

El Sr. Bridgerton inclinó la cabeza a un lado.

– Por qué, me pregunto, ¿eso sonó como si hubiera llamado tonta a la Srta. Watson?

Lucy se volvió hacia él con los ojos acerados.

– Nunca cuestione mi devoción hacia Hermione. Yo no podría… -dirigió una mirada rápida hacia Hermione para asegurarse de que no estaba mirándola antes de bajar la voz y continuar-: Creo que no podría quererla más, aunque fuera mi hermana de sangre.

Para su crédito, el Sr. Bridgerton le ofreció una inclinación respetuosa y dijo:

– La he ofendido. Discúlpeme.

Lucy tragó saliva con incomodidad cuando reconoció sus palabras. Él parecía como si en realidad estuviera hablando en serio, lo cual la calmó enormemente.

– Hermione significa mucho para mí -dijo ella. Pensó en las vacaciones escolares que había pasado con la familia Watson, y en las solitarias visitas a su casa. Sus regresos nunca habían parecido coincidir con los de su hermano, y Fennsworth Abbey había sido un lugar frío y restrictivo, al tener solo a su tío como única compañía.

Robert Abernathy había cumplido siempre su deber con ellos, pero era más bien frío y restrictivo. La casa significaba, largos paseos solitarios, solitarias lecturas interminables, incluso comidas solitarias, ya que el tío Robert nunca había mostrado ningún interés en cenar con ella. Cuando él le había informado a Lucy que asistiría al establecimiento de la Señorita Moss, su impulso inicial fue poner sus brazos alrededor de él y decirle: Gracias, Gracias ¡Gracias!

Solo que nunca lo había abrazado antes, en ninguno de los años en los que había sido su tutor. Y además, se había sentado detrás de su escritorio, y había vuelto su atención a los papeles que estaban frente a él. Lucy había sido despedida.

Cuando llegó a la escuela, se sumergió en su nueva vida como estudiante. Y había adorado cada momento. Era tan maravilloso tener personas con quien hablar. Su hermano Robert se había marchado a Eton a los diez años, incluso antes de que su padre hubiera fallecido, y ella había estado vagando en los pasillos de la Abadía, por casi una década, sin siquiera tener a una oficiosa institutriz como compañía.

Le había caído bien a la gente de la escuela. Esa había sido la mejor parte de todo. En su casa no era más que alguien sin importancia, mientras que en la Escuela de la Srta. Moss para las Jóvenes Damas Excepcionales, las estudiantes habían buscado su compañía. Le hacían preguntas y de verdad se quedaban esperando para escuchar sus respuestas. Quizás Lucy no había sido la abeja reina de la escuela, pero había sentido que pertenecía a un lugar, y eso era lo que le importaba.

A ella y Hermione se les había asignado compartir un cuarto en su primer año en la escuela de la Srta. Moss, y su amistad había sido casi instantánea. Al anochecer de ese primer día, ambas habían sonreído y charlado como si se hubieran conocido de toda la vida.

Hermione la había hecho sentir… mejor, de algún modo. No era solo su amistad, era el conocimiento de su amistad. A Lucy le gustaba ser la mejor amiga de alguien. Le gustaba tener una, también, por supuesto, pero le agradaba saber que en todo el mundo, había alguien a quien prefería por encima de los demás. La hacía sentir segura.

Cómoda.

En realidad, era un sentimiento parecido al que había mencionado el Sr. Bridgerton cuando había hablado sobre su familia.

Sabía que podía contar con Hermione. Y Hermione sabía que podía contar con ella. Y no conocía a otra persona en el mundo, de la que pudiera decir lo mismo. Su hermano, quizás. Richard siempre vendría en su ayuda si lo necesitaba, pero se veían en muy pocas ocasiones en esos días. Era una lástima, realmente. Habían sido muy cercanos en su niñez. Además en Fennsworth Abbey, raramente había alguien distinto con quien jugar, por eso no les había quedado otra opción que permanecer unidos. Afortunadamente, se llevaban bien, la mayor parte del tiempo.

Forzó a su mente de vuelta al presente y miró al Sr. Bridgerton. Estaba bastante quieto, la miraba con una expresión de educada curiosidad, y Lucy tenía el extraño presentimiento de que si le decía todo -sobre Hermione, Richard y Fennsworth Abbey, y lo maravilloso que había sido ir a la escuela…

La habría entendido. Era imposible que no lo hiciera, viniendo de una enorme y famosa familia unida. Posiblemente él no sabía lo que era estar solo, para tener algo que decir que nadie más podía decirlo. Pero de alguna manera -lo veía en sus ojos, que ahora estaban repentinamente más verdes de lo que había notado, y tan concentrados en su rostro…

Tragó saliva. Por el amor de Dios, ¿Qué le estaba sucediendo, que ni siquiera lograba terminar sus propios pensamientos?

– Solo deseo que Hermione sea feliz -logró decir ella-. Espero que usted pueda comprenderlo.

Él asintió con la cabeza, y volvió la mirada hacia el picnic.

– ¿Podemos reunirnos con los demás? -preguntó. Sonriendo con tristeza-. Creo que el Sr. Berbrooke le ha dado de comer tres pedazos de pastel a la Srta. Watson.

Lucy sentía como la risa burbujeaba en su interior.

– Oh Dios.

Su tono era encantadoramente dulce cuando dijo:

– Por el bien de su salud, si no hay nada más que decir, debemos regresar.

– ¿Pensará en lo que le comenté? -preguntó Lucy, permitiendo que él pusiera la mano en su brazo.

Él asintió con la cabeza.

– Lo haré.

Se sintió apretándolo un poco más fuerte.

– Tengo razón en esto. Le prometo que la tengo. Nadie conoce a Hermione mejor que yo. Y nadie más ha visto a todos esos caballeros tratando -y fallando- de ganar su corazón.

Él se volvió, y clavó los ojos en los suyos. Por un momento permanecieron completamente quietos, y Lucy comprendió que él estaba evaluándola, midiéndola de una manera que debería haberla incomodado.

Pero no lo había hecho. Y eso había sido algo muy extraño. La miraba fijamente como si pudiera ver su alma, y no se sentía ni siquiera un poco incómoda. De hecho, se sentía extrañamente… bien.

– Me honraría el aceptar su consejo con relación a la Srta. Watson -dijo él, volviéndose para que ellos pudieran regresar hacia el lugar del picnic-. Y le agradezco que me haya ofrecido su ayuda para lograr conquistarla.

– Se lo a… agradezco -tartamudeó Lucy, porque en realidad, ¿no había sido esa su intención?

Pero entonces comprendió que ya no se sentía tan bien.


* * * * *

Gregory siguió el consejo de Lady Lucinda al pie de la letra. Esa noche, no se acercó a la Srta. Watson en el salón de reuniones donde todos los invitados se habían congregado antes de la cena. Cuando se dirigieron al comedor, no hizo ningún esfuerzo por interferir con el orden social y no había cambiado su asiento para poder sentarse al lado de ella. Y una vez que los caballeros habían regresado de su área y se habían unido a las damas en el conservatorio para un recital de piano, tomó asiento en la parte de atrás, aunque ella y Lady Lucinda estaban sentadas bastante solitarias, y habría sido muy fácil -incluso, esperado- para él, detenerse y murmurar sus saludos cuando pasara a su lado.

Pero no, se había comprometido con su posible esquema malaconsejado, y se había quedado en la parte trasera del cuarto. Observó como la Señorita Watson se encontraba sentada tres filas adelante, y luego se sentó en su silla, permitiéndose finalmente la indulgencia de mirar su nuca.

Lo cual había sido un pasatiempo perfectamente pleno, si no fuera completamente incapaz de pensar en algo diferente a su absoluta falta de interés. En él.

Verdaderamente, podían crecerle dos cabezas y una cola y él no hubiera recibido nada más que una educada media sonrisa, que ella parecía ofrecerle a todo el mundo. Si acaso.

Esa no era la clase de reacción que Gregory estaba acostumbrado a recibir de las mujeres. No esperaba la adulación universal, pero en realidad, cuando hacía un esfuerzo, normalmente conseguía buenos resultados.

Realmente, esto era condenadamente irritante.

Y cuando miró a las dos mujeres, deseando que se volvieran, que se revolvieran, o hicieran algo que le indicara que estaban conscientes de su presencia. Finalmente, después de tres conciertos y una fuga, Lady Lucinda se revolvió lentamente en su asiento.

Podía imaginar lo que estaba pensando con facilidad.

Lentamente, lentamente, actúa como si estuvieras mirando la puerta para ver si alguien ha entrado. Solo observa ligeramente al Sr. Bridgerton…

Él levantó su vaso para saludarla.

Ella jadeó, o por lo menos él esperaba que lo hubiera hecho, y se dio la vuelta rápidamente.

Sonrió. Probablemente no debería disfrutar de su sufrimiento, pero de verdad, era de lejos el único momento brillante de toda la noche.

En cuanto a la Señorita Watson -si ella podía sentir el calor de su mirada, no daba ninguna indicación. A Gregory le hubiera gustado pensar que ella estaba ignorándolo cuidadosamente, lo que por lo menos le habría indicado alguna clase de conciencia. Pero cuando observó su mirada vagaba alrededor del cuarto, inclinando la cabeza de vez en cuando para susurrarle algo en el oído de Lady Lucinda, se puso dolorosamente claro, que ella no estaba ignorándolo en absoluto. Eso podría implicar que había notado su presencia.

Lo cual, obviamente no había hecho.

Gregory sentía sus mandíbulas apretadas. Si bien, no dudaba de las buenas intenciones detrás del consejo de Lady Lucinda, este había sido evidentemente terrible. Y con solo cinco días que iba a durar la fiesta de la casa, había perdido un tiempo valioso.

– Luces aburrido.

Se volvió. Su cuñada se había deslizado en el asiento que estaba a su lado y estaba hablando en voz baja para no interferir con la presentación.

– Ese es un verdadero golpe para mi reputación como anfitriona -agregó ella secamente.

– No lo estoy -murmuró él-. Eres espléndida como siempre.

Kate se volvió hacia delante y se quedó callada un momento antes de decir:

– Ella es muy bonita.

Gregory no se molestó en pretender, que no sabía de quien estaba hablando. Kate era demasiado inteligente para eso. Pero eso no significaba que tenía que animar su conversación.

– Lo es -dijo él simplemente, manteniendo los ojos hacia el frente.

– Mi sospecha -dijo Kate-. Es que su corazón está comprometido con alguien más. Ella no ha animado ninguna de las atenciones de los caballeros, y todos ellos ciertamente lo han intentado.

Gregory sentía como se tensaba su mandíbula.

– He escuchado -continuó Kate, seguramente consciente de que estaba siendo un fastidio, aunque eso no parecía detenerla-, que se ha comportado de ese modo en toda la primavera. La muchacha no da ninguna indicación de querer casarse.

– Se cree enamorada del secretario de su padre -dijo Gregory. Porque, en realidad, ¿Qué iba a ganar con mantener el secreto? Kate encontraría la manera de averiguarlo todo. Y quizás ella podría servirle de ayuda.

– ¿En serio? -su voz sonó demasiado fuerte, y tuvo que murmurarle algunas disculpas a sus invitados-. ¿En serio? -dijo otra vez, con voz queda-. ¿Cómo lo sabes?

Gregory abrió la boca para contestarle, pero Kate contestó su propia pregunta.

– Ah, claro -dijo-. Fue Lady Lucinda. Ella debe saberlo todo.

– Todo -confirmó Gregory secamente.

Kate ponderó esa información un rato, y entonces declaró lo obvio.

– Sus padres no deben estar felices por eso.

– No sé si ellos lo saben.

– Oh Dios. -Kate parecía impresionada por ese pequeño chisme, por eso Gregory se volvió para mirarla. Efectivamente lo estaba, sus ojos estaban muy abiertos y brillaban.

– Trata de comportarte -dijo él.

– Pero eso es lo más excitante que he tenido en toda la primavera.

La miró directamente a los ojos.

– Necesitas encontrar una afición.

– Oh, Gregory -dijo ella, dándole un ligero codazo-. No permitas que el amor te vuelva materialista. Eres muy divertido para eso. Sus padres nunca le permitirán casarse con el secretario, y ella no tiene escapatoria. Solo debes esperarla.

Él soltó una irritada exhalación.

Kate lo palmeó para confortarlo.

– Lo sé, lo sé; deseas arreglarlo todo de una vez. Tu clase nunca tiene paciencia.

– ¿Mi clase?

Le dio un golpecito en la mano, lo que consideró claramente como una respuesta.

– De verdad, Gregory -dijo-. Esto es por tu bien.

– ¿Qué ella esté enamorada de alguien más?

– Deja de ser tan dramático. Lo que quiero decir, es que te dará tiempo para aclarar tus sentimientos por ella.

Gregory pensó en como se sentía golpeado en el estómago, cada vez que la miraba. Buen Dios, especialmente a su nuca, aunque sonara raro. No podía imaginar que necesitaba tiempo. Esto era todo lo que había imaginado que podía ser el amor. Enorme, súbito, y absolutamente estimulante.

Y de algún modo, aplastante al mismo tiempo.

– Me sorprendí cuando no me pediste que te sentara a su lado en la cena -murmuró Kate.

Gregory observó la parte de atrás de la cabeza de Lady Lucinda.

– Puedo arreglarlo para mañana, si lo deseas -le ofreció Kate.

– Hazlo.

Kate asintió.

– Sí, yo… Oh, aquí estamos. La música ha llegado a su fin. Presta atención ahora, y mostremos nuestra cortesía.

Se puso de pie para aplaudir, al igual que ella.

– ¿Alguna vez no has charlado todo el tiempo durante un recital de música? -preguntó él, manteniendo su mirada hacia el frente.

– Tengo una curiosa aversión por ellos -dijo ella. Pero entonces, sus labios se curvaron en una perversa sonrisita-. Y una nostálgica clase de cariño, también.

– ¿De verdad? -ahora estaba interesado.

– No digo mentiras, por supuesto -murmuró ella, tratando de no mirarlo-. Pero en realidad, ¿alguna vez me has visto asistiendo a la ópera?

Gregory levantó las cejas. Claramente había una cantante de ópera en alguna parte del pasado de su hermano. Y de todos modos, ¿Dónde estaba su hermano? Anthony parecía haber desarrollado un notable talento para evitar la mayoría de las funciones sociales de la fiesta de la casa. Gregory solo lo había visto dos veces después de su entrevista, la noche en que había llegado.

– ¿Y donde está el deslumbrante Lord Bridgerton? -preguntó.

– Oh, en alguna parte. No lo sé. Nos encontramos al final del día que es todo lo que importa. -Kate se volvió hacia él con una sonrisa notablemente serena. Molestamente serena-. Debo mezclarme con los demás -dijo, sonriéndole como si no le importara nada en el mundo-. Que la pases bien -dijo y luego se marchó.

Gregory lo dudaba, conversando cortésmente con algunos invitados, mientras miraba furtivamente a la Srta. Watson. Ella estaba charlando con dos caballeros jóvenes -ambos, eran dos tontos fastidiosos- mientras Lady Lucinda permanecía educadamente a su lado. Y si bien la Srta. Watson no parecía estar coqueteando con ellos, era cierto que les estaba prestando más atención que la que él había recibido en toda la noche.

Y allí estaba Lady Lucinda, sonriendo hermosamente, ocupándose de todo.

Gregory estrechó los ojos. ¿Acaso ella lo había traicionado? No parecía ser de ese tipo de mujer. Pero entonces recordó, que solo la conocía hace veinticuatro horas. ¿Qué tanto la conocía en realidad? Quizás ella tenía una segunda intención. Y podría ser una excelente actriz, con oscuros y misteriosos secretos yaciendo debajo de su superficie…

Oh, pero que estaba pensando. Se estaba volviendo loco. Apostaría hasta su último penique en que Lady Lucinda no mentiría ni siquiera para salvar su vida. Ella era clara y abierta, y no era definitivamente misteriosa. Lo había hecho con buenas intenciones, estaba seguro de eso.

Pero su consejo había sido terrible.

Captó su mirada. Una débil expresión de disculpa parecía revolotear por su rostro, y pensó que ella podía haberse encogido de hombros.

¿Encogido de hombros? ¿Qué demonios significaba eso?

Dio un paso adelante.

Entonces se detuvo.

Luego pensó en dar otro paso.

No.

Sí.

No.

¿Quizás?

Maldición. No sabía que hacer. Era una sensación singularmente desagradable.

Volvió su mirada hacia Lady Lucinda, asegurándose de que su expresión no fuera de dulzura y luminosa. En realidad, todo había sido culpa de ella.

Pero claro, ahora no estaba mirándolo.

No cambió su mirada.

Ella se volvió. Abrió los ojos como platos, ojalá con alarma.

Bueno, ahora estaban llegando a alguna parte. Si no pudiera sentir la bendición de la mirada de la Srta. Watson, entonces por lo menos, podría hacer que Lady Lucinda sintiera su propia miseria.

En verdad, había momentos que no requerían madurez y tacto.

Permaneció en el extremo del cuarto, empezando a disfrutarlo finalmente. Había algo perversamente entretenido en imaginar a Lady Lucinda como una pequeña liebre indefensa, sin estar segura de donde o cuando podría encontrar su final intempestivo.

Era claro, que Gregory no podía asignarse nunca el papel de cazador. Su pésima puntería le garantizaba que no podría dispararle a nada que se moviera, y era algo condenadamente bueno, que él no fuera responsable de buscar su propia comida.

Pero podía imaginarse como un zorro.

Sonrió, era su primera sonrisa de la noche.

Y entonces supo que los destinos estaban de su lado, porque vio a Lady Lucinda disculpándose y saliendo por la puerta del conservatorio, probablemente para ocuparse de sus necesidades. Como Gregory estaba solo en la esquina trasera, nadie notó cuando salió del cuarto por la otra puerta.

Y cuando Lady Lucinda pasó por la puerta de la biblioteca, él pudo darle un tirón sin hacer ningún ruido.

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