En el que el amor triunfa -pero no para nuestro héroe y heroína.
Lucy siguió a Lady Bridgerton y a Gregory por el vestíbulo, intentando contener la ansiedad que sentía creciendo dentro de ella. Su estómago se sentía raro, su respiración no muy bien.
Y su mente no estaba lo suficientemente clara. Necesitaba enfocarse en el asunto a mano. Sabía que tenía que prestarle su total atención a la búsqueda, pero se sentía como si una parte de su mente se mantuviera apartada -aturdida, aterrada, e incapaz de escapar de una horrible sensación de premonición.
Lo cual no lograba entender. ¿No quería que Hermione se casara con su hermano? ¿Acaso no le había dicho al Sr. Bridgerton que ese emparejamiento, además de improbable, sería extraordinario? Hermione sería su hermana de nombre, no solo de sentimiento, y Lucy no podría imaginar nada más digno. Pero aún así, se sentía…
Intranquila.
Y un poco molesta también.
Y culpable. Por supuesto. ¿Porque con qué derecho tenía que sentirse enfadada?
– Deberíamos buscarla por separado -dijo el Sr. Bridgerton, una vez que habían dado la vuelta por varias esquinas, y los sonidos del baile de máscaras se habían atenuado en la distancia. Se quitó la máscara, y las dos damas siguieron su ejemplo, dejando las tres en una pequeña mesa que estaba en un rincón retirado del vestíbulo.
Lady Bridgerton agitó la cabeza.
– No podemos. Tú no puedes encontrarlos solo -le dijo ella a él-. No deseo ni siquiera pensar en lo que le ocurriría a la Srta. Watson al ser encontrada sola con dos caballeros solteros.
Sin mencionar su reacción, pensó Lucy. El Sr. Bridgerton le parecía ser un hombre temperamental; por eso no estaba segura de que pudiera encontrar a ese par solos sin tomar cartas en el asunto al pensar que debía defender el honor y la virtud, lo cual siempre conducía al desastre. Siempre. Aunque dada la profundidad de sus sentimientos por Hermione, su reacción podría ser un poco menos por el honor y la virtud, y un poco más por la ira de los celos.
Aún peor, pues aunque al Sr. Bridgerton le hiciera falta la habilidad de disparar una bala en línea recta, Lucy no tenía ninguna duda de que podía poner un ojo negro con una velocidad letal.
– Y ella no puede estar sola -continúo Lady Bridgerton, señalando a Lucy-. Está oscuro. Y vacío. Los caballeros llevan máscaras puestas, por el amor de Dios. Eso los hace perder la consciencia.
– Yo no sabría donde buscar, tampoco -agregó Lucy. Era una casa enorme. Había estado allí casi una semana, pero dudaba que hubiera visto la mitad de ella.
– Debemos permanecer juntos -dijo Lady Bridgerton firmemente.
El Sr. Bridgerton parecía como si quisiera discutir, pero controló su temperamento y en su lugar dijo:
– Bien. No perdamos el tiempo, entonces. -Se alejó, sus largas piernas establecieron un ritmo que ninguna de las dos mujeres podían seguir con facilidad.
Tiró de las puertas para abrirlas, y las dejó colgando entreabiertas, dirigiéndose tan rápidamente hacia el siguiente cuarto como para dejar las cosas como las había encontrado. Lucy corrió detrás de él, revisando los cuartos del otro lado del vestíbulo. Lady Bridgerton se adelantó, para hacer exactamente lo mismo.
– ¡Oh! -Lucy saltó hacia atrás, cerrando de un golpe la puerta.
– ¿Los encontraste? -le exigió el Sr. Bridgerton. Él y Lady Bridgerton fueron inmediatamente a su lado.
– No -dijo Lucy, ruborizándose profundamente. Tragó saliva-. Era alguien más.
Lady Bridgerton gimió.
– Buen Dios. Por favor dígame que no es una dama soltera.
Lucy abrió la boca, pero pasaron varios segundos antes de que dijera:
– No lo sé. Es por las máscaras, usted comprenderá.
– ¿Tenían puestas las máscaras? -preguntó Lady Bridgerton-. Entonces están casados. Pero no mutuamente.
Lucy quería preguntarle desesperadamente la razón por la cual había sacado esa conclusión, pero no sabía como hacerlo, y además, el Sr. Bridgerton desvió sus pensamientos al pasar en frente de ella y darle un tirón a la puerta para abrirla. Un chillido femenino resonó en el aire, seguido por una enfadada voz masculina, profiriendo palabras que Lucy no se atrevería a repetir.
– Lo siento -gruñó el Sr. Bridgerton-. Continúen -cerró la puerta-. Era Morley -anunció-. Y la esposa de Winstead.
– Oh -dijo Lady Bridgerton, separando los labios con sorpresa-. No tenía idea.
– ¿Tenemos que hacer algo? -preguntó Lucy. Cielo Santo, había personas cometiendo adulterio a unos metros de ella.
– Eso es problema de Winstead -dijo el Sr. Bridgerton severamente-. Tenemos nuestros propios asuntos que arreglar.
Los pies de Lucy permanecieron arraigados en el piso mientras él se alejaba de nuevo, corriendo por el vestíbulo. Lady Bridgerton miró la puerta, como si quisiera abrirla y asomarse adentro, pero al final suspiró y siguió a su cuñado.
Lucy solo miraba fijamente la puerta, intentando deducir lo que eso significaba para su mente. La pareja sobre la mesa -sobre la mesa, por el amor de Dios- había sido una sorpresa, pero algo más la molestaba. Algo sobre la escena no estaba correcto. Fuera de lugar. Fuera de contexto.
O quizás estaba recordando algo.
¿Qué era?
– ¿Viene? -la llamó Lady Bridgerton.
– Sí -contestó Lucy. Y entonces se aprovechó de su inocencia y juventud y agregó-: Es el susto, ya sabe. Solo necesito un momento.
Lady Bridgerton le ofreció una mirada de simpatía y asintió, pero continuó con su trabajo, inspeccionando los cuartos del lado izquierdo del vestíbulo.
¿Qué había visto? Un hombre y una mujer, por supuesto, y la mencionada mesa. Dos sillas, rosas. Un sofá, rayado. Y una mesa, con un jarrón de flores cortadas…
Flores.
Eso era.
Sabía donde estaban.
Si ella estaba equivocada, y los demás tenían razón, y su hermano realmente estaba enamorado de Hermione, solo había un lugar al que él habría tratado de llevarla para convencerla en retornarle sus sentimientos.
El naranjero. Estaba al otro lado de la casa, lejos del salón de baile. Y estaba lleno, no solo con árboles de naranja, sino con flores. Plantas tropicales vistosas que le debieron haber costado a Lord Bridgerton una fortuna al importarlas. Elegantes orquídeas. Rosas raras. Incluso, humildes flores silvestres, traídas y replantadas con cuidado y devoción.
No había un lugar más romántico bajo la luz de la luna, y no había otro lugar en el que su hermano se sintiera más a gusto. Él amaba las flores. Siempre lo había hecho, y poseía una memoria asombrosa para recordar sus nombres, científicos y comunes. Siempre estaba recogiendo algunas, buscando alguna clase de información rara -cual se abría bajo la luz de la luna, cual se relacionaba con tal planta traída desde Asia. Lucy siempre lo había encontrado tedioso, pero podía darse cuenta como se podría ser romántico, si no era del hermano de uno del que se estaba hablando.
Miró el vestíbulo. Los Bridgertons se habían detenido para hablar entre ellos, y Lucy podía darse cuenta por sus posturas, que su conversación era intensamente sentida.
¿No sería mejor si ella fuera a encontrarlos sola? ¿Sin cualquiera de los Bridgerton?
Si Lucy los encontraba, podría advertirles y alejar el desastre. Si Hermione quería casarse con su hermano… bueno, podría ser su opción, no algo que tuviera que hacer por haber sido sorprendida inesperadamente.
Lucy sabía como llegar al naranjero. Podría llegar allí en minutos.
Se dirigió cautelosamente hacia el salón de baile. Ni Gregory, ni Lady Bridgerton parecieron darse cuenta.
Tomó su decisión.
Seis pasos callados, apoyándose cuidadosamente en la esquina. Y entonces -una mirada rápida hacia el vestíbulo- se escapó.
Y corrió.
Se recogió las faldas y corrió como el viento, o a lo mejor, tan rápido como posiblemente podía con su pesado vestido de baile. No tenía ni idea de cuanto tiempo tendría antes de que los Bridgertons notaran su ausencia, y aunque no supieran a donde se dirigía, no tenía duda de que la encontrarían. Todo lo que Lucy tenía que hacer era encontrar a Richard y a Hermione primero. Si pudiera encontrarlos, y advertirlos, podría sacar a Hermione por la puerta y reclamarle por haberse encontrado sola con Richard.
No tendría mucho tiempo, pero podía hacerlo. Sabía que podía.
Salió y entró al vestíbulo oriental, girando alrededor de una esquina mientras comenzaba nuevamente a correr. Sus pulmones empezaron a arder, y su piel se humedeció con la transpiración debajo de su vestido. Pero no redujo su paso. Ya no estaba lejos. Podía hacerlo.
Sabía que podía.
Tenía que hacerlo.
Y entonces, sorprendentemente, estaba allí, ante las pesadas puertas dobles que conducían al naranjero. Su mano aterrizó pesadamente sobre uno de los pomos, y quiso girarlo, pero en su lugar se encontró inclinándose, esforzándose por respirar.
Sus ojos le escocían, y trató de continuar, pero cuando quiso golpear la puerta sintió una ola de pánico. Era física, palpable, y la recorrió tan rápidamente que tuvo que aferrarse a la pared para apoyarse.
Queridísimo Dios, no quería verlos. No quería saber lo que estaban haciendo, sin saber siquiera por qué. No quería esto, nada de esto. Quería que todo fuera como antes, solo tres días atrás.
¿No podía dar marcha atrás? Eran solo tres días. Tres días, y Hermione todavía seguiría enamorada del Sr. Edmonds, quien realmente no era un problema ya que nada saldría de ello, y Lucy todavía sería…
Y ella seguiría siendo la misma, feliz y confiada, y prácticamente comprometida.
¿Por qué todo tenía que cambiar? La vida de Lucy había sido absolutamente aceptable como era. Todos tenían su lugar, y todo estaba en perfecto orden, y no tenía que pensar tan dificilmente en todo. No se había preocupado sobre lo que significaba el amor, o como se sentía, y su hermano no estaría encontrándose en secreto con su mejor amiga, y su boda sería un plan vago para el futuro, y seguiría siendo feliz. Había sido feliz.
Y quería que todo volviera a ser como antes.
Asió el pomo con más fuerza, intentando girarlo, más fuertemente pero su mano no se movía. El pánico todavía estaba allí, helando sus músculos, apretando su pecho. No podía concentrarse. No podía pensar.
Y sus piernas le empezaron a temblar.
Oh, Dios Bendito, iba a caerse. Allí en el vestíbulo, a pulgadas de su meta, iba a derrumbarse en el suelo. Y entonces…
– ¡Lucy!
Era el Sr. Bridgerton, y estaba corriendo hacia ella, y se le ocurrió que había fallado.
Había fallado.
Había llegado al naranjero. Había llegado a tiempo, pero solo pudo quedarse de pie delante de la puerta. Como una idiota, había estado allí, con sus dedos sobre el condenado pomo y…
– Dios mío, Lucy, ¿en que estabas pensando?
Él la agarró por los hombros, y Lucy se apoyó en su fuerza. Quería caer sobre él y olvidar.
– Lo siento -susurró-. Lo siento.
Ella no sabía porque sentía tanto pesar, pero lo dijo de todos modos.
– Este no es lugar para una mujer sola -dijo él, y su voz sonaba diferente. Ronca-. Los hombres están borrachos. Usan máscaras como licencia para…
Se quedó callado. Y entonces…
– Las personas no se comportan como siempre.
Ella asintió, y finalmente lo miró, levantando sus ojos del suelo hasta su cara. Y entonces lo vio. Solo lo vio. Su cara, que se había convertido en algo tan familiar para ella. Parecía conocer cada rasgo, desde la ligera curva de su cabello hasta la cicatriz diminuta cerca de su oreja izquierda.
Tragó saliva. Respiró. No era de la forma en la que siempre lo hacía, pero respiró. Más despacio, más cerca de lo normal.
– Lo siento -dijo de nuevo, porque no sabía que otra cosa decir.
– Dios mío -juró él, revisando su cara con ojos urgentes-. ¿Qué te pasó? ¿Estás bien? ¿Alguien…?
Su asimiento se aflojó ligeramente mientras echaba una mirada alrededor frenéticamente.
– ¿Quién te hizo esto? -le exigió-. ¿Quién te hizo…?
– No -dijo Lucy, negando con la cabeza-. No fue nadie. Fui yo. Yo… yo quería encontrarlos. Pensé que si… bueno, yo no quería que tu… y entonces yo… y entonces llegué aquí, y yo…
Los ojos de Gregory se movieron rápidamente hacia las puertas del naranjero.
– ¿Ellos están ahí?
– No lo sé -admitió Lucy-. Creo que sí. Yo no pude… -el pánico fue cediendo lentamente, casi se había ido, en realidad, y solo se sentía un poco tonta ahora. Se sentía estúpida. Había estado frente a la puerta, y no había hecho nada. Nada.
– No podía abrir la puerta. -Susurró ella finalmente. Porque tenía que decírselo. No podía explicarlo… ni siquiera podía entenderlo… pero tenía que decirle lo que había pasado.
Porque él la había encontrado.
Y eso marcaba la diferencia.
– ¡Gregory! -Lady Bridgerton apareció en la escena, lanzándose prácticamente contra ellos, claramente sin respiración por haber tratado de mantener el ritmo-. ¡Lady Lucinda! Por qué usted… ¿Está bien?
Parecía tan preocupada que Lucy se preguntó como se veía ella ante sus ojos. Se sentía pálida. Se sentía pequeña, en realidad, posiblemente lo que estaba en su cara, era lo que causaba que Lady Bridgerton se viera obviamente preocupada.
– Estoy bien -dijo Lucy, aliviada de que no la hubiera visto como lo había hecho el Sr. Bridgerton-. Solo estoy un poco abrumada. Creo que corrí muy rápido. Fue tonto de mi parte. Lo siento.
– Cuando nos dimos la vuelta, y usted ya se había marchado… -Lady Bridgerton parecía que estuviera tratando de ser dura, pero la preocupación arrugaba su frente, y sus ojos se veían tan amables.
Lucy quería llorar. Nadie la había mirado nunca de esa manera. Hermione la quería, y Lucy se consolaba mucho con eso, pero esto era diferente. Lady Bridgerton no podía ser mucho mayor que ella -diez años, quizás quince- pero la forma en la que la estaba mirando…
Era como si fuera una madre.
Fue solo por un momento. Solo unos pocos segundos, en realidad, pero podía fingirlo. Y quizás desearlo, solo un poco.
Lady Bridgerton corrió para acercarse y puso un brazo alrededor de los hombros de Lucy, apartándola de Gregory, quien dejó que sus brazos cayeran a los lados.
– ¿Está segura que está bien? -preguntó ella.
Lucy asintió con la cabeza.
– Lo estoy. Ahora.
Lady Bridgerton observó a Gregory. Él asintió. Solo una vez.
Lucy no sabía lo que eso significaba.
– Creo que ellos están en el naranjero -dijo, y no estaba segura de lo que había cerrado a su voz -si era resignación o pesar.
– Muy bien -dijo Lady Bridgerton, sus hombros se irguieron mientras se dirigía hacia la puerta-. No pasa nada si miramos, ¿verdad?
Lucy negó con la cabeza. Gregory no dijo nada.
Lady Bridgerton tomó una respiración profunda y tiró de la puerta para abrirla. Lucy y Gregory inmediatamente avanzaron para asomarse adentro, pero el naranjero estaba oscuro, la única luz era la de la luna, que brillaba a través de las enormes ventanas.
– Maldición.
La barbilla de Lucy se retiró con la sorpresa. Nunca antes había escuchado a una mujer maldiciendo.
Por un momento el trío permaneció quieto, y entonces Lady Bridgerton avanzó y gritó:
– ¡Lord Fennsworth! Lord Fennsworth, por favor responda. ¿Está aquí?
Lucy empezó a llamar a Hermione, pero Gregory puso una mano sobre su boca.
– No lo haga -le susurró en el oído-. Si alguien más está aquí, no queremos que se den cuenta que los estamos buscando a ambos.
Lucy asintió, sintiéndose dolorosamente inmadura. Había pensado que conocía el mundo, pero con cada día que pasaba, se daba cuenta que entendía cada vez menos. El Sr. Bridgerton se apartó, moviéndose dentro del cuarto. Se quedó de pie con las manos en las caderas, con la postura amplia mientras revisaba si había ocupantes en el naranjero.
– ¡Lord Fennsworth! -convocó Lady Bridgerton nuevamente.
En ese momento escucharon un susurro. Pero suave. Y lento. Como si alguien estuviera intentando esconder su presencia.
Lucy se volvió hacia el sonido, pero nadie avanzó. Se mordió el labio. Quizás simplemente era un animal. Había muchos gatos en Aubrey Hall. Ellos dormían en una pequeña jaula cerca de la puerta de la cocina, pero quizás uno de ellos se había perdido en el camino, y se había quedado encerrado en el naranjero.
Tenía que ser un gato. Si fuera Richard, había aparecido cuando escuchó su nombre.
Miró a Lady Bridgerton, esperando ver lo que haría después. La vizcondesa estaba mirando intensamente a su cuñado, hablando con voz queda y haciéndole señas con las manos, apuntando en dirección al ruido.
Gregory le mostró su asentimiento, luego avanzó con pasos silenciosos, sus piernas largas cruzaron el cuarto con una velocidad impresionante, hasta…
Lucy jadeó. Antes de que tuviera tiempo para pestañear, Gregory se había adelantado, con un extraño y primario sonido saliendo de su garganta. Entonces brincó claramente a través del aire, cayendo con un golpe sordo y un gruñido de:
– ¡Te tengo!
– Oh no. -Lucy se cubrió la boca con la mano. El Sr. Bridgerton tenía a alguien atrapado en el suelo, y sus manos parecían estar muy cerca de la garganta de su cautivo.
Lady Bridgerton corrió hacia ellos, y Lucy, la vio, recordando que tenía pies finalmente y corrió hacia la escena. Si ese fuera Richard -Oh, por favor, que no sea Richard- necesitaba alcanzarlo antes de que el Sr. Bridgerton lo matara.
– ¡Su…el…tame!
– ¡Richard! -gritó Lucy con un chillido. Era su voz. No podía haber ningún error.
La figura sobre el piso del naranjero se retorcía, y entonces pudo ver su cara.
– ¿Lucy? -parecía aturdido.
– Oh, Richard. -Había un mundo de desilusión en esas dos palabras.
– ¿Dónde está ella? -exigió Gregory.
– ¿Dónde está quien?
Lucy se sintió enferma. Richard estaba fingiendo su ignorancia. Lo conocía muy bien. Estaba mintiendo.
– La Srta. Watson. -Soltó Gregory.
– Yo no sé de que…
Un murmullo horrible salió de la garganta de Richard.
– ¡Gregory! -Lady Bridgerton le agarró el brazo-. ¡Detente!
Él soltó su asimiento. Solo un poco.
– Quizás ella no está aquí -dijo Lucy. Sabía que no era verdad, pero de algún modo parecía ser la mejor manera de salvar la situación-. Richard adora las flores. Siempre lo ha hecho. Y no le gustan las fiestas.
– Es verdad -jadeó Richard.
– Gregory -dijo Lady Bridgerton-, debes soltarlo.
Lucy se volvió para enfrentarla cuando habló, y en ese momento fue cuando la vio. Detrás de Lady Bridgerton.
Rosa. Solo un destello. Más de una franja, realmente, sólo escasamente visible a través de las plantas.
Hermione estaba vestida de rosa. Ese mismo tono.
Lucy abrió los ojos como platos. Quizás simplemente era una flor. Había montones de flores de color rosa. Se volvió hacia Richard. Rápidamente.
Demasiado rápidamente. El Sr. Bridgerton vio como su cabeza giró alrededor.
– ¿Qué vio? -le exigió.
– Nada.
Pero él no le creyó. Soltó a Richard y empezó a dirigirse hacia la dirección en la que Lucy estaba mirando, pero Richard rodó sobre su costado y lo agarró por los tobillos. Gregory cayó con un grito, y se desquitó rápidamente, sosteniendo la camisa de Richard y dándole un tirón con bastante fuerza para raspar su cabeza a lo largo del suelo.
– ¡No! -gritó Lucy, corriendo hacia delante. Dios Santo, iban a matarse. Primero el Sr. Bridgerton estaba arriba, después Richard, luego el Sr. Bridgerton, después no podía decir quien estaba ganando, y todo el tiempo siguieron golpeándose mutuamente.
Lucy quería separarlos desesperadamente, pero no veía como hacerlo sin arriesgarse a salir herida. Ambos estaban más allá de notar a algo tan mundano como un ser humano.
Quizás Lady Bridgerton podía detenerlos. Era su casa, y los invitados eran su responsabilidad. Podía ocuparse de la situación con más autoridad que la que Lucy, esperaría mostrar.
Lucy se volvió.
– Lady Bri…
Las palabras se evaporaron en su garganta. Lady Bridgerton no estaba donde había estado hace unos momentos.
Oh no.
Lucy se volvió frenéticamente.
– ¿Lady Bridgerton? ¿Lady Bridgerton?
Y entonces allí estaba, moviéndose detrás de Lucy, caminando a través de las plantas, con la mano envuelta fuertemente en la muñeca de Hermione. El pelo de Hermione estaba desarreglado, y su vestido estaba arrugado y sucio, y -queridísimo Dios de las alturas- parecía como si quisiera llorar.
– ¿Hermione? -susurró Lucy. ¿Qué pasó? ¿Qué había hecho Richard?
Por un momento Hermione no hizo nada. Solo se quedó quieta como un cachorro culpable, su brazo se extendió flácidamente frente a ella, como si hubiera olvidado que Lady Bridgerton la tenía agarrada por la muñeca.
– Hermione, ¿qué pasó?
Lady Bridgerton la soltó, y como si Hermione fuera agua, corriendo en un dique.
– Oh, Lucy -se lamentó ella, su voz se interrumpía mientras corría hacia delante-. Lo siento mucho.
Lucy no podía moverse de la conmoción, abrazándola… pero no lo suficiente. Hermione la abrazaba como un niño, pero Lucy no sabía que hacer con ella. Sus brazos se sentían extraños, no lo suficientemente propios. Miró más allá del hombro de Hermione, hacia el suelo. Los hombres finalmente habían dejado de pelear, pero no estaba segura de ello, y ya no le importaba.
– ¿Hermione? -Lucy se echó para atrás, lo suficiente para poder mirar su rostro-. ¿Qué sucedió?
– Oh, Lucy -dijo Hermione-. Vibré.
Una hora después, Hermione y Richard estaban comprometidos en matrimonio. Lady Lucinda había vuelto a la fiesta, y no es que ella pudiera ser capaz de concentrarse en lo que estaba diciendo, pero Kate había insistido.
Gregory estaba borracho. O por lo menos, hacía su mejor esfuerzo para estarlo.
Supuso que la noche le había traído muy pocos favores. En realidad no había encontrado a Lord Fennsworth y a la Srta. Watson in flagrantes. Cualquier cosa que hubiesen estado haciendo -y Gregory estaba gastando mucha energía para no imaginárselo- se habían detenido cuando Kate había gritado el nombre de Fennsworth.
Pero todavía, sentía como que todo había sido una farsa. Hermione se había disculpado, luego Lucy se había disculpado, y luego Kate se había disculpado, lo cual parecía notablemente innecesario hasta que terminó con su frase:
– Pero ustedes, a partir de este momento, están comprometidos en matrimonio.
Fennsworth había parecido encantado, el pequeño tonto fastidioso, y entonces había tenido el valor de ofrecerle una pequeña sonrisita triunfante a Gregory.
Gregory lo había golpeado con la rodilla en las pelotas.
No demasiado fuerte.
Eso podría haber sido un accidente. Realmente. Todavía estaban en el suelo, aferrados en una posición de punto muerto. Era completamente creíble que su rodilla pudiera resbalarse.
Hacia arriba.
En cualquier caso, Fennsworth había gruñido y se había derrumbado. Gregory rodó de lado, al segundo que el conde lo soltó, y se movió fluidamente a sus pies.
– Lo siento mucho -le había dicho a las damas-. No estoy seguro de qué le haya pasado.
Y eso, aparentemente, fue todo. La Srta. Watson se disculpó con él -después de que Lucy se disculpara primero, luego Kate, luego Fennsworth, aunque solo el cielo sabía por qué, cuando él había sido claramente el vencedor de la noche.
– No se necesita ninguna disculpa -dijo Gregory bruscamente.
– No, pero yo… -parecía apenada, pero Gregory simplemente no le prestó atención.
– Pasé un maravilloso momento en el desayuno -dijo ella-. Solo quería que lo supiera.
¿Por qué? ¿Por qué le diría eso? ¿Acaso pensaba que eso le haría sentirse bien?
Gregory no había dicho una palabra. Solo le ofreció una única inclinación, y entonces se alejó. Los demás podían encargarse de los detalles. No tenía ningún lazo con la pareja recientemente prometida, ni ninguna responsabilidad con ellos o conveniencia. No le importaba cuando o como las familias serían informadas.
No era de su incumbencia. Nada lo era.
Así que salió. Tenía que conseguirse una botella de brandy.
Y ahora aquí estaba. En la oficina de su hermano, bebiéndose el licor de su hermano, preguntándose que infiernos significaba todo esto. La Srta. Watson estaba perdida para él, eso estaba muy claro. A menos que claro, él quisiera secuestrar a la muchacha.
Lo cual no haría. Con toda seguridad. Ella probablemente chillaría como una idiota en todo el camino. Por no mencionar al pequeño asunto de que posiblemente se le había entregado a Fennsworth. Oh, y Gregory no iba a destruir su buena reputación. No faltaba más. Uno no secuestraba a una mujer de buena cuna -especialmente a una que estaba comprometida con un conde- y esperaba emerger con un buen nombre intacto.
Se preguntó lo que Fennsworth le había dicho para que salieran solos.
Se preguntó lo que Hermione había querido decir cuando dijo que había vibrado.
Se preguntó si ellos lo invitarían a la boda.
Hmmm. Probablemente. Lucy insistiría en ello, ¿no es verdad? Correcta para los detalles, eso era. Los buenos modales ante todo.
¿Y ahora qué? Después de tantos años de sentirse ligeramente sin objeto, de esperar, esperar, esperar a que todas las piezas de su vida estuvieran en su lugar, había pensado que finalmente había encontrado su camino. Había encontrado a la Srta. Watson y estaba listo para dar un paso adelante y conquistarla.
El mundo había sido luminoso, bueno y lleno de promesas.
Oh, muy bien, el mundo había sido absolutamente luminoso, bueno y lleno de promesas antes. Nunca había sido infeliz en lo más mínimo. De hecho, a él realmente no le había importado esperar. Ni siquiera estaba seguro de haber querido encontrar a su novia tan pronto. Simplemente porque creyera que el verdadero amor existía no significaba que lo quería en seguida.
Había tenido una existencia muy agradable antes. Infiernos, la mayoría de los hombres cambiarían sus colmillos por tomar su lugar.
Fennsworth no, claro.
El pequeño perrito maldito, sin duda estaba trazando cada último detalle de su noche de bodas en ese minuto.
Pequeño encrespado…
Echó su bebida hacia atrás y se sirvió otra.
¿Entonces qué significaba esto? ¿Qué significaba cuando uno se encuentra con la mujer que te hace olvidar como respirar y ella se casaba con otra persona? ¿Qué se suponía que debía hacer ahora? ¿Sentarse y esperar a que el cuello de alguien más lo llevase al éxtasis?
Tomó otro sorbo. Ya había tenido suficiente con los cuellos. Ellos estaban excesivamente valorados.
Se reclinó en la silla, dejando caer pesadamente los pies en el escritorio de su hermano. Anthony lo odiaría, claro, ¿pero acaso él estaba en el cuarto? No. ¿Había él descubierto a la mujer con la que esperaba casarse en los brazos de otro hombre? No. Y actualmente, ¿su cara había servido como una bolsa de boxeo para un conde sorprendentemente en forma?
Definitivamente no.
Gregory se tocó cautelosamente su pómulo izquierdo. Y su ojo derecho.
No se iba a ver atractivo mañana, eso era seguro.
Pero Fennsworth tampoco, pensó alegremente.
¿Alegremente? ¿Acaso estaba contento? ¿Quién lo iba a pensar?
Soltó un largo suspiro, intentando evaluar su estado de sobriedad. Tenía que ser el brandy. Su felicidad no estaba en su agenda esa noche.
Aunque…
Gregory se puso de pie. Como si fuera una prueba. Una prueba científica. ¿Podía estar de pie?
Podía.
¿Podía caminar?
¡Sí!
¿Ah, pero podía caminar derecho?
Casi.
Hmmm. No estaba tan borracho como había pensado.
Debería salir. No tenía sentido desperdiciar su inesperado buen humor.
Caminó hacia la puerta y puso la mano sobre el pomo. Se detuvo, inclinando su cabeza para pensar.
Tenía que ser el brandy. De verdad, no había otra explicación para eso.