Capítulo 24

En el que nuestro héroe deja a nuestra heroína en una posición incómoda.


– ¿Me estás atando en un baño?

– Lo siento -dijo él, atando dos pañuelos en expertos nudos, que casi la hizo preocuparse de que hubiera hecho esto antes-. No podía dejarte en tu cuarto. Ese sería el primer lugar donde cualquiera buscaría. -Apretó los nudos, y los probó con su fuerza-. Fue el primer lugar en el que yo busqué.

– ¡Pero un baño!

– En el tercer piso -agregó él servicialmente-. Pasarán horas antes de que alguien te encuentre aquí.

Lucy apretó la mandíbula, tratando desesperadamente de contener la furia que estaba creciendo en su interior.

Le había amarrado las manos. Detrás de su espalda.

Dios bendito, no sabía que era posible estar tan enfadada con otra persona.

No era solo una reacción emocional, su cuerpo entero había hecho erupción por eso. Se sentía furiosa e irritada, y aunque sabía que no debería hacerlo, tiró de sus brazos contra el conducto del baño, haciendo rechinar sus dientes y soltando un gruñido de frustración, cuando lo único que consiguió fue un sordo sonido metálico.

– Por favor no te esfuerces -dijo él, dejando caer un beso en su coronilla-. Solo vas a resultar cansada y adolorida. -Echó un vistazo, examinando la estructura del baño-. O romperás la cañería, y seguramente esa no sería una perspectiva muy higiénica.

– Gregory, tienes que dejarme ir.

Él se agachó para que su cara quedara al mismo nivel de la de ella.

– No puedo -dijo-. No mientras todavía haya una oportunidad para que estemos juntos.

– Por favor -le suplicó ella-. Esto es una locura. Debes devolverme. Estaré arruinada.

– Me casaré contigo -dijo él.

– ¡Ya estoy casada!

– No realmente -dijo él con una sonrisa lobuna.

– ¡Ya dije mis votos!

– Pero no los consumaste. Todavía puedes conseguir la anulación.

– ¡Ese no es el punto! -gritó ella, esforzándose infructuosamente mientras él se ponía de pie y se dirigía a la puerta-. No entiendes la situación, y estás poniendo tus necesidades y tú felicidad egoístamente, sobre todo lo demás.

Ante eso, él se detuvo. Su mano estaba en el pomo de la puerta, pero se detuvo, y cuando se dio la vuelta, la mirada en sus ojos estuvo a punto de romper su corazón.

– ¿Eres feliz? -le preguntó. Suavemente, y con tanto amor que casi la hizo llorar.

– No -susurró ella-. Pero…

– Nunca he visto a una novia que luciera tan triste.

Ella cerró los ojos, desinflada. Era un eco de lo que Hermione había dicho, y ella sabía la verdad. E incluso entonces, mientras levantaba la mirada hacia él, sus hombros le dolían, pero no podía escapar a los latidos de su propio corazón.

Lo amaba.

Siempre lo amaría.

Y también lo odiaba, por hacerla desear lo que no podía tener. Lo odiaba por amarla tanto como para arriesgarlo todo para que estuvieran juntos. Y sobre todo, lo odiaba por convertirla en el instrumento que destruiría a su familia.

Hasta que conoció a Gregory, Hermione y Richard habían sido las únicas dos personas en el mundo que realmente le habían importado. Y ahora ellos podrían quedar arruinados, cayendo mucho más bajo y con una infelicidad mayor que la que Lucy podía imaginarse con Haselby.

Gregory pensaba que solo pasarían horas antes de que alguien la encontrara aquí, pero ella lo sabía bien. Nadie la encontraría en días. No podía recordar la última vez que alguien hubiera vagado por aquí. Estaba en el lavabo de la niñera -pero Fennsworth House no había tenido una niñera en residencia durante años.

Cuando se dieran cuenta de su desaparición, primero revisarían su cuarto. Después probarían otras alternativas sensatas -la biblioteca, la sala de estar, un baño que no hubiera estado en desuso la mitad de una década…

Y entonces, cuando no fuera encontrada, todos asumirían que había escapado. Y después de lo que había pasado en la iglesia, nadie pensaría que se había marchado sola.

Estaría arruinada. Y también todos los demás.

– Esto no es cuestión de mi propia felicidad -dijo ella finalmente, su voz era queda, casi rota-. Gregory, te lo suplico, no hagas esto. No se trata de mí. Mi familia, estará arruinada, todos nosotros.

Él fue a su lado, se sentó. Y dijo, simplemente:

– Cuéntame.

Así lo hizo. El no cedería, de eso estaba segura.

Le contó todo. Sobre su padre, y la prueba escrita de su traición. Le habló sobre el chantaje. Le dijo como era el último pago y lo único que evitaría que su hermano fuera despojado de su título.

Lucy había permanecido mirando al frente durante toda su narración, y Gregory estaba agradecido. Porque lo que ella dijo, le sacudió el centro de su ser.

Todo el día Gregory había estado tratando de imaginar que terrible secreto podría posiblemente inducirla a casarse con Haselby. Había atravesado Londres dos veces, primero para ir a la iglesia, y luego para llegar hasta aquí, a Fennsworth House. Había tenido tiempo suficiente para pensar, para preguntarse. Pero nunca -ni una vez- su imaginación le había sugerido esta posibilidad.

– Te das cuenta -dijo ella-. No es nada tan común como un hijo ilegítimo, nada tan extravagante como un romance extramatrimonial. Mi padre -un conde de la realeza- cometió traición. Traición. -y entonces sonrió. Sonrió.

De la forma en que las personas hacían cuando lo que realmente querían era llorar.

– Es algo terrible -terminó ella, en voz baja y resignada-. No hay ninguna escapatoria.

Se volvió hacia él para que le diera una respuesta, pero él no tenía ninguna.

Traición. Dios santo, no podía pensar en algo peor. Había muchas formas -muchas muchas formas- para ser expulsado de la sociedad, pero nada era tan imperdonable como la traición. No había un hombre, mujer o niño en Gran Bretaña, que no hubiera perdido a alguien con Napoleón. Las heridas aún estaban demasiado frescas, e incluso, si no fuera así…

Era traición.

Un caballero no debería sacrificar a su país.

Estaba inculcado en el alma de cada hombre en Gran Bretaña.

Si la verdad sobre el padre de Lucy fuera conocida, el condado de Fennsworth podría ser disuelto. El hermano de Lucy sería destituido. Él y Hermione seguramente tendrían que emigrar.

Y Lucy podría…

Bueno, Lucy probablemente podría sobrevivir al escándalo, especialmente si su apellido se cambiaba a Bridgerton, pero ella nunca se lo perdonaría. Gregory estaba seguro.

Finalmente, entendió.

La miró. Estaba pálida y ansiosa, sus manos estaban fijadas fuertemente en su regazo.

– Mi familia ha sido buena y confiable -dijo ella, su voz se agitaba con emoción-. Los Abernathys han sido leales a la corona desde el primer conde investido en el siglo quince. Y mi padre nos ha avergonzado a todos. No puedo permitir que esto sea revelado. No puedo. -Tragó saliva con dificultad y dijo tristemente-: Deberías ver tu cara. Ni siquiera tú me quieres ahora.

– No -dijo él, casi gritando la palabra-. No. Eso no es verdad. Eso nunca sería verdad. -Tomó sus manos, las apretó con las suyas, saboreando la forma de ellas, el arco de sus dedos y el calor delicado de su piel.

– Lo siento mucho -dijo él-. No debería tomarme mucho tiempo recomponerme. No había imaginado la traición.

Ella negó con la cabeza.

– ¿Cómo podrías hacerlo?

– Pero eso no cambia lo que siento. -Tomó la cara de ella entre sus manos, anhelando besarla, pero sabiendo que no podía.

No aún.

– Lo que tu padre hizo, es recriminable. Es -juro entre dientes-, seré honesto contigo. Eso me enferma. Pero tú -, Lucy- eres inocente. No hiciste nada malo, y no deberías tener que pagar por sus pecados.

– Mi hermano tampoco -dijo ella con voz queda-. Pero si no completo mi matrimonio con Haselby, Richard será…

– Shhh. -Gregory presionó un dedo contra sus labios-. Escúchame. Te amo.

Sus ojos se llenaron de lágrimas.

– Te amo -dijo él otra vez-. No hay nada en este mundo o en el siguiente, que me haga dejar de amarte.

– Sentiste lo mismo por Hermione -susurró ella.

– No -dijo él, casi sonriendo por lo tonto que todo eso le parecía ahora-. Había esperado tanto tiempo para enamorarme, que desee más al amor que a la mujer. Nunca amé a Hermione, solo a la idea de ella. Pero contigo… es diferente, Lucy. Es profundo… es… es…

Se esforzó por buscar las palabras, pero no había ninguna. Simplemente, no existían palabras para explicar lo que sentía por ella.

– Es yo -dijo él finalmente, espantado por sus palabras poco elegantes-. Sin ti, yo… yo soy…

– Gregory -susurró ella-. No tienes que…

– Soy nada -la interrumpió, porque no iba a permitir que ella le dijera que no tenía que explicarse-. Sin ti, soy nada.

Ella sonrió. Era una sonrisa triste, pero era real, y se sentía como si hubiera esperado años por esa sonrisa.

– Eso no es verdad -dijo ella-. Sabes que eso no es cierto.

Él negó con la cabeza.

– Quizás es una exageración, pero eso es todo. Me haces ser mejor, Lucy. Me haces desear, esperar, y aspirar. Me haces querer hacer cosas.

Las lágrimas empezaron a deslizarse por sus mejillas.

Con las almohadillas de sus pulgares, él las apartó.

– Eres la mejor persona que conozco -dijo él-. El humano más honorable que he conocido en mi vida. Me haces reír. Me haces pensar. Y yo… -inhaló profundamente-. Te amo.

Y de nuevo.

– Te amo.

Y de nuevo.

– Te amo. -Agitó la cabeza desvalidamente-. No se como más puedo decirlo.

Ella se volvió entonces, girando su cabeza, para que las manos de él se deslizaran de su rostro hacia sus hombros, y finalmente, se alejaran de su cuerpo completamente. Gregory no podía ver su rostro, pero podía escucharla -el callado y roto sonido de su respiración, el suave gimoteo en su voz.

– Te amo -le respondió ella finalmente, sin mirarlo todavía-. Sabes que es así. Y no voy a rebajarnos a ambos mintiéndote sobre eso. Y si fuera solo por mí, haría algo, algo por este amor. Me arriesgaría a la pobreza, a la ruina. Me mudaría a América, me mudaría al África más oscura, si esa fuera la única manera de estar contigo.

Soltó una exhalación larga e insegura.

– No puedo ser tan egoísta como para acabar con las dos personas que me han amado tanto, y por tanto tiempo.

– Lucy… -no tenía ni idea de lo que le quería decir, es solo que no quería que ella terminara. Sabía que no quería escuchar lo que ella le tenía que decir.

Pero lo interrumpió:

– No, Gregory. Por favor. Lo siento. No puedo hacerlo, y si amas tanto como dices, llévame de vuelta ahora, antes de que Lord Davenport se de cuenta de mi desaparición.

Gregory apretó los dedos en los puños, luego se enderezó y se puso de pie. Sabía lo que tenía que hacer. Debía soltarla, dejarla volver a la fiesta del piso inferior. Debía salir furtivamente otra vez, por la puerta de los sirvientes y nunca acercársele de nuevo.

Ella le había prometido amor, honor y obediencia a otro hombre. Y se suponía que tenía que renunciar a todos los demás.

Seguramente, él estaba clasificado en esa categoría.

Pero aún no podía rendirse.

Aún no.

– Una hora -dijo él, mientras se agachaba a su lado-. Solo dame una hora.

Ella se volvió, sus ojos estaban dudosos, sorprendidos y quizás -quizás- un poco esperanzados también.

– ¿Una hora? -repitió ella-. Piensas que puedes…

– No lo sé -dijo él honestamente-. Pero te prometo esto. Si no puedo encontrar la manera de liberarte de tu chantaje en una hora, regresaré por ti. Y te liberaré.

– ¿Para regresar con Haselby? -susurró ella, y parecía…

¿Parecía decepcionada? ¿Incluso un poco?

– Sí -dijo él. Porque en realidad era lo único que podía decir. A pesar de lo mucho que deseaba tirar la cautela al viento, sabía que no podía robarla para llevársela lejos. Sería respetable, cuando se casara con ella, tan pronto como Haselby aceptara la anulación, pero nunca sería feliz.

Y él sabía que no podría vivir consigo mismo.

– No te arruinarás si desapareces durante una hora -le dijo él-. Simplemente, puedes decirle a la gente que estabas cansada. Que deseabas tomar una siesta. Estoy seguro de que Hermione corroborará tu historia si se lo pides.

Lucy asintió con la cabeza.

– ¿Puedes quitarme las ataduras?

Él le dio con la cabeza una diminuta negación y se puso de pies.

– Confiaría en ti con mi propia vida, Lucy, pero no contigo misma. Eres demasiado honorable para tu propio bien.

– ¡Gregory!

Él se encogió de hombros y caminó hacia la puerta.

– Tu conciencia sacará lo mejo de ti. Sabes que lo hará.

– Y que hay si te prometo…

– Lo siento. -Una esquina de su boca se estiró en una expresión que no era de disculpa-. No te creería.

Le echó un último vistazo antes de salir. Y tenía que sonreír, lo cual parecía absurdo, teniendo en cuenta que tenía una hora para neutralizar la amenaza de chantaje contra la familia de Lucy y salvarla de su matrimonio arreglado. Durante la recepción de su boda.

En comparación, mover cielo y tierra parecía de lejos una mejor perspectiva.

Pero cuando se volvió hacia Lucy, y la vio sentada allí, en el piso, ella parecía…

La misma de siempre.

– Gregory -dijo ella-. No puedes dejarme aquí. ¿Que pasaría si alguien te encuentra y te saca de la casa? ¿Quién sabrá que estoy aquí? Y qué si… y qué si… y entonces que sí…

Él sonrió, disfrutando de su oficiosidad, en realidad demasiado como para escuchar sus palabras. Definitivamente era la misma de siempre.

– Cuando todo esto haya acabado -dijo él-. Te traeré un bocadillo.

Eso detuvo su parloteo.

– ¿Un bocadillo? ¿Un bocadillo?

Él giró el pomo de la puerta pero no tiró todavía.

– Quieres un bocadillo, ¿verdad? Tú siempre quieres un bocadillo.

– Te has vuelto loco -dijo ella.

Él no podía creer recién ahora, hubiera llegado a esa conclusión.

– No grites -le advirtió.

– Sabes que no puedo -murmuró ella.

Era verdad. Lo último que quería era ser encontrada. Si Gregory no tenía éxito, tendría que volver a la fiesta furtivamente con el menor alboroto posible.

– Adiós, Lucy -dijo él-. Te amo.

Ella lo miró. Y le susurró:

– Una hora. ¿De verdad crees que puedes hacerlo?

Él asintió con la cabeza. Era lo que ella necesitaba ver, y era lo que él necesitaba pretender.

Mientras cerraba la puerta a sus espaldas, podía jurar que la escuchó murmurar:

– Buena suerte.

Hizo una pausa para tomar una respiración profunda antes de dirigirse hacia las escaleras. Iba a necesitar más que suerte; iba a necesitar un maldito milagro.

Las apuestas estaban en su contra. Las apuestas estaban sumamente en su contra. Pero Gregory siempre había sido un animador para el más débil. Y si había cualquier sentido de la justicia en el mundo, cualquier imparcialidad existencial flotando en el aire… si el Haz por los demás, le ofrecía cualquier clase de reembolso, seguramente se lo debían.

El amor existía.

Sabía que era cierto. Y estaría condenado si no existía para él.


* * * * *

La primera parada de Gregory fue en la alcoba de Lucy, en el segundo piso. No podía darse un paseo por el salón de baile y requerir una audiencia con uno de sus invitados, pero pensó en que había una oportunidad de que alguien hubiera notado la ausencia de Lucy y hubiera venido a buscarla. Que Dios lo ayudara para que fuera alguien que simpatizara con su causa, alguien que en realidad se preocupara por la felicidad de Lucy.

Pero cuando se deslizó dentro del cuarto, todo estaba exactamente como lo había dejado.

– Maldición -murmuró, mientras se dirigía a la puerta. Ahora iba a tener que encontrar la manera de hablar con su hermano -o con Haselby, supuso- sin llamar la atención.

Puso la mano sobre el pomo y le dio un tirón, pero el peso de la puerta estaba equivocado, y Gregory no estaba seguro de lo qué paso primero- el chillido femenino de sorpresa, o el cuerpo suave y caluroso dando volteretas sobre el suyo.

– ¡Usted!

– ¡Usted! -dijo él en respuesta-. Gracias a Dios.

Era Hermione. La única persona que sabía, se preocupaba por la felicidad de Lucy sobre todo lo demás.

– ¿Qué está haciendo aquí? -siseó ella. Pero cerró la puerta del corredor, seguramente era una buena señal.

– Tenía que hablar con Lucy.

– Ella se casó con Lord Haselby.

Él negó con la cabeza.

– Pero ese matrimonio no ha sido consumado.

Su boca cayó literalmente abierta.

– Dios santo, no querrá decir…

– Seré honesto con usted -la interrumpió-. Sé que no quiero hacer otra cosa, más que encontrar la forma de liberarla.

Hermione lo miró fijamente durante varios segundos. Y entonces, aparentemente sacado de ninguna parte, dijo:

– Ella lo ama.

– ¿Le dijo eso?

Ella negó con la cabeza.

– No, pero es obvio. O por lo menos así es, si lo veo todo en retrospectiva. -Caminó de un lado al otro en el cuarto, y se dio la vuelta de repente-. ¿Entonces por qué se casó con Lord Haselby? Se que ella piensa mucho en el deber de honrar los compromisos, pero podía terminar con este hoy mismo.

– Ella está siendo chantajeada -dijo Gregory severamente.

Los ojos de Hermione se abrieron como platos.

– ¿Con qué?

– No puedo decírselo.

Para su crédito, ella no perdió el tiempo protestando. En su lugar, levantó la mirada hacia él, sus ojos eran agudos y firmes.

– ¿En que puedo ayudarlo?


* * * * *

Cinco minutos después, Gregory se encontró en compañía de Lord Haselby y del hermano de Lucy. Habría preferido estar sin este último, quien parecía como si pudiera decapitar alegremente a Gregory, sino fuera por la presencia de su esposa.

Quien tenía su brazo firmemente agarrado.

– ¿Dónde está Lucy? -le exigió Richard.

– Ella está a salvo -contestó Gregory.

– Perdoneme si eso no me tranquiliza -le espetó Richard.

– Richard, detente -lo cortó Hermione, tirando de él con más fuerza-. El Sr. Bridgerton no va a herirla. Él tiene mejores intereses en su corazón.

– Oh, ¿De verdad? -pronunció Richard con lentitud.

Hermione lo miró con más animación de la que Gregory había visto en su bonito rostro.

– Él la ama -declaró ella.

En efecto.

Todos los ojos se volvieron hacia Lord Haselby, quien estaba de pie en la puerta, mirando la escena con una extraña expresión de diversión.

Nadie parecía saber que decir.

– Bueno, él ciertamente lo dejó claro esta mañana -continuó Haselby, mientras se sentaba en una silla con una gracia notablemente fácil-. ¿No le parece?

– Er, ¿sí? -contestó Richard, y Gregory de verdad no podía culparlo por su tono inseguro. Haselby parecía estar tomando esto de la manera más extraña. Calmado. Tan calmado que el pulso de Gregory parecía sentir la necesidad de correr dos veces más rápido, solo para adaptarse a las limitaciones de Haselby.

– Ella me ama -le dijo Gregory, haciendo una pelota en un puño detrás de su espalda -no era para prepararse para la violencia, sino más bien, porque si no movía alguna parte de su cuerpo, iba a ser responsable de saltar fuera de su piel-. Siento decirlo, pero…

– No, no, en absoluto -dijo Haselby con un gesto de la mano-. Soy bastante consciente de que ella no me ama. Lo cual en realidad es lo mejor, estoy seguro de que todos estamos de acuerdo en eso.

Gregory no estaba seguro de que debía contestar ante eso. Richard estaba profundamente sonrojado, y Hermione lucía completamente confundida.

– ¿Le dará la anulación? -preguntó Gregory. No tenía tiempo para darle vueltas al asunto.

– Si no estuviera deseoso de hacer eso, ¿De verdad cree que estaría aquí parado, hablando con usted en los mismos tonos que uso para discutir el clima?

– Er… ¿no?

Haselby sonrió. Ligeramente.

– Mi padre no se alegrará. Esa es una situación que normalmente me da mucha satisfacción, estoy seguro, pero se pueden presentar muchas dificultades. Debemos proceder con precaución.

– ¿Lucy no debería estar aquí? -preguntó Hermione.

Richard reasumió su mirada furiosa.

– ¿Dónde está mi hermana?

– Arriba -dijo Gregory tajantemente. Eso solo limitaba las opciones a treinta cuartos diferentes.

– Arriba, ¿Dónde? -ladró Richard.

Gregory ignoró la pregunta. En realidad, ese no era el mejor momento para revelar que estaba atada en un baño.

Se volvió hacia Haselby, quien todavía estaba sentado, con una pierna cruzada casualmente sobre la otra. Se estaba revisando las uñas.

Gregory se sintió listo para subirse por las paredes. ¿Cómo podía el maldito hombre sentarse allí, con tanta serenidad? Esta sería la única conversación crítica que tendrían en la vida, ¿y todo lo que él podía hacer era revisarse la manicura?

– ¿Le dará la anulación? -ladró Gregory.

Haselby levantó la mirada hacia él, y parpadeó.

– Dije que lo haría.

– ¿Pero revelará sus secretos?

Ante eso, toda la conducta de Haselby cambió. Su cuerpo parecía apretarse, y sus ojos se pusieron mortalmente afilados.

– No tengo ni idea de lo que usted está hablando -dijo él, cada palabra era firme y precisa.

– Ni yo tampoco -agregó Richard, acercándose.

Gregory se volvió brevemente en su dirección.

– La están chantajeando.

– No -dijo Haselby abruptamente-. Por mí.

– Mis disculpas -dijo Gregory con voz queda. El chantaje era algo terrible-. No quería implicarlo.

– Siempre me pregunté la razón por la cual, había aceptado casarse conmigo -dijo Haselby suavemente.

– Eso fue arreglado por su tío -señaló Hermione. Cuando todo el mundo se volvió hacia ella, con sorpresa, agregó-: Bueno, ya conocen a Lucy. Ella no es de las que se rebelan. Le gusta el orden.

– Es lo mismo -dijo Haselby-. Ella tuvo una oportunidad muy dramática para salir de esto. -Hizo una pausa, señalando con la cabeza a un lado-. Es mi padre, ¿verdad?

La barbilla de Gregory, solo hizo un único gesto de asentimiento.

– Eso no es sorprendente. Está muy deseoso de tenerme casado. Bueno, entonces -Haselby juntó las manos, retorciendo los dedos y apretándolos abajo-. ¿Qué vamos a hacer? Me imagino, que delatarlo.

Gregory negó con la cabeza.

– No podemos.

– Oh, venga. No debe ser tan malo. ¿Qué cosa terrible pudo haber hecho Lady Lucinda?

– De verdad, deberíamos traerla -dijo Hermione otra vez. Y cuando los tres hombres se volvieron hacia ella nuevamente, agregó-: ¿Acaso le gustaría que su destino fuera discutido en su ausencia?

Richard avanzó para ponerse en frente de Gregory.

– Dígame -dijo.

Gregory no fingió no entenderlo.

– Es algo grave.

– Dígame.

– Es sobre su padre -dijo Gregory en voz queda. Y procedió a relatarle lo que Lucy le había dicho.

– Ella hizo esto por nosotros -susurró Hermione una vez que Gregory hubo terminado. Se volvió hacia su esposo, asiendo su mano-. Lo hizo para salvarnos. Oh, Lucy.

Pero Richard solo negó con la cabeza.

– Eso no es cierto -dijo.

Gregory intentó apartar la piedad de sus ojos cuando dijo:

– Hay una prueba.

– Oh, ¿de verdad? ¿Qué clase de prueba?

– Lucy dice que hay una prueba escrita.

– ¿La ha visto? -exigió Richard-. ¿Podría ella notar cuando algo está falsificado?

Gregory tomó una larga inhalación. No podía culpar al hermano de Lucy por su reacción. Supuso que él haría lo mismo, si una cosa como esa se descubriera de su propio padre.

– Lucy no lo conoció -continuó Richard, aún negando con la cabeza-. Era demasiado joven. Padre no habría hecho algo así. Es inconcebible.

– Usted también era muy joven -dijo Gregory gentilmente.

– Tenía la edad suficiente para conocer a mi propio padre -chasqueó Richard-. Y él no era un traidor. Alguien ha engañado a Lucy.

Gregory se volvió hacia Haselby.

– ¿Su padre?

– No es tan ingenioso -terminó Haselby-. Alegremente se comprometería en un chantaje, pero lo haría con una verdad, no con una mentira. Él es inteligente, pero no es creativo.

Richard avanzó.

– Pero mi tío sí lo es.

Gregory se volvió hacia él alarmado.

– ¿Cree que él le haya mentido a Lucy?

– Con seguridad le dijo la única cosa que garantizaría que ella no se retractara del matrimonio -dijo Richard amargamente.

– ¿Pero por qué él necesitaba casarla con Haselby? -preguntó Hermione.

Todos miraron al hombre en cuestión.

– No tengo idea -dijo.

– Él debe tener sus propios secretos -dijo Gregory.

Richard negó con la cabeza.

– No eran deudas.

– Él no consiguió dinero con el acuerdo -comentó Haselby.

Todos se volvieron a mirarlo.

– Puede que haya permitido que mi padre me escogiera una esposa -dijo con un encogimiento de hombros-. Pero no iba a casarme con alguien sin leer los contratos.

– Secretos, entonces -dijo Gregory.

– Quizás en concierto con Lord Davenport -agregó Hermione. Se volvió hacia Haselby-. Lo siento mucho.

Él borró con un gesto de la mano, su disculpa.

– Ni lo piense.

– ¿Qué debemos hacer ahora? -preguntó Richard.

– Traer a Lucy -respondió Hermione inmediatamente.

Gregory asintió vivazmente.

– Ella tiene razón.

– No -dijo Haselby, incorporándose-. Necesitamos a mi padre.

– ¿A su padre? -espetó Richard-. Difícilmente simpatizaría con nuestra causa.

– Quizás, y soy el primero en reconocer que es intolerable por más de tres minutos a la vez, pero nos responderá. Y por todo su veneno, él es principalmente indemne.

– ¿Principalmente? -repitió Hermione.

Haselby pareció considerar eso.

– Principalmente.

– Tenemos que actuar -dijo Gregory-. Ahora. Haselby, usted y Fennsworth deben buscar a su padre e interrogarlo. Averiguen la verdad. Lady Fennsworth y yo, recuperaremos a Lucy y la traeremos de vuelta aquí, donde Lady Fennsworth permanecerá con ella. -Se volvió hacia Richard-. Discúlpeme por las disposiciones, pero debo llevar a su esposa conmigo para salvaguardar la reputación de Lucy si alguien nos descubre. Ella ya lleva casi una hora afuera. Alguien podría haberlo notado.

Richard asintió brevemente, pero era claro que no estaba feliz con la situación. De todas formas, no tenía elección. Su honor le exigía que fuera el único en interrogar a Lord Davenport.

– Bien -dijo Gregory-. Todos estamos de acuerdo. Me encontraré con los dos de vuelta en…

Hizo una pausa. Aparte del cuarto de Lucy y el lavabo de arriba, no tenía ningún conocimiento del diseño de la casa.

– Nos encontraremos en la biblioteca -lo instruyó Richard-. Está en la planta baja, del lado este. -Dio un paso hacia la puerta, luego se volvió y le dijo a Gregory-: Espere aquí. Regresaré en un momento.

Gregory estaba deseoso de marcharse, pero la expresión de gravedad de Richard, había sido suficiente para convencerlo de permanecer en el lugar. Seguro fue suficiente, porque cuando el hermano de Lucy regresó, apenas un minuto después, traía consigo dos armas.

Le ofreció una a Gregory.

Dios Santo.

– Puede que necesite esto -dijo Richard.

– Que el cielo nos ayude si es así -dijo Gregory dijo entre dientes.

– ¿Disculpe?

Gregory negó con la cabeza.

– Buena suerte, entonces -Richard asintió en dirección a Haselby, y ambos partieron, bajando por vestíbulo rápidamente.

Gregory llamó a Hermione.

– Debemos irnos -dijo, guiándola en dirección opuesta-. Y no intente juzgarme cuando vea hacia donde la estoy llevando.

La escuchó reírse entre dientes mientras ascendían las escaleras.

– ¿Por qué -dijo ella-, sospecho que, por algo, lo juzgaré muy ingenioso de hecho?

– No confiaba en que ella permaneciera en el lugar -confesó Gregory, subiendo las escaleras de dos en dos. Cuando alcanzaron la cima, se volvió para enfrentarla-. Fue muy duro, pero no había más nada que pudiera hacer. Todo lo que necesitaba era un poco de tiempo.

Hermione asintió con la cabeza.

– ¿A dónde vamos?

– Al lavabo de la niñera -confesó él-. La até en el baño.

– Usted la ató en… Oh Dios, no puedo esperar para ver esto.

Pero cuando abrieron la puerta del pequeño lavabo, Lucy no estaba.

Y todo indicaba que no de se había ido de buena gana.

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