Capítulo 7

En el que nuestro inesperado invitado entrega noticias angustiantes.


Gregory estaba charlando con su cuñada en el cuarto del desayuno cuando el mayordomo le informó de su inesperado invitado, y naturalmente él decidió acompañarla a el salón rosa para saludar a Lord Fennsworth, el hermano mayor de Lady Lucinda. No tenía nada que hacer, y de algún modo parecía que debería ir a encontrarse con el joven conde, dado que la Srta. Watson había hablado de él hace un cuarto de hora. Gregory solo conocía su reputación; los cuatro años de diferencia de sus edades había asegurado que no hubieran cruzado sus caminos en la universidad, y Fennsworth aún no había elegido tomar su lugar en la sociedad londinense.

Gregory había esperado a un tipo estudioso, extremadamente devoto a la lectura; había escuchado que Fennsworth había elegido permanecer en Cambridge incluso cuando la escuela no estaba en temporada. De hecho, el caballero que esperaba al lado de la ventana del salón rosa poseía cierta solemnidad que lo hacía parecer ligeramente mayor de lo que era. Pero Lord Fennsworth era también alto, delgado, y aunque quizás era un poco tímido, aparentaba un aire de serenidad heredado de algo más básico que un titulo nobiliario.

El hermano de Lady Lucinda lo conocía, no solo porque había nacido para ser llamado. A Gregory le cayó bien inmediatamente.

Hasta que fue obvio que él, como el resto de la humanidad masculina, estaba enamorado de Hermione Watson.

El único misterio, en realidad, era la razón por la cual Gregory estaba sorprendido.

Tenía que felicitarlo -Fennsworth había logrado hacer preguntas en un minuto sobre el bienestar de su hermana antes de agregar:

– ¿Y la Srta. Watson? ¿Se unirá con nosotros también?

No había sido tanto por las palabras sino por el tono, e incluso no fue tanto por el parpadeo en sus ojos, sino por la chispa de avidez, de anticipación.

Oh, eso fue demasiado evidente. Era anhelo desesperado, puro y simple. Gregory ya lo sabía, sabía que sus ojos se habían encendido más de una vez en los últimos días.

Dios Santo.

Gregory supuso que todavía encontraba en Fennsworth a un buen compañero, incluso con su irritante encaprichamiento, pero en realidad, toda la situación estaba comenzando a ser aburrida.

– Estamos encantados de darle la bienvenida a Aubrey Hall, Lord Fennsworth -dijo Kate, una vez que le había informado, que no sabía si la Srta. Watson iba a bajar en compañía de su hermana al salón rosa-. Espero que su presencia no indique que hay una emergencia en su casa.

– En absoluto -contestó Fennsworth-. Pero mi tío me ha pedido que lleve a Lucy de vuelta a la casa. Desea hablar con ella sobre un asunto muy importante.

Gregory sintió como una esquina de su boca se levantó.

– Usted debe querer mucho a su hermana -dijo-, como para hacer este viaje usted mismo. Ciertamente hubiera podido enviar un carruaje por ella.

Para su reconocimiento, el hermano de Lucy no parecía agitado por la pregunta, pero al mismo tiempo, no tenía una respuesta inmediata.

– Oh no -dijo, las palabras salieron de su boca rápidamente después de un buen rato-. Estuve más que contento en hacer este viaje. Lucy es una buena compañía, y no nos hemos visitado hace mucho tiempo.

– ¿Ustedes deben marcharse enseguida? -preguntó Kate-. He disfrutado mucho de la compañía de su hermana. Y estaríamos honrados si usted también se convierte en uno de nuestros invitados.

Gregory se preguntó lo que estaba tramando. Kate iba a tener que buscar a otra mujer para emparejar los números si Lord Fennsworth se unía a la fiesta. Aunque supuso, que si Lady Lucinda se marchaba, tendría que hacer la misma cosa.

El joven conde dudó, y Kate aprovechó el momento con una hermosa ejecución:

– Oh, díganos que se quedará. Incluso aunque no sea en toda la duración de la fiesta.

– Bueno -dijo Fennsworth, pestañeando mientras consideraba la invitación. Era claro que él quería quedarse (y Gregory estaba muy seguro de que sabía a ciencia cierta el por qué). Pero con título o no, él todavía era muy joven, y Gregory imaginó que debía obedecerle a su tío en todos los asuntos pertinentes a su familia.

Y había dicho claramente que su tío deseaba el rápido regreso de Lady Lucinda.

– Supongo que no habría problema si me quedo un día más -dijo Fennsworth.

Oh, muy bien. Estaba deseoso de desafiar a su tío solo para pasar un tiempo más con la Srta. Watson. Y como era el hermano de Lady Lucinda, era un hombre al que Hermione nunca jamás podría rechazar con su fastidiosa cortesía usual. Gregory se preparó para otro aburrido día de competición.

– Por favor, díganos que se quedara hasta el viernes -dijo Kate-. Estamos planeando un baile de máscaras para la noche del jueves, y no querríamos que se lo perdiera.

Gregory hizo una nota mental para darle un regalo sumamente ordinario a Kate para su próximo cumpleaños. Piedras, quizás.

– Es solo un día más -dijo Kate con una agradable sonrisa.

En ese momento Lady Lucinda y la Srta. Watson entraron al cuarto, la primera en un vestido de mañana azul claro y la segunda con el mismo vestido verde que había llevado puesto en el desayuno. Lord Fennsworth le echó un vistazo al dúo (más a una que a la otra, y era suficiente con decir que su sangre no estaba tan espesa por el amor no correspondido), y murmuró:

– Entonces será el viernes.

– Estupendo -dijo Kate, juntando sus manos-. Haré que preparen un cuarto inmediatamente para usted.

– ¿Richard? -Preguntó Lady Lucinda-. ¿Por qué estás aquí? -hizo una pausa en la puerta y miró una por una a todas las personas, aparentemente confundida de la presencia de Kate y de Gregory.

– Lucy -dijo su hermano-. Ha pasado mucho tiempo.

– Cuatro meses -dijo ella, casi sin pensarlo, como si en algún rincón de su cerebro requería siempre una absoluta exactitud, incluso cuando no era algo importante.

– Cielos, ese es un largo tiempo -dijo Kate-. Los dejaremos, Lord Fennsworth. Estoy segura que usted y su hermana desean tener un momento de privacidad.

– No hay prisa -dijo Fennsworth, mirando brevemente a la Srta. Watson-. No quiero ser descortés, y aún no le he agradecido por su hospitalidad.

– No sería descortés en absoluto -apuntó Gregory, anticipando una salida rápida del salón con la Srta. Watson en su brazo.

Lord Fennsworth se volvió y pestañeó, como si se hubiera olvidado de la presencia de Gregory. No era muy sorprendente, ya que había permanecido extrañamente en silencio en la mayor parte de la conversación.

– Le ruego que no se preocupe -dijo el conde-. Lucy y yo tendremos nuestra conversación más tarde.

– Richard -dijo Lucy, pareciendo un poco preocupada-. ¿Estás seguro? No te esperaba, y si algo anda mal…

Pero su hermano negó con la cabeza.

– No es nada que no pueda esperar. El tío Robert desea hablar contigo. Me pidió que te llevara a casa.

– ¿Ahora?

– No me lo especificó -contestó Fennsworth-. Pero Lady Bridgerton me ha pedido que nos quedemos hasta el viernes muy cortésmente, y yo estuve de acuerdo. Claro -se aclaró la garganta-. Asumiendo que desees quedarte.

– Por supuesto -contestó Lucy, luciendo un poco desconcertada y perdida-. Pero yo… bueno… el Tío Robert…

– Debemos salir -dijo la Srta. Watson firmemente-. Lucy, debes quedarte con tu hermano un momento.

Lucy miró a su hermano, pero él había aprovechado la entrada de la Srta. Watson a la conversación para mirarla, y le dijo:

– ¿Y como estás, Hermione? Ha pasado mucho tiempo.

– Cuatro meses -dijo Lucy.

La Srta. Watson se rió y le sonrió calurosamente al conde.

– Estoy bien, gracias. Y Lucy tan correcta, como siempre. La última vez que hablamos fue en enero, cuando nos visitaste en la escuela.

Fennsworth inclinó su barbilla ante el reconocimiento.

– ¿Cómo podría olvidarlo? Fueron días muy agradables.

Gregory habría apostado su brazo derecho a que Fennsworth había hecho la cuenta de todos los minutos, que no había visto a la Srta. Watson. Pero la dama en cuestión ignoraba claramente el encaprichamiento del conde, porque solo le sonrió y le dijo:

– Lo fueron, ¿verdad? Fue tan dulce cuando nos llevaste a patinar sobre el hielo. Siempre eres una excelente compañía.

Buen Dios, ¿Cómo podía ella ser tan ignorante? No había forma de que estuviera tan animada si comprendiera la naturaleza de los sentimientos del conde hacia ella. Gregory estaba seguro de eso.

Pero aunque era obvio que la Srta. Watson era extremadamente cariñosa con Lord Fennsworth, nada indicaba que sostenía cualquier clase de relación romántica. Gregory se consolaba con el conocimiento de que ambos se conocían hace años, y por eso naturalmente era tan amistosa con Lord Fennsworth, dado lo cercana que era con Lady Lucinda.

En realidad, eran prácticamente como hermanos.

Y hablando de Lady Lucinda, Gregory se volvió en su dirección y no se sorprendió cuando la encontró frunciendo el ceño. Su hermano había viajado por lo menos un día para encontrarse con ella y ahora parecía no tener ninguna prisa en hablarle.

Y de hecho, todos los demás se habían quedado callados, también. Gregory observó la incómoda escena con interés. Todos parecían estar en ascuas, esperando ver quien hablaría después. Incluso Lady Lucinda, quien nadie llamaría tímida, parecía no saber que decir.

– Lord Fennsworth -dijo Kate, rompiendo el silencio afortunadamente-. Usted debe tener hambre. ¿Desea algo de desayunar?

– Lo apreciaría enormemente, Lady Bridgerton.

Kate se volvió hacia Lady Lucinda.

– A usted tampoco la he visto desayunando. ¿Quiere que le sirvan también?

Gregory pensó en la enorme bandeja que la Srta. Watson le había llevado y se preguntó cuanto de ella había engullido antes de tener que bajar para reunirse con su hermano.

– Por supuesto -murmuró Lady Lucinda-. Me gustaría acompañar a Richard, de todos modos.

– Srta. Watson -cortó Gregory suavemente-. ¿Le importaría dar un paseo por los jardines? Creo que las peonías están floreciendo. Y esas de hojas azules -siempre olvido como se llaman.

– Delphinium. -Era Lady Lucinda, por supuesto. Sabía que ella no iba a ser capaz de resistirse. Entonces se volvió y lo miró, con los ojos ligeramente entrecerrados-. Ya se lo había dicho el otro día.

– Se que lo hizo -murmuró él-. Pero nunca he tenido mucha cabeza para los detalles.

– Oh, Lucy lo recuerda todo -dijo la Srta. Watson jovialmente-. Y sería estupendo dar un paseo por los jardines con usted. Claro, si a Lucy y a Richard no les importa.

Ambos aseguraron que no, aunque Gregory estaba muy seguro de haber visto un destello de decepción y-de desilusión, hay que decirlo- de irritación en los ojos de Fennsworth.

Gregory sonrió.

– ¿Nos encontraremos en nuestra habitación? -le dijo la Srta. Watson a Lucy.

La otra muchacha asintió, y con un sentimiento de triunfo -no había nada como una buena competición- Gregory puso la mano en la curva del codo de la Srta. Watson y salió con ella del cuarto.

Esa iba a ser una excelente mañana, después de todo.


* * *¨* *

Lucy siguió a su hermano y a Lady Bridgerton al cuarto del desayuno, aunque no había pensado en hacerlo, ya que había tenido la oportunidad de comer mucho de lo que Hermione le había llevado más temprano. Pero eso significaba que tenía que soportar por lo menos, treinta minutos llenos de una conversación sin sentido, mientras su cerebro se aceleraba, imaginando todo tipo de desastres que podrían haber ocurrido, que pudieran ser los causantes de esa llamada tan inesperada a su casa.

Richard no pudo hablarle de nada importante, ya que Lady Bridgerton y la mitad de los invitados a la casa, conversaban inútilmente sobre los huevos tibios y la reciente lluvia, por eso Lucy esperó sin protestar, mientras él terminaba (siempre había sido irritantemente lento para comer), e hizo su mejor esfuerzo de no perder la paciencia mientras paseaban por el césped lateral, y Richard le preguntó sobre la escuela, después por Hermione, luego por la madre de Hermione, y luego en su próximo debut, y luego otra vez en Hermione, con un tajante cambio hacia el hermano de Hermione, quien se había encontrado aparentemente con él en Cambridge, y entonces regresó a lo del debut, y hasta que punto ella pensaba compartirlo con Hermione…

Finalmente Lucy se detuvo, plantó las manos en sus caderas y le exigió que le dijera por qué estaba allí.

– Ya te lo dije -dijo él, sin mirarla directamente a los ojos-. El tío Robert desea hablar contigo.

– Pero, ¿por qué? -no era una pregunta con una obvia respuesta. El tío Robert no se había preocupado en hablar con ella en todo el tiempo, durante los últimos diez años. Si tenía planeado empezar ahora, tenía que haber una razón para ello.

Richard se aclaró la garganta varias veces antes de decirle finalmente:

– Bueno, Lucy, creo que planea organizar tu boda.

– ¿En seguida? -susurró Lucy, no sabía por qué estaba tan sorprendida. Sabía que eso era de esperarse; había estado prácticamente comprometida durante años. Y le había dicho a Hermione, en más de una ocasión, que la temporada para ella era realmente una tontería, porque ¿para qué molestarse con el gasto, si iba a casarse con Haselby al final?

Pero ahora… repentinamente… no quería hacerlo. Por lo menos no, tan pronto. No quería pasar de colegiala a esposa, sin haber hecho nada en el intermedio. No estaba deseando tener aventuras -ni siquiera quería una aventura- en realidad, no era de ese tipo de mujeres.

No estaba pidiendo mucho, solo unos meses de libertad, de sonrisas.

De bailar sin descanso, girando tan rápido que las llamas de las velas parecieran serpientes de luz.

Quizás era práctica. Quizás era «la vieja Lucy», como muchas veces la había llamado la Srta. Moss. Pero le gustaba bailar. Y quería hacerlo. Ahora. Antes de que envejeciera. Antes de convertirse en la esposa de Haselby.

– No sé cuando -dijo Richard, bajando la mirada hacia ella con… ¿eso era pesar?

¿Por qué sentiría pesar?

– Creo que será pronto -dijo-. El tío Robert parece estar deseoso de hacerlo.

Lucy simplemente lo miró con fijeza, preguntándose por qué no podía dejar de pensar en bailar, no podía dejar de imaginarse, vestida con un vestido azul plateado, mágico y radiante, en los brazos de…

– ¡Oh! -Se puso la mano en la boca, como si eso pudiera acallar sus pensamientos de algún modo.

– ¿Qué sucede?

– Nada -dijo ella, negando con la cabeza. Sus ensueños no tenían rostro. No podían tenerlo. Y por eso dijo con mayor firmeza, otra vez-: Nada. En absoluto.

Su hermano se inclinó para examinar a una flor silvestre que se había escapado de los exigentes ojos de los jardineros de Aubrey Hall. Era pequeña, azul, y apenas estaba empezando a florecer.

– Es encantadora, ¿no te parece? -murmuró Richard.

Lucy asintió con la cabeza. A Richard siempre le habían encantado las flores. Las flores silvestres en particular. Eran diferentes en ese aspecto, comprendió. Ella siempre había preferido el orden de una cama pulcramente arreglada, cada flor en su lugar, cada pauta cuidadosa y amorosamente conservada.

Pero ahora…

Bajó la mirada hacia la pequeña flor, pequeña y delicada, creciendo insolentemente donde no pertenecía.

Y decidió que le gustaban las silvestres, también.

– Sé que hubieras preferido esperar una temporada -dijo Richard apologéticamente-. Pero en realidad, ¿es tan terrible? Realmente nunca quisiste una, ¿verdad?

Lucy tragó saliva.

– No -dijo, porque sabía que eso era lo que él quería oír, y no quería que se sintiera peor de lo que ya se sentía. Y además ella nunca había pensado de una manera u otra en una temporada en Londres. Por lo menos, no, hasta ahora.

Richard arrancó la pequeña flor azul desde las raíces, mirándola inquisidoramente, y se puso de pies.

– Alégrate, Lucy -dijo él, mientras le levantaba ligeramente la barbilla-. Haselby no es tan malo. No debes preocuparte por tener que casarte con él.

– Lo sé -dijo ella suavemente.

– Él no te hará daño -agregó él, y sonrió, con esa clase de sonrisa ligeramente falsa. De la clase que quería ser tranquilizadora, pero que de algún modo no lo era.

– No he pensado que él lo haría -dijo Lucy, y un filo de… de algo, se arrastró en su voz-. ¿Por qué dices tal cosa?

– Por nada en absoluto -dijo Richard rápidamente-. Pero sé que es una preocupación para muchas mujeres. No todos los hombres tratan a sus esposas con el debido respeto, con el que Haselby te tratará a ti.

Lucy asintió. Claro. Era cierto. Había escuchado muchas historias. Todos habían escuchado ese tipo de historias.

– No será tan malo -dijo Richard-. Incluso creo que te caerá bien. Es bastante agradable.

Agradable. Eso era algo bueno. Mucho mejor que desagradable.

– Algún día será el conde de Davenport -agregó Richard, aunque claro ella ya sabía eso-. Tú serás su condesa. Una muy prominente.

Eso era. Sus amigas de la escuela siempre le habían dicho que tenía mucha suerte por tener su futuro ya establecido, y con tan elevado resultado. Era la hija de un conde y la hermana de un conde. Y estaba destinada a ser la esposa de uno. No tenía nada de que quejarse. Nada.

Pero se sentía vacía.

No era precisamente una mala sensación. Pero estaba desconcertada. Y poco familiar. Se sentía hundida. Se sentía a la deriva.

No se sentía como ella misma. Y eso era lo peor de todo.

– No estás sorprendida, ¿verdad, Luce? -preguntó Richard-. Sabías que esto iba a suceder. Lo sabíamos.

Ella asintió.

– No pasa nada -dijo ella, tratando de no sonar tan normal-. Es solo que no pensé que pasaría tan rápido.

– Claro -dijo Richard-. Esto es una sorpresa, eso es todo. Cuando te acostumbres a la idea, te sentirás mucho mejor. Incluso, normal. Después de todo, siempre habías sabido que serías la esposa de Haselby. Y piensa en lo mucho que disfrutarás planeando la boda. El tío Robert dijo que iba a ser grandiosa. En Londres, creo. Davenport insiste en ello.

Lucy se sintió asentir. Le gustaba mucho planear cosas. Había un sentimiento muy agradable en hacerse cargo de algo por venir.

– Hermione puede ser tu acompañante, también -agregó Richard.

– Por supuesto -murmuró Lucy. Porque, en realidad, ¿a quien más iba a escoger?

– ¿Hay algún color que no le favorezca? -preguntó Richard con un ceño-. Porque serás la novia. Y no querrás ser eclipsada.

Lucy puso los ojos en blanco. Ese era un hermano para mi.

Sin embargo, parecía no comprender que la había insultado, y Lucy supuso que no debía haberse sorprendido. La belleza de Hermione era tan legendaria que nadie se insultaba con una comparación desfavorable. Uno tendría que engañarse en pensar de otro modo.

– No puedo vestirla de negro -dijo Lucy. Ese era el único color que pensó, haría ver a Hermione un poco pálida.

– No, no puedes, ¿puedes? -Richard hizo una pausa, ponderando eso con claridad, y Lucy lo miró escépticamente. Su hermano, quien regularmente se informaba de lo que estaba a la moda y lo que no, estaba actualmente interesado en el color del vestido de acompañante de Hermione.

– Hermione puede vestirse con cualquier color que desee -decidió Lucy. ¿Y por qué no? De todas las personas que asistirían, no había otra que significara más para ella que su mejor amiga.

– Eso es muy característico en ti -dijo Richard. La miró pensativamente-. Eres una buena amiga, Lucy.

Lucy sabía que debía haberse sentido elogiada, pero en su lugar, solo se preguntó por qué le había tomado a tanto tiempo comprenderlo

Richard le sonrió, luego bajó la mirada hacia la flor, que todavía tenía en sus manos. La levantó, la giró varias veces, rodando el tallo de un lado al otro entre sus dedos pulgar e índice. Pestañeó, con la frente ligeramente fruncida, y luego puso la flor en frente de su vestido. Eran del mismo color azul -ligeramente púrpura, quizás un poco gris.

– Deberías llevar este color -dijo él-. Luces muy adorable.

Parecía un poco sorprendido, por eso Lucy comprendió que no estaba mintiéndole.

– Gracias -dijo ella. Siempre había pensado que ese color le hacía ver los ojos más luminosos. Richard era la primera persona aparte de Hermione en hacerle ese comentario-. Tal vez lo haga.

– ¿Quieres que regresemos a la casa? -preguntó él-. Estoy seguro que querrás contarle todo a Hermione.

Ella hizo una pausa y luego negó con la cabeza.

– No, gracias. Creo que me quedaré aquí afuera otro rato. -Apuntó hacia un lugar cerca del camino que conducía al lago-. Hay un banco que está cerca. Y el sol se siente muy agradable sobre mi cara.

– ¿Estás segura? -Richard miró hacia el cielo-. Siempre estás diciendo que no quieres que te salgan pecas.

– Ya tengo pecas, Richard. Y no me demoraré mucho. -No había planeado salir cuando bajó a saludarlo, por eso no había traído su gorro. Pero todavía era temprano. Unos minutos de sol no destruirían su cutis.

Y además de eso, quería hacerlo. ¿No sería agradable hacer algo porque quería, y no porque se lo ordenaran?

Richard asintió.

– ¿Te veré en la cena?

– Creo que esa es una mentira a medias.

Él sonrió abiertamente.

– Lo sabrías.

– No hay nada como un hermano -refunfuñó ella.

– Y no hay nada como una hermana. -Se inclinó y la besó en la frente, cogiéndola fuera de guardia completamente.

– Oh, Richard -murmuró ella, espantada por la húmeda reacción. Ella nunca lloraba. De hecho, era conocida por su completa falta de tendencias de florero.

– Ve -dijo él, con suficiente afecto como para hacer que una lágrima rodara por su mejilla. Lucy se la limpió, avergonzada de que la hubiera visto, avergonzada de haberlo hecho. Richard le apretó la mano y le hizo señas con la cabeza hacia el césped del sur-. Ve a mirar los árboles y cualquier cosa que tengas que hacer. Te sentirás mejor cuando pases unos momentos a solas.

– No me siento tan mal -dijo Lucy rápidamente-. No hay necesidad de sentirme mejor.

– Claro que no. Solamente estás sorprendida.

– Exactamente.

Exactamente. Exactamente. En realidad, estaba encantada, en serio. Había esperado por este momento durante años. ¿No sería agradable tenerlo todo organizado? Le gustaba el orden. Le gustaba estar organizada.

Solo era la sorpresa. Eso era todo. Era como cuando uno veía a un amigo en un lugar inesperado y casi ni la reconocía. No había esperado ese anuncio en ese momento. Y esa era la única razón por la cual se sentía tan extraña.

De verdad.

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