En el que nada se resuelve.
Cuando Gregory se sentó al día siguiente a desayunar, Kate ya estaba allí, seria y cansada.
– Lo siento mucho -fue lo primero que dijo cuando tomó asiento a su lado.
¿Qué pasaba con las disculpas? se preguntó. Estaban claramente desenfrenadas en los últimos días.
– Sé que esperabas…
– Nada -la interrumpió, echando una mirada al plato de comida que ella había dejado del otro lado de la mesa. Dos sillas atrás.
– Pero…
– Kate -dijo, pero ni siquiera reconocía su propia voz. Sonaba más viejo, si era posible. Endurecido.
Ella se quedó callada, con los labios aún separados, como si sus palabras se hubieran congelado en su lengua.
Gregory no sabía lo que estaba haciendo mientras él se concentraba en su comida -quizás miraba alrededor del cuarto, estimando que alguno de los invitados podía escuchar su conversación. De vez en cuando la escuchaba removerse en su asiento, cambiando de posición inconscientemente, al anticiparse a decir algo.
Él siguió con su tocino.
Y luego -sabía que ella no podía mantener su boca cerrada por mucho tiempo.
– Pero tú estabas…
Se volvió. La miró duramente. Y dijo una palabra.
– No.
Por un momento su expresión estaba en blanco. Luego sus ojos se ensancharon, y una esquina de su boca se levantó. Solo un poco.
– ¿Cuántos años tenías cuando nos conocimos? -preguntó.
¿Qué diablos era eso?
– No lo se -dijo él con impaciencia, intentando recordar la boda de su hermano. Había habido muchísimas flores. Había estornudado durante semanas, o eso le parecía.
– Trece, quizás. ¿Doce?
Lo miró con curiosidad.
– Creo que debió ser difícil, ser mucho más joven que tus hermanos.
Él bajó su tenedor.
– Anthony, Benedict y Colin -todos nacieron consecutivamente. Como patos, siempre lo he pensado, pero no soy tan tonta como para decirlo. Y luego… hmmm. ¿Cuántos años hay entre tú y Colin?
– Diez.
– ¿Todo eso? -Kate parecía sorprendida, lo cual, él no estaba seguro de encontrar particularmente elogioso.
– Hay seis años completos de Colin a Anthony -continuó, presionando un dedo contra su barbilla como si estuviera indicando un pensamiento profundo-. Un poco más que eso, en realidad. Pero supongo que comúnmente se agrupaban, ya que tenían a Benedict en el medio.
Esperó.
– Bueno, no importa -dijo ella bruscamente-. Cada cual encuentra su lugar en la vida, después de todo. Ahora entonces…
La miró fijamente asombrado. ¿Cómo podía cambiar de tema así? Antes de que pudiera tener alguna idea de lo que ella estaba hablando.
– … supongo que debo informarte sobre los eventos que sucedieron en el resto de la noche. Después que te marchaste. -Kate suspiró -en realidad gruñó- agitó la cabeza-. Lady Watson estaba un poco molesta de que su hija no haya sido estrechamente supervisada, aunque en realidad, ¿de quien fue la culpa? Y luego se molestó porque la temporada de la Señorita Watson había terminado antes de que tuviera la oportunidad de gastar dinero en su nuevo guardarropa. Porque, después de todo, no es como si ahora fuera a hacer su debut.
Kate hizo una pausa, esperando que Gregory dijera algo. Él levantó las cejas e hizo el más diminuto de los encogimientos de hombros, solo lo suficiente para indicar que no tenía nada que agregar a la conversación.
Kate le dio un segundo más, y luego continuó con:
– Lady Watson cambió de parecer rápidamente cuando se le indicó que Fennsworth es un conde, aunque es muy joven.
Hizo una pausa, retorciendo sus labios.
– Él es muy joven, ¿no te parece?
– No es mucho más joven que yo -dijo Gregory, aunque había pensado que Fennsworth era un completo bebé la noche anterior.
Kate parecía estar pensando en eso.
– No -dijo lentamente-, hay una diferencia. Él no es… Bueno, no lo sé. En todo caso…
¿Por qué seguía cambiando de tema cuando empezaba a decir algo que realmente quería escuchar?
– …los esponsales están arreglados -continuó, subiendo de velocidad en esa parte-, y creo que todas las partes involucradas están satisfechas.
Gregory supuso que él no contaba como una parte involucrada. Pero entonces de nuevo, sintió más irritación que otra cosa. No le gustaba ser derrotado. En nada.
Bueno, excepto en disparar. Había pasado mucho tiempo desde que se había rendido en eso.
¿Cómo es que nunca se le había ocurrido, ni siquiera una vez, que al final no podría conquistar a la Srta. Watson? Había aceptado que no iba a ser fácil, pero para él, era un asunto del destino. Predestinado.
Realmente había hecho progresos con ella. Había reído con él, por Dios. Reído. Seguramente eso tenía que haber significado algo.
– Ellos se marchan hoy -dijo Kate-. Todos. Separadamente, por supuesto. Lady y la Srta. Watson se marcharan para hacer los preparativos de la boda, y Lord Fennsworth va a llevar a su hermana a casa. Después de todo, esa fue la razón por la que vino.
Lucy. Tenía que ver a Lucy.
Había estado intentando no pensar en ella.
Con resultados contradictorios.
Pero ella estaba allí, todo el tiempo, flotando en el fondo de su mente, incluso mientras pensaba en la perdida de la Srta. Watson.
Lucy. Era imposible pensar en ella como Lady Lucinda. Aun cuando no la hubiese besado, sería Lucy. Esa era ella. Le encajaba perfectamente.
Pero la había besado. Y había sido fantástico.
Pero en su mayor parte, inesperado.
Todo lo que pasó lo sorprendió, incluso el mismo hecho de haberlo llevado a cabo. Era Lucy. No se suponía que debía besar a Lucy.
Pero ella había estado sosteniendo su brazo. Y sus ojos -¿Qué había en sus ojos? Había levantado la mirada hacia él, buscando algo.
Buscándolo para algo.
No había querido hacerlo. Solo pasó. Se había sentido atraído, arrastrado inexorablemente hacia ella, y el espacio entre ellos se había puesto más y más pequeño…
Y entonces ella estaba allí. En sus brazos.
Había deseado hundirse en el suelo, perderse en ella y nunca soltarla.
Había deseado besarla hasta que ambos se apartaran por la pasión.
Había deseado…
Bueno. Había deseado muchas cosas, a decir verdad. Pero también había estado un poco borracho.
No mucho. Pero lo suficiente para dudar de la veracidad de su respuesta.
Y había estado enfadado. Desequilibrado.
No con Lucy, por supuesto, pero estaba muy seguro de que eso había debilitado su juicio.
Pero aún así, debía verla. Ella era una joven dama de buena cuna. Uno no besaba a una de esas, sin ninguna explicación. Y también debía disculparse, aunque realmente no se sentía como si quisiera hacerlo.
Pero era lo que debía hacer.
Levantó la mirada hacia Kate.
– ¿Cuándo se marcharán?
– ¿Lady y la Srta. Watson? Esta tarde, creo.
No, casi le grita, hablo de Lady Lucinda. Pero se contuvo y mantuvo su tono de voz indiferente cuando dijo en su lugar:
– ¿Y Fennsworth?
– Pronto, creo. Lady Lucinda ya bajó a desayunar. -Kate pensó por un momento-. Creo que Fennsworth dijo que deseaba llegar a casa para la cena. Pueden hacer su viaje en un día. No viven demasiado lejos.
– Cerca de Dover -murmuró Gregory ausentemente.
Kate frunció la frente.
– Creo que tienes razón.
Gregory le frunció el ceño a su comida. Había pensado en esperar allí a Lucy; ya que ella no podía perderse el desayuno. Pero si ya había comido, entonces el momento de su partida estaba muy cerca.
Y él necesitaba encontrarla.
Se levantó. Un poco abruptamente -se golpeó la rodilla contra el borde de la mesa, haciendo que Kate lo mirara con una expresión de sobresalto.
– ¿No vas a terminar de desayunar? -le preguntó.
Él negó con la cabeza.
– No tengo hambre.
Lo miró con evidente incredulidad. Después de todo, ella había sido miembro de la familia por más de diez años.
– ¿Cómo es eso posible?
Él ignoró su pregunta.
– Deseo que pases una linda mañana.
– ¿Gregory?
Se volvió. No quería hacerlo, pero había una ligera irritación en su voz, lo suficiente para saber que debía prestarle atención.
Los ojos de Kate se llenaron de compasión -y aprensión.
– No vas a buscar a la Srta. Watson, ¿verdad?
– No -dijo, y era casi cómico, porque esa era la última cosa en su mente.
Lucy miraba fijamente a sus baúles empacados, sintiéndose cansada. Triste. Confusa.
Y solo el cielo sabía que más.
Escurrida. Así era como se sentía. Había observado a las mucamas con las toallas de baño, como las retorcían y retorcían hasta escurrir la última gota de agua.
Entonces se había convertido en eso.
Ahora era una toalla de baño.
– ¿Lucy?
Era Hermione, entrando silenciosamente a su cuarto. Lucy ya había estado dormida cuando Hermione había regresado la noche anterior, y Hermione había estado dormida cuando Lucy había bajado a desayunar.
Cuando Lucy había regresado, Hermione ya se había ido. Y de muchas formas, Lucy había estado agradecida por eso.
– Estaba con mi madre -le explicó Hermione-. Partiremos esta tarde.
Lucy asintió con la cabeza. Lady Bridgerton se había encontrado con ella en el desayuno y le había informado todos los planes. Cuando había regresado a su alcoba, sus pertenencias estaban empacadas y listas para ser cargadas en el carruaje.
Entonces, eso era todo.
– Quería hablar contigo -dijo Hermione, posándose en el borde de la cama pero manteniéndose alejada a una distancia prudente de Lucy-. Quería explicarte.
La mirada de Lucy permanecía fija en los baúles.
– No hay nada que explicar. Estoy muy contenta de que te cases con Richard. -Logró sonreírle cansinamente-. Ahora serás mi hermana.
– No pareces muy feliz.
– Estoy cansada.
Hermione se quedó callada un rato, y entonces, cuando estaba claro que Lucy ya había hablado, dijo:
– Quería asegurarme de que supieras que no estaba ocultándote nada. Nunca haría eso. Espero que sepas que nunca haría algo así.
Lucy asintió, porque lo sabía, aunque se había sentido abandonada, y quizás incluso un poco traicionada la noche anterior.
Hermione tragó saliva, su mandíbula se apretó, y luego tomó aliento. Y Lucy supo en ese momento que había ensayado sus palabras durante horas, moviéndolas de un lado a otro en su mente, buscando la combinación correcta para decir lo que sentía.
Eso era exactamente lo que Lucy habría hecho, pero aún así, de algún modo eso le daba ganas de llorar.
Pero a pesar de toda la práctica de Hermione, cuando habló, aún estaba cambiando de parecer, escogiendo nuevas palabras y frases.
– En realidad lo amaba. No. No -dijo, hablando más para ella misma que para Lucy-. Lo que quiero decir es, realmente pensé que amaba al Sr. Edmonds. Pero creo que no lo hacía. Porque primero fue el Sr. Bridgerton, y después… Richard.
Lucy levantó la mirada repentinamente.
– ¿Qué quieres decir, con que primero fue el Sr. Bridgerton?
– Yo… no estoy segura, en realidad -contestó Hermione, agitada por la pregunta-. Cuando compartí el desayuno con él fue como si me hubiera despertado de un sueño largo y extraño. ¿Recuerdas, lo que te dije sobre eso? Oh, no escuché música o algo así, y ni siquiera me sentí… Bueno, no sé como explicártelo, pero aunque no estaba de ninguna manera emocionada -como lo estuve con el Sr. Edmonds- Yo… me pregunté. Por él. Y si quizás, podría sentir algo. Si lo intentara. No veía como podía estar enamorada del Sr. Edmonds si el Sr. Bridgerton me hacía preguntarme ese tipo de cosas.
Lucy asintió con la cabeza. El Sr. Bridgerton la había hecho preguntarse, también. Pero no sobre si ella podía. Eso lo sabía. Solo quería saber como obligarse a no hacerlo.
Pero Hermione no notaba su angustia. O quizás Lucy la escondía bien. De cualquier manera, Hermione simplemente continuó con su explicación:
– Y entonces… -dijo-, con Richard… no estoy segura como pasó, pero estábamos caminando, y hablando, y todo se sentía tan agradable. Pero mucho más agradable -agregó apresuradamente-. Agradable suena aburrido, no era eso. Me sentí… bien. Como si hubiera llegado a casa.
Hermione sonrió, casi desvalidamente, como si no pudiera creer en su buena fortuna. Y Lucy estaba feliz por ella. De verdad, lo estaba. Pero se preguntó como era posible sentirse tan feliz y tan triste al mismo tiempo. Porque ella nunca iba a sentirse de esa manera. Y aun cuando no había creído en ello antes, lo hacía ahora. Y eso lo empeoraba todo.
– Siento mucho no haber parecido feliz por ti anoche -dijo Lucy suavemente-. Lo estoy. Muchísimo. Fue la conmoción, eso es todo. Tantos cambios al mismo tiempo.
– Pero fueron buenos cambios, Lucy -dijo Hermione, sus ojos brillaban-. Buenos cambios.
Lucy deseó poder compartir su confianza. Quería abrazar el optimismo de Hermione, pero en su lugar se sentía agobiada. Pero no podía decirle eso a su amiga. No ahora, cuando estaba brillando de felicidad.
Así que Lucy sonrió y dijo:
– Tendrás una buena vida con Richard. -Y lo deseaba, también.
Hermione le agarró la mano con las suyas, apretándola fuertemente con toda la amistad y la emoción que había dentro de ella.
– Oh, Lucy, lo sé. Lo conozco de hace tiempo, y él es tu hermano, y siempre me ha hecho sentir segura. Cómoda, en realidad. No tengo que preocuparme sobre lo que piensa de mí. Tú seguramente le has dicho todo, lo bueno y lo malo, él todavía cree que soy bastante buena.
– Él no sabe que tú no sabes bailar -admitió Lucy.
– ¿No lo sabe? -Hermione se encogió de hombros-. Se lo diré, entonces. Quizás pueda enseñarme. ¿Tiene algún talento para eso?
Lucy negó con la cabeza.
– ¿Ves? -dijo Hermione, su sonrisa era nostálgica, esperanzadora y jubilosa, de repente-. Somos una pareja perfecta. Eso lo ha aclarado todo. Es tan fácil hablar con él, y anoche… yo estaba riendo, y él estaba riendo, y eso se sentía tan… maravilloso. En realidad no puedo explicártelo.
Pero no tenía que explicárselo. Lucy estaba aterrada de que sabía exactamente lo que Hermione quería decir.
– Y después estábamos en el naranjero, y todo era tan hermoso con la luz de la luna brillando a través del cristal. De repente todo era colorido y borroso… y entonces lo miré. -Los ojos de Hermione se pusieron empañados y desenfocados, Lucy sabía que estaba perdida en el recuerdo.
Perdida y feliz.
– Lo miré -dijo Hermione de nuevo-. Y él estaba mirándome. No podía apartar la mirada. Simplemente no podía. Y entonces nos besamos. Eso fue… ni siquiera puedo pensar en eso. Solo pasó. Fue la cosa más natural y maravillosa del mundo.
Lucy asintió tristemente.
– Comprendí que no lo había entendido antes. Con el Sr. Edmonds -oh, pensé que estaba tan profundamente enamorada de él, pero no sabía lo que era el amor. Él era tan guapo, y me hacía sentir tímida y entusiasmada, pero nunca deseé besarlo. Nunca lo considere y sucedió, no porque lo quisiera, sino porque… porque…
¿Porque qué? Lucy quería gritar. Pero aún cuando había tenido el impulso, le faltaba energía.
– Porque era a donde yo pertenecía -terminó Hermione suavemente, y parecía asombrada, como si no lo hubiese comprendido antes, sino en ese preciso momento.
Lucy empezó a sentirse muy rara de repente. Sentía los músculos temblorosos, y tenía el más demente deseo de envolver sus manos en puños. ¿Qué había querido decir con eso? ¿Por qué le estaba diciendo eso? Todos habían pasado mucho tiempo diciéndole que el amor era algo mágico, algo salvaje e incontrolable que llegaba como una tormenta.
¿Y ahora era algo más? ¿Era solo comodidad? ¿Algo pacífico? ¿Algo que realmente parecía agradable?
– ¿Qué sucedió con lo de escuchar música? -se escuchó así misma exigirle-. ¿Eso de ver la nuca, y saberlo?
Hermione le ofreció un desvalido encogimiento de hombros.
– No lo sé. Pero no confiaría en eso, si fuera tú.
Lucy cerró los ojos en agonía. No necesitaba que se lo advirtiera. Nunca había confiado en esa clase de sentimiento. No era de la clase que memorizaba sonetos de amor, y nunca lo sería. Pero del otro modo -el que tenía que ver con la sonrisa, la comodidad, el sentimiento agradable- en ese confiaría en un instante.
Y Dios del cielo, eso era lo que había sentido con el Sr. Bridgerton.
Todo eso y la música, también.
Lucy sentía como la sangre abandonaba su rostro. Había escuchado música cuando lo besó. Había sido una verdadera sinfonía, con elevados crescendos, sonora percusión e incluso eso que pulsaba en un pequeño latido que uno nunca notaba hasta que se arrastraba y tomaba el ritmo del corazón de uno.
Lucy había flotado. Había temblado. Sintió todas esas cosas que Hermione había dicho, había sentido con el Sr. Edmonds -y también todo lo que le había dicho que sentía con Richard.
Todo con una persona.
Estaba enamorada de él. Estaba enamorada de Gregory Bridgerton. La comprensión no podía ser más clara…o más cruel.
– ¿Lucy? -preguntó Hermione con vacilación. Y entonces de nuevo-: ¿Lucy?
– ¿Cuándo es la boda? -preguntó Lucy abruptamente. Porque cambiar de tema era lo único que podía hacer. Se volvió, miró directamente a Hermione y le sostuvo la mirada por primera vez en la conversación-. ¿Has comenzado a hacer planes? ¿Será en Fenchley?
Detalles. Los detalles eran su salvación. Siempre lo habían sido.
La expresión de Hermione lucía confusa, luego preocupada, y después dijo:
– Yo… no, creo que va a ser en la Abadía. Es mucho más grande. Y… ¿estás segura que estás bien?
– Muy bien -dijo Lucy bruscamente, y sonaba como ella misma, así que quizás eso podría significar que se sentía también de esa forma-. Pero no mencionaste cuando.
– Oh. Pronto. Me dijeron que anoche había personas cerca al naranjero. No estoy segura de lo que escuché -o repetí- pero los susurros han empezado, por eso tenemos que organizarlo todo lo más rápido posible. -Hermione le brindó una dulce sonrisa-. Eso no me importa. Y creo que a Richard tampoco.
Lucy se preguntó cual de las dos llegaría primero al altar. Esperaba que fuera Hermione.
Se escuchó un golpe en la puerta. Era una criada, seguida por dos lacayos, que venían a llevarse los baúles de Lucy.
– Richard desea partir temprano -le explicó Lucy, aunque no había visto a su hermano desde los eventos sucedidos la noche anterior. Hermione seguramente conocía sus planes mejor que ella.
– Piénsalo, Lucy -dijo Hermione, mientras andaba hacia la puerta-. Ambas seremos condesas. Yo de Fennsworth y tú de Davenport. Las dos, seremos toda una sensación.
Lucy sabía que estaba intentando animarla, por eso usó cada onza de su energía para obligarse a sonreír al alcanzar sus ojos, cuando dijo:
– Será muy divertido, ¿no te parece?
Hermione le tomó la mano y se la apretó.
– Oh, lo será, Lucy. Ya lo verás. Estamos al alba de un nuevo día, y será luminoso, en efecto.
Lucy le dio un abrazo a su amiga. Esa era la única forma que pensó, podría ayudarla a esconder la cara de su vista.
Porque no había manera de poder fingir su risa esa vez.
Gregory la encontró justo a tiempo. Ella estaba frente al camino, sorprendentemente sola, alejada del manojo de sirvientes que corrían por todos lados. Podía verle su perfil, la barbilla ligeramente ladeada mientras miraba como sus baúles eran cargados en el carruaje. Lucía… serena. Cuidadosamente firme.
– Lady Lucinda -la llamó.
Ella permaneció muy quieta antes de volverse. Y cuando lo hizo, sus ojos lucían dolidos.
– Me alegro de haberla alcanzado -dijo él, aunque ya no estaba tan seguro de eso. Ella no parecía feliz de verlo. No lo había esperado.
– Sr. Bridgerton -dijo. Sus labios se arrugaron en las esquinas, como si pensara que estaba sonriendo.
Había cientos de cosas diferentes que él podría haberle dicho, pero por supuesto, escogió la menos importante y la más obvia.
– Veo que se marcha.
– Sí -dijo ella, después de la más vacía de las pausas-. Richard desea partir temprano.
Gregory echó un vistazo alrededor.
– ¿Está aquí?
– No aún. Imagino que está despidiéndose de Hermione.
– Ah. Sí. -Se aclaró la garganta-. Por supuesto.
La miró, y ella lo miró, y ambos se quedaron callados.
Incómodos.
– Quería decirle que lo siento -dijo él.
Ella… no sonrió. No estaba seguro de lo que era su expresión, pero no era una sonrisa.
– Por supuesto -dijo.
¿Por supuesto? ¿Por supuesto?
– La acepto. -Lo miró ligeramente sobre su hombro-. Por favor, no piense en eso otra vez.
Eso era lo que ella debía decirle, pero aún así, molestaba a Gregory. La había besado, y había sido estupendo, y si deseaba recordarlo, nadie se lo impediría.
– ¿La veré en Londres? -preguntó.
Levantó la mirada hacia él, y sus ojos se encontraron finalmente con los suyos. Estaba buscando algo. Estaba buscando algo en su interior, que él no creyó que encontraría.
Lo miraba demasiado sombría, demasiado cansada.
Demasiado diferente a ella.
– Espero que sí -contestó-. Pero no será lo mismo. Usted sabe, que estoy comprometida.
– Prácticamente comprometida -le recordó él, sonriendo.
– No. -Agitó la cabeza, lenta y resignadamente-. Ahora lo estoy de verdad. Por eso Richard vino a llevarme a casa. Mi tío ha finalizado los acuerdos. Creo que las amonestaciones se leerán pronto. Está concretado.
Sus labios se separaron con sorpresa.
– Ya veo -dijo él, y su mente corrió. Y corrió y corrió, y no llegó absolutamente a ninguna parte-. Le deseo lo mejor -dijo, porque ¿qué más podía decir?
Ella asintió, inclinando la cabeza hacia el extenso césped verde que estaba delante de la casa.
– Creo que daré una vuelta alrededor del jardín. Me espera un largo viaje.
– Claro -dijo él, ofreciéndole una breve cortesía. Ella no deseaba su compañía. Eso no podía ser más claro, aunque lo hubiera dicho con palabras.
– Ha sido estupendo conocerlo -dijo ella. Sus ojos se clavaron en los suyos, y por primera vez en la conversación, él la vio, vio directamente todo su interior, cansado y herido.
Y se dio cuenta de que le estaba diciendo adiós.
– Lo siento… -se detuvo, mirando a un lado. A un muro de piedra-. Siento que nada haya salido como usted lo había esperado.
Yo no, pensó, y comprendió que era verdad. Tuvo una imagen súbita de su vida casado con Hermione Watson, y estaba…
Aburrido.
Buen Dios, ¿Cómo no lo había comprendido hasta ahora? Él y la Srta. Watson no estaban hechos el uno para el otro, y de verdad, se había escapado por muy poco.
No era muy probable que confiara en su juicio la próxima vez en los asuntos del corazón, pero eso era mucho más preferible que un matrimonio aburrido. Supuso que tenía que agradecerle a Lady Lucinda por eso, aunque no estaba seguro del por qué. Ello no había estado en contra de su matrimonio con la Srta. Watson; de hecho, lo había animado en todo momento.
Pero de algún modo era responsable de hacerlo recapacitar. Si había algo que debía ser reconocido esa mañana, era eso.
Lucy hizo señas nuevamente hacia el césped.
– Daré ese paseo -dijo.
Él asintió como saludo, y la miró mientras se alejaba. Su cabello estaba aplanado pulcramente en un moño, los mechones rubios atrapaban la luz del sol, como la miel y la mantequilla.
Realmente esperó un rato, no porque esperara que se diera la vuelta, o incluso porque esperara que ella lo hiciera.
Era por si acaso.
Porque ella podría hacerlo. Podría darse la vuelta, y podría tener que decirle algo, y entonces él le contestaría, y ella podría…
Pero no lo hizo. Siguió caminando. No se dio la vuelta, no miró hacia atrás, y él se pasó sus últimos minutos mirando su nuca. Y todo lo que pensó fue…
Algo no está bien.
Pero por su vida, que no sabía qué.