Capítulo 3

En el que nuestro héroe se esfuerza muchísimo.


La siguiente mañana fue luminosa y clara, y cuando Gregory se dispuso a desayunar, su cuñada apareció a su lado, sonriendo débilmente, sin duda tramando algo.

– Buenos días -dijo ella, de lejos demasiado jovial y alegre.

Gregory asintió con la cabeza mientras se servía huevos en su plato.

– Kate.

– He pensado, que con este buen tiempo, podríamos organizar una excursión al pueblo.

– ¿Para comprar cintas y lazos?

– Exactamente -contestó ella-. Pienso que es importante apoyar a los tenderos locales, ¿no te parece?

– Claro -murmuró-. Aunque recientemente no me he encontrado necesitado de cintas y lazos.

Kate parecía no notar su sarcasmo.

– Todas las jóvenes tienen un poco de dinero para su uso personal y no tienen un lugar en donde gastarlo. Si no las envío al pueblo, creo que se atreverán a crear un establecimiento de juego en el salón rosa.

Eso sería algo que a él, le gustaría ver.

– Y -continuó Kate muy determinada-, si las envío al pueblo, tendré que enviarlas con acompañantes.

Cuando Gregory no le respondió lo suficientemente rápido, ella repitió:

Con acompañantes.

Gregory se aclaró la garganta.

– ¿Debo asumir que estás pidiéndome que camine en el pueblo esta tarde?

– Esta mañana -le aclaró ella-. Y, como pensé en emparejarlos a todos, y, como tú eres un Bridgerton y eres mi caballero favorito de todo el grupo, pensé que podría preguntarte si había alguien con quien quisieras ser emparejado.

Kate no era más que una emparejadora, pero en ese caso Gregory decidió que debía agradecerle sus tendencias entrometidas.

– De hecho -empezó él-. Hay…

– ¡Excelente! -lo interrumpió Kate, aplaudiendo con alegría-. Será Lucy Abernathy.

Lucy Aber

– ¿Lucy Abernathy? -repitió él, atontado-. ¿Lady Lucinda?

– Sí, ustedes dos se veían tan compenetrados ayer en la noche, y debo decirte, Gregory, que ella me gusta muchísimo. Dice que está prácticamente comprometida, pero yo opino que…

– Yo no estoy interesado en Lady Lucinda -la cortó, decidiendo que sería muy peligroso esperar que Kate recobrara el aliento.

– ¿No lo estás?

– No. No lo estoy. Yo… -se inclinó, aunque ellos eran las únicas dos personas en el salón del desayuno. De algún modo parecía extraño, y sí, un poco avergonzado de gritarlo a los cuatro vientos-. Hermione Watson -dijo con voz queda-. Me gustaría ser la pareja de la Señorita Watson.

– ¿En serio? -Kate no parecía exactamente defraudada, más bien lucía un poco resignada. Como si hubiera escuchado eso antes. Repetidamente.

Maldición.

– Sí -le respondió Gregory, y sentía como una enorme ola de irritación lo invadía. Primero por Kate, porque, bueno, ella estaba allí, y él se había enamorado desesperadamente y todo lo que ella podía decir era: ¿En serio? Pero entonces comprendió que había estado molesto toda la mañana. No había dormido bien la noche anterior; no había podido dejar de pensar en Hermione y la inclinación de su cuello, el verde de sus ojos, el suave ritmo de su voz. Él nunca -nunca- había reaccionado a una mujer de esa manera, y aunque estaba de algún modo aliviado de haber encontrado finalmente a la mujer que planeaba convertir en su esposa, estaba un poco desconcertado de que ella no hubiera tenido la misma reacción hacia él.

Solo el cielo sabía que había soñado con ese momento antes. Siempre había pensado en encontrar su verdadero amor, ella siempre había flotado en sus pensamientos, sin nombre, sin cara. Pero ella siempre había sentido la misma gran pasión. No lo había enviado a bailar con su mejor amiga, por el amor de Dios.

– Será Hermione Watson, entonces -dijo Kate, exhalando en esa forma en que las mujeres lo hacían cuando querían decirte algo que no podías posiblemente empezar a entender incluso si ellas habían elegido traducirlo al español, lo cual, por supuesto, no hacían.

Era Hermione Watson. Sería Hermione Watson.

Pronto.

Quizás esa misma mañana.


* * * * *

– ¿Crees que hay algo que comprar en el pueblo aparte de cintas y lazos? -Le preguntó Hermione a Lucy mientras se ponían los guantes.

– Pues eso espero -respondió Lucy-. Todo el mundo hace esto en las casas de fiesta, ¿no te parece? Nos envían afuera con nuestro dinero personal para comprar cintas y lazos. En este momento podría decorar toda una casa. O por lo menos, una pequeña cabaña de paja.

Hermione sonrió juguetonamente.

– Donaré las mías a la causa, y juntas remodelaremos una… -se detuvo, pensando, luego sonrió-. ¡Una enorme cabaña de paja!

Lucy sonrió abiertamente. Había algo tan leal sobre Hermione. Nadie lo había visto, por supuesto. Nadie se molestaba nunca en mirar más allá de su cara. Aunque, Hermione raramente compartía lo suficiente de ella con alguno de sus admiradores como para que comprendieran lo que estaba detrás de su hermoso exterior. Y no es que fuera tímida, precisamente, aunque definitivamente no era tan extrovertida como Lucy. Más bien, Hermione era una solitaria. Simplemente no le importaba compartir sus pensamientos y opiniones con las personas que no conocía.

Y eso volvía locos a los caballeros.

Lucy echó un vistazo al exterior de la ventana mientras entraban a uno de los muchos salones de Aubrey Hall. Lady Bridgerton les había dicho que llegaran a las once en punto.

– Al menos no parece que fuera a llover -dijo ella. La última vez que las habían enviado por cursilerías había llovido en todo el camino de regreso a casa. Las ramas de un árbol los había mantenido ligeramente secos, pero sus botas habían estado a punto de arruinarse. Y Lucy había estornudado durante una semana.

– Buenos días, Lady Lucinda, Señorita Watson.

Era Lady Bridgerton, su anfitriona, entrando al cuarto de esa forma segura que la caracterizaba. Su cabello oscuro estaba estirado hacia atrás, y sus ojos brillaban con aguda inteligencia.

– Estoy encantada de verlas -dijo-. Son las últimas damas en llegar.

– ¿Lo somos? -preguntó Lucy, horrorizada. Odiaba llegar tarde-. Lo siento mucho. ¿No nos había dicho que era a las once?

– Oh querida, no quise molestarla -dijo Lady Bridgerton-. En realidad le dije a las once. Lo que pasa en que pensé en enviarlos a todos por turnos.

– ¿Por turnos? -repitió Hermione.

– Sí, es mucho más entretenido de esa manera, ¿no les parece? Tengo ocho damas y ocho caballeros. Si los hubiera enviado a todos de una vez, sería imposible mantener una conversación apropiada. Por no mencionar la anchura del camino. Odiaría que se tropezaran los unos sobre otros.

Había algo que decir sobre la seguridad en números, pero Lucy se guardó sus pensamientos. Lady Bridgerton claramente tenía alguna clase de agenda, y como Lucy había decidido que admiraba mucho a la vizcondesa, estaba muy curiosa por el resultado.

– Señorita Watson, usted será la pareja del hermano de mi esposo. ¿Creo que usted lo conoció anoche?

Hermione asintió cortésmente.

Lucy sonrió para sí misma. El Señor Bridgerton había sido un hombre ocupado esa mañana. Bien hecho.

– Y usted, Lady Lucinda -continuó Lady Bridgerton-. Será acompañada por el Señor Berbrooke. -Sonrió débilmente, como si se estuviera disculpando-. Él es casi un pariente -agregó-, y, ah, un agradable compañero.

– ¿Un pariente? -repitió Lucy, ya que no estaba segura de cómo debía responderle al atípico tono de duda de Lady Bridgerton-. ¿Casi?

– Sí. La hermana de la esposa del hermano de mi esposo, está casada con su hermano.

– Oh. -Lucy mantuvo su parca expresión-. ¿Entonces son familiares?

Lady Bridgerton sonrió.

– Me agrada, Lady Lucinda. Y en cuanto a Neville… bueno, estoy segura que lo encontrará entretenido. Ah, aquí está. ¡Neville! ¡Neville!

Lucy observó como Lady Bridgerton se movía para saludar al Señor Neville Berbrooke en la puerta. Ellos ya habían sido presentados, por supuesto; todos los invitados habían sido presentados en la casa de fiestas. Pero Lucy aún no había conversado con el Sr. Berbrooke, y ni siquiera lo había visto de cerca. Parecía ser un compañero afable, más bien de una apariencia jovial, con el cutis rojo y una mata de cabello rubio.

– Hola, Lady Bridgerton -dijo él, chocando de algún modo con la pata de la mesa mientras entraba al cuarto-. Excelente desayuno el de esta mañana. Sobre todo los salmones curados.

– Gracias -contestó Lady Bridgerton, observando nerviosamente al jarrón chino que ahora se balanceaba en la cima de la mesa-. Estoy segura que recuerda a Lady Lucinda.

Ambos murmuraron sus saludos, y luego el Sr. Berbrooke dijo:

– ¿Le gusta el salmón?

Lucy miró primero a Hermione, y luego a Lady Bridgerton para que le diera alguna guía, pero también parecía igual de confundida que ella, por eso solo dijo:

– Er… ¿Sí?

– ¡Excelente! -exclamó él-. Digo, ¿es una golondrina de mar la que está asomada fuera de la ventana?

Lucy pestañeó. Miró a Lady Bridgerton, solo para darse cuenta que la vizcondesa no hacía contacto visual.

– Una golondrina de mar dice usted -murmuró Lucy finalmente, ya que no sabía cuál podía ser la respuesta más conveniente. El Sr. Berbrooke había deambulado hacia la ventana, por eso ella se unió a él. Se asomó afuera. No podía ver a ningún pájaro.

Mientras tanto, por el rabillo del ojo podía ver que el Sr. Bridgerton había entrado al salón, y estaba haciendo todo lo posible por encantar a Hermione. Cielo Santo, ¡el hombre tenía una hermosa sonrisa! Incluso con dientes blancos, y la expresión se extendía a sus ojos, a diferencia de la mayoría de los jóvenes aristócratas aburridos que Lucy había conocido, el Sr. Bridgerton sonreía de verdad.

Lo cual tenía sentido, por supuesto, ya que le estaba sonriendo a Hermione, de la cual estaba obviamente encaprichado.

Lucy no podía escuchar lo que estaban diciendo, pero fácilmente reconoció la expresión en la cara de Hermione. Cortés, claro, ya que Hermione nunca sería mal educada. Y quizás nadie más podía verlo, pero Lucy quien conocía tan bien a su amiga, notaba que lo único que estaba haciendo era tolerar las atenciones del Sr. Bridgerton, aceptando sus cumplidos con un asentimiento y una sonrisa mientras su mente estaba lejos, lejos en otra parte.

Por eso, maldijo al Sr. Edmonds.

Lucy apretó los dientes mientras pretendía buscar a las golondrinas de mar, asomadas o lo que sea, con el Sr. Berbrooke. No tenía ninguna razón para creer que el Sr. Edmonds no fuera un hombre bueno, pero la realidad era, que los padres de Hermione nunca aceptarían la unión, y aunque Hermione pensaba que podía vivir felizmente con el sueldo de un secretario, Lucy estaba segura de que una vez marchitada la primera flor del matrimonio, Hermione sería miserable.

Ella podía hacerlo muchísimo mejor. Era obvio que Hermione podía casarse con cualquiera. Cualquiera. No necesitaría esforzarse. Podía ser la reina de la ton si lo deseaba.

Lucy miró al Sr. Bridgerton, asintiendo y manteniendo un oído puesto sobre el Sr. Berbrooke, quien había regresado a su asunto sobre los salmones curados. El Sr. Bridgerton era perfecto. No poseía un título, pero Lucy no era tan cruel como para pensar que Hermione tenía que casarse con alguien que tuviera el más alto rango disponible. Es solo que no podía casarse con un secretario, por el amor de Dios.

Además, el Sr. Bridgerton era extremadamente guapo, con un oscuro pelo castaño y preciosos ojos color avellana. Y su familia parecía ser perfectamente agradable y razonable, lo cual Lucy pensaba, era un punto a su favor. Cuando uno se casa con un hombre, en realidad, se casa con su familia.

Lucy no podía imaginar a un mejor esposo para Hermione. Bueno, suponía que no se quejaría si el Sr. Bridgerton fuera el siguiente en la línea de un marquesado, pero en realidad, uno no podía tenerlo todo. Y lo más importante, es que estaba segura que podía hacer feliz a Hermione, incluso si ella aún no lo había comprendido.

– Haré que eso suceda -dijo.

– ¿Eh? -dijo el Sr. Berbrooke-. ¿Ha encontrado al pájaro?

– Allí -dijo Lucy, apuntando hacia un árbol.

Él se apoyó hacia delante.

– ¿De verdad?

– ¡Oh, Lucy! -Se escuchó la voz de Hermione.

Lucy se volvió.

– ¿Podemos irnos? El Sr. Bridgerton esta deseoso de ponerse en camino.

– Estoy a su servicio, Señorita Watson -dijo el hombre en cuestión-. Partiremos cuando usted lo disponga.

Hermione le dio una mirada a Lucy que claramente decía que ella estaba deseosa de ponerse en camino, por eso Lucy dijo:

– Entonces, partamos -y tomó el brazo que le ofreció el Sr. Berbrooke y dejó que la condujera hacia el frente del camino, logrando solo gemir una vez, aunque se aplastó el dedo del pie tres veces solo el cielo sabía por qué, pero de algún modo, incluso con una buena y enorme extensión de césped, el Sr. Berbrooke lograba encontrar cada raíz de árbol, piedra y bache, y la llevaba directamente hacia ellos.

¡Rayos!

Lucy se preparó mentalmente para sus posibles lesiones. Iba a ser una excursión dolorosa. Pero productiva. Cuando regresaran a casa, Hermione estaría al menos un poco intrigada por el Sr. Bridgerton.

Lucy se encargaría de eso.


* * * * *

Si Gregory había tenido dudas sobre la Srta. Hermione Watson, se desvanecieron en el momento en que puso la mano en la curva de su codo. Había una rectitud en eso, una extraña y mística sensación de dos partes que se convertían en una. Ella encajaba perfectamente a su lado. Ellos encajaban.

Y él la deseaba.

Ni siquiera era deseo. Era algo extraño, en realidad. No estaba sintiendo nada tan vulgar como el deseo corporal. Era algo más. Algo interior. Simplemente deseaba que fuera suya. Quería mirarla, y saber. Saber si ella llevaría su nombre, a sus hijos, y lo miraría amorosamente cada mañana sobre una taza de chocolate.

Quería decirle todo lo que sentía, compartir sus sueños, pintar un cuadro sobre su vida juntos, pero no era un tonto, y entonces simplemente dijo, mientras la guiaba por el camino:

– Luce excepcionalmente encantadora esta mañana, Señorita Watson.

– Gracias -dijo ella.

Y luego no dijo nada más.

Él se aclaró la garganta.

– ¿Durmió bien?

– Sí, gracias -dijo ella.

– ¿Está disfrutando de su estancia?

– Sí, gracias -dijo ella.

Era cómico, pero siempre había pensado que la conversación con la mujer que se casaría simplemente sería un poco más espontánea.

Se recordó, que ella aún se creía enamorada de otro hombre. Alguien inapropiado, según lo que había comentado Lady Lucinda la noche anterior. Cómo lo había llamado ella, ¿el menor de dos males?

Miró hacia delante. Lady Lucinda estaba tropezando con algo que estaba frente a al brazo de Neville Berbrooke quien nunca había aprendido a ajustar sus andares a los de una dama. Parecía estar soportándolo bastante bien, aunque pensó que podría haber escuchado un pequeño lamento de dolor en un momento dado.

Le dio a su cabeza un sacudón mental. Eso probablemente había sido un pájaro. ¿Acaso Neville no había dicho que había visto a una bandada de ellos a través de la ventana?

– ¿Ha sido amiga de Lady Lucinda durante mucho tiempo? -Le preguntó a la Srta. Watson. Conocía la respuesta, por supuesto; Lady Lucinda se lo había dicho la noche anterior. Pero no podía pensar en otra cosa que preguntar. Y necesitaba encontrar una pregunta, cuya respuesta por parte de ella no fuera un: sí, gracias o no, gracias.

– Tres años -contestó la Srta. Watson-. Ella es mi mejor amiga. -Y su rostro finalmente se vio un poco animado cuando dijo-: Debemos alcanzarlos.

– ¿Al Sr. Berbrooke y a Lady Lucinda?

– Sí -dijo ella con una firme inclinación-. Sí, debemos hacerlo.

La última cosa que Gregory quería era malgastar su precioso tiempo a solas con la Srta. Watson, pero en su lugar, le pidió al Sr. Berbrooke que los esperara. Este lo hizo, deteniéndose tan de repente, que hizo que Lady Lucinda se chocara literalmente con él.

Ella soltó un grito de sobresalto, pero a pesar de todo eso estaba ilesa.

Sin embargo, la Señorita Watson se aprovechó del momento, soltó la mano de su codo y corrió hacia delante.

– ¡Lucy! -clamó-. Oh, queridísima Lucy, ¿estás herida?

– No -contestó Lady Lucinda, pareciendo un poco confundida por el nivel extremo de preocupación de su amiga.

– Debo tomarte del brazo -declaró la Srta. Watson, mientras enganchaba su codo en el de Lady Lucinda.

– ¿Debes? -repitió Lady Lucinda, apartándose. O quizás, intentando hacerlo-. No, de veras, no es necesario.

– Insisto.

– Eso no es necesario -repitió Lady Lucinda, y Gregory deseó poder ver su cara, porque eso sonaba como si estuviera apretando los dientes.

– Ja ja -se escuchó a Berbrooke-. Quizás yo deba tomar su brazo, Bridgerton.

Gregory lo miró a la cara.

No.

Berbrooke parpadeó.

– Era un chiste, ya sabe.

Gregory luchó contra el impulso que tenía de suspirar y de algún modo logró decir:

– Lo sé. -Conocía a Neville Berbrooke desde que ambos habían estado en pañales, y normalmente tenía más paciencia con él, pero ahora mismo lo único que quería era ponerle un bozal.

Mientras tanto, las dos muchachas estaban discutiendo por algo, en tonos tan bajos que Gregory no podía esperar escuchar lo que estaban diciendo. Y no es que él hubiera podido entender su idioma, incluso si estuvieran gritando; eso era claramente algo que lo confundía de las mujeres. Lady Lucinda aún estaba pegada a su brazo, y la Señorita Watson simplemente se negaba a soltarla.

– Ella está lastimada -dijo Hermione, volviéndose y batiendo sus pestañas.

¿Batiendo sus pestañas? ¿Había elegido ese momento para coquetear?

– No lo estoy -replicó Lucy. Se volvió hacia los dos caballeros-. No lo estoy -repitió-. En lo más mínimo. Deberíamos continuar.

Gregory no podía decidir si estaba divertido o insultado por todo el espectáculo. La Señorita Watson claramente no deseaba que él fuera su acompañante, y mientras a algunos hombres les gustaban sufrir por lo inalcanzable, él siempre había preferido que sus mujeres fueran sonrientes, amistosas y bien dispuestas.

Sin embargo, la Srta. Watson se volvió y él pudo ver su nuca (¿qué era eso de su nuca?). Se sintió nuevamente hundido, sintió ese loco amor que lo había capturado la noche anterior, y se dijo que no debía perder su corazón. Ni siquiera llevaban un día de conocerse; ella simplemente necesitaba tiempo para conocerlo. Su hermano Colin, por ejemplo, había conocido a su esposa durante años antes de comprender que estaban destinados a estar juntos.

Y no es que Gregory planeara esperar años y años, pero eso, ponía a la situación actual en una buena perspectiva.

Un rato después, fue claro que la Srta. Watson no accedería, y ambas mujeres caminarían agarradas de los brazos. Gregory se puso al paso de la Señorita Watson, mientras Berbrooke andaba, en algún lugar cercano a Lady Lucinda.

– Usted debería decirnos que se siente, al ser parte de una familia tan grande -dijo Lady Lucinda, inclinándose hacia delante y hablando al lado de la Srta. Watson-. Hermione y yo tenemos cada una, un hermano.

– Yo tengo tres -dijo Berbrooke-. Todos somos hombres. Excepto por mi hermana, por supuesto.

– Es… -Gregory estaba a punto de dar su respuesta usual, de que era algo que lo volvía loco y lo enfadaba, y que normalmente era muy problemático, pero entonces, de algún modo la verdad más profunda se resbaló de sus labios, y se encontró diciendo:

– En realidad, es muy cómodo.

– ¿Cómodo? -repitió Lady Lucinda-. Es una intrigante elección de palabras.

Miró más allá de la Srta. Watson, para verla observándolo con esos curiosos ojos azules.

– Sí -dijo él lentamente, dejando que sus pensamientos se ordenaran antes de contestar-: Pienso que es muy cómodo tener una familia. Es un sentimiento de… complicidad, supongo.

– ¿Qué quiere decir? -preguntó Lucy, y parecía sinceramente muy interesada.

– Sé que ellos están allí -dijo Gregory-. Y si alguna vez estoy en problemas, o simplemente necesito una buena conversación, siempre puedo ir con ellos.

Y eso era cierto. Nunca había pensado realmente en ello con tantas palabras, pero era verdad. No era tan cercano a sus hermanos como ellos lo eran entre sí, pero eso era algo natural, dada la diferencia de edad. Cuando ellos habían sido hombres citadinos, él había estado estudiando en Eton. Y ahora ellos tres estaban casados, y tenían sus propias familias.

Pero aún así, sabía que si los necesitaba, o a una de sus hermanas si era el caso, solo tenía que pedírselos.

Nunca lo había hecho, claro. No para algo importante. O incluso para la cosa más insignificante. Pero sabía que podía. Era más de lo que la mayoría de los hombres tenían en este mundo, más de lo que la mayoría de los hombres podrían tener.

– ¿Sr. Bridgerton?

Él parpadeó. Lady Lucinda estaba mirándolo un poco desconcertada.

– Mis disculpas -murmuró-. Estaba divagando, supongo. -Le ofreció una sonrisa y una inclinación de cabeza, y luego volvió la mirada hacia la Srta. Watson que, estaba sorprendido de ver, también se había vuelto hacia él. Sus ojos parecían enormes en su rostro, claros y deslumbrantemente verdes, y por un momento sintió casi una conexión eléctrica. Ella sonrió, solo un poco, con un toque de turbación por haber sido sorprendida, luego apartó la mirada.

El corazón de Gregory saltó.

Y entonces Lady Lucinda habló de nuevo.

– Eso es exactamente lo que siento por Hermione -dijo-. Ella es mi hermana de corazón.

– La Señorita Watson es en verdad, una dama excepcional -murmuró Gregory, y luego agregó-: Como, claro, lo es usted.

– Ella es una acuarelista extraordinaria -dijo Lady Lucinda.

Hermione se ruborizó hermosamente.

Lucy.

– Pero lo eres -insistió su amiga.

– A mi me gusta pintar -dijo Neville Berbrooke en un tono jovial-. Aunque, siempre arruino mis camisas, cada vez que lo hago.

Gregory lo miró sorprendido. Entre su conversación extrañamente reveladora con Lady Lucinda, y la mirada que había compartido con la Srta. Watson, se había olvidado que Berbrooke estaba con ellos.

– Mi mozo se ha revelado por eso -continuó Neville, pasando a lo largo-. No se por qué no pueden hacer pintura que pueda sacarse del lino. -Se detuvo, aparentemente concentrado en un pensamiento-. O de la lana.

– ¿Le gusta pintar? -le preguntó Lady Lucinda a Gregory.

– No tengo talento para eso -admitió él-. Pero mi hermano es un artista de renombre. Dos de sus pinturas están colgadas en la Galería Nacional.

– ¡Oh, eso es maravilloso! -exclamó ella. Se volvió hacia la Srta. Watson-. ¿Escuchaste eso, Hermione? Debes pedirle al Sr. Bridgerton que te presente a su hermano.

– No desearía incomodarlo, Sr. Bridgerton -dijo ella con gravedad.

– No sería ninguna molestia -dijo Gregory, sonriéndole-. Estaría encantado de presentarlos, y a Benedict siempre le ha gustado hablar sobre arte. Raramente puedo seguir su conversación, pero él siempre parece bastante animado.

– Lo ves -señaló Lucy, palmeando el brazo de Hermione-. Tú y el Sr. Bridgerton tienen algo en común.

Incluso Gregory pensó que eso había sido un poco exagerado, pero no lo comentó.

– Terciopelo -declaró Neville de repente.

Tres cabezas se volvieron hacia su dirección.

– ¿Perdón? -murmuró Lady Lucinda.

– Ese es el peor -dijo él, asintiendo con gran vigor-. Es muy difícil sacarle la pintura, quiero decir.

Gregory solo podía ver la parte de atrás de su cabeza, pero podía imaginarla pestañeando cuando dijo:

– ¿Usted se viste de terciopelo mientras pinta?

– Solo si hace frío.

– Qué… único.

La cara de Neville se iluminó.

– ¿Lo cree? Siempre he querido ser único.

– Usted lo es -dijo ella, y Gregory no escuchó nada más que certeza en su voz-. Lo más seguro es que lo sea, Sr. Berbrooke.

Neville sonrió de oreja a oreja.

– Único. Me gusta eso. Único. -Sonrió nuevamente, probando la palabra en sus labios-. Único. Único. Uuuuuuu-niiiiiiiiii-coooooooooo.

Los cuatro continuaron su camino hacia el pueblo en un agradable silencio, puntuado por los ocasionales esfuerzos de Gregory de atraer a la Srta. Watson a una conversación. A veces tenía éxito, pero la mayoría de las veces, era Lady Lucinda quien terminaba charlando con él. Lo hacía, cuando no estaba tratando de instigar a la Srta. Watson a que participara en la conversación.

Y todo el tiempo Neville parloteó, charlando consigo mismo, en su mayoría sobre sus recién descubiertas singularidades.

Por fin, pudieron vislumbrar las casas de familia del pueblo. Neville declaró para sí mismo que estaba singularmente hambriento, y lo que sea que eso significaba, entonces Gregory guió al grupo al Venado Blanco, una posada local en la que ser servía comida sencilla, pero siempre muy deliciosa.

– Deberíamos hacer un picnic -sugirió Lady Lucinda-. ¿No sería maravilloso?

– Excelente idea -exclamó Neville, mirándola fijamente como si fuera una diosa. Gregory estaba un poco sorprendido por el fervor de su expresión, aunque Lady Lucinda parecía no darse cuenta.

– ¿Usted que opina, Srta. Watson? -preguntó Gregory. Pero la dama en cuestión estaba perdida en sus pensamientos, con los ojos desenfocados, como si permanecieran fijos en una pintura sobre la pared.

– ¿Srta. Watson? -repitió él, y entonces cuando logró llamar su atención finalmente, dijo-: ¿Le importaría que hiciéramos un picnic?

– Oh. Sí, eso sería estupendo. -Y volvió a mirar fijamente un punto en el espacio, con los labios perfectos curvados en una expresión nostálgica y casi anhelante.

– Excelente trabajo, Sr. Bridgerton -dijo Lady Lucinda-. ¿No estás de acuerdo, Hermione?

– Sí, por supuesto.

– Espere a que traiga el pastel -dijo Neville mientras mantenía la puerta abierta para que las señoras pasaran-. Siempre como pastel.

Gregory envolvió la mano de la Srta. Watson en la curva de su brazo antes de que ella pudiera escaparse.

– Pedí una selección de comidas -dijo él en voz queda-. Espero que algo de lo que pedí, sea de su agrado.

Ella levantó la mirada hacia él y pudo sentirlo de nuevo, el aire salió a chorros de su cuerpo y se perdió en sus ojos. Y sabía que ella lo sentía, también. ¿Cómo no podía notarlo, cuando él se sentía como si sus piernas no pudieran sostenerlo?

– Estoy segura que será estupenda -dijo ella.

– ¿Le gustan los dulces?

– Me encantan -admitió ella.

– Entonces está de suerte -dijo Gregory-. El Sr. Gladis ha prometido incluir un poco de pastel de grosella de su esposa, el cual es muy famoso en este distrito.

– ¿Pastel? -Neville se irguió visiblemente. Se volvió hacia Lady Lucinda-. ¿Ha dicho que nos van a servir pastel?

– Creo que sí -contestó ella.

Neville suspiró con placer.

– ¿Le gusta el pastel, Lady Lucinda?

La indirecta más desnuda de exasperación invadió sus rasgos cuando le preguntó:

– ¿Qué clase de pastel, Sr. Berbrooke?

– Oh, cualquier pastel. Dulces, sabrosos, de frutas, de carne.

– Bueno… -se aclaró la garganta, volviendo su mirada alrededor como si las casas y los árboles, pudieran ofrecerle alguna guía-. Yo… ah… Supongo que me gustan la mayoría de los pasteles.

Y ese fue el minuto en el que Gregory estuvo bastante seguro de que Neville se había enamorado.

Pobre Lady Lucinda.

Caminaron a través de la vía principal hacia un campo herboso, y Gregory abrió las mantas, allanándolas en el suelo. Lady Lucinda, con lo inteligente que era, se sentó primero, y luego le hizo señas a Neville para que se sentara a su lado, y con eso garantizó que Gregory y la Srta. Watson estuvieran obligados a compartir el otro pedazo de tela.

Y entonces Gregory puso todo su empeño en conquistar su corazón.

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