Capítulo 15

En el que nuestro héroe aprende que no es, y probablemente nunca será, tan sabio como su madre.


Una hora después, Gregory estaba esperando en la sala de estar del Número Cinco, de Bruton Street, la casa de su madre en Londres, desde que ella había insistido en dejar vacante Bridgerton House, después del matrimonio de Anthony. También había sido su casa, hasta que encontró sus propios alojamientos varios años antes. Su madre, ahora vivía allí sola, desde que su hermana menor se había casado. Gregory se aseguraba de visitarla por lo menos dos veces a la semana, cuando estaba en Londres, pero nunca dejaba de sorprenderlo lo callada que la casa parecía ahora.

– ¡Querido! -exclamó su madre, entrando al cuarto con una amplia sonrisa-. No pensé verte sino hasta esta noche. ¿Cómo ha sido tu día? Y cuéntame todo sobre Benedict, Sophie y los niños. Es un crimen la poca frecuencia con la que veo a mis nietos.

Gregory sonrió indulgentemente. Su madre había visitado Wiltshire solo un mes atrás y lo hacía varias veces al año. Rápidamente hizo un repaso de las noticias de los cuatro hijos de Benedict, haciendo énfasis en la pequeña Violet, su homónima. Una vez que ella había agotado su suministro de preguntas, él dijo:

– En realidad, Madre, tengo un favor que pedirte.

La postura de Violet siempre era extraordinaria, pero aún así, pareció enderezarse un poco.

– ¿De verdad? ¿Qué necesitas?

Le habló sobre Lucy, haciendo su narración lo más breve posible, para que su madre no llegara a conclusiones inapropiadas sobre su interés en ella.

Su madre siempre tendía a ver a toda mujer soltera como una novia potencial. Incluso aquellas que tenían una boda fijada para el fin de semana.

– Claro que te ayudaré -dijo ella-. Eso será muy fácil.

– Su tío está determinado en mantenerla recluida -le recordó Gregory.

Ella borró con un gesto de la mano su advertencia.

– Es un juego de niños, mi querido hijo. Déjame esto a mí. Me encargaré rápidamente de ello.

Gregory decidió no proseguir con el asunto. Si su madre decía que sabía como lograr que alguien asistiera a un baile, entonces debía creerle. Seguir cuestionándola solo haría que ella creyera que tenía una segunda intención.

Lo cual no era cierto.

Es solo que Lucy le caía bien. La consideraba su amiga. Y deseaba que se divirtiera un poco.

Era admirable, de verdad.

– Haré que tu hermana le envíe una invitación con una nota personal -meditó Violet-. Y quizás, se lo pediré directamente a su tío. Podría mentirle y decirle que me la encontré en el parque.

– ¿Mentirle? -los labios de Gregory dibujaron una sonrisa-. ¿Tú?

La sonrisa de su madre era claramente diabólica.

– No importa si no me cree. Esa es una de las ventajas de tener avanzada edad. Nadie se atrevería a rebatir a un viejo dragón como yo.

Gregory levantó las cejas, negándose a caer en su cebo. Violet Bridgerton podría ser la madre de ocho hijos adultos, pero con su cutis lechoso, sin arrugas, y su amplia sonrisa, no lucía como alguien que pudiera ser llamada vieja. De hecho, Gregory se había preguntado a menudo, por qué no había vuelto a casarse. No había ninguna escasez de viudos enérgicos que clamaban llevarla a una cena o levantarse para un baile. Gregory sospechaba que cualquiera de ellos podría haber brincado ante la oportunidad de casarse con su madre, solo si ella les hubiera mostrado interés.

Pero no lo hizo, y Gregory tenía que admitir que estaba egoístamente alegre por eso. A pesar de su entrometimiento, había algo realmente consolador en su devoción a sus hijos y nietos.

Su padre llevaba muerto más de dos docenas de años. Gregory no tenía ni el más ligero recuerdo del hombre. Pero su madre había hablado de él a menudo, y siempre que lo hacía, su voz cambiaba. Sus ojos se ablandaban, y las esquinas de sus labios se movían -solo un poco, solo lo suficiente para que Gregory viera los recuerdos en su cara.

En esos momentos entendía por qué era tan firme en que sus hijos escogieran a sus parejas por amor.

Él siempre había planeado complacerla. Era irónico, de verdad, dada la farsa con la Srta. Watson.

Justo entonces una criada llegó con una bandeja de té, que puso sobre la pequeña mesa que había entre ellos.

– El cocinero preparó tus bizcochos favoritos -dijo su madre, dándole una taza preparada exactamente como a él le gustaba -sin azúcar, y un poco de leche.

– ¿Te anticipaste a mi visita? -preguntó.

– No esta tarde, no. -Dijo Violet, tomando un sorbo de su té-. Pero sabía que no estarías lejos mucho tiempo. Obviamente necesitarías tu sustento.

Gregory le ofreció una sonrisa ladeada. Era verdad. Como muchos hombres de su edad y estatus, no tenía sitio en su apartamento para una cocina apropiada. Comía en las fiestas, y en su club, y, por supuesto, en las casas de su madre y hermanos.

– Gracias -murmuró, aceptando el plato donde le había amontonado seis bizcochos.

Violet miró la bandeja de té por un momento, inclinó ligeramente la cabeza a un lado, y luego puso dos sobre su propio plato.

– Estoy muy emocionada -le dijo ella, levantando la mirada hacia él-, de que buscaras mi ayuda con Lady Lucinda.

– ¿Lo estás? -preguntó él con curiosidad-. ¿Hay alguien más, a quien podría pedirle un favor como ese?

Ella mordisqueó delicadamente su bizcocho.

– No, soy la opción obvia, claro, pero debes comprender que raramente vuelves a tu familia cuando necesitas algo.

Gregory se quedó quieto, luego se volvió despacio con dirección a ella. Los ojos de su madre -tan azules y tan inestablemente perceptivos- estaban clavados en su rostro. ¿Qué había querido decir con eso? Nadie podría amar a su familia más que él.

– Eso no es cierto -dijo él finalmente.

Pero su madre solo sonrió.

– ¿Piensas que no?

Apretó su mandíbula.

– No lo creo.

– Oh, no lo tomes como una ofensa -dijo ella, estirando la mano a través de la mesa para darle palmaditas en el brazo-. No he dicho que no nos ames. Pero siempre has preferido hacer las cosas por ti mismo.

– ¿Cómo cuales?

– Oh, como encontrar a una esposa…

Él la interrumpió inmediatamente.

– ¿Estás tratando de decirme que Anthony, Benedict y Colin le dieron la bienvenida a tu interferencia cuando estaban buscando a sus esposas?

– No, claro no. Ningún hombre lo hace. Pero… -sacudió una de sus manos en el aire, como si con eso pudiera borrar su frase-. Ese fue un pésimo ejemplo.

Soltó un pequeño suspiro mientras miraba fijamente al exterior de la ventana, y Gregory comprendió que estaba preparada para olvidarse del tema. Sin embargo, para su sorpresa, él no lo estaba.

– ¿Qué hay de malo con preferir hacer las cosas uno mismo? -preguntó.

Ella se volvió hacia él, luciendo para todo el mundo como si no hubiera empezado un tema potencialmente incómodo.

– ¿Eh? Nada. Estoy muy orgullosa de haber criado hijos autosuficientes. Después de todo, ustedes tres han logrado construir su propio camino en el mundo. -Hizo una pausa, considerando lo que había dicho, y agregó-: Con un poco de ayuda de Anthony, claro. En realidad estaría muy defraudada, si él no se hubiera preocupado por todos ustedes.

– Anthony es sumamente generoso -dijo Gregory con voz queda.

– Sí, lo es, ¿verdad? -dijo Violet, sonriendo-. Con su dinero y su tiempo. Se parece mucho a su padre en ese aspecto. -Lo miró con ojos nostálgicos-. Siento mucho que nunca lo hayas conocido.

– Anthony fue un buen padre para mí. -Gregory lo dijo porque sabía que eso la alegraría, pero también lo dijo, porque era verdad.

Los labios de su madre se fruncieron y apretaron, y por un momento pensó que ella podría llorar. De inmediato sacó su pañuelo, y se lo ofreció.

– No, no, eso no es necesario -dijo ella, incluso mientras lo tomaba y le daba golpecitos a sus ojos-. Estoy bien. Solo estoy un poco… -tragó saliva, y luego sonrió. Pero sus ojos todavía brillaban-. Algún día entenderás -cuando tengas tus propios hijos- lo maravilloso que es escuchar eso.

Ella bajó el pañuelo y tomó su té. Lo bebió a sorbos pensativamente, y dejó salir un suspiro de alegría.

Gregory sonrió para sí mismo. Su madre adoraba el té. Realmente eso iba más allá de la devoción británica usual. Clamaba que eso la ayudaba a pensar, lo cual normalmente él había elogiado como algo bueno, excepto que demasiado a menudo, era el tema de sus pensamientos, y después de su tercera taza ella normalmente inventaba un completo plan escalofriante de casarlo con la hija de cualquier amigo cercano, con el que se hubiera encontrado en la mañana más reciente.

Pero esa vez, al parecer, su mente no estaba divagando sobre el matrimonio. Bajó su taza, y, justo cuando pensó que estaba lista para cambiar de tema, le dijo:

– Pero él no es tu padre.

Él hizo una pausa, con su taza de té a medio camino de su boca.

– ¿Discúlpame?

– Anthony. No es tu padre.

– ¿Sí? -lo dijo lentamente, porque en realidad, ¿qué quería decirle con eso?

– Él es tu hermano -continuó-. Al igual que Benedict y Colin, y cuando eras pequeño… oh, cuanto deseabas meterte en sus asuntos.

Gregory aún permanecía muy quieto.

– Pero claro ellos no estaban interesados en permitírtelo, y en realidad, ¿Quién podría culparlos?

– ¿Quién, en efecto? -murmuró apretadamente.

– No lo tomes como una ofensa, Gregory -dijo su madre, volviéndose hacia él con una expresión que era un poco contrita y un poco impaciente-. Ellos han sido hermanos maravillosos, y de verdad, la mayoría del tiempo muy pacientes.

– ¿La mayoría del tiempo?

– Bueno algo de tiempo -enmendó ella-. Pero tú eras mucho más pequeño que ellos. Simplemente no tenían mucho en común. Y entonces cuando creciste, bueno…

Sus palabras se apagaron, y suspiró. Gregory le insistió.

– ¿Y bien?

– Oh, no es nada.

Madre.

– Muy bien -dijo ella, y supo justo en ese momento que ella sabía exactamente lo que estaba diciendo, y que los suspiros y las palabras prolongadas, eran solo para agregarle más efecto.

– Creo que piensas que debes probarte ante ellos -dijo Violet.

Él la miró con sorpresa.

– ¿Y no debo hacerlo?

Los labios de su madre se separaron, pero no soltó ningún sonido en varios segundos.

– No -dijo ella finalmente-. ¿Por qué pensarías que debes hacerlo?

Esa era una pregunta tonta. Era porque… era porque…

– No es la clase de cosas que se pueda explicar fácilmente con palabras -murmuró él.

– ¿En serio? -tomó un sorbo de su té-. Debo decirte, que esa no es la reacción que yo había anticipado.

Gregory sentía como su mandíbula se apretaba.

– ¿Y qué fue precisamente lo que anticipaste?

– ¿Precisamente? -levantó la mirada hacia él, con el suficiente humor en sus ojos como para irritarlo completamente-. No estoy segura de que pueda ser precisa, pero supongo que esperaba que tú lo negaras.

– Solo porque no desee defenderme, no significa que no sea falso -dijo él con un encogimiento de hombros deliberadamente casual.

– Tus hermanos te respetan -dijo Violet.

– No he dicho que no lo hagan.

– Reconocen que eres un hombre independiente.

Eso, pensó Gregory, no era precisamente cierto.

– No es un signo de debilidad que pidas ayuda -continuó Violet.

– Nunca he creído que lo sea -contestó él-. ¿Acaso no te he pedido ayuda?

– En un asunto que solo podría ser manejado por una mujer -dijo ella, un poco despectivamente-. No tenías otra opción más que pedírmelo a mí.

Eso era verdad, por eso Gregory no hizo ningún comentario.

– Te acostumbraste a hacer las cosas solo -dijo ella.

– Madre.

– Hyacinth es igual -dijo ella rápidamente-. Pienso que ese debe ser un síntoma de ser el menor. Y de verdad, con esto no quiero decir que ustedes dos sean perezosos, o un desastre, o maliciosos de ninguna manera.

– Entonces, ¿qué quieres decir? -preguntó él.

Lo miró con una sonrisa ligeramente traviesa.

– ¿Precisamente?

Él sintió que un poco de su tensión se aliviaba.

– Precisamente -dijo, señalándole con un asentimiento que había entendido su juego de palabras.

– Solo quiero decir que nunca has tenido que trabajar muy duro para conseguir algo. Has tenido mucha suerte en eso. Parece que siempre te pasan cosas buenas.

– Y como eres mi madre, estás molesta por eso… ¿por qué?

– Oh, Gregory -dijo con un suspiro-. No estoy molesta en absoluto. Solo deseo que te pasen cosas buenas. Lo sabes.

Él no estaba lo suficientemente seguro de tener una respuesta apropiada, así que permaneció en silencio, levantando sus cejas inquisidoramente.

– He hecho de esto un enredo, ¿verdad? -dijo Violet con un ceño-. Todo lo que he tratado de decirte es que nunca has tenido que esforzarte mucho para conseguir tus metas. No estoy segura, de si eso es un resultado de tus habilidades, o de tus metas.

Él no dijo nada. Sus ojos encontraron un punto particularmente intrincado en el tejido estampado que cubría las paredes, y su atención estaba fija, incapaz de enfocarse en otra cosa, mientras su mente daba vueltas.

Y anhelaba.

Antes de que hubiera comprendido lo que estaba pensando, preguntó:

– ¿Qué es lo que debo hacer con mis hermanos?

Ella pestañeó sin comprenderlo, y entonces finalmente murmuró:

– Oh, ¿hablas sobre tu necesidad de probarte?

Él asintió con la cabeza.

Ella frunció los labios. Pensó. Y dijo:

– No estoy segura.

Él abrió la boca. Esa no era la respuesta que había esperado.

– No lo sé todo -dijo ella, y sospechó que esa era la primera vez, que esa particular colección de palabras cruzaba sus labios.

– Supongo -dijo ella, lenta y pensativamente-, que tú… bueno, es una extraña combinación, debo pensar. O quizás no es tan extraña, cuando tienes tantos hermanos y hermanas mayores que tú.

Gregory esperó a que pusiera en orden sus pensamientos. El cuarto estaba silencioso, el aire absolutamente quieto, pero aún se sentía como si algo estuviera presionándolo, apretándolo por todas partes.

No sabía lo que ella iba a decir, pero de algún modo…

Lo sabía…

Le importaba.

Quizás más que nada que había escuchado en la vida.

– Tú no deseas pedir ayuda -dijo su madre-, porque es muy importante para ti que tus hermanos te vean como un hombre maduro. Pero al mismo tiempo… bueno, la vida ha sido fácil para ti, y a veces pienso que tú no lo intentas.

Sus labios se separaron.

– Y no es que te niegues a intentar -se aceleró en agregar-. Es solo que la mayor parte del tiempo no tienes que hacerlo. Y cuando algo requiere demasiado esfuerzo… si es algo que no puedes lograr, decides que no vale la pena molestarse.

Gregory se dio cuenta que sus ojos se apartaron de ese punto en la pared, donde la vid se retorcía tan curiosamente.

– Se lo que significa trabajar para conseguir algo -dijo él con voz queda. Luego se volvió hacia ella, mirándola de lleno en la cara-. Querer algo desesperadamente y saber que no podrá ser tuyo.

– ¿De verdad? Me alegra. -Estiró la mano para alcanzar su té, pero al parecer cambió de parecer y lo miró-. ¿Lo conseguiste?

– No.

Sus ojos se pusieron un poco tristes.

– Lo siento.

– Yo no -dijo él rígidamente-. Ya no.

– Oh. Bien. -Se removió en su asiento-. Entonces no lo siento. Imagino que por eso, ahora eres un mejor hombre.

El impulso inicial de Gregory fue ofenderse, pero se encontró diciendo:

– Creo que tienes razón.

Para hacer más grande su sorpresa, lo que dijo era cierto.

Su madre le sonrió sabiamente.

– Me alegro de que puedas verlo de ese modo. La mayoría de los hombres no pueden. -Echó un vistazo hacia el reloj y soltó un gorjeo de sorpresa-. Oh querido, mira que hora es. Le prometí a Portia Featherington que la visitaría esta tarde.

Gregory se incorporó cuando su madre se puso de pies.

– No te preocupes por Lady Lucinda -dijo, corriendo hacia la puerta-. Me encargaré de todo. Y por favor, termina tu té. Me preocupa, que vivas solo, sin una mujer que se ocupe de ti. Si sigues otro año así, te quedarás solo en piel y huesos.

Él la acompañó a la puerta.

– Como una indirecta para el matrimonio, esa es particularmente poco sutil.

– ¿Lo fue? -le ofreció una mirada astuta-. Que bueno para mí, que no he vuelto a tratar con la sutileza. Sin embargo, me he dado cuenta que la mayoría de los hombres no notan algo hasta que no se les deletrea claramente.

– Incluso tus hijos.

Especialmente mis hijos.

Él sonrió irónicamente.

– Ya te pedí eso, ¿verdad?

– Prácticamente me escribiste una invitación.

Trató de acompañarla al vestíbulo principal, pero ella se lo impidió.

– No, no, eso no es necesario. Ve y termina tu té. Pedí en la cocina que te trajeran bocadillos cuando fuiste anunciado. Seguramente llegarán en cualquier momento y se perderán si no te los comes.

El estomago de Gregory gruñó en ese preciso momento, le hizo una reverencia cuando dijo:

– Eres una madre extraordinaria, ¿lo sabes?

– ¿Porque te alimento?

– Bueno, sí, pero quizás, también es por otras cosas.

Ella se puso sobre los dedos de los pies y lo besó en la mejilla.

– Tú ya no eres mi querido muchacho, ¿verdad?

Gregory sonrió. Había sido una diversión para él, mientras lo recordaba.

– Lo soy todo el tiempo que lo desees, Madre. Todo el tiempo que lo desees.

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